lunes, 20 de abril de 2020

ROBERTO ARLT AGUAFUERTES PORTEÑAS EL ORIGEN DE ALGUNAS PALABRAS DE NUESTRO LÉXICO POPULAR

ROBERTO ARLT
AGUAFUERTES PORTEÑAS
EL ORIGEN DE ALGUNAS PALABRAS DE NUESTRO LÉXICO POPULAR
Roberto Arlt: prepotente defensa del lunfardo | Catalina Pantuso
Ensalzaré con esmero el benemérito “fiacún”.

Yo, cronista meditabundo y aburrido, dedicaré todas mis energías a hacer el elogio del “fiacún”, a establecer el origen de la “fiaca”, y a dejar determinados de modo matemático y preciso los alcances del térmi­no. Los futuros académicos argentinos me lo agradecerán, y yo habré te­nido el placer de haberme muerto sabiendo que trescientos sesenta y un años después me levantarán una estatua.

No hay porteño, desde la Boca a Núñez, y desde Núñez a Corrales, que no haya dicho alguna vez:

-Hoy estoy con “flaca”.

O que se haya sentado en el escritorio de su oficina y mirando al je­fe, no dijera:

-¡Tengo una “fiaca”!

De ello deducirán seguramente mis asiduos y entusiastas lectores que la “fiaca” expresa la intención de “tirarse a muerto”, pero ello es un grave error.

Confundir la “fiaca” con el acto de tirarse a muerto es lo mismo que confundir un asno con una cebra o un burro con un caballo. Exacta­mente lo mismo.

Y sin embargo a primera vista parece ‘que no. Pero es así. Sí, seño­res, es así. Y lo probaré amplia y rotundamente, de tal modo que no que­dará duda alguna respecto a mis profundos conocimientos de filología lunfarda.

Y no quedarán, porque esta palabra es auténticamente genovesa, es decir, una expresión corriente en el dialecto de la ciudad que tanto detes­tó el señor Dante Alighieri.

La “fiaca” en el dialecto genovés expresa esto: “Desgano físico ori­ginado por la falta de alimentación momentánea”. Deseo de no hacer na­da. Languidez. Sopor. Ganas de acostarse en una hamaca paraguaya du­rante un siglo. Deseos de dormir como los durmientes de Efeso durante ciento y pico de años.

Sí, todas estas tentaciones son las que expresa la palabreja mencio­nada. Y algunas más.

Comunicábame un distinguido erudito en estas materias, que los ge­noveses de la Boca cuando observaban que un párvulo bostezaba, decían: “Tiene la ‘fiaca’ encima, tiene”. Y de inmediato le recomendaban que comiera, que se alimentara.

En la actualidad el gremio de almaceneros está compuesto en su ma­yoría por comerciantes ibéricos, pero hace quince y veinte años, la profe­sión de almacenero en Corrales, la Boca, Barracas, era desempeñada por italianos y casi todos ellos oriundos de Génova. En los mercados se ob­servaba el mismo fenómeno. Todos los puesteros, carniceros, verduleros y otros mercaderes provenían de la “bella Italia” y sus dependientes eran muchachos argentinos, pero hijos de italianos. Y el término trascendió. Cruzó la tierra nativa, es decir, la Boca, y fue desparramándose con los repartos por todos los barrios. Lo mismo sucedió con la palabra “man­yar” que es la derivación de la perfectamente italiana “mangiar la lo­llia”, o sea “darse cuenta”.

Curioso es el fenómeno pero auténtico. Tan auténtico que más tarde prosperó este otro término que vale un Perú, y es el siguiente: “Hacer el rosto”.

¿A que no se imaginan ustedes lo que quiere decir “hacer el rosto”? Pues hacer el rosto, en genovés, expresa preparar la salsa con que se con­dimentarán los tallarines. Nuestros ladrones la han adoptado, y la apli­can cuando después de cometer un robo hablan de algo que quedó afuera de la venta por sus condiciones inmejorables. Eso, lo que no pueden ven­der o utilizar momentáneamente, se llama el “rosto”, es decir, la salsa, que equivale a manifestar: lo mejor para después, para cuando haya pa­sado el peligro.

Volvamos con esmero al benemérito “fiacún”.

Establecido el valor del término, pasaremos a estudiar el sujeto a quien se aplica. Ustedes recordarán haber visto, y sobre todo cuando eran mu­chachos, a esos robustos ganapanes de quince años, dos metros de altu­ra, cara colorada como una manzana reineta, pantalones que dejaban des­cubierta una media tricolor, y medio zonzos y brutos.

Esos muchachos eran los que en todo juego intervenían para amar­gar la fiesta, hasta que un “chico”, algún pibe bravo, los sopapeaba de lo lindo eliminándoles de la función. Bueno, esos grandotes que no ha­cían nada, que siempre cruzaban la calle mordiendo un pan y con un ges­to huido, estos “largos” que se pasaban la mañana sentados en una es­quina. o en el umbral del despacho de bebidas de un almacén, fueron los primitivos “fiacunes”. A ellos se aplicó con singular acierto el término.

Pero la fuerza de la costumbre lo hizo correr, y en pocos años el “fia­cún” dejó de ser el muchacho grandote que termina por trabajar de carrero, para entrar como calificativo de la situación de todo individuo que se siente con pereza.

Y, hoy, el “fiacún” es el hombre que momentáneamente no tiene ganas de trabajar. La palabra no encuadra una actitud definitiva como la de “squenun”, sino que tiene una proyección transitoria, y relaciona­da con este otro acto. En toda oficina pública o privada, donde hay gente respetuosa de nuestro idioma, y un empleado ve que su compañero bos­teza, inmediatamente le pregunta:

-¿Estás con “fiaca”?

Aclaración. No debe confundirse este término con el de “tirarse a muerto”, pues tirarse a muerto supone premeditación de no hacer algo, mientras que la “fiaca” excluye toda premeditación, elemento constitu­yente de la alevosía según los juristas. De modo que el “fiacún” al negar­se a trabajar no obra con premeditación, sino instintivamente, lo cual lo hace digno de todo respeto.

domingo, 19 de abril de 2020

ROBERTO ARLT AGUAFUERTES PORTEÑAS LABURO NOCTURNO

ROBERTO ARLT
AGUAFUERTES PORTEÑAS
LABURO NOCTURNO
roberto arlt | ContraInfo.Com

Tengo un amigo, Silvio Spaventa, que, sin grupo, es un caso digno de ob­servación frenopática.
Trabaja después de haberse tirado veinticinco años a la bartola. Cómo y cuándo, yo no sé, mas sí estoy en antecedentes de que la familia, el día que se enteró de que el nene laburaba, creyó que le había dado un ataque de ena­jenación mental, y avisaron al médico de la casa. Numerosas personas pa­saron de visita para informarse de si se trataba de un caso que entraba en los dominios del doctor Cabred, o de si la noticia era una simple y fortuita bola que el azar había echado a correr por el pavimento de la ciudad.
Pero no; la bola no era grupo, el laburo tampoco era ataque de enajena­ción, y los vecinos, después de carpetear durante una semana el caso, se lla­maron a sosiego, y en la actualidad el fenómeno sigue intrigando únicamente a los parientes, que cuando se encuentran con el vago le espetan a boca de ja­rro, como yo he tenido oportunidad de escuchar, la siguiente pregunta:
-¿Así que trabajás? ¿Te has vuelto loco?
Los parientes, como es natural, han yugado siempre. Pero se acostum­braron a ver que el otro no trabajaba, y ahora se asombran con el mismo asombro con que quedaría estupefacta una gallina de ver que el pollo, naci­do de un huevo de pato, anda por el agua sin ahogarse.
Y tanto y tanto han carpeteado el asunto, que a pedido del amigo me veo obligado a explicar por qué y cómo labura… y debido a qué razones su caso escapa a la frenopatía, a la enajenación y penetra en el mundo de los casos racionales y perfectamente “manyados” por la casi totalidad de los ciuda­danos de este país.
“La ventaja de hacer una nota sobre por qué trabajo -me ha dicho­consiste en que me ahorro el laburo de explicar a todos los consanguíneos las razones por qué trabajo. En cuanto me los encuentre y me pregunten, como pienso comprar doscientos ejemplares de El Mundo, les entrego la hoja re­cortada y pianto.”
-Trabajo -me dice el amigo- de nueve a dos de la madrugada. Es de­cir, a la hora en que todo el mundo entra al “feca” o apoliya. Es decir: tra­bajo en unas horas en que casi nadie trabaja, que es como no trabajar. Por­que -¿vos te das cuenta?- tengo el día disponible. Puedo dormir mientras “Febo la cresta dora”. Y duermo. A las tres de la tarde, me levanto y salgo a ventilarme; luego, a las nueve, entro a la oficina y salgo a las dos. Ahora bien; a mí lo que me revienta es el trabajo a horario, la recua, eso de levantarse a las siete de la mañana como todo el mundo, lavarme la cara de prepotencia, meterme en el subte repleto de fulanos ojerosos y ¡che! ¿esperar a que sean las doce para otra vez empezar la cantinela del “córrase más adelante”, etc.? ¡No, che! Así no trabajo yo m de ministro. A mí que me den un trabajo que no sea trabajo. Que no tenga las apariencias de tal. ¿Te das cuenta? Tengo psicología… Lo único que pido es que me disfracen el la­buro.
-Está bien… Seguí…
-De otro modo es para cianurarse. Yo no me he negado nunca a ¡a­burar, pero, eso sí, que me dieran trabajo a mi gusto. Tardé veinticinco años en encontrarlo. ¡Pero lo encontré! Lo que demuestra que cuando uno procede de buena fe y con mejores intenciones, lo que busca no puede menos de encontrarlo alguna vez. Si yo fuera un turro bananero, no tra­bajaría. Andaría de portuario por los “fecas”. Pero no; trabajo. Eso sí, trabajo porque sarna con gusto… es como si farrearas. Lo que hay es que soy un innovador. Un reformador de la humanidad. Pienso: ¿Por qué ha de ir Vicente adonde va la gente? ¿Ves vos las consecuencias de este régi­men carcelario? Que a una misma hora un millón de habitantes morfa, media hora después, ese millón, al trote y a los cañonazos, se embute en los tranvías y ómnibus para llegar a horario a la oficina… Y, no es posi­ble, che… ¡no!… Yo estoy contra la uniformidad. A mí, dame variación. Dame la poesía de la noche y la melancolía del crepúsculo y un escolazo a las tres de la matina y una auténtica parrillada criolla a las cuatro horas. Ser o no ser, che. Sin grupo. Ponete en mi lugar…
-Sos un héroe…
-Hacé la nota, que se la enseño al jefe, y vas a ver… ¡es macanu­do!… En cuanto la lea se cacha el mondongo de risa… Bueno… Decí que abogo por la abolición del régimen del laburo diurno, que te impide darte unos buenos fomentos al sol y unas sabrosas panzadas de oxígeno. Mirá: vos lo que tenés que hacer es explicar la psicología de un “orre” en la so­ledad nocturna, gozando el silencio, laburando solito, amarrocando sus mangos para fin de setimana… Eso es lo que tenés que hacer, vos…
Parodiándolo a Nietzsche, que murió solo en un manicomio, puedo yo también decir: “Así hablaba Spaventa”. Con meliflua y perrera expre­sión de hombre de mundo, que sabe lo que es carpetear el destino desde una mesa de café mientras el mozo ladra una letanía broncosa y un “de profundis” asesino por el débito de un capuchino atorrante y dos cafés achicoriosos.
¡Así hablaba Spaventa!… el que ahora trabaja… Después de haberse tirado durante veinticinco años a la bartola. Pero su buena fe ha quedado evidenciada. Que sirva de ejemplo y gozoso testimonio de vida espiritual para todos los curros que en este mundo habemos.

sábado, 18 de abril de 2020

ROBERTO ARLT AGUASFUERTES PORTEÑAS LOS TOMADORES DE SOL EN EL BOTANICO

ROBERTO ARLT
AGUASFUERTES PORTEÑAS
LOS TOMADORES DE SOL EN EL BOTANICO
m i r i t a: * Los tomadores de sol del Botánico
La tarde de ayer lunes fue espléndida. Sobre todo para la gente que nada tenía que hacer. Y más aún para los tomadores de sol consuetudina­rios.
Gente de principios higiénicas y naturistas, ya que se resignan ate­ner los botines rotos antes que perder su bañito de sol. Y después hay ciudadanos que se lamentan de que no haya hombres de principios.. Y es­tudiosos. Individuos que sacrifican su bienestar personal para estudiar bo­tánica y sus derivados, aceptando ir con el traje hecho pedazos antes de perder tan preciosos conocimientos.
Examinando la gente que pulula por el Jardín Botánico, uno termi­na por plantearse este problema: ”`
¿Por qué las ciencias naturales poseen tanta aceptación entre sujetos que tienen catadura de vagos? ¿Par qué la gente bien vestida no se dedi­ca, con tanto frenesí, a un estudio semejante, saludable para el cuerpo y para el espíritu? Porque esto es indiscutible: el estudio de la botánica engorda. No he visto a un bebedor de sol que no tenga la piel lustrosa, y un cuerpazo bien nutrido y mejor descansado.
¡Qué aspecto, que bonhomía! ¡Qué edificación ejemplar para un se­ñor que tenga tendencias al misticismo! Porque, no dejarán de reconocer ustedes, que una ciencia tan infusa como la botánica debe tener virtudes esenciales para engordar a sujetos que calzan botines rotos.
De otro modo no se explicaría. Cierto es que el reposo debe contri­buir en algo, pero en este asunto obra o influye algún factor extraño y fundamental. Hasta los jardineros tienden a la obesidad. El portero -los porteros están bien saciados-, los subjardineros ya han adquirido ese aspecto de satisfacción íntima que producen las canonjías municipa­les, y hasta los gatos que viven en las alturas de los pinos impresionan favorablemente por su inesperado grosor y lustroso pelaje.
Yo creo haber aclarado el misterio. La gente que frecuenta el Jardín Botánico está gorda por la influencia del latín.
En efecto, todos los letreros de los árboles están redactados en el idio­ma melifluo de Virgilio. Al que no está acostumbrado, se le embarulla el cráneo. Pero los asiduos visitantes de este jardín, deben estar ya acos­tumbrados y sufrir los beneficios de este idioma, porque he observado lo siguiente:
Como decía, fui hasta allá ayer por la tarde. Me senté en un banco y, de pronto, observé a dos jardineros. Con un rastrillo en la mano mira­ban el letrero de un árbol. Luego se miraban entre sí y volvían a mirar el letrero. Para no interrumpir sus meditaciones mantenían el rastrillo com­pletamente inmóvil, de modo que no cabía duda alguna de que esa gente ilustraba sus magníficos espíritus con el letrero escrito en el idioma del latoso Virgilio. Y el éxtasis que tal lectura parecía producirles, debía ser infinito, ya que los dos individuos, completamente quietos como otros tantos Budas a la sombra del árbol de la sabiduría, no movían el rastrillo ni por broma. Tal hecho me llamó sumamente la atención y decidí conti­nuar mi observación. Pero, pasó una hora y yo me aburrí. El deliquio de esos pelafustanes frente al letrero era inmenso. El rastrillo permanecía junto a ellos como si no existiera.
¿Se dan cuenta ustedes ahora de la influencia del botánico latín so­bre los espíritus superiores? Estos hombres en vez de rastrillar la tierra, como era su deber, permanecían de brazos cruzados en honor a la cien­cia, a la naturaleza y al latín. Cuando me fui, di vuelta la cabeza. Conti­nuaban meditando. Los rastrillos olvidados. No me extrañó de que en­gordaran.
Y vi numerosa gente entregada a la santa paz de lo verde. Todos me­ditando en los letreros latinos que se ofrecen con profusión a la vista del público. Todos tranquilitos, imperturbables, adormecidos, soleándose co­mo lagartos o cocodrilos y encantados de la vida, a pesar de que sus as­pectos no denuncian millones ni mucho menos. Pero el Señor, bondado­so con los hombres de buena voluntad, les dispensa lo que a nosotros nos ha negado: la felicidad. En cambio, esos individuos que podrían tomarse por solemnes vagos, y que puede ser que lo sean, a la sombra de los árbo­les empollaban su haraganería y florecían en meditaciones de manera en­vidiable.
En muchos bancos, estos poltrones, hacen circulo. Y recuerdan a los sapos del campo. Porque los sapos del campo, cuando se prende la luz y se la deja abandonada, se reúnen en torno de ella en círculo, y perma­necen como conferenciando horas enteras.
Pues en el Botánico ocurre lo mismo. Se ven círculos de vagos cos­mopolitas y silenciosos, mirándose a la cara, en las posiciones más varia­das, y sin decir esta boca es mía.
Naturalmente, a la gente le da grima esta vagancia semiorganizada; pero para los que conocen el misterio de las actitudes humanas, esto no asombra. Esa gente aprende idiomas, se interesa por las llamadas lenguas muertas y se regocija contemplando los cartelitos de los árboles.
¿Dónde se reúnen ahora los enamorados? ¿Han perdido el romanti­cismo? El caso es que en el Botánico lo que más escasean son las parejas amorosas. Sólo se ve algún matrimonio proyecto que recrea sus ojos sin perjudicar sus rentas, ya que para distraerse recorren los senderos solita­rios, separados uno de otro medio metro.
En definitiva, no sé si porque era lunes, o porque la gente ha encon­trado otros lugares de distracción, el caso es que el Jardín Botánico ofre­ce un aspecto de desolación que espanta. Y lo único noble, son los árbo­les… los árboles que envejecen apartándose de los hombres para recoger el cielo entre sus brazos.

jueves, 16 de abril de 2020

ROBERTO ARLT AGUAFUERTES PORTEÑAS LA TRAGEDIA DEL HOMBRE HONRADO



ROBERTO ARLT 

AGUAFUERTES PORTEÑAS
LA TRAGEDIA DEL HOMBRE HONRADORoberto Arlt – Radio Nacional
Todos los días asisto a la tragedia de un hombre honrado. Este hom­bre honrado tiene un café que bien puede estar evaluado en treinta mil pesos o algo más. Bueno: este hombre honrado tiene una esposa honrada.
A esta esposa honrada la ha colocado a cuidar la victrola. Dicho procedi­miento le ahorra los ochenta pesos mensuales que tendría que pagarle a una victrolista. Mediante este sistema, mi hombre honrado economiza, al fin del año, la respetable suma de novecientos sesenta pesos sin contar los intereses capitalizados. Al cabo de diez años tendrá ahorrados…
Pero mi hombre honrado es celoso. ¡Vaya si he comprendido que es celoso! Levantando la guardia tras la caja, vigila, no sólo la consumición que hacen sus parroquianos, sino también las miradas de éstos para su mujer. Y sufre. Sufre honradamente. A veces se pone pálido, a veces le fulguran los ojos. ¿Por qué? Porque alguno se embota más de lo debido con las regordetas pantorrillas de su cónyuge. En estas circunstancias, el hombre honrado mira para arriba, para cerciorarse si su mujer correspon­de a las inflamadas ojeadas del cliente, o si se entretiene en leer una revis­ta. Sufre. Yo veo que sufre, que sufre honradamente; que sufre olvidando en ese instante que su mujer le aporta una economía diaria de dos pesos sesenta y cinco centavos; que su legitima esposa aporta a la caja de aho­rros novecientos sesenta pesos anuales. Sí, sufre. Su honrado corazón de hombre prudente en lo que atañe al dinero, se conturba y olvida de los intereses cuando algún carnicero, o cuidador de ómnibus, estudia la anato­mía topográfica de su también honrada cónyuge. Pero más sufre aún cuan­do, el que se deleita contemplando los encantos de su esposa, es algún mozalbete robusto, con bigotitos insolentes y espaldas lo suficientemente poderosas como para poder soportar cualquier trabajo extraordinario. En­tonces mi hombre honrado mira desesperadamente para arriba. Los celos que los divinos griegos inmortalizaron, le desencuadernan la economía, le tiran abajo la quietud, le socavan la alegría de ahorrarse dos pesos se­senta y cinco centavos por día; y desesperado hace rechinar los dientes y mira a su cliente como si quisiera darle tremendos mordiscones en los ri­ñones.
Yo comprendo, sin haber hablado una sola palabra con este hombre, el problema que está encarando su alma honrada. Lo comprendo, lo interpreto, lo “manyo”. Este hombre se encuentra ante un dilema hamletia­no, ante el problema de la burra Balaam, ante… ¡ante el horrible proble­ma de ahorrarse ochenta mangos mensuales! Son ochenta pesos. ¿Saben ustedes los bultos, las canastas, las jornadas de dieciocho horas que éste trabajó para ganar ochenta pesos mensuales? No; nadie se lo imagina.
De allí que lo comprendo. Al mismo tiempo quiere a su mujer. ¡Cómo no la va a querer! Pero no puede menos de hacerla trabajar, como el famoso tacaño de Anatole France no pudo menos de cortarle unas rebarbas a las mo­nedas de oro qué le ofrecía a la Virgen: seguía fiel a su costumbre.
Y ochenta pesos son ocho billetes de a diez pesos, dieciséis de a cinco y… dieciséis billetes de a cinco pesos, son plata… son plata…
Y la prueba de que nuestro hombre es honrado, es que sufre en cuanto empiezan a mirarle a la cónyuge. Sufre visiblemente. ¿Qué hacer? ¿Renun­ciar a los ochenta pesos, o resignarse a una posible desilusión conyugal?
Si este hombre no fuera honrado, no le importaría que le cortejaran a su propia esposa. Más aún, se dedicaría como el célebre señor Bergeret, a soportar estoicamente su desgracia.
No; mi cafetero no tiene pasta de marido extremadamente compla­ciente. En él todavía late el Cid, don Juan, Calderón de la Barca y toda la honra de la raza, mezclada a la terribilísima avaricia de la gente del terruño.
Son ochenta pesos mensuales. ¡Ochenta! Nadie renuncia a ochenta pesos mensuales porque sí. El ama a su mujer; pero su amor no es incom­patible con los ochenta pesos.
También ama su frente limpia de todo adorno, y también ama su comercio, la economía bien organizada, la boleta de depósito en el ban­co, la libreta de cheques. ¡Cómo ama el dinero este hombre honradísimo, malditamente honrado!
A veces voy a su café y me quedo una hora, dos, tres. El cree que cuando le miro a la mujer estoy pensando en ella, y está equivocado. En quien pienso es en Lenin… en Stalin… en Trotzky… Pienso con una ale­gría profunda y endemoniada en la cara que este hombre pondría si ma­ñana un régimen revolucionario le dijera:
-Todo su dinero es papel mojado.

martes, 14 de abril de 2020

ROBERTO ARLT SOLILOQUIO DEL SOLTERÓN



ROBERTO ARLT

SOLILOQUIO DEL SOLTERÓN
Latitud Periódico
Me miro el dedo gordo del pie, y gozo.
Gozo porque nadie me molesta. Igual que una tortuga, a la mañana, saco la cabeza debajo la caparazón de mis colchas y me digo, sabrosa­mente, moviendo el dedo gordo del pie:-Nadie me molesta. 
Vivo solo, tranquilo y gordo como un archi­preste glotón.
Mi camita es honesta, de una plaza y gracias. Podría usarla sin repa­ro ninguno el Papa o el arzobispo.
A las ocho de la mañana entra a mi cuarto la patrona de la pensión, una señora gorda, sosegada y maternal. Me da dos palmaditas en la es­palda y me pone junto al velador la taza de café con leche y pan con man­teca. Mi patrona me respeta y considera. Mi patrona tiene un loro que dice: “¡Ajuá! ¿Te fuiste? Que te vaya bien”, y el loro y la patrona me consuelan de que la vida sea ingrata para otros, que tienen mujer y, ade­más de mujer, una caterva de hijos.
Soy dulcemente egoísta y no me parece mal.
Trabajo lo indispensable para vivir, sin tener que gorrear a nadie, y soy pacífico, tímido y solitario. No creo en los hombres, y menos en las mujeres, mas esta convicción no me impide buscar a veces el trato de ellas, porque la experiencia se afina en su roce, y además no hay mujer, por mala que sea, que no nos haga indirectamente algún bien.
Me gustan las muchachitas que se ganan la vida. Son las únicas mu­jeres que provocan en mí un respeto extraordinario, a pesar de que no siempre son un encanto. Pero me gustan porque afirman un sentimiento de independencia, que es el sentido interior que rige mi vida.
Más me gustan todavía las mujeres que no se pintan. Las que se la­van la cara, y con el cabello húmedo, salen a la calle, causando una sen­sación de limpieza interior y exterior que haría que uno, sin escrúpulos de ninguna clase, les besara encantado los pies.
No me gustan los chicos, sino excepcionalmente. En todo chiquillo, casi siempre se descubren fisonómicamente los rastros de las pillerías de los padres, de manera que sólo me agradan a la distancia y cuando pienso artificialmente con el pensamiento de los demás que coinciden en decir: “¡Qué chicos, son un encanto!”, aunque es mentira.
Me baño todos los días en invierno y verano. Tener el cuerpo limpio me parece que es el comienzo de la higiene mental.
Creo en el amor cuando estoy triste, cuando estoy contento miro a ciertas mujeres como si fueran mis hermanas, y me agradaría tener el po­der de hacerlas felices, aunque no se me oculta que tal pensamiento es un disparate, pues si es imposible que un hombre haga feliz a una sola mujer, menos todavía a todas.
He tenido varias novias, y en ellas descubrí únicamente el interés de casarse, cierto es que dijeron quererme, pero luego quisieron también a otros, lo cual demuestra que la naturaleza humana es sumamente inesta­ble, aunque sus actos quieran inspirarse en sentimientos eternos. Y por eso no me casé con ninguna.
Personas que me conocen poco dicen que soy un cínico; en verdad, soy un hombre tímido y tranquilo, que en vez de atenerse a las aparien­cias busca la verdad, porque la verdad puede ser la única guía del vivir honrado.
Mucha gente ha tratado de convencerme de que formara un ho­gar; al final descubrí que ellos serían muy felices si pudieran no tener hogar.
Soy servicial en la medida de lo posible y cuando mi egoísmo no se resiente mucho, aunque me he dado cuenta que el alma de los hombres está constituida de tal manera, que más pronto olvidan el bien que se les ha hecho que el mal que no se les causó.
Como todos los seres. humanos he localizado muchas mezquindades en mí y más me agradaría no tener ninguna, mas al final me he convenci­do que un hombre sin defectos sería inaguantable, porque jamás le daría motivo a sus prójimos para hablar mal de él, y lo único que nunca se le perdona a un hombre, es su perfección.
Hay días que me despierto con un sentimiento de dulzura florecien­do en mi corazón. Entonces me hago escrupulosamente el nudo de la cor­bata y salgo a la calle, y miro amorosamente las curvas de las mujeres. Y doy las gracias a Dios por haber fabricado un bicho tan lindo, que con su sola presencia nos enternece los sentidos y nos hace olvidar todo lo que hemos aprendido a costa del dolor.
Si estoy de buen humor, compro un diario y me entero de lo que pasa en el mundo, y siempre me convenzo de que es inútil que pro­grese la ciencia de los hombres si continúan manteniendo duro y agrio su corazón como era el corazón de los seres humanos hace mil años.
Al anochecer vuelvo a mi cuartujo de cenobita, y mientras espero que la sirvienta -una chica muy bruta y muy irritable- ponga la mesa, “sotto voce” canturreo Una furtiva lágrima, o sino Addio del passato o Bei giorni ridenti… Y mi corazón se anega de una paz maravillosa, y no me arrepiento de haber nacido.
No tengo parientes, y como respeto la belleza y detesto la des­composición, me he inscripto en la sociedad de cremaciones para que el día que yo muera el fuego me consuma y quede de mí, como úni­co rastro de mi limpio paso sobre la tierra, unas puras cenizas.

lunes, 13 de abril de 2020

ROBERTO ARLT AGUAFUERTES PORTEÑAS YO NO TENGO LA CULPA

ROBERTO ARLT
AGUAFUERTES PORTEÑAS
YO NO TENGO LA CULPA 
ARLT, LA CONDICIÓN DE MARAVILLARSE – Caras y Caretas
Yo siempre que me ocupo de cartas de lectores, suelo admitir que se me hacen algunos elogios. Pues bien, hoy he recibido una carta en la que no se me elogia. Su autora, que debe ser una respetable anciana, me dice: "Usted era muy pibe cuando yo conocía a sus padres, y ya sé quién es usted a través de su Arlt". Es decir, que supone que yo no soy Roberto Arlt. Cosa que me está alarmando, o haciendo pensar en la necesidad de buscar un pseudónimo, pues ya el otro día recibí una carta de un lector de Martínez, que me pre-guntaba: "Dígame, ¿usted no es el señor Roberto Giusti, el concejal del Partido Socialista Independiente?" Ahora bien, con el debido respeto por el concejal independiente, manifiesto que no; que yo no soy ni puedo ser Roberto Giusti, a lo más soy su tocayo, y más aún: si yo fuera concejal de un partido, de ningún modo escribiría notas, sino que me dedicaría a dormir truculentas siestas y a "acomodarme" con todos los que tuvieran necesidad de un voto para hacer aprobar una ordenanza que les diera millones. Y otras personas también ya me han preguntado: "¿Dígame, ese Arlt no es pseudónimo?". Y ustedes comprenden que no es cosa agradable andar demostrándole a la gente que una vocal y tres consonantes pueden ser un apellido. Yo no tengo la culpa que un señor ancestral, nacido vaya a saber en qué remota aldea de Germanía o Prusia, se llamara Arlt. No, yo no tengo la culpa. Tampoco puedo argüir que soy pariente de William Hart, como me preguntaba una lectora que le daba por la fotogenia y sus astros; mas tampoco me agrada que le pongan sambenitos a mi apellido, y le anden 3 buscando tres pies. ¿No es, acaso, un apellido ele-gante, sustancioso, digno de un conde o de un barón? ¿No es un apellido digno de figurar en chapita de bronce en una locomotora o en una de esas máquinas raras, que ostentan el agregado de "Máquina polifacética de Arlt"? Bien: me agradaría a mí llamarme Ramón González o Justo Pérez. Nadie dudaría, entonces, de mi origen humano. Y no me preguntarían si soy Roberto Giusti, o ninguna lectora me escribiría, con mefistofélica sonrisa de máquina de escribir: "Ya sé quién es usted a través de su Arlt". Ya en la escuela, donde para dicha mía me expulsaban a cada momento, mi apellido comenzaba por darle dolor de cabeza a las directoras y maestras. Cuando mi madre me llevaba a inscribir a un grado, la directora, torciendo la nariz, levantaba la cabeza, y decía: —¿Cómo se escribe "eso"? Mi madre, sin indignarse, volvía a dictar mi apellido. Entonces la directora, humanizándose, pues se encontraba ante un enigma, exclamaba: —¡Qué apellido más raro! ¿De qué país es? —Alemán. —¡Ah! Muy bien, muy bien. Yo soy gran admiradora del kaiser —agregaba la señorita. (¿Por qué todas las directoras serán "señoritas"?) En el grado comenzaba nuevamente el vía crucis. El maestro, exami-nándome, de mal talante, al llegar en la lista a mi nombre, decía: —Oiga usted, ¿cómo se pronuncia "eso"? ("Eso" era mi apellido.) Entonces, satisfecho de ponerlo en un apuro al pedagogo, le dictaba: —Arlt, cargando la voz en la ele. Y mi apellido, una vez aprendido, tuvo la virtud de quedarse en la memoria de todos los que lo pronunciaron, porque no ocurría barbaridad en el grado que inmediatamente no dijera el maestro: —Debe ser Arlt. Como ven ustedes, le había gustado el apellido y su musicalidad. Y a consecuencia de la musicalidad y poesía de mi apellido, me echa-ban de los grados con una frecuencia alarmante. Y si mi madre iba a re-clamar, 4 antes de hablar, el director le decía: —Usted es la madre de Arlt. No; no señora. Su chico es insoportable. Y yo no era insoportable. Lo juro. El insoportable era el apellido. Y a consecuencia de él, mi progenitor me zurró numerosas veces la bada-na. Está escrito en la Cábala: "Tanto es arriba como abajo". Y yo creo que los cabalistas tuvieron razón. Tanto es antes como ahora. Y los líos que suscitaba mi apellido, cuando yo era un párvulo angelical, se producen ahora que tengo barbas y "veintiocho septiembres", como dice la que sabe quién soy yo "a través de su Arlt". Y a mí, me revienta esto. Me revienta porque tengo el mal gusto de estar encantadísimo con ser Roberto Arlt. Cierto es que preferiría llamarme Pierpont Morgan o Henry Ford o Edison o cualquier otro "eso", de esos; pero en la material imposibilidad de transformarme a mi gusto, opto por acostumbrarme a mi apellido y cavilar, a veces, quién fue el primer Arlt de una aldea de Germanía o de Prusia, y me digo: ¡Qué barbaridad habrá hecho ese antepasado ancestral para que lo llamaran Arlt! O, ¿quién fue el ciudadano, burgomaestre, alcalde o portaestandarte de una corporación burguesa, que se le ocurrió designarlo con estas inexpresivas cuatro letras a un señor que debía gastar barbas hasta la cintura y un rostro surcado de arrugas gruesas como culebras? Mas en la imposibilidad de aclarar estos misterios, he acabado por resignarme y aceptar que yo soy Arlt, de aquí hasta que me muera; cosa desagradable, pero irremediable. Y siendo Arlt no puedo ser Roberto Giusti, como me preguntaba un lector de Martínez, ni tampoco un anciano, como supone la simpática lectora que a los veinte años conoció a mis padres, cuando yo "era muy pibe". Esto me tienta a decirle: "Dios le dé cien años más, señora; pero yo no soy el que usted supone". En cuanto a llamarme así, insisto: Yo no tengo la culpa

jueves, 9 de abril de 2020

9 DE ABRIL DE  1927
CONDENARON A MUERTE A :
SACCO Y  VANZETTI 
Tras un proceso judicial altamente irregular, un tribunal de Massachusetts condena a morir electrocutados a los trabajadores italianos Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti.
Convertidos en emblema mundial de la libertad y la justicia social, Sacco y Vanzetti fueron condenados por anarquistas y, en mayor medida, por ser pobres e inmigrantes, hasta tal punto que los testigos a su favor, todos italianos, jamás contaron con un intérprete que hiciera comprensibles sus palabras para los doce jurados angloparlantes.
La sentencia se ejecutó siete años después, en medio de una ola de indignación internacional.
"Es preciso hacer cualquier cosa para que el trágico caso de Sacco y Vanzetti se mantenga siempre vivo en la conciencia de la humanidad -dijo entonces Albert Einstein-. Los dos anarquistas italianos demuestran que, en última instancia, las instituciones democráticas más minuciosamente estudiadas no son mejores que los individuos que las usan como instrumento".
PALABRAS DE BARTOLOMÉ VANZETTI AL SER CONDENADO A MUERTE
- Bartolomé Vanzetti: ¿tiene usted alguna razón que manifestar, en virtud de la cual no pueda ser condenado a muerte?
- Si. Lo que yo digo es que soy inocente. Que no sólo soy inocente, sino que en toda mi vida, nunca he robado, ni he matado, ni he derramado sangre. Esto es lo que yo quiero decir. Y no es todo. No sólo soy inocente de estos dos crímenes, no sólo que nunca he robado, ni matado, ni derramado sangre, sino que he luchado toda mi vida, desde que tuve uso de razón, para eliminar el crimen de la Tierra.
Ahora, tengo que decir que no sólo soy inocente de todas esas cosas, no sólo no he cometido un crimen en mi vida; algunos pecados sí, pero nunca un crimen; no sólo he luchado toda mi vida por desterrar los crímenes, los crímenes que la ley oficial y la moral oficial condenan, sino también el crimen que la moral oficial y la ley oficial no condenan y santifican: la explotación y la opresión del hombre por el hombre. Y si hay alguna razón por la cual yo estoy en esta sala como reo, si hay alguna razón por la cual dentro de unos minutos va usted a condenarme, es por esa razón y por ninguna otra.
Pido perdón por evocarlo. Hay un hombre que es el más bueno que he visto en mi vida. Un hombre que va a permanecer y crecer cada vez más cerca del pueblo, cada vez más querido por él, más metido en su corazón, mientras exista en el mundo admiración por la bondad y por el sacrificio. Me estoy refiriendo a Eugenio Debs.
Este hombre tenía una verdadera y amplia experiencia en tribunales, prisiones y jurados. Sólo porque quería que el mundo fuese un poquito mejor de lo que era, fue perseguido y difamado desde su adolescencia hasta su ancianidad. Y en verdad fue asesinado por sus largas prisiones.
El conoce nuestra inocencia, y no sólo él, sino todos los hombres de claro criterio del mundo, no sólo de este país sino de todos los países del mundo, están con nosotros. La flor de la humanidad de Europa, los mejores escritores, los más grandes pensadores de Europa han pedido por nosotros. Los científicos, los más grandes científicos, los más grandes estadistas de Europa, han pedido por nosotros. Los pueblos de los países extranjeros se han pronunciado por nosotros.
¿Es posible, que sólo unos pocos individuos del jurado, sólo dos o tres hombres, que serían capaces de condenar a su propia madre a cambio de honores mundanos y bienes terrenos; es posible que ellos tengan razón contra el mundo, todo el mundo que ha dicho que están equivocados y que me consta que están equivocados?
Si hay alguien que pueda saber si tienen razón o no, somos yo y este hombre. Hace siete años que estamos juntos en la cárcel. Lo que hemos sufrido durante estos siete años, ninguna lengua humana lo puede narrar y, sin embargo aquí estoy delante de usted y no tiemblo, lo miro derecho a los ojos y no me ruborizo y no cambio de color, y no tengo vergüenza ni miedo.
Eugenio Debs dice que ni siquiera un perro, aunque no sea exactamente sus palabras, que ni siquiera un perro que ha matado gallinas, hubiera sido declarado culpable por un jurado de Estados Unidos con las pruebas que el Estado de Massachusetts ha reunido en contra de nosotros.
Hemos probado que no podía haber habido en toda la faz de la tierra un juez más prejuicioso ni más cruel que lo que usted lo ha sido con nosotros. Hemos probado eso. Y nos siguen negando un nuevo juicio. Nosotros sabemos, y también lo sabe usted en el fondo de su corazón, que usted ha estado en contra de nosotros desde el primer momento, aun antes de habernos visto la cara. Antes de vernos, usted ya sabía que éramos izquierdistas y que debíamos perecer. Nosotros sabemos que usted se descubrió, y descubrió su hostilidad contra nosotros y su desprecio, hablando con amigos suyos en el tren, en el club universitario de Boston y en el Golf Club de Worcester, Mass. Estoy seguro que si la gente supiera todo lo que usted dijo en contra nuestra, si usted tuviera el coraje de declararlo públicamente, entonces quizás su señoría, y siento tener que decirlo porque usted es un hombre anciano y yo tengo un padre anciano, pero quizás usted, señoría, tendría que estar ocupando nuestro lugar como acusado en este juicio.
Nosotros fuimos juzgados durante un período que ya ha pasado a la historia. Quiero decir con eso, un período en que había una ola de histeria y resentimiento y odio contra la gente de nuestras ideas e ideales, contra el extranjero. Y me parece, más bien estoy seguro, que tanto usted como el fiscal han hecho todo lo que pudieron para agitar la pasión de los miembros del jurado, los prejuicios de los miembros del jurado, en contra nuestro. Ellos nos odian porque estamos contra la guerra, y no saben distinguir entre un hombre que está contra la guerra porque la considera injusta, porque no odia a ningún pueblo sobre la tierra; y un hombre que está contra la guerra porque está a favor del país que lucha contra el país en que él está, y entonces es un espía.
Nósotros no somos espías. El señor fiscal sabe perfectamente que nosotros estábamos contra la guerra porque no creíamos en los propósitos por los cuales según ellos, se hacía esta guerra. La creíamos injusta y creemos eso hoy más que hace diez años, porque cada día vamos comprendiendo mejor, el resultado y las consecuencias de esa guerra.
Creemos hoy más que nunca que esa guerra fue un trágico engaño y yo voy a subir con alegría al cadalso si puedo decir a la humanidad: Cuidado, los llevan a una nueva hecatombe. ¿Para qué? Todo lo que les dicen, todo lo que les han prometido, todas son mentiras, trampas, engaños. Fue un crimen. Prometieron libertad. ¿Dónde está la libertad? Prometieron prosperidad. ¿Dónde está la prosperidad? Prometieron elevación y dignificación moral. ¿Donde están?
Desde el día que ingresé a la prisión de Charlestown, la población de la cárcel se ha duplicado. ¿Dónde está la nueva moral que la guerra ha traído al mundo? ¿Dónde está el progreso espiritual que hemos alcanzado a través de la guerra? ¿Dónde está la seguridad de nuestra vida, la seguridad de obtener el mínimo de cosas que necesitamos? ¿Dónde está el respeto por la vida humana? ¿Dónde están el respeto y la admiración por las características nobles y sanas del alma humana? Nunca antes de la guerra hubo tantos crímenes como ahora, tanta corrupción, tanta degeneración como la que hoy reina.
Se ha dicho que la defensa ha puesto toda clase de obstáculos en la marcha de este proceso para demorarlo todo lo posible. Yo creo que esto es injurioso, porque es inexacto. El Estado de Massachusetts ha utilizado uno de los cinco años que duró el proceso sólo para que la acusación comenzara con el juicio, nuestro primer juicio. Después los abogados de la defensa apelaron y usted esperó. Yo creo que en el fondo de su corazón usted ya había resuelto, cuando terminó el juicio, denegar todas las apelaciones que se interpusieran. Usted esperó un mes, no, un mes y medio, y comunicó su decisión en víspera de Navidad, exactamente en Nochebuena. Nosotros no creemos en la fábula de Nochebuena, ni desde el punto de vista histórico, ni religioso. Usted sabe que muchos de nuestros seres queridos creen en eso y no porque no creamos, significa que no seamos humanos. Nosotros somos humanos y la Navidad es una fecha grata al corazón de todos los hombres. Yo creo que usted ha comunicado su decisión en la víspera de Navidad, para envenenar el corazón de nuestros familiares v demás seres queridos.
Bueno, ya he dicho que no sólo no soy culpable de estos crímenes sino que nunca he cometido un crimen en mi vida; nunca he robado, ni matado, ni derramado sangre, y en cambio siempre he luchado contra el crimen. He luchado y me he sacrificado para borrar de la Tierra incluso aquellos crímenes que la ley y la iglesia legitiman y santifican.
Quiero decir esto: que no le deseo a un perro ni a una serpiente, al ser más bajo y despreciable de la Tierra, no le deseo lo que yo he tenido que sufrir por crímenes de los que no soy culpable. Pero mi convicciÓn más profunda es de que yo he sufrido por otros crímenes, de los que sí soy culpable.
Yo he sufrido y sufro porque soy un militante anarquista, y es cierto, lo soy. Porque soy italiano. Y es cierto, lo soy. He sufrido más por lo que creo que por lo que soy; pero estoy tan convencido de estar en lo cierto. que si ustedes pudieran matarme dos veces, y yo pudiera renacer otras dos, volvería a vivir como lo he hecho hasta ahora.
Vanzetti terminó su exposición con las siguientes palabras, incluidas por Seldon Rodman en una antología de la poesía norteamericana, dándole corte de versos:
He estado hablando mucho de mí mismo y ni siquiera había mencionado a Sacco.
Sacco también es un trabajador,un competente trabajador desde su niñez, amante de su trabajo, con un buen empleo y un sueldo,una cuenta en el banco, y una esposa encantadora y buena,dos niñitos preciosos y una casita bien arreglada en el lindero del bosque, junto al arroyo.
Sacco es todo corazón, todo fe, todo carácter, todo un hombre; un hombre, amante de la naturaleza y la humanidad; un hombre que le dio todo, que sacrificó todo por la causa de la libertad y su amor a los hombres: dinero, tranquilidad, ambición mundana, su esposa, sus hijos, su persona y su vida.
Sacco jamás ha pensado en robar, jamás en matar a nadie,él y yo jamás nos hemos llevado un bocado de pan a la boca, desde que somos niños hasta ahora,
que no lo hayamos ganado con el sudor de la frente.
Jamás ...
Ah, sí. Yo puedo ser más listo, como alguien ha dicho;  yo tengo más labia que él, pero muchas, muchas veces,oyendo su voz sincera en la que resuena una fe sublime,considerando su sacrificio suoremo, recordando su heroísmo;yo me he sentido pequeño en presencia de su grandeza y me he visto obligado a repeler las lágrimas de mis ojos, y apretarme el corazón que se me atenazaba, para no llorar delante de él:este hombre, al que han llamado ladrón y asesino y condenado a muerte.
Pero el nomhre de Sacco vivirá en los corazones del pueblo y en su gratitud, cuando los huesos de Katzmann y los de todos vosotros hayan sido dispersados por el tiempo; cuando vuestro nombre, el suyo, vuestras leyes, instituciones, y vuestro falso dios no sean sino un borroso recuerdo de un pasado maldito en el que el hombre era lobo para el hombre ...
Si no hubiera sido por esto yo hubiera podido vivir mi vida charlando en las esquinas y burlándome de la gente.
Hubiera muerto olvidado, desconocido, fracasado.
Esta ha sido nuestra carrera y nuestro triunfo.
Jamás en toda nuestra vida hubiéramos podido hacer tanto por la tolerancia,
por la justicia,porque el hombre entienda al hombre,como ahora lo estamos haciendo por accidente.
Nuestras palabras, nuestras vidas, nuestros dolores -¡Nada!
La pérdida de nuestras vida -La vida de un zapatero y un pobre vendedor de pescado ¡Todo! Ese momento final es de nosotros
Esa agonía es nuestro triunfo.
Bartolomé Vanzetti
PALABRAS DE NICOLÁS SACCO AL SER 
CONDENADO A MUERTE
- Nicolás Sacco, ¿tiene usted alguna razón que aducir acerca de por qué no se lo pueda condenar a muerte?
- Sí, señor. Yo no soy orador. El idioma inglés no es muy familiar para mí. Y como sé, como me dijo mi amigo, mi camarada Vanzetti, que piensa hablar más, entonces yo pensé dejarle el tiempo a él.
Yo nunca sé, nunca oí, ni leí en la historia de algo tan cruel como este tribunal. Después de seis años de perseguirnos, todavía nos creen culpables. Y toda esta buena gente está hoy con nosotros en el tribunal.
Yo sé que el fallo va a ser entre dos clases: la clase oprimida y la clase rica. Nosotros le damos al pueblo libros, literatura. Ustedes persiguen al pueblo, lo tiranizan y lo matan. Nosotros siempre tratamos de darle educación al pueblo. Ustedes tratan de poner una barrera entre nosotros y otras nacionalidades, para que nos odien. Por eso hoy yo estoy aquí en este banquillo, por haber sido de la clase oprimida. Y ustedes son los opresores.
Usted lo sabe, juez, usted conoce toda mi vida. Usted sabe por qué me han traído aquí y hace siete años que usted nos está persiguiendo, a mi y a mi pobre mujer, y hoy todavía nos condena a muerte. Yo quisiera contar toda mi vida pero, ¿para qué? Usted ya sabe de antemano lo que yo digo, y mi amigo, quiero decir mi compañero, va a hablar porque él sabe más inglés que yo, y yo lo voy a dejar hablar a él.
Mi camarada, el hombre bueno para todos los niños. Ustedes olvidan de toda la población que ha estado con nosotros durante siete años. Simpatizando con nosotros y dándonos toda su energía y toda su bondad. A usted no le interesa. Entre la gente y los camaradas y la clase trabajadora hay una gran legión de gente intelectual que ha estado con nosotros estos siete años, pero el tribunal sigue adelante. Y yo creo que les agradezco a todos, a toda la gente, mis camaradas que han estado conmigo estos siete años, con el caso Sacco y Vanzetti, y le voy a dar a mi amigo Vanzetti la oportunidad de que hable él.
Me olvidé de una cosa que mi camarada me hace acordar. Como dije antes, el juez conoce toda mi vida, y él sabe que nunca fui culpable, nunca. Ni ayer, ni hoy, ni para siempre.
Nicolás Sacco



9 DE ABRIL DE 1821 NACE:

CHARLES BAUDELAIRE

(París, 1821 - 1867) Poeta francés, uno de los máximos exponentes del simbolismo, considerado a menudo el iniciador de la poesía moderna. Hijo del ex sacerdote Joseph-François Baudelaire y de Caroline Dufayis, nació en París el 9 de abril de 1821. Su padre murió el 10 de febrero de 1827 y su madre se casó al año siguiente con el militar Jacques Aupick; Baudelaire nunca aceptó a su padrastro, y los conflictos familiares se transformaron en una constante de su infancia y adolescencia.En 1831 se trasladó junto a su familia a Lyon y en 1832 ingresó en el Colegio Real, donde estudió hasta 1836, año en que regresaron a París. Continuó sus estudios en el Liceo Louis-le-Grand y fue expulsado por indisciplina en 1839. Más tarde se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de París, y se introdujo en la vida bohemia, conociendo a autores como G. de Nerval y H. de Balzac, y a poetas jóvenes del Barrio Latino. En esa época de diversión también conoció a Sarah "Louchette", prostituta que inspiró algunos de sus poemas y le contagió la sífilis, enfermedad que años más tarde terminaría con su vida.Su padre adoptivo, el comandante Aupick, descontento con la vida liberal y a menudo libertina que llevaba el joven Baudelaire, lo envió a un largo viaje con el objeto de alejarlo de sus nuevos hábitos. Embarcó el 9 de junio de 1841 rumbo a la India, pero luego de una escala en la isla Mauricio, regresó a Francia, se instaló de nuevo en la capital y volvió a sus antiguas costumbres desordenadas. Siguió frecuentando los círculos literarios y artísticos y escandalizó a todo París con sus relaciones con Jeanne Duval, la hermosa mulata que le inspiraría algunas de sus más brillantes y controvertidas poesías.
Como ya era mayor de edad, reclamó la herencia paterna, pero su vida de dandy le hizo dilapidar la mitad de su herencia, lo que indujo a sus padres a convocar un consejo de familia para imponerle un tutor judicial que controlara sus bienes. El 21 de septiembre de 1844 la familia designó un notario para administrar su patrimonio y le asignó una pequeña renta mensual, situación que profundizó sus conflictos familiares.
A principios de 1845 empezó a consumir hachís y se dedicó a la crítica de arte, publicando Le Salon de 1845, un ensayo elogioso sobre la obra de pintores como Delacroix y Manet, entonces todavía muy discutidos. Ante los primeros síntomas de la sífilis y en medio de una fuerte crisis afectiva, intentó suicidarse el 30 de junio de ese año. Más tarde publicó Le Salon de 1846 y colaboró en revistas con artículos y poemas. Buena muestra de su trabajo como crítico son sus Curiosidades estéticas, recopilación póstuma de sus apreciaciones acerca de los salones, al igual que El arte romántico (1868), obra que reunió todos sus trabajos de crítica literaria.
Fue además pionero en el campo de la crítica musical, donde destaca sobre todo la opinión favorable que le mereció la obra de Wagner, que consideraba como la síntesis de un arte nuevo. En literatura, los autores Hoffmann y Edgar Allan Poe, del que realizó numerosas traducciones (todavía las únicas existentes en francés), alcanzaban, también según Baudelaire, esta síntesis vanguardista; la misma que persiguió él mismo en La Fanfarlo (1847), su única novela, y en sus distintos esbozos de obras teatrales.
Comprometido por su participación en la revolución de 1848, la publicación de Las flores del mal, en 1857, acabó de desatar la violenta polémica que se creó en torno a su persona. El 30 de diciembre de 1856, Baudelaire había vendido al editor Poulet-Malassis un conjunto de poemas, trabajados minuciosamente durante ocho años, bajo el título de Las flores del mal, que constituyó su principal obra y marcó un hito en la poesía francesa. El poemario se presentó el 25 de junio de 1857 y provocó escándalo entre algunos críticos. Gustave Bourdin, en la edición de Le Figaro del 5 de julio, lo consideró un libro "lleno de monstruosidades", y once días después la justicia ordenó el secuestro de la edición y el proceso al autor y al editor, quienes el 20 de agosto comparecieron ante la Sala Sexta del Tribunal del Sena bajo el cargo de «ofensas a la moral pública y las buenas costumbres». Sin embargo, ni la orden de suprimir seis de los poemas del volumen ni la multa de trescientos francos que le fue impuesta impidieron la reedición de la obra en 1861. En esta nueva versión aparecieron, además, unos treinta y cinco textos inéditos.
Precedido de una dedicatoria en verso "Au Lecteur", desconcertante y penetrante apóstrofe, Las flores del mal está dividido en seis secciones: Spleen e IdealCuadros parisiensesEl vinoFlores del malRebeldía y La muerte. En esta subdivisión ha querido verse la intención del autor de dar a la obra casi el riguroso dibujo de un poema que ilustrase la historia de un alma en sus sucesivas manifestaciones. Así, el espectáculo de la realidad y el resultado de las múltiples experiencias (que proporcionaron el terna a las poesías de la primera y de la segunda secciones) seguramente llevaron al poeta a una desolada angustia, que en vano busca consuelo en los "paraísos artificiales", en la embriaguez; después, a una nueva reflexión sobre el mal con sus perversos atractivos y su desesperado horror, de donde se origina un desesperado grito de rebelión contra el mismo orden de la creación; y, finalmente, el extremo refugio de la muerte. Sin embargo, aunque puedan reconocerse las etapas de su drama personal e incluso las anécdotas biográficas (sus amantes: Jeanne Duval, Madame Sabatier, Marie Daubrun), este diseño ideal debe entenderse solamente en su valor simbólico, no como una sucesión propiamente "histórica" de fases sucesivas.
El mismo año de la publicación de Las flores del mal, e insistiendo en la misma materia, Baudelaire emprendió la creación de los Pequeños poemas en prosa, editados en versión íntegra en 1869 (en 1864, Le Figaro había publicado algunos textos bajo el título de El spleen de París). En esta época también vieron la luz losParaísos artificiales (1858-1860), en los cuales se percibe una notable influencia de De Quincey; el estudio Richard Wagner et Tannhäuser à Paris, aparecido en la Revue européenne en 1861; y El pintor de la vida moderna, un artículo sobre Constantin Guys publicado por Le Figaro en 1863.
Pronunció una serie de conferencias en Bélgica (1864), adonde viajó con la intención de publicar sus obras completas, aunque el proyecto naufragó muy pronto por falta de editor, lo que lo desanimó sensiblemente en los meses siguientes. La sífilis que padecía le causó un primer conato de parálisis (1865), y los síntomas de afasia y hemiplejía, que arrastraría hasta su muerte, aparecieron con violencia en marzo de 1866, cuando sufrió un ataque en la iglesia de Saint Loup de Namur.
Trasladado urgentemente por su madre a una clínica de París, permaneció sin habla pero lúcido hasta su fallecimiento, en agosto del año siguiente. Su epistolario se publicó en 1872, los Journaux intimes (que incluyen Cohetes y Mi corazón al desnudo), en 1909; y la primera edición de sus obras completas, en 1939. Charles Baudelaire es considerado el padre, o, mejor dicho, el gran profeta, de la poesía moderna.

miércoles, 8 de abril de 2020

ÉMILE MICHEL CIORAN
QUÉ LEJOS ESTOY DE TODO!
Ignoro totalmente por qué hay que hacer algo en esta vida, por qué debemos tener amigos y aspiraciones, esperanzas y sueños. ¿No sería mil veces preferible retirarse del mundo, lejos de todo lo que engendra sutumulto y sus complicaciones? Renunciaríamos así a la cultura y a las ambiciones, perderíamos todo sin obtener nada a cambio; pero ¿qué se puede obtener en este mundo? Para algunos, ninguna ganancia es importante, pues son irremediablemente desgraciados ye están irremisiblemente solos. ¡Nos hallamos todos tan cerrados los unos respecto a los otros! Incluso abiertos hasta el punto de recibirlo todo de los demás o de leer en las profundidades del alma, ¿en qué medida seríamos capaces de dilucidar nuestro destino? Solos en la vida, nos preguntamos si la soledad de la agonía no es el símbolo mismo de la existencia humana. Querer vivir y morir en sociedad es una debilidad lamentable: ¿acaso existe consuelo posible en la última hora? Es preferible morir solo y abandonado, sin afectación ni gestos inútiles. Quienes en plena agonía se dominan y se imponen actitudes destinadas a causar impresión me repugnan. 
Las lágrimas sólo son ardientes en la soledad. Todos aquellos que desean rodearse de amigos en la hora de la muerte lo hacen por temor e incapacidad de afrontar su instante supremo. Intentan, en el momento esencial, olvidar su propia muerte. ¿Por qué no se arman de heroísmo y echan el cerrojo a su puerta para soportar esas temibles sensaciones con una lucidez y un espanto ilimitados?
Aislados, separados del mundo, todo se nos vuelve inaccesible. La muerte más profunda, la verdadera muerte, es la muerte causada por la soledad, cuando hasta la luz se convierte en un principio de muerte.
Momentos semejantes nos alejan de la vida, del amor, de las sonrisas, de los amigos —e incluso de la muerte. Nos preguntamos entonces si existe algo más que la nada del mundo y la nuestra propia.

8 DE ABRIL DE 1911 NACE:

ÈMILE CIORAN

(Émile Michel Cioran; Rasinari, 1911 - París, 1995) Filósofo francés de origen rumano cuyo pensamiento se caracteriza por su extremo pesimismo y nihilismo. Hijo de un pope rural, estudió filosofía en Bucarest, tras lo que escribió una tesis sobre Bergson. Viajó a Alemania y fue por breve tiempo profesor de filosofía en Brasov. Logró en 1937 una beca del Instituto Francés de Bucarest y marchó a París, donde, con alguna ausencia, residió hasta su muerte.

Comenzó escribiendo en lengua rumana, en su país y en Francia, en la que produjo libros, anticipatorios algunos de su marcada actitud pesimista y retadora de las ideologías y las convenciones sociales, como En las cimas de la desesperación(1934), El libro de las quimeras (1936), De lágrimas y de santos (1937), El ocaso del pensamiento (1940) y Breviario de los vencidos (escrito durante la ocupación nazi de París). El primero tuvo una gran acogida, pero el tercero provocó un fuerte escándalo, que consolidó su decisión de quedarse en París.
En 1946 renunció a su nacionalidad y se declaró apátrida. En 1947, mientras traducía al rumano a S. Mallarmé, decidió adoptar el francés como lengua de expresión. Breviario de podredumbre (1949) será su primer texto escrito en francés, a modo de desafío a sus raíces y a la afectividad que se vincula con ellas y con el idioma.
Su producción ensayística es inmensa, resuelta en numerosos casos por medio del aforismo y la paradoja, que le proporcionaron la libertad de polemizar sin necesitar de un sistema para hacerlo, fustigar y exponer sus opiniones y análisis. Entre sus numerosos libros figuran Silogismos de la amargura (1952), La tentación de existir(1956), La caída en el tiempo (1964), Del inconveniente de haber nacido (1973). Cada uno de ellos es un ataque furibundo a las ideologías, religiones y filosofías creadas por los seres humanos para justificar su comportamiento.
Su vida y su obra, indisociables, se sitúan en la periferia de lo establecido, al margen de cualquier convencionalismo. Así, renunció al termino "filósofo", adoptando el de "pensador orgánico", según el cual, todo acontecimiento vivido, físico o intelectual, es aprovechado para moldear un cuerpo conceptual. Su estilo escapa del usual rigor formal de los filósofos, adquiriendo maneras más libres y literariamente ricas, poéticas incluso
Su obra surge de un impulso interior negativo, fruto de una conciencia del sinsentido de la existencia y de una voluntad de oponerse a éste mediante el ejercicio terapéutico de la escritura. En sus textos, Cioran se muestra convencido de la naturaleza intrínsecamente maligna de la humanidad, y se complace en la recreación de la cara oscura de ésta, para extraer conclusiones en absoluto tranquilizadoras. En sus últimos tiempos abrazó el budismo
Libro a libro, Cioran fue afirmando su personalidad nihilista y marginal que, sin embargo, fue creciendo en popularidad. Con su radical libertad de pensamiento (que regía también su vida personal, al igual que el ascetismo y la actitud burlona hacia todo lo que le rodeaba), Cioran es uno de los pensadores más creativos y originales del siglo XX, por mucho que para su desprecio y diversión fuera a menudo calificado de hereje, provocador, "esteta de la desesperación" o "cortesano del vacío", a causa de su amargura y su visión corrosiva. Por otra parte, él se calificaba a sí mismo de "hombre sin biografía" y se aplicaba otras consideraciones igualmente burlonas. Otras obras suyas son Ejercicios de admiración (1986) y El crepúsculo del pensamiento (1991).

ROBERTO ARLT AGUAFUERTES PORTEÑAS YO NO TENGO LA CULPA

     ROBERTO ARLT        AGUAFUERTES PORTEÑAS     YO NO TENGO LA CULPA   Yo siempre que me ocupo de cartas de lectores, suelo admitir que se...