26 DE JULIO DE 1942 MUERE :
ROBERTO ARLT
(Buenos Aires, 1900 - 1942) Escritor y periodista
argentino, una de las figuras más singulares de la literatura
rioplatense. Autodidacta, lector de Nietzsche y de la gran narrativa rusa (Dostoievski, Gorki)
y vinculado a principios de la década del veinte con el progresista y
didáctico Grupo de Boedo, se le considera el introductor de la novela
moderna en su país, aunque su reconocimiento no le llegó hasta los años
cincuenta.
El Grupo de Boedo tomó su nombre de una calle de
los suburbios proletarios de Buenos Aires. En oposición a las
tendencias estéticas más formales del Grupo de la Florida, en el cual
desempeñaron un papel determinante primero Ricardo Güiraldes y después Jorge Luis Borges,
el Grupo de Boedo constituía una corriente literaria comprometida en la
crítica de la sociedad, siendo decisiva para su concepción artística la
influencia de Dostoievski, tanto en la elección de los temas como en la
visión del mundo, sobre todo en la concepción del destino del hombre.
Biografía
Roberto
Arlt se crió en una humilde familia de
inmigrantes: su padre era alemán y su madre, una triestina imaginativa y
sensible, le recitaba versos de Dante y de Torquato Tasso.
Abandonó su hogar cuando era un adolescente a causa de disputas con su
padre. Cursó estudios elementales, pero frecuentó las bibliotecas de
barrio, donde se inició desordenadamente en la lectura de Rudyard
Kipling, Emilio Salgari, Julio Verne, R. L. Stevenson y Joseph Conrad,
entre otros, a la vez que desempeñaba diversos oficios: dependiente de
librería, aprendiz de hojalatero, mecánico y vendedor de artículos
varios.
Ya casado se trasladó a Córdoba, pero el fracaso en su
intento de mejorar la situación económica le obligó a regresar con su
familia a Buenos Aires: traía consigo el manuscrito de El juguete rabioso. En la capital trabajó como periodista e inventor. En la Revista Popular publicó su primer cuento, Jehová, al que le siguió un ensayo, Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires.
Luego colaboró en Patria, periódico nacionalista de derechas, pero dos
años después pasó a publicaciones de signo opuesto como Extrema
Izquierda y Última Hora. Tras varios intentos logró publicar en la
revista Proa dos capítulos de su novela El juguete rabioso (1926), que llegaría a considerarse un hito en la literatura argentina.
El periodismo fue, para Arlt, el medio principal
de subsistencia. En 1927 ya era cronista policial en Crítica y un año
después pasó a ser redactor del diario El Mundo. Allí aparecieron sus
cuentos El jorobadito y Pequeños propietarios. Su columna Aguafuertes porteñas
(1933), en la que arrojaba una mirada incisiva sobre la ciudad y sus
habitantes, le dio gran popularidad: eran textos llenos de ironía y
mordacidad, retratos de tipos y caracteres propios de la sociedad
porteña. Dio a conocer artículos, cuentos y adelantos de novelas desde
las páginas de las revistas Claridad, El Hogar, Azul y Bandera Roja.
Resultado de su labor como corresponsal en Europa y África son Aguafuertes españolas (1936) y El criador de gorilas (1941), cuentos de tema "oriental".
Para muchos su obra más acabada es Los siete locos
(1929), una inquietante novela sobre la impotencia del hombre frente a
la sociedad que lo oprime y lo condena a traicionar sus ideales. La
novelística de Arlt incluye también Los lanzallamas (1931) y El amor brujo (1932). La colección de cuentos El jorobadito (1933) reitera la temática de sus novelas: la angustia, la humillación y la hipocresía de la sociedad burguesa.
Arlt protagonizó un intento de renovación del teatro argentino a través de Trescientos millones (1932), a la que siguieron otras siete piezas dramáticas, Piedra de fuego (1932), Saverio el cruel, El fabricante de fantasmas (1936), La isla desierta (1937), África (1938), La fiesta del hierro (1940) y El desierto entra a la ciudad (1941), presentadas casi todas en el Teatro del Pueblo que dirigía Leónidas Barletta.
Aunque conoció el éxito y fue leído masivamente,
los sectores académicos criticaban sus incorrecciones sintácticas. A
finales de los años cincuenta su obra comenzó a ser reivindicada como
uno de los mayores logros de la literatura argentina. El estilo
arltliano se caracteriza por frases cortadas o desestructuradas y por la
incorporación de jergas y barbarismos. Su obra refleja la frustración
de las clases populares urbanas durante la crisis que culminó en 1930:
sus personajes son a menudo marginados que atraviesan situaciones
límite; el mundo cotidiano de la gran ciudad aparece vinculado con un
universo enrarecido, sórdido y hasta fantástico.
La obra narrativa de Roberto Arlt
A Arlt nunca le interesó mantenerse dentro del
"buen gusto", ni se privó de utilizar ninguna herramienta al alcance de
su escritura que fuera eficaz para retratar la realidad de un modo
descarnado; por ello algunos de sus libros causaron revuelo y escándalo.
La "desprolijidad" de su escritura, los "errores ortográficos" que se
le imputaban, quedan reducidos a meros detalles anecdóticos a la hora de
evaluar una obra que ocupa un lugar esencial dentro de la literatura
argentina del siglo XX, justamente por la fuerza de un estilo y de unos
argumentos ajenos a toda voluntad estetizante, característicos de otras
corrientes dominantes en la literatura nacional. En el prólogo a Los lanzallamas
(que suele ser considerado como una manifestación esencial y definitiva
de sus ideas en torno a la labor literaria), Roberto Arlt defiende su
papel de creador frente al establishment, al tiempo que critica con dureza el sistema de reconocimiento y promoción cultural de la época.
La obra de Arlt ha sido vista como un espacio de
confluencia de los discursos más significativos de su tiempo: desde las
utopías socialistas y anarquistas de las primeras décadas del siglo XX a
la subsiguiente irrupción de los proyectos totalitarios (especialmente,
el nazismo y el fascismo), así como un amplio repertorio de saberes vinculados a las ciencias ocultas. En su novela Los siete locos,
este último aspecto se evidencia con mayor contundencia, a través de
los sueños y las fantasías que encarnan en sus personajes y que se
vinculan con toda una iconografía ocultista.
En la casi totalidad de sus obras, el autor
presenta unos personajes (las más de las veces desclasados, marginales,
humillados) que se enfrentan, en notoria situación de desventaja, con
las perversas leyes de la sociedad burguesa. El robo, la traición o la
decepción constituyen las preocupaciones temáticas en torno a las cuales
gira el destino de los personajes de Arlt. Arlt retrató con exasperado
realismo a la pequeña burguesía porteña, a emigrantes sin raíces y seres
que bordeaban la marginación. Su primera novela, El juguete rabioso
(1926), con abundantes elementos de inspiración autobiográfica, relata
la difícil iniciación en la vida de Silvio Astier, un adolescente
soñador de origen humilde cuyos fracasos le impulsan a una afirmación
por la rebeldía y la delincuencia.
A esta obra siguió el díptico narrativo formado por Los siete locos (1929) y Los lanzallamas
(1931). Si en su primera novela se daba todavía algo parecido a una
estructura y la escritura se sometía a ciertas convenciones literarias,
en estas dos nuevas novelas el autor actúa con total libertad (en
ocasiones, por ejemplo, no se sabe quién narra) y logra dar el adecuado
tono de pesadilla que conviene a su asunto. Un antihéroe, Erdosain,
acusado de desfalco y abandonado por su esposa, se asocia con el
Astrólogo, insólito personaje que controla el inframundo social y que
urde una conspiración para terminar con la sociedad capitalista y salvar
a la humanidad. El reto a la sociedad fracasa y, atrapados en la
falacia de una revolución irrealizable, los personajes quedan perdidos
en su soledad y mueren o desaparecen.
El teatro
Arlt renovó con originalidad el teatro en su país. Se inició en la escena en 1932 con Trescientos millones, "obra en un prólogo y tres actos", a la que le seguirían otras siete piezas dramáticas. Trescientos millones
trata de una criada, seducida por el hijo de la casa, cuya triste
existencia es sólo soportable gracias a los personajes del folletín y de
cuentos de hadas que pueblan su mente. La mezcla de imaginación y
realidad se percibe también en El fabricante de fantasmas (1936),
sobre un dramaturgo que asesina a su esposa y reproduce el crimen en
sus obras hasta ejecutar al fin la sentencia en sí mismo. En Saverio el Cruel (1936), la fantasía degenera en locura y muerte porque los personajes no logran hacer coincidir sus respectivas ensoñaciones.
El conjunto de la obra dramática de Arlt se
caracteriza por su esencia fantástica y farsesca, aunque con desenlaces
trágicos. Por otra parte, y al igual que en su narrativa, es siempre
visible un trasfondo de crítica social. Sus personajes encarnan la
proyección de deseos, vivencias, frustraciones, escrúpulos de conciencia
o remordimientos, dentro de una estética que aproxima a las obras
teatrales de Arlt a tendencias tales como el "teatro dentro del teatro",
el "teatro del espejo" y el teatro grotesco.
Si en su narrativa la angustia aparece como
motivación recurrente, en el teatro de Arlt el equivalente sería el
"soñar despierto". Pero estos sueños se enfrentan con la dura realidad y
se desvanecen bruscamente. De ahí que uno de los soportes que más
predomina en su propuesta teatral sea el del imprevisto, que irrumpe en
mitad del sueño reinstalando violentamente al personaje en la realidad.
Estas obras, escritas durante los diez últimos años de la vida de su
autor, fueron estrenadas en algunos casos de manera póstuma y muy
representadas durante las décadas siguientes.