(Edimburgo, 1771 - Abbotsford, Reino Unido,
1832) Novelista, poeta y editor británico. La novela histórica romántica
tiene en Walter Scott, si no a su inventor, a su primer y más
influyente representante. Hijo de un abogado, desde su infancia se
sintió fascinado por las leyendas y los episodios históricos,
preferentemente medievales, de su tierra natal escocesa, que
posteriormente constituirían el tema principal de muchos de sus poemas y
novelas.
Licenciado en derecho, sus primeros pasos en la literatura los dio como traductor, vertiendo al inglés obras como Lenore, de Gottfried A. Bürger, y Götz de Berlichingen, de Goethe. La publicación, entre 1802 y 1803, de la recopilación de baladas Trovas de la frontera escocesa
dio a conocer su nombre al gran público, que también acogió con
entusiasmo una serie de largos poemas narrativos entre los que destacan El canto del último trovador y La dama del lago.
De 1814 data su primera novela, Waverley,
publicada anónimamente como la mayoría de las que le siguieron, en
consideración a los cargos públicos de su autor (sheriff de Selkirk
desde 1799 y secretario de los tribunales de justicia de Edimburgo desde
1806) y la dudosa reputación del género. Con ella y con las posteriores
(El anticuario, Rob Roy, Ivanhoe, El pirata, Quentin Durward, El talismán)
estableció los cánones de la novela histórica, tal como ésta iba a
desarrollarse hasta bien entrado el siglo XX. La más famosa de las
citada es Ivanhoe (1820), que desarrolla las contradicciones entre los sajones y los normandos en un argumento de aventuras.
La autoría de estas novelas no se reveló hasta 1826,
año por otro lado especialmente doloroso para Scott, que sufrió la
muerte de su esposa y la quiebra de la editorial Constable, en la que
había invertido dinero y por la que contrajo una deuda de 130.000
libras. Antes, en 1820, había sido nombrado barón de Abbotsford.
Los estudiosos de la obra de Walter Scott lo definen
como el fundador de la novela histórica, y alaban sus facultades para
recrear la realidad del pasado de Escocia y de la Edad Media con vigor y
talento descriptivo, basándose en diálogos y argumentos que fascinan
por la cualidad de crear expectativa en el lector. Por otra parte,
mostró un excelente olfato para discernir los conflictos políticos de su
época y representarlos en la ficción. Maestro del diálogo y la
descripción, poseedor de un estilo vigoroso y poético, Walter Scott
influyó en los novelistas de su época, tanto de su patria como foráneos,
y también en los músicos y pintores que glosaron y recrearon sus temas.
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(Londres, 1757 - 1827) Pintor, grabador y poeta británico, una de las
figuras más singulares y dotadas del arte y la literatura inglesa. Fue
para algunos un místico iluminado, un religioso atrapado en su propio
mundo, y para otros un pobre loco que sobrevivía gracias a los pocos
amigos que, como Thomas Butts, creían en su arte y le compraban algunos
grabados. La posteridad, sin embargo, ha considerado a William Blake
como un visionario.
Su padre era calcetero, y parece haber pertenecido a una secta de
seguidores de Swedenborg. En 1771 Blake empezó a trabajar como aprendiz
con el grabador James Bazire; en 1780 conoció al rígido y frío escultor
neoclásico John Flaxman, de quien aprendió el gusto por la seguridad y
la precisión de contornos en el dibujo.
Durante la primera época de su vida, que llega hasta su matrimonio en
1782 con Catherine Boucher (la cual se reveló para él una esposa ideal) y
la publicación de los Poetical Sketches (Esbozos poéticos, 1783), se
dedicó a la poesía y a las artes plásticas; estudió a los artistas
griegos, a Rafael, a Durero y sobre todo a Miguel Ángel, al que, incapaz
de asimilar en su potencia creadora y volumétrica, tradujo en términos
lineales, con lo cual se aproximó inconscientemente al juego curvilíneo
de los miniaturistas célticos. De su gran entusiasmo por el famoso
escultor participaba también el pintor suizo H. Fuseli (Füssli), que se
estableció en Inglaterra en 1779, fue conservador de la Royal Academy e
influyó indudablemente en Blake.
Blake, por otra parte, experimentó además la influencia del gótico, y
copió los monumentos sepulcrales de la abadía de Westminster y de otros
templos antiguos. Flaxman le introdujo en la tertulia de Mrs. Mathew,
donde fueron también apreciadas sus cualidades de poeta. Componía ya
versos desde 1768-69, y, aun cuando no estudios regulares, sí había
realizado amplias lecturas: Shakespeare, Milton, la Biblia y Ossian. Se
inspiraba en el estilo de la época isabelina, y no ocultaba su desprecio
por la afectación y los primores de los poetas barrocos.
En 1783 fueron impresos, a expensas de Flaxman y del reverendo Henry
Mathew, los Poetical Sketches; pero la gestión de estos mecenas debió de
resultar poco grata al autor, ya por las palabras de condescendiente
protección antepuestas por Mathew o bien a causa del mismo vocablo
sketches (al que Blake daba un sentido peyorativo) del título, acerca
del cual no había sido consultado el poeta. A Blake, que ni tan sólo
pudo revisar las pruebas, le fue entregada toda la edición para que
dispusiese de ella a su gusto; el autor se limitó a distribuir algunos
ejemplares de la obra a varios amigos, y no habló ya más del libro.
La segunda etapa de su vida (1783-1803) comprende la maduración de su
arte poético y pictórico. En 1784 abrió un negocio de grabados, que
mantuvo hasta la muerte de su hermano Robert; luego trabajó para otros:
primero con Thomas Butts, quien le ayudó generosamente y fue siempre
amigo suyo, y, más tarde (1800), junto a William Hayly, noble que se
jactaba de poeta y mecenas y que asignó a Blake como residencia un
"cottage" en Felpham, en el litoral de Sussex, donde nuestro autor pasó
tres plácidos años y compuso algunos versos que figuran entre los más
deliciosos y abstrusos de su producción. Desde 1793 a 1800 vivió en
Lambeth, suburbio de Londres. En 1789 habían aparecido los Cantos de
inocencia, ilustrados por él mismo, seguido cinco años después por los
Cantos de experiencia, donde expresa la caída del hombre en poemas
inolvidables, como "La rosa enferma" o "El tigre", de "aterradora
simetría."
En su última época (1803-27), pasada en esta capital, reveló en poesía
una extravagancia creciente, seguida por veinte años de silencio casi
ininterrumpido y un pleno afianzamiento como artista. En Londres cayó
primeramente en manos de Richard Cromek, quien lo explotó. Luego, tras
la ruptura con éste, trabajó con John Linnell (1813), pintor de paisajes
y el mejor de sus patronos; para él grabó Inventions on the Book of
Job, su obra maestra, y algunas ilustraciones para la Divina Comedia. En
los últimos años de su existencia se vio rodeado por un círculo de
amigos y discípulos.
De entre las obras literarias de sus últimos años destacan El matrimonio
del cielo y el infierno (1793), y más tarde dos entregas escritas e
ilustradas entre 1804 y 1820: Milton (1804-1818) y Jerusalén
(1804-1820), en las que abiertamente rechaza toda forma de religión
convencional y preanuncia temas caros al simbolismo de fines del siglo
XIX, como la atracción por el abismo y la caducidad de la moral
burguesa. Blake modificó, además, la métrica y los ritmos ingleses
clásicos, al incorporar a la poesía culta los procedimientos populares
de las canciones, baladas y sonsonetes infantiles. Sus cuadernos de
notas con algunos poemas breves, escritos entre 1793 y 1818, fueron
adquiridos en 1847 por el poeta D.G. Rossetti, uno de los primeros
artistas en reconocer el excepcional valor de su obra.
Estos acontecimientos externos no permiten reconstruir el carácter
extraordinario de William Blake, muy irritable y capaz de dar tanta
importancia a una cuestión privada como para llevarla a los libros,
donde el problema adquiría grandes proporciones; revolucionario en
teoría (quedó intensamente impresionado por las revoluciones de América y
Francia) y adversario de los soberanos y las leyes, manifestaba una
índole violenta, incluso a través de su aspecto físico: de escasa talla,
y con anchos hombros cuadrados y una gran cabeza autoritaria, poseía el
tipo de los hombres de la Revolución francesa.
Por otra parte, era impresionable y sincero, poseía el entusiasmo y el
sentido de la inocencia propios de un eterno muchacho o de un primitivo.
Juzgaba realidades materiales las creaciones de su viva imaginación:
así, el acontecimiento más notable de su vida hubo de ser la visión de
gran número de ángeles sobre un árbol; Blake contaba entonces diez años
escasos, y, en adelante, tuvo coloquios con profetas y santos
encarnados.
La lectura de textos de literatura mística y ocultista le afianzó en sus
creencias sobre el valor de su experiencia de visionario. Su idea
cardinal llegó a ser la desconfianza absoluta en el testimonio de los
sentidos; para William Blake, éstos suponen barreras que se interponen
entre el alma y la verdadera sabiduría y el goce de la eternidad. Al
negar el mundo sensible, no veía las cosas como aparecen, sino
únicamente los tipos y las ideas eternas y más reales que aquellas
mismas: no los corderos, sino el Cordero, ni los tigres, antes bien el
Tigre. Tales arquetipos se presentaban a sus ojos con un relieve
particular, que dio lugar a la manera exaltada de sus grabados. Como
artista, por tanto, Blake resulta un típico "manierista", en la línea de
Fuseli: en él se realiza la disolución de las formas clásicas, y ello
sin que se haya llegado todavía al nuevo equilibrio romántico.
La gran intensidad visionaria de William Blake se refleja tanto en su
obra poética como pictórica. El rechazo a la observación directa de la
naturaleza como fuente creativa le llevó a encerrarse únicamente en su
mirada interior. Así, creaba sus figuras sin preocuparse de la
estructura anatómica o de las proporciones, pues consideraba que
corregir lo que fielmente había plasmado de su visión interior resultaba
demasiado banal, ligero y superficial para un proceso que, como él
mismo dijo, se adentraba en "proporciones de eternidad demasiado grandes
para el ojo del hombre".
En la obra del artista deben señalarse los monotipos realizados a partir
de 1793, entre los cuales destaca Nabucodonosor (1795, Tate Gallery,
Londres). En el tratamiento de este tema, en que un hombre desdichado
sufre la transformación en un animal, el artista pone de manifiesto
cierta frialdad estructurada frente a lo irreal. En esta obra se
aprecian los elementos más característicos del estilo de Blake: el
predominio del dibujo sobre el color, el recurso a los contornos
ondulantes que confieren a las figuras ritmo y vitalidad, la simplicidad
monumental de sus formas estilizadas y la gestualidad de intenso
dramatismo.
Blake utilizó técnicas nuevas de grabado e impresión, como el grabado a
la acuarela en color o miniaturas impresas. Para el artista, el texto y
las ilustraciones debían constituir un todo. Cabe destacar sus
ilustraciones de el Libro de Job; la Divina Comedia de Dante o El
Paraíso perdido de Milton. Ilustró también sus propios libros: Los
cantos de inocencia, impresos por primera vez en 1789, y Los cantos de
experiencia, en 1794. En ellos combina magistralmente texto e imagen con
una técnica que se superpone al aguafuerte y al acabado a mano,
estableciendo una íntima fusión entre el mundo de las ideas y el de los
estímulos visibles. A Blake le interesaba expresar el mundo a través de
las emociones, más allá de la razón, pero esa cualidad de "visionario"
en Blake no fue más que una fuerza mística y espiritual.
La mayor parte de los escritos de William Blake fue publicada en una
forma que él mismo inventó y empezó a emplear hacia 1788. Con arreglo a
este método de illuminated printing (impresión miniada), el texto y sus
ilustraciones eran trasladados en sentido inverso encima de planchas de
cobre con una sustancia no alterable por la acción de los ácidos (una
especie de barniz); luego éstas eran grabadas como un aguafuerte hasta
que, por último, toda la ilustración adquiría relieve. Después se
obtenían con ello los grabados, que más tarde el artista iluminaba
delicadamente a la acuarela, con lo cual cada una de las copias poseía
una individualidad propia.
Hacia 1793, Blake Introdujo una modificación en el procedimiento
original: el "woodcutting on copper" (talla sobre cobre), empleado junto
con el otro método en casi todas las obras impresas a partir de aquella
fecha. En tal sistema la plancha era recubierta al principio con un
fondo; las partes que habían de ser grabadas, o sea los contornos del
dibujo, eran sacadas con un instrumento puntiagudo; luego se quitaba el
fondo en el espacio destinado al texto, que era llevado sobre el metal
como en el otro procedimiento y, finalmente, se grababa todo el cobre
mediante el ácido. Sólo en algunas de las obras de Blake se utilizó el
método corriente de grabado.
La personalidad de William Blake resultaba demasiado excepcional como
para que pudiera ser incluida en la tradición inglesa y hacer escuela
(siquiera en pintura tuviese algún seguidor, como Samuel Palmer). Con
todo, desde su revalidación en 1863 por obra de los prerrafaelistas,
conoció una amplia fortuna póstuma. Como poeta, Las bodas del cielo y
del infierno es su obra más divulgada. Revela una clara influencia de
Swedenborg, y es una mezcla de visiones apocalípticas y de aforismos
sibilinos.
A pesar de que la perspectiva actual, después de los avances del
psicoanálisis y la antropología, permite acceder a la obra de Blake de
otro modo, ésta evidencia una sabiduría inusual que se caracteriza por
reflejar la oscuridad de lo inaccesible. Como otros contemporáneos,
William Blake descubrió las fisuras y lagunas que la Ilustración dejaba
de lado ante cuestiones de gran trascendencia, y espetó su particular
alegato con una densidad profética y una energía premonitoria que lo
convirtieron en una figura clave para el desarrollo de la poética
romántica.
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(Lübeck, 1875 -
Kilchberg, 1955) Escritor alemán, premio Nobel en 1929. Criado en Lübeck
en el seno de una familia patricia, a la muerte de su padre en 1893
siguió a su madre a Munich, donde trabajó como aprendiz en una compañía
de seguros. Más tarde, aprovechando en parte las relaciones de su
hermano Heinrich, colaboró con varias revistas, entre ellas
Simplizissimus. De 1895 a 1897 estuvo en Italia, acompañando a su
hermano.
En su juventud, su postura quedó reflejada en
las Consideraciones de un apolítico, planteadas en gran medida contra el
Zola, que había publicado precisamente Heinrich. En 1933, aprovechando
una gira de conferencias, y siguiendo el consejo de sus hijos, no volvió
a Alemania, sino que se exilió primero en Sanary-sur-Mer, cerca de
Marsella, y luego en Küsnacht, junto a Zurich. En esa época no se
definió políticamente, se mantuvo apartado de los círculos de exiliados e
incluso prometió al ministerio de Propaganda alemán, en 1933,
abstenerse de manifestaciones políticas, pues no quería hacer peligrar
la relación con sus lectores alemanes ni la edición de José y sus
hermanos.
En 1938 se trasladó a California, donde
residió hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Desde allí dio una
serie de charlas radiofónicas de propaganda para la BBC bajo el
apelativo común de Deutsche Hörer (1940-1945, ¡Oyentes alemanes!) y
diversas conferencias de orientación antifascista. En 1947 visitó
Alemania y participó en la primera reunión de posguerra del PEN-Club en
Zurich. En 1952, decepcionado por la situación en Estados Unidos a raíz
de la muerte de Franklin D. Roosevelt, volvió a Europa y se estableció
de nuevo en Suiza, vastamente honrado a partir de allí por sus
conciudadanos alemanes.
La producción literaria de Mann
fue enorme y, de entre ella, merece destacarse cronológicamente Los
Buddenbrook (1901), novela subtitulada "decadencia de una familia", que
narra precisamente el progresivo declive de una estirpe hanseática en el
curso del siglo XIX, sobre el fondo de los procesos de cambio
sociológico producidos en esa época. Escrita bajo la influencia del
radicalismo cultural de Nietzsche, en sus páginas aparece la oposición
entre mundo y arte, lo que será un tema recurrente en el autor.
Tonio
Kröger (1903), relato publicado conjuntamente con otros varios, es la
biografía de un artista, temáticamente muy cercana a Los Buddenbrook, y,
según confesión del propio Mann, la obra que afectivamente le era más
próxima. En la novela Alteza real (1909), el heredero de un pequeño
principado alemán se casa con la hija de un millonario estadounidense,
con lo que sanea el erario y, a la vez, da un sentido a su propia
existencia, hasta entonces meramente decorativa: se trata de una
"comedia en forma novelesca", narrada con simpática ironía.
La
muerte en Venecia (1913), sin duda la más acabada síntesis de la
poética del autor, y una cumbre en el género de la novela breve,
presenta a través de sus protagonistas, el músico moribundo y el joven
Tadzio, una sutil relación dialécticta entre el apogeo de la belleza y
la inevitable presencia de la muerte. En La montaña mágica (1924), vasta
novela comenzada en 1912, que pretendía en un principio ser una especie
de sátira de La muerte en Venecia, Hans Castorp, patricio alemán
internado siete años en un sanatorio pulmonar internacional suizo, vive
un proceso formativo: con la excusa de las varias conversaciones que se
entrecruzan en ese mundo cerrado, Mann intercala una serie de ensayos
sobre múltiples cuestiones y traza un cuadro minucioso de la sociedad
europea anterior a la Primera Guerra Mundial.
La
tetralogía José y sus hermanos (1933-1943), recreación del relato
bíblico pero sin ninguna pretensión de historicidad, refleja la
evolución del pensamiento del autor desde el irracionalismo del período
1914-1918, pasando por la democracia burguesa de la década de 1920 y los
planteamientos condicionadamente socialistas de la de 1930, hasta su
admiración por el New Deal de Roosevelt, que se hace evidente en la
última de las cuatro novelas, cuyo eje gira en torno a la síntesis entre
cuerpo y espíritu.
En Carlota en Weimar (1939), donde
se relata el reencuentro de Goethe, en la culminación de su vida, con
Carlota, su amante de juventud, Mann dibuja al representante del
clasicismo alemán como el artista que ha logrado la armoniosa fusión en
sí mismo entre las personalidades del poeta y el ciudadano. Doctor
Faustus (1947), considerada unánimemente su obra maestra, señala en el
subtítulo que se trata de "La vida del compositor alemán Adrian
Leverkühn narrada por un amigo". Centrada en el carácter ambivalente del
dotado compositor, que cae en manos del diablo, refleja la decadencia y
una mezcla de culpa e incapacidad de la sociedad burguesa alemana,
desde fines del siglo XIX hasta la actualidad, con una madurez que elude
la facilidad de las conclusiones.
Confesiones del
aventurero Félix Krull (1954), finalmente, es una renovación de la
novela picaresca y al mismo tiempo parodia de la tradicional "novela de
formación" alemana. El seductor Félix, hijo de un fabricante de vinos
espumosos, cambia nombre y rol social con un aristócrata en un hotel de
París, donde hacía su aprendizaje y se va, en lugar de aquel, de viaje
por el mundo. El argumento reanuda un tema básico de Mann: la decadencia
y la degeneración no sólo son fronterizas del crimen, sino también una
posibilidad de ampliar los límites de la existencia. Como acompañamiento
de su obra narrativa, aparte de un único drama, Fiorenza (1906), Thomas
Mann fue asimismo autor de una ingente producción ensayística.
Foto: 12 DE AGOSTO DE 1955 MUERE THOMAS MANN
(Lübeck,
1875 - Kilchberg, 1955) Escritor alemán, premio Nobel en 1929. Criado
en Lübeck en el seno de una familia patricia, a la muerte de su padre en
1893 siguió a su madre a Munich, donde trabajó como aprendiz en una
compañía de seguros. Más tarde, aprovechando en parte las relaciones de
su hermano Heinrich, colaboró con varias revistas, entre ellas
Simplizissimus. De 1895 a 1897 estuvo en Italia, acompañando a su
hermano.
En su juventud, su postura quedó reflejada en
las Consideraciones de un apolítico, planteadas en gran medida contra el
Zola, que había publicado precisamente Heinrich. En 1933, aprovechando
una gira de conferencias, y siguiendo el consejo de sus hijos, no volvió
a Alemania, sino que se exilió primero en Sanary-sur-Mer, cerca de
Marsella, y luego en Küsnacht, junto a Zurich. En esa época no se
definió políticamente, se mantuvo apartado de los círculos de exiliados e
incluso prometió al ministerio de Propaganda alemán, en 1933,
abstenerse de manifestaciones políticas, pues no quería hacer peligrar
la relación con sus lectores alemanes ni la edición de José y sus
hermanos.
En 1938 se trasladó a California, donde
residió hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Desde allí dio una
serie de charlas radiofónicas de propaganda para la BBC bajo el
apelativo común de Deutsche Hörer (1940-1945, ¡Oyentes alemanes!) y
diversas conferencias de orientación antifascista. En 1947 visitó
Alemania y participó en la primera reunión de posguerra del PEN-Club en
Zurich. En 1952, decepcionado por la situación en Estados Unidos a raíz
de la muerte de Franklin D. Roosevelt, volvió a Europa y se estableció
de nuevo en Suiza, vastamente honrado a partir de allí por sus
conciudadanos alemanes.
La producción literaria de Mann
fue enorme y, de entre ella, merece destacarse cronológicamente Los
Buddenbrook (1901), novela subtitulada "decadencia de una familia", que
narra precisamente el progresivo declive de una estirpe hanseática en el
curso del siglo XIX, sobre el fondo de los procesos de cambio
sociológico producidos en esa época. Escrita bajo la influencia del
radicalismo cultural de Nietzsche, en sus páginas aparece la oposición
entre mundo y arte, lo que será un tema recurrente en el autor.
Tonio
Kröger (1903), relato publicado conjuntamente con otros varios, es la
biografía de un artista, temáticamente muy cercana a Los Buddenbrook, y,
según confesión del propio Mann, la obra que afectivamente le era más
próxima. En la novela Alteza real (1909), el heredero de un pequeño
principado alemán se casa con la hija de un millonario estadounidense,
con lo que sanea el erario y, a la vez, da un sentido a su propia
existencia, hasta entonces meramente decorativa: se trata de una
"comedia en forma novelesca", narrada con simpática ironía.
La
muerte en Venecia (1913), sin duda la más acabada síntesis de la
poética del autor, y una cumbre en el género de la novela breve,
presenta a través de sus protagonistas, el músico moribundo y el joven
Tadzio, una sutil relación dialécticta entre el apogeo de la belleza y
la inevitable presencia de la muerte. En La montaña mágica (1924), vasta
novela comenzada en 1912, que pretendía en un principio ser una especie
de sátira de La muerte en Venecia, Hans Castorp, patricio alemán
internado siete años en un sanatorio pulmonar internacional suizo, vive
un proceso formativo: con la excusa de las varias conversaciones que se
entrecruzan en ese mundo cerrado, Mann intercala una serie de ensayos
sobre múltiples cuestiones y traza un cuadro minucioso de la sociedad
europea anterior a la Primera Guerra Mundial.
La
tetralogía José y sus hermanos (1933-1943), recreación del relato
bíblico pero sin ninguna pretensión de historicidad, refleja la
evolución del pensamiento del autor desde el irracionalismo del período
1914-1918, pasando por la democracia burguesa de la década de 1920 y los
planteamientos condicionadamente socialistas de la de 1930, hasta su
admiración por el New Deal de Roosevelt, que se hace evidente en la
última de las cuatro novelas, cuyo eje gira en torno a la síntesis entre
cuerpo y espíritu.
En Carlota en Weimar (1939), donde
se relata el reencuentro de Goethe, en la culminación de su vida, con
Carlota, su amante de juventud, Mann dibuja al representante del
clasicismo alemán como el artista que ha logrado la armoniosa fusión en
sí mismo entre las personalidades del poeta y el ciudadano. Doctor
Faustus (1947), considerada unánimemente su obra maestra, señala en el
subtítulo que se trata de "La vida del compositor alemán Adrian
Leverkühn narrada por un amigo". Centrada en el carácter ambivalente del
dotado compositor, que cae en manos del diablo, refleja la decadencia y
una mezcla de culpa e incapacidad de la sociedad burguesa alemana,
desde fines del siglo XIX hasta la actualidad, con una madurez que elude
la facilidad de las conclusiones.
Confesiones del
aventurero Félix Krull (1954), finalmente, es una renovación de la
novela picaresca y al mismo tiempo parodia de la tradicional "novela de
formación" alemana. El seductor Félix, hijo de un fabricante de vinos
espumosos, cambia nombre y rol social con un aristócrata en un hotel de
París, donde hacía su aprendizaje y se va, en lugar de aquel, de viaje
por el mundo. El argumento reanuda un tema básico de Mann: la decadencia
y la degeneración no sólo son fronterizas del crimen, sino también una
posibilidad de ampliar los límites de la existencia. Como acompañamiento
de su obra narrativa, aparte de un único drama, Fiorenza (1906), Thomas
Mann fue asimismo autor de una ingente producción ensayística.
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6 DE AGOSTO DE 1945 EE.UU. LANZA UNA BOMBA ATOMICA
SOBRE HIRISHIMA
Hibakusha (被爆者) es una palabra que muchos conocen en Japón, y
que sin duda fuera del país del sol naciente se desconoce por,
probablemente, poco interés en que dicho calificativo se comprendiese en
otras partes del mundo. Una de las peores consecuencias de las decenas
de guerras que el hombre ha organizado durante toda su historia, fueron
los lanzamientos en terreno urbano de armas nucleares. Japón,
lamentablemente, es el único país del mundo que ha sufrido las
consecuencias de una bomba nuclear explosionada en terreno habitado por
miles de personas, y además lo ha sufrido por partida doble.
El presidente de Estados Unidos en 1945, Truman, ordenó finalizar la guerra contra el Imperio de Japón demostrando la superioridad americana y, para ello, permitió los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki. Entre el 6 de agosto y el 9 de agosto de 1945 las bombas mataron o condenaron a muerte a unas 246.000 personas. Muchas murieron en el bombardeo, otras tardaron tiempo en morir de sus heridas o por los efectos de la radiación. Sin embargo, otros lograron sobrevivir a las bombas nucleares durante muchos años, aunque la mayoría quedaron marcados por las abrasiones producidas por la radiación, mostrando grandes cicatrices en el cuerpo. Estos sobrevivientes son los llamados Hibakusha, que podríamos traducir como “persona bombardeada” (hibaku – bomba y sha – persona).
Lamentablemente, la historia de los Hibakusha no termina aquí.
Esta palabra, con el que se designa a los supervivientes de los
bombardeos nucleares, ha sido para muchas personas un peso aún mayor en
sus vidas. El sentido común indicaría que estas personas, la mayoría con
lesiones físicas o psicológicas, debían ser cuidadas y amparadas por la
sociedad. Sin embargo, durante un tiempo en Japón ser Hibakusha significaba obtener el rechazo de gran parte de la sociedad.
Se estima que el número de hibakushas podría haber rondado los 360.000,
de los cuales la mayoría tenía secuelas evidentes o cánceres
procedentes de la radiación. Entre los Hibakusha no sólo se cuentan las
víctimas directas, sino también los hijos de dichas personas que padezcan algún tipo de problema físico relacionado con la radiación.
Al
dolor físico y psicológico se le añadió un rechazo social, provocado
por el desconocimiento. En dicho momento, pocos años después de
finalizar la guerra, habían un gran temor a las armas nucleares y a la
radiación. El mundo había visto, a grandes rasgos, lo que podía hacer la
radiación, y eso que muchos de sus efectos a largo plazo eran
desconocidos en aquellos tiempos. Los amigos, familiares y vecinos de
los Hibakusha rechazaron a estos supervivientes, pensando que quizás la
radiación o las enfermedades provocadas por la misma podrían
contagiarse a otras personas. El rechazo fue tan generalizado que
muchos supervivientes tuvieron grandes problemas, no solo sociales,
también económicos, pues no conseguían empleo de forma fácil.
Por este motivo, muchas victimas de los bombardeos guardaban
el secreto y no se lo contaban a nadie, si sus heridas no los delataban
de forma sencilla. De esta forma, y aunque el gobierno destinó ayudas a
los Hibakusha, el miedo a ser rechazados por sus vecinos provocó que
muchos supervivientes o damnificados por la radiación no cobrasen sus
respectivas ayudas. Este rechazo duró muchos años y, aunque en los
tiempos modernos nuestro conocimiento sobre la radiación y las
enfermedades mejoró mucho, hasta hace muy poco muchas personas aún
seguían teniendo cierto reparo de los Hibakusha.
Algunos de los supervivientes formaron en 1956 el grupo Nihon Hidankyō (日本被団協).
Se trata de una organización de hibakushas que, desde dicho año,
presiona al gobierno japonés y a otras naciones para que ayuden a los
supervivientes de las bombas nucleares y trabajen para la abolición de
las bombas nucleares y las bombas termonucleares.
(Buenos Aires, 1900 - 1942) Escritor y periodista
argentino, una de las figuras más singulares de la literatura
rioplatense. Autodidacta, lector de Nietzsche y de la gran narrativa rusa (Dostoievski, Gorki)
y vinculado a principios de la década del veinte con el progresista y
didáctico Grupo de Boedo, se le considera el introductor de la novela
moderna en su país, aunque su reconocimiento no le llegó hasta los años
cincuenta.
El Grupo de Boedo tomó su nombre de una calle de
los suburbios proletarios de Buenos Aires. En oposición a las
tendencias estéticas más formales del Grupo de la Florida, en el cual
desempeñaron un papel determinante primero Ricardo Güiraldes y después Jorge Luis Borges,
el Grupo de Boedo constituía una corriente literaria comprometida en la
crítica de la sociedad, siendo decisiva para su concepción artística la
influencia de Dostoievski, tanto en la elección de los temas como en la
visión del mundo, sobre todo en la concepción del destino del hombre.
Biografía
Roberto Arlt se crió en una humilde familia de
inmigrantes: su padre era alemán y su madre, una triestina imaginativa y
sensible, le recitaba versos de Dante y de Torquato Tasso.
Abandonó su hogar cuando era un adolescente a causa de disputas con su
padre. Cursó estudios elementales, pero frecuentó las bibliotecas de
barrio, donde se inició desordenadamente en la lectura de Rudyard Kipling, Emilio Salgari, Julio Verne, R. L. Stevenson y Joseph Conrad,
entre otros, a la vez que desempeñaba diversos oficios: dependiente de
librería, aprendiz de hojalatero, mecánico y vendedor de artículos
varios.
Ya casado se trasladó a Córdoba, pero el fracaso en su
intento de mejorar la situación económica le obligó a regresar con su
familia a Buenos Aires: traía consigo el manuscrito de El juguete rabioso. En la capital trabajó como periodista e inventor. En la Revista Popular publicó su primer cuento, Jehová, al que le siguió un ensayo, Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires.
Luego colaboró en Patria, periódico nacionalista de derechas, pero dos
años después pasó a publicaciones de signo opuesto como Extrema
Izquierda y Última Hora. Tras varios intentos logró publicar en la
revista Proa dos capítulos de su novela El juguete rabioso (1926), que llegaría a considerarse un hito en la literatura argentina.
El periodismo fue, para Arlt, el medio principal
de subsistencia. En 1927 ya era cronista policial en Crítica y un año
después pasó a ser redactor del diario El Mundo. Allí aparecieron sus
cuentos El jorobadito y Pequeños propietarios. Su columna Aguafuertes porteñas
(1933), en la que arrojaba una mirada incisiva sobre la ciudad y sus
habitantes, le dio gran popularidad: eran textos llenos de ironía y
mordacidad, retratos de tipos y caracteres propios de la sociedad
porteña. Dio a conocer artículos, cuentos y adelantos de novelas desde
las páginas de las revistas Claridad, El Hogar, Azul y Bandera Roja.
Resultado de su labor como corresponsal en Europa y África son Aguafuertes españolas (1936) y El criador de gorilas (1941), cuentos de tema "oriental".
Para muchos su obra más acabada es Los siete locos
(1929), una inquietante novela sobre la impotencia del hombre frente a
la sociedad que lo oprime y lo condena a traicionar sus ideales. La
novelística de Arlt incluye también Los lanzallamas (1931) y El amor brujo (1932). La colección de cuentos El jorobadito (1933) reitera la temática de sus novelas: la angustia, la humillación y la hipocresía de la sociedad burguesa.
Arlt protagonizó un intento de renovación del teatro argentino a través de Trescientos millones (1932), a la que siguieron otras siete piezas dramáticas, Piedra de fuego (1932), Saverio el cruel, El fabricante de fantasmas (1936), La isla desierta (1937), África (1938), La fiesta del hierro (1940) y El desierto entra a la ciudad (1941), presentadas casi todas en el Teatro del Pueblo que dirigía Leónidas Barletta.
Aunque conoció el éxito y fue leído masivamente,
los sectores académicos criticaban sus incorrecciones sintácticas. A
finales de los años cincuenta su obra comenzó a ser reivindicada como
uno de los mayores logros de la literatura argentina. El estilo
arltliano se caracteriza por frases cortadas o desestructuradas y por la
incorporación de jergas y barbarismos. Su obra refleja la frustración
de las clases populares urbanas durante la crisis que culminó en 1930:
sus personajes son a menudo marginados que atraviesan situaciones
límite; el mundo cotidiano de la gran ciudad aparece vinculado con un
universo enrarecido, sórdido y hasta fantástico.
La obra narrativa de Roberto Arlt
A Arlt nunca le interesó mantenerse dentro del
"buen gusto", ni se privó de utilizar ninguna herramienta al alcance de
su escritura que fuera eficaz para retratar la realidad de un modo
descarnado; por ello algunos de sus libros causaron revuelo y escándalo.
La "desprolijidad" de su escritura, los "errores ortográficos" que se
le imputaban, quedan reducidos a meros detalles anecdóticos a la hora de
evaluar una obra que ocupa un lugar esencial dentro de la literatura
argentina del siglo XX, justamente por la fuerza de un estilo y de unos
argumentos ajenos a toda voluntad estetizante, característicos de otras
corrientes dominantes en la literatura nacional. En el prólogo a Los lanzallamas
(que suele ser considerado como una manifestación esencial y definitiva
de sus ideas en torno a la labor literaria), Roberto Arlt defiende su
papel de creador frente al establishment, al tiempo que critica con dureza el sistema de reconocimiento y promoción cultural de la época.
La obra de Arlt ha sido vista como un espacio de
confluencia de los discursos más significativos de su tiempo: desde las
utopías socialistas y anarquistas de las primeras décadas del siglo XX a
la subsiguiente irrupción de los proyectos totalitarios (especialmente,
el nazismo y el fascismo), así como un amplio repertorio de saberes vinculados a las ciencias ocultas. En su novela Los siete locos,
este último aspecto se evidencia con mayor contundencia, a través de
los sueños y las fantasías que encarnan en sus personajes y que se
vinculan con toda una iconografía ocultista.
En la casi totalidad de sus obras, el autor
presenta unos personajes (las más de las veces desclasados, marginales,
humillados) que se enfrentan, en notoria situación de desventaja, con
las perversas leyes de la sociedad burguesa. El robo, la traición o la
decepción constituyen las preocupaciones temáticas en torno a las cuales
gira el destino de los personajes de Arlt. Arlt retrató con exasperado
realismo a la pequeña burguesía porteña, a emigrantes sin raíces y seres
que bordeaban la marginación. Su primera novela, El juguete rabioso
(1926), con abundantes elementos de inspiración autobiográfica, relata
la difícil iniciación en la vida de Silvio Astier, un adolescente
soñador de origen humilde cuyos fracasos le impulsan a una afirmación
por la rebeldía y la delincuencia.
A esta obra siguió el díptico narrativo formado por Los siete locos (1929) y Los lanzallamas
(1931). Si en su primera novela se daba todavía algo parecido a una
estructura y la escritura se sometía a ciertas convenciones literarias,
en estas dos nuevas novelas el autor actúa con total libertad (en
ocasiones, por ejemplo, no se sabe quién narra) y logra dar el adecuado
tono de pesadilla que conviene a su asunto. Un antihéroe, Erdosain,
acusado de desfalco y abandonado por su esposa, se asocia con el
Astrólogo, insólito personaje que controla el inframundo social y que
urde una conspiración para terminar con la sociedad capitalista y salvar
a la humanidad. El reto a la sociedad fracasa y, atrapados en la
falacia de una revolución irrealizable, los personajes quedan perdidos
en su soledad y mueren o desaparecen.
El teatro
Arlt renovó con originalidad el teatro en su país. Se inició en la escena en 1932 con Trescientos millones, "obra en un prólogo y tres actos", a la que le seguirían otras siete piezas dramáticas. Trescientos millones
trata de una criada, seducida por el hijo de la casa, cuya triste
existencia es sólo soportable gracias a los personajes del folletín y de
cuentos de hadas que pueblan su mente. La mezcla de imaginación y
realidad se percibe también en El fabricante de fantasmas (1936),
sobre un dramaturgo que asesina a su esposa y reproduce el crimen en
sus obras hasta ejecutar al fin la sentencia en sí mismo. En Saverio el Cruel (1936), la fantasía degenera en locura y muerte porque los personajes no logran hacer coincidir sus respectivas ensoñaciones.
El conjunto de la obra dramática de Arlt se
caracteriza por su esencia fantástica y farsesca, aunque con desenlaces
trágicos. Por otra parte, y al igual que en su narrativa, es siempre
visible un trasfondo de crítica social. Sus personajes encarnan la
proyección de deseos, vivencias, frustraciones, escrúpulos de conciencia
o remordimientos, dentro de una estética que aproxima a las obras
teatrales de Arlt a tendencias tales como el "teatro dentro del teatro",
el "teatro del espejo" y el teatro grotesco.
Si en su narrativa la angustia aparece como
motivación recurrente, en el teatro de Arlt el equivalente sería el
"soñar despierto". Pero estos sueños se enfrentan con la dura realidad y
se desvanecen bruscamente. De ahí que uno de los soportes que más
predomina en su propuesta teatral sea el del imprevisto, que irrumpe en
mitad del sueño reinstalando violentamente al personaje en la realidad.
Estas obras, escritas durante los diez últimos años de la vida de su
autor, fueron estrenadas en algunos casos de manera póstuma y muy
representadas durante las décadas siguientes.
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