martes, 30 de diciembre de 2014

ABU-L-QASIM BEN AL-SAQQAT

FIESTA EN UN JARDÍN

A la sombra de aquel día giraban los deseos sobre nosotros como esferas
astronómicas de felicidad.
Lo pasamos en un jardín al que una nube, armada con el acerado sable del
relámpago, escanció la bebida de la madrugada.
El rojo vino nos dio como almohadas los macizos de murta, y parecíamos
reyes sobre el trono de los verdes boscajes.
La mano del amor nos ensartó para la alegría: nosotros éramos las perlas,
y los amores, los hilos.
Nos atacaban como lanzas los pechos de las doncellas, moviéndonos guerra,
y para defendernos no vestíamos otra cota que nuestras pieles de fanak.
Ante nosotros se destapaban caras deliciosas, que parecían lunas entre la
noche de las trenzas.

GEORGE ORWELL "UNA BUENA TAZA DE TÉ

GEORGE ORWELL
UNA BUENA TAZA DE TÉ


























George Orwell, seudónimo de Eric Arthur Blair (India, Raj Británico 1903 - Londres, Inglaterra 1950), fue un escritor y ensayista británico conocido por sus obras "Rebelión en la granja" y "1984" en el cual acuñó el concepto del Gran Hermano, escribió este ensayo sobre el té en el período inmediatamente posterior a la II Guerra Mundial.
Vale la pena señalar que las indicaciones de preparación descritas por Orwell en este ensayo son aplicables sólo a la preparación del té negro, variedad de consumo casi exclusivo en Gran Bretaña en la época en que lo escribió.
Si usted busca "té" en el primer libro de cocina que tenga a la mano, probablemente encontrará que no se le menciona, o a lo más, encontrará unas pocas líneas de instrucciones incompletas que no dan ninguna indicación sobre varios de los puntos más importantes respecto de él.
Esto es curioso, no sólo porque el té es uno de los principales productos de consumo en este país, así como lo es en Irlanda, Australia y Nueva Zelanda, sino porque las disputas acerca de la mejor manera de prepararlo es un tema que a veces se vuelve hasta violento.
Cuando me fijo en mi propia receta para preparar la taza de té perfecta, advierto que no hay menos de once puntos en los cuales se debe poner atención. En dos de ellos hay bastante acuerdo en general, pero por lo menos hay otros cuatro que son objeto de mucha controversia. Aquí están mis propias once reglas, cada una de las cuales me parece de oro:
En primer lugar, se debe usar té de la India o Ceilán. El té de China tiene virtudes que no deben ser despreciadas en la actualidad - es económico, y se puede tomar sin leche - pero no es particularmente estimulante. Uno no se siente más sabio, más valiente o más optimista después de beber té chino. Cualquiera que haya usado la frase "una buena taza de té" sabe que se refiere invariablemente al té de la India.
En segundo lugar, el té debe prepararse en pequeñas cantidades - es decir, en una tetera. El té que no es preparado en un recipiente cerrado siempre queda de mal gusto, tal como el que prepara el ejército en grandes ollas y que sabe a grasa y detergente. La tetera debe ser de porcelana o loza. El té preparado en teteras de plata o porcelana británica resulta de inferior calidad, aunque curiosamente en teteras de estaño (una rareza en la actualidad) no resulta tan mal.
En tercer lugar, la tetera debe ser calentada de antemano. Esto resulta mejor al colocarla en una placa caliente que por el método habitual de calentarla con agua caliente. En cuarto lugar, el té debe ser fuerte. Para una tetera de un cuarto de galón (1,1 litros aproximadamente), si se va a llenar casi hasta el borde, seis cucharadas colmadas de té deberían ser suficientes. En épocas de racionamiento como la actual, ésta no es una idea que se pueda se realizar todos los días de la semana, pero yo sostengo que una taza de té fuerte es mejor que veinte tazas débiles. A todos los amantes del té les gusta el té fuerte, y un poco más fuerte a cada año que pasa - un hecho que es reconocido en el racionamiento extra que reciben los jubilados.

En quinto lugar, el té se debe poner directamente en la tetera. No hay que usar filtros, bolsas de muselina u otros dispositivos para encarcelar al té. En algunos países, las teteras están equipados con filtros para retener las hojas que caen junto con la infusión, bajo el supuesto que son perjudiciales. En realidad se puede tragar hojas de té en grandes cantidades sin efectos negativos, y el té no queda bien si no se infusiona correctamente.
En sexto lugar, uno debe llevar la tetera de preparación a la caldera de agua hirviendo y no al revés. El agua debe estar hirviendo en el momento del impacto, lo que significa que uno debe mantenerla en el fuego mientras se vierte. Algunas personas señalan que sólo se debe utilizar el agua que recién ha comenzado a ebullir, pero nunca he advertido que haya alguna diferencia.
En séptimo lugar, después de hacer el té, hay que removerlo, o mejor aún, dar una buena sacudida a la tetera, permitiendo que las hojas se depositen en el fondo.
En octavo lugar, uno debe beber de una buena taza de desayuno - es decir, el tipo de taza cilíndrico, no el tipo de plano y poco profundo. En la taza de desayuno cabe más té, y con el tipo bajo y plano el té se enfría antes de llegar a los labios.
En noveno lugar, se debe extraer la crema de la leche antes de usarla para el té. La leche que muy cremosa siempre cambia el sabor del té.
En décimo lugar, se debe verter primero el té en la taza antes que la leche. Este es uno de los puntos más polémicos de todos, y de hecho en todas las familias británicas probablemente hay dos escuelas de pensamiento sobre el tema. La escuela de "la leche primero" puede presentar algunos argumentos bastante fuertes, pero sigo sosteniendo que mi argumento es irrefutable. Esto es que, al poner el té primero y revolverlo a medida que se vierte la leche, se puede regular exactamente la cantidad de leche, mientras que es posible poner demasiada leche si uno lo hace al revés.
Por último, el té - a menos que uno lo esté tomando al estilo ruso - se debe beber sin azúcar. Sé muy bien que estoy en minoría aquí. Pero aún así, ¿cómo puede usted llamarse un verdadero amante del té si destruye su sabor poniéndole azúcar? También se le podría poner pimienta o sal. Se supone que el té debe ser amargo, al igual que la cerveza está destinada a serlo. Si endulza el té ya no sentiría su sabor; y podría obtener una bebida muy similar al disolver azúcar en agua caliente pura.
Algunas personas responden que no les gusta el té en sí mismo, que sólo lo beben con el fin de ser calentados y estimulados, y que necesitan el azúcar para cambiarle el gusto al té. A estas personas equivocadas, yo les diría: Trate de tomar el té sin azúcar, por ejemplo, un par de semanas y es muy poco probable que usted nunca más vaya a querer arruinar su té nuevamente por la edulcoración. Estos no son los únicos puntos controvertidos que surjen en relación con el consumo de té, pero son suficientes para mostrar lo sofisticado que se ha convertido todo el asunto. También está la misteriosa etiqueta social que rodea a la taza de té (¿por qué se considera vulgar beber té en el platillo, por ejemplo?) Y mucho se podría escribir acerca del uso secundario de las hojas de té, como adivinar el futuro, la predicción de la llegada de visitantes, como alimento para los conejos, usos en curaciones y quemaduras y limpieza de alfombras. Vale la pena prestar atención a detalles tales como el calentamiento de la tetera y el uso de agua hirviendo, con el fin de asegurarse de obtener de su ración las veinte buenas y fuertes tazas que sus dos onzas (56 gramos), bien manejadas, deberían representar.
FIN
Ensayo Publicado en el Evening Standard, 12 enero 1946.

sábado, 27 de diciembre de 2014

27 DE DICIEMBRE DE 1943 NACE
JOAN MANUEL SERRAT
(Barcelona, 1943) Cantautor español. Hijo de una familia obrera que vivía en el barrio barcelonés del Poble Sec (a lo que alude su apodo El noi del Poble Sec), se graduó como perito agrónomo, profesión que nunca llegaría a ejercer. Su primera presentación en público como cantautor tuvo lugar en 1965, en Radio Barcelona; ese mismo año entró a formar parte del grupo Els Setze Jutges. Dos años después editaría su primer álbum, con el sello Edigsa.

Joan Manuel Serrat

Serrat fue uno de los iniciadores de la Nova Cançó catalana, generación de cantautores contestatarios que reivindicaron el uso del catalán durante la dictadura franquista y que componían sus letras al modo poético e intimista de sus inspiradores de la chanson francesa. Pero Joan Manuel, hijo de padre catalán y madre aragonesa, pronto empezó a cantar también en castellano, y eso lo hizo candidato a representar a España en el festival de Eurovisión de 1968. Serrat decidió finalmente no participar si no podía hacerlo en catalán, y la canción preparada para él, La, la, la, acabó siendo interpretada por Massiel, que ganó el festival. Por aquella renuncia estuvo vetado en la televisión y en las emisoras de radio estatales durante casi diez años.

Pese a todo, la calidad de sus composiciones (que en adelante alternarían con toda naturalidad el catalán y el castellano) se impuso a las presiones políticas, consiguiendo convertir infinidad de temas en emblemáticos de toda una generación. Esta etapa musical es, sin duda, la más fértil de un Joan Manuel que sabe retratar a la perfección paisajes y sentimiento, hasta el punto de que álbumes como Mediterráneo (editado en abril de 1971) le llevaron a estar presente en media Europa y en toda Sudamérica. La censura volvió a dejar fuera el tema Edurne (cuya letra cuenta una historia referida a la represión franquista en Euskadi) y en 1975 hubo de autoexiliarse en México a raíz de unas manifestaciones contra el régimen franquista.

Regresó tras la muerte de Franco y, en plena transición política, Serrat adquirió un tono más intimista y nostálgico (En tránsito, 1981), conservando intacto su prestigio y, desde luego, el reconocimiento internacional en álbumes como Sincerament teu (1987), en el que colaboraron figuras de la música brasileña. Ello no le impidió comprometerse activamente con las campañas del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Nunca ajeno al clima social, editó en 1992 el LP Utopía, en el que, de un modo maduro, lejos del tono panfletario de los cantautores de finales de los sesenta, volvió a la carga contra los tópicos utilizados por los poderes políticos y económicos, temática que ya había abordado en El Sur también existe (1985).


Utilizando adecuadas dosis de ironía y sensibilidad en todas sus composiciones, Joan Manuel Serrat fue desde sus inicios el mejor fotógrafo de la realidad española. Ayudó además a rescatar del olvido a poetas como Antonio Machado, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Salvat Papasseit o Mario Benedetti. Su capacidad creadora y su talento han servido de referencia a músicos e intérpretes no sólo de su generación sino también de las siguientes, como lo prueba la edición, a finales de 1995, de un álbum homenaje en el que artistas más jóvenes pero igualmente consagrados realizaron versiones de sus temas más conocidos.

Después de cuatro años sin grabar, en 1998 publicó el álbum Sombras de la China, que reunía once temas inéditos. En 2000 editó Cansiones, un trabajo que firmó con el nombre de Tarrés (su apellido leído de derecha a izquierda) y en el que ofrecía un repaso del cancionero clásico hispanoamericano que, según el propio autor, le ha acompañado durante su dilatada carrera. Dos años más tarde, lanzó al mercado Versos en la boca, nuevo disco con once temas inéditos, y en 2003 presentó Serrat sinfónico, trabajo para el que reunió dieciséis temas de su repertorio grabados con la Orquesta Sinfónica de Barcelona.

Serrat

En marzo de 2004 fue condecorado con la Orden de Mayo en el grado de comendador, una de las más altas condecoraciones que otorga el Gobierno argentino, por su compromiso con la democracia y la lucha por los derechos humanos. Este reconocimiento se vio además acompañado de innumerables muestras de cariño de sus seguidores ante la noticia de que el cantante padecía un cáncer de vejiga, del que tuvo que ser operado en noviembre de ese mismo año. Felizmente recuperado, en abril de 2006 presentó un nuevo trabajo en catalán, Mô, un canto a la isla de Menorca y, en especial, a su capital, Mahón.

Como si se tratase del ocaso de su carrera, cuando en realidad continúa desplegando una envidiable creatividad, a Joan Manuel Serrat le llueven los premios en reconocimiento a su larga trayectoria como cantautor. Entre los más recientes se cuentan la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo, concedida por el gobierno español en 2006, con la que se le reconocía, además de su labor profesional, el ser "un referente moral"; el título de doctor honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid por su contribución a la lengua española en general y a la catalana en particular, también en 2006; la Medalla de Honor del Parlamento de Cataluña y el nombramiento como caballero de la Legión de Honor de la República Francesa, ambos en 2007. Entre premio y premio, el más estimado de los cantautores españoles realizaba en 2006 y 2007 dos exitosas giras por todo el mundo: Serrat 100x100, en compañía de Ricard Miralles, y Dos pájaros de un tiro, a dúo con Joaquín Sabina.
27 DE DICIEMBRE DE 2007 ASESINAN A
BENAZIR BHUTTO
Es asesinada en Pakistán la ex primera ministra Benazir Bhutto
Líder de la oposición al régimen del presidente Pervez Musharraf, hija del ex presidente Zulfikar Alí Bhutto -destituido y ejecutado en 1977 tras el golpe militar del general Zia ul-Haq- Benazir fue la primera mujer dirigente del mundo musulmán. Elegida primera ministra en 1988, sufrió la oposición de los partidos religiosos, que no admitieron que una mujer estuviese al frente del gobierno y que, a la postre, promovieron su destitución acusándola de corrupción, despotismo e ineficacia.

jueves, 25 de diciembre de 2014

25 DE DICIEMBRE DE 1949 NACE
NÉSTOR PERLONGHER
Poeta y ensayista argentino, nacido en Avellaneda (provincia de Buenos Aires) el 25 de diciembre de 1949, y fallecido en São Paulo (Brasil) en 1992. Humanista fecundo y polifacético, dotado de una amplia formación cultural y poseedor de un talante inconformista que le llevó a militar en los movimientos más radicales de la política y la cultura hispanoamericanas contemporáneas (fue trotskista, anarquista y militante del movimiento de liberación homosexual argentino), dejó, a pesar de su breve existencia -falleció, víctima del SIDA, con poco más de cuarenta años de edad-, una espléndida producción poética que le convierte en una de las voces más originales y deslumbrantes de la lírica argentina de finales del siglo XX.

Hombre de vastas inquietudes intelectuales, sintió pronto el nacimiento de una vocación humanística que le impulsó a cursar estudios superiores de Sociología en la Universidad de Buenos Aires, al tiempo que le dictaba sus primeros escritos poéticos. Una vez licenciado, abandonó la capital argentina para instalarse en la ciudad brasileña de São Paulo, en cuya Universidad de Campinas realizó un máster en Antropología Social que le permitió, en 1985, alcanzar un puesto docente en dicho centro de enseñanza superior.

Ya por aquel entonces se había dado a conocer como poeta con la publicación, a comienzos de los años ochenta, de una sorprendente opera prima titulada Austria-Hungría (Buenos Aires: Tierra Baldía, 1980), a la que luego se sumaron otras cinco colecciones de versos que, en total, configuran su breve pero deslumbrante producción poética: Alambres (Buenos Aires: Último Reino, 1987) -galardonada con el prestigioso Premio "Boris Vian" de Literatura Argentina-; Hule (Id. Id., 1989); Parque Lezama (Buenos Aires: Sudamericana, 1990); Aguas aéreas (Buenos Aires: Último Reino, 1990) y El cuento de las iluminaciones (Caracas: Pequeña Venecia, 1992). Un lustro después de su prematura desaparición, vieron la luz en la capital argentina sus Poemas completos (Buenos Aires: Planeta, 1997).

Como dejó escrito el crítico Ariel Schettini en el rotativo La Nación, "Néstor Perlongher fue un escritor insaciable. Creó un estilo propio que apodó "neobarroso", en el que reunía contradictoriamente los bucles barrocos y el barro del Plata: es decir, él mismo... La figura de Néstor Perlongher se fue agigantando de un modo tal que a esta altura aparece como una de las voces más necesarias de la última poesía argentina". Y es que, en efecto, su poesía parte de una compleja elaboración lingüística que, inspirada por esa afición al neologismo propia de la creatividad barroca, se empapa al mismo tiempo de la cruda rutina de la vida cotidiana e indaga sin tapujos en la realidad actual, para crear sorprendentes estructural verbales cuya belleza plástica sólo es equiparable a la fuerte carga ideológica que en sí mismas encierran: "A lacios oropeles enyedrada / la toga que flaneando las ligas, las ampula / para que flote en el deambuleo la ceniza, impregnando / de lanas la atmósfera cerrada y fría del boudoir. // A través de los años, esa lívida / mujereidad enroscándose, bizca, / en laberintos de maquillaje, el velador de los aduares / incendiaba al volcarse la arena, vacilar // en un trazo que sutil cubriese / las hendiduras del revoque / y, más abajo, ligas, lilas, revuelo / de la mampostería por la presión ceñida y fina que al ajustar // los valles microscópicos del tul / sofocase las riendas del calambre, irguiendo / levemente el pezcuello que tornando / mujer se echa al diván" ("Devenir Marta", de Hule).

Al margen de esta compleja y sugerente actividad poética, Néstor Perlongher cultivó -también con inigualable maestría- la prosa ensayística, en la que se reveló como uno de los mejores conocedores de la realidad cultural y humana que le rodeaba tanto en su argentina natal como en su residencia de São Paulo. Entre estas obras en prosa del escritor de Avellaneda, cabe destacar las tituladas Caribe transplantino. Poesía neobarroca cubana y rioplatense (São Paulo: Iluminuras, 1991), El fantasma del SIDA (Buenos Aires: Puntosur, 1988) y La prostitución masculina (Buenos Aires: La Urraca, 1993). Al igual que ocurriera con sus composiciones poéticas, algunos de sus escritos ensayísticos aparecieron recopilados en un volumen póstumo, titulado Prosas plebeyas: ensayos 1890-1992 (Buenos Aires: Colihue, 1992), en el que pueden leerse algunos textos tan inquietantes -y representativos del estilo y la ideología de Néstor Perlongher- como "Matan a un marica", "La desaparición de la homosexualidad" y "Evita vive".

Varios de esos títulos que conforman su producción prosística vieron la luz en portugués, como O Que E Aids (São Paulo: Editora Brasiliense, 1999); O Negocio Do Miche. A Prostituicão Viril Em São Paulo (Id. Id., 1999); y Lame (São Paulo: Universidade Estadual De Campinas, Editora, 1999). Hay que recordar, asimismo, antes de cerrar esta apresurada semblanza bio-bibliográfica del malogrado poeta argentino, sus brillantes colaboraciones periodísticas, publicadas asiduamente en algunas revistas literarias tan difundidas como El Porteño, Alfonsina, Último Reino y Diario de Poesía.

martes, 23 de diciembre de 2014

JORIS-KARL HUYSMANS

Cobardía

La nieve cae en grandes copos, el viento sopla, el frío hace estragos. Regreso a casa deprisa, preparo el fuego, la lámpara. Espero a mi amante. Cenaremos juntos en mi casa; he encargado la cena, he comprado una botella de vino de Borgoña, una hermosa tarta con frutas en almíbar (¡es tan golosa!). Son las seis, espero. La nieve cae en grandes copos, el viento sopla, el frío hace estragos; atizo el fuego, cierro las cortinas, cojo un libro, mi viejo Villon. ¡Qué inefable delicia! Cenar en casa los dos junto al fuego. Suenan en el reloj de pared las seis y media; presto atención para comprobar si sus pasos tocan levemente la escalera. Nada, ningún ruido. Enciendo mi pipa, me arrellano en mi sillón, pienso en ella. Las siete menos cinco. ¡Ah! ¡al fin! Es ella. Dejo mi pipa, corro hacia la puerta; los pasos siguen subiendo. Vuelvo a sentarme con el corazón oprimido; cuento los minutos, me acerco a la ventana; la nieve sigue cayendo en grandes copos, el viento sigue soplando, el frío sigue haciendo estragos. Intento leer, no sé lo que leo, sólo pienso en ella, la excuso: la habrán retenido en el almacén, se habrá quedado en casa de su madre. ¡Hace tanto frío! Tal vez esté esperando un coche, pobre chiquita, ¡cómo voy a besar su naricilla fría y a sentarme a sus pies! Suenan las siete y media: ya no puedo estarme quieto, tengo el presentimiento de que no vendrá. ¡Vamos! Tratemos de cenar. Intento tragar algunos bocados pero mi garganta se cierra. ¡Ah! ¡ahora comprendo! Mil pequeñas naderías se yerguen ante mí; la duda, la implacable duda me tortura. Hace frío, pero ¿qué importan el frío, el viento, la nieve cuando se ama? Sí, pero ella no me ama.
¡Oh! seré firme, la reprenderé enérgicamente, además, hay que acabar con esto, se está riendo de mí desde hace mucho tiempo; ¡qué demonios, ya no tengo dieciocho años! No es mi primera amante; ¡después de ella vendrá otra! ¿Se enfadará? ¡qué desgracia! ¡las mujeres no son un artículo escaso en París! Sí, es fácil decirlo, pero otra no sería mi pequeña Sylvie; ¡otra no sería este pequeño monstruo que me tiene locamente embobado! Camino a grandes zancadas, furiosamente, y mientras me pongo rabioso, el reloj tintinea alegremente y parece burlarse de mis angustias. Son las diez. Acostémonos. Me tiendo en la cama y dudo a la hora de apagar la luz; ¡bah! ¡da igual! apago. Furibundas iras me oprimen la garganta, me asfixio. ¡Ah! sí, todo ha terminado entre nosotros, bien terminado. ¡Ah! Dios mío, alguien sube; es ella, son sus pasos; me bajo de la cama, enciendo, abro.
-¡Eres tú! ¿De dónde vienes? ¿Por qué llegas tan tarde?
-Mi madre me ha entretenido.
-¡Tu madre!... hace tres días me dijiste que ya no ibas a su casa. ¿Sabes? Estoy muy enfadado; si no estás dispuesta a venir con más exactitud, pues…
-Pues… ¿qué?
-Pues nos enfadaremos.
-De acuerdo, enfadémonos ahora mismo; estoy cansada de que me riñas siempre. Si no estás contento me voy…
Tres veces cobarde, tres veces imbécil, ¡la retuve!
FIN
ROSALÍA DE CASTRO (1837-1885)
A la sombra te sientas de las desnudas rocas.

A la sombra te sientas de las desnudas rocas,
y en el rincón te ocultas donde zumba el insecto,
y allí donde las aguas estancadas dormitan
y no hay hermanos seres que interrumpan tus sueños,
¡quién supiera en qué piensas, amor de mis amores,
cuando con leve paso y contenido aliento,
temblando a que percibas mi agitación extrema,
allí donde te escondes, ansiosa te sorprendo!

—¡Curiosidad maldita!, frío aguijón que hieres
las femeninas almas, los varoniles pechos:
tu fuerza impele al hombre a que busque la hondura
del desencanto amargo y a que remueva el cieno
donde se forman siempre los miasmas infectos.

—¿Qué has dicho de amargura y cieno y desencanto?
¡Ah! No pronuncies frases, mi bien, que no comprendo;
dime sólo en qué piensas cuando de mí te apartas
y huyendo de los hombres vas buscando el silencio.

—Pienso en cosas tan tristes a veces y tan negras,
y en otras tan extrañas y tan hermosas pienso,
que... no lo sabrás nunca, porque lo que se ignora
no nos daña si es malo, ni perturba si es bueno.
Yo te lo digo, niña, a quien de veras amo:
encierra el alma humana tan profundos misterios,
que cuando a nuestros ojos un velo los oculta,
es temeraria empresa descorrer ese velo;
no pienses, pues, bien mío, no pienses en qué pienso.

—Pensaré noche y día, pues sin saberlo, muero.

Y cuenta que lo supo, y que la mató entonces
la pena de saberlo.

sábado, 20 de diciembre de 2014

GRISELDA GAMBARO
“EL NOMBRE”
PERSONAJES:
María
Un banco largo.
Entra María, se sienta. Levanta la cabeza, mirando.

MARÍA: ¡Qué lindo sol! (Tiende la mano como si recibiera lluvia) Moja....y calienta.
La primera señora fue muy buena. Yo tenía 16 años. (Se le pierde la mirada en un
punto del suelo. Se levanta) Me parecía que había... No, me equivoqué. (Vuelve a
sentarse) Tenía una pieza para mí, sin ventana. Linda sí, con una frazada marrón
para el invierno y la almohada... blanca. Me dio un poco de asco al principio porque
estaba manchada de ... no sé, pero le hice una funda y apoyé la cabeza sin acordarme
de que abajo había...manchas. Era como una princesa, ahí, en mi pieza, después del
trabajo. Estaba sola, nadie me molestaba, salvo Tito que a veces se despertaba con
pesadillas y me llamaba: "¡Ernestina! ¡Ernestina!". No es un lindo nombre.
La señora me dijo: "¿Cómo te llamás?"
Es lo primero que preguntan porque necesitan saber cómo se llama una. Tiran el
nombre y una corre detrás: "¿Señora?"
"María", le dije. Le gustó el nombre , pero me lo cambió ¿Y por qué no?¿Qué
importancia tiene un nombre? Cualquiera sirve.
Las muchachas no paraban en la casa y Tito podía ser feroz (Mira un punto) Me parece
que ahí hay... (Se sujeta al banco. Lucha por no levantarse) Miro. (Se levanta y
observa) No, no hay nada.
(Vuelve a su asiento) Una vez me puso un sapo en la cama, qué susto. Empecé a
gritar y la señora se enojó mucho conmigo. Creo que a Tito le dio lástima, quizás
porque a él también le gritaban. Tito no era muy inteligente, tenían miedo de que
fuera.... (Un gesto). Por eso, para no embrollarlo con tanto cambios, todas las
muchachas se llamaban igual: Ernestinas. BIBLIOTECA
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Yo también me llamé Ernestina. No sé de donde habían sacado el nombre, de una
abuela o ...(no recuerda). Me encariñé mucho con Tito, y él también conmigo, sobre
todo después de lo del sapo. No se me despegaba en todo el día. La señora salía
mucho y aprovechábamos. Se venía a mi cama, tenía seis años, y dormíamos juntos,
con las manos apretadas, como dos perdidos. (Sonríe) Me enseñó a jugar a las damas,
pero ya lo olvidé. Yo también soy un poco....
Pero después creció. Y para qué, entonces, iba a necesitar a alguien como yo que lo
cuidara. Yo no podía cuidarlo en lo importante, en sus penas de muchacho que crece y
se hace hombre.
Así que la señora un día me llamó y me dijo: "Ernestina". (Extiende la mano) Me estoy
mojando. Me dijo: "Ernestina, buscate otro trabajo".
Tito lloró, creo que .... fueron sus lágrimas de chico. Yo....yo también lloré, menos,
¿no?, porque yo era la sirvienta, no tenía por qué encariñarme. Saqué la funda de la
almohada, que era mía, (seca) la funda era mía, y me fui. No quise cuidar a otro chico,
una se encariña y es tonto, porque los chicos no son de una. (Se toca el vientre).
Quizás, yo también....¿no? Me cayó una vieja..... No sé si los viejos me gustan. Con
ésta no me encariñé. Estaba enferma, le tenía pena, pero no cariño. ¡Ni pena le tenía!
No me dejaba dormir, "Lucrecia, Lucrecia", de día y de noche. Creo que.... era mala.
Enferma y mala. Y bien mirado, ¿por qué no iba a ser mala? La trataban como a un
mueble. Apenas balbuceaba "quiero....", le decía, "Callate, mamá. Tenés todo".
¿Cómo podían estar seguros? ¿Qué saben lo que a una puede faltarle? (Levanta con
cuidado el pie y lo baja, como si sujetara algo) Hay algo acá, bajo mi pe. (levanta el pie,
mira) No, nada (Retoma sin transición) La pobre vieja no tenía nada, nada propio, ni el
sol, el calorcito en invierno que da el sol, tampoco eso.
"Hace frío, sáquela del patio, Lucrecia", me decían, ¿qué sabían ellos cuándo del patio
los huesos necesitan sol? Y ni siquiera en verano. La ponían al fresco y la vieja quería
sol. No tenía nada. Sólo a mí. Entonces no me dejaba tranquila, porque si a uno le
sacan todo, se pone malo y se la desquita con alguien. Me tenía a mí, a quien
pagaban para eso, como quien paga la ausencia de un remordimiento.
A mí sí me decía "quiero". "Lucrecia, quiero", "Lucrecia, dame". Porque me llamaba
Lucrecia. Lucrecia era una hija que se le había muerto sin que se diera cuenta.
(Furiosa)
¡Y esto no es una ganga! No se dio cuenta y no se lo dijeron. Yo le hubiera abierto la
cabeza de arriba abajo para meterle adentro que se le había ¡muerto la hija. Porque
una debe tener sus muertos apretados así, ¡en el puño! (Abre la mano, mira) Nada. Y
fui Lucrecia. ¿Qué me costaba? Un nombre vale lo que otro. (Sonríe) Además, nunca
había sido hija de una señora rica. No la llamaba mamá, pero le celebré el
cumpleaños. Los hijos habían venido a felicitarla, ¡pero de comer....! A la vieja se le
iban los ojos. "Te hace mal, mamá," decía la señora, y le apartaba la mano. BIBLIOTECA
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Los otros comían y la vieja tragaba en seco, miraba ansiosa, como un chico. ¿Qué
podía pasarle? Una apoplejía. (Ríe) Eso fue un sábado y el domingo quedamos solas
en la casa. Yo tenía la mirada de la vieja acá. (Se señala la frente). Le hice una fiesta.
Casi se cae de espaldas. (Ríe) En lugar de llevarle la sopa aguada a su pieza, la traje
al comedor. Compré todo con mi plata, hasta una torta de cumpleaños. ¡Cómo comió!
Primero me miraba como pidiéndome permiso, pero después, ¡directamente al buche!
Yo le servía y en una de ésas me dice: "¿Qué hacés ahí, parada como una momia?
Sentate". Y me senté a la mesa, con mantel. No sé si en ese momento se dio cuenta
de que yo no era la hija, que hubiera tenido como sesenta años, porque estaba
achispada y me dijo: "¿No tenés novio?"
A mí me preguntó, que me pasaba los lunes en el cine, sola, viendo cómo los otros
vivían juntos, les pasaban cosas juntos. A mí no me pasaba nada, (ríe) sólo la vieja.
"No, señora", le dije.
"¿Qué señora! Trago lo que me da una sirvienta. ¡Qué señora!" Y estaba furiosa. Pero
la furia se le pasó enseguida. Se puso triste.
"No llegués a vieja", me dijo.
"¿Por qué no, señora?
"No llegués a vieja. No es lindo."
"¿Qué no va a ser lindo!". Y le encendí la velita de la torta.
"Piense un deseo", le dije.
"¿Y se cumple?"
"Sí."
Entonces la vieja me miró fijo y cerró los ojos. ¡Qué cara tenía con los ojos cerrados!
Se le borraba la maldad. Parecía buena, desconsolada..... (Ríe) ¡Tardó tanto en
desear algo!
"¡Vamos, termínela!", le dije. Pero no abrió los ojos. Me dio miedo. Vaya a saberse lo
que lo estaba deseando. Lloraba (Sonríe) ¡Borrachera de vieja! Y me incliné y le besé
la mejilla, sobre las lágrimas, para que no deseara lo que estaba pensando......
Fue la única vez... y no me rechazó. Raro. Porque era mala.
Me hacía perrerías. La llevaba al baño, la limpiaba y a los dos minutos.... Me tenía loca.
"Lucrecia, hija mía, no me vas a heredar", me decía la bruja, "atendé bien a tu mamá".
Le hubiera dado cianuro.
Acabó por morirse y no se llevó ni a los vivos ni a los muertos con ella. Una mentira,
eso se llevó, aunque pensándolo bien, se moría y me apretaba la mano, y yo quería
decirle: "Abuelita, no tenga miedo", pero no podía decirle abuelita, no era nada de ella,
y no sé si al final la vieja no se dio cuenta porque me soltó la mano, me largó una mala
palabra y se fue sola y bien a la muerte. Sí, una mala palabra. Hija de puta, me dijo.
Suerte que se murió ahí mismo y yo dormí tres días seguidos para desquitarme, y
quizás BIBLIOTECA
VIRTUAL
www.teatroxlaidentidad.net
4
Por esto o por la mala palabra, la señora me llamó y me dijo, llorando: "Mamá murió.
Lucrecia, no te necesitamos más. ¡Te agradezco, Lucrecia !"
Y yo también lloré un poco porque me había encariñado con la vieja, (rectifica dura) no
cariño, pena, aunque me largó esa palabra, era su hija, ¿no?, y me encontré en la
calle.
Busqué otro trabajo y pensé si podía tener un tiempo mío. ¿Pero cómo tenerlo? ¿Y qué
haría con él? La transparencia del tiempo que sólo muestra lo que está vivo.... (Tiende
la mano) Paró el sol. ¿O era lluvia? Y entonces, estuve en varias casas porque no
sabía trabajar bien, me echaban. Me quedaba dormida sobre los platos sucios, iba a
comprar y me perdía....buscaba... (Mirá) No sé. En una casa me llamé Florencia
porque la señora era de Florencia y quería recordar su ciudad y yo me sentí contenta
por una tiempo porque parece que es una ciudad que.... (se olvida) ¿Cómo? Me
enfermé y en el hospital me llamaban La Muda porque hablaba poco. No sabía qué
decir. Y después se me dio por hablar. Hablaba con si tuviera a Tito y fuera Ernestina,
o cuidara a la vieja y fuera Lucrecia, o tuviera los nombres que me pusieron las
señoras, y cuando me acordaba que había sido una ciudad, entonces murmuraba
como río que pasa por la ciudad, y todos se reían de mí y a mí no me gustaba.
(Canturrea con la boca cerrada, meciéndose) Yo les daba este nombre y no entendían.
El sol tiene lindo nombre. Corto y luminoso, (cierra los ojos) me enceguece.
Un médico del hospital me llevó a su casa. Necesitaba una muchacha. Y la señora me
dice, sin maldad, "¿Cómo te llamás?" Yo vacilé un poco, canturreé como el río, y la
señora se asustó. No entendía. Quería un nombre de persona, de gente. Entonces
pensé, para darle gusto, y elegí el nombre más hermoso: Eleonora. Y la señora, qué
casualidad, se llamaba como yo, Eleonora. Y me dijo: "No, te pido un favor, ¿puedo
llamarte María?
Es tu nombre. María". Y casi sonaba bien como lo decía ella. María. Pero no quise.
"De quien es ese nombre, señora? No mío. Cámbiese usted el nombre. Usted se
llama señora, ¡señora !"
(Mira, se inclina, ríe) Acá encontré..... Acá encontré, por fin....... (Se endereza, como si
trajera algo en la mano. Mira)
Nada.
Ni siquiera quise ese nombre, Eleonora. Se lo dejé a ella.
Este no me lo quita nadie.
(Se balancea canturreando, pero pronto abre la boca y el canto se transforma en un
largo, interminable grito).

20 DE DICIEMBRE DE 1892 MUERE EDUARDA MANSILLA

20 DE DICIEMBRE DE 1892 MUERE
EDUARDA MANSILLA
 
En un encuentro internacional dedicado a destacar la relevancia del papel de la mujer en el proceso de emancipación americano resulta absolutamente pertinente dedicarle un espacio a la figura de la escritora argentina Eduarda Mansilla (1834-1892), interesada en desarticular en su obra las dicotomías derivadas de la antinomia civilización y barbarie (con la contraposición expeditiva de los pares unitario / federal, blanco / gaucho-indio-negro, europeo—estadounidense / latinoamericano, ciudad / campo, y hombre / mujer) y capaz de proponer en su escritura la atención a nuevos «sujetos nacionales» signados por el desplazamiento y el contacto de culturas (cautivas, viajeros, inmigrantes [Lojo 2007a]), con el consiguiente y alto precio que debió pagar por su osadía como escritora. De ahí el título de la presente ponencia, que asimismo alude a Una mujer de fin de siglo (1998), novela donde la también argentina María Rosa Lojo —sin duda una de las estudiosas que mejor ha sabido reivindicarla1— ficcionaliza su biografía.
Nos encontramos así ante una autora perteneciente a la «generación del 80» argentina, en la que jugó, como ya veremos, un papel pionero, pero que ha debido esperar a los últimos años del siglo xx, con la eclosión de los estudios de género y de la «nueva novela histórica», para ser reconocida en su labor creadora. Así, su relectura se inscribe en la exploración realizada por numerosas escritoras contemporáneas del papel jugado por las mujeres2 (esposas y amantes de próceres, pioneras, cautivas, espías, guerrilleras, gobernadoras, cortesanas, actrices o escritoras) en el proceso de fundación nacional3, definida certeramente por Elsa Drucaroff al aludir a su propia obra con las siguientes palabras:

Yo no estaba escribiendo para rescatar una memoria perdida de las mujeres, estaba escribiendo para construir una «memoria utópica». No se puede hacer hablar a quien ya no habló; se puede bucear en documentos buscando algún susurro de la memoria perdida, algún indicio, y darlo a conocer. (Drucaroff 2009: 3)

Una vida excepcional

Conozcamos un poco más de la extraordinaria biografía de Eduarda Mansilla, sobrina de Juan Manuel de Rosas por parte de madre, que disfrutó de una infancia privilegiada cuando su tío se encontraba en el poder y a la que su hermano Lucio Victorio Mansilla describe en sus Memorias como niña «monísima, inteligente, lista, donosa» (Mansilla 1954: 26), sin miedo a los cuentos de aparecidos y especialmente dotada para las letras, la música y los idiomas.
Casada a los 21 años con el diplomático Manuel Rafael García Aguirre, de linaje unitario y, por tanto, contrario a la facción federal liderada por su tío, Eduarda vivirá la época adulta en un mundo marcado por los ideales unitarios de civilización y progreso —que ella se encargará de desmontar— y formando parte, de acuerdo con su linaje, del bando de los perdedores. Acompañará a su marido, con quien tendrá seis hijos, por diferentes destinos de Europa y Estados Unidos, convirtiéndose, como bien la define Bonnie Frederick, en una «nómada cultural»: «Lucio es un viajero, un hombre que deja su casa atrás en Buenos Aires. Eduarda es una nómada, lleva su casa consigo» (Frederick 1994: 249).
Así, aunque solo conoció aquellos sitios permitidos en la época a una señora de buena posición, casada y católica, esta situación de permanente desplazamiento le otorgó un cosmopolitismo espiritual que sin duda influyó en su tarea literaria, marcada por su papel como mediadora cultural o, si se prefiere y de nuevo en palabras de Lojo, como «traductora rebelde» (Lojo 2007b), tan atenta a los países que iba conociendo como al recuerdo del pasado federal de su familia y a la reivindicación de su identidad criolla.
Un episodio marcó decisivamente su vida: el año 1879, fecha del estreno de Casa de muñecas, Mansilla decide, como Nora Helmer, la protagonista de la obra ibseniana, dejar a sus pequeños con la hija mayor, ya casada, y viajar sola a la Argentina con la excusa de visitar a su madre, pero con el secreto deseo de regresar a sus raíces y, sobre todo, de potenciar desde Buenos Aires su carrera literaria. Esta será una preocupación constante en su vida, como destaca el mismo Domingo Faustino Sarmiento en un artículo de El Nacional fechado en 1885:
Eduarda ha pugnado diez años por abrirse las puertas cerradas a la mujer, para entrar como cualquier cronista o repórter en el cielo reservado a los escogidos machos hasta que al fin ha obtenido un boleto de entrada, a su riesgo y peligro... (apud Sosa de Newton 1995: 83)
La autora, que editó sus dos primeras novelas bajo el obligado seudónimo de «Daniel» y que firmó muchos de sus artículos periodísticos con el sobrenombre de «Alvar», adquirió por fin el valor para reivindicarse como mujer (Bosch 1995, Torre 1996) y luchó tanto por la reedición de sus obras con su propia firma como por la traducción de las mismas a las principales lenguas de cultura. Permaneció en Buenos Aires hasta 1884 recibiendo un aluvión de críticas por su decisión, en un momento en que, como bien señala Frederick en La pluma y la aguja: las escritoras de la generación del ’80, la «literata» era considerada como una criatura presa de un vicio incontrolable, virago carente de todas las cualidades —discreción, modestia, obediencia— tradicionalmente atribuidas al género femenino (Frederick 1993; también en Arambel-Guiñazú 2001 y Batticuore 2005).
En una época que extremó el puritanismo de las costumbres y la «domesticación» femenina frente a los más liberales años de comienzos de siglo, Eduarda no podía sino fracasar. De este modo, concluyó volver al redil familiar —aunque, se separara de su marido y ambos se repartieran los hijos desde entonces—, abandonó la escritura —su última obra publicada data de 1885— y fracasó en su deseo de alcanzar el reconocimiento literario, pasando los últimos años de su vida acompañando a su hijo Daniel por diversas legaciones diplomáticas y expresando por carta a su muerte, en un gesto que nos recuerda la terrible frase sorjuanina «Yo, la peor de todas», la voluntad de que nunca se reeditara su obra.
Afortunadamente este deseo no se cumplió, lo que nos permite hoy conocer una producción tardíamente publicitada y reeditada4, aún inédita en bastantes casos y que, según su hijo Daniel, se perdió en gran parte en uno de sus viajes como consecuencia del extravío de un baúl inglés (García-Mansilla 1950: 300).
[Fotografía] Gertrudis Gómez de Avellaneda Gertrudis Gómez de Avellaneda
De este modo, hoy contamos con sus artículos periodísticos en revistas tan diversas como La Flor del Aire, El Alba, El Plata Ilustrado, La Ondina del Plata, La Gaceta Musical y El Nacional, publicaciones no exclusivamente femeninas; sus novelas El médico de San Luis (1860) y Lucía Miranda (1860), aparecidas por entregas en el diario La Tribuna, y Pablo ou la vie dans les Pampas (1869), editada por primera vez en la revista L’artiste y dada a conocer en español en La Tribuna gracias a la traducción de su hermano Lucio; sus Cuentos (1880), con los que inauguró en el Río de la Plata la narrativa infantil; su obra de teatro La Marquesa de Altamira (representada y editada en Buenos Aires en 1881); sus Recuerdos de viaje (1882), fascinante texto basado en sus dos residencias en Estados Unidos entre 1860 y 1870, en la línea de los firmados sobre sus periplos por la condesa de Merlín, Flora Tristán, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Aurelia Castillo de González o Juana Manuel Gorriti (Batticuore 1996). Por último, los relatos fantásticos que integran Creaciones (1883) y la novela corta Un amor (1885), textos donde se aprecia el quiebre emocional de la autora y que presentan personajes frecuentemente escindidos en su identidad —alma y cuerpo, dos amores, América y Europa—, marcados por la asfixia y que, en no pocos casos, desembocan en la locura como forma de escape a su sufrimiento.

A la busca de «otros sujetos nacionales»

Tras esta rápida revisión de la trayectoria literaria de Mansilla, ha llegado el momento de considerar su labor en la constitución de una visión de Argentina diferente a la canonizada por Sarmiento en Facundo o Civilización y Barbarie, dicotomía ya presente en el famoso título que la autora rechaza por maniquea5. No en vano, uno de sus grandes logros tendrá que ver, precisamente, con su sobrepujamiento del pensamiento de su, por otra parte, buen amigo unitario, lo que ha llevado a considerar Pablo… como el anti-Facundo (Lojo 1998) y a Recuerdos de viaje como la contracara del sarmientino Viajes por Africa, Europa y América (Viñas 1998).
Su postura puede vincularse a la señalada por Francine Masiello (1992: 9-10) y Kathryn Lehman (1998) para las escritoras decimonónicas, quienes destacan cómo estas autoras se ubicaron en una posición superadora de las rígidas diferencias étnicas, genéricas, de filiación política, clase o cultura imperantes en su época. Es el caso de las sufragistas anglosajonas, que unieron la lucha por el voto femenino a la demanda de la abolición de la esclavitud o, en el ámbito hispánico, de autoras como la peruana Clorinda Matto de Turner —como expuso brillantemente Eva Valero en la I edición de este Encuentro— o las argentinas Juana Manuela Gorriti y Rosa Guerra (Lojo 2005b).6

De este modo, las heroínas de Mansilla suelen ser fruto del mestizaje. Es el caso de las argentino-inglesas hijas del doctor Wilson en El médico de San Luis; de Lucía Miranda, consecuencia de la unión entre un cristiano viejo y una morisca en la novela homónima; o de Dolores en Pablo…, dotada de gran belleza gracias al legado indígena de su madre. Son, asimismo, frecuentes, los amores que superan las fronteras de clase y nacionalidad, como los del protestante Wilson por su católica esposa, el de Marangoré por la cristiana Lucía —muy bien avenida con los aborígenes a los que adoctrina— y los del gaucho unitario Pablo por la estanciera federal Dolores.

Unitarios / federales

Esta última frase demuestra fehacientemente la conculcación llevada a cabo por Mansilla de los clichés sobrevenidos de la dicotomía sarmientina. Así, sabemos que hubo gauchos unitarios —como el ya mencionado Pablo, como Pascual Benítez en la misma novela— y que en ambos bandos se alinearon personajes «bárbaros» por su conducta. Es el caso del Gobernador (unitario) y el Ñato (federal) en El médico de San Luis o del unitario Moreyra en Pablo..., personaje analfabeto tan heroico como cruel, que ordena el fusilamiento del joven Pablo tras haberlo levado indebidamente. Frente a él, su correligionario Vidal se muestra educado y humanitario, consciente de que los federales supieron tratar mejor a indios y gauchos cuando se encontraban en el poder, lo que explica que estos rechacen a los nuevos gobernantes.

Blancos / gauchos

El gaucho, carne de cañón en todas las guerras desde su aparición en el siglo xviii, es defendido enfáticamente por los hermanos Mansilla frente a sus detractores. En El médico de San Luis, Wilson denuncia su situación y defiende sus derechos frente a una justicia que siempre los castiga, en un discurso que contiene frases tan memorables como las siguientes: «Acusáis en vuestra vanidosa ignorancia al gaucho de cruel y sanguinario; acaso os creéis vosotros de otra raza, de otra especie» (El médico de San Luis: 135)7.
De hecho, el gaucho sufre tantas injusticias que, al final, debe desertar del ejército como el joven Pablo, protagonista de la novela homónima, que al principio de la trama se mostraba decididamente unitario: «Unitarios o federales, da lo mismo. Yo los odio a todos como ellos nos odian a nosotros, pobres gauchos» (Pablo…: 133). Como consecuencia de esta acción, el protagonista será finalmente fusilado junto con su amigo, el Gaucho Malo Anacleto que, a pesar de su nombre, es descrito por Mansilla como mentor del joven y verdadero maestro de sabiduría, muy cercano al viejo Vizcacha del Martín Fierro hernandiano y, sobre todo, al Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes.

Blancos / indios

Si el gaucho es claramente defendido por los Mansilla, el indio también se descubre víctima de las circunstancias. Ya en Recuerdos de viaje, Eduarda denuncia abiertamente el trato infligido a los nativos en Estados Unidos —«el fariseísmo político de los Sajones ha hecho su camino, y la gran nación va adelante con su go ahead, destruyendo, pillando, anexando»— (Recuerdos de viaje: 62), rechazando del mismo modo la esclavitud de los descendientes de africanos8 y la inexistente integración en el país de los «pieles rojas», mostrando una actitud crítica que parece apuntar a la célebre «Campaña del Desierto» emprendida por el general Roca en Argentina por esos años y encaminada a anexar para los «civilizados» un territorio pretendidadamente «vacío».
En los textos de los Mansilla, la toldería se descubre como un espacio de libertad frente a las injusticias generadas por la mal llamada civilización. En El médico de San Luis, Pascual Benítez, perseguido por la justicia, busca refugio entre los indios, señalando:
Señor, los indios no son tan malos, no roban sino por hambre y nunca matan sino por necesidad. Los que los hacen malos son los cristianos que se van entre ellos. Allí había algunos como yo, y desde el primer día me pusieron mala cara, buscándome pleito por todo. (El médico de San Luis: 103)9
Su propia hija, cautivada por un santiaguino —y no por un indio— en la toldería y después liberada por su padre, se casa voluntariamente con un cacique, del mismo modo que Mercedes, la mujer del tropero Peralta en Pablo…, decide quedarse con su nuevo esposo indio cuando el marido blanco acude a rescatarla (Pablo...: 218-219). Frente a ellas, el personaje de Dolores morirá decapitado a manos de su propia nodriza para evitar que la chica caiga en manos de una partida de «salvajes», lo que muestra la postura ambivalente mostrada por Mansilla en relación a los habitantes del desierto.
En Lucía Miranda, la imagen del aborigen se encuentra asimismo desdoblada entre el noble y aguerrido Marangoré, encarnación de los ideales románticos, y su hermano Siripó, tan horrible como perverso, pero no carente de astucia. En esta misma línea, la comunidad timbú a la que acude Lucía como intérprete y maestra no se presenta idealizada ni demonizada en ningún momento, demostrando la heroína gracias a su ahijada Anté —a la que educa y que finalmente se une en matrimonio con un hombre blanco— que es posible tolerar diferentes costumbres, pues «a la verdad, en nada se oponían a la nueva dignidad de cristiana a que Anté pertenecía» (Lucía Miranda: 341). En esta joven y en su marido se cifra la esperanza última manifiesta en la novela, pues ellos son los únicos que escapan a la masacre final con rumbo a la inmensidad de la Pampa, para conformar un posible y nuevo linaje de argentinos.

Europeos-estadounidenses / argentinos

En esta situación no resulta raro comprobar las frecuentes denuncias de la autora a la «barbarie elegante» profesada por los europeos. Así, en Pablo…., un texto escrito en francés con la intención de llegar al núcleo de la intelligentsia de su época, se compara la situación del desierto argentino con la provocada por los condottieri—o caudillos— de la Italia medieval. En alguna ocasión, el reproche se hace abierto —«Para ellos, seremos siempre unos salvajes. Es hora de que aprendan a juzgarnos de otro modo» (Traducción mía. Pablo…:192)—, así como el rechazo a unos pueblos que han pretendido imponer su idea del progreso a golpes de sable10.
En esta misma línea se encuentra su visión de Estados Unidos, en absoluto cercana a la fascinada versión del mismo ofrecida por Sarmiento, y tan aguda como irónica, lo que la lleva a denunciar el escaso gusto y savoir faire de los vecinos del norte. Así, desde su primer día denuncia la vulgaridad y grosería de los «bárbaros» cocheros, que prácticamente la raptan junto a sus hijos nada más descender del barco (Recuerdos de viaje: 27-28). Estos personajes coinciden en su escasez de modales con los millonarios —con casas donde se aglomeran las malas copias pictóricas, que ellos toman por verdaderas—, las señoritas —siempre demasiado maquilladas y ostentosas—, los niños —vestidos y educados para comportarse en todo momento como adultos— o, incluso, los dulces —que no saben a nada—. Pero lo que más molesta a Eduarda son las pragmáticas expresiones go ahead, ya mencionada en relación al exterminio de los nativos, y time is money, paradigma del teórico progreso pero muestra fehaciente para la autora de la «barbarie» yankee 

Ciudad / campo

La dicotomía civilización-barbarie se disuelve, asimismo, con la defensa realizada del campo por Mansilla en detrimento de la ciudad (Lojo 2002). Este hecho explica la postura del doctor Wilson en El médico de San Luis, que abandona los «encantos» europeos por una vida placentera y tranquila en la provincia argentina, lo que hace exclamar a un compatriota amigo:
Envidio la tranquila dicha que ustedes disfrutan: quiera el cielo concederles se prolongue hasta el fin de sus días. Yo no puedo ya imitarles, estoy casado en Inglaterra, tengo allí hijos, y Dios sabe que en nuestras grandes ciudades el camino de la virtud es más áspero y difícil.
La ciudad se presenta, en contraposición y como acabamos de ver, como un «laberinto de intrigas y amaños» (El médico de San Luis: 56), un desierto mucho peor que el de la Pampa (Pablo...: 233), con un pavimento durísimo y ajeno a tierra «dulce y móvil de la llanura» (Pablo...: 232) para Micaela, la madre de Pablo, cuando esta acude sin éxito a pedir la remisión de la condena del joven y motivo por el que este trágico personaje acaba sumido en la locura.

Hombres / mujeres

Aunque la dicotomía civilización / barbarie no la presenta claramente, es claro que una extensión de la misma se encuentra reflejada en la capital oposición establecida en la época entre el hombre —racional, activo, ajeno al ámbito doméstico— y la mujer —definida por sus funciones como madre y esposa, obligatoriamente pasiva y confinada a las tareas del hogar—.
La palabra «emancipación» no traspasó las fronteras argentinas hasta 1890, lo que impidió que Mansilla y otras autoras de su época albergaran —como sí lo hicieron sus coetáneas anglosajonas— aspiraciones de intervenir en la res publica . Esto no evitó, sin embargo, que denunciaran la situación de la mujer de diversos modos, presentando en el caso de Mansilla personajes femeninos tan desamparados como conminados al fracaso de sus gestiones —es el caso de la ya mencionada Micaela, madre de Pablo— o, como Dolores, signados por la carencia espiritual debido a su ausencia de educación, lo que las convierte en verdaderas «sonámbulas» y «parias del pensamiento»12 (Lojo 1998, 1999b).
En esta situación Mansilla no puede sino defender la «liberación» femenina a través de tres principales vectores: el respeto de la madre en el hogar, el trabajo profesional remunerado para la mujer y el desarrollo de su educación. Atendamos a cada uno de estos aspectos.
La madre
Mansilla aboga por la influencia femenina ejercida en el seno del hogar, consciente de que el espacio doméstico es el único respetado para las mujeres de entonces y en consonancia con las ideas formuladas por las periodistas de la época (Masiello 1992). Conocedora del influjo que ejercieron sobre su tío, el presidente Rosas, mujeres de tanta personalidad como su abuela y su prima Manuelita, agente diplomático de primer orden durante el gobierno federal, la escritora defenderá el respeto a la figura de la madre por encima de todo, que podría convertirse en la mejor educadora si se la escuchara. Así se aprecia en el siguiente alegato del doctor Wilson —sin duda alter ego de la escritora—, que reproduzco íntegro por su interés:
En la República Argentina la mujer es generalmente muy superior al hombre, con excepción de una o dos provincias. Las mujeres tienen la rapidez de comprensión notable y sobre todo una extraordinaria facilidad para asimilar, si puede así decirse, todo lo bueno, todo lo nuevo que ven o escuchan. De aquí proviene la influencia singular de la mujer, en todas las ocasiones y circunstancias. Debiendo no obstante observarse que ésta, soberana y dueña absoluta como esposa, como amante y como hija, pierde, por una aberración inconcebible, su poder y su influencia como madre. La madre europea es el apoyo, el resorte, el eje en que descansa la familia, la sociedad. Aquí, por el contrario, la madre representa el atraso, lo estacionario, lo antiguo, que es a lo que más horror tienen las americanas; y cuanto más civilizados pretenden ser los hijos, que a su turno serán despotizados por sus mujeres y sus hijas, más en menos tienen a la vieja madre, que les habla de otros tiempos y otras costumbres. Muchas veces me ha lastimado ver a una raza inteligente y fuerte encaminarse por un sendero extraviado, que ha de llevarle a la anarquía social más completa, y reflexionando profundamente sobre un mal cada día creciente, he comprendido que el único medio de remediarlo sería robustecer la autoridad maternal como punto de partida... (El médico de San Luis 26-27)
La profesional
Ya señalé cómo la visión de Mansilla sobre las formas de vida y cultura estadounidenses se encuentra teñida de ironía. Sin embargo, este hecho no evita que la autora defienda el papel jugado en este país tanto por la madre —de nuevo vuelve al motivo de su necesaria influencia en el home— como, sobre todo, por las profesionales, lo que la llevará a comentar: «La mujer americana practica la libertad como ninguna otra en el mundo, y parece poseer una gran dosis de self-reliance» (Recuerdos de viaje: 117).13 Así, aunque criticó la desmesura de las vecinas del Norte al vestir o comer, alaba su increíble libertad, que les permite viajar solas, elegir libremente a sus parejas, ser cortejadas sin vigilancia, divorciarse sin deshonra o recibir una paga por su trabajo. Está claro que todo esto afectó profundamente a una autora que, en el momento de escribir su libro de viajes, estaba ya prácticamente separada de su marido y se veía cada vez más distante del ansiado éxito literario.
Así se aprecia en comentarios tan subversivos para el momento como los siguientes: «La familia, tal cual hoy existe habrá de pasar, a mi sentir, por grandes modificaciones, que encaminen y dirijan el espíritu de los futuros legisladores, para cortar este moderno nudo gordiano» (Recuerdos de viaje: 141). Del mismo modo, en relación a las nuevas profesionales, destaca su papel como creadoras de opinión —«Las mujeres influyen en la cosa pública por medios que llamaré psicológicos e indirectos» (Recuerdos de viaje: 120)— y se maravilla de la inusitada atención que sus congéneres masculinos les prestan.
La educadora
La educación femenina fue un objetivo clave en autoras decimonónicas tan reconocidas como Juana Manso, directora de escuelas y fundadora de múltiples centros de lectura a lo largo de su fecunda vida. En la misma línea Mansilla presenta, frente a la ignorancia denunciada en la Dolores de Pablo…, protagonistas femeninas cultas o preocupadas por la educación. Es el caso de las hijas de Wilson, orgullosas a partes iguales de su identidad criolla y de la selecta colección de libros ingleses que poseen, o de Lucía Miranda. En este último caso, se reinventa la historia de la cautiva para presentarla, desde su vida en España, alfabetizada por un sacerdote14, ejerciendo labores de maestra y traductora entre los timbúes —que terminan admirándola sin reservas— e incluso librando al pueblo nativo de supercherías al desenmascarar la farsa montada por el brujo Gachemañé, en una situación que supera indudablemente la versión de su figura realizada coetáneamente por su compatriota Rosa Guerra (Mataix 2004, Lojo 2007c).
Llega el momento de la conclusión. En ella deseo destacar, en primer lugar, el carácter pionero de la obra de Eduarda Mansilla en su defensa de los «otros», a los que sabe acercarse sin prejuicios y que convierte en nuevos «sujetos nacionales» de la literatura argentina. En segundo lugar, me gustaría subrayar la increíble energía con la que esta autora, olvidada durante más de un siglo, defendió la causa de la mujer en el mundo hispánico, figura que en la época de la Independencia gozó de significativas prebendas pero que, con el advenimiento de la opresiva moral victoriana, terminó sometida en todos los campos donde había alcanzado alguna libertad. Finalmente, destaco su acertado uso de las «tretas del débil» al defender una revolución desde el ámbito doméstico, que la llevó a ensalzar por encima de cualquier otro los roles femeninos de madre, profesional y educadora.
Su magnífico pensamiento no le evitó, sin embargo, la vergüenza pública, la pérdida de la vida familiar, el sentimiento de culpa y el fracaso de sus aspiraciones literarias, hechos que se reflejan en sus últimos textos y que demuestran, de forma preclara, el altísimo precio que hubieron de pagar nuestras primeras y esforzadas «obreras del pensamiento».

2O DE DICIEMBRE DE 1922 NACE AURORA VENTURINI

2O DE DICIEMBRE DE 1922 NACE
AURORA VENTURINI

Nació en La Plata, Buenos Aires, Argentina en 1922. Estudió Filosofía y Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de La Plata. Fue asesora en el Instituto de Psicología y Reeducación del Menor, donde conoció a Eva Perón, de quien fue amiga íntima y con quien trabajó.
En 1948 recibió de manos de Jorge Luis Borges el Premio Iniciación, por El solitario. Formó parte de las Ediciones del Bosque de La Plata.
Se exilió en París tras la Revolución Libertadora, donde estudió Psicología y residió veinticinco años. En París vivió en compañía de Violette Leduc y trabó amistad con Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Albert Camus, Eugène Ionesco y Juliette Gréco.
Estuvo casada con el historiador Fermín Chávez y ya de regreso a Argentina fue profesora de filosofía en el Escuela Normal Antonio Mentruyt de Banfield.
Ha traducido y escrito trabajos críticos sobre poetas como Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont, François Villon y Arthur Rimbaud, traducciones por las cuales recibió la condecoración de la Cruz de Hierro otorgada por el gobierno francés.
Es autora de numerosas obras literarias tales como Peregrino del aliento, El ángel del espejo, Panorama de afuera con gorriones, Poesía gauchipolítica federal o Venid amada alma pero el reconocimiento le ha llegado tardíamente gracias a los galardones Premio de Nueva Novela Página/12 y el II Premio Otras Voces, Otros Ámbitos, por su libro Las primas.
De ella dijo Vicente Aleixandre: “Aurora Venturini carece de estúpida cordura”.

BIBLIOGRAFÍA
Versos al recuerdo (1942)
El anticuario (1948)
Adiós desde la muerte (1948)
El solitario (1951)
Peregrino del aliento (1953)
Lamentación mayor (1955)
El ángel del espejo (1959)
Laúd (1959)
La trova (1962)
Panorama de afuera con gorriones (1962)
La pica de la Susona; leyenda andaluza (1963)
François Villon, raíx de iracunida; vida y pasión del juglar de Francia (1963)
Carta a Zoraida; relatos para las tías viejas (1964)
Pogrom del cabecita negra (1969)
Jovita la osa (1974)
La Plata mon amour (1974)
Antologia personal, 1940-1976 (1981)
Zingarella (1988)
Las Marías de Los Toldos (1991
Nosotros, los Caserta (1992)
Estos locos bajitos por los senderos de su educación (1994)
Poesía gauchipolítica federal (1994)
Hadas, brujas y señoritas (1997)
45 poemas paleoperonistas (1997)
Evita, mester de amor (1997), en colaboración con Fermín Chávez.
Me moriré en París, con aguacero (1998)
Lieder (1999)
Alma y Sebastián (2001)
Venid amada alma (2001)
Racconto (2004)
John W. Cooke (2005)
Bruna Maura-Maura Bruna (2006)
Las primas (2008)

PREMIOS
Premio Iniciación (1948)
Premio de Nueva Novela Página/12 (2007)
II Premio Otras Voces, Otros Ámbitos (2010)


ROBERTO ARLT AGUAFUERTES PORTEÑAS YO NO TENGO LA CULPA

     ROBERTO ARLT        AGUAFUERTES PORTEÑAS     YO NO TENGO LA CULPA   Yo siempre que me ocupo de cartas de lectores, suelo admitir que se...