domingo, 22 de noviembre de 2020
22 DE NOVIEMBRE DE 1993 MUERE ANTHONY BURGESS
(John Anthony Burgess Wilson, también conocido como Joseph Kell; Manchester, 1917 - Londres, 1993) Novelista, ensayista y periodista irlandés. Anthony Burgess cursó estudios en la universidad de su ciudad natal, se dedicó a la enseñanza hasta 1954 y a partir de esa fecha fue oficial instructor en Malasia y Borneo hasta 1959, año en que regresó a Gran Bretaña; fue entonces cuando inició su carrera literaria.Autor de libros infantiles, poesía, ensayos, biografías y numerosas novelas, Burgess es una figura de relieve en el mundo de la literatura anglosajona, ya sea por la diversidad de sus intereses, ya por el volumen de su obra, toda ella impregnada de una vena autobiográfica. Tal vez los elementos de mayor originalidad de su escritura haya que buscarlos en su especial capacidad para transformar su patrimonio vivencial en materia narrativa forjada con un lenguaje original.
22 DE NOVIEMBRE DE 1963 MUERE ALDOUS HUXLEY
22 DE NOVIEMBRE DE 1963 MUERE
ALDOUS HUXLEY
(Aldous Leonard Huxley, Godalming, 1894 - Los Ángeles, 1963) Novelista y ensayista inglés de prosa enciclopédica y a la vez visionaria. Nieto de Thomas Henry Huxley, que había sido el principal defensor de la teoría de la evolución en tiempos de Darwin, y hermano del también eminente biólogo Julian Huxley, Aldous Huxley se educó en una familia de sólida tradición intelectual. En su juventud quedó prácticamente ciego, y en 1942 publicó un libro, El arte de ver, acerca de sus esfuerzos para recuperar la visión. Se graduó en literatura inglesa en el Balliol College de Oxford (1913-1915) y trabajó para la célebre revista Athenaeum y como crítico de teatro en la Westminster Gazzette.
Sus primeras publicaciones fueron colecciones de versos, entre ellos The Burning Wheel (1916), Jonah (1917) y Leda (1920). De su prosa, la primera entrega fue Limbo (1920), y prosiguió con cuentos como los de La envoltura humana (1922). Ya en 1921 publicó su primera novela, Los escándalos de Crome, crítica mordaz de los ambientes intelectuales.
Huxley viajó constantemente con su esposa, tanto por Europa como por Estados Unidos, América y la India. Residió en Italia, donde escribió una de sus obras notables, Contrapunto (1928), en la cual despliega su solidez intelectual y las técnicas novedosas del arte de la novela.
En 1932 publicó otra gran obra, Un mundo feliz, tal vez su libro más importante y uno de los que lo hizo más conocido: una ficción futurista de carácter visionario y pesimista de una sociedad regida por un sistema de castas, y donde imagina una sustancia o droga llamada soma, utilizada con fines totalitarios. Un mundo feliz ocupa un lugar de privilegio entre las ficciones distópicas del siglo XX, junto a novelas como 1984, de George Orwell, y Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. En 1936 publicó Ciego en Gaza, de carácter autobiográfico, en el que desarrolló la contraposición entre intelecto y sexo.
Tras ello comenzó su "época mística"; en 1941 se acercó a la literatura religiosa de la India, tuvo contactos con La Sociedad Vedanta de Los Ángeles y colaboró en la revista Vedanta and the West hasta 1960. En 1944 publicó El Tiempo debe detenerse, inspirada por El Libro Tibetano de los muertos, y en 1946 una colección comentada de textos místicos de todos los tiempos, La filosofía perenne, libro que ha ejercido influencia por el punto de vista tan abierto adoptado para sustentar la idea de lo sagrado; aquí contrapuso la espiritualidad mística a la técnica y pragmatismo modernos.
En 1948 publicó Mono y esencia, prosa intelectual que influyó en varios escritores, entre ellos el cubano José Lezama Lima, que recomendaba su lectura en su "curso délfico". A partir de la década de 1950 inició una nueva etapa de su vida relacionada con las experiencias con las drogas, de las que resultó su popular libro Las puertas de la percepción (1954), que tuvo también mucha influencia en la sociedad norteamericana. En 1963 dio a conocer su última obra, Literatura y ciencia, que como el título indica es una aproximación entre ambos mundos.
Además de ser considerado uno de los iniciadores de la psicodelia (por sus meditaciones en torno a las experiencias con mezcalina y LSD), Aldous Huxley fue el portavoz de la clase intelectual de la primera mitad del siglo XX; siguió paso a paso a sus contemporáneos desde el escepticismo superficial hasta la angustia trágica de un mundo vuelto impersonal por las nuevas y monstruosas técnicas de las guerras sucesivas. Sus libros permanecen no sólo por su valor documental, sino también por la fresca lozanía de su prosa y por un cierto sabor original hecho de erudición, de ironía y de seriedad.
sábado, 21 de noviembre de 2020
21 DE NOVIEMBRE DE 1952 NACE PEDRO LEMEBEL
21 DE NOVIEMBRE DE 1952 NACEPEDRO LEMEBELPedro Segundo Mardones Lemebel, más conocido como Pedro Lemebel nació en Santiago, el 21 de noviembre de 1952. Hijo del panadero Pedro Mardones Paredes y de Violeta Elena Lemebel, nació en un barrio marginal de Santiago de Chile, y creció en el barrio de La Legua. A mediados de los años sesenta se mudó con su familia a un conjunto de viviendas sociales en Avenida Departamental. Estudió en el Liceo Industrial de Hombres de La Legua, donde se enseñaba forja de metal y mueblería, su último año de enseñanza media lo acabó en el Liceo Manuel Barros Borgoño. En la década de 1970, Lemebel ingresó a la Universidad de Chile, donde se tituló de profesor de Artes Plásticas.Lemebel comenzó su acercamiento a la literatura a comienzos de los años ochenta, integrándose a un taller literario donde comenzó a escribir cuentos. En estos talleres conoció a las escritoras feministas y de izquierda Pía Barros, Raquel Olea, Diamela Eltit y Nelly Richard, entre otras, quienes lo acercaron a organismos culturales alternativos, opositoras a la dictadura y las entidades académicas oficiales.En 1986 publicó siete de sus relatos en la antología Incontables. En 1987, junto a Francisco Casas, poeta, artista y por entonces estudiante de literatura, fundaron el dúo artístico Las Yeguas del Apocalipsis, cuyo nombre alude a los Jinetes del Apocalipsis del Nuevo Testamento. La primera intervención de Las Yeguas del Apocalipsis se llevó a cabo en La Chascona, antigua residencia de Pablo Neruda. En 1994, Lemebel participó en el Festival Stonewall de Nueva York.En 1995 Lemebel publicó su primer libro, titulado La esquina es mi corazón, correspondiente a una recopilación de crónicas urbanas anteriormente publicadas para algunos periódicos y revistas tales como Página abierta, Punto final y La Nación, en las que el escritor se refiere a entornos marginales de Santiago ligados al tabú de la homosexualidad, la prostitución y la pobreza. Al año siguiente crea el programa Cancionero para la Radio Tierra, en donde leía crónicas ambientadas con sonidos y acompañadas de música incidental. Ese mismo año publicó Loco afán: Crónicas de sidario, su segundo libro de crónicas.El escritor Roberto Bolaño elogió en diversas ocasiones la obra de Lemebel, siendo la principal influencia para que este último internacionalizara su obra, a través de la misma editorial donde él publicaba regularmente.En 2001 publicó su primera novela, Tengo miedo torero. En 2003 continuó con su trabajo como cronista, publicando su antología de crónicas Zanjón de la Aguada. En 2008 apareció su sexto libro de crónicas, Serenata cafiola.En 2011 se le diagnosticó cáncer de laringe y al año siguiente se operó en la Fundación López Pérez de Chile, perdiendo desde entonces parte de su voz.El 4 de septiembre de 2013 fue galardonado con el Premio José Donoso. En 2014 fue nominado al Premio Altazor de Ensayo y Escrituras de la Memoria, por Poco hombre y al Premio Nacional de Literatura. Murió el 23 de enero de 2015 en Providencia, Santiago.Como artista de performances y como escritor, su trabajo se caracteriza por el uso de la provocación como herramienta para la denuncia política y social.Ha dado conferencias en diversas universidades, como la Universidad de Harvard y la Universidad Stanford.BIBLIOGRAFÍALibros de crónicas:La esquina es mi corazón, Cuarto Propio, Santiago 1995Loco afán: Crónicas de sidario 1996De perlas y cicatrices, LOM, Santiago 1998Zanjón de la Aguada, 2003Adiós mariquita linda 2004Serenata cafiola, 2008Háblame de amores, 55 crónicas 2012Poco hombre, antología, 2013Novela:Tengo miedo torero 2001Novela gráfica:Ella entró por la ventana del baño 2012PREMIOSPrimer premio de cuento en el Concurso de la Caja de Compensación Javier Carrera, 1983Beca Guggenheim 1999Premio Anna Seghers 2006Premio José Donoso 2013
Pedro Segundo Mardones Lemebel, más conocido como Pedro Lemebel nació en Santiago, el 21 de noviembre de 1952. Hijo del panadero Pedro Mardones Paredes y de Violeta Elena Lemebel, nació en un barrio marginal de Santiago de Chile, y creció en el barrio de La Legua. A mediados de los años sesenta se mudó con su familia a un conjunto de viviendas sociales en Avenida Departamental. Estudió en el Liceo Industrial de Hombres de La Legua, donde se enseñaba forja de metal y mueblería, su último año de enseñanza media lo acabó en el Liceo Manuel Barros Borgoño. En la década de 1970, Lemebel ingresó a la Universidad de Chile, donde se tituló de profesor de Artes Plásticas.Lemebel comenzó su acercamiento a la literatura a comienzos de los años ochenta, integrándose a un taller literario donde comenzó a escribir cuentos. En estos talleres conoció a las escritoras feministas y de izquierda Pía Barros, Raquel Olea, Diamela Eltit y Nelly Richard, entre otras, quienes lo acercaron a organismos culturales alternativos, opositoras a la dictadura y las entidades académicas oficiales.En 1986 publicó siete de sus relatos en la antología Incontables. En 1987, junto a Francisco Casas, poeta, artista y por entonces estudiante de literatura, fundaron el dúo artístico Las Yeguas del Apocalipsis, cuyo nombre alude a los Jinetes del Apocalipsis del Nuevo Testamento. La primera intervención de Las Yeguas del Apocalipsis se llevó a cabo en La Chascona, antigua residencia de Pablo Neruda. En 1994, Lemebel participó en el Festival Stonewall de Nueva York.En 1995 Lemebel publicó su primer libro, titulado La esquina es mi corazón, correspondiente a una recopilación de crónicas urbanas anteriormente publicadas para algunos periódicos y revistas tales como Página abierta, Punto final y La Nación, en las que el escritor se refiere a entornos marginales de Santiago ligados al tabú de la homosexualidad, la prostitución y la pobreza. Al año siguiente crea el programa Cancionero para la Radio Tierra, en donde leía crónicas ambientadas con sonidos y acompañadas de música incidental. Ese mismo año publicó Loco afán: Crónicas de sidario, su segundo libro de crónicas.El escritor Roberto Bolaño elogió en diversas ocasiones la obra de Lemebel, siendo la principal influencia para que este último internacionalizara su obra, a través de la misma editorial donde él publicaba regularmente.En 2001 publicó su primera novela, Tengo miedo torero. En 2003 continuó con su trabajo como cronista, publicando su antología de crónicas Zanjón de la Aguada. En 2008 apareció su sexto libro de crónicas, Serenata cafiola.En 2011 se le diagnosticó cáncer de laringe y al año siguiente se operó en la Fundación López Pérez de Chile, perdiendo desde entonces parte de su voz.El 4 de septiembre de 2013 fue galardonado con el Premio José Donoso. En 2014 fue nominado al Premio Altazor de Ensayo y Escrituras de la Memoria, por Poco hombre y al Premio Nacional de Literatura. Murió el 23 de enero de 2015 en Providencia, Santiago.Como artista de performances y como escritor, su trabajo se caracteriza por el uso de la provocación como herramienta para la denuncia política y social.Ha dado conferencias en diversas universidades, como la Universidad de Harvard y la Universidad Stanford.BIBLIOGRAFÍALibros de crónicas:La esquina es mi corazón, Cuarto Propio, Santiago 1995Loco afán: Crónicas de sidario 1996De perlas y cicatrices, LOM, Santiago 1998Zanjón de la Aguada, 2003Adiós mariquita linda 2004Serenata cafiola, 2008Háblame de amores, 55 crónicas 2012Poco hombre, antología, 2013Novela:Tengo miedo torero 2001Novela gráfica:Ella entró por la ventana del baño 2012PREMIOSPrimer premio de cuento en el Concurso de la Caja de Compensación Javier Carrera, 1983Beca Guggenheim 1999Premio Anna Seghers 2006Premio José Donoso 2013
domingo, 15 de noviembre de 2020
15 DE NOVIEMBRE DE 1886 NACE BALDOMERO FERNÁNDEZ MORENO
15 DE NOVIEMBRE DE 1886 NACEBALDOMERO FERNÁNDEZ MORENO
(Buenos Aires, 1886 - 1950) Poeta argentino considerado uno de los más importantes exponentes de la corriente o tendencia denominada sencillismo. Hijo de padres españoles, vivió unos años en España, donde estudió humanidades. En 1899 regresó a Argentina e inició un lento aprendizaje literario, a la vez que avanzó y concluyó sus estudios de medicina, profesión que ejerció en paralelo a su vocación poética. Fue colaborador en periódicos y revistas, obtuvo el Premio Nacional y el Municipal de Literatura y fue miembro de la Academia Argentina de Letras.
Fernández Moreno dio su propia versión de una poesía ciudadana y porteña; con su primer libro, Las iniciales del misal (1915), obra ya madura, señaló un alejamiento de las características más ostentosas del modernismo hispanoamericano y argentino (Rubén Darío, Leopoldo Lugones) a favor de una lírica llana, realista, sin patetismo ni delectación metafórica, lo que se denominó sencillismo. Éste, logrado por la disciplina que se impuso, le dio un curioso aire clásico en la forma y de modernidad en la inquietud espiritual que transmitía su contenido.
El sencillismo no puede ser entendido como un movimiento literario en el sentido tradicional del término, aun cuando otros escritores, como Alfredo Bufano, Pedro Herreros y Miguel Camino, hayan seguido y profundizado esta tendencia poética. En líneas generales, el sencillismo es una forma de observar y apreciar la realidad en las cosas cotidianas y sencillas, sustrayéndolas al intento de profundizar en aspectos abstractos y utilizando un lenguaje sin florilegios eruditos. La crítica literaria ha destacado el hallazgo por parte de Fernández Moreno de un camino auténtico y propio dentro de la poesía argentina, con una inflexión singular y espontánea.
La naturalidad, que es una de las notas más características de sus poemas, se percibe en la falta de esfuerzo con que parecen haber sido escritos sus versos, a la manera de transcripciones del habla cotidiana. A pesar de ello, la obra de Fernández Moreno posee una fuerte influencia tanto del realismo como del impresionismo y el expresionismo. Se ha destacado en su estilo la singular alternancia entre las visiones subjetivas y las descripciones objetivas del mundo externo. Fernández Moreno puede ser visto en este sentido como el poeta que preludia el cambio de dirección que impondrán las vanguardias en la escena rioplatense.
Entre sus obras figuran Intermedio provinciano (1916), Ciudad (1917), Por el amor y por ella (1918), Campo argentino (1919), Versos de Negrita (1920), Nuevos poemas (1921), Canto de amor, de luz y de agua (1922), Mil novecientos veintidós (1922), El hogar en el campo (1923), Aldea española (1925), El hijo (1926), Décimas (1928), Último cofre de Negrita (1929), Sonetos (1929), Cuadernillos de verano (1931), Dos poemas (1935), Seguidillas (1936), Romances (1936), Continuación (1938), Yo médico, yo catedrático (1941), Buenos Aires (1941), San José de Flores (1943) y La mariposa y la viga (1947).
En 1941 preparó una Antología de sus versos que sería ampliada en sucesivas ediciones. Póstumamente apareció la sexta edición, organizada por sus hijos, que incluía composiciones de Penumbra (1951), junto con otras adiciones y retoques en el plan primitivo. Baldomero Fernández Moreno fue además un excelente prosista, según lo que de él conocemos: La patria desconocida (1943) y La mariposa y la viga (1947), pues no toda su producción está recogida aún; el culto del aforismo caracteriza sus páginas, de un castellano elaborado con pretensiones extralocales concienzudamente maduradas. En 1952, Arturo Berenguer pronunció una conferencia en Madrid con el tema Fernández Moreno, poeta español y argentino. Su hijo César Fernández Moreno fue también un destacado poeta y ensayista.
jueves, 5 de noviembre de 2020
4 DE NOVIEMBRE DE 1780 TÚPAC AMARU SE REBELA CONTRA LOS CONQUISTADORES
4 DE NOVIEMBRE DE 1780 TÚPAC AMARU SE REBELA CONTRA LOS CONQUISTADORES (José Gabriel Condorcanqui o Quivicanqui; Surimana, 1738 - Cuzco, 1781) Revolucionario peruano. José Gabriel Condorcanqui descendía por línea materna de la dinastía real de los incas: era tataranieto de Juana Pilco-Huaco, la hija del último soberano inca, Túpac Amaru I, que había sido ejecutado por los españoles en 1572. Más de doscientos años después, en 1780, el vigoroso José Gabriel, hombre carismático, culto y de elegante estampa, lideró el más importante de los levantamientos indígenas contra las autoridades coloniales españolas.
Túpac Amaru II [José Gabriel Condorcanqui]
Tras el fracaso de la revuelta, que ha sido vista como el preludio de las luchas por la independencia, fue ejecutado con extrema crueldad, uniendo su destino al de su ancestro. Las rebeliones indígenas prosiguieron durante dos años en diversas regiones del país, y obligaron a las autoridades a introducir poco más que algunas reformas. Pero el nombre de Túpac Amaru se convirtió en símbolo y bandera para posteriores insurrecciones indígenas y criollas; todavía en el siglo XX diversos movimientos guerrilleros revolucionarios reivindicaron su figura.
Biografía
Hijo del cacique Miguel Condorcanqui, nació Surimana o quizá en Tungasuca hacia 1738, y se educó con los jesuitas en el Colegio de San Bernardo de Cuzco. Durante un tiempo se dedicó al negocio del transporte entre las localidades de Tungasuca, Potosí y Lima, para lo cual contó con un contingente de varios centenares de mulas; hizo también fortuna en negocios de minería y tierras. Hombre educado y carismático, llegó a ser cacique de Tungasuca, Surimana y Pampamarca, y las autoridades reales le concedieron el título de marqués de Oropesa.
Su prestigio entre los indios y mestizos le permitió encabezar una rebelión contra las autoridades españolas del Perú en 1780; dicha rebelión (precedida por otras similares) estalló por el descontento de la población contra los abusos de los corregidores y contra los tributos, el reparto de mercaderías y las prestaciones obligatorias de trabajo que imponían los españoles (mitas y obrajes).
José Gabriel Condorcanqui adoptó el nombre de su ancestro Túpac Amaru (razón por la que sería conocido como Túpac Amaru II) como símbolo de rebeldía contra los colonizadores. Se presentó como restaurador y legítimo heredero de la dinastía inca y envió emisarios para extender la rebelión por todo el Perú. El levantamiento se dirigía contra las autoridades españolas locales, manteniendo al principio la ficción de lealtad al rey Carlos III. Sin embargo, no solamente los insistentes abusos de los corregidores, sino también la dureza de algunas de las recientes medidas impulsadas por la misma monarquía española (y las cargas económicas que implicaron para la población indígena) fueron el motor de la sublevación de Túpac Amaru II.
Las raíces de una crisis
Los levantamientos de finales del siglo XVIII, en especial en las regiones con una fuerte presencia indígena, fueron el preludio de la descomposición del imperio español en América. Debido a la penuria en que se hallaban las arcas públicas a causa de los conflictos internacionales, la corona española impuso una carga fiscal excesiva en sus dominios americanos. El despliegue reformista que transformó el viejo orden colonial entre los años 1776 y 1787, período en que José de Gálvez ocupó la Secretaría de Indias, tuvo consecuencias divergentes en los distintos territorios. En general, las nuevas medidas favorecieron el crecimiento de las economías portuarias vinculadas al comercio con España.
En cambio, sobre las regiones que habían sido hasta entonces centros neurálgicos del imperio, como Perú, el impacto fue más bien negativo. Las ciudades sufrieron un claro retroceso, como muestra el estancamiento de Lima, y se desencadenó una crisis económica, con caída de la industria y de la circulación monetaria, así como una gran inquietud social a causa de la fuerte presión fiscal, que castigó duramente a las clases campesinas y urbanas, atrapadas entre el descenso de sus ingresos y el alza de los precios. Las poblaciones indígenas, el eslabón más débil del sistema económico, no podían cumplir con estas imposiciones; sufrieron los abusos de los corregidores, y no encontrarían otro camino que enfrentarse a esa opresión con métodos violentos.
Túpac Amaru II
Al llegar a Lima el visitador José Antonio de Areche (enviado por José de Gálvez para ejecutar las nuevas medidas dictadas por la corona), se inició un sistemático aumento de los impuestos de alcabala y un reajuste de los impuestos aduaneros en el sur de Perú, lo cual produciría grandes dificultades comerciales. Por ejemplo, para ir de Arequipa al Cuzco había que pasar por territorio del Virreinato del Río de la Plata, porque Puno pertenecía a esa jurisdicción, y ello comportaba el pago de impuestos aduaneros. Por otra parte, una vez legalizado el reparto forzoso de mercaderías (la obligación de comprar mercancías al corregidor a precios injustamente altos), se intentó regular legalmente esta abusiva práctica comercial, restringiéndola a un tope que no podía ser excedido. No obstante, el corregidor Antonio Arriaga, encargado de los cacicazgos de José Gabriel Condorcanqui, había sobrepasado con creces dicho límite.
Los indígenas peruanos sufrían además la imposición del servicio personal forzoso o mita: periódicamente eran llamados y obligados a trabajar en las minas, en los campos, en las obras públicas y en el servicio doméstico a cambio de un salario irrisorio. Curiosamente, se concedían mitas para la construcción de casas para particulares porque se consideraba de "interés público", pero no así para el cultivo de determinadas plantas juzgadas dañinas, como la coca y la viña.
El sistema de mitas tuvo graves consecuencias, porque el traslado de la sierra al llano y del llano a la sierra de la población indígena (lo que se ha dado en llamar la "agresión climática") desencadenó una gran mortandad entre los indios peruanos; las aldeas se iban despoblando, de modo que a los supervivientes les tocaba cada vez con más frecuencia cumplir el servicio de mita. No eran los únicos en ser explotados: los que trabajaban en los obrajes (fábricas de tejidos) comenzaban su tarea al alba, no la interrumpían hasta que las mujeres les traían la comida y continuaban hasta que faltaba la luz solar, en una extenuante jornada.
La rebelión de Túpac Amaru
Ante este intolerable estado de cosas se produjeron numerosos alzamientos, de intensidad creciente, y que tuvieron escenarios y razones variadas; pero en Perú y en el territorio de la Audiencia de Charcas, las manifestaciones más o menos puntuales de descontento popular se transformarían en una sublevación general que sacudió los cimientos del orden colonial. Debe decirse que Túpac Amaru intentó primeramente promover, de forma pacífica, reformas que aliviasen la insoportable situación de sus protegidos. En 1776 se trasladó a Lima para solicitar que se exonerara a los indígenas de los servicios de mita y de la abusiva explotación que padecían en los obrajes. Pero todas sus reclamaciones fueron desatendidas y en 1778 volvió a su cacicazgo de Tungasuca.
La revuelta no se haría esperar. El alzamiento se inició el 10 de noviembre de 1780, con la ejecución del despótico corregidor Antonio Arriaga, que había sido apresado en Tinta por sus partidarios. Túpac Amaru lo mandó ajusticiar en la plaza de Tungasuca, ordenando asimismo la destrucción de diversos obrajes. Como respuesta inmediata, las autoridades de Cuzco enviaron una expedición punitiva formado por mil doscientos hombres, que cayó derrotada en Sangarará el 18 de noviembre.
Por razones difíciles de comprender, Túpac Amaru no intentó entonces el asalto definitivo a Cuzco, sino que regresó a Tungasuca, se autoinvistió de la dignidad de soberano legítimo del imperio incaico e intentó ingenuamente negociar la rendición de la ciudad. Mientras tanto, los llamamientos enviados a través de sus emisarios extendieron la revuelta por todo el Bajo y el Alto Perú y parte del virreinato del Río de la Plata, es decir, por la actual Bolivia, Perú y el norte de Argentina. Con razón la historiografía considera que la de Túpac Amaru fue la más importante insurrección del siglo XVIII contra el dominio español: su influencia se dejó sentir incluso en la revolución de los comuneros del virreinato de Nueva Granada (1781) y tuvo profundas repercusiones en toda la América española.
La reacción fue, como era previsible, militar y no diplomática. En enero de 1781, las fuerzas de Túpac Amaru II fueron rechazadas por los españoles en las inmediaciones de la antigua capital: el asedio de Cuzco había fracasado. A partir de entonces el movimiento se estancó y pasó a la defensiva. El virrey Agustín de Jáuregui mandó desde Lima un poderoso ejército de 17.000 hombres, al tiempo que desalentaba la rebeldía haciendo concesiones a los indios (como crear en la Audiencia una sala especial para atender sus quejas o limitar los poderes de los corregidores).
Derrota y ejecución
Apenas un mes antes de ser derrotado, Túpac Amaru envió una carta a las autoridades coloniales en la que expresaba tanto su preocupación por la situación de sus protegidos como su posición ideológica. En dicha misiva se aprecia la amplitud de sus conocimientos; se declara católico, recuerda la acción de Vespasiano y de Tito en la destrucción de Jerusalén, y compara a sus opresores con "ateístas, calvinistas y luteranos, enemigos de Dios"; detalla los abusos cometidos por los funcionarios, pide que los indígenas no sean reclutados como esclavos y que desaparezcan los malos corregidores y las encomiendas. Tras una minuciosa denuncia en torno a cada uno de los problemas planteados, basa su reclamación de justicia en el derecho indiano, del que era profundo conocedor, ya que había cursado estudios jurídicos en la Universidad de Chuquisaca.
En la noche del 5 al 6 de abril de 1781, el ejército virreinal asestó el golpe definitivo a los sublevados en la batalla de Checacupe. Túpac Amaru II se retiró a Combapata, pero fue traicionado por el criollo Francisco Santa Cruz, que lo entregó a los realistas junto con su familia. Para el líder de los rebeldes estaban reservadas, en los días que mediaron entre su captura y su ejecución, las torturas mandadas ejecutar por el implacable visitador José Antonio de Areche, cuya misión consistía en averiguar los nombres de los cómplices del vencido caudillo. Sin embargo, pese a los pocos miramientos que tuvo para con el prisionero, no obtuvo de Túpac Amaru sino esta noble respuesta: "Nosotros somos los únicos conspiradores: Vuestra Merced por haber agobiado al país con exacciones insoportables y yo por haber querido librar al pueblo de semejante tiranía."
Ejecución de Túpac Amaru
El 18 de mayo de 1781, conforme a la sentencia dictada cuatro días antes, el visitador Areche mandó ejecutar sañudamente, en presencia de Túpac Amaru, a la esposa, hijos y otros familiares y lugartenientes del cabecilla en la plaza de Cuzco. El propio Areche hubo de conceder que Túpac Amaru era "un espíritu de naturaleza muy robusta y de serenidad imponderable". Ello no fue óbice para que a continuación, convencido de que nunca lograría convertir a Túpac Amaru en delator, mandase al verdugo que le cortara la lengua, que le atasen las extremidades a gruesas cuerdas para que tirasen de ellas cuatro caballos y que se procediera a la descuartización. Así se hizo, pero las bestias no consiguieron durante largo rato desmembrar a la imponente víctima, por lo que Areche, según algunos piadosamente, según otros más airado que compadecido, decidió acabar con el inhumano espectáculo de la tortura ordenando que le cortaran la cabeza.
Cumplida la sentencia, se envió cada parte de su cuerpo a un pueblo de la zona rebelde, en un intento de dar a la ejecución un valor ejemplarizante. Aunque la revuelta continuó durante algún tiempo más (encabezada por un primo y un sobrino de Túpac Amaru) y algunas otras le siguieron, ninguna llegaría a revestir especial gravedad, y en este sentido la muerte de Túpac Amaru marcó el fin de un ciclo de levantamientos indígenas anticoloniales. Durante mucho tiempo algunos historiadores situaron en esta rebelión el inicio de la independencia del Perú; hoy posiblemente no se pueda ser tan enfático, puesto que se debe tener en cuenta que en el proceso de independencia intervinieron otros factores, como la conciencia de los criollos acerca de sus derechos de autogobierno. En cualquier caso, es innegable que el levantamiento de Túpac Amaru II tuvo un carácter plural, ya que en sus filas confluyeron indígenas, mestizos, criollos e incluso españoles, una integración que fue un paso importante para el logro de la futura emancipación.
Túpac Amaru II [José Gabriel Condorcanqui]
Tras el fracaso de la revuelta, que ha sido vista como el preludio de las luchas por la independencia, fue ejecutado con extrema crueldad, uniendo su destino al de su ancestro. Las rebeliones indígenas prosiguieron durante dos años en diversas regiones del país, y obligaron a las autoridades a introducir poco más que algunas reformas. Pero el nombre de Túpac Amaru se convirtió en símbolo y bandera para posteriores insurrecciones indígenas y criollas; todavía en el siglo XX diversos movimientos guerrilleros revolucionarios reivindicaron su figura.
Biografía
Hijo del cacique Miguel Condorcanqui, nació Surimana o quizá en Tungasuca hacia 1738, y se educó con los jesuitas en el Colegio de San Bernardo de Cuzco. Durante un tiempo se dedicó al negocio del transporte entre las localidades de Tungasuca, Potosí y Lima, para lo cual contó con un contingente de varios centenares de mulas; hizo también fortuna en negocios de minería y tierras. Hombre educado y carismático, llegó a ser cacique de Tungasuca, Surimana y Pampamarca, y las autoridades reales le concedieron el título de marqués de Oropesa.
Su prestigio entre los indios y mestizos le permitió encabezar una rebelión contra las autoridades españolas del Perú en 1780; dicha rebelión (precedida por otras similares) estalló por el descontento de la población contra los abusos de los corregidores y contra los tributos, el reparto de mercaderías y las prestaciones obligatorias de trabajo que imponían los españoles (mitas y obrajes).
José Gabriel Condorcanqui adoptó el nombre de su ancestro Túpac Amaru (razón por la que sería conocido como Túpac Amaru II) como símbolo de rebeldía contra los colonizadores. Se presentó como restaurador y legítimo heredero de la dinastía inca y envió emisarios para extender la rebelión por todo el Perú. El levantamiento se dirigía contra las autoridades españolas locales, manteniendo al principio la ficción de lealtad al rey Carlos III. Sin embargo, no solamente los insistentes abusos de los corregidores, sino también la dureza de algunas de las recientes medidas impulsadas por la misma monarquía española (y las cargas económicas que implicaron para la población indígena) fueron el motor de la sublevación de Túpac Amaru II.
Las raíces de una crisis
Los levantamientos de finales del siglo XVIII, en especial en las regiones con una fuerte presencia indígena, fueron el preludio de la descomposición del imperio español en América. Debido a la penuria en que se hallaban las arcas públicas a causa de los conflictos internacionales, la corona española impuso una carga fiscal excesiva en sus dominios americanos. El despliegue reformista que transformó el viejo orden colonial entre los años 1776 y 1787, período en que José de Gálvez ocupó la Secretaría de Indias, tuvo consecuencias divergentes en los distintos territorios. En general, las nuevas medidas favorecieron el crecimiento de las economías portuarias vinculadas al comercio con España.
En cambio, sobre las regiones que habían sido hasta entonces centros neurálgicos del imperio, como Perú, el impacto fue más bien negativo. Las ciudades sufrieron un claro retroceso, como muestra el estancamiento de Lima, y se desencadenó una crisis económica, con caída de la industria y de la circulación monetaria, así como una gran inquietud social a causa de la fuerte presión fiscal, que castigó duramente a las clases campesinas y urbanas, atrapadas entre el descenso de sus ingresos y el alza de los precios. Las poblaciones indígenas, el eslabón más débil del sistema económico, no podían cumplir con estas imposiciones; sufrieron los abusos de los corregidores, y no encontrarían otro camino que enfrentarse a esa opresión con métodos violentos.
Túpac Amaru II
Al llegar a Lima el visitador José Antonio de Areche (enviado por José de Gálvez para ejecutar las nuevas medidas dictadas por la corona), se inició un sistemático aumento de los impuestos de alcabala y un reajuste de los impuestos aduaneros en el sur de Perú, lo cual produciría grandes dificultades comerciales. Por ejemplo, para ir de Arequipa al Cuzco había que pasar por territorio del Virreinato del Río de la Plata, porque Puno pertenecía a esa jurisdicción, y ello comportaba el pago de impuestos aduaneros. Por otra parte, una vez legalizado el reparto forzoso de mercaderías (la obligación de comprar mercancías al corregidor a precios injustamente altos), se intentó regular legalmente esta abusiva práctica comercial, restringiéndola a un tope que no podía ser excedido. No obstante, el corregidor Antonio Arriaga, encargado de los cacicazgos de José Gabriel Condorcanqui, había sobrepasado con creces dicho límite.
Los indígenas peruanos sufrían además la imposición del servicio personal forzoso o mita: periódicamente eran llamados y obligados a trabajar en las minas, en los campos, en las obras públicas y en el servicio doméstico a cambio de un salario irrisorio. Curiosamente, se concedían mitas para la construcción de casas para particulares porque se consideraba de "interés público", pero no así para el cultivo de determinadas plantas juzgadas dañinas, como la coca y la viña.
El sistema de mitas tuvo graves consecuencias, porque el traslado de la sierra al llano y del llano a la sierra de la población indígena (lo que se ha dado en llamar la "agresión climática") desencadenó una gran mortandad entre los indios peruanos; las aldeas se iban despoblando, de modo que a los supervivientes les tocaba cada vez con más frecuencia cumplir el servicio de mita. No eran los únicos en ser explotados: los que trabajaban en los obrajes (fábricas de tejidos) comenzaban su tarea al alba, no la interrumpían hasta que las mujeres les traían la comida y continuaban hasta que faltaba la luz solar, en una extenuante jornada.
La rebelión de Túpac Amaru
Ante este intolerable estado de cosas se produjeron numerosos alzamientos, de intensidad creciente, y que tuvieron escenarios y razones variadas; pero en Perú y en el territorio de la Audiencia de Charcas, las manifestaciones más o menos puntuales de descontento popular se transformarían en una sublevación general que sacudió los cimientos del orden colonial. Debe decirse que Túpac Amaru intentó primeramente promover, de forma pacífica, reformas que aliviasen la insoportable situación de sus protegidos. En 1776 se trasladó a Lima para solicitar que se exonerara a los indígenas de los servicios de mita y de la abusiva explotación que padecían en los obrajes. Pero todas sus reclamaciones fueron desatendidas y en 1778 volvió a su cacicazgo de Tungasuca.
La revuelta no se haría esperar. El alzamiento se inició el 10 de noviembre de 1780, con la ejecución del despótico corregidor Antonio Arriaga, que había sido apresado en Tinta por sus partidarios. Túpac Amaru lo mandó ajusticiar en la plaza de Tungasuca, ordenando asimismo la destrucción de diversos obrajes. Como respuesta inmediata, las autoridades de Cuzco enviaron una expedición punitiva formado por mil doscientos hombres, que cayó derrotada en Sangarará el 18 de noviembre.
Por razones difíciles de comprender, Túpac Amaru no intentó entonces el asalto definitivo a Cuzco, sino que regresó a Tungasuca, se autoinvistió de la dignidad de soberano legítimo del imperio incaico e intentó ingenuamente negociar la rendición de la ciudad. Mientras tanto, los llamamientos enviados a través de sus emisarios extendieron la revuelta por todo el Bajo y el Alto Perú y parte del virreinato del Río de la Plata, es decir, por la actual Bolivia, Perú y el norte de Argentina. Con razón la historiografía considera que la de Túpac Amaru fue la más importante insurrección del siglo XVIII contra el dominio español: su influencia se dejó sentir incluso en la revolución de los comuneros del virreinato de Nueva Granada (1781) y tuvo profundas repercusiones en toda la América española.
La reacción fue, como era previsible, militar y no diplomática. En enero de 1781, las fuerzas de Túpac Amaru II fueron rechazadas por los españoles en las inmediaciones de la antigua capital: el asedio de Cuzco había fracasado. A partir de entonces el movimiento se estancó y pasó a la defensiva. El virrey Agustín de Jáuregui mandó desde Lima un poderoso ejército de 17.000 hombres, al tiempo que desalentaba la rebeldía haciendo concesiones a los indios (como crear en la Audiencia una sala especial para atender sus quejas o limitar los poderes de los corregidores).
Derrota y ejecución
Apenas un mes antes de ser derrotado, Túpac Amaru envió una carta a las autoridades coloniales en la que expresaba tanto su preocupación por la situación de sus protegidos como su posición ideológica. En dicha misiva se aprecia la amplitud de sus conocimientos; se declara católico, recuerda la acción de Vespasiano y de Tito en la destrucción de Jerusalén, y compara a sus opresores con "ateístas, calvinistas y luteranos, enemigos de Dios"; detalla los abusos cometidos por los funcionarios, pide que los indígenas no sean reclutados como esclavos y que desaparezcan los malos corregidores y las encomiendas. Tras una minuciosa denuncia en torno a cada uno de los problemas planteados, basa su reclamación de justicia en el derecho indiano, del que era profundo conocedor, ya que había cursado estudios jurídicos en la Universidad de Chuquisaca.
En la noche del 5 al 6 de abril de 1781, el ejército virreinal asestó el golpe definitivo a los sublevados en la batalla de Checacupe. Túpac Amaru II se retiró a Combapata, pero fue traicionado por el criollo Francisco Santa Cruz, que lo entregó a los realistas junto con su familia. Para el líder de los rebeldes estaban reservadas, en los días que mediaron entre su captura y su ejecución, las torturas mandadas ejecutar por el implacable visitador José Antonio de Areche, cuya misión consistía en averiguar los nombres de los cómplices del vencido caudillo. Sin embargo, pese a los pocos miramientos que tuvo para con el prisionero, no obtuvo de Túpac Amaru sino esta noble respuesta: "Nosotros somos los únicos conspiradores: Vuestra Merced por haber agobiado al país con exacciones insoportables y yo por haber querido librar al pueblo de semejante tiranía."
Ejecución de Túpac Amaru
El 18 de mayo de 1781, conforme a la sentencia dictada cuatro días antes, el visitador Areche mandó ejecutar sañudamente, en presencia de Túpac Amaru, a la esposa, hijos y otros familiares y lugartenientes del cabecilla en la plaza de Cuzco. El propio Areche hubo de conceder que Túpac Amaru era "un espíritu de naturaleza muy robusta y de serenidad imponderable". Ello no fue óbice para que a continuación, convencido de que nunca lograría convertir a Túpac Amaru en delator, mandase al verdugo que le cortara la lengua, que le atasen las extremidades a gruesas cuerdas para que tirasen de ellas cuatro caballos y que se procediera a la descuartización. Así se hizo, pero las bestias no consiguieron durante largo rato desmembrar a la imponente víctima, por lo que Areche, según algunos piadosamente, según otros más airado que compadecido, decidió acabar con el inhumano espectáculo de la tortura ordenando que le cortaran la cabeza.
Cumplida la sentencia, se envió cada parte de su cuerpo a un pueblo de la zona rebelde, en un intento de dar a la ejecución un valor ejemplarizante. Aunque la revuelta continuó durante algún tiempo más (encabezada por un primo y un sobrino de Túpac Amaru) y algunas otras le siguieron, ninguna llegaría a revestir especial gravedad, y en este sentido la muerte de Túpac Amaru marcó el fin de un ciclo de levantamientos indígenas anticoloniales. Durante mucho tiempo algunos historiadores situaron en esta rebelión el inicio de la independencia del Perú; hoy posiblemente no se pueda ser tan enfático, puesto que se debe tener en cuenta que en el proceso de independencia intervinieron otros factores, como la conciencia de los criollos acerca de sus derechos de autogobierno. En cualquier caso, es innegable que el levantamiento de Túpac Amaru II tuvo un carácter plural, ya que en sus filas confluyeron indígenas, mestizos, criollos e incluso españoles, una integración que fue un paso importante para el logro de la futura emancipación.
viernes, 30 de octubre de 2020
30 DE OCTUBRE DE 2017 MUERE DANIEL VIGLIETTI
30 DE OCTUBRE DE 2017 MUERE
DANIEL VIGLIETTI
domingo, 25 de octubre de 2020
ROBERTO FONTANARROSA MAMA
ROBERTO FONTANARROSA
MAMA
A mi mamá le gustaba mucho el trago. No puedo decir que tomaba una barbaridad, pero, a veces, cuando a la noche se acercaba a darme un beso, yo podía percibir su aliento pesado por el alcohol. Ella siempre me besaba antes de irse a dormir. Yo era chico, estoy hablando de cuando tenía 8 o 9 años. Ella se quedaba viendo televisión hasta tarde y, antes de ir a acostarse, venía y me daba un beso. Nunca dejaba de hacerlo. En la mayoría de los casos yo fingía dormir. O, si estaba dormido, habitualmente ella me despertaba sin querer porque se tropezaba contra los muebles en la semipenumbra. Tampoco podría precisar cuándo fue que ella empezó a beber con mayor asiduidad. Cuando nuestro padre vivía con nosotros, mamá casi no tomaba. En el almuerzo solía llenar su vaso con soda y luego coloreaba la soda con un chorrito mínimo de vino. Cuidadosamente, como si fuera un químico elaborando una fórmula altamente explosiva. Pero lo cierto es que, esas noches, en ocasiones, yo podía adivinar cuándo se asomaba a la puerta de mi cuarto por el aliento. Me llegaba una vaharada espesa a vino común. Así y todo, me gustaba mucho que viniera a darme un beso. Además, musitaba algo, como una plegaria o una bendición, que yo no llegaba a escuchar, pero agradecía.
Bebía a escondidas o, al menos, no lo hacía abiertamente frente a mí. Seguía tomando el vaso de soda coloreada al mediodía y también a la noche, pero nada más que eso. No sé si tomaría frente a Alcira, la señora que venía una vez a a la semana a planchar, o en compañía de Zulema, la vecina del segundo piso, pero al menos frente a mí conservaba cierto recato. Poco tiempo después, cuando yo regresaba de la secundaria, había ocasiones en que la encontraba tirada en el gallinero. Tenía un gallinero que compartíamos con Zulema, en uno de los ángulos de la terraza. Varias veces la encontré a mamá tirada entre las gallinas, que la picoteaban. No era lindo de ver. Las gallinas le ensuciaban encima, o ella se ensuciaba con la caca de las gallinas y, además, se le llenaba el vestido de plumas. Yo no sabía bien qué hacer en esas ocasiones. Al principio me volvía al departamento y me hacía la leche yo solo, para no ponerla en el difícil trance de explicarme su situación. Pero una vez, enojado, la zamarreé hasta despertarla. Me dijo que se había dormido sin querer, mientras buscaba huevos para la noche; que el sol estaba muy lindo allí en la terraza. Pero olía espantoso y no sé dónde metía las botellas.
Compraba, recuerdo, licor de huevo al chocolate. Las borracheras con licor de huevo al chocolate son terribles, devastadoras. Había días en que amanecía verde, descompuesta, con un dolor de cabeza infernal. Me decía que había tomado una copita de licor de huevo y le había caído mal. Que el hígado le latía. Siempre recuerdo esa expresión suya, «que el hígado le latía». Era muy ocurrente para hablar, muy divertida. Pero yo veía, en el cajón de basura, cómo se acumulaban las botellas. se escondía para beber. A veces mirábamos televisión —a ella le gustaba muchísimo el programa de Pipo Mancera— y de pronto se iba al baño. Sabía que el baño era un lugar eminentemente privado y que yo no me iba a atrever a espiarla allí, como sí lo había hecho una vez cuando ella se metió debajo de la mesa del living con la excusa de buscar un carretel de hilo que se le había caído. Alcé el mantel y la sorprendí con una petaca.
Me empecé a preocupar realmente cuando se tomó una botella de alcohol Abeja, un alcohol para desinfectar lastimaduras. Mamá era increíblemente dulce conmigo. Un día yo me corté un dedo recortando figuritas con la tijera. Desde chico me gustó recortar figuritas de la revista de modas. De los figurines, como decía ella. Me salía bastante sangre. La yema del dedo siempre sangra mucho. Ella vino corriendo con gasa y la botella de alcohol. Me puso alcohol en el dedo y después, directamente del pico del frasco, se tomó un trago. «¡Mamá!», la alerté. Mi padre nos retaba cuando nosotros bebíamos directamente del pico, aun siendo gaseosas. «Es que me ponés nerviosa», me dijo. Pero después se tomó todo lo que quedaba en el frasco. Sin embargo, no dio señales de que le hubiese caído mal ni mucho menos. Tenía bastante conducta alcohólica con el Abeja. No así con el perfume. Un día la acompañé a una perfumería, después de ir al cine. A ella le gustaba mucho el cine, en especial las películas de piratas. Vio tres veces Todos los hermanos eran valientes. Conozco mucha gente que ha visto tres veces una misma película. Pero ella la vio en un mismo día. Me dijo que quería comprarse un perfume. A la vendedora le pidió alguno que fuera frutado. Yo no creo que mamá tuviese un gusto refinado para los vinos. Se había hecho, lógicamente, dentro de los parámetros de la clase media. Y mi padre no pasaba de los vinos Chamaquito, Copiapó o Fuerte del Rey. Yo la veía aparecer a mamá oliendo a perfume y nunca sabía si se lo había puesto o se lo había tomado. O las dos cosas. Era difícil, sin embargo, verla dando pena o tambaleante. Se dormía con facilidad, eso sí, como en el caso con las gallinas, o se le ponía un poquito pesada la lengua, pero nada más. Podría afirmar, por ejemplo, que nunca me hizo pasar un papelón en alguna fiesta familiar. Yo detectaba un cierto cuidado, una cierta atención especial hacia ella de parte de mis tías o de abuela Alicia, como decir: «Sacale la copa a Dora» o «Decile a Dora que pare», pero nada más. Algún codazo intencionado, a veces, cuando mamá preguntaba por el clericó. Eso sí, se reía con mucha facilidad cuando tomaba, lo que no dejaba de ser, por otra parte, un costado simpático de su personalidad. Admito que hubo una especie de nervio y hasta una suerte de incomodidad en mi tío Adalberto, durante un almuerzo improvisado en casa de Chuco y Popola, cuando mamá no pudo parar de reírse en toda la sobremesa, aunque acabábamos de llegar del entierro de tía Clorinda. Pero era una mujer encantadora.
En verdad encantadora. Siempre alegre, siempre dispuesta, pese a todos los problemas que vivimos y al asunto de papá, antes de que se fuera de casa. A la que no le gustaba nada el asunto era a Elenita, mi hermana. Obvié contar que tengo una hermana mayor que se llama Elena. Ella se ponía fatal cuando pasaban esas cosas, no soportaba que mamá bebiera como no lo soportaba a papá, tampoco, por otras razones. En el caso de papá, creo que tenía algo de razón. Con mamá, en cambio, era excesivamente dura. Un psicólogo me dijo que mi hermana reclamaba lo que a ella le correspondía.
No sé si coincido demasiado con eso. Por suerte, nunca Elenita encontró a mamá tirada entre las gallinas en el gallinero. Lo que pasa es que mi hermana nunca subía a la terraza, porque decía que le tenía terror a las alturas y porque aún conserva una extraña alergía a los animales con plumas. Veía un pollo y se brotaba. Si comía algo que incluyera gallina, se hinchaba como un globo.
Aunque no supiera que el plato contenía gallina, lo mismo se hinchaba, con lo que quiero decir que no era algo meramente psicológico. Un día, tía Chuco, pobre, desconociendo el problema de Elena, le regaló una gallinita de chocolate para Pascuas, y a mi hermana la salvaron con un Decadrón. Se le había hinchado tanto la cara que parecía una japonesa. Los ojos eran dos tajos. Ella, justamente, que siempre ha presumido de tener ojos muy lindos. Pero mamá le caía muy bien a todo el mundo. En realidad, el problema de mamá no era el alochol. Era el cigarrillo.
Fumar sí, lo hacía públicamente. En eso diría que fue una adelantada del feminismo. Una activista. Ella me contaba que fumaba desde los 11 años, a instancias de su padre, que tenía un puesto alto en el ferrocarril Mitre. El padre la convidó con un cigarro de hoja, muy fuerte, justamente para que le desagradara y nunca más probara el tabaco, pero ella se envició. Había momentos en que eso sí me molestaba, porque fumaba mientras comía.
Dejaba el cigarrillo —fumaba Marvel cortos, negros, sin filtro—, cortaba un pedazo de milanesa, por ejemplo; lo masticaba, lo tragaba y le pegaba otra pitada al cigarrillo. Tenía el dedo índice y el anular de la mano derecha amarillos por la nicotina, casi verdes.
Había veces en que mi padre le reprochaba que fumara durante la comida, agitando la mano exageradamente frente a su cara, como apartando el humo. «Es mi único vicio», decía mamá. Y en esos momentos era verdad, pues creo que ella empezó a beber vodka y ginebra después de que se marchó mi padre, sin que nadie supiera muy bien por qué. Y no pienso que mamá se lanzara a la bebida para olvidar el abandono de mi padre. Creo que, simplemente, se sintió liberada y ya pudo hacerlo sin mayores complejos ni presiones, salvo la actitud recriminatoria de Elena. Elena a veces se levantaba antes de la mesa, molesta por el humo. Se hacía la que tosía, incluso, para que no la retaran reclamándole que comiera el postre.
Elena fue siempre muy dramática, muy histriónica. En casa éramos de una clase media típica. Pero de aquellos tiempos, cuando la clase media vivía bien, cómoda, tranquila. Al mediodía comíamos tres platos, por ejemplo. Una sopa de entrada, el plato fuerte y el postre, que casi siempre era fruta o queso y dulce. Elena tosía, se levantaba y se iba. Siempre fue un poco teatral mi hermana. Para empezar a fumar, mamá aprovechaba cuando la sopa estaba bien caliente y echaba humo. Suponía que el humo de sus cigarrillos se mezclaba con el de la sopa y así se disimulaba.
Sin embargo, no era abusiva. No era una persona a la que le importara muy poco lo que pasaba a su alrededor, con sus semejantes. La prueba es que se ofrecía, en ocasiones, a ir a leerles a los enfermos. El problema es que les leía sólo lo que le gustaba a ella y tuvo una agarrada muy fuerte con un estibador que había perdido una pierna al caérsele encima una grúa portuaria, y a quien mamá insistía en leerle Mujercitas, de Luisa M. Alcott. Digamos —para que quede claro— cuando papá y Elena insistieron con sus quejas por el hecho de que mamá fumaba en la mesa, dejó de hacerlo. Así de simple. Dejó de hacerlo. Fue cuando empezó a mascar tabaco, una costumbre que yo creía desaparecida con los últimos arrieros. Cuando compraba la fruta, mamá se traía para ella unas hojas de tabaco, las plegaba, se las metía en la boca y comenzaba a masticarlas. Es cierto, no producía humo, pero llegaba un momento en que se le escapaba un hilo de saliva marrón verdoso por la comisura de los labios, que me desagradaba mucho. Debo reconocer que siempre he sido un tipo bastante sensible. Y de chico, más.
Con el tiempo, mamá volvió a fumar. Le molestaba tener que ir a escupir al baño cada tanto, mientras masticaba tabaco, ya que, cuidadosa, no quería hacerlo frente a nosotros. Apunto que era muy obsesiva con el cuidado de la casa. Enormemente prolija, muy aficionada a los mantelitos calados, a las cortinas con encajes, a los macramés, a las puntillas. Bordaba muy bien. A mí me gustaba mirarla por las noches acostado en su cama, escuchando en la radio el Radioteatro Palmolive del Aire, mientras ella bordaba pañuelitos, masticando tabaco.
Era muy hábil para las manualidades. Después empezó a armar sus propios cigarrillos. Al terminar el almuerzo se recostaba en una reposera, en el patio, y empezaba a armar los cigarrillos. Tenía su propio papel, su propio tabaco. Era lindo mirarla mientras humedecía con saliva el borde del papel, apretaba el cilindrito como si fuera un canelón minúsculo, lo encendía, entrecerraba los ojos en tanto el humo subía. Empezó a hacer eso, es claro, cuando tuvo más tiempo, cuando ya papá se había ido y tampoco le aceptaban tanto que fuera a leerles a los enfermos. Toda una sala del Clemente Alvarez había hecho una huelga de hambre contra su presencia. Llegaron a organizar una marcha de protesta contra mamá, un tanto injustamente, porque ella tenía la mejor de las voluntades.
En esa marcha un anciano, a poco de intentar caminar, sufrió la dolorosa revelación de descubrir que le habían amputado una pierna, lo que provocó más animosidad contra mi madre. Pero a ella no le importaba demasiado. Le bastaba tenernos a mí y a mi hermana, pese a que Elena también se iría poco tiempo después, cuando mamá le tomó —le bebió, digamos— un perfume carísimo que le había regalado su primer novio, el imbécil de Gogo Santiesteban.
Por cierto, cuando se le dio por fumar toscanitos Génova, el aliento que tenía por las noches, cuando se acercaba a darme el beso de despedida, era insoportable. Es duro decirlo, pero es así. Era como si hubiesen destapado una cisterna cenagosa, con agua estancada, con aguas servidas, una mezcla de solución biliosa con aroma a animal muerto.
Era feo. Con el tiempo le daban accesos de tos muy fuertes. Ella decía que era culpa de la pelusa de las bolitas de los paraísos, esos árboles que, en verdad, le han arruinado los pulmones a más de un rosarino. Y luego, años después, le echaba la culpa a ese polvillo que llegaba desde el puerto, cuando los barcos cargaban cereal, no sé cómo le llaman. Tomaba miel, entonces, para suavizarse la garganta. Comía pastillas de oruzus. O iba a buscar huevos a la terraza para mezclarlos con coñac y quitarse la carraspera, y allí es cuando yo solía encontrarla tirada en el gallinero. Tenía linda voz mamá, muy cristalina, y solía cantar una canción que hablaba de la hija de un viejito guardafaros, que era la princesita de aquella soledad. O esa otra que decía «en qué se mete, la chica del diecisiete».
Pero se negaba a culpar al tabaco por su tos, cuando parecía que iba a escupir los dos pulmones a cada momento. Se le salían los ojos de las órbitas y lagrimeaba. Nunca la vi lagrimear por otra cosa a ella. Era muy alegre y ponía al mal tiempo buena cara. De inmediato mezclaba coñac con leche bien caliente, y decía que eso le calmaría la picazón de garganta, producida por las bolitas de paraíso.
Yo sabía perfectamente que ése era un remedio para bajar la fiebre, pero ella se tomaba tres o cuatro vasos y luego me decía que se sentía mejor. Cantaba para demostrármelo. Pero son cosas que, tarde o temprano, afectan a una persona. Tiempo después, de grande, a mamá se le habían caído dos uñas de los dedos de la mano derecha por la nicotina y al respirar se le escuchaba un crujido, como el que hace un sillón de mimbre al recibir el peso de una persona. Se agitaba con facilidad y casi no podía subir los veinte escalones hasta le terraza. Sin embargo, sin embargo, yo creo que el problema de mamá no era el tabaco. Era el juego.
Ella sostenía que nunca jugaban por plata, con sus amigas, tía Eve, Zulema y las hermanitas Mendoza. Se encontraban una vez a la semana en casa de Zulema, casi siempre, y jugaban a la canasta uruguaya. se pasaban, a veces, seis o siete horas jugando. «Es mi único vicio», decía mamá, y tal vez fuera cierto. Ella decía que el vino y el tabaco constituían, apenas, rasgos de personalidad.
Lo cierto es que muchas veces desaparecían cosas de casa. Adornos, jarrones, espejos o ropa de ella misma, y yo estoy seguro de que eso sucedía porque eran cosas que perdía en el juego con sus amigas. Reconocí, un día, un prendedor con forma de lagarto, muy lindo, verdecito, que le había regalado mi padre para el Día del Empleado Bancario, en la pechera de Marilú, una de las hermanas Mendoza.
Yo no me animé a decir nada, pero mi hermana sí le preguntó, y Marilú dijo que se lo habían regalado, que eran muy comunes. Que si uno en Casa Tía, por ejemplo, compraba cosas por más de un determinado valor, le regalaban uno de esos prendedores de lagarto. Era difícil de creer. Como cuando Zulema apareció con una estola, una boa símil zorro que a mí me impresionaba de chico porque tenía la cabeza disecada del animal sacando un poco la lengua que, sin lugar a dudas, era la misma boa que había sido de mamá. Mamá me dijo que se la había regalado a Zulema para su cumpleaños, pero yo no le creí. Lo mismo pasó con la bicicleta de Elena y creo que ésa fue otra de las cosas que mi hermana no pudo digerir y la llevó a irse de la casa. Aunque, en rigor de verdad, mi hermana ya hacía mucho que había dejado de andar en bicicleta cuando sucedió aquel asunto, pero lo mismo se enojó.
Para mamá fue un golpe fuerte cuando le prohibieron la entrada al otro hospital, el Vilela. Ya en el Clemente Alvarez le impedían leerles a los enfermos, a partir de aquel problema con el portuario, y más que nada cuando decidió leerle La peste, de Camus, a un grupo que estaba en terapia intensiva. Entonces optó por ir al Vilela y jugar a los naipes con los internados, para entretenerlos. Supe que eso iba por mal camino cuando volvió a casa con un papagayo enlozado, casi nuevo. Me negó que se lo hubiera ganado a un tuberculoso en una partida de monte criollo. Insistía en que se lo había regalado un viejito nefrítico que estaba enamorado de ella. Admito que, de última, se había vuelto bastante mentirosa. «Imaginativa», decía ella, riéndose de mis reproches. Porque siempre me negó que ella jugara con los enfermos por dinero. Pero solía ganarles cosas valiosas a los pobres viejos. Bastones, piyamas, radios portátiles, cosas que significaban mucho para ellos. «Me sorprende de vos —le dije un día—. Siempre fuiste una persona muy buena y amable con la gente.» Se puso seria. «Son viejos enfermos, terminales algunos, indefensos», le insistí. Fue la primera vez, podría jurarlo, que percibí una arista dura en sus palabras. «Las deudas de juego se pagan», me dijo, y encendió un Avanti.
Cuando perdimos el departamento y debimos mudarnos a uno mucho más chico, fue demasiado para mí. Ella decía que mi padre y Elena ya no estaban con nosotros, y que era al divino botón mantener un departamento tan grande como el de la calle Catamarca. Que a ella le costaba mucho cuidarlo, limpiarlo y arreglarlo. Pero yo sabía que eran todas mentiras. Que había perdido el departamento en una partida de pase inglés jugando en el subsuelo del Club Náutico Avellaneda. Me fui a vivir, entonces, con Mario, un amigo. Me costó sangre, porque he querido muchísimo a mi madre. Aún la quiero.
La última vez que la vi la noté mal. No nos vemos muy a menudo. Está muy encorvada, los ojos salidos de las órbitas y su piel luce un color grisáceo arratonado. Sigue, de todos modos, siendo una persona encantadora, de risa fácil y trato jovial. La vi tan desmejorada que me tomé el atrevimiento de llamar al doctor Pruneda para preguntarle por su salud. El doctor Pruneda me tranquilizó. Me dijo que mamá está muy bien. Demasiado bien para sus vicios. Pero me dijo que el problema de ella no es el alcohol ni el tabaco ni el juego. Y me dio el nombre de una enfermedad. Ninfomanía, me dijo. Y reconozco que no quise averiguar nada más. Incluso ni siquiera le pregunté a Carlos, que está estudiando medicina y hubiera podido explicarme. Pero él se pone como loco cuando le toco el tema de mi familia. No sé, por lo tanto, qué significa esa palabra que me dijo el médico ni quiero saberlo. Temo enterarme de que a mi madre le queda poco tiempo de vida. Y prefiero guardar en mi memoria, en el recuerdo, esa imagen que siempre he tenido de ella. Esplendorosa, vital, encantadora, cariñosa y alegre.
sábado, 24 de octubre de 2020
24 DE OCTUBRE DE 1978 MUERE FRANCISCO LUIS BERNÁRDEZ
24 DE OCTUBRE DE 1978 MUEREFRANCISCO LUIS BERNÁRDEZ
24 DE OCTUBRE DE 1886 NACE DELMIRA AGUSTINI
24 DE OCTUBRE DE 1886 NACE DELMIRA AGUSTINI
martes, 20 de octubre de 2020
2O DE OCTUBRE DE 1946 NACE ELFRIEDE JELINEK
2O DE OCTUBRE DE 1946 NACE
ELFRIEDE JELINEK
. Su obra, transgresora y radical, se caracteriza por tratar con dureza temas como la violencia de género, las relaciones familiares opresivas o el pasado político de su país. Su propósito es luchar contra cualquier clase de autoridad y denunciar los abusos de poder en nuestra sociedad, sin renunciar por ello a un estilo preciso y lleno de contrastes.
jueves, 15 de octubre de 2020
15 DE OCTUBRE DE 1844 NACE: FRIEDRICH NIETZSCHE
15 DE OCTUBRE DE 1844 NACE:
FRIEDRICH NIETZSCHE
(Röcken, actual Alemania, 1844-Weimar, id., 1900) Filósofo alemán, nacionalizado suizo. Su abuelo y su padre fueron pastores protestantes, por lo que se educó en un ambiente religioso. Tras estudiar filología clásica en las universidades de Bonn y Leipzig, a los veinticuatro años obtuvo la cátedra extraordinaria de la Universidad de Basilea; pocos años después, sin embargo, abandonó la docencia, decepcionado por el academicismo universitario. En su juventud fue amigo de Richard Wagner, por quien sentía una profunda admiración, aunque más tarde rompería su relación con él.
La vida del filósofo fue volviéndose cada vez más retirada y amarga a medida que avanzaba en edad y se intensificaban los síntomas de su enfermedad, la sífilis. En 1882 pretendió en matrimonio a la poetisa Lou Andreas Salomé, por quien fue rechazado, tras lo cual se recluyó definitivamente en su trabajo. Si bien en la actualidad se reconoce el valor de sus textos con independencia de su atormentada biografía, durante algún tiempo la crítica atribuyó el tono corrosivo de sus escritos a la enfermedad que padecía desde joven y que terminó por ocasionarle la locura.
Los últimos once años de su vida los pasó recluido, primero en un centro de Basilea y más tarde en otro de Naumburg, aunque hoy es evidente que su encierro fue provocado por el desconocimiento de la verdadera naturaleza de su dolencia. Tras su fallecimiento, su hermana manipuló sus escritos, aproximándolos al ideario del movimiento nazi, que no dudó en invocarlos como aval de su ideología; del conjunto de su obra se desprende, sin embargo, la distancia que lo separa de ellos.
Entre las divisiones que se han propuesto para las obras de Nietzsche, quizá la más sincrética sea la que distingue entre un primer período de crítica de la cultura y un segundo período de madurez en que sus obras adquieren un tono más metafísico, al tiempo que se vuelven más aforísticas y herméticas. Si el primer aspecto fue el que más impacto causó en su época, la interpretación posterior, a partir de Heidegger, se ha fijado, sobre todo, en sus últimas obras.
Como crítico de la cultura occidental, Nietzsche considera que su sentido ha sido siempre reprimir la vida (lo dionisíaco) en nombre del racionalismo y de la moral (lo apolíneo); la filosofía, que desde Platón ha transmitido la imagen de un mundo inalterable de esencias, y el cristianismo, que propugna idéntico esencialismo moral, terminan por instaurar una sociedad del resentimiento, en la que el momento presente y la infinita variedad de la vida son anulados en nombre de una vida y un orden ultraterrenos, en los que el hombre alivia su angustia.
Su labor hermenéutica se orienta en este período a mostrar cómo detrás de la racionalidad y la moral occidentales se hallan siempre el prejuicio, el error o la mera sublimación de los impulsos vitales. La «muerte de Dios» que anuncia el filósofo deja al hombre sin la mezquina seguridad de un orden trascendente, y por tanto enfrentado a la lucha de distintas voluntades de poder como único motor y sentido de la existencia. El concepto de voluntad de poder, perteneciente ya a sus obras de madurez, debe interpretarse no tanto en un sentido biológico como hermenéutico: son las distintas versiones del mundo, o formas de vivirlo, las que se enfrentan, y si Nietzsche ataca la sociedad decadente de su tiempo y anuncia la llegada de un superhombre, no se trata de que éste posea en mayor grado la verdad sobre el mundo, sino que su forma de vivirlo contiene mayor valor y capacidad de riesgo.
Otra doctrina que ha dado lugar a numerosas interpretaciones es la del eterno retorno, según la cual la estructura del tiempo sería circular, de modo que cada momento debería repetirse eternamente. Aunque a menudo Nietzsche parece afirmar esta tesis en un sentido literal, ello sería contradictorio con el perspectivismo que domina su pensamiento, y resulta en cualquier caso más sugestivo interpretarlo como la idea regulativa en que debe basarse el superhombre para vivir su existencia de forma plena, sin subterfugios, e instalarse en el momento presente, puesto que si cada momento debe repetirse eternamente, su fin se encuentra tan sólo en sí mismo, y no en el futuro.
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