viernes, 21 de noviembre de 2014

ANTONIN ARTAUD

Una de sus últimas declaraciones

"Sé que tengo cáncer. Lo que quiero decir antes de morir es que odio a los psiquiatras. En el hospital de Rodez yo vivía bajo el terror de una frase: "El señor Artaud no come hoy, pasa al electroshock". Sé que existen torturas más abominables. Pienso en
Van Gogh, en Nerval, en todos los demás. Lo que es atroz es que en pleno siglo XX un médico se pueda apoderar de un hombre y con el pretexto de que está loco o débil hacer con él lo que le plazca. Yo padecí cincuenta electroshocks, es decir, cincuenta estados de coma. Durante mucho tiempo fui amnésico. Había olvidado incluso a mis amigos: Marthe Robert, Henri Thomas, Adamov; ya no reconocía ni a Jean Louis Barrault. Aquí en Ivry sólo el doctor Delmas me hizo bien; lamentablemente murió...
-Estoy asqueado del psicoanálisis, de ese "freudismo" que se las sabe todas".

21 DE NOVIEMBRE DE 1898 NACE RENÉ MAGRITE

 21 DE NOVIEMBRE DE 1898                                       NACE     
RENÉ MAGRITE
(Lessines, Bélgica, 1898 - Bruselas, 1967) Pintor belga. Durante un primer período la obra de Magritte estuvo fuertemente influida por la figura de De Chirico y por la atmósfera misteriosa de sus pinturas. Más tarde entró en contacto con la vanguardia parisina del momento, presidida por André Breton, y comenzó a desarrollar un surrealismo que iría evolucionando con los años hacia un estilo muy personal, cuyos símbolos giran con frecuencia alrededor de la relación entre el lenguaje y sus objetos.
Contrario ya al automatismo, su pintura se hizo reflexiva y minuciosa, y se caracterizó sobre todo por la asociación de elementos disímiles entre los que establece ingeniosas analogías o nexos insólitos y disparatados, pero convincentes dentro de la realidad pictórica. Así, sus referencias se van haciendo cada vez más intelectualizadas, hasta el punto de que muchas de sus obras deben leerse en relación con las tesis del estructuralismo. Son habituales en sus cuadros los juegos de duplicaciones, ausencias y representaciones dentro de representaciones.
Los cuadros de Magritte no son revelaciones oníricas ni jeroglíficos cuyo sentido hay que descifrar. Obras como Tiempo pasado (1939, Art Institute, Chicago) no ilustran nada en concreto, en ellas no hay nada más que la magia de una locomotora suspendida en una chimenea que actúa como túnel. Igualmente fantástica es la noche de oscuridad impenetrable que rodea una casa recortada contra un misteriosamente luminoso cielo en El imperio de la luz (1953-1954, Colección Peggy Guggenheim, Venecia). No hay otro enigma en Los amantes (1928, Colección privada, Nueva York) que el de sus rostros desconocidos aludiendo quizá a la imposibilidad de saber quién es el otro. Magritte manipula imágenes cotidianas como un juego con el que quiere devolvernos la frescura de la mirada.
En cuadros como Esto no es una pipa (1928) muestra el equívoco que subyace en la formulación de la pintura como representación de la realidad, y evidencia el décalage entre el lenguaje y la cosa que designa poniendo en cuestión la equivalencia entre la palabra y la imagen, y entre ésta y el objeto. La breve emoción de este descubrimiento es lo que Magritte nos ofrece como maravilloso, porque para la construcción de lo fantástico no hacen falta grandes alardes imaginativos, basta con la violación de las leyes que rigen el orden común poético de las cosas, con cuestionar la solidez de los principios, siempre convencionales y estereotipados, sobre los que construimos nuestra existencia cotidiana.
Magritte parodió además en ocasiones cuadros célebres, creando de los mismos una especie de versión surrealista. Un conocido ejemplo es Madame Récamier de David (1949, colección privada), en el que copió el conocido retrato de Jacques Louis David substituyendo a la señora por un ataúd colocado en su misma pose. Otros cuadros famosos suyos son La llave de los campos (1936), Los compañeros del miedo (1942) y El hijo del hombre (1964).

21 DE NOVIEMBRE DE 1694 NACE VOLTAIRE

21 DE NOVIEMBRE DE 1694 NACE

VOLTAIRE

(François-Marie Arouet; París, 1694- id., 1778) Escritor francés. Fue la figura intelectual dominante de su siglo. Ha dejado una obra literaria heterogénea y desigual, de la que resaltan sus relatos y libros de polémica ideológica. Como filósofo, Voltaire fue un genial divulgador, y su credo laico y anticlerical orientó a los teóricos de la Revolución Francesa. Voltaire estudió en los jesuitas del colegio Louis-le-Grand de París (1704-1711). Su padrino, el abate de Châteauneuf, le introdujo en la sociedad libertina del Temple. Estuvo en La Haya (1713) como secretario de embajada, pero un idilio con la hija de un refugiado hugonote le obligó a regresar a París. Inició la tragedia Edipo (1718), y escribió unos versos irrespetuosos, dirigidos contra el regente, que le valieron la reclusión en la Bastilla (1717). Una vez liberado, fue desterrado a Châtenay, donde adoptó el seudónimo de Voltaire, anagrama de Árouet le Jeune» o del lugar de origen de su padre, Air-vault.
Un altercado con el caballero de Rohan, en el que fue apaleado por los lacayos de éste (1726), condujo a Voltaire de nuevo a la Bastilla; al cabo de cinco meses, fue liberado y exiliado a Gran Bretaña (1726-1729). En la corte de Londres y en los medios literarios y comerciales británicos fue acogido calurosamente; la influencia británica empezó a orientar su pensamiento. Publicó Henriade (1728) y obtuvo un gran éxito teatral con Bruto (1730); en la Historia de Carlos XII (1731), Voltaire llevó a cabo una dura crítica de la guerra, y la sátira El templo del gusto (1733) le atrajo la animadversión de los ambientes literarios parisienses.
Pero su obra más escandalosa fue Cartas filosóficas o Cartas inglesas (1734), en las que Voltaire convierte un brillante reportaje sobre Gran Bretaña en una acerba crítica del régimen francés. Se le dictó orden de arresto, pero logró escapar, refugiándose en Cirey, en la Lorena, donde gracias a la marquesa de Châtelet pudo llevar una vida acorde con sus gustos de trabajo y de trato social (1734-1749).
El éxito de su tragedia Zaïre (1734) movió a Voltaire a intentar rejuvenecer el género; escribió Adélaïde du Guesclin (1734), La muerte de César (1735), Alzire o los americanos (1736), Mahoma o el fanatismo (1741). Menos afortunadas son sus comedias El hijo pródigo (1736) y Nanine o el prejuicio vencido (1749). En esta época divulgó los Elementos de la filosofía de Newton (1738).
Ciertas composiciones, como el Poema de Fontenoy (1745), le acabaron de introducir en la corte, para la que realizó misiones diplomáticas ante Federico II. Luis XV le nombró historiógrafo real, e ingresó en la Academia Francesa (1746). Pero no logró atraerse a Mme. de Pompadour, quien protegía a Crébillon; su rivalidad con este dramaturgo le llevó a intentar desacreditarle, tratando los mismos temas que él: Semíramis (1748), Orestes (1750), etc.
Su pérdida de prestigio en la corte y la muerte de Mme. du Châtelet (1749) movieron a Voltaire a aceptar la invitación de Federico II. Durante su estancia en Potsdam (1750-1753) escribió El siglo de Luis XIV (1751) y continuó, con Micromégas (1752), la serie de sus cuentos iniciada con Zadig (1748).
Después de una violenta ruptura con Federico II, Voltaire se instaló cerca de Ginebra, en la propiedad de «Les Délices» (1755). En Ginebra chocó con la rígida mentalidad calvinista: sus aficiones teatrales y el capítulo dedicado a Servet en su Ensayo sobre las costumbres (1756) escandalizaron a los ginebrinos, mientras se enajenaba la amistad de Rousseau. Su irrespetuoso poema sobre Juana de Arco, La doncella (1755), y su colaboración en la Enciclopedia chocaron con el partido «devoto» de los católicos. Frutos de su crisis de pesimismo fueron el Poema sobre el desastre de Lisboa (1756) y la novela corta Candide (1759), una de sus obras maestras. Se instaló en la propiedad de Ferney, donde Voltaire vivió durante dieciocho años, convertido en el patriarca europeo de las letras y del nuevo espíritu crítico; allí recibió a la elite de los principales países de Europa, representó sus tragedias (Tancrède, 1760), mantuvo una copiosa correspondencia y multiplicó los escritos polémicos y subversivos, con el objetivo de «aplastar al infame», es decir, el fanatismo clerical.
Sus obras mayores de este período son el Tratado de la tolerancia (1763) y el Diccionario filosófico (1764). Denunció con vehemencia los fallos y las injusticias de las sentencias judiciales (casos de Calas, Sirven, La Barre, etc.). Liberó de la gabela a sus vasallos, que, gracias a Voltaire, pudieron dedicarse a la agricultura y la relojería. Poco antes de morir (1778), se le hizo un recibimiento triunfal en París. En 1791, sus restos fueron trasladados al Panteón.

21 DE NOVIEMBRE DE 1908 NACE JASÉ BIANCO

  21 DE NOVIEMBRE DE 1908        NACE  
JOSÉ BIANCO


Narrador, periodista, traductor y crítico literario argentino, nacido en Buenos Aires en 1908 y fallecido en su ciudad natal en 1986. A pesar de la brevedad de su producción literaria, está considerado como uno de los grandes renovadores de la narrativa argentina contemporánea.
Volcado desde su temprana juventud al cultivo de la creación y la crítica literarias, se dio a conocer como escritor a través de las páginas de algunas publicaciones culturales como la revista Nosotros, donde dejó estampados sus primeros cuentos, al tiempo que ofrecía sus precoces análisis del panorama literario argentino en el rotativo La Nación. A mediados de la década de los años treinta, ya consagrado como una de las voces más prometedoras de la literatura austral del siglo XX, José Bianco entró en contacto con Victoria Ocampo y con otros escritores del momento que, congregados en torno a la revista Sur, tenían en común su interés por la reflexión acerca de las posibilidades de la ficción; entre estos primeros compañeros de aventura literaria de José Bianco figuraban algunos nombres tan relevantes como los de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo, Enrique Anderson Imbert, Manuel Peyrou y Santiago Davobe (1889-1952).
Las brillantes colaboraciones de José Bianco aparecidas en la revista Sur le auparon, en 1938, hasta el cargo de jefe de redacción, en el que se mantuvo hasta 1961. Aquel año, a raíz de un viaje del escritor bonaerense a Cuba y de las simpatías que mostró hacia el nuevo régimen castrista, se hicieron patentes las grandes divergencias políticas que existían entre la fundadora de la célebre publicación, Victoria Ocampo, y su jefe de redacción, divergencias que impulsaron a Bianco a renunciar a su cargo para seguir desempeñando sus labores de promoción cultural en el equipo editorial de EUDEBA. El fruto de tantos años de dedicación a estas tareas periodísticas y editoriales fue un volumen recopilatorio de sus artículos, publicado bajo el título de Ficción y realidad (1946-1976) (Buenos Aires: Ed. Sudamericana, 1972).
En su faceta de estudioso de la literatura, José Bianco destacó tanto por sus brillantes trabajos de traducción como por sus rigurosos y penetrantes ensayos críticos. Entre estos últimos, cabe recordar aquí sus agudas aproximaciones a las obras de algunos autores como el argentino Domingo Faustino Sarmiento o el español José Ortega y Gasset, así como su espléndido estudio dedicado al gran narrador francés Marcel Proust, publicado bajo el título de Homenaje a Marcel Proust; seguido de otros artículos (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1984). Como traductor, José Bianco rayó a gran altura con el traslado a la lengua de Cervantes de algunos títulos tan significativos en la historia de la literatura universal como Otra vuelta de tuerca, del estadounidense (nacionalizado británico) Henry James -autor que influyó notablemente en la prosa creativa de Bianco- y La Cartuja de Parma, del francés Stendhal. Además, vertió al castellano algunas de las obras señeras del irlandés Samuel Beckett y del francés Gustave Flaubert.
Autor de una exquisita prosa narrativa, José Bianco figura por méritos propios entre los grandes escritores argentinos que, como los citados Borges o Bioy Casares, renovaron profundamente la literatura nacional desde un enfoque meta-narrativo que orienta sus obras hacia la reflexión acerca de la naturaleza misma de la ficción literaria, con ricas divagaciones sobre fábula y realidad, sueño y certeza, autenticidad y representación, y, en suma, todas aquellas dicotomías que indagan en los dominios de la ambigüedad y la incertidumbre, sin excluir la voluntaria confusión entre el punto de vista del narrador y la naturaleza de los hechos narrados. Dentro de esta pauta común entre algunos de los autores vinculados durante una larga etapa de su producción literaria a la revista Sur, la principal originalidad de las narraciones de José Bianco radica en la creación de sugerentes espacios fantásticos dentro de unas coordenadas reales que se sitúan en el ámbito del universo familiar que rodea al autor, siempre concreto y cerrado y, paradójicamente -por mor de su maestría narrativa-, abierto a esas exploraciones imaginativas que caracterizan su escritura. Otra importante seña de identidad en la narrativa de Bianco es la profundización en la psicología de los personajes, característica que, unida a su tendencia a presentar un mismo suceso observado desde diferentes puntos de vista, acerca algunas de sus obras al modelo novelesco puesto de moda por el citado Henry James. Ello queda patente en su celebérrima novela corta titulada Sombras suele vestir (publicada por vez primera en el número 85 de la revista Sur, en 1941), donde la afición de José Bianco por los argumentos fantásticos alcanza cotas pocas veces superadas por otros narradores argentinos; asimismo, su segunda novela corta, publicada bajo el título de Las ratas (Buenos Aires: Sur, 1943), ofrece nuevas muestras de la predilección del autor bonaerense por la pluralidad de puntos de vista, esta vez enfocados en una trama policial enriquecida por sutiles introspecciones psicológicas. Antes de publicar estas dos nouvelles magistrales, José Bianco había dado a la imprenta otra narración breve titulada La pequeña Gyaros (Buenos Aires: Viau y Zona, 1932).
Tras largos años de silencio creativo, José Bianco volvió a los anaqueles de las librerías a comienzos de los años setenta con una espléndida novela extensa titulada La pérdida del reino (Buenos Aires: Ed. Sudamericana, 1972), obra en la que ofreció una amena y lúcida reconstrucción de la sociedad porteña de los años cuarenta. Inmerso más que nunca en ese proteico y variado universo personal en el que las representaciones y los desdoblamientos parecen impedir cualquier atisbo de certeza, Bianco defiende en esta novela la imposibilidad de seguir narrando historias lineales desde un único punto de vista, y la necesidad de enfrentarse a la dudosa realidad que nos envuelve por medio de la observación fugaz y fragmentaria de los diversos materiales que parecen conformarla. Así, en esta magnífica novela el narrador -que se presenta, con nítidos rasgos autobiográficos, como ese asesor editorial, traductor y crítico literario que era el propio autor- delega en el lector la responsabilidad de descifrar los enigmas de la trama mediante la recomposición de una realidad fragmentaria que va apareciendo ante sus ojos configurada por los papeles dispersos del protagonista, quien se los ha remitido, poco antes de morir, con la esperanza de que le brinden abundante material para un relato novelesco.

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