jueves, 5 de noviembre de 2020

4 DE NOVIEMBRE DE 1780 TÚPAC AMARU SE REBELA CONTRA LOS CONQUISTADORES

4 DE NOVIEMBRE DE 1780 
TÚPAC AMARU SE REBELA CONTRA LOS 
CONQUISTADORES 

(José Gabriel Condorcanqui o Quivicanqui; Surimana, 1738 - Cuzco, 1781) Revolucionario peruano. José Gabriel Condorcanqui descendía por línea materna de la dinastía real de los incas: era tataranieto de Juana Pilco-Huaco, la hija del último soberano inca, Túpac Amaru I, que había sido ejecutado por los españoles en 1572. Más de doscientos años después, en 1780, el vigoroso José Gabriel, hombre carismático, culto y de elegante estampa, lideró el más importante de los levantamientos indígenas contra las autoridades coloniales españolas.

Túpac Amaru II [José Gabriel Condorcanqui]
Tras el fracaso de la revuelta, que ha sido vista como el preludio de las luchas por la independencia, fue ejecutado con extrema crueldad, uniendo su destino al de su ancestro. Las rebeliones indígenas prosiguieron durante dos años en diversas regiones del país, y obligaron a las autoridades a introducir poco más que algunas reformas. Pero el nombre de Túpac Amaru se convirtió en símbolo y bandera para posteriores insurrecciones indígenas y criollas; todavía en el siglo XX diversos movimientos guerrilleros revolucionarios reivindicaron su figura.
Biografía
Hijo del cacique Miguel Condorcanqui, nació Surimana o quizá en Tungasuca hacia 1738, y se educó con los jesuitas en el Colegio de San Bernardo de Cuzco. Durante un tiempo se dedicó al negocio del transporte entre las localidades de Tungasuca, Potosí y Lima, para lo cual contó con un contingente de varios centenares de mulas; hizo también fortuna en negocios de minería y tierras. Hombre educado y carismático, llegó a ser cacique de Tungasuca, Surimana y Pampamarca, y las autoridades reales le concedieron el título de marqués de Oropesa.
Su prestigio entre los indios y mestizos le permitió encabezar una rebelión contra las autoridades españolas del Perú en 1780; dicha rebelión (precedida por otras similares) estalló por el descontento de la población contra los abusos de los corregidores y contra los tributos, el reparto de mercaderías y las prestaciones obligatorias de trabajo que imponían los españoles (mitas y obrajes).
José Gabriel Condorcanqui adoptó el nombre de su ancestro Túpac Amaru (razón por la que sería conocido como Túpac Amaru II) como símbolo de rebeldía contra los colonizadores. Se presentó como restaurador y legítimo heredero de la dinastía inca y envió emisarios para extender la rebelión por todo el Perú. El levantamiento se dirigía contra las autoridades españolas locales, manteniendo al principio la ficción de lealtad al rey Carlos III. Sin embargo, no solamente los insistentes abusos de los corregidores, sino también la dureza de algunas de las recientes medidas impulsadas por la misma monarquía española (y las cargas económicas que implicaron para la población indígena) fueron el motor de la sublevación de Túpac Amaru II.
Las raíces de una crisis
Los levantamientos de finales del siglo XVIII, en especial en las regiones con una fuerte presencia indígena, fueron el preludio de la descomposición del imperio español en América. Debido a la penuria en que se hallaban las arcas públicas a causa de los conflictos internacionales, la corona española impuso una carga fiscal excesiva en sus dominios americanos. El despliegue reformista que transformó el viejo orden colonial entre los años 1776 y 1787, período en que José de Gálvez ocupó la Secretaría de Indias, tuvo consecuencias divergentes en los distintos territorios. En general, las nuevas medidas favorecieron el crecimiento de las economías portuarias vinculadas al comercio con España.
En cambio, sobre las regiones que habían sido hasta entonces centros neurálgicos del imperio, como Perú, el impacto fue más bien negativo. Las ciudades sufrieron un claro retroceso, como muestra el estancamiento de Lima, y se desencadenó una crisis económica, con caída de la industria y de la circulación monetaria, así como una gran inquietud social a causa de la fuerte presión fiscal, que castigó duramente a las clases campesinas y urbanas, atrapadas entre el descenso de sus ingresos y el alza de los precios. Las poblaciones indígenas, el eslabón más débil del sistema económico, no podían cumplir con estas imposiciones; sufrieron los abusos de los corregidores, y no encontrarían otro camino que enfrentarse a esa opresión con métodos violentos.

Túpac Amaru II
Al llegar a Lima el visitador José Antonio de Areche (enviado por José de Gálvez para ejecutar las nuevas medidas dictadas por la corona), se inició un sistemático aumento de los impuestos de alcabala y un reajuste de los impuestos aduaneros en el sur de Perú, lo cual produciría grandes dificultades comerciales. Por ejemplo, para ir de Arequipa al Cuzco había que pasar por territorio del Virreinato del Río de la Plata, porque Puno pertenecía a esa jurisdicción, y ello comportaba el pago de impuestos aduaneros. Por otra parte, una vez legalizado el reparto forzoso de mercaderías (la obligación de comprar mercancías al corregidor a precios injustamente altos), se intentó regular legalmente esta abusiva práctica comercial, restringiéndola a un tope que no podía ser excedido. No obstante, el corregidor Antonio Arriaga, encargado de los cacicazgos de José Gabriel Condorcanqui, había sobrepasado con creces dicho límite.
Los indígenas peruanos sufrían además la imposición del servicio personal forzoso o mita: periódicamente eran llamados y obligados a trabajar en las minas, en los campos, en las obras públicas y en el servicio doméstico a cambio de un salario irrisorio. Curiosamente, se concedían mitas para la construcción de casas para particulares porque se consideraba de "interés público", pero no así para el cultivo de determinadas plantas juzgadas dañinas, como la coca y la viña.
El sistema de mitas tuvo graves consecuencias, porque el traslado de la sierra al llano y del llano a la sierra de la población indígena (lo que se ha dado en llamar la "agresión climática") desencadenó una gran mortandad entre los indios peruanos; las aldeas se iban despoblando, de modo que a los supervivientes les tocaba cada vez con más frecuencia cumplir el servicio de mita. No eran los únicos en ser explotados: los que trabajaban en los obrajes (fábricas de tejidos) comenzaban su tarea al alba, no la interrumpían hasta que las mujeres les traían la comida y continuaban hasta que faltaba la luz solar, en una extenuante jornada.
La rebelión de Túpac Amaru
Ante este intolerable estado de cosas se produjeron numerosos alzamientos, de intensidad creciente, y que tuvieron escenarios y razones variadas; pero en Perú y en el territorio de la Audiencia de Charcas, las manifestaciones más o menos puntuales de descontento popular se transformarían en una sublevación general que sacudió los cimientos del orden colonial. Debe decirse que Túpac Amaru intentó primeramente promover, de forma pacífica, reformas que aliviasen la insoportable situación de sus protegidos. En 1776 se trasladó a Lima para solicitar que se exonerara a los indígenas de los servicios de mita y de la abusiva explotación que padecían en los obrajes. Pero todas sus reclamaciones fueron desatendidas y en 1778 volvió a su cacicazgo de Tungasuca.
La revuelta no se haría esperar. El alzamiento se inició el 10 de noviembre de 1780, con la ejecución del despótico corregidor Antonio Arriaga, que había sido apresado en Tinta por sus partidarios. Túpac Amaru lo mandó ajusticiar en la plaza de Tungasuca, ordenando asimismo la destrucción de diversos obrajes. Como respuesta inmediata, las autoridades de Cuzco enviaron una expedición punitiva formado por mil doscientos hombres, que cayó derrotada en Sangarará el 18 de noviembre.
Por razones difíciles de comprender, Túpac Amaru no intentó entonces el asalto definitivo a Cuzco, sino que regresó a Tungasuca, se autoinvistió de la dignidad de soberano legítimo del imperio incaico e intentó ingenuamente negociar la rendición de la ciudad. Mientras tanto, los llamamientos enviados a través de sus emisarios extendieron la revuelta por todo el Bajo y el Alto Perú y parte del virreinato del Río de la Plata, es decir, por la actual Bolivia, Perú y el norte de Argentina. Con razón la historiografía considera que la de Túpac Amaru fue la más importante insurrección del siglo XVIII contra el dominio español: su influencia se dejó sentir incluso en la revolución de los comuneros del virreinato de Nueva Granada (1781) y tuvo profundas repercusiones en toda la América española.
La reacción fue, como era previsible, militar y no diplomática. En enero de 1781, las fuerzas de Túpac Amaru II fueron rechazadas por los españoles en las inmediaciones de la antigua capital: el asedio de Cuzco había fracasado. A partir de entonces el movimiento se estancó y pasó a la defensiva. El virrey Agustín de Jáuregui mandó desde Lima un poderoso ejército de 17.000 hombres, al tiempo que desalentaba la rebeldía haciendo concesiones a los indios (como crear en la Audiencia una sala especial para atender sus quejas o limitar los poderes de los corregidores).
Derrota y ejecución
Apenas un mes antes de ser derrotado, Túpac Amaru envió una carta a las autoridades coloniales en la que expresaba tanto su preocupación por la situación de sus protegidos como su posición ideológica. En dicha misiva se aprecia la amplitud de sus conocimientos; se declara católico, recuerda la acción de Vespasiano y de Tito en la destrucción de Jerusalén, y compara a sus opresores con "ateístas, calvinistas y luteranos, enemigos de Dios"; detalla los abusos cometidos por los funcionarios, pide que los indígenas no sean reclutados como esclavos y que desaparezcan los malos corregidores y las encomiendas. Tras una minuciosa denuncia en torno a cada uno de los problemas planteados, basa su reclamación de justicia en el derecho indiano, del que era profundo conocedor, ya que había cursado estudios jurídicos en la Universidad de Chuquisaca.
En la noche del 5 al 6 de abril de 1781, el ejército virreinal asestó el golpe definitivo a los sublevados en la batalla de Checacupe. Túpac Amaru II se retiró a Combapata, pero fue traicionado por el criollo Francisco Santa Cruz, que lo entregó a los realistas junto con su familia. Para el líder de los rebeldes estaban reservadas, en los días que mediaron entre su captura y su ejecución, las torturas mandadas ejecutar por el implacable visitador José Antonio de Areche, cuya misión consistía en averiguar los nombres de los cómplices del vencido caudillo. Sin embargo, pese a los pocos miramientos que tuvo para con el prisionero, no obtuvo de Túpac Amaru sino esta noble respuesta: "Nosotros somos los únicos conspiradores: Vuestra Merced por haber agobiado al país con exacciones insoportables y yo por haber querido librar al pueblo de semejante tiranía."

Ejecución de Túpac Amaru
El 18 de mayo de 1781, conforme a la sentencia dictada cuatro días antes, el visitador Areche mandó ejecutar sañudamente, en presencia de Túpac Amaru, a la esposa, hijos y otros familiares y lugartenientes del cabecilla en la plaza de Cuzco. El propio Areche hubo de conceder que Túpac Amaru era "un espíritu de naturaleza muy robusta y de serenidad imponderable". Ello no fue óbice para que a continuación, convencido de que nunca lograría convertir a Túpac Amaru en delator, mandase al verdugo que le cortara la lengua, que le atasen las extremidades a gruesas cuerdas para que tirasen de ellas cuatro caballos y que se procediera a la descuartización. Así se hizo, pero las bestias no consiguieron durante largo rato desmembrar a la imponente víctima, por lo que Areche, según algunos piadosamente, según otros más airado que compadecido, decidió acabar con el inhumano espectáculo de la tortura ordenando que le cortaran la cabeza.
Cumplida la sentencia, se envió cada parte de su cuerpo a un pueblo de la zona rebelde, en un intento de dar a la ejecución un valor ejemplarizante. Aunque la revuelta continuó durante algún tiempo más (encabezada por un primo y un sobrino de Túpac Amaru) y algunas otras le siguieron, ninguna llegaría a revestir especial gravedad, y en este sentido la muerte de Túpac Amaru marcó el fin de un ciclo de levantamientos indígenas anticoloniales. Durante mucho tiempo algunos historiadores situaron en esta rebelión el inicio de la independencia del Perú; hoy posiblemente no se pueda ser tan enfático, puesto que se debe tener en cuenta que en el proceso de independencia intervinieron otros factores, como la conciencia de los criollos acerca de sus derechos de autogobierno. En cualquier caso, es innegable que el levantamiento de Túpac Amaru II tuvo un carácter plural, ya que en sus filas confluyeron indígenas, mestizos, criollos e incluso españoles, una integración que fue un paso importante para el logro de la futura emancipación.

viernes, 30 de octubre de 2020

30 DE OCTUBRE DE 2017 MUERE DANIEL VIGLIETTI

30 DE OCTUBRE DE 2017 MUERE

DANIEL VIGLIETTI

Daniel Alberto Viglietti Indart (24 de julio de 1939 – 30 de octubre de 2017) cantante, compositor y guitarrista. Nació en Montevideo, Uruguay. Se desarrolló dentro de una familia de músicos: su madre Lyda Indart era pianista, mientras que su padre Cédar Viglietti era guitarrista. En ese sentido, desde niño escuchó a sus padres y estuvo muy cercano a la música clásica y popular, los gustos de su madre y su padre, respectivamente. Cuando creció un poco empezó a estudiar guitarra con los maestros Atilio Rapat y Abel Carlevaro, adquirió una importante formación como concertista lo que le sirvió para desempeñarse como guitarrista de música popular desde los años 1960.

Desde ese momento su carrera como compositor y cantante despegó. También realizó actividades extras como la docente de música y locutor en radio, por su agitada vida ganó mucha popularidad a nivel nacional. Participó en el semanario Marcha, y luego fundó y direccionó el Núcleo de Educación Musical (Nemus). Su primera obra discográfica fue Impresiones para canto y guitarra y canciones folclóricas (1963), a la que le seguirán cinco producciones más. Su obra en muchas ocasiones fue atacada por su notable contenido izquierdista y de reivindicación social. Sus letras estaban ligadas a las luchas populares en Uruguay y en Latinoamérica.
Recordemos que este periodo el país uruguayo estaba viviendo un momento de represión de los movimientos de izquierda que antecedió al golpe de estado cívico-militar de 1973, como era esperado Viglietti fue preso en 1972. Su situación causó tanto revuelo en el mundo entero que se adelantaron varias acciones para su liberación, en el exterior también lo hicieron personajes como Jean Paul Sartre, François Mitterrand, Julio Cortázar y Oscar Niemeyer. Al ser liberado tuvo que exiliarse en Argentina, luego se establecería en Francia por once años. Durante el exilio continuó componiendo, pero no solo fueron publicados cuando regresó a su país.

Su trabajo discográfico se llamó Trabajo de hormiga. Al mismo tiempo, continuó un intenso trabajo periodístico y radiofónico, y sobre todo recorrió el mundo en giras musicales muchas sin ánimo de lucrarse, su intención era llevar su sentimiento por medio del canto y denunciando la dictadura en el Uruguay y varios países de Latinoamérica. Su intención máxima era generar con su música un cambio. El amor que el pueblo le tenia en Uruguay era notable, en el momento en que regreso el 1 de septiembre de 1984 a la ciudad de Montevideo fue recibido por miles de personas en un recital.

Desde entonces editó y reeditó numerosos trabajos entre los que se destaca, el más conocido: A dos voces con Mario Benedetti en 1985, poeta uruguayo que compartió exilio con el compositor. Realmente su música no era difundida fácilmente por los sellos discográficos, existieron algunas como el sello Orfeo. Viglietti tuvo que afrontar un largo juicio que terminó en 1999, en el cual exigía se le devolvieras los derechos de sus canciones arrebatados por la dictadura. Los discos de este periodo fueron remasterizados por él mismo, además el sello Ayuí / Tacuabé asumió la reedición de estos.

Su trabajo no solo se centró en la música, también realizó una intensa tarea de investigación, preservación y difusión de la música latinoamericana. Construyó un extenso archivo musical al que denominó «Memoria Sonora de América Latina», aquí podemos encontrar entrevistas a músicos y escritores realizadas en un lapso de 40 años de trabajo, realmente este trabajo ha permitido que la cultura sonora y musical de su país y los países de Suramérica perviva. Desde 1994 fue conductor del programa radial Tímpano por Radio El Espectador de Montevideo, este también llegó a países como Argentina, Venezuela y Francia. Desde 2004​ llevó adelante el programa televisivo Párpado transmitido​ por TV Ciudad.

Silvio Rodríguez le entregó el premio Noel Nicola el 7 de octubre de 2015, otorgado por el Proyecto para la Canción Iberoamericana Canto de Todos. También recibió premios en el festival de canción de Cataluña. Realmente debemos mencionar que su obra musical es excepcional tanto en sus letras como en sus sonidos y mezclas de la música clásica y del folclore uruguayo y latinoamericano. También se admira el trabajo que realizó de musicalizar los poemas de Líber Falco, César Vallejo, Circe Maia, los españoles Rafael Alberti y Federico García Lorca, el cubano Nicolás Guillén entre otros.

Sus temas siguen siendo muy populares, aunque claramente existen composiciones más conocidas, por ejemplo: A desalambrar, Canción para mi América, Milonga de andar lejos y Gurisito. Su obra tiene proyección mundial, y ha sido interpretada por cantantes de varias nacionalidades, como Víctor Jara, Amparo Ochoa, Isabel Parra, Joan Manuel Serrat, Alí Primera, Mercedes Sosa, Chavela Vargas y Soledad Bravo entre muchos otros. Lamentablemente, su vida terminó el 30 de octubre de 2017, luego de ser sometido a una intervención quirúrgica. Fue velado en el Teatro Solís de Montevideo acompañado de centenares de seguidores, el expresidente Pepe Mujica no dudó en dar un hermoso mensaje sobre el cantante y el gran mensaje ofrecido en cada letra.

domingo, 25 de octubre de 2020

ROBERTO FONTANARROSA MAMA

ROBERTO FONTANARROSA

MAMA

A mi mamá le gustaba mucho el trago. No puedo decir que tomaba una barbaridad, pero, a veces, cuando a la noche se acercaba a darme un beso, yo podía percibir su aliento pesado por el alcohol. Ella siempre me besaba antes de irse a dormir. Yo era chico, estoy hablando de cuando tenía 8 o 9 años. Ella se quedaba viendo televisión hasta tarde y, antes de ir a acostarse, venía y me daba un beso. Nunca dejaba de hacerlo. En la mayoría de los casos yo fingía dormir. O, si estaba dormido, habitualmente ella me despertaba sin querer porque se tropezaba contra los muebles en la semipenumbra. Tampoco podría precisar cuándo fue que ella empezó a beber con mayor asiduidad. Cuando nuestro padre vivía con nosotros, mamá casi no tomaba. En el almuerzo solía llenar su vaso con soda y luego coloreaba la soda con un chorrito mínimo de vino. Cuidadosamente, como si fuera un químico elaborando una fórmula altamente explosiva. Pero lo cierto es que, esas noches, en ocasiones, yo podía adivinar cuándo se asomaba a la puerta de mi cuarto por el aliento. Me llegaba una vaharada espesa a vino común. Así y todo, me gustaba mucho que viniera a darme un beso. Además, musitaba algo, como una plegaria o una bendición, que yo no llegaba a escuchar, pero agradecía.
Bebía a escondidas o, al menos, no lo hacía abiertamente frente a mí. Seguía tomando el vaso de soda coloreada al mediodía y también a la noche, pero nada más que eso. No sé si tomaría frente a Alcira, la señora que venía una vez a a la semana a planchar, o en compañía de Zulema, la vecina del segundo piso, pero al menos frente a mí conservaba cierto recato. Poco tiempo después, cuando yo regresaba de la secundaria, había ocasiones en que la encontraba tirada en el gallinero. Tenía un gallinero que compartíamos con Zulema, en uno de los ángulos de la terraza. Varias veces la encontré a mamá tirada entre las gallinas, que la picoteaban. No era lindo de ver. Las gallinas le ensuciaban encima, o ella se ensuciaba con la caca de las gallinas y, además, se le llenaba el vestido de plumas. Yo no sabía bien qué hacer en esas ocasiones. Al principio me volvía al departamento y me hacía la leche yo solo, para no ponerla en el difícil trance de explicarme su situación. Pero una vez, enojado, la zamarreé hasta despertarla. Me dijo que se había dormido sin querer, mientras buscaba huevos para la noche; que el sol estaba muy lindo allí en la terraza. Pero olía espantoso y no sé dónde metía las botellas.
Compraba, recuerdo, licor de huevo al chocolate. Las borracheras con licor de huevo al chocolate son terribles, devastadoras. Había días en que amanecía verde, descompuesta, con un dolor de cabeza infernal. Me decía que había tomado una copita de licor de huevo y le había caído mal. Que el hígado le latía. Siempre recuerdo esa expresión suya, «que el hígado le latía». Era muy ocurrente para hablar, muy divertida. Pero yo veía, en el cajón de basura, cómo se acumulaban las botellas. se escondía para beber. A veces mirábamos televisión —a ella le gustaba muchísimo el programa de Pipo Mancera— y de pronto se iba al baño. Sabía que el baño era un lugar eminentemente privado y que yo no me iba a atrever a espiarla allí, como sí lo había hecho una vez cuando ella se metió debajo de la mesa del living con la excusa de buscar un carretel de hilo que se le había caído. Alcé el mantel y la sorprendí con una petaca.
Me empecé a preocupar realmente cuando se tomó una botella de alcohol Abeja, un alcohol para desinfectar lastimaduras. Mamá era increíblemente dulce conmigo. Un día yo me corté un dedo recortando figuritas con la tijera. Desde chico me gustó recortar figuritas de la revista de modas. De los figurines, como decía ella. Me salía bastante sangre. La yema del dedo siempre sangra mucho. Ella vino corriendo con gasa y la botella de alcohol. Me puso alcohol en el dedo y después, directamente del pico del frasco, se tomó un trago. «¡Mamá!», la alerté. Mi padre nos retaba cuando nosotros bebíamos directamente del pico, aun siendo gaseosas. «Es que me ponés nerviosa», me dijo. Pero después se tomó todo lo que quedaba en el frasco. Sin embargo, no dio señales de que le hubiese caído mal ni mucho menos. Tenía bastante conducta alcohólica con el Abeja. No así con el perfume. Un día la acompañé a una perfumería, después de ir al cine. A ella le gustaba mucho el cine, en especial las películas de piratas. Vio tres veces Todos los hermanos eran valientes. Conozco mucha gente que ha visto tres veces una misma película. Pero ella la vio en un mismo día. Me dijo que quería comprarse un perfume. A la vendedora le pidió alguno que fuera frutado. Yo no creo que mamá tuviese un gusto refinado para los vinos. Se había hecho, lógicamente, dentro de los parámetros de la clase media. Y mi padre no pasaba de los vinos Chamaquito, Copiapó o Fuerte del Rey. Yo la veía aparecer a mamá oliendo a perfume y nunca sabía si se lo había puesto o se lo había tomado. O las dos cosas. Era difícil, sin embargo, verla dando pena o tambaleante. Se dormía con facilidad, eso sí, como en el caso con las gallinas, o se le ponía un poquito pesada la lengua, pero nada más. Podría afirmar, por ejemplo, que nunca me hizo pasar un papelón en alguna fiesta familiar. Yo detectaba un cierto cuidado, una cierta atención especial hacia ella de parte de mis tías o de abuela Alicia, como decir: «Sacale la copa a Dora» o «Decile a Dora que pare», pero nada más. Algún codazo intencionado, a veces, cuando mamá preguntaba por el clericó. Eso sí, se reía con mucha facilidad cuando tomaba, lo que no dejaba de ser, por otra parte, un costado simpático de su personalidad. Admito que hubo una especie de nervio y hasta una suerte de incomodidad en mi tío Adalberto, durante un almuerzo improvisado en casa de Chuco y Popola, cuando mamá no pudo parar de reírse en toda la sobremesa, aunque acabábamos de llegar del entierro de tía Clorinda. Pero era una mujer encantadora.
En verdad encantadora. Siempre alegre, siempre dispuesta, pese a todos los problemas que vivimos y al asunto de papá, antes de que se fuera de casa. A la que no le gustaba nada el asunto era a Elenita, mi hermana. Obvié contar que tengo una hermana mayor que se llama Elena. Ella se ponía fatal cuando pasaban esas cosas, no soportaba que mamá bebiera como no lo soportaba a papá, tampoco, por otras razones. En el caso de papá, creo que tenía algo de razón. Con mamá, en cambio, era excesivamente dura. Un psicólogo me dijo que mi hermana reclamaba lo que a ella le correspondía.
No sé si coincido demasiado con eso. Por suerte, nunca Elenita encontró a mamá tirada entre las gallinas en el gallinero. Lo que pasa es que mi hermana nunca subía a la terraza, porque decía que le tenía terror a las alturas y porque aún conserva una extraña alergía a los animales con plumas. Veía un pollo y se brotaba. Si comía algo que incluyera gallina, se hinchaba como un globo.
Aunque no supiera que el plato contenía gallina, lo mismo se hinchaba, con lo que quiero decir que no era algo meramente psicológico. Un día, tía Chuco, pobre, desconociendo el problema de Elena, le regaló una gallinita de chocolate para Pascuas, y a mi hermana la salvaron con un Decadrón. Se le había hinchado tanto la cara que parecía una japonesa. Los ojos eran dos tajos. Ella, justamente, que siempre ha presumido de tener ojos muy lindos. Pero mamá le caía muy bien a todo el mundo. En realidad, el problema de mamá no era el alochol. Era el cigarrillo.
Fumar sí, lo hacía públicamente. En eso diría que fue una adelantada del feminismo. Una activista. Ella me contaba que fumaba desde los 11 años, a instancias de su padre, que tenía un puesto alto en el ferrocarril Mitre. El padre la convidó con un cigarro de hoja, muy fuerte, justamente para que le desagradara y nunca más probara el tabaco, pero ella se envició. Había momentos en que eso sí me molestaba, porque fumaba mientras comía.
Dejaba el cigarrillo —fumaba Marvel cortos, negros, sin filtro—, cortaba un pedazo de milanesa, por ejemplo; lo masticaba, lo tragaba y le pegaba otra pitada al cigarrillo. Tenía el dedo índice y el anular de la mano derecha amarillos por la nicotina, casi verdes.
Había veces en que mi padre le reprochaba que fumara durante la comida, agitando la mano exageradamente frente a su cara, como apartando el humo. «Es mi único vicio», decía mamá. Y en esos momentos era verdad, pues creo que ella empezó a beber vodka y ginebra después de que se marchó mi padre, sin que nadie supiera muy bien por qué. Y no pienso que mamá se lanzara a la bebida para olvidar el abandono de mi padre. Creo que, simplemente, se sintió liberada y ya pudo hacerlo sin mayores complejos ni presiones, salvo la actitud recriminatoria de Elena. Elena a veces se levantaba antes de la mesa, molesta por el humo. Se hacía la que tosía, incluso, para que no la retaran reclamándole que comiera el postre.
Elena fue siempre muy dramática, muy histriónica. En casa éramos de una clase media típica. Pero de aquellos tiempos, cuando la clase media vivía bien, cómoda, tranquila. Al mediodía comíamos tres platos, por ejemplo. Una sopa de entrada, el plato fuerte y el postre, que casi siempre era fruta o queso y dulce. Elena tosía, se levantaba y se iba. Siempre fue un poco teatral mi hermana. Para empezar a fumar, mamá aprovechaba cuando la sopa estaba bien caliente y echaba humo. Suponía que el humo de sus cigarrillos se mezclaba con el de la sopa y así se disimulaba.
Sin embargo, no era abusiva. No era una persona a la que le importara muy poco lo que pasaba a su alrededor, con sus semejantes. La prueba es que se ofrecía, en ocasiones, a ir a leerles a los enfermos. El problema es que les leía sólo lo que le gustaba a ella y tuvo una agarrada muy fuerte con un estibador que había perdido una pierna al caérsele encima una grúa portuaria, y a quien mamá insistía en leerle Mujercitas, de Luisa M. Alcott. Digamos —para que quede claro— cuando papá y Elena insistieron con sus quejas por el hecho de que mamá fumaba en la mesa, dejó de hacerlo. Así de simple. Dejó de hacerlo. Fue cuando empezó a mascar tabaco, una costumbre que yo creía desaparecida con los últimos arrieros. Cuando compraba la fruta, mamá se traía para ella unas hojas de tabaco, las plegaba, se las metía en la boca y comenzaba a masticarlas. Es cierto, no producía humo, pero llegaba un momento en que se le escapaba un hilo de saliva marrón verdoso por la comisura de los labios, que me desagradaba mucho. Debo reconocer que siempre he sido un tipo bastante sensible. Y de chico, más.
Con el tiempo, mamá volvió a fumar. Le molestaba tener que ir a escupir al baño cada tanto, mientras masticaba tabaco, ya que, cuidadosa, no quería hacerlo frente a nosotros. Apunto que era muy obsesiva con el cuidado de la casa. Enormemente prolija, muy aficionada a los mantelitos calados, a las cortinas con encajes, a los macramés, a las puntillas. Bordaba muy bien. A mí me gustaba mirarla por las noches acostado en su cama, escuchando en la radio el Radioteatro Palmolive del Aire, mientras ella bordaba pañuelitos, masticando tabaco.
Era muy hábil para las manualidades. Después empezó a armar sus propios cigarrillos. Al terminar el almuerzo se recostaba en una reposera, en el patio, y empezaba a armar los cigarrillos. Tenía su propio papel, su propio tabaco. Era lindo mirarla mientras humedecía con saliva el borde del papel, apretaba el cilindrito como si fuera un canelón minúsculo, lo encendía, entrecerraba los ojos en tanto el humo subía. Empezó a hacer eso, es claro, cuando tuvo más tiempo, cuando ya papá se había ido y tampoco le aceptaban tanto que fuera a leerles a los enfermos. Toda una sala del Clemente Alvarez había hecho una huelga de hambre contra su presencia. Llegaron a organizar una marcha de protesta contra mamá, un tanto injustamente, porque ella tenía la mejor de las voluntades.
En esa marcha un anciano, a poco de intentar caminar, sufrió la dolorosa revelación de descubrir que le habían amputado una pierna, lo que provocó más animosidad contra mi madre. Pero a ella no le importaba demasiado. Le bastaba tenernos a mí y a mi hermana, pese a que Elena también se iría poco tiempo después, cuando mamá le tomó —le bebió, digamos— un perfume carísimo que le había regalado su primer novio, el imbécil de Gogo Santiesteban.
Por cierto, cuando se le dio por fumar toscanitos Génova, el aliento que tenía por las noches, cuando se acercaba a darme el beso de despedida, era insoportable. Es duro decirlo, pero es así. Era como si hubiesen destapado una cisterna cenagosa, con agua estancada, con aguas servidas, una mezcla de solución biliosa con aroma a animal muerto.
Era feo. Con el tiempo le daban accesos de tos muy fuertes. Ella decía que era culpa de la pelusa de las bolitas de los paraísos, esos árboles que, en verdad, le han arruinado los pulmones a más de un rosarino. Y luego, años después, le echaba la culpa a ese polvillo que llegaba desde el puerto, cuando los barcos cargaban cereal, no sé cómo le llaman. Tomaba miel, entonces, para suavizarse la garganta. Comía pastillas de oruzus. O iba a buscar huevos a la terraza para mezclarlos con coñac y quitarse la carraspera, y allí es cuando yo solía encontrarla tirada en el gallinero. Tenía linda voz mamá, muy cristalina, y solía cantar una canción que hablaba de la hija de un viejito guardafaros, que era la princesita de aquella soledad. O esa otra que decía «en qué se mete, la chica del diecisiete».
Pero se negaba a culpar al tabaco por su tos, cuando parecía que iba a escupir los dos pulmones a cada momento. Se le salían los ojos de las órbitas y lagrimeaba. Nunca la vi lagrimear por otra cosa a ella. Era muy alegre y ponía al mal tiempo buena cara. De inmediato mezclaba coñac con leche bien caliente, y decía que eso le calmaría la picazón de garganta, producida por las bolitas de paraíso.
Yo sabía perfectamente que ése era un remedio para bajar la fiebre, pero ella se tomaba tres o cuatro vasos y luego me decía que se sentía mejor. Cantaba para demostrármelo. Pero son cosas que, tarde o temprano, afectan a una persona. Tiempo después, de grande, a mamá se le habían caído dos uñas de los dedos de la mano derecha por la nicotina y al respirar se le escuchaba un crujido, como el que hace un sillón de mimbre al recibir el peso de una persona. Se agitaba con facilidad y casi no podía subir los veinte escalones hasta le terraza. Sin embargo, sin embargo, yo creo que el problema de mamá no era el tabaco. Era el juego.
Ella sostenía que nunca jugaban por plata, con sus amigas, tía Eve, Zulema y las hermanitas Mendoza. Se encontraban una vez a la semana en casa de Zulema, casi siempre, y jugaban a la canasta uruguaya. se pasaban, a veces, seis o siete horas jugando. «Es mi único vicio», decía mamá, y tal vez fuera cierto. Ella decía que el vino y el tabaco constituían, apenas, rasgos de personalidad.
Lo cierto es que muchas veces desaparecían cosas de casa. Adornos, jarrones, espejos o ropa de ella misma, y yo estoy seguro de que eso sucedía porque eran cosas que perdía en el juego con sus amigas. Reconocí, un día, un prendedor con forma de lagarto, muy lindo, verdecito, que le había regalado mi padre para el Día del Empleado Bancario, en la pechera de Marilú, una de las hermanas Mendoza.
Yo no me animé a decir nada, pero mi hermana sí le preguntó, y Marilú dijo que se lo habían regalado, que eran muy comunes. Que si uno en Casa Tía, por ejemplo, compraba cosas por más de un determinado valor, le regalaban uno de esos prendedores de lagarto. Era difícil de creer. Como cuando Zulema apareció con una estola, una boa símil zorro que a mí me impresionaba de chico porque tenía la cabeza disecada del animal sacando un poco la lengua que, sin lugar a dudas, era la misma boa que había sido de mamá. Mamá me dijo que se la había regalado a Zulema para su cumpleaños, pero yo no le creí. Lo mismo pasó con la bicicleta de Elena y creo que ésa fue otra de las cosas que mi hermana no pudo digerir y la llevó a irse de la casa. Aunque, en rigor de verdad, mi hermana ya hacía mucho que había dejado de andar en bicicleta cuando sucedió aquel asunto, pero lo mismo se enojó.
Para mamá fue un golpe fuerte cuando le prohibieron la entrada al otro hospital, el Vilela. Ya en el Clemente Alvarez le impedían leerles a los enfermos, a partir de aquel problema con el portuario, y más que nada cuando decidió leerle La peste, de Camus, a un grupo que estaba en terapia intensiva. Entonces optó por ir al Vilela y jugar a los naipes con los internados, para entretenerlos. Supe que eso iba por mal camino cuando volvió a casa con un papagayo enlozado, casi nuevo. Me negó que se lo hubiera ganado a un tuberculoso en una partida de monte criollo. Insistía en que se lo había regalado un viejito nefrítico que estaba enamorado de ella. Admito que, de última, se había vuelto bastante mentirosa. «Imaginativa», decía ella, riéndose de mis reproches. Porque siempre me negó que ella jugara con los enfermos por dinero. Pero solía ganarles cosas valiosas a los pobres viejos. Bastones, piyamas, radios portátiles, cosas que significaban mucho para ellos. «Me sorprende de vos —le dije un día—. Siempre fuiste una persona muy buena y amable con la gente.» Se puso seria. «Son viejos enfermos, terminales algunos, indefensos», le insistí. Fue la primera vez, podría jurarlo, que percibí una arista dura en sus palabras. «Las deudas de juego se pagan», me dijo, y encendió un Avanti.
Cuando perdimos el departamento y debimos mudarnos a uno mucho más chico, fue demasiado para mí. Ella decía que mi padre y Elena ya no estaban con nosotros, y que era al divino botón mantener un departamento tan grande como el de la calle Catamarca. Que a ella le costaba mucho cuidarlo, limpiarlo y arreglarlo. Pero yo sabía que eran todas mentiras. Que había perdido el departamento en una partida de pase inglés jugando en el subsuelo del Club Náutico Avellaneda. Me fui a vivir, entonces, con Mario, un amigo. Me costó sangre, porque he querido muchísimo a mi madre. Aún la quiero.
La última vez que la vi la noté mal. No nos vemos muy a menudo. Está muy encorvada, los ojos salidos de las órbitas y su piel luce un color grisáceo arratonado. Sigue, de todos modos, siendo una persona encantadora, de risa fácil y trato jovial. La vi tan desmejorada que me tomé el atrevimiento de llamar al doctor Pruneda para preguntarle por su salud. El doctor Pruneda me tranquilizó. Me dijo que mamá está muy bien. Demasiado bien para sus vicios. Pero me dijo que el problema de ella no es el alcohol ni el tabaco ni el juego. Y me dio el nombre de una enfermedad. Ninfomanía, me dijo. Y reconozco que no quise averiguar nada más. Incluso ni siquiera le pregunté a Carlos, que está estudiando medicina y hubiera podido explicarme. Pero él se pone como loco cuando le toco el tema de mi familia. No sé, por lo tanto, qué significa esa palabra que me dijo el médico ni quiero saberlo. Temo enterarme de que a mi madre le queda poco tiempo de vida. Y prefiero guardar en mi memoria, en el recuerdo, esa imagen que siempre he tenido de ella. Esplendorosa, vital, encantadora, cariñosa y alegre.

sábado, 24 de octubre de 2020

Oscar Aleman - Bésame mucho

24 DE OCTUBRE DE 1978 MUERE FRANCISCO LUIS BERNÁRDEZ

24 DE OCTUBRE DE 1978 MUERE
FRANCISCO LUIS BERNÁRDEZ


(Buenos Aires, 1900-1978) Poeta argentino de inspiración cristiana, vinculado inicialmente a las vanguardias españolas, viajero incansable y portaestandarte lírico de la catolicidad. Vivió en España y Portugal de 1920 a 1925, y sufrió el contagio del ultraísmo, del que se fue librando en rápida evolución hacia formas místicas de fondo clásico. En su primer libro, Orto (1922), prevalece el tono modernista; el ultraísmo campea en Bazar (1922) y Kindergarten (1924) para comenzar a diluirse en Alcándara (1925), donde surge ya con vigor el poeta católico de un barroquismo conceptuoso y original.
Ya en esta trayectoria, publica en 1935 El buque, galardonado con el Premio Municipal de Poesía de Buenos Aires; sigue con Cielo de tierra (1937) y con La ciudad sin Laura (1938), de temas de amor y métrica formal. Y alcanza su plenitud lírica con sus libros Poemas elementales (1942) y Poemas de carne y hueso (1943), obras por las que se le concedió el Premio Nacional de Poesía en 1944.
El resto de su obra es una prolongación de esta plenitud lírica, con los excesos retóricos y la dureza escolástica que empobrecen a veces su poesía: El ruiseñor (1945), Las estrellas (1947), El Ángel de la Guarda (1949), Poemas Nacionales (1949), La flor (1951) y El arca (1954). Sus versiones de los himnos del Breviario Romano y sus trabajos en prosa, casi todos verdaderamente poéticos, completan la obra de este notable escritor argentino, que fue director general de Cultura Intelectual (1944) y director general de Bibliotecas Públicas Municipales (1944-1950) en su país.

24 DE OCTUBRE DE 1886 NACE DELMIRA AGUSTINI

  24 DE OCTUBRE DE 1886     NACE 
DELMIRA AGUSTINI

(Montevideo, 1886 - 1914) Destacada poetisa uruguaya, adscrita al modernismo, que inauguró con su obra lírica la trayectoria de la poesía femenina del siglo XX en el continente sudamericano. Formó parte de la llamada "generación de 1900", a la que también pertenecieron Julio Herrera y Reissig, Leopoldo Lugones y Rubén Darío, al que consideraba su maestro, y con el que mantuvo correspondencia tras conocerlo en 1912 en Montevideo.
Su obra se vincula a la vasta corriente modernista rioplatense, dominada mayoritariamente por hombres, y contó con la admiración de las principales figuras de la época como el propio Rubén Darío, Miguel de Unamuno y Manuel Ugarte. La tónica general de su poesía es erótica, con imágenes de honda belleza y originalidad. El mundo de sus poemas es sombrío y atormentado, con versos de una musicalidad excepcional. Su lirismo llega a profundidades metafísicas que contrastan con su juventud.
Delmira Agustini perteneció a una familia acomodada, descendiente de alemanes, franceses y porteños. Todos ellos sobreprotegían aquella vocación poética con la que escandalizó a la burguesa sociedad rioplatense. En su infancia realizó estudios de francés, música y pintura. Su vida y su personalidad están llenas de enigmas y contradicciones. En su corta vida tuvo una terrible peripecia sentimental que provocó su trágica muerte a los 27 años de edad: su matrimonio con Enrique Reyes, la separación posterior y el asesinato a manos de su exmarido. Tras su desaparición nació un mito que desafía a ensayistas y biógrafos y sigue vigente en infinidad de versiones.
Desde temprana edad envió colaboraciones en prosa a la revista Alborada, que se publicaba por entonces en la capital del país. En 1907 editó su primer poemario, El libro blanco, al que siguieron Cantos de la mañana (1910) y Los cálices vacíos (1913). Póstumamente, en 1924, salieron a la luz las Obras completas (tomo 1, El rosario de Eros; tomo 2, Los astros del abismo), con un prólogo de Alberto Zum Felde, y en 1969 su Correspondencia íntima. Su prematura muerte le impidió prolongar una trayectoria que sin duda la habría situado, junto a Gabriela Mistral, Alfonsina Storni y sus compatriotas María Eugenia Vaz Ferreira y Juana de Ibarbourou, entre las grandes poetisas de América.

martes, 20 de octubre de 2020

2O DE OCTUBRE DE 1946 NACE ELFRIEDE JELINEK

 2O DE OCTUBRE DE 1946 NACE
ELFRIEDE JELINEK

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Dramaturga y novelista austríaca, nacida en Mürzzuschlag (Estiria) en 1946
. Su obra, transgresora y radical, se caracteriza por tratar con dureza temas como la violencia de género, las relaciones familiares opresivas o el pasado político de su país. Su propósito es luchar contra cualquier clase de autoridad y denunciar los abusos de poder en nuestra sociedad, sin renunciar por ello a un estilo preciso y lleno de contrastes.
En 2004 la Academia sueca le concedió el Premio Nobel de Literatura. Los académicos suecos destacaron "el flujo musical de voces y contravoces en sus novelas y obras de teatro, que con extraordinario talento lingüístico revelan lo absurdo de los clichés de la sociedad y su poder subyugante".
Vida y obra
Su familia pertenecía a la alta burguesía austriaca. Su padre, judío de origen checo, era químico y su madre, católica practicante, jefe de personal de una gran empresa. Ingresó en un un estricto colegio religioso de Viena; este hecho, unido a la relación opresiva que siempre mantuvo con su madre, debió de ejercer una enorme influencia en la futura escritora. En la capital austriaca estudió Historia del Arte y Teatro, y se graduó en el Conservatorio como organista.
En 1967 interrumpió sus estudios y comenzó a publicar narrativa, obras de teatro y Hörspiel (obras para ser escuchadas por radio), junto a poemas y guiones para televisión y cine. Sus primeros trabajos literarios, entre los que destaca Lisas schatten (La sombra de Lisa, 1967), presentan una clara influencia del Grupo de Viena, en especial en la complicación sintáctica, cuyo objetivo es dificultar la lectura y obligar al lector a leer con la máxima atención.
Debido a la temática de algunas de sus obras, Jelinek ha sido calificada en numerosas ocasiones como escritora feminista. Sin embargo, ella misma considera esta calificación como inadecuada, pues en su opinión la preocupación fundamental de toda su obra no es otra que el análisis de los efectos del capitalismo en la conciencia, el lenguaje y las actitudes humanas. En Wir sind lockvögel baby! (¡Somos aves de cebo, baby!, 1970) trató el tema de los mecanismos de manipulación a los que está sometida la literatura de masas. Die Liebhaberinnen (Las amantes, 1975) y Clara S. (1983) describen la opresión de la mujer sometida a las normas de una sociedad patriarcal; en Las amantes, cuya acción transcurre en un ámbito rural donde parece no haber salida, Jelinek denuncia los efectos del capitalismo sobre los más débiles: las mujeres. En 1980 publicó Die ausgesperrten (Los excluidos).
Otro de los grandes temas de su producción literaria es la política de su país (Burgtheater, 1986), así como la tendencia a una ideología regional del presente (Oh Wildnis, oh Schutz vor ihr; ¡Oh, naturaleza salvaje, oh, protección ante ella!, 1986). La Nobel austriaca, que desde 1974 hasta 1991 estuvo afiliada al Partido Comunista Austriaco (KPÖ), ha mantenido siempre una postura frontal contra las políticas conservadoras. Cuando en 2000 el partido de ultraderecha liderado por Jörg Haider logró alcanzar puestos de Gobierno, por medio de una alianza con el Partido Popular, Jelinek expresó su intención de abandonar Austria y prohibió la representación de sus obras en los teatros austriacos. En la revista internacional Autodafé publicó entonces un durísimo ataque contra Haider titulado "En avant pour l´image, la jolie innocente image".
En Die Klavierspielerin (1983), publicada en España con el título La pianista en 1993, la relación opresiva entre una madre y su hija permite a la autora desarrollar un feroz estudio sobre los mecanismos de represión sexual. La novela fue llevada con éxito al cine por el director Michael Haneke en 2001. Aun más polémica resultó su siguiente novela, Lust (El ansia, 1989), traducida en español como "El Deseo", que fue tachada de pornografía. La novela narra la historia de una mujer, sometida por su marido a innumerables humillaciones, que se enamora de un hombre más joven, quien pronto se convertirá en su nuevo maltratador.
Seis años después publicó Die kinder der toten (Los hijos de los muertos, 1995), mezcla de novela y ensayo sobre las víctimas del fascismo, donde llegó a calificar su país de "tierra de muerte". En 2000 volvió a denunciar los abusos de poder del hombre contra la mujer en Ein Unterhaltungsroman (Una novela de entretenimiento).
Su carácter iconoclasta también está presente en su producción teatral, iniciada en 1979 con Was geschah, nachdem Nora ihren Mann verlassen hatte oder Stützen der Gesellschaften (Lo que ocurrió después de que Nora abandonara a su marido o los pilares de las sociedades). Más interesada en el mensaje político de sus obras -en Bambiland (2003) criticó la invasión de Irak llevada a cabo por Estados Unidos-, ella misma aseguró no saber nada de teatro y no comprender por qué es tan elogiada como dramaturga: "Escribo contra el teatro. No me imagino nada más absurdo que personas vivas en un escenario".
La obra dramática de Jelinek goza de una extraordinaria acogida en Alemania. Trabajó con los directores más prestigiosos de este país, como George Tabori o Christoph Marthaler, y en 1991 el Festival de Salzburgo le dedicó gran parte de su programa. Una de sus obras teatrales de mayor éxito es Sportstück (Una pieza de deporte). El texto de Bambiland fue publicado en 2004, acompañado de fotografías del montaje dirigido por el dramaturgo alemán Christoph Schlingesief.
En cuanto a su estilo literario, Jelinek aseguró en una entrevista dejarse llevar por el lenguaje en un proceso casi subconsciente: "el lenguaje me arrastra, el texto se escribe a sí mismo, por así decirlo". Su objetivo es de nuevo romper con las convenciones, en este caso las lingüísticas, a través de continuos contrastes. La ironía, el uso de frases hechas con un sentido opuesto al habitual, los juegos de palabras y la descripción directa, extremadamente fría, de los personajes son las principales características del estilo preciso de Jelinek.
La concesión del Premio Nobel en 2004 suscitó una gran turbación entre los sectores más conservadores de la sociedad austriaca. El periódico de mayor difusión en Austria, el Kronenzeitung, apenas dedicó espacio a la noticia y los políticos de la ultraderecha aprovecharon la oportunidad para volver a insultar a la ganadora del primer Nobel para el país. Sin embargo, otro diario austriaco, el Der Standard, no dudó en considerar el premio como "un reconocimiento a la literatura austriaca de resistencia de los últimos cincuenta años".
Además del Premio Nobel, la obra de Jelinek ha obtenido el Premio Heinrich Böll (1986) y el Premio Georg Büchner (1998), la más alta distinción de la lengua alemana.
En 2006 presentó Bambilandia, Babel, un libro en el que despliega su análisis, con inteligente humor y feroz sarcasmo, sobre la actuación de Estados Unidos en la Guerra de Irak y el papel de los medios de comunicación en el conflicto.

jueves, 15 de octubre de 2020

15 DE OCTUBRE DE 1844 NACE: FRIEDRICH NIETZSCHE


15 DE OCTUBRE DE 1844 NACE:

FRIEDRICH NIETZSCHE

 17 frases de Friedrich Nietzsche para recordarle en el día de su 174  aniversario

(Röcken, actual Alemania, 1844-Weimar, id., 1900) Filósofo alemán, nacionalizado suizo. Su abuelo y su padre fueron pastores protestantes, por lo que se educó en un ambiente religioso. Tras estudiar filología clásica en las universidades de Bonn y Leipzig, a los veinticuatro años obtuvo la cátedra extraordinaria de la Universidad de Basilea; pocos años después, sin embargo, abandonó la docencia, decepcionado por el academicismo universitario. En su juventud fue amigo de Richard Wagner, por quien sentía una profunda admiración, aunque más tarde rompería su relación con él.

La vida del filósofo fue volviéndose cada vez más retirada y amarga a medida que avanzaba en edad y se intensificaban los síntomas de su enfermedad, la sífilis. En 1882 pretendió en matrimonio a la poetisa Lou Andreas Salomé, por quien fue rechazado, tras lo cual se recluyó definitivamente en su trabajo. Si bien en la actualidad se reconoce el valor de sus textos con independencia de su atormentada biografía, durante algún tiempo la crítica atribuyó el tono corrosivo de sus escritos a la enfermedad que padecía desde joven y que terminó por ocasionarle la locura.
Los últimos once años de su vida los pasó recluido, primero en un centro de Basilea y más tarde en otro de Naumburg, aunque hoy es evidente que su encierro fue provocado por el desconocimiento de la verdadera naturaleza de su dolencia. Tras su fallecimiento, su hermana manipuló sus escritos, aproximándolos al ideario del movimiento nazi, que no dudó en invocarlos como aval de su ideología; del conjunto de su obra se desprende, sin embargo, la distancia que lo separa de ellos.
Entre las divisiones que se han propuesto para las obras de Nietzsche, quizá la más sincrética sea la que distingue entre un primer período de crítica de la cultura y un segundo período de madurez en que sus obras adquieren un tono más metafísico, al tiempo que se vuelven más aforísticas y herméticas. Si el primer aspecto fue el que más impacto causó en su época, la interpretación posterior, a partir de Heidegger, se ha fijado, sobre todo, en sus últimas obras.
Como crítico de la cultura occidental, Nietzsche considera que su sentido ha sido siempre reprimir la vida (lo dionisíaco) en nombre del racionalismo y de la moral (lo apolíneo); la filosofía, que desde Platón ha transmitido la imagen de un mundo inalterable de esencias, y el cristianismo, que propugna idéntico esencialismo moral, terminan por instaurar una sociedad del resentimiento, en la que el momento presente y la infinita variedad de la vida son anulados en nombre de una vida y un orden ultraterrenos, en los que el hombre alivia su angustia.
Su labor hermenéutica se orienta en este período a mostrar cómo detrás de la racionalidad y la moral occidentales se hallan siempre el prejuicio, el error o la mera sublimación de los impulsos vitales. La «muerte de Dios» que anuncia el filósofo deja al hombre sin la mezquina seguridad de un orden trascendente, y por tanto enfrentado a la lucha de distintas voluntades de poder como único motor y sentido de la existencia. El concepto de voluntad de poder, perteneciente ya a sus obras de madurez, debe interpretarse no tanto en un sentido biológico como hermenéutico: son las distintas versiones del mundo, o formas de vivirlo, las que se enfrentan, y si Nietzsche ataca la sociedad decadente de su tiempo y anuncia la llegada de un superhombre, no se trata de que éste posea en mayor grado la verdad sobre el mundo, sino que su forma de vivirlo contiene mayor valor y capacidad de riesgo.
Otra doctrina que ha dado lugar a numerosas interpretaciones es la del eterno retorno, según la cual la estructura del tiempo sería circular, de modo que cada momento debería repetirse eternamente. Aunque a menudo Nietzsche parece afirmar esta tesis en un sentido literal, ello sería contradictorio con el perspectivismo que domina su pensamiento, y resulta en cualquier caso más sugestivo interpretarlo como la idea regulativa en que debe basarse el superhombre para vivir su existencia de forma plena, sin subterfugios, e instalarse en el momento presente, puesto que si cada momento debe repetirse eternamente, su fin se encuentra tan sólo en sí mismo, y no en el futuro.

miércoles, 7 de octubre de 2020

7 DE OCTUBRE DE 1930 NACE EL PADRE CARLOS MUJICA

7 DE OCTUBRE DE 1930 NACE
EL PADRE 

CARLOS MUJICA

De larga e intensa actividad pastoral en la asistencia de familias empobrecidas, Mujica fue asesor espiritual de la Juventud Estudiantil Católica del Colegio Nacional de Buenos Aires y de la Juventud Universitaria Católica de la facultad de Medicina. Progresivamente cercano al peronismo, comenzó a desarrollar la mayor parte de su labor comunitaria en la llamada Villa del Puerto, luego Villa 31, donde fundó la parroquia Cristo Obrero. Integrante del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, se opuso firmemente a las acciones violentas una vez que el pueblo hubo recuperado los derechos ciudadanos, pero tanto por su opción por los pobres y su activa militancia social como por la independencia política que evidenciaba, había recibido varias amenazas de muerte y ha sido víctima de algunos atentados, hasta que el 11 de mayo de 1974, al salir de la iglesia de San Francisco Solano del barrio porteño de Villa Luro, dónde acababa de celebrar misa fue asesinado por un comando de la organización parapolicial Triple A.

domingo, 4 de octubre de 2020

4 DE OCTUBRE DE 1917 NACE: VIOLETA PARRA

4 DE OCTUBRE DE 1917 NACE:
VIOLETA PARRA

(San Carlos, Chillán, 1917 - Santiago, 1967) Cantautora y folclorista chilena. Hija de Nicanor Parra y Clara Sandoval y hermana del poeta Nicanor Parra, realizó sus primeros estudios en Lautaro y en Chillán, y en 1934 ingresó a la Escuela Normal, donde permaneció menos de un año. En 1938 se casó con Luis Cereceda, el padre de sus hijos Ángel e Isabel, que adoptarían el apellido de su madre.
Desde pequeña sintió afición por la música y el folclore chilenos; su padre, profesor de escuela primaria, fue un conocido folclorista de la región. Tras instalarse en Santiago, Violeta Parra comenzó a actuar con su hermana Hilda en el Dúo Hermanas Parra. En 1942 ganó el primer premio en un concurso de canto español organizado en el Teatro Baquedano, y a partir de entonces fue contratada con frecuencia hasta que partió a Valparaíso, donde encontró su verdadera vocación.
El constante viajar por todo el país le puso en contacto con la realidad social chilena, plagada de desigualdades económicas. Violeta Parra adoptó una postura política de militante de izquierdas que le llevó a buscar las raíces de la música popular. En 1952 recorrió los barrios más pobres de Santiago de Chile, las comunidades mineras y las explotaciones agrarias, recogiendo las canciones anónimas que después repetiría, ya en 1954, en una serie de programas radiofónicos para Radio Chilena, emisora que la proyectó al primer plano del folclore nacional. En 1954 recibió el premio Caupolicán; ese mismo año contrajo matrimonio con Luis Arce, del que nacieron Carmen Luisa y Rosa Clara. En 1953 había conocido a Pablo Neruda.
A mitad de los años cincuenta realizó un viaje por los países de la Europa socialista y de regreso, a su paso por Francia, tuvo la oportunidad de plasmar temas del folklore chileno para el catálogo del sello Le Chant Du Monde. En 1956, ya de regreso a Chile, grabó el primer álbum de la colección El folclore de Chile, serie que garantizaría la conservación de multitud de temas populares de autoría anónima. Fue designada directora del Museo de Arte Popular de la Universidad de Concepción y retomó sus actuaciones en Radio Chilena.
Pasó los primeros años de la década de 1960 en Europa, donde realizó actuaciones en diversos países. En 1964 tuvo la oportunidad de organizar una exposición individual de su obra plástica en el Museo del Louvre, la primera realizada por un artista latinoamericano. Nuevamente en Santiago, junto con su hermano Nicanor Parra y sus hijos mayores, animaron la "Peña de los Parra", un nombre de resonancias legendarias en la música popular de América Latina.
Además de una artista excepcional, Violeta Parra fue una investigadora del folclore chileno; su obra recopilada es inmensa y comprende numerosos géneros, como tonadas, parabienes o villancicos. Su labor de difusora de la expresión del pueblo campesino la volcó en composiciones musicales como Casamientos de negros (1955), Yo canto la diferencia (1961), Una chilena en París (1965), Qué dirá el Santo Padre (1965), Rin del angelito (1966), Run run se fue pal Norte (1966), Volver a los diecisiete (1966) y Gracias a la vida (1966), muchas de las cuales han sido grabadas por destacados intérpretes, desde Víctor Jara hasta Joan Baez. En Verso por despedida a Gabriela (1957) rindió homenaje a la gran poetisa chilena Gabriela Mistral.
Su creatividad la llevó también a cultivar la cerámica, la confección de tapices, la pintura y la poesía. Los dolores y las alegrías de su vida alientan los versos de A lo humano y a lo divino. Desgraciadamente, como consecuencia de una fuerte depresión, Violeta Parra acabó con su vida el 5 de febrero de 1967, momentos antes de salir a un escenario.

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lunes, 14 de septiembre de 2020

14 DE SEPTIEMBRE DE 1321 MUERE: DANTE ALIGHIERI

14 DE SEPTIEMBRE DE 1321 MUERE:

DANTE ALIGHIERI

Biografía de Dante Alighieri

Dante Alighieri nació en Florencia a finales del mes de mayo de 1265. Eran tiempos de guerra. La muerte del emperador Federico II de Sicilia (1250) no sólo causó el desmembramiento de una floreciente escuela poética sino que produjo -sobre todo- un recrudecimiento en las posturas de los partidarios del poder imperial (gibelinos) y los defensores del dominio del papado (güelfos). Por causas diversas, estallaron sangrientos choques en 1248. El motivo remoto fue -al parecer- la muerte de un Buondelmonti, marido infiel de una Amidei. El 4 de septiembre de 1260 los gibelinos de Florencia y Siena, capitaneados por los Uberti y ayudados por Manfredo -hijo ilegítimo de Federico II- impusieron su poder en Monteaperti a los güelfos de Toscana. Los güelfos huyeron despavoridos de Florencia: la muerte y el saqueo fueron sistemáticos e implacables en la ciudad del Arno.
La familia de Dante permaneció en la ciudad a pesar de los peligros que acechaban a los güelfos. Y en Florencia nació el poeta, cinco años después del desastre de Monteaperti. Pero Fortuna, que siempre fue voluble, quiso que los gibelinos fueran derrotados apenas un año más tarde en Benevento: el rey Manfredo fue vencido y halló la muerte durante la batalla. Carlos de Anjou, paladín de las ambiciones papales, consiguió imponerse con un ejército de provenzales, languedocianos y franceses. Esta vez fue el río Calore el testigo del combate, el 26 de febrero de 1266. El cuerpo de Manfredo apareció dos días después y quedó sepultado bajo un alto montón de piedras que depositaron los angevinos al lado del puente de Benevento. El papa, considerando tal enterramiento como un gran honor, ordenó que lo desenterraran y lo llevaran más allá de los límites del reino con los cirios apagados, como reo de excomunión.
La persecución que llevaron a cabo los güelfos fue tan implacable como la de los gibelinos algunos años antes. Cundieron las órdenes de destierro y de privación de bienes dictadas contra los partidarios del poder imperial.
Toda esperanza de cambio quedó aniquilada dos años más tarde, cuando el ejército gibelino, mandado por los herederos de los Hohenstaufen, fue exterminado en Tagliacozzo (1268): sus jefes fueron públicamente decapitados en Nápoles, a excepción del Infante D. Enrique de Castilla, hermano y enemigo de Alfonso X, que no recuperó la libertad hasta 1294.
Las continuas humillaciones infligidas por los partidarios de las distintas tendencias a las banderías contrarias alejaban de Florencia cada vez más la paz. Dante tenía trece años y su madre ya había muerto, dejándole un recuerdo que reaparece continuamente en la Commedia, donde la imagen materna protege, cuida y alimenta al hijo.
Según Boccaccio, la infancia de nuestro poeta transcurrió con abundantes signos de la futura gloria de su ingenio: a partir de los ocho años, se dedicó al aprendizaje de las letras y de las artes liberales, destacando de forma admirable. Sin embargo, hay que advertir que la actividad cultural de Florencia no era comparable en modo alguno a la de Bolonia, Arezzo y Siena, que contaban con sendas universidades: la escasez de maestros de gramática en la ciudad de Dante parece indudable y la preparación del niño quedó lejos de ser buena, pues con dificultad conseguía leer a Boecio y Cicerón a los veinticinco años, acostumbrado como estaba al latín eclesiástico, bíblico. Por lo demás, sus estudios debieron ser los habituales de la Escuela medieval y los autores leídos fueron, sin duda, los del programa del Trivium, acompañados por los versos de los poetas vulgares más famosos: algunos trovadores provenzales y franceses, sicilianos y sículo-toscanos.
En el mes de mayo de 1274 vio por primera vez a Beatriz, hija de Folco Portinari: la niña tenía ocho años y Dante nueve. En la Vita Nuova ocupa un lugar destacado este primer encuentro y a través de este libro se puede reconstruir la actividad que desarrolló Dante entre el primer encuentro y nueve años más tarde, 1283, en que volvió a ver a Beatriz. Sin duda, continuó sus estudios en la Escuela y, posiblemente, empezó a ejercitarse en el arte de la poesía y a frecuentar la compañía de los poetas florentinos más en boga, famosi trovatori in quello tempo. También la familia preparó su matrimonio con Gemma Donati (el 9 de enero de 1277), con la que se casaría en 1285.
La Vita Nuova fue escrita quizás en 1294 o muy poco tiempo antes. Beatriz había muerto la noche del 8 de junio de 1290. Los sentimientos del poeta quedan de manifiesto en este librito, que se cierra con un enigmático episodio: un año después de la muerte de su amada, mientras estaba entregado al recuerdo, vio a una mujer joven y hermosa que parecía capaz de toda compasión. El rostro de la dama tiene el color de las perlas, como el de Beatriz, y su actitud afectuosa hace que el recuerdo de la amada se nuble ligeramente. Pero el poeta no busca una nueva pasión, sino el consuelo; poco a poco va olvidando los sufrimientos pasados, hasta el día en que la figura de Beatriz reaparece con toda su fuerza y con el mismo aspecto que tenía la primera vez que la vio: Dante se arrepiente y vuelve al triste recuerdo. Es entonces cuando el poeta, dispuesto a contemplar a la amada en la gloria, es reconfortado con una visión admirable, tan extraordinaria que el escritor decide abandonar su obra hasta el momento en que se considere capaz de hablar de Beatriz diciendo de ella cosas que no han sido dichas de ninguna mujer.
Ese sería el origen de la Commedia, aunque Dante tardaría unos quince años en cumplir su promesa. Son años intensos en la vida de Dante: el poeta tiene apenas treinta años y, literariamente, ya ha superado los movimientos más relevantes de su entorno: ha dejado atrás las imitaciones de los sicilianos, los experimentos de los sículo-toscanos (especialmente de Guittone d'Arezzo) y se ha distanciado de los stilnovisti, aunque sigue manteniendo relaciones con Guido Cavalcanti y con Cino da Pistoia.
Ciertamente, nuestro autor está descontento y contempla estos años posteriores a la muerte de Beatriz como los que más le alejaron del recto camino. Son los años de los yerros de su vida, a juzgar por los reproches que le dirige Beatriz (en Purgatorio XXX y XXXI), aunque resulta difícil saber si los errores eran morales, intelectuales o de algún otro tipo. Es un período de diez años, entre la muerte de la amada (1290) y el inicio de su visita al Infierno, situado posiblemente el 25 de marzo del año 1300.
La guerra y los enfrentamientos civiles continúan mientras tanto en Florencia. El mismo Dante debió tomar parte en el asedio de Poggio Santa Cecilia (1286-1287) y en las batallas de Campaldino y Caprona (1289). Más tarde, aparecerá inscrito como miembro del gremio de doctores y representante de su ciudad en embajadas y otras misiones diplomáticas (1295-1301).
En Pistoia se habían dividido los güelfos en dos bandos, blancos y negros, división que no tardó en llegar a Florencia. Dante, comprometido con ambos bandos, no llega a tomar partido abiertamente por ninguno de ellos. Los tiempos eran difíciles y se complicaban cada vez más con las arbitrariedades de Bonifacio VIII y con la política papal de apoyo a los grandes señores florentinos, en especial al turbulento Corso Donati, cabecilla de los güelfos negros y pariente lejano de la mujer de Dante. No tardó en estallar la guerra entre las dos banderías y Dante -ya decididamente comprometido con la política de los blancos- acude como embajador a San Gimignano en busca de apoyo. Poco después es elegido como uno de los seis priores que debían gobernar Florencia durante dos meses, breve período de tiempo que marcaría inevitablemente los veinte años de vida que le quedaban, según indica el mismo Dante en una carta desaparecida: "Todos los males y los inconvenientes míos en los infaustos comicios de mi priorato tuvieron su causa y principio". Efectivamente, fueron sólo dos meses, pero llenos de tumultos y dificultades: una reyerta callejera enfrentó a un grupo de nobles con algunos miembros del pueblo. El resultado fue el destierro de quince cabecillas de la nobleza -güelfos blancos y negros- con sus familias; entre ellos se encontraba Guido Cavalcanti, que moriría poco después (1300). Cuando los seis priores siguientes tomaron posesión de su cargo, lo primero que hicieron fue suspender la orden de destierro (quizás para permitir las exequias de Cavalcanti), lo que no significó, en absoluto, la pacificación de los ánimos en Florencia.
En todo caso, Dante continuó desempeñando papeles políticos de cierto relieve, cada vez más comprometidos con los güelfos blancos frente a las pretensiones de Bonifacio VIII, del que se convertirá en el máximo detractor, como bien se ve en la Commedia. Es posible que el antagonismo se debiera a razones ideológicas o que tuviera su inicio en la intransigencia del propio Dante, o -según es fama desde antiguo-, que fuera originado por la retención de que fue objeto Dante al ir como embajador a Roma en otoño de 1301, mientras que el resto de los miembros de la embajada quedaban en libertad para regresar a Florencia, en la que había entrado Carlos de Valois en representación del Papa para hacer las paces entre los bandos litigantes: los güelfos negros que estaban desterrados -con Corso Donati al frente- se dieron al robo, a la destrucción, al asesinato y al pillaje durante cinco días, al cabo de los cuales desterraron a los blancos supervivientes. Dante fue uno de ellos: la orden de exilio de dos años fue dada el 27 de enero de 1302, acusado de malversación de los caudales públicos, a la vez que fue condenado a pagar una multa de cinco mil florines. Al no presentarse en Florencia para cumplir el castigo, se revisó su sentencia dos meses más tarde: fue condenado a morir en la hoguera y sus bienes fueron confiscados (10 de marzo de 1302). Dante no regresó ya a su ciudad.
La situación política hizo que los güelfos blancos, desterrados de Florencia en 1302, se aliaran con sus antiguos enemigos los gibelinos, también desterrados, para poder neutralizar -al menos en parte- las pretensiones papales sobre la ciudad. Poco pudieron las armas y Dante, amargado y vencido, empezó a distanciarse de sus compañeros políticos para reiniciar en el destierro la actividad literaria que había tenido casi abandonada durante varios años. Corría el mes de julio de 1304. En Arezzo nacía Francesco Petrarca, hijo de un güelfo blanco amigo de Dante, que también había sido desterrado en 1302.
Poco se sabe de los años siguientes. Boccaccio alude a una incesante actividad viajera:
"Él, más allá de lo que esperaba, varios años, de regreso de Verona (adonde había ido en su primera fuga, en busca de micer Alberto della Scala, del que fue recibido con benevolencia), estuvo con honra y de forma bastante adecuada, según el tiempo y sus posibilidades, ora con el conde Salvático en Casentino, ora con el marqués Morruello Malespina en Lunigiana, ora con los de la Faggiuola en los montes vecinos a Urbino. Luego se marcho a Bolonia de donde al poco tiempo fue a Padua y de allí regresó a Verona. [75] Pero después de que vio que se le cerraba el camino de regreso por todas partes y que día a día era más vana su esperanza, no sólo abandonó Toscana, sino toda Italia, y pasados los montes que la separan de la provincia de Galia, como pudo, se marchó a París; y allí se entregó por completo al estudio de la filosofía y de la teología, recuperando para sí lo que quizás se le había marchado de las demás ciencias debido a los impedimentos que había tenido".
[Boccaccio, Vida de Dante , cap. V, 74-75. Trad. C. Alvar, Madrid, Alianza, 1995].
Son muchos datos difíciles de aceptar, pues algunos de sus protectores eran güelfos negros y otros, gibelinos; tampoco el viaje a Francia es incontrovertible... En definitiva, nada hay seguro acerca de la actividad del poeta en los años siguientes al exilio. Lo que en todo caso parece cierto es que en esos años empezó a escribir el De vulgari eloquentia y el Convivio, su dos tratados principales anteriores a la Commedia, ambos inconclusos.
Verona fue el lugar donde Dante tuvo su residencia durante más tiempo, en los años de la esperanza y en los de la desilusión. Cuando en 1308 Enrique VII fue elegido emperador, renacieron las esperanzas de los gibelinos y de los güelfos blancos, que vieron en él al posible pacificador, o más aún, el apoyo que necesitaban frente al creciente poder papal. Así parecía prometerlo su carrera: apenas unos meses después de su elección, fue coronado rey de Alemania en Aquisgrán (6 de enero de 1309), e inmediatamente se dispuso a entrar en Italia, tanto para visitar las ciudades imperiales como para recibir la solemne investidura. Sin embargo, sus pretensiones se vieron aplazadas sistemáticamente por las más variadas intrigas y tardó dos años en ser coronado Rey de Romanos (Milán, 6 de enero de 1311) y otros dos años más en ser ungido emperador en Roma (27 de junio de 1313). Fueron muchas las ciudades que le negaron su reconocimiento, entre otras, las que eran baluarte de los güelfos negros o que dependían más directamente del papado: Brescia, Cremona, Padua, Roma, Nápoles, las principales ciudades toscanas, y sobre todo, Florencia. Llegaban nuevos aires de guerra y la esperanza de que el Emperador consiguiera imponer su autoridad al Papa (o lo que era igual, reducir el influjo francés en la política italiana, que culminaría con el traslado de la sede papal a Aviñón en 1309). Pero la repentina muerte de Enrique VII cerca de Siena, el 24 de agosto de 1313, hundió las esperanzas de los gibelinos y de gran parte de los güelfos blancos.
Dante estaba en plena madurez según Boccaccio lo describe -y coincide con la iconografía existente-.
"Éste nuestro poeta fue de mediana estatura, y, cuando llegó a la edad madura, iba algo encorvado y su caminar era grave y tranquilo, iba vestido siempre de honestísimos paños, con la ropa que convenía a su madurez. Su rostro era largo, nariz aguileña, los ojos más grandes que pequeños, las mandíbulas grandes, y el labio de abajo montado en el de arriba; de tez morena, con cabellos y barba abundantes, negros y crespos, siempre con el rostro melancólico y pensativo.
En sus costumbres caseras y públicas fue admirablemente ordenado y sobrio, y en todo, más cortés y educado que nadie. En la comida y en la bebida fue muy frugal, tanto porque lo hacía en las horas adecuadas, como porque no traspasaba el límite de la necesidad al tomarlo; y no tuvo más interés en eso que en cualquier otra cosa: alababa las cosas delicadas y generalmente se alimentaba con comidas normales, censurando a aquellos que pasaban parte de su aplicación en tener cosas selectas y en hacer que se las prepararan con suma diligencia, y afirmaba que estos tales no comían para vivir, sino que más bien vivían para comer. Nadie fue más vigilante que él en los estudios y en cualquier otra preocupación que le punzase; tanto que varias veces la mujer y su familia se dolieron por ello, hasta que, acostumbradas a sus costumbres, esto dejara de importarles.
En pocas ocasiones hablaba, si no era para preguntar, y en éstas, con firmeza y voz adecuada a la materia de la que hablaba; no obstante, allí donde se le pedía, era elocuentísimo y de fácil palabra, y con óptima y pronta pronunciación.
Se deleitó mucho con música y cantos en su juventud y fue amigo de todos aquellos que eran buenos cantantes y músicos en aquel tiempo, y los frecuentaba; atraído por este deleite compuso muchas cosas que, con agradable y magistral anotación, hacía revestir a todos ellos.
De modo semejante le agradaba estar solo y lejos de la gente, para que sus razonamientos no le fueran interrumpidos; y si alguna vez le llegaba alguno que le agradara mucho, cuando se encontraba entre la gente, si se le preguntaba por alguna cosa, no contestaba al que le había preguntado hasta llegar a un resultado positivo o negativo: así le ocurrió muchas veces cuando le preguntaban estando a la mesa, en el camino con compañeros o en cualquier otra parte.
Se dedicaba con ahínco a sus estudios, en las ocasiones en que se disponía a hacerlos, de tal modo que ninguna noticia que oyera podía hacer que los abandonara.
Tuvo este poeta además capacidades dignas de admiración, memoria muy firme e intelecto perspicaz... Fue de gran ingenio y de sutil imaginación, tal como a los conocedores ponen bastante más de manifiesto sus obras que mis letras. Fue muy deseoso de honores y pompas, quizás más de lo que le sería pedido a su ínclita virtud. ¿Pero qué? ¿Qué vida es tan humilde que no sea alcanzada por la dulzura de la gloria?"
[Boccaccio, Vida de Dante, cap. VIII; trad. C. Alvar, loc. cit.]
Verona era uno de los lugares que habían recibido con alegría la llegada del emperador. Era señor de la ciudad Cangrande della Scala, que fue nombrado vicario imperial (1311) y excomulgado por el papa en 1318. A partir de ese mismo año, se convirtió en capitán general de la Liga Gibelina, consiguiendo someter gran parte del norte de Italia. En Verona debió pasar Dante varios años, desde 1312 hasta 1318, justamente los años en los que escribió la mayor parte de la Commedia , cuyo Paradiso dedica a Cangrande en una conocida e importante epístola (la XIII) en la que elogia a su protector y le explica los distintos niveles de interpretación del poema (además de aludir al mismo señor de la ciudad en Par . XVII, 76 y ss.). La fama de Dante estaba ya consolidada desde que se difundió el Inferno (1314) y el Purgatorio (1315-1316).
Es posible que esa fama le abriera las puertas de la corte de Guido Novello da Polenta (o Guido el Joven), poeta y protector de artistas en Rávena, donde pasaría los últimos años de su vida, honrado y estimado por su anfitrión y por los demás miembros de su séquito, posiblemente ocupando la cátedra de Retórica y Poesía. Allí, por fin, acudirían al lado del poeta sus hijos Jacopo y Pietro, y quizás también su hija Antonia (que profesaría como monja con el nombre de Beatriz). Dante había pasado los cincuenta años, era poeta prestigioso y diplomático experimentado: no extraña que Guido de Polenta lo utilizara como embajador en ocasiones delicadas, para aliviar tensiones o reducir hostilidades; tal era el caso con Venecia, donde fue enviado en representación de Rávena y donde debió contraer unas fiebres (quizás paludismo) que acabarían con su vida el 13 o 14 de septiembre de 1321, apenas concluida la Commedia, tanto que muchos llegaron a pensar que había quedado inacabada, según atestigua Boccaccio, aunque es bien conocida su tendencia a la fabulación y a la construcción de situaciones nuevas:
"Había sido costumbre suya que cuando tenía acabados seis u ocho o más cantos, o menos, se los enviaba antes de que ningún otro los viera, estuviese donde estuviese, a micer Cane della Scala, al que reverenciaba más que a cualquier otro hombre; y, después de haber sido vistos por éste, hacía copias para quienes las querían. Habiéndole enviado de esta manera todos los cantos salvo los trece últimos, y habiéndolos hecho, aunque aún no se los había mandado, sin dar noticias a nadie de que los dejaba, se murió. Tras buscar los que quedaron, hijos y díscipulos, en varias ocasiones y durante meses, entre todos sus escritos, si a su obra le había dado fin, y no encontrándose en modo alguno los cantos que faltaban, sus amigos ya se lamentaban porque Dios no lo había prestado al mundo lo suficiente como para dar fin a lo poco que restaba de su obra y no encontrándolos, dejaron de buscar desesperados.
Iacopo y Pietro, hijos de Dante, ambos poetas, persuadidos por algunos de sus amigos, se pusieron a suplir la obra paterna en la medida de sus posibiidades, para que no quedara inacabada; entonces, se apareció a Iacopo, que era mucho más aplicado en esto que su hermano, una admirable visión, que no sólo lo apartó de la estulta presunción, sino que además le mostró dónde estaban los trece cantos que faltaban a la divina Comedia, y que no habían sabido encontrar".
[Boccaccio, Vida de Dante , cap. XIV, 183-189; trad. C. Alvar, loc. cit.]
Obras
Dante escribió en verso y en prosa, en italiano y en latín. Entre sus obras juveniles se encuentran la colección de composiciones poéticas (Rime) en las que destaca fundamentalmente la búsqueda de nuevos caminos expresivos, que le llevan desde los modelos sículo-toscanos al Dolce Stil Novo y a la rápida superación de esta escuela: la variedad de registros y la riqueza de temas de su poesía se han considerado como el paso previo, necesario, para llegar a la Divina Comedia. La Vita Nuova se sitúa entre 1294 y 1295, y es, sin duda, el texto que mejor representa los ideales del Dante joven: por una parte, apegado a las pautas del Stil Novo , por otra, es reflejo de las preocupaciones estéticas y lingüísticas del autor, que comenta sus propias poesías. Por último, es el preludio de la Comedia, reflejo del proceso de maduración y del nivel alcanzado en muy poco tiempo.
Las preocupaciones lingüísticas y estéticas se manifiestas en dos tratados: el Convivio, escrito en latín y el De vulgari eloquentia, en italiano. Son posiblemente contemporáneos (h. 1304-1307) y fueron redactados en los años posteriores al fracaso político; quedaron inacabados con el comienzo de la Comedia . En ambos textos se refleja el deseo de Dante de adquirir fama de sabio, de filósofo entre sus contemporáneos y, de ese modo, recuperar la posición política y social perdida. Para llevar a cabo su propósito reflexiona sobre su propia obra y sobre la lengua, lo que no le impide hacer una amplia digresión sobre el Imperio, primer testimonio del pensamiento político del autor, minuciosamente expresado más tarde en la Monarchia (de difícil datación, relacionada con Enrique VII) y en la misma Comedia . A este conjunto habría que añadir las Epístolas y un par de textos escritos en la vejez, que se vinculan con su experiencia didáctica: se trata de la Quaestio de aqua et terra y de las dos Eclogae latinas, en correspondencia con Giovanni del Virgilio.

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