lunes, 6 de enero de 2020

OSVALDO SORIANO
OTOÑO DEL 53
Salimos temprano de Neuquén, en un ómnibus todo destartalado, indigno de la acción patriótica que nos había encomendado el General Perón. Íbamos a jugarles un partido de fútbol a los ingleses de las Falklands y ellos se comprometían a que si les ganábamos, las islas pasarían a llamarse Malvinas para siempre y en todos los mapas del mundo. La nuestra era, creíamos, una misión patriótica que quedaría para siempre en los libros de Historia y allí íbamos, jubilosos y cantando entre montañas y bosques de tarjeta postal. Era el lejano otoño de 1953 y yo tenía diez años. En los recreos de la escuela jugábamos a la guerra soñando con las batallas de las películas en blanco y negro, donde había buenos y malos, héroes y traidores. La Argentina nunca había peleado contra nadie y no sabíamos cómo era una guerra de verdad. Lo nuestro, lo que nos ocupaba entonces, era la escuela, que yo detestaba, y la Copa Infantil Evita, que nuestro equipo acababa de ganar en una final contra los de Buenos Aires. A poco de salir pasó exactamente lo que el jorobado Toledo dijo que iba a pasar. El ómnibus era tan viejo que no aguantaba el peso de los veintisiete pasajeros, las valijas y los tanques de combustible que llevábamos de repuesto para atravesar el desierto. El jorobado había dicho que las gomas del Ford se iban a reventar y no bien entramos a vadear el río, explotó la primera. El profesor Seguetti, que era el director de la escuela, iba en el primer asiento, rodeado de funcionarios de la provincia y la nación. Los chicos habíamos pasado por la peluquería y los mayores iban todos de traje y gomina. En un cajón atado al techo del Ford había agua potable, conservas y carne guardada en sal. Teníamos que atravesar montañas, lagos y desiertos para llegar al Atlántico, donde nos esperaba un barco secreto que nos conduciría a las islas tan añoradas. Como la rueda de auxilio estaba desinflada tuvimos que llamar a unos paisanos que pasaban a caballo para que nos ayudaran a arrastrar el ómnibus fuera del agua. Uno de los choferes, un italiano de nombre Luigi, le puso un parche sobre otro montón de parches y entre todos bombeamos el inflador hasta que la rueda volvió a ser redonda y nos internamos en las amarillas dunas del Chubut. Cada tres o cuatro horas se reventaba la misma goma u otra igual y Luigi hacía maravillas al volante para impedir que el Ford, alocado, se cayera al precipicio. El otro chofer, un chileno petiso que decía conocer la región, llevaba un mapa del ejército editado en 1910 y que sólo él podía descifrar. Pero al tercer día, cuando cruzábamos un lago sobre una balsa, nos azoto un temporal de granizo y el mapa se voló con la mayoría de las provisiones. Los ríos que bajaban de la Cordillera venían embravecidos y resonaban como si estuvieramos a las puertas del infierno. Al cuarto día nos alejamos de las montañas y avistamos una estancia abandonada que, según el chileno, estaba en la provincia de Santa Cruz. Luigi prendió unos leños para hacer un asado y se puso a reparar el radiador agujereado por un piedrazo. El profesor Seguetti, para lucirse delante de los funcionarios, nos hizo cantar el Himno Nacional y nos reunió para repasar las lecciones que habíamos aprendido sobre las Malvinas. Sentados en las dunas, cerca del fuego, escuchamos lo mismo de siempre. En ese tiempo todavía creíamos que entre los pantanos y los pelados cerros de las islas había tesoros enterrados y petróleo para abastecer al mundo entero. Ya no recordábamos por qué las islas nos pertenecían ni cómo las habíamos perdido y lo único que nos importaba era ganarles el partido a los ingleses y que la noticia de nuestro triunfo diera la vuelta al mundo. —Elemental, las Malvinas son de ustedes porque están más cerca de la Argentina que de Inglaterra —dijo Luigi mientras pasaba los primeros mates. —No sé —porfió el chofer chileno—, también estén cerca del Uruguay. El profesor Seguetti lo fulminó con la mirada. Los chilenos nunca nos tuvieron cariño y nos disputan las fronteras de la Patagonia, donde hay lagos de ensueño y bosques petrificados con ciervos y pájaros gigantes parecidos a los loros que hablan el idioma de los indios. Sentados en el suelo, en medio del desierto, Seguetti nos recordó al gaucho Rivero, que fue el último valiente que defendió las islas y terminó preso por contrabandista en un calabozo de Londres. A los chicos todo eso nos emocionaba, y a medida que el profesor hablaba se nos agrandaba el corazón de sólo pensar que el General nos había elegido para ser los primeros argentinos en pisar Puerto Stanley. El General Perón era sabio, sonreía siempre y tenía ideas geniales. Así nos lo habían enseñado en el colegio y lo decía la radio; ¡qué nos importaban las otras cosas! Cuando ganamos la Copa en Buenos Aires, el General vino a entregarla en persona, vestido de blanco, manejando una Vespa. Nos llamó por el nombre a todos, como sinos conociera de siempre, y nos dio la mano igual que a los mayores. Me acuerdo de que al jorobado Tolosa, que iba de colado por ser hijo del comisario, lo vio tan desvalido, tan poca cosa, que se le acercó y le preguntó: "¿Vos qué vas a ser cuando seas grande, pibe?". Y el jorobado le contestó: "Peronista, mi General". Ahí nomás se ganó el viaje a las Malvinas. De regreso a Río Negro, me pasé las treinta y seis horas de tren llorando porque Evita se-había muerto antes de verme campeón. Yo la conocía por sus fotos de rubia y por los noticieros de cine. En cambio mi padre, después de cenar, cerraba las ventanas para que no lo oyeran los vecinos e insultaba el retrato que yo tenía en mi cuarto hasta que se quedaba sin aliento. Pero ahora estaba orgulloso porque en el pueblo le hablaban de su hijo que iba a ser el goleador de las Malvinas. Seguimos a la deriva por caminos en los que no pasaba nadie y cada vez que avistábamos un lago creíamos que por fin llegábamos al mar, donde nos esperaba el barco secreto. Soportamos vientos y tempestades con el último combustible y poca comida, corridos por los pumas y escupidos por los guanacos. El ómnibus había perdido el capó, los paragolpes y todas las valijas que llevaba en el techo. Seguetti y los funcionarios parecían piltrafas. El profesor desvariaba de fiebre y había olvidado la letra del Himno Nacional y el número exacto de islas que forman el archipiélago de Malvinas. Una mañana, cuando Luigi se durmió al volante, el ómnibus se empantanó en un salitral interminable. Entonces ya nadie supo quién era quién, ni dónde diablos quedaban las gloriosas islas. En plena alucinación, Seguetti se tomó por el mismísimo General Perón y los funcionarios se creyeron ministros, y hasta Luigi dijo ser la reencarnación de Benito Mussolini. Desbordado por el horizonte vacío y el sol abrumador, Seguetti se trepó al mediodía al techo del Ford y empezó a gritar que había que pasar lista y contar a los pasajeros para saber cuántos hombres se le habían perdido en el camino. Fue entonces cuando descubrimos al intruso. Era un tipo canoso, de traje negro, con un lunar peludo en la frente y un libro de tapas negras bajo el brazo. Estaba en una hondonada y eso lo hacía parecer más petiso. No parecía muy hablador pero antes de que el profesor se recuperara de la sorpresa se presentó solo, con un vozarrón que desafiaba al viento. —William Jones, de Malvinas —levantó el libro como si fuera un pasaporte—, apóstol del Señor Jesucristo en estos parajes. Hablaba un castellano dificultoso y escupió un cascote de saliva y arena. El profesor Seguetti lo miró alelado y saltó al suelo. Los funcionarios se asomaron a las ventanillas del ómnibus. —¿De dónde? —preguntó el profesor que de a poco se iba animando a acercársele. —De Port Stanley —respondió el tipo, que hablaba como John Wayne en la frontera mexicana—. Argentino hasta la muerte. De golpe también los chicos empezamos a interesarnos en él. No hay argentinos en las Malvinas —dijo Seguetti y se le arrimó hasta casi rozarle la nariz. Jones levantó el libro y miró al horizonte manso sobre el que planeaban los chimangos. — ¡Cómo que no, si hasta me hicieron una fiesta cuando llegué! —dijo. Entonces Seguetti se acordó de que nuestra ley dice que todos los nacidos en las Malvinas son argentinos, hablen lo que hablen y tengan la sangre que tengan. Jones contó que había subido al ómnibus dos noches atrás en Bajo Caracoles, cuando paramos a cazar guanacos. Si no lo habíamos descubierto antes, dijo, había sido por gracia del Espíritu Santo que lo acompañaba a todas partes. Eso duró toda la noche porque nadie, entre nosotros, sabía inglés y Jones mezclaba los dos idiomas. Cada uno contaba su historia hablando para sí mismo y al final todos nos creíamos héroes de conquistas, capitanes de barcos fantasmas y emperadores aztecas. Luigi, que ahora hablaba en italiano, le preguntó si todavía estábamos muy lejos del Atlántico. —Oh, very much! —gritó Jones y hasta ahí le entendimos. Luego siguió en inglés y cuando intentó el castellano fue para leernos unos pasajes de la Biblia que hablaban de Simón perdido en el desierto. 
 Al día siguiente todos caminamos rezando detrás de Jones y llegamos a un lugar de nombre Río Alberdi, o algo así. Enseguida, el General Perón nos mandó dos helicópteros de la gendarmería. Cuando llegaron, los adultos tenían grandes barbas y nosotros habíamos ganado dos partidos contra los chilenos de Puerto Natales, que queda cerca del fin del mundo. El comandante de gendarmería nos pidió, en nombre del General, que olvidáramos todo, porque si los ingleses se enteraban de nuestra torpeza jamás nos devolverían las Malvinas. Conozco poco de lo que ocurrió después. Jones predicó el Evangelio por toda la Patagonia y más tarde se fue a cultivar tabaco a Corrientes, donde tuvo un hijo con una mujer que hablaba guaraní. Ahora que ha pasado mucho tiempo y nadie se acuerda de los chicos que pelearon en la guerra, puedo contar esta vieja historia. Si nosotros no nos hubiéramos extraviado en el desierto en aquel otoño memorable, quizá no habría pasado lo que pasó en 1982. Ahora Jones está enterrado en un cementerio británico de Buenos Aires y su hijo, que cayó en Mount Tumbledown, yace en el cementerio argentino de Puerto Stanley.
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sábado, 4 de enero de 2020

4 DE ENERO DE 1785 NACE :

JACOB GRIMM
(Jacob o Jakob Ludwig Grimm; Hanau, 1785 - Berlín, 1863) Filólogo, historiador y escritor alemán. Junto con su hermano Wilhelm Carl (1786-1859), fue una de las figuras intelectuales más relevantes del Romanticismo alemán. Las recopilaciones y estudios sobre los cuentos folclóricos alemanes que ambos realizaron en su juventud les proporcionaron fama mundial, y les convirtieron en dos de los autores más clásicos y conocidos de toda la literatura universal.Jacob Ludwig y Wilhelm Carl eran los dos hermanos mayores de una familia numerosa compuesta en total por cinco hermanos y una hermana. Toda la familia se caracterizaba por su profunda religiosidad calvinista, y varios de sus antepasados y parientes más directos ejercieron como pastores protestantes. El padre de la familia, Philipp Wilhelm, era un jurista que disfrutaba de una posición acomodada de funcionario en Hanau, antes de trasladarse a Steinau, otra pequeña ciudad del estado de Hesse.
La muerte prematura del padre, en 1796, dejó a la familia en una situación económica muy precaria. El fallecimiento de la madre años después, en 1808, dejó al joven Jacob, que tenía entonces 23 años, como responsable de una familia con cuatro hermanos y una hermana menores.Muy unido durante toda su vida a su hermano Wilhelm, ambos habían realizado sus estudios de secundaria en Kassel, y luego estudiaron Derecho en la Universidad de Marburgo entre 1802 y 1806, con la intención de continuar la trayectoria de funcionario de su padre. Un hecho decisivo reorientó, sin embargo, su vocación: el haber conocido al poeta romántico Clemens Brentano, que les transmitió su pasión por la poesía folclórica.Los hermanos Grimm llegaron incluso a colaborar como recolectores en la célebre colección de cantos populares alemanes que, con el título de El cuerno mágico de la juventud, publicaron Brentano y Achim von Arnim entre 1805 y 1808. Y además, comenzaron a recoger, en aquellos años, los cuentos que años después formarían parte de su celebérrima colección Cuentos de la infancia y del hogar. Entre las enseñanzas extraídas de aquella labor estaba el convencimiento, típicamente romántico, de que la "Naturpoesie" o poesía natural o del pueblo era anterior y superior a la "Kunstpoesie" o poesía artística o artificiosa de los escritores cultos.Por la misma época, los hermanos Grimm entraron en contacto también con Friedrich Karl von Savigny, insigne jurista, que les descubrió el mundo de los textos jurídicos antiguos y contribuyó enormemente a su rigurosa formación científica. Menos directa, pero igualmente importante, fue la influencia que por la misma época recibieron de los escritos del filósofo Johann Gottfried Herder (1744-1803), auténtico precursor-fundador del romanticismo alemán que reivindicaba, como Brentano, la cultura popular como la expresión más auténtica del espíritu y de la historia del pueblo alemán.En 1805, Jacob acompañó a Savigny a París para estudiar textos jurídicos de la Edad Media, y un año después ganó un puesto de funcionario en Kassel. Wilhelm Grimm, de salud muy delicada, no se encontraría en condiciones de trabajar de forma estable hasta 1814.El estallido de la guerra contra Napoleón, y el expansionismo francés, que pronto alcanzó al estado de Hesse, obligaron a Jacob Grimm a escapar y a convertirse en bibliotecario privado del rey de Westfalia en 1808. Allí fue donde escribió alguno de sus primeros estudios importantes, como Sobre los maestros cantores de la antigua Alemania (1811).Un año después también se convirtió en auditor del Consejo de aquel estado, pero en 1813, cuando la amenaza francesa se despejó por completo, prefirió reintegrarse a su antiguo puesto de funcionario en Hesse. Poco después hubo de viajar por dos veces a París (en 1814 y 1815) como integrante de una delegación encargada de recuperar obras de arte robadas por el ejército napoleónico en Hesse y Prusia en los años anteriores.Participó igualmente en el Congreso de Viena en 1814 y 1815, y en todos sus viajes encontró siempre tiempo para seguir buscando manuscritos antiguos y profundizando en sus estudios sobre la literatura y el derecho de la Edad Media. A partir de 1816, Jacob Grimm volvió a reunirse con su hermano Wilhelm, y ambos decidieron reorientar sus investigaciones jurídicas hacia el terreno de la literatura antigua y tradicional.La renuncia a la estabilidad de sus trabajos de funcionarios implicó que viviesen en condiciones precarias, pero fue aquella la época en que trazaron las líneas maestras de su producción científica, que asentaron sobre dos bases muy bien definidas: el estudio comparado de la tradición antigua y de la moderna a través de la investigación de archivo y del trabajo de campo etnográfico, con el fin de desvelar su continuidad y relaciones en el tiempo; y el estudio comparado de la tradición alemana con otras tradiciones europeas, como la escandinava, eslavas, inglesa, escocesa, holandesa, española o italiana, con el fin de desvelar los contactos multiculturales e intentar trazar mapas y teorías sobre sus fuentes y evolución paneuropea.Pocos años antes, en 1812, los dos hermanos habían publicado la primera edición de sus Cuentos de la infancia y del hogar, que había alcanzado un gran renombre y difusión, y en 1816 decidieron publicar la segunda edición, revisada y modificada. La colección reunía dos centenares de cuentos, la gran mayoría recogida de la tradición oral campesina.Uno de los mayores méritos de los hermanos Grimm fue el de haber sabido respetar la sencillez y espontaneidad del discurso natural de estos cuentos, en vez de transformarlos con los artificios cultistas y moralistas de otras recopilaciones anteriores. Aunque no tuvieron más remedio que intervenir ocasionalmente en algunos de los textos, para resolver ambigüedades o confusiones, la colección de cuentos de los hermanos Grimm está considerada como la primera realizada en la historia con criterios auténticamente rigurosos y científicos, muy cercanos a los que utiliza la etnografía moderna.Ambos hermanos llegaron incluso a defender apasionadamente su método frente a quienes les reprochaban no haber ornamentado o haber sacado más partido literario de aquellos cuentos. Jacob aducía que la belleza incontaminada de la "Naturliteratur" o literatura natural era más pura, trascendental y divina que la de la "Kunstliteratur" o literatura artística, y Wilhelm incorporó a la segunda edición de los cuentos un prólogo titulado Sobre la naturaleza del cuento en que defendía que los cuentos folclóricos contemporáneos descienden directamente de los mitos religiosos antiguos, y que su importancia literaria e histórica están muy por encima de lo que se había tradicionalmente considerado hasta entonces.Algunas de las ideas de los dos hermanos han acabado revelándose posteriormente como falsas y de un idealismo excesivamente romántico. Por ejemplo, toda su teoría sobre el origen divino de la cultura y sobre la decadencia progresiva que la había acompañado a lo largo de su evolución histórica fue desmentida por generaciones de antropólogos posteriores. Pese a ello, los avances realizados por ambos hermanos en el terreno del análisis literario y cultural constituyeron progresos importantes en el panorama de las ciencias humanas de la Edad Moderna, sobre todo si se comparan con los de épocas precedentes.Entre 1816 y 1818, los hermanos Grimm publicaron en varios volúmenes las Leyendas alemanas, que continuaban, en el terreno de la leyendística, la labor iniciada y los métodos ensayados en la anterior colección de cuentos. Aunque esta nueva obra nunca llegó a alcanzar la celebridad y la difusión de la anterior, consolidó su reputación de auténticos precursores en la recopilación folclórica moderna.El interés de ambos hermanos continuó centrado durante bastante más tiempo en la literatura popular. De 1826 es su traducción de las Leyendas y tradiciones de hadas del sur de Irlanda, de Thomas Crofton Croker, para el que escribieron un extraordinario prólogo que resumía sus ideas sobre los cuentos de hadas paneuropeos. También por aquellos años, los dos hermanos Grimm se ocuparon intensamente del estudio de textos literarios arcaicos con fuerte presencia de lo popular, y realizaron importantes trabajos sobre el Cantar de los Nibelungos y sobre la obra El pobre Heinrich del escritor de comienzos del siglo XIII Hartmann von Aue.A finales de la década de 1820, cada hermano eligió seguir caminos intelectuales más diferenciados, aunque nunca dejaron de estar unidos en lo personal y en lo académico. Mientras Wilhelm preparaba su trabajo Las leyendas heroicas alemanas, centrado en la Edad Media, Jacob volvió a los estudios filológicos, y sobre todo a los gramaticales. Pese a que todavía publicaría importantes trabajos literarios, como el dedicado en 1834 al ciclo cuentístico medieval de Reinhart el Zorro, intensificó los trabajos de su monumental Gramática alemana, que había comenzado a publicar en 1819 y culminaría en 1837.La Gramática alemana es un colosal tratado de gramática histórica no sólo de la lengua alemana, sino de todas las lenguas germánicas, en el que sentó las bases de la lingüística comparada moderna. Sus contribuciones a la formulación de leyes fonéticas y etimológicas generales, o al análisis de las relaciones entre la historia de la lengua y los cambios de significado, resultaron trascendentales dentro del panorama científico de su época.En esta obra formuló la llamada primera Ley de Grimm, que demostraba el principio de correspondencia en la evolución de las consonantes en lenguas pertenecientes al tronco indoeuropeo, lo que reforzaba observaciones y estudios previos realizados por el lingüista danés Rasmus Rask. La llamada segunda Ley de Grimm desvelaba el proceso de transformación de determinadas consonantes sonoras en sordas en las lenguas germánicas a partir del siglo V d.C. Sus hallazgos no sólo ejercieron una gran influencia en toda la lingüística histórica germánica, sino también en la románica y en la eslava. Por otro lado, en 1824, Jacob Grimm tradujo al alemán la gramática serbia de su amigo Vuk Stefanovic Karadzic, y en su introducción sobre las lenguas y las literaturas eslavas dejó patente la enorme profundidad de sus conocimientos e intereses.Extraordinaria y muy influyente fue también su gran obra Antiguo derecho consuetudinario alemán, publicada en 1828, que sirvió de modelo a otras obras del mismo tipo publicadas en las décadas posteriores en Francia, Holanda, Rusia, España y diversos países eslavos.En 1829, los hermanos Grimm perdieron el favor del príncipe elector de Hessen-Kassel, por lo que se vieron obligados a trasladarse a la cercana Universidad de Göttingen, donde durante años desarrollaron labores de bibliotecarios y profesores. Fue la época en que Jacob Grimm compuso su monumental Mitología germánica, ambicioso estudio comparativo de los mitos, leyendas, creencias y supersticiones de los pueblos germánicos antiguos y modernos con los de la tradición grecolatina y la cristiana. Aquella obra fue también seguida como modelo por diversas generaciones de mitógrafos posteriores, alemanes (Mannhardt, Müller) y europeos.Pero la inestabilidad política volvió pronto a alterar la tranquilidad de los hermanos cuando el recién coronado rey de Hannover abolió en 1833 una constitución moderada que él consideraba excesivamente liberal. La enérgica protesta de los Grimm, junto con otros cinco profesores, tuvo como consecuencia su destitución fulminante, así como la obligada expulsión de Jacob del reino de Hannover. Los tres años siguientes hubo de pasarlos en Kassel, aunque nunca llegó a sufrir serios problemas de tipo económico, ya que su prestigio era por entonces tan extraordinario que numerosas universidades e instituciones de Alemania y de toda Europa se disputaban su presencia.En 1840, la vida de los hermanos dio un giro definitivo cuando aceptaron la invitación del rey de Prusia, Federico Guillermo IV, para enseñar en la Universidad de Berlín. La estabilidad y tranquilidad que les ofreció su nueva situación les permitió comenzar la empresa más ambiciosa de cuantas se propusieron: el Diccionario alemán, gigantesco elenco de todas las voces alemanas con anotación de etimologías, variantes a lo largo de la historia, desarrollos semánticos, usos diversos, dialectalismos, coloquialismos, y citas de dichos y proverbios. Tan gigantesca empresa no pudo ser culminada: Wilhelm murió cuando la redacción del diccionario había avanzado hasta la letra D, y Jacob cuando alcanzaba a la letra F. Hubieron de ser generaciones de estudiosos posteriores los que lograran concluir su ambicioso empeño, que sirvió de modelo a muchos otros diccionarios históricos que se proyectaron en otros lugares de Europa.En aquella misma cómoda y tranquila etapa berlinesa, Jacob Grimm, que al contrario que su hermano nunca contrajo matrimonio, realizó otra obra monumental más: la Historia de la lengua alemana. Ambos hermanos también realizaron por entonces una serie muy amplia de artículos y prólogos que acabarían siendo reunidos en sus Kleinere Schriften. La muerte de su hermano Wilhelm en 1859, cuatro años antes de la suya propia, dejó a Jacob sumido en un estado de postración anímica en el que sólo la entrega apasionada a su trabajo le pudo servir de alivio.
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