viernes, 13 de junio de 2014

El Abanderado.
Le Porte-Drapeau; Alphonse Daudet (1840-1897)

I.
El regimiento estaba en batalla sobre un repecho de la vía férrea, sirviendo de blanco a todo el ejército prusiano amontonado en frente, bajo el bosque. Se fusilaban a ochenta metros. Los oficiales no cesaban de gritar: "¡acostaos!" pero ningún soldado quería obedecer y el fiero regimiento seguía de pie, agrupado alrededor de una bandera. En ese gran horizonte de sol poniente, de trigos en espiga y de pastos de ganado, aquella masa de hombres, atormentados y envueltos en el manto inmenso de la humareda confusa, tenía el aspecto de un rebaño sorprendido a campo raso en el primer torbellino de un huracán formidable.

El hierro caía como una lluvia sobre el repecho en donde no se oía sino la crepitación de la fusilería, el ruido sordo de las gábatas rodando entre la fosa y las balas que vibraban eternamente de un extremo a otro del campo de batalla, como las cuerdas tendidas de un instrumento siniestro y retumbante. De cuando en cuando la bandera que se alzaba sobre las cabezas, agitándose al viento de la metralla, perdíase entre el humo; y una voz grave y fiera, hacía oír, dominando el estrépito de las armas y las quejas y juramentos de los heridos, estas breves palabras: "A la bandera, hijos míos, a la bandera"... Entonces un oficial, vago como una sombra, ágil como una flecha, desaparecía un instante entre la niebla roja; y la heroica enseña volvía a desenvolver sus pliegues por encima de la batalla.

Veintidós veces había caído... Veintidós veces su asta, tibia aún, fue heredada de la mano de un moribundo por un valiente que volvía a levantarla. Y cuando, ya por la noche, lo que quedaba del regimiento -un puñado de hombres apenas- se batió lentamente en retirada, aquel pabellón ya no era sino un andrajo glorioso en manos del sargento Hormus, vigésimo tercio abanderado de la jornada.

II.
El tal sargento Hormus era un viejo tonto que casi no sabía ni escribir su nombre y que había empleado veinte años en ganar los galones que adornaban la manga de su casaca. Todas las miserias del expósito y todos los atontamientos del cuartel se reflejaban en su frente baja, en su espalda abovedada por el saco, en su rostro inconsciente de soldado humilde. Además tenía el defecto de ser algo tartamudo; mas para ser abanderado no se necesita gran elocuencia y la misma tarde de la batalla su coronel le dijo; "Tú tienes la bandera, mi bravo sargento; guárdala." Y sobre su viejo uniforme de campaña, bien pasado ya a causa de la lluvia y el fuego, la cantinera sobrecosió al instante, une cordoncillo dorado de subteniente.

Ese orgullo, único en su vida de humildad, irguió el cuerpo del viejo militar; y la costumbre de caminar encorvado, con los ojos bajos, se cambió desde entonces en el hábito de marchar orgullosamente, con la mirada en alto para ver flotar el fragmento de tela que se mantenía en sus manos, siempre derecho, siempre fiero, por encima de la muerte, por encima de la traición y por encima de la derrota.

Nadie ha visto, en época alguna, un hombre tan dichoso como Hormus, cuando en los días de batalla tenía el asta entre las manos afirmándola en su estuche de cuero negro. Ni hablaba ni se movía; y serio como un sacerdote, tenía el aspecto de guardar una cosa sagrada. Toda su vida, y toda su fuerza estaban concentradas en esos dedos que se crispaban al rededor de un harapo glorioso sobre el cual rodaban las balas. Sus ojos llenos de fiereza, miraban de frente a los prusianos, y parecían decir: "Atreveos pues; tratad siquiera de venir a robármela!..."

Pero nadie, ni aun la misma muerte, lo intentaba. Después de Borny, después de Gravelotte, después de las batallas más terribles, la bandera continuaba su camino, deshecha, agujereada, transparente, llena de heridas; mas era siempre el viejo Hormus quien la llevaba.

III.
Después... llegó septiembre, el ejército en Metz, el bloqueo, y esa larga parada en el fango donde rodaban los cañones sin dirección y donde las primeras tropas del mundo desmoralizábanse por el ocio y por la falta de víveres y de noticias, muriendo de fiebre y de fastidio al pie de sus fusiles.
Ni los jefes ni los soldados creían ya en cosa alguna; solo Hormus guardaba aún la confianza. Su harapo tricolor le hacía creer en todo; y mientras él lo sentía a su lado, estaba seguro de que nada se había perdido. Desgraciadamente, como ya nadie se batía, el coronel guardaba las banderas en su casa misma, en un barrio de Metz; y el bravo subteniente vivía como una madre que tuviese a su hijo en nodriza, pensando en él sin cesar. Cuando el fastidio lo atormentaba, hacía un viaje a Metz, de donde regresaba contento después de mirar su bandera siempre en el mismo sitio, siempre tranquila, siempre recostada majestuosamente contra el muro. Esos viajes que él verificaba en una sola jornada, hacían nacer en su alma el valor y la paciencia; hacíanle sonar con campos de batalla, con marchas gloriosas y con las grandes enseñas tricolores flotando a lo lejos sobre las trincheras prusianas...

La orden del día del mariscal Bazaine, hizo rodar por tierra las bellas ilusiones. Una mañana, Hormus vio, al despertarse, mucha agitación en el campamento. Los soldados, reuniéndose en grupos, murmuraban, animándose y excitándose con gritos de rabia; levantando los puños hacia un punto de la ciudad como si sus cóleras designasen a un culpable... "Atrapadle!... Fusilémosle..." Y los oficiales guardaban silencio, apartándose del bullicio, avergonzados... avergonzados de haber leído a cincuenta mil valientes, bien armados aún, aún vigorosos, la orden del mariscal que los entregaba sin combate al enemigo...

-¿Y las banderas? -preguntó Hormus palideciendo... Las banderas también habían sido entregadas con los fusiles, con el resto de los equipajes, con todo...
- ¡Ra... Ra... Rayo de Dios!... -balbuceó el pobre hombre- ..."En todo caso aún no tendrán la mía...
Y, ligero como una bala, se echó a correr hacia la ciudad.

IV.
También en Metz la animación era inmensa. Los guardias nacionales, los guardias móviles y los burgueses, se agitaban gritando; las diputaciones recorrían las calles vibrantes y precisadas, dirigiéndose a la casa del mariscal. -Hormus no veía nada, no oía una palabra; hablando consigo mismo, subía a grandes pasos la calle del Faubourg.

-¡Robarme mi bandera!... Pues no faltaba más!... ¡Acaso es posible robar una bandera!... ¡Acaso tienen derecho!... Si les quiere dar algo a los prusianos que les dé lo suyo... sus carrozas doradas, su vajilla magnífica traída de Méjico... Pero mi pabellón... El pabellón es mío... El pabellón es mi dicha, mi fortuna... ¡Y yo prohibo terminantemente que lo toquen!

Todas estas frases incompletas, estaban cortadas por la marcha y por la tartamudez. Pero en el fondo él tenía su idea: una idea bien firme, bien precisa: tomar la bandera, llevarla flotante al seno del regimiento y pasar luego sobre el vientre de los prusianos con todos los que quisieran seguirle.

Cuando llegó al fin de su camino, ni siquiera le dejaron entrar. El coronel, furioso también, no quería recibir a nadie... Pero el viejo Hormus no entendía así el asunto y jurando, gritando y empujando al plantón: "Mi bandera -decía-, dadme mi bandera...!"

Al fin se abrió una ventana:

-¿Eres tú, Hormus?
-Sí, mi coronel, yo...
-Todos los pabellones están en el Arsenal..., no tienes necesidad sino de presentarte ahí para que te den un recibo...
-Un recibo?... Para qué?...
-Es la orden del mariscal...
-Pero... coronel...
-¡Déjame en paz!... Y la ventana se cerró...
El viejo Hormus vaciló como si estuviese borracho y repitió entre dientes:
-¡Un recibo!... Un recibo!...
Al fin púsose en marcha por segunda vez, no pensando sino en que su bandera estaba en el Arsenal y que era necesario volverla a ver, costara lo que costara.

V.
Las puertas del Arsenal estaban completamente abiertas para dejar el paso libre a los carros prusianos que esperaban su cargamento en el patio inmenso. Hormus sintió, al entrar, que un escalofrío agitaba sus nervios. Todos los demás abanderados, cincuenta o sesenta oficiales silenciosos e indignados, estaban allí... Y todos aquellos hombres tristes, con las cabezas desnudas, agrupándose detrás de los enprmes carros sombríos, daban a la escena un aspecto de entierro. La lluvia aumentaba la emoción de tristeza...

Los pabellones del ejército de Bazaine estaban amontonados en un rincón, confundiéndose sobre el suelo fangoso. Nada más terrible que el espectáculo de esos fragmentos de rica seda, pedazos de franjas de oro y de astas trabajados, arreos gloriosos echados por tierra y manchados de lluvia y de lodo. -Un oficial de administración los iba cogiendo, uno por uno; y al nombre de su regimiento, pronunciado en alta voz, cada abanderado se acercaba para recoger un recibo. Derechos e impasibles, dos oficiales prusianos vigilaban el cargamento.

¡Y vosotros os ibais así ¡oh santos jirones gloriosos! desplegando vuestros agujeros y barriendo tristemente la tierra, como banda de pájaros que tuviesen las alas rotas!... ¡Vosotros os ibais con la vergüenza de las grandes cosas humilladas... y cada uno de vosotros se llevaba un pedazo de la Francia!... El sol de las largas jornadas dejó su sello entre vuestras arrugas marchitas... Vosotros guardáis, en las marcas de las balas, el recuerdo de muchos héroes desconocidos que cayeron muertos, al azar, bajo vuestras franjas tricolores!.....

-Ya llegó tu turno, Hormus... Ahí te llaman... Vea buscar tu recibo...

Se trataba de un recibo cuando una bandera francesa, la más bella, la más mutilada, la suya estaba delante de sus ojos?... El viejo sargento se figuraba estar aún allá arriba, de pie sobre el repecho de la vía férrea... Su ilusión le hacía oír de nuevo el canto de las balas, el ruido de las gábatas que rodaban y la voz robusta del coronel: "A la bandera, hijos míos, a la bandera"... Luego, sus veintidós camaradas muertos y él, vigésimo tercio abanderado, precipitándose a su vez para levantar y sostener el pobre pabellón que vacilaba falto de brazo... ¡Ah! ese día había jurado defenderlo, guardarlo hasta la muerte... Y ahora...


Sólo de pensarlo, toda la sangre del corazón le subía a la cabeza... Ebrio, sin sentido, lanzóse sobre el oficial prusiano arrancándole su enseña idolatrada, para agitarla de nuevo entre sus manos, para levantarla aún, bien alta, bien recta y para gritar: - "A la ban....." Pero su grito fue cortado entre su garganta... y sintió temblar el asta, que se escapaba de sus manos... En ese aire malsano, en ese aire de muerte que pesa terriblemente sobre las ciudades rendidas, la bandera no podía flotar... Nada de orgulloso, nada de fiero podía vivir ahí... Y el viejo Hormus cayó fulminado...
El Baile de los Ahorcados.
Arthur Rimbaud.
En la horca negra, amable manco,
bailan, bailan los paladines,
los descarnados actores del diablo;
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.
¡Monseñor Belcebú tira de la corbata
de sus títeres negros, que al cielo gesticulan,
y al darles en la frente un revés del zapato
les obliga a bailar ritmos olvidados!
Sorprendidos, los títeres, juntan sus brazos gráciles:
como un órgano negro, los pechos horadados ,
que antaño damiselas gentiles abrazaban,
se rozan y entrechocan, en espantoso amor.
¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza ,
trenzad vuestras cabriolas pues el escenario es amplio,
¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla!
¡Furioso, Belcebú rasga sus violines!
¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta!
Todos se han despojado de su toga de piel:
lo que queda no asusta y se ve sin escándalo.
En sus cráneos, la nieve ha puesto un gorro blanco.
El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas;
cuelga un jirón de carne de su flaca barbilla:
parecen, cuando giran en sombrías refriegas,
rígidos paladines, con bardas de cartón.
¡Hurra!, ¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos!
¡y la horca negra muge cual órgano de hierro!
y responden los lobos desde bosques morados:
rojo, en el horizonte, el cielo es un infierno...

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GERLILIBROS: William Butler Yeats
Cuando estés vieja y gris y s...
: William Butler Yeats Cuando estés vieja y gris y soñolienta... Cuando estés vieja y gris y soñolienta y cabeceando ante la chimenea, toma...
William Butler Yeats
Cuando estés vieja y gris y soñolienta...
Cuando estés vieja y gris y soñolienta
y cabeceando ante la chimenea, toma este libro,
léelo lentamente y sueña con la suave mirada
y las sombras profundas que antes tenían tus ojos.

Cuántos amaron tus momentos de alegre gracia
y con falso amor o de verdad amaron tu belleza,
pero sólo un hombre amó en ti tu alma peregrina
y amó los sufrimientos de tu cambiante cara.

E inclinada ante las relumbrantes brasas
murmulla, un poco triste, cómo escapó el amor
y anduvo en las cimas de las altas montañas
y entre un montón de estrellas ocultó su rostro.
13 DE JUNIO DE 1888 NACE
 
FERNANDO PESSOA
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 (Lisboa, 1888- id., 1935) Poeta portugués. Pasó su infancia y juventud en la República de Sudáfrica e inició estudios de derecho en la Universidad de El Cabo, y regresó a Lisboa en 1905. Inició su obra literaria en inglés, aunque a partir de 1908 creció su interés por la lengua portuguesa.
Su obra es una de las más originales de la literatura portuguesa y fue, junto con Sá Carneiro, uno de los introductores en su país de los movimientos de vanguardia. A partir de 1914 proyectó su obra sobre tres heterónimos: Ricardo Reis, Álvaro de Campos y Alberto Caeiro, para quienes inventó personalidades divergentes y estilos literarios distintos. Frente a la espontaneidad expresiva y sensual de Caeiro, Ricardo Reis trabaja minuciosamente la sintaxis y el léxico, inspirándose en los arcadistas del siglo XVIII. Álvaro de Campos evoluciona desde una estética próxima a la de Whitman hasta unas preocupaciones metafísicas en la tarea de explicar la vida desde una perspectiva racional.
Sobre estos desdoblamientos del poeta en varias personalidades, se reflejan sus distintos yos conflictivos, y elabora su propia obra poética, a veces experimental, una de las más importantes del siglo XX y que en su mayor parte permaneció inédita hasta su muerte. Su poesía, que supone un intento por superar la dualidad entre razón y vida, fue recogida en los volúmenes Obras completas: I. Poesías, 1942, de Fernando Pessoa; II. Poesías, 1944, de Álvaro de Campos; III. Poemas, 1946, de Alberto Caeiro; IV. Odas, 1946, de Ricardo Reis; V. Mensagem, 1945; VI. Poemas dramáticos; VII. y VIII. Poesías inéditas, 1955-1956.
Su obra ensayística ha sido recogida en Páginas íntimas de autointerpretación (1966), Páginas de estética y de teoría y crítica literarias (1967) y Textos filosóficos (1968). En 1982 apareció Libro del desasosiego, compendio de apuntes, aforismos, divagaciones y fragmentos del diario que dejó al morir.
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13 DE JUNIO DE 1865 NACE
 
 WILLIAM BTLER YEATS
  
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(Dublín, 1865 - Roquebrune-Cap-Martin, Francia, 1939) Poeta y dramaturgo irlandés. Creador del estilo celta crepuscular, fue sin duda el máximo representante del renacimiento de la literatura irlandesa moderna, y uno de los autores más destacados del siglo XX. Recibió el Premio Nobel de literatura en 1923. El mayor logro de Yeats fue independizar la cultura irlandesa de los moldes ingleses, tanto en la temática como en la expresión. La poesía de Yeats suele estar inspirada en el paisaje, los ambientes y los mitos de la cultura tradicional irlandesa, especialmente en las leyendas de origen celta, con una constante preocupación por la musicalidad del verso.
Hijo del pintor John Butler Yeats y miembro de una antigua familia irlandesa protestante, estudió pintura en Londres y en Dublín. Pasó largas temporadas en el condado de Sligo, que le inspiró un enorme interés por las tradiciones populares irlandesas. En 1887, se trasladó, junto con su familia, a Londres, y allí descubrió el hinduismo, la teosofía y el ocultismo, interesándose por la magia, el movimiento rosacruz y el espiritualismo. Se relacionó con el grupo de escritores decadentes, reunidos en torno al Yellow Book.
Escribió poemas líricos y simbólicos sobre temas paganos irlandeses, como El peregrinaje de Oisin (1889), La isla del lago de Innisfree (1893) y el Libro de poemas irlandeses (1895), en un tono romántico y melancólico que él creía característico de los celtas. Escribió también El crepúsculo celta (1893), La rosa secreta (1897) y El viento entre los juncos (1899), basados en leyendas irlandesas.
En una visita a su país conoció a la patriota irlandesa Maud Gonne, de la que estuvo enamorado apasionadamente el resto de su vida. Ella inspiró gran parte de sus primeras obras y le introdujo en los círculos de irlandeses que luchaban por la independencia de su país. En 1896 regresó a Irlanda, donde entabló una profunda amistad con la autora teatral nacionalista lady Isabella Augusta Gregory, a la que visitaba a menudo en sus propiedades de Coole Parke, y junto con la cual viajó por Italia.
Con ella fundó el Teatro Nacional Irlandés en 1901, que más tarde se instalaría en el Abbey Theatre de Dublín. A través de su labor como director y autor, consiguió convertirlo en uno de los más importantes del mundo, y en centro principal del renacimiento literario irlandés. Sus obras de teatro están escritas para la compañía del Abbey. Al principio de su carrera teatral trató de establecer un nuevo género de drama romántico y lírico con elementos simbolistas y recuerdos populares de su Irlanda natal. Esto le distanciaba del resto de la dramaturgia europea de esos años, que seguía la estela del teatro de Ibsen.
En La condesa Cathleen (1892, representada en 1899) una noble heroína se ofrece en sacrificio cuando, durante una época de hambre, los Mercaderes del Demonio recorren el país comprando las almas por el precio del pan. En El país de nuestros anhelos (1894) se muestra a una mujer mortal escuchando la llamada de las hadas. En Cathleen Ni Houlihan (1902), el espíritu de Irlanda se simboliza en la figura de una pobre anciana que se transfigura en una joven con el aspecto de una reina. Otra obra breve de temática irlandesa es The Pot of Broth (1902), y pertenece a esta etapa Las aguas tenebrosas (1900, estrenado en 1904).
Las tres obras posteriores presentan un desarrollo mayor en cuanto a perfección dramatúrgica y claridad de pensamiento. El reloj de arena (1903) es una adaptación del género medieval de las Moralidades, y trata de un sabio que encuentra inútil la ayuda de su razón cuando se enfrenta con el misterio de la vida y de la muerte.
El umbral del palacio del rey (1904), en la que el tema es la función de la poesía, narra como un maestro de música, Seanchan, al ser afrentado por el rey, Guaire, decide sentarse en el umbral real sin comer ni beber hasta que muera, atrayendo así el oprobio sobre el palacio; los discípulos de Seanchan, en vez de persuadir a su maestro de que salve su vida, lo apoyan en su proclamación de los derechos de los poetas, y el pequeño drama concluye con una especie de peán cantado sobre el cuerpo muerto del músico poeta, que es llevado en una litera.
Una tercera obra de esta etapa es El Unicornio de las Estrellas (1907). Obras de temática irlandesa son En los siete bosques 1903); On Baile's Strand (1904); Deirdre (1906), una tragedia en verso; El yelmo verde (1910) y El gato y la Luna. En ellas se pone de manifiesto el progresivo abandono del misticismo, que va siendo sustituido por un estilo más claro y comprometido.
Yeats se dio cuenta de que no podía llegar más lejos con este particular teatro romántico, así que se interesó por otras formas como modelos. Cuando escribe sus Cuatro piezas para bailarines (1916-1917, representadas en 1920), pretende hacer uso de todos los convencionalismos que están asociados con el teatro de Oriente. Emplea las máscaras, los coros, la danza y el drama tradicional No japonés, armonizado con las palabras; incluso intenta introducir el elemento retrospectivo y ritual, característico de este teatro oriental.
El género del No había comenzado a traducirse en Occidente desde 1913, gracias a la labor del secretario de Yeats en Sussex, el poeta estadounidense Ezra Pound. Las cuatro piezas son At the Hawk's Well (1916), The Only Jealousy of Emer (1916), The Dreaming of the Bones (1917) y Calvary (1917). En At the Hawks' Well (La fuente de los halcones), un anciano, moviéndose con gestos estilizados al redoble de un tambor, hace como si preparase fuego, mientras los músicos describen sus acciones y cantan en un coro. Estas obras tienen al héroe celta Cuchulain como protagonista y son dramas poéticos llenos de imágenes oníricas, más apropiados para representaciones cultas y elitistas, que para grandes teatros.
A medida que pasaban los años, el autor fue dedicándose cada vez más a la política activa. Entre 1922 y 1928 fue senador de la primera legislatura del parlamento del recién constituido estado de Irlanda. Durante sus años de vejez fue perfeccionando su estilo, aumentando en austeridad y economía. Sus últimas obras se consideran las mejores de su producción. En ellas se deja sentir la influencia de su esposa desde 1917, Georgie Hyde-Lees, una médium con un talento especial para la escritura automática. Una visión (1925) es un trabajo en prosa en el que Yeats intenta explicar la mitología, el simbolismo y la filosofía que había utilizado a lo largo de sus obras. En él se refiere a la lucha entre los contrarios (arte y vida, cuerpo y alma), situada en la base de su pensamiento.
Otras obras poéticas en esta línea son Los cisnes salvajes de Coole (1917), Innisfree, la isla del lago (The lake isle of Innisfree), 1924, La torre (1928), La escalera de caracol (1933), The Words upon the Window Pane (1934) y Purgatory (1938). Todo su trabajo, sea en prosa o en verso, es esencialmente poético. Sin dejar de revisar continuamente su producción, reveló algunos episodios de su vida en Autobiografías (1927) y Dramatis personae (1936). Sus dos últimas publicaciones fueron Luna llena en marzo (1935) y Últimos poemas y Dos obras de teatro (1939).
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13 DE JUNIO DE 1897
Se funda en Buenos Aires "La Protesta Humana"
Aparece el primer número del emblemático periódico anarquista La Protesta Humana. Dirigido durante los primeros años por el obrero catalán Gregorio Inglán Lafarga y luego llamado más sencillamente La Protesta, fue el vocero oficioso de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA).
Con la colaboración de grandes escritores como José Prat, Eduardo Gilimón, Emilio Arana, Alberto Ghiraldo, Florencio Sánchez, José de Maturana, Elam Ravel, Diego Abad de Santillán, Emilio López Arango, Rodolfo González Pacheco, Ricardo Mella, Antoni Pellicer Paraire, desempeñó un papel de singular importancia en el desarrollo y difusión del anarcosindicalismo argentino.
13 DE JUNIO 1977
Es secuestrada Gloria Kehoe Wilson
Fuerzas de seguridad secuestran de su domicilio a la joven escritora de 21 años vista posteriormente en la Escuela de Mecánica de la Armada y nunca más aparecida. Gloria Kehoe Wilson era autora del volumen de cuentos "Pico de paloma", que acababa de publicar y que sería su único libro.
13 JUNIO (1874) Nace Leopoldo Lugones
(Villa María del Río Seco, Argentina, 1874 - Buenos Aires, 1938) Poeta argentino. Hombre de vasta cultura, fue el máximo exponente del modernismo argentino y una de las figuras más influyentes de la literatura iberoamericana.
Pasó la niñez y la adolescencia en su tierra natal, y tras breve temporada en Santiago del Estero, se estableció en Buenos Aires en 1895. Trabajó en el diario El Tiempo y en 1897 fundó, con José Ingenieros, La Montaña, periódico socialista revolucionario. Tras algunos empleos menores, llegó a la dirección de la Biblioteca Nacional de Maestros. Hizo varios viajes a Europa y residió en París de 1911 a 1914. Colaboró en La Nación y obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1926. En 1928 fundó la Sociedad Argentina de Escritores. Su apoyo al golpe de Estado de 1930, la posterior desilusión que éste le produjo y quizás una profunda crisis sentimental lo llevaron a una depresión que culminó en su suicidio.

Es de destacar su particular evolución política. Se inició como un firme partidario de la ideología socialista, cuya introducción en Argentina se debe, en parte, a sus primeras soflamas políticas. Sin embargo, poco a poco fue retrocediendo hacia posturas más conservadoras: tras un breve período de adscripción al pensamiento liberal, se inclinó decididamente hacia la derecha y acabó convertido en uno de los principales valedores del fascismo argentino, sobre todo a partir de 1924, fecha en la que proclamó que había llegado "la hora de la espada". Seis años después, ya consagrado como una de las cabezas pensantes del movimiento reaccionario austral, colaboró activamente con el golpe de estado militar del general José Félix Uriburu (6 de septiembre de 1930).

Como poeta, Leopoldo Lugones irrumpió en el panorama literario argentino con el poemario Los mundos (1893), que pasó prácticamente inadvertido. Su encuentro con Rubén Darío, en Buenos Aires, en 1896, fue decisivo para reorientar la poesía de Lugones. El retoricismo de Las montañas de oro (1897) no tardó en ser sustituido por el tono irónico, extravagante e imaginativo de Los crepúsculos del jardín (1905) y Lunario sentimental (1909).
En ambos libros se respira una atmósfera refinada y decadente, plena de languidez y elegancia modernistas, dentro de una corriente estética claramente influida por la creación de Rubén Darío. Su estilo se distingue por su originalidad creadora, y la precisión y la belleza lírica de sus versos.
A partir de 1910 Leopoldo Lugones cambió de registro poético para centrarse en una exaltación de su tierra y sus gentes (Odas seculares, 1910). Posteriormente, los asuntos cotidianos, vistos al trasluz de una rutina íntima, se convirtieron en el objeto de su siguiente entrega poética, titulada El libro fiel (1912), obra a la que siguieron otros poemarios como El libro de los paisajes (1917), Las horas doradas (1922) y Romancero (1924). Al final de su trayectoria poética, Lugones se decantó por el cultivo de una poesía narrativa: Poemas solariegos (1927) y Romances del Río Seco (que vio la luz, póstumamente, en 1938).
En su faceta de narrador, Lugones sobresalió principalmente por sus relatos, recogidos en Las fuerzas extrañas (1906), La torre de Casandra (1919), Cuentos fatales (1924) y La patria fuerte (1933). En muchas de estas narraciones breves, Lugones ensayó diferentes acercamientos fantásticos que pueden considerarse precursores de los mejores relatos de algunos de los más grandes cultivadores de este difícil género, como Horacio Quiroga, Jorge Luis Borges (uno de los mayores admiradores de Lugones) y Julio Cortázar.
Publicó además dos novelas espléndidas: un relato histórico sobre la guerra de la independencia, titulado La guerra gaucha (1905), y unas meditaciones esotéricas que, en forma de novela teosófica, aparecieron bajo el título de El ángel de la sombra (1926). En la década de los años cuarenta, La guerra gaucha fue objeto de una versión cinematográfica que se convirtió en uno de los principales referentes del cine argentino de su tiempo.
También brilló Leopoldo Lugones en su condición de ensayista, faceta en la que dejó algunos títulos tan relevantes como El imperio jesuítico (1904), Las limaduras de Hephaestos (1910) e Historia de Sarmiento (1911). Las conferencias sobre el Martín Fierro de José Hernández, obra que leyó como poema épico, reunidas en El payador (1916), constituyen sin duda un hito en la interpretación de la literatura gauchesca. Además, dejó testimonio impreso de las constantes mutaciones de su pensamiento político, plasmadas en Mi beligerancia y La grande Argentina.

miércoles, 11 de junio de 2014

GERLILIBROS: Leopoldo MarechalCANCIÓN¡Has de hacer un gran ra...

GERLILIBROS: Leopoldo Marechal
CANCIÓN
¡Has de hacer un gran ra...
: Leopoldo Marechal CANCIÓN ¡Has de hacer un gran ramo con todas tus palabras, hilandera! Con las grandes palabras que llovieron más redond...
Leopoldo Marechal
CANCIÓN
¡Has de hacer un gran ramo
con todas tus palabras, hilandera!
Con las grandes palabras que llovieron
más redondas que frutas en un día sin hiel;
con tus grandes palabras
caídas como soles hasta el silencio mío...
Has de hacer un gran ramo con tus voces,
y estarán las pequeñas,
las que fueron semillas aventadas por tu carinio de cien manos;
y estarán las que ardieron como sal en la llama de tu júbilo, amiga.
Con todas tus palabras
has de hacer un gran ramo
para el amor que ha muerto;
para el amor que ha muerto a mediodía,
junto a la fuente de los ocho cisnes...

GERLILIBROS: 11 DE JUNIO NACELeopoldo Marechal(Buenos Aires, ...

GERLILIBROS: 11 DE JUNIO NACE
Leopoldo Marechal
(Buenos Aires, ...
: 11 DE JUNIO NACE Leopoldo Marechal (Buenos Aires, 1900 - 1970) Narrador, poeta, dramaturgo y ensayista argentino vinculado inicialmente ...
11 DE JUNIO NACE
Leopoldo Marechal
(Buenos Aires, 1900 - 1970) Narrador, poeta, dramaturgo y ensayista argentino vinculado inicialmente al vanguardismo, aunque luego se orientó hacia posturas filosóficas neoplatónicas y de carácter nacionalista, autor de la importante novela Adán Buenosayres (1948).
Aunque esencialmente porteño, Marechal mantuvo estrecho contacto con la vida rural de Maipú, ciudad provinciana a la que iba a visitar a su tío, acompañándolo en sus viajes por el interior. Allí le llamaban "Buenos Aires", nombre que adoptaría para el protagonista de su famosa novela.
A los dieciocho años quedó huérfano de padre y su condición de primogénito lo obligó a hacerse cargo de la familia: trabajó como maestro, bibliotecario y profesor de segunda enseñanza hasta 1955. Ocupó cargos públicos durante los gobiernos de Juan D. Perón, circunstancia que lo llevó al enfrentamiento con sus antiguos compañeros de generación literaria y relegó al olvido su obra, descubierta luego por las nuevas generaciones.
Fue poeta precoz: a los doce años escribió los primeros versos y publicó Los aguiluchos con poco más de veinte. Se vinculó a los grupos Proa y Martín Fierro. En 1926, en España, se relacionó con los redactores de La Gaceta Literaria y Revista de Occidente, mientras que en Francia se reunía con los pintores y escultores del llamado grupo de París: Antonio Berni, José Fioravanti y Lino Eneas Spilimbergo, entre otros.
Durante su segundo viaje a Europa, en 1929, año en que publicó Odas para el hombre y la mujer, escribió los capítulos iniciales de Adán Buenosayres. Vivió hasta 1931 en París y a su regreso ingresó como redactor fundador al diario El Mundo y se reconcilió con la Iglesia católica. Publicó, entre otros, los poemarios Laberinto de amor (1936), dedicado a su primera esposa, Cinco poemas australes (1938), El centauro y Sonetos a Sophia (1940). En Descenso y ascenso del alma por la belleza (1939) dio cuenta de su poética, mientras que su postura estética y filosófica se encuentra en Cuaderno de navegación (1966). Enviudó en 1947 y en 1950 se unió a Elbia Rosbaco, inspiradora y destinataria de sus nuevos poemas.
Adán Buenosayres es a la vez alegoría, autobiografía y novela en clave que tiene como personajes a los exponentes de la vanguardia porteña, J. L. Borges entre ellos. No fue bien recibida por la crítica, que la vio injusta y parcialmente como "una mala copia" del Ulises de J. Joyce, y silenció lo esencial: su carácter insólito dentro de la tradición novelística en castellano, y la libertad igualmente inédita en el uso del lenguaje narrativo, aspectos que sólo destacó J. Cortázar, por entonces un desconocido columnista que la saludó con lucidez y alborozo.
Obra en clave, de gran vigor alegórico y satírico, escrita a partir de una perspectiva cristiana y platónica que encuentra su adecuado modelo estructural en la Divina Comedia, tiene tres partes: en la primera, Adán despierta y realiza una expedición con un astrólogo y un grupo de "martínfierristas" por las calles y las afueras de Buenos Aires; en la segunda, figura la biografía espiritual de Adán ("El cuaderno de tapas azules"), y en la tercera cuenta el descenso al infierno de la oscura ciudad de Cacodelphia.
El banquete de Severo Arcángelo (1966) carece del andamiaje realista y en cierta medida costumbrista de la anterior, pero es asimismo una alegoría de cuño platónico. Megafón o la guerra (1970), su tercera novela, no alcanzó la riqueza de las anteriores, pero es una síntesis, en cierto sentido testamentaria, de las inquietudes políticas y metafísicas del autor, ligadas a la experiencia peronista.

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