18 JULIO DE 1936
EL GENERAL FRANCISCO FRANCO SUBLEVA LAS TROPAS CONTRA LA REPÚBLICA
El general Francisco Franco llega a Ceuta.
El sábado 18 de julio, Francisco Franco, por entonces comandante
general de Canarias, ya ha dado el paso definitivo para consumar su
traición: tras llegar a Tenerife a las 8.00 de la mañana del día
anterior para asistir al entierro del comandante militar Amado Balmes,
muerto el 16 en extrañas circunstancias, firmó el bando de guerra que se leyó en Melilla al anochecer del día 17.
De
modo que, tras muchas dudas, ya ha quemado las naves cuando, y tras
recibir un telegrama de adhesión desde Melilla, ratifica a las 5.15
horas del 18 su manifiesto sedicioso, que es difundido desde primera
hora de la mañana por EAJ50 Radio Las Palmas y EAJ43 Radio Club Tenerife
junto con el bando del estado de guerra. A las 14.33 parte en avión
para Tetuán, pero decide hacer noche en Casablanca a la espera de
acontecimientos. Como medida de prudencia, viste de paisano, se ha
afeitado el bigote y usa gafas oscuras.
En Pamplona, el gobernador militar Emilio Mola, "director" del conjunto de la conspiración,
y supervisor directo del complot en las divisiones V (Zaragoza), VI
(Burgos) y VII (Valladolid), repasa minuciosamente su bando de
declaración del estado de guerra. La dirección carlista navarra le ha
prometido 6.000 requetés para la mañana siguiente.
El 18, el único incidente grave que se produce en su demarcación es el
asesinato del comandante de la Guardia Civil José Rodríguez Medel por
sus subordinados cuando les comunica su decisión de trasladar los
efectivos de la Benemérita fuera de Pamplona para entorpecer la
inminente sublevación. El plan sedicioso de Mola triunfará en Vitoria y
Logroño, pero en Vizcaya no se produce ninguna rebelión y en Santander
la descoordinación y la falta de órdenes concretas procedentes de Burgos
hace fracasar la conspiración sin efectuarse un solo disparo.
Las noticias procedentes de Marruecos ponen en marcha el dispositivo de acción gubernamental
previamente diseñado: a las 2.00 de la mañana, el inspector general de
la Guardia Civil, general Sebastián Pozas, lanza un mensaje por radio a
las comandancias advirtiendo de la sublevación e invitando a jefes,
oficiales, clases e individuos a que "cumplan fielmente con su deber en
buen nombre del Instituto y en prestigio de la Institución".
A la escuadra se le dan órdenes de bloquear las plazas de Melilla,
Larache y Ceuta. De las bases del Ferrol y Cartagena ya han zarpado
algunas unidades, y la aviación se dispone a bombardear Melilla y Tetuán.
Esa misma mañana, en la estación que la Marina dispone en la Ciudad
Lineal, el oficial radiotelegrafista Benjamín Balboa evita que la
proclama sediciosa de Franco se transmita a todos los buques.
Tras haber censurado durante semanas toda referencia periodística al "movimiento militar" en ciernes, el Gobierno emite a las 8.30 un comunicado
que asegura que "se ha frustrado un nuevo intento criminal contra la
República", y justifica el apagón informativo por la voluntad de conocer
exactamente lo sucedido y adoptar las medidas oportunas para el
aplastamiento de la intentona. Se afirma que elementos leales resisten
en el Protectorado, que se envían fuerzas de tierra mar y aire para
atacar a los sediciosos y que ninguna fuerza se ha sumado en la
Península. Sin embargo, gran parte de la guarnición de Madrid se ha
recluido en el Cuartel de la Montaña, mientras se producen detenciones
de oficiales y cambios precipitados en puestos clave de la División.
A mediodía, el general Gonzalo Queipo de Llano, inspector general de Carabineros, se entrevista en la Capitanía de Sevilla
con el general jefe de la II División, José Fernández de Villa-Abrille.
A los pocos minutos sale del despacho convertido en la autoridad
militar de facto, manda concentrar las fuerzas -unos 2.900 hombres- y
arma a los voluntarios civiles, que son menos numerosos de lo esperado.
Tras la declaración del estado de guerra a primera hora de la tarde,
comienzan los disparos cruzados entre los militares y los guardias de
Asalto fieles al Gobierno. Al tiempo, una nutrida manifestación obrera
procedente de Triana avanza por la orilla del Guadalquivir con la
intención de asaltar el parque de Artillería, donde se custodian 25.000
fusiles, pero es recibida con una descarga cerrada. Aunque detienen a
las autoridades civiles, los sublevados solo controlan el centro de la ciudad, y estarán bajo la continua amenaza de los barrios obreros (Triana, La Macarena y San Bernardo) hasta el día 23.
Entrega de armas a los milicianos.
La incierta suerte de Sevilla pesa sobre toda la región: en Cádiz, el
general José López-Pinto saca las tropas a la calle y se enfrenta con la
Guardia de Asalto por el control de los edificios oficiales hasta que
las primeras tropas marroquíes llegan a la mañana siguiente. En Córdoba, el Regimiento de Artillería Pesada nº 1 dirigido por el coronel Ciriaco Cascajo declara el estado de guerra a las 17.00
y una hora después bombardea el Ayuntamiento y el Gobierno Civil, que
se rinden al poco tiempo. En Granada, el general Miguel Campins se niega
a alzarse hasta que es destituido por sus oficiales el día 20, y en
Málaga el general Francisco Patxot, que ha declarado la ley marcial a
primera hora de la tarde, da la orden de retornar a los cuarteles a las
diez de la noche, ya que se siente abandonado por Sevilla.
El ejemplo vallisoletano -la primera gran ciudad peninsular que ve triunfar el golpe- es secundado en Burgos, donde el general Domingo Batet es detenido
por sus propios subordinados, que encomiendan el mando a otro general
retirado: Fidel Dávila. En Zaragoza, el Gobierno sospecha del jefe
divisionario, el masón Miguel Cabanellas, que pasa por simpatizante
lerrouxista y tiene una estrecha relación con Queipo.
El mismo
día 18, Casares urde la maniobra de su relevo por Miguel Núñez de Prado,
director general de Aeronáutica y miembro de la Unión Militar
Republicana Antifascista (UMRA), que viaja por aire a la capital
aragonesa para persuadir al mando militar, pero es detenido por los
oficiales conjurados y trasladado a Pamplona para su ejecución. El
dubitativo Cabanellas acabaría por declarar el estado de guerra la madrugada del 19, tras haber depuesto al gobernador civil y asegurarse la adhesión de las fuerzas de Policía.