sábado, 13 de noviembre de 2021

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13 DE NOVIEMBRE DE 1901 NACE ARTURO JAURETCHE

 13 DE NOVIEMBRE DE 1901   NACE 
ARTURO JAURETCHE
Arturo Martín Jauretche nació el 13 de noviembre de 1901 en Lincoln, un pueblo de la provincia de Buenos Aires, en el seno de una familia de clase media. Su padre, Pedro Jauretche, era funcionario municipal y militante del Partido Conservador. Su madre, Angélica Vidaguren, era maestra.
Tras radicarse en Chivilcoy y participar en las luchas estudiantiles por la Reforma Universitaria de 1918, Arturo llega a Buenos Aires en 1920 para continuar sus estudios y conseguir el título de abogado. En 1922 descubre el nuevo modelo de integración social promovido por la Unión Cívica Radical y se incorpora al sector de Hipólito Yrigoyen, los llamados “radicales personalistas”.
Jauretche se desempeña como funcionario durante el segundo mandato de Yrigoyen, desde 1928 hasta 1930, cuando se produce el primer golpe de estado encabezado por José Félix Uriburu, que da lugar a la llamada Década Infame. A partir de ese momento protagoniza la lucha callejera, combatiendo a mano armada junto a los insurrectos y desarrollando una intensa actividad política.
En 1933 toma parte en el alzamiento de los coroneles Roberto Bosch y Gregorio Pomar en la provincia de Corrientes. La asonada es vencida y Jauretche cae preso. Es en la cárcel donde escribe “El paso de los libres”, cuya edición será prologada por Jorge Luis Borges, quien califica al poema como "merecedor de la amistad de las guitarras y los hombres".
En 1935, ya muerto Yrigoyen y ante la evidencia de que el Radicalismo comenzaba a perder su fuerza para cambiar el destino del país, Jauretche participa de la formación de FORJA (Fuerza Orientación Radical de la Joven Argentina). Esta agrupación (que cuenta también con la participación de Homero Manzi, Luis Dellepiane y Raúl Scalabrini Ortiz, entre otros) más que una fuerza política fue una corriente de pensamiento que postuló la necesidad de restituir “lo nacional” como centro de análisis, a la vez que lo identificaba con los intereses populares. FORJA se disuelve en 1945 con la llegada del Peronismo, ya que considera que sus propios objetivos (la creación de una política nacional y de recuperación de la soberanía contra el capitalismo extranjero) se habían cumplido.
Es precisamente en 1945 cuando Jauretche se adhiere al peronismo y un año después es nombrado presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires. Su gestión se caracteriza por el apoyo a la empresa nacional. Renuncia en 1950 por entender que el nuevo equipo económico de Perón no garantiza el cumplimiento de las banderas históricas del Movimiento Peronista. Recién volverá a la función pública en 1973 cuando durante el breve gobierno de Héctor Cámpora, Jauretche ocupa la presidencia del directorio de la Editorial de la Universidad de Buenos Aires (EUDEBA).
Cuando se produce la Revolución Libertadora que derroca a Juan Domingo Perón en 1955, Arturo Jauretche comienza su participación en la Resistencia Peronista. Como pensador, se impone la tarea de una acción pedagógica que impida que la derrota política de las masas se convirtiera en una derrota ideológica. Aquí nace el Jauretche escritor y polemista que publica una docena de libros donde aquellas ideas de los años ‘30 se asientan y constituyen una visión preclara de la realidad argentina. Funda el periódico “El Líder” y el semanario “El 45”, donde critica el régimen de facto y es perseguido y obligado a exiliarse en Montevideo (Uruguay).
En el exilio se mantuvo crítico con la sociedad argentina, proponiendo la integración de los intereses de la burguesía y el proletariado para el desarrollo de una economía sólida. Esta posición le granjeó enemistades por parte de los liberales y de la dirigencia justicialista.
En 1961, a pesar de no contar con el apoyo político de Perón (cuyo candidato era el ex conservador Damonte Taborda) se postula al cargo de Senador Nacional pero no logra acceder a la banca.
Jauretche saluda el regreso del general Perón en 1972 porque entiende que debía cerrarse el ciclo histórico que se había interrumpido en 1955. Una nueva etapa se abre en la historia del país y Jauretche necesita reubicarse ante esa nueva realidad, tarea nada fácil. A su regreso, Perón y su entorno no lo tienen en cuenta y tampoco lo anima el giro a la derecha del viejo líder. Por otro lado, le entusiasma el aporte juvenil a la renovación del peronismo, pero la idea de un “socialismo nacional” sostenida por estos sectores era difícil de conjugar con su defensa de un “capitalismo nacional”. A esto se suma, su descontento por el camino que los sectores juveniles del peronismo comenzaban a transitar.
En 1974, realiza sus últimas conferencias en la Universidad del Sur donde trata de dar cuenta de esta nueva realidad nacional. Arturo fallece en el día de la Patria, el 25 de mayo de 1974.
El 29 de diciembre de 2003 el Ejecutivo Nacional promulga la Ley 25.884, por la cual declara "Día del Pensamiento Nacional" al 13 de noviembre, fecha del nacimiento de Arturo Jauretche. En sus fundamentos destaca que "...en nombre de todos aquellos que encienden diariamente el debate sobre los grandes temas nacionales, es que presentamos este Proyecto de Ley, para que junto a la memoria de don Arturo Jauretche, se fortalezca y crezca la intelectualidad nacional".


13 DE NOVIEMBRE DE 1850 NACE ROBERT LOUIS STEVENSON

13 DE NOVIEMBRE DE 1850 NACE
ROBERT LOUIS STEVENSON

(Edimburgo, 1850 - Vailima Upolu, Samoa Occidental, 1894) Escritor escocés. En la tumba de Stevenson, en una lejana isla de los mares del Sur a la que se retiró por motivos de salud, figura grabado el apodo que le dieron los samoanos: Tusitala, que en español significaría «el contador de historias». En efecto, la literatura de Stevenson es uno de los más claros ejemplos de la novela-narración, el «romance» por excelencia.
Hijo de un ingeniero, R. L. Stevenson se licenció en derecho en la Universidad de Edimburgo, aunque nunca ejerció la abogacía. En busca de un clima favorable para sus delicados pulmones, viajó continuamente, y sus primeros libros son descripciones de algunos de estos viajes (Viaje en burro por las Cevennes)
En un desplazamiento a California conoció a Fanny Osbourne, una dama estadounidense divorciada diez años mayor que él, con quien contrajo matrimonio en 1879. Por entonces se dio a conocer como novelista con La isla del tesoro (1883). Posteriormente pasó una temporada en Suiza y en la Riviera francesa, antes de regresar al Reino Unido en 1884.
La estancia en su patria, que se prolongó hasta 1887, coincidió con la publicación de dos de sus novelas de aventuras más populares, La flecha negra y Raptado, así como su relato El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde (1886), una obra maestra del terror fantástico.
En 1888 inició con su esposa un crucero de placer por el sur del Pacífico que los condujo hasta las islas Samoa. Y allí viviría hasta su muerte, venerado por los nativos. Entre sus últimas obras están El señor de Ballantrae, El náufrago, Cariona y la novela póstuma e inacabada El dique de Hermiston.
Su popularidad como escritor se basó fundamentalmente en los emocionantes argumentos de sus novelas fantásticas y de aventuras, en las que siempre aparecen contrapuestos el bien y el mal, a modo de alegoría moral que se sirve del misterio y la aventura. Cantor del coraje y la alegría, dejó una vasta obra llena de encanto, con títulos inolvidables.

viernes, 12 de noviembre de 2021

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12 DE NOVIEMBRE DE 1989 MUERE DOLORES IBÁRRURI LA PASIONARIA

12 DE NOVIEMBRE DE 1989 MUERE

DOLORES IBÁRRURI

LA PASIONARIA

(Dolores Ibárruri Gómez, llamada la Pasionaria) Dirigente comunista española (Gallarta, Vizcaya, 1895 - Madrid, 1989). Nacida en una familia minera conservadora, Dolores Ibárruri se interesó por la lucha obrera bajo la influencia de su marido, un militante socialista con el que se casó en 1915.

Desde que pasó a la acción con motivo de la huelga general revolucionaria de 1917, Dolores Ibárruri fue adquiriendo prestigio como oradora y articulista política, a pesar de que había interrumpido muy pronto su formación escolar para ponerse a trabajar como sirvienta.

Impresionada por el triunfo de la Revolución bolchevique en Rusia, Dolores Ibárruri participó junto con la agrupación socialista de Somorrostro, de la que era miembro, en la escisión del PSOE que dio lugar al nacimiento del Partido Comunista de España (PCE) en 1920, llegando a formar parte de su Comité Central en 1930; en 1931 se trasladó a Madrid para trabajar en la redacción del periódico del Partido, Mundo Obrero.

Su activismo de luchadora incansable le llevó a la cárcel por dos veces en 1931-33. Recién elegida diputada por Asturias en 1936, la sublevación de los militares contra el gobierno de la República acrecentó su carisma popular, al desplegar durante la siguiente Guerra Civil (1936-39) una gran actividad de propaganda; su prosa apasionada, sensible y coherente la convirtió en símbolo de la resistencia y combatividad de la España republicana.
La Pasionaria firmando autógrafos para los soldados
de las brigadas internacionales (1938)

Ya durante la guerra ascendió al segundo lugar en influencia dentro del partido, después de su secretario general, José Díaz. Tras la derrota militar se exilió en la Unión Soviética (1939-77), continuando su labor como representante de España en la Internacional Comunista. Al morir Díaz en 1942, Pasionaria le sustituyó como secretaria general del PCE, cargo del que sería desplazada por Santiago Carrillo en 1960; se mantuvo, no obstante, en el cargo honorífico de presidenta del Partido.

Dolores Ibárruri regresó a España tras la muerte de Franco y la transición a la democracia, resultando elegida de nuevo diputada por Asturias (1977). Incluso entonces permaneció aferrada a los viejos ideales del comunismo prosoviético, que apenas tenían ya eco ni en la sociedad española ni en el PCE; aquejada por problemas de salud, abandonó pronto su escaño y se retiró de la política activa.


sábado, 6 de noviembre de 2021

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ROBERTO ARLT PEQUEÑOS PROPIETARIOS.

   ROBERTO ARLT   

  PEQUEÑOS PROPIETARIOS   

Cierta noche, Eufrasia, poco después de cenar, le dijo a Joaquín, su esposo:
—¿Sabes?, tengo el presentimiento de que el de al lado le roba materiales al infeliz a quien le está construyendo la casa.
Joaquín la soslayó hosco, con su ojo de vidrio.
—¿De dónde sacas eso?
—Porque hoy al oscurecer vino con el carrito cargado de polvo de ladrillo y tapado con bolsas, para disimular.
—No puede ser.
—Sí, porque ayer traía unos mosaicos debajo del brazo, también envueltos en una bolsa rota. Y se les veía el canto.
—Entonces… ¡quién sabe!...
—Sí… también me fijé cuando tenía la otra obra. Al principio llegaba temprano con el carrito, después, cuando estaba por terminar, mucho más anochecido, y siempre el carrito tapado. Con ese material deben haber construido la marquesina.
Taciturno, replicó Joaquín:
—Claro, así es fácil construir obras para darle envidia a los otros.
Luego no hablaron más. Cenaron en silencio y el ojo de Joaquín, el corredor y pequeño propietario, estaba tan inmóvil como su otro de vidrio.
Solo al acostarse, cuando Eufrasia iba a apagar la lámpara, dijo sin mirar a su esposo, con la voz ligeramente desnaturalizada por el deseo de que fuera natural;
—Si el dueño de la casa lo supiera…
—Lo hace meter preso —fue el único comentario del tuerto—. Luego se acostaron y ya no hablaron más.
* * *

Los dos propietarios se odiaban con rencor tramposo.
Tal sentimiento había madurado al calor de oscuras ignominias, y lo teñía de colores distintos la desemejanza de desgracia que se deseaban. Cosme, el albañil, invocaba sobre la propiedad de Joaquín una catástrofe súbita. No podría especificar, si se lo preguntaran, qué clase de catástrofe era la que le deseaba a su vecino, ya que esta no llegaba sino en excepcionales casos a la muerte. Y esta falta de imaginación le atormentaba con iras fugaces pero tormentosas, pues estaba seguro de que si concretara su deseo, sería feliz.
En cambio, Joaquín había objetivado este anhelo.
Deseaba que el albañil se arruinara.
Se imaginaba que su vecino no podía pagar las mensualidades del terreno que con poca diferencia de tiempo habían comprado a plazos, y el sencillo acto de representarse la roja bandera de remate flameando en el jardín de Cosme le regocijaba siniestramente. Crujíanle los dientes y su ojo de vidrio traslucía un fulgor más intenso que el otro, al acecho, bajo un fino párpado siempre arrugado.
Dos hechos fueron el origen de este odio.
Cuando Joaquín compró el terreno, pidiole presupuesto, para la casa que pensaba construir, a Cosme, y luego, lógicamente, le dio la obra a otro albañil.
Pero como necesitó utilizar la medianera de su vecino, este, furioso, le exigió un precio superior al valor natural, y Joaquín, rechinando los dientes, se negó a pagar. Una mañana en que el albañil estaba ausente, hizo colocar las vigas del techo sostenidas provisoriamente por unos parantes, de modo que cuando Cosme llegó era demasiado tarde para detener la obra.
Mas como el importe de esta era inferior al de la cantidad requerida para sustanciar un litigio ante los tribunales (imposibilidad que lo puso furioso al albañil, pues deseaba arruinar a Joaquín) el asunto fue a parar a un Juzgado de Paz y en el plazo de un año y medio Cosme cruzó sombrío y tempestuoso, sucios salones atestados de oficiales de justicia y palurdos aburridos. Conoció todas las triquiñuelas de los que no quieren pagar y durante numerosos meses buscó en su caletre arduos sistemas para asesinar a su vecino, mas como era muy bruto no se le ocurría nada y al fin, cuando ya desesperaba de la justicia terrestre, cobró.
Pasó el tiempo y este odio creció, ya no con la energía brutal del primer año; porque ahora que ellos estaban en reposo, el rencor maduraba a la sombra, destilando en el alma de los propietarios un jugo que les engordaba los tuétanos rezumándoles en el alma feroces proyectos y cierto goce oscuro y vigilante: el presentimiento de que algún día el otro se “las pagaría”.
La primera puñalada trapera partió del albañil.
Joaquín construyó una piecita sin presentar el plano a la municipalidad, y lo más grave es que no se hizo colocar el contrapiso, de acuerdo con lo reglamentado en el digesto.
Cosme lo supo, charlando con el peón de Joaquín en el despacho de bebidas del almacén de la esquina, y puso esta gravísima infracción en conocimiento del Inspector Municipal de zona.
Vino este y el corredor tuvo que abonar una fuerte multa, pero no si haber visto antes cómo el inspector destrozaba su hermoso piso de pinotea, a fin de comprobar la infracción.
Aquel día una lágrima cayó de su ojo de vidrio, mientras Eufrasia maldecía en la cocina el poco carácter de su esposo en no irle a buscar querella al albañil. Y este esa noche se sumergió en su camastro mascullando dulces palabras torvas.
Siete meses después el albañil compró un carro y un caballo para transportar sus materiales a la obra, pero por negligencia, no construyó la caballeriza de acuerdo a las disposiciones del Digesto Municipal. Joaquín, so pretexto de examinar su techo, subió al de Cosme, estudió aquel establo provisorio, luego se hizo recomendar a un inspector, y un buen día el albañil fue sorprendido por una multa, amén la orden de construir la caballeriza que le costó más que el carro y el caballo.
El éxito de estas cuchilladas lubrificadas con jurisprudencia, no marchitaba aquel odio.
Joaquín no podía verle a Cosme sin estremecerse de rabia, y la grosera figura del otro le espantaba hasta la repulsión física, pues el albañil era pequeño, morrudo, cargado de espaldas, y en su cara biliosa, había siempre sonriendo, impúdicos, dos ojuelos verdes. Su voz surgía sesgada, recargada del sonido “guee”, y cuando Joaquín le escuchaba se escalofriaba hasta el malestar físico. Y sin embargo charlaban.
Porque a veces conversaban. El tema era el desmesurado costo de los ladrillos, o cualquier otra cosa.
Joaquín, que necesitaba mil ladrillos para el invierno próximo, comentaba:
—Dicen que van a subir a cuarenta el mil.
—A cuarenta y cinco.
—Pero eso es un escándalo. ¿Se da cuenta usted? Diez pesos de aumento el mil.
Y por esos cinco pesos de exceso que tendría que pagar dentro de cuatro meses, se estaba una hora protestando con el otro contra el país y sus leyes, solidarizados por la común desgracia del costo del material.
Sentían el placer de ser avaros, y, a la inversa de la gente de otra condición, en vez de ocultar el defecto lo exhibían como una virtud, regodeándose en su tacañería.
Y Joaquín, que era más sensible y romántico que Cosme, cuando conversaba de estas miserias, le parecía ser igual al dueño de un conventillo de la calle Loyola, y entonces insistía en su argumento, esperanzado de llegar a ser algún día un propietario gordo, que a la puerta de su casa remienda la tapia con un balde lleno de tierra romana.
Y lo único que se reprochaba era no ser demasiado mezquino.
A pesar de esta aparente cordialidad, cuando conversaba con el albañil, le parecía entrever en las verdes pupilas del otro, un alma inmóvil, pesada como un monstruo de carne cruda, que entorpecía sus sensaciones, suspendiéndole en una sonrisa tímida, de la áspera cháchara de Cosme.
Y no discutía con él, sino que, por lo general, asentía a lo que el albañil decía, mientras que todos los nervios se le sublevaban en una contracción silenciosa, que al transcurrir los siguientes días se traducía en sus pensamientos en una crispadura roja, como la de una epidermis cicatrizada después de una quemadura. Y sus pensamientos, semejantes a sanguijuelas, se movían en un mundo homicida y fangoso.
En cambio, el albañil se veía caer sobre Joaquín con un puñal en la izquierda.
Era en la esquina lúgubre de su casa, con los desperdicios de basura en la vereda de tierra, y el farol de nafta iluminando con su luz amarilla un círculo del que Cosme brotaba cuando pasaba el tuerto.
En tanto, sus deseos no se consumaban, desacreditaba la casa, y cuando Joaquín quiso venderla, y recibió la visita de un comprador, Cosme, que escuchó la conversación por la baja tapia del fondo, siguió al desconocido, y una vez que este se hubo separado de Joaquín, lo interpeló, convenciéndole de que la casa estaba construida con pésimos materiales, lo cual era cierto.
Además, este odio era cuidado, abonado, puesto en tensión como las cuerdas de un violín, por sus respectivas esposas.
Se deseaban padecimientos atroces, lo que no les impedía hablarse sonriendo, adulándose respecto a insignificancias, dedicándose en los saludos sonrisas melosas, cambiando entre sí melifluos “sí, señora” y “no, doña”, porque la mujer del corredor, que usaba sombrero y medias de seda, era “señora” para la otra que solo gastaba batón para salir y no se cortaba melena. Y como las propiedades estaban divididas por un cerco de alambre, conversaban a la hora de la siesta, buscándose a su pesar, yendo al jardín a recortar las rosas mondadas por las hormigas, o a preguntarse la hora, motivos estos que eslabonaban conversaciones inagotables, donde se sacaba a relucir la vida de la carbonera y la posibilidad de un tranvía en la calle próxima, dándose con solicitud conmovedora consejos sobre compotas y modos de podar las plantas.
En estos diálogos ocurría a la inversa que en los de los hombres, y era que la mujer de Cosme daba siempre la razón a la de Joaquín, imitando el modo de conversar de “la señora Eufrasia”, sonriendo con sonrisas que le doblaban el vértice del labio hacia el ojo izquierdo, mientras que, a su vez, la “señora” movía en gesto de comprensión la cabeza hacia la pechera de su batón, gesto que era característico en la analfabeta que se había hecho de este tic, para no demostrar ignorancia. Pues tal movimiento era un compuesto de comprensión e indulgencia, o sea, las condiciones de inteligencia elevadas a su máximo, descubrimiento inconsciente pero que utilizaba con acierto la mujer del albañil.
Y el odio que no podían enrostrarse, la casi repulsión que las separaba, ponía en estos diálogos una atracción, y, sin repararlo, cuando ambas conversaban, estaban como esas criaturas que temiendo el vacío se asoman a los altos ventanales.
***

Ahora Joaquín no podía dormir.
Súbitamente se había introducido una incomodidad en su conciencia. Era aquello algo extraño, cierto apresuramiento del tiempo a través de sus nervios, de modo que la sangre empujada por el frenesí de los minutos, corriendo más rápidamente, tornaba anhelosa su respiración.
Bruscamente se le había transformado la vida, ¿mas, por qué su esposa no lo miró antes de acostarse?
Recordándolo, le parecía raro el tono de su voz, que ahora se le presentaba un poco desnaturalizada por el deseo de que el pensamiento expresado pareciera la consecuencia de una actitud natural.
Y, aunque desasosegado, no se movía.
El tiempo no pasaba nunca en las tinieblas, pero descentrado por una ansiedad de espera, sentía que la mitad longitudinal de su cuerpo pesaba más que la otra debido a un repentino descentramiento de la conciencia.
Y no quería asomarse a sus pensamientos, porque le parecía que de levantar la cabeza chocaría la frente con ellos.
Luego, entornando los ojos, miró por el intersticio de los postigos el cilindro amarillo que en el fanal del farol oscilaba tristemente y se dio cuenta que en la calle soplaba el viento.
Pero no se movía; tan inmóvil estaba, que lo sobresaltó la voz de su esposa preguntando:
—¿Qué te pasa que no dormís?
Y a las doce de la noche estaba aún despierto.
Tal silencio pesaba en el cubo negro de la estancia, que el silencio parecía el susurro tibio de los fantasmas desprendiéndose de los muros. Había algo de horrible en esa situación.
Tenía la impresión de que su esposa estaba incorporada junto a la almohada, pero él no la reconocía, porque de aquel semblante amable durante el día solo restaba un perfil de hueso de nariz rampante y terrible mirada lechosa, que, atravesando su carne, estampaba en su conciencia un dictado terrible.
Tan fuerte era el llamado implacable, que se revolvió espantado en su cama, al tiempo que con su voz suave le preguntaba su esposa:
—¿Qué te pasa que no dormís?
No podían dormir.
Los atenaceaba el mismo deseo pesado, la igual perspectiva de desastre que podían desencadenar sobre el albañil; y la figura de Cosme surgía ante sus ojos, desmesurada en la soledad de la callejuela, encorvada en el pescante de su carrito, con el pelo enredado sobre la frente y soslayando con sus ojuelos verdosos la carga roja de polvo de ladrillo.
O veían esto otro: y era el sargento de policía llegando en el crepúsculo a la casa de Cosme, golpeaba las manos, y de pronto, ellos, escondidos detrás de la ventana que daba al jardín, escuchaban:
—¡Señora… su marido está preso por ladrón!...
Un grito desgarrador cruzaba la perspectiva y la mujer caía desvanecida en el patio de mosaico, mientras que ellos solícitos acudían corriendo y preguntando:
—¿Qué le pasa, señora… qué le pasa?
Y ya Joaquín, no pudiendo soportar más su pensamiento, dijo en voz alta:
—No; por eso no lo van a condenar.
—¿Por qué?
Dejó él caer el brazo en la almohada de su esposa y dijo:
—Le darán dos años de cárcel… pero condicional… Lo único es el dolor de cabeza.
—Te entiendo.
—De lo que me alegro, porque uno es sensible aunque no quiera. Eso sí… lo más que le va a pasar es que le rematarán la casa…
—¿Quién?...
—El dueño de la otra obra… por daños y perjuicios.
En silencio se refocilaron los cónyuges, asomados a la siniestra perspectiva judicial de una tarde de domingo, con la callejuela recorrida de honestos propietarios, excitados por un remate ordenado por el juez. ¡Qué plato para la ferocidad del barrio!
Veían la bandera roja flameando en la caña tacuara, mientras que ellos, seguros, calafateados en su “casa propia” comentaban en rueda con el carbonero y la panadera las ventajas de ser honrados y esas desgracias que ocurren por “ensuciarse por una miseria”.
Paladeando sus frases, Joaquín agregó:
—A nadie le gusta pagar… y el dueño de la obra va a encontrar admirable el pretexto de que Cosme lo robaba para hacerlo meter preso y no aflojar la plata que le debe…
—¿Pero por una miseria así?...
Joaquín replicó indignado:
—¿Una miseria? ¡Estás loca tú! El otro día lo pusieron preso a un carpintero por llevarse unas alfarjías y un paquete de clavos de la obra. ¿Dónde iríamos a parar si cada uno hiciera lo que quisiera? ¡No, m’hijita, hay que ser honrados!
—Sí, la frente limpia… ¿pero cómo vas a hacer?...
—Mañana me averiguo dónde está la obra… la dirección del dueño…
—No le vas a escribir, ¡eh!...
—Sí… pero le hago un anónimo a máquina.
—¡Cómo se va a poner la hipocritona de su mujer! Fijate que ayer, con pretexto de enseñarme un figurín, me dice: “Ah, ¡no sabe?, cuando mi marido termine la obra le vamos a poner persiana a todas las puertas”. Y todo, ¿sabés para qué?, para hacerme “estrilar”.
—¡Qué gentuza!
—Y pensar que uno tiene que tratarse con ellos…
—Dejá… mañana lo arreglamos.
Bostezó Joaquín un instante, y ya cansado, dijo:
—Me voy a dormir. Hasta mañana, querida.
—¿Y no me das un beso?
—Tomá… y que duermas bien.

viernes, 29 de octubre de 2021

VICENTE ARNOL DE PROFUNDIS

    VICENTE ARNOL 
 DE PROFUNDIS 

En la humana comprensión
con majestad grave y muda,
germina en todo la duda,
según mi interpretación
las cosas son y no son
por la ley de su propio ser;
nada es eterno a mi ver,
pero fin tampoco tiene,
del hoy, el mañana viene
y el hoy viene del ayer.

Es precepto establecido
de la vida en el concierto,
que el vivo muere,
y el muerto, vive,
en polvo convertido.
Todo lo que ha sucumbido
perdura y perdurará;
el vivo en acción está,
como el muerto,está en acción,
cual punto de intersección
entre el ser y el que será.

El hombre vivo, se agita
sosteniendo su defensa
con un cerebro que piensa
y un corazón que palpita.
La vida que se le quita,
se le da a su cuerpo inerte,
de modo que lo convierte
en todo lugar y esfera,
en breve compás de espera
entre la vida y la muerte.

Cuando se anhela romper
de lo real y lo ficticio,
el complicado artificio,
se interpone el puede ser.
Si promedia el suponer
entre mentira y verdad,
por razón de afinidad,
entre la sombra y la luz,
surge también el capuz,
que es sombra de claridad.

Los muertos en vida están,
los vivos en muerte bregan;
unos vienen y no llegan,
otros llegan y se van.
Los vivos son y serán
y si mueren, se examinan,
son cuerpos que peregrinan
por el misterio empujados,
porque hay vivos sepultados
como hay muertos que caminan.

Uno, mucho, menos, más,
parte, mitad, todo, nada,
tienen la ruta marcada,
del siempre nunca jamás,
del sí, del no, del quizás,
puede el tiempo establecer
que, si la vida es poder,
no es menos poder la muerte,
que en la vida se convierte
en la muerte de su ser.

El hombre quiere la vida
y al hombre la muerte quiere;
el hombre es materia y muere;
la vida es muerte vivida
la muerte a vivir convida,
la vida a morir señala,
y en un derroche de gala,
cuando ajustan su cadena,
si la vida es cosa buena,
la muerte no es cosa mala.

Cuando el cuerdo viene loco,
loco es un cuerdo al revés,
si lo que ha sido ya no es
no deja de ser tampoco...
Y si en su medio coloco
vida y muerte, se deduce
que la muerte se trasluce
cuando la vida se apaga;
la vida es muerte que vaga
la muerte es vida que luce.

Por eso, cuando pensando,
que, bien sin querer, yo quiero,
alcanzar lo que no espero
pero que vivo esperando,
la vida me está anunciando
la muerte dentro de sí,
y, si muerto vivo así,
vivo, muero en un segundo;
pues no vivo para el mundo
y no he muerto para mí.

Estoy sepultado vivo,
pero, con todo, no he muerto:
vivo muerto, eso es lo cierto,
en mi suerte de cautivo...
argumentando el motivo
de que vida en muerte soy,
a la muerte en vida voy,
pues, visto de todos modos,
soy un muerto para todos
pero existo donde estoy.



domingo, 24 de octubre de 2021

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24 DE OCTUBRE DE 1980 MUERE CÉSAR TIEMPO

-GERLILIBROS-GERLILIBROS-24 DE OCTUBRE DE 1980  MUERE
CÉSAR TIEMPO

Israel Zeitlin -más conocido por su seudónimo, César Tiempo- nació en Ekaterinoslaw (actualmente Dniepropetrowsk), Ucrania, el 3 de marzo de 1906. En diciembre de ese mismo año, llegó junto a su familia a Buenos Aires. Su infancia transcurrió entre los barrios Villa Crespo y San Cristóbal, donde concurrió a la Escuela Hebrea I. Markman y a la Escuela Nacional de Artes. Desde muy temprana edad comenzó a interesarse por el ámbito artístico; con tan sólo 15 años enviaba cuentos y poemas de temas judaicos a varios periódicos argentinos, logrando su primera publicación en el diario La Nación a los 20 años.
En 1926 aparece su primer libro de poemas llamado Versos de una... cuya autoría esconde detrás de la personalidad literaria de Clara Beter, joven poeta y prostituta rusa. El libro fue publicado con gran repercusión por Claridad, editorial y revista del grupo literario Boedo, llevando al escritor a desenmascarar su autoría. El seudónimo César Tempo, que mantuvo luego durante toda su vida, tiene relación con los orígenes de su apellido (Zeit en alemán significa tiempo y lin es el verbo cesar).

Al año siguiente, junto a Pedro Juan Vignale, Tiempo organiza y publica la Exposición de la actual poesía argentina (1922-27), exquisita antología que incluye a los principales poetas de vanguardia de la década del 20 (como Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Raúl González Tuñón, González Lanuza, Norah Lange, Luis Franco, Jacobo Fijman, Leopoldo Marechal, Conrado Nalé Roxlo, entre otros).

César Tiempo recorrió todos los rincones del ambiente artístico, desde sus notas periodísticas publicadas en la prensa gráfica hasta adaptar guiones teatrales o cinematográficos para la televisión, pasando también por la radio, el cine y el teatro.

Mantuvo un mismo eje temático en casi todas sus obras, el judaísmo, pero mediante diferentes perspectivas, ya sea como un narrador fiel a las costumbres judías o denunciando la discriminación sufrida por los judíos en territorio argentino y en el resto del mundo, bajo un tinte humorístico muy particular. En 1935 escribió el folleto “La campaña antisemita y el Director de la Biblioteca Nacional”, en el cual denunciaba las novelas antisemitas de Hugo Wast, seudónimo de quien en ese momento se encontraba al frente de la Biblioteca, Gustavo Martínez Zuviría. Entre las obras literarias de Tiempo se encuentran libros de poemas como Libro para la pausa del sábado (1930), Sabatión argentino (1933), Sábado y poesía (1935), Sabadomingo (1937), Sábado pleno (1955), El becerro de oro (1973) y Poesías completas (1979).

También escribió libros en prosa los cuales, anteriormente, fueron publicados como artículos periodísticos en distintos medios gráficos. Por ejemplo, La vida romántica y pintoresca de Berta Singerman (1941), Yo hablé con Toscanini (1941), Máscaras y caras (1943), Cartas inéditas y evocación de Quiroga (1970), Florencio Parravicini (1971). Los libros Protagonistas (1954) y Capturas recomendadas (1978) son recopilaciones de entrevistas hechas por César Tiempo como periodista a distintas personalidades de la cultura y convertidas en biografías. Además tenía una columna en la revista Atlántida, donde se publicaban los reportajes hechos utilizando el seudónimo Full Time.

Mosaicos Porteños de Luis Alposta: "Autobiografía" de y por César Tiempo.

Tiempo escribió para los siguientes medios gráficos argentinos: La Nación, El Hogar, Argentina Libre, La Prensa y Mundo Argentino. También colaboró con periódicos de América Latina: Crítica, La Vanguardia, El Sol, El Radical, Amanecer y América Libre. A los diecisiete años dirigió la revista Sancho Panza (1923). En 1937 fundó la revista literaria Columna, desempeñándose como director durante los seis años en que se editó. La relevancia adquirida por esta publicación radica en el espacio brindado a la difusión del pensamiento de distintos hombres de la cultura allegados al escritor, como Alberto Gerchunoff, Stefan Zweig, Arturo Capdevila y Liborio Justo, entre otros. Tiempo fue cofundador de la editorial argentino-uruguaya Sociedad Amigos del Libro Rioplatense, que llegó a publicar ochenta títulos de los principales autores de los dos países. Además de dedicarse a su trabajo como escritor y a su labor como editor, Tiempo participaba activamente en distintas organizaciones culturales del país. Fue socio honorario de la Sociedad Hebraica Argentina y del Club Honor y Patria, fue Secretario de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), miembro del Círculo de la Prensa, de la Sociedad General de Autores de la Argentina (ARGENTORES) y de la Sociedad de Autores y Compositores de Música.

En la década del 30 comenzó a escribir sus primeros guiones teatrales: “El teatro soy yo” (1933) estrenada por Mario Sofici en el Teatro Smart, “Alfarda” (1935) en el Teatro Argentino y “Pan criollo” (1938) representada en el Nacional. Estas obras tuvieron el mismo éxito que sus primeros libros de poemas, logrando el interés de distintas productoras en asociarse con él para nuevos proyectos. Uno de estos casos es el de “Pan Criollo”, obra que se produjo en asociación con la Compañía Muiño-Alippi. Otros libretos teatrales fueron: “Quiero vivir” (1941) estrenado por Camila Quiroga en el Teatro Argentino, “Zazá porteña” (1945) en el Teatro Casino, “La dama de las comedias” (1951) por Iris Marga en el Teatro San Martín, “El lustrador de manzanas” (1957) por Luis Arata e “Irigoyen” (1973).

Luego de haberse consolidado como escritor, Tiempo decidió tomar nuevos horizontes, como la radio y la cinematografía. Durante la década del `50 escribió para las radios Belgrano, Prieto y Provincia de Buenos Aires audiciones y radionovelas, sólo o en coautoría con Arturo Cerretani. Sus actividades relacionadas a la cinematografía abarcaron desde la escritura de guiones propios hasta la adaptación y traducción de obras de diversos autores nacionales y extranjeros. Se desempeñó como guionista en 25 películas, de las cuales 11 fueron para el director de cine Carlos Hugo Christensen, como “Safo, historia de una pasión” (1943), “La pequeña Señora de Pérez” (1944), “Las seis suegras del Barba Azul” (1945), “La Señora de Pérez se divorcia” (1945), “El canto del cisne” (1945), “Adán y la serpiente” (1946), “El ángel desnudo” (1946), “Los verdes paraísos” (1947), “Con el diablo en el cuerpo” (1947), “La muerte camina en la lluvia” (1948) y “Los Pulpos” (1948).

También realizó otros guiones como “Se rematan ilusiones” (1944), para el director Mario Lugones, “El hombre que amé” (1947) para Alberto de Zavalía, “Al marido hay que seguirlo” (1948) para Augusto César Vatteone, “Pasaporte a Río” (1948) para Daniel Tinayre, “Otra cosa es con guitarra” (1949) para Antonio Ber Ciani, “El muerto es un vivo” (1953) para Yago Blass, “Paraíso robado” (1952) para José Arturo Pimentel y “Donde comienzan los pantanos” (1952) para Antonio Ber Ciani.

César Tiempo tuvo un receso en sus escritos cinematográficos debido a la gran crisis en la que se encontraba el cine argentino en la década del 50, uno de cuyos motivos era la imposibilidad de conseguir celuloide para filmar. Retoma en 1961 con el guión “Amorina” –escrito junto a Hugo del Carril- para el director Eduardo Borrás.

Por los mismos años realizó una pequeña actuación en “Esta tierra es mía”, película de Hugo del Carril. En esa época se radica en Bruselas, Bélgica, donde vive hasta 1966. Una vez de regreso en la Argentina escribió el guión cinematográfico “Deliciosamente Amoral” (1969) para su primo y amigo Julio Porter. En 1975 junto con Ulises Petit de Murat realizó la adaptación del libro Las procesadas y también escribió el guión “No hay que aflojarle a la vida”, ambas películas dirigidas por Enrique Carreras. Tiempo falleció en Buenos Aires el 24 de octubre de 1980.

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