lunes, 5 de octubre de 2015
FRANCISCO LUIS BERNÁRDEZ
ESTAR ENAMORADO
Estar enamorado, amigos, es encontrar
el nombre justo a la vida.
Es dar al fin con las palabras que para hacer
frente a la muerte se precisa.
Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel
en que el alma está cautiva.
Es levantarse de la tierra con una fuerza que
reclama desde arriba.
Es respirar el ancho viento que por encima de
la carne respira.
Es contemplar, desde la cumbre de la persona,
la razón de las heridas.
Es advertir en unos ojos una mirada verdadera
que nos mira.
Es escuchar en una boca la propia voz
profundamente repetida.
Es sorprender en unas manos ese calor de la
perfecta compañía.
Es sospechar que, para siempre, la soledad
de nuestra sombra está vencida.
Estar enamorado amigos, es descubrir dónde
se juntan cuerpo y alma.
Es percibir en el desierto la cristalina voz de
un río que nos llama.
Es ver el mar desde la torre donde ha quedado
prisionera nuestra infancia.
Es apoyar los ojos tristes en un paisaje de
cigüeñas y campanas.
Es ocupar un territorio donde conviven los
perfumes y las armas.
Es dar la ley a cada rosa y al mismo tiempo
recibirla de su espada.
Es confundir el sentimiento con una hoguera
que del pecho se levanta.
Es gobernar la luz del fuego y al mismo tiempo
ser esclavo de la llama.
Es entender la pensativa conversación del
corazón y la distancia.
Es encontrar el derrotero que lleva al reino de
la música sin tasa.
Estar enamorado, amigos, es adueñarse de
las noches y los días.
Es olvidar entre los dedos emocionados la
cabeza distraída.
Es recordar a Garcilazo cuando se siente la
canción de una herrería.
Es ir leyendo lo que escriben en el espacio las
primeras golondrinas.
Es ver la estrella de la tarde por la ventana de
una casa campesina.
Es contemplar un tren que pasa por la montaña
con las luces encendidas.
Es comprender perfectamente que no hay
fronteras entre el sueño y la vigilia.
Es ignorar en qué consiste la diferencia entre
la pena y la alegría.
Es escuchar a medianoche la vagabunda
confesión de la llovizna.
Es divisar en las tinieblas del corazón una
pequeña lucecita.
Estar enamorado, amigos, es padecer espacio
y tiempo con dulzura.
Es despertarse una mañana con el secreto de
las flores y las frutas.
Es libertarse de sí mismo y estar unido con
las otras criaturas.
Es no saber si son ajenas o son propias las
lejanas amarguras.
Es remontar hasta la fuente las aguas turbias
del torrente de la angustia.
Es compartir la luz del mundo y al mismo
tiempo compartir su noche obscura.
Es asombrarse y alegrarse de que la luna
todavía sea luna.
Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea
de ser hombre es menos dura.
Es empezar a decir siempre, y en adelante no
volver a decir nunca.
Y es, además, amigos míos, estar seguro de
tener las manos puras.
5 DE OCTUBRE DE 1900 NACE:
FRANCISCO LUIS BERNÁRDEZ
Poeta argentino, nació en Buenos Aires en 1900 y murió en 1978. Su nombre completo era Francisco Luis Bernárdez Martínez. Desde 1920 hasta 1924 vivió en España, donde leyó a los poetas modernistas que le influyeron en sus primeros libros y además ejerció el periodismo en Vigo. A su regreso de España se incorporó al grupo de la revista Martín Fierro, publicación que ejerció un papel importante en la renovación literaria y estética de la literatura argentina. Más tarde fue redactor del diario La Nación, y en 1928 se incorporó a la revista Criterio. A partir de 1932 residió casi continuamente en Córdoba (Argentina), por razones de salud. En 1937 marchó a Buenos Aires, donde fue nombrado Secretario de las Bibliotecas Públicas, y en 1944, director general de Cultura Intelectual del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública. Cuatro años más tarde, ingresó en la Academia Argentina de Letras como miembro de número. Finalmente se incorporó al servicio exterior de la Argentina, y fue consejero de la embajada de su país en Madrid hasta 1960.
Sus primeras obras, Orto, 1922 y Bazar, 1922, escritas siguiendo los principios del ultraísmo, junto con Alcándara, 1925, lo vincularon a la etapa posmodernista, pero a partir de la publicación de El buque, 1935, trató temas religiosos al estilo clásico formal de Claudel y Péguy. Dentro de esta nueva etapa figuran obras como: Cielo de tierra, 1937; La ciudad sin Laura, 1938; Poemas elementales, 1942; Poemas de carne y hueso, 1943, premio nacional de poesía; El ruiseñor, 1945; Las estrellas, 1947; El ángel de la guarda, 1949; Poemas nacionales, 1950; La flor, 1951; Tres poemas católicos, 1959; Poemas de cada día, 1963, y, en prosa, La copa de agua, 1963.
5 DE OCTUBRE NACE:
JUAN JACOBO BAJARLÍA
Poeta, narrador, ensayista, dramaturgo y periodista argentino, nacido en Buenos Aires el 5 de octubre de 1914 y fallecido en Buenos Aires, Argentina el 22 de julio del 2005. Autor de una extensa, brillante y variada producción literaria que progresa con asombrosa fluidez por los cauces genéricos más diversos, está considerado como uno de los más significativos introductores de la estética vanguardista en las Letras argentinas contemporáneas.
Inclinado desde su temprana juventud hacia el cultivo de la escritura, adquirió un notable prestigio intelectual por sus frecuentes colaboraciones publicadas en el rotativo Clarín, de donde pasó a difundir sus textos periodísticos por los principales diarios y revistas de su país natal, como La Nación, La Gaceta de Tucumán y La Prensa. También fue director durante ocho años (1948-1956) de la revista Contemporánea, y, ya convertido en una de las figuras más sobresalientes del panorama intelectual y artístico de la Argentina de mediados del siglo XX, se integró en el Movimiento de Arte Concreto-Invención.
Pero fue sobre todo leído y celebrado por sus obras de ficción, que le han granjeado algunos de los honores y galardones más prestigiosos de su dilatada trayectoria humanística. Entre los numerosos premios que ha merecido tanto en su faceta de escritor como en reconocimiento de su incesante labor de animador cultural, cabe citar la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (1962), el Premio Municipal de Teatro (1962), el Premio del Fondo Nacional de las Artes (1962), el Mystery Magazine Ellery Queen's (1964), el Konex de Platino (1984) y el Premio Boris Vian (1996). Su constante presencia en el ámbito de las Letras australes le llevó también a ocupar, ya en su vejez, la vicepresidencia de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).
Sus primeros éxitos literarios le llegaron de la mano de la poesía, género en el que cosechó un éxito incuestionable a comienzos de la década de los años cincuenta, cuando la aparición de su segunda colección de versos, titulada La Gorgona (1953), mereció los elogios unánimes de los lectores y la crítica especializada, y contribuyó a que su naciente fama literaria traspasara las fronteras argentinas para extenderse a otros países de Hispanoamérica e, incluso, del continente europeo. Se editó, en efecto, una temprana traducción al alemán de este poemario de Juan Jacobo Bajarlía, y a partir de esta versión germánica el músico Esteban Eitler compuso su obra Música Dodecafónica (1954), presentada por vez primera en Bruselas. Tres años antes de haber dado a la imprenta los versos de La Gorgona, el escritor bonaerense había hecho público su talento poético merced a la publicación de Estereopoemas (1950), una espléndida opera prima a la que, después del citado poemario que tanto éxito tuvo en Alemania, siguieron otras colecciones de versos tan notables como las tituladas Canto a la destrucción (1968), Nuevos límites del infierno (1972), El poeta y el exilio (1990) y Poema de la creación (1996).
Al tiempo que desplegaba esta intensa labor poética, Juan Jacobo Bajarlía dejaba bien patente en numerosos ensayos y textos dramáticos su condición de humanista polifacético, capaz de desenvolverse con idéntica soltura en los géneros más variados. Así, el mismo año en que se dio a conocer como poeta publicó también su espléndido ensayo titulado Notas sobre el barroco (1950), obra en la que vino a demostrar un magnífico conocimiento de la literatura española, hispanoamericana y europea, luego ampliado hasta el asombro en otros libros de tan penetrante lucidez crítica como Literatura de vanguardia (1956) y El vanguardismo poético en América y España (1957). Otros ensayos y estudios críticos del fecundo autor bonaerense -que alcanzó cotas de inusitada maestría dentro del género biográfico- son los titulados Sadismo y masoquismo en la conducta criminal (1959); Lovecraft, el horror sobrenatural (1959); La polémica Reverdy-Huidobro. El origen del ultraísmo (1964); Drácula, el vampirismo y Bram Stoker (1992); Fijman, poeta entre dos vidas (1992); y Alejandra Pizarnik. Anatomía de un recuerdo (1998). También publicó algunas selecciones antológicas que de nuevo vinieron a probar sus vastos conocimientos sobre todas las modalidades genéricas de la literatura universal, como Cuentos de crimen y misterio (1964) y Crónicas con espías (1966). Y, dentro de esta feraz versatilidad, dejó también impresas otras obras en prosa de muy diversa naturaleza, entre las que conviene recordar aquí las tituladas Historias de monstruos (1969); Fórmula al antimundo (1970); Más que la luz de las estrellas (1971); El día cero (1972); Los números de la muerte (1972); El endemoniado Sr. Rosetti (1977); Sables, historias y crímenes (1983); Historias secretas de putas, musas y otras damas (1996); y Breve diccionario del erotismo y cancionero satírico (1997).
Si admiraba a críticos y lectores la variedad de temas, géneros y registros estilísticos acuñados por Juan Jacobo Bajarlía en la abundante producción miscelánea mencionada en parágrafos anteriores, no menos asombro causó su acierto dentro de la complejidad específica del género teatral, al que aportó algunas de las mejores piezas dramáticas estrenadas en Argentina a mediados del siglo XX. Fue muy aplaudido el estreno de su primera obra, titulada La Esfinge (1955), a la que pronto siguieron -en dura pero fructífera competencia con los poemarios y los ensayos que simultáneamente estaba escribiendo y publicando- otros estrenos tan celebrados como Pierrot (1956), Las troyanas (1956) y La billetera del diablo (1969). Otras piezas teatrales nacidas de la pluma de Bajarlía son Los robots (1955), Telesfora (1962), La confesión de Finnegan (1962) y Monteagudo (1962), drama -este último- que mereció varios premios y menciones honoríficas.
No se agotaba tampoco en la escritura dramática la capacidad creativa de Juan Jacobo Bajarlía, quien además de poemas, ensayos, biografías, piezas teatrales y artículos periodísticos escribió numerosas narraciones breves y algunas novelas dignas de consideración. Sus relatos, compuestos por una amena combinación de elementos fantásticos que, procedentes del universo temático de la ciencia-ficción, dejan paso a las profundas inquietudes metafísicas del autor bonaerense, vieron la luz entre las páginas de diferentes obras colectivas presentadas como muestras antológicas de la mejor narrativa breve hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Por otra parte, fue autor de algunas novelas extensas entre las que sobresalen las pertenecientes al subgénero policíaco, publicadas bajo pseudónimo y consideradas como piezas maestras por el eminente crítico y escritor Leopoldo Marechal, quien elogió la prosa de Bajarlía y le tildó de "zoólogo de la monstruosidad". Otros estudiosos del género señalaron su acierto en la mezcla de ingredientes propios de la ciencia ficción con otras preocupaciones procedentes de la mejor tradición filosófica occidental, con especial entusiasmo por sus "máquinas del tiempo", que en sus obras "dejan de ser instrumentos mecánicos para convertirse en dimensiones metafísicas".
JUAN JACOBO BAJARLÍA
Poeta, narrador, ensayista, dramaturgo y periodista argentino, nacido en Buenos Aires el 5 de octubre de 1914 y fallecido en Buenos Aires, Argentina el 22 de julio del 2005. Autor de una extensa, brillante y variada producción literaria que progresa con asombrosa fluidez por los cauces genéricos más diversos, está considerado como uno de los más significativos introductores de la estética vanguardista en las Letras argentinas contemporáneas.
Inclinado desde su temprana juventud hacia el cultivo de la escritura, adquirió un notable prestigio intelectual por sus frecuentes colaboraciones publicadas en el rotativo Clarín, de donde pasó a difundir sus textos periodísticos por los principales diarios y revistas de su país natal, como La Nación, La Gaceta de Tucumán y La Prensa. También fue director durante ocho años (1948-1956) de la revista Contemporánea, y, ya convertido en una de las figuras más sobresalientes del panorama intelectual y artístico de la Argentina de mediados del siglo XX, se integró en el Movimiento de Arte Concreto-Invención.
Pero fue sobre todo leído y celebrado por sus obras de ficción, que le han granjeado algunos de los honores y galardones más prestigiosos de su dilatada trayectoria humanística. Entre los numerosos premios que ha merecido tanto en su faceta de escritor como en reconocimiento de su incesante labor de animador cultural, cabe citar la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (1962), el Premio Municipal de Teatro (1962), el Premio del Fondo Nacional de las Artes (1962), el Mystery Magazine Ellery Queen's (1964), el Konex de Platino (1984) y el Premio Boris Vian (1996). Su constante presencia en el ámbito de las Letras australes le llevó también a ocupar, ya en su vejez, la vicepresidencia de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).
Sus primeros éxitos literarios le llegaron de la mano de la poesía, género en el que cosechó un éxito incuestionable a comienzos de la década de los años cincuenta, cuando la aparición de su segunda colección de versos, titulada La Gorgona (1953), mereció los elogios unánimes de los lectores y la crítica especializada, y contribuyó a que su naciente fama literaria traspasara las fronteras argentinas para extenderse a otros países de Hispanoamérica e, incluso, del continente europeo. Se editó, en efecto, una temprana traducción al alemán de este poemario de Juan Jacobo Bajarlía, y a partir de esta versión germánica el músico Esteban Eitler compuso su obra Música Dodecafónica (1954), presentada por vez primera en Bruselas. Tres años antes de haber dado a la imprenta los versos de La Gorgona, el escritor bonaerense había hecho público su talento poético merced a la publicación de Estereopoemas (1950), una espléndida opera prima a la que, después del citado poemario que tanto éxito tuvo en Alemania, siguieron otras colecciones de versos tan notables como las tituladas Canto a la destrucción (1968), Nuevos límites del infierno (1972), El poeta y el exilio (1990) y Poema de la creación (1996).
Al tiempo que desplegaba esta intensa labor poética, Juan Jacobo Bajarlía dejaba bien patente en numerosos ensayos y textos dramáticos su condición de humanista polifacético, capaz de desenvolverse con idéntica soltura en los géneros más variados. Así, el mismo año en que se dio a conocer como poeta publicó también su espléndido ensayo titulado Notas sobre el barroco (1950), obra en la que vino a demostrar un magnífico conocimiento de la literatura española, hispanoamericana y europea, luego ampliado hasta el asombro en otros libros de tan penetrante lucidez crítica como Literatura de vanguardia (1956) y El vanguardismo poético en América y España (1957). Otros ensayos y estudios críticos del fecundo autor bonaerense -que alcanzó cotas de inusitada maestría dentro del género biográfico- son los titulados Sadismo y masoquismo en la conducta criminal (1959); Lovecraft, el horror sobrenatural (1959); La polémica Reverdy-Huidobro. El origen del ultraísmo (1964); Drácula, el vampirismo y Bram Stoker (1992); Fijman, poeta entre dos vidas (1992); y Alejandra Pizarnik. Anatomía de un recuerdo (1998). También publicó algunas selecciones antológicas que de nuevo vinieron a probar sus vastos conocimientos sobre todas las modalidades genéricas de la literatura universal, como Cuentos de crimen y misterio (1964) y Crónicas con espías (1966). Y, dentro de esta feraz versatilidad, dejó también impresas otras obras en prosa de muy diversa naturaleza, entre las que conviene recordar aquí las tituladas Historias de monstruos (1969); Fórmula al antimundo (1970); Más que la luz de las estrellas (1971); El día cero (1972); Los números de la muerte (1972); El endemoniado Sr. Rosetti (1977); Sables, historias y crímenes (1983); Historias secretas de putas, musas y otras damas (1996); y Breve diccionario del erotismo y cancionero satírico (1997).
Si admiraba a críticos y lectores la variedad de temas, géneros y registros estilísticos acuñados por Juan Jacobo Bajarlía en la abundante producción miscelánea mencionada en parágrafos anteriores, no menos asombro causó su acierto dentro de la complejidad específica del género teatral, al que aportó algunas de las mejores piezas dramáticas estrenadas en Argentina a mediados del siglo XX. Fue muy aplaudido el estreno de su primera obra, titulada La Esfinge (1955), a la que pronto siguieron -en dura pero fructífera competencia con los poemarios y los ensayos que simultáneamente estaba escribiendo y publicando- otros estrenos tan celebrados como Pierrot (1956), Las troyanas (1956) y La billetera del diablo (1969). Otras piezas teatrales nacidas de la pluma de Bajarlía son Los robots (1955), Telesfora (1962), La confesión de Finnegan (1962) y Monteagudo (1962), drama -este último- que mereció varios premios y menciones honoríficas.
No se agotaba tampoco en la escritura dramática la capacidad creativa de Juan Jacobo Bajarlía, quien además de poemas, ensayos, biografías, piezas teatrales y artículos periodísticos escribió numerosas narraciones breves y algunas novelas dignas de consideración. Sus relatos, compuestos por una amena combinación de elementos fantásticos que, procedentes del universo temático de la ciencia-ficción, dejan paso a las profundas inquietudes metafísicas del autor bonaerense, vieron la luz entre las páginas de diferentes obras colectivas presentadas como muestras antológicas de la mejor narrativa breve hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Por otra parte, fue autor de algunas novelas extensas entre las que sobresalen las pertenecientes al subgénero policíaco, publicadas bajo pseudónimo y consideradas como piezas maestras por el eminente crítico y escritor Leopoldo Marechal, quien elogió la prosa de Bajarlía y le tildó de "zoólogo de la monstruosidad". Otros estudiosos del género señalaron su acierto en la mezcla de ingredientes propios de la ciencia ficción con otras preocupaciones procedentes de la mejor tradición filosófica occidental, con especial entusiasmo por sus "máquinas del tiempo", que en sus obras "dejan de ser instrumentos mecánicos para convertirse en dimensiones metafísicas".
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