16 DE MARZO DE 1892 NACE :
CÉSAR VALLEJO
(Santiago de Chuco, 1892 - París, 1938) Poeta peruano, una de
las grandes figuras de la lírica hispanoamericana del siglo XX.
En el desarrollo de la poesía posterior al Modernismo, la obra
de César Vallejo posee la misma relevancia que la del chileno Pablo
Neruda o el mexicano Octavio Paz.
Si bien su evolución fue similar a la del chileno y siguió en
parte los derroteros estéticos de las primeras décadas del siglo
XX (pues arrancó del declinante Modernismo para transitar
por la vanguardia y la literatura comprometida), todo en su obra
es original y personalísimo, y de una altura expresiva raras veces
alcanzada:
sus versos retienen la impronta de su personalidad torturada y
de su exacerbada sensibilidad ante el dolor propio y colectivo, que en
sus últimos
libros se transmuta en un sentimiento de solidaridad como
respuesta a sus profundas inquietudes metafísicas, religiosas y
sociales.
De origen mestizo y provinciano, su familia pensó en
dedicarlo al sacerdocio: era el menor de los once hermanos; este
propósito
familiar, acogido por él con ilusión en su infancia, explica la
presencia en su poesía de abundante vocabulario bíblico
y litúrgico, y no deja de tener relación con la obsesión del
poeta ante el problema de la vida y de la muerte, que tiene un
indudable fondo religioso. Vallejo cursó estudios de segunda
enseñanza en el Colegio de San Nicolás (Huamachuco). En 1915,
después de obtener
el título de bachiller en letras, inició estudios de Filosofía y
Letras en la Universidad de Trujillo y de Derecho en la Universidad
de San Marcos (Lima), pero abandonó sus estudios para instalarse
como maestro en Trujillo.
En 1918 César Vallejo publicó su primer poemario: Los heraldos negros, en el que son patentes las influencias modernistas,
sobre todo de Rubén Darío (a quien siempre admiró) y de Julio
Herrera y Reissig. Esta obra
contiene, además, algún augurio de lo que será una constante en
su obra: la solidaridad del poeta con los sufrimientos de
los hombres, que se transforma en un grito de rebelión contra la
sociedad. Acusado injustamente de robo e incendio durante una revuelta
popular (1920), César Vallejo pasó tres meses y medio en la
cárcel,
durante los cuales escribió otra de sus obras maestras, Trilce (1922), un poemario vanguardista que supone la ruptura definitiva
con el Modernismo.
En 1923, tras publicar las estampas y cuentos de Escalas melografiadas y la novela corta Fabla salvaje, César
Vallejo marchó a París, donde conoció a Juan Gris y Vicente Huidobro, y fundó la revista Favorables
París Poema (1926). En 1928 y 1929 visitó Moscú y conoció a Vladimir Maiakovski,
y en 1930 viajó a España, donde
apareció la segunda edición de Trilce. De 1931, año de un nuevo viaje a Rusia, son El tungsteno, novela
social que denuncia la explotación minera de los indígenas peruanos, y Paco Yunque, cuento protagonizado por el niño
del título, que padece los abusos de un alumno rico tras su ingreso en la escuela. En 1932 escribió la obra de teatro Lock-out y
se afilió al Partido Comunista Español. Ese mismo año regresó a París, donde vivió en la clandestinidad,
y donde, tras estallar la guerra civil española, reunió fondos para la causa republicana.
Entre sus otros escritos destaca la obra de teatro Moscú contra Moscú, titulada posteriormente Entre las dos orillas
corre el río. Póstumamente aparecieron Poemas humanos (1939) y España, aparta de mí este cáliz (1940),
conmovedora visión de la guerra de España y expresión de su madurez poética. Contra el secreto profesional y El
arte y la revolución, escritos en 1930-1932, aparecieron en 1973.
La poesía de César Vallejo
Pese a que la trayectoria de César Vallejo parece seguir el
devenir de la lírica hispana (del Modernismo a las vanguardias y del
experimentalismo vanguardista hacia una poesía humana y
comprometida), su quehacer poético se caracteriza por una permanente
inquietud
renovadora y una firme independencia en medio de las influencias
del momento. Ideológicamente conservó dentro del marxismo una postura
muy personal, compatible con sus preocupaciones religiosas y
estéticas; rechazó el dogmatismo y la reducción de la literatura
a finalidades proselitistas, viendo en el ideario marxista una
senda de justicia y liberación del hombre, pero nunca una solución
a las grandes cuestiones metafísicas.
Más decisiva para la configuración de su obra resulta su
singular personalidad, dominada por un rasgo sumamente relevante: su
acentuada sensibilidad ante el dolor, tanto para el dolor propio
(fue un hombre vulnerable y torturado) como para el de los demás.
Cuatro
grandes poemarios (los dos últimos publicados conjuntamente tras
su muerte) componen su obra lírica. Si bien debe aún bastante
al Modernismo, Los heraldos negros (1918) se inserta ya
en la superación de aquel movimiento. Frente a los oropeles
modernistas,
el estilo tiende hacia un lenguaje más sencillo, a menudo
conversacional o incluso coloquial, y siempre hondísimo. Por su
temática,
parte de sus composiciones arraiga en la realidad americana,
sentida desde su sangre indígena; pero junto a ello conviven otros
muchos poemas
dedicados a las realidades inmediatas: su casa, su familia...
Una profunda tristeza empaña muchas de sus composiciones ya
desde el arranque de la obra, que se inicia con el poema que da título
al libro, "Los heraldos negros". El alejamiento del Modernismo
en ésta y en otras composiciones es patente. Frente a la belleza
y perfección formal y la sensualidad y colorido de la imaginería
modernista, se adopta un discurso casi coloquial, todo él
emoción y desgarrada incertidumbre: "Hay golpes en la vida, tan
fuertes... ¡Yo no sé!". En lo que casi parece desnuda
prosa se engarzan unas pocas imágenes de ascendencia religiosa:
las duras experiencias por las que todo ser humano acaba pasando alguna
vez son "Golpes como del odio de Dios"; tales golpes son como
"los heraldos negros que nos manda la Muerte", y dejan marcado
al hombre, "¡Pobre... pobre!", que al final "vuelve los ojos, y
todo lo vivido / se empoza, como charco de culpa, en la mirada."
César Vallejo (Niza, 1929)
Más radical es la novedad de su segundo libro: Trilce
(1922), uno de los títulos claves de la poesía de vanguardia.
Vallejo adopta el verso libre y rompe violentamente con las
formas tradicionales, con la lógica, con la sintaxis; crea incluso
palabras
nuevas, como la que da título a la obra. Algunos poemas son
experimentos difícilmente comprensibles, pero en otros tal extremismo
verbal se halla al servicio del choque emotivo. Es el caso de
aquellas composiciones que sirven de vehículo a un recuerdo infantil o a
un
sentir amoroso; también hay otra vetas de emoción: la pasión
erótica, la angustia de la cárcel, la opresión
del paso del tiempo o la muerte. Juzgada actualmente como una de
las mejores realizaciones del vanguardismo literario, la obra tardaría
algunos años en ser comprendida; en 1930 fue de nuevo publicada
en España con un prólogo entusiasta de José Bergamín.
Entretanto, Vallejo había iniciado un nuevo libro de poemas que se publicaría tras su muerte, en 1939: Poemas humanos.
Es su obra cumbre, y uno de los libros más impresionantes jamás
escritos sobre el dolor humano. Vallejo trasciende lo personal para
cantar temas generales, colectivos, reuniendo la intimidad
lírica con la conciencia común, en una actitud de unión con el
resto de los hombres y el mundo. El dolor sigue siendo el centro
de su poesía, pero ahora, junto a sus torturadas confesiones, hallamos
el testimonio constante de los sufrimientos de los demás; la
conciencia del dolor humano desemboca en un sentimiento de solidaridad, y
la
inquietud social inspira la mayor parte de sus versos.
Pero su vigilante conciencia artística le impide caer en la
facilidad. El lenguaje del libro sigue siendo audaz (aunque menos que en
Trilce):
perviven las distorsiones sintácticas, las imágenes insólitas y
la combinación incoherente (en apariencia) de frases
heterogéneas. Ello no impide percibir con inusitada intensidad
el sentido global de cada poema. A ello contribuye, por otra parte, el
constante
empleo de un registro coloquial, aunque sabiamente elaborado y
magistralmente combinado con las expresiones ilógicas y metafóricas.
Sin entregarse a radicales experimentaciones lingüísticas,
Vallejo introduce una tonalidad nueva y original en su estilo: el ritmo
y la organización de los materiales del poema pasan a un primer
plano; sus composiciones se hacen más largas, más ricas en
visualidad, y adoptan en ocasiones una irónica amplitud casi
retórica. Sirva de ejemplo el poema que empieza "Considerando en
frío,
imparcialmente": la composición se construye sobre el esquema de
una fría sentencia judicial que pretende examinar la condición
humana de manera objetiva, llegando a afirmar que el hombre "me
es, en suma, indiferente". Tales expresiones no hacen sino poner más
de relieve el sentimiento solidario que, pudorosamente ocultado
bajo ese formulismo, se desborda al final.
Durante la guerra civil española, Vallejo compuso España, aparta de mi este cáliz, que se publicó junto
a Poemas humanos. Es un magno poemario en que Vallejo
canta al pueblo en lucha, a las tierras recorridas por la contienda, y
en que da
salida a su amor por España y a su esperanza; al absurdo de la
guerra y la deshumanización del mundo moderno opone una vívida
fraternidad. Su altura poética no es menor que la de Poemas humanos. Su visión de la guerra española, en que la ideología
política desaparece tras la inmediatez del sentir, no carece en ciertos momentos de un profetismo cósmico afín al de Walt
Whitman.
Pero incluso esta grandeza de voz vaticinadora cede a la
habitual preponderancia de la pura experiencia inmediata, como en el
poema dedicado
a la muerte del camarada Pedro Rojas, a quien le encontraron "en
la chaqueta una cuchara muerta". En poemas como "Masa" la
expresión, al igual que en la mayor parte del libro, es
relativamente sencilla, pero la estructura del poema, perfectamente
meditada, es
de máxima eficacia: ante un fallecido en la guerra, acude un
hombre suplicándole que no muera, "Pero el cadáver, ¡ay!,
siguió muriendo." Acuden después "veinte, cien, mil, quinientos
mil" y luego "millones de individuos" con
el mismo ruego y con el mismo resultado, expresado en el
estribillo antes citado. La visión final es impresionante: sólo cuando
todos
los hombres de la Tierra rodean al cadáver, éste se incorpora,
abraza al primer hombre y se echa a andar.
La estimación de la obra vallejiana no ha cesado de crecer
con los años; su influencia se dejaría sentir en las siguientes
generaciones, tanto en las inclinadas a la temática social como a
la experimentación vanguardista, y actualmente es ya valorado,
con toda justicia, como un clásico de la literatura hispánica.
Por otra parte, su alianza de contenidos humanísimos y de rigor
artístico en el lenguaje ha convertido a César Vallejo en el
ejemplo que, en los debates literarios, deja superada la superficial
antinomia entre responsabilidades cívicas y exigencias
estéticas; ambas quedan armónica e indisolublemente unidas en la obra
de uno de los más grandes poetas del siglo XX.