ROBERTO JUARROZ
POESÍA VERTICAL
[1958]
1
Una red de mirada
mantiene unido al mundo
no lo deja caerse.
Y aunque yo no sepa qué pasa con los ciegos,
mis ojos van a apoyarse en una espalda
que puede ser de dios.
Sin embargo,
ellos buscan otra red, otro hilo
que anda cerrando ojos con un traje prestado
y descuelga una lluvia ya sin suelo ni cielo.
Mis ojos buscan eso
que nos hace sacarnos los zapatos
para ver si hay algo más sosteniéndonos debajo
o inventar un pájaro
para averiguar si existe el aire
o crear un mundo
para saber si hay dios
o ponernos el sombrero
para comprobar que existimos.
,
martes, 13 de enero de 2015
HORACIO QUIROGA
LA GALLINA DEGOLLADA
Todo el día, sentados en el patio, en un banco estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos, y volvían la cabeza con la boca abierta.
El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.
Otra veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.
El mayor tenía doce años y el menor, ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.
Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo. ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?
Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció bella y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesional que está visiblemente buscando las causas del mal en las enfermedades de los padres.
Después de algunos días los miembros paralizados recobraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se habían ido del todo; había quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.
—¡Hijo, mi hijo querido! —sollozaba ésta, sobre aquella espantosa ruina de su primogénito.
El padre, desolado, acompañó al médico afuera.
—A usted se le puede decir: creo que es un caso perdido. Podrá mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.
—¡Sí!... ¡Sí! —asentía Mazzini—. Pero dígame: ¿Usted cree que es herencia, que...?
—En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar detenidamente.
Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.
Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació éste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente el segundo hijo amanecía idiota.
Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. ¡Luego su sangre, su amor estaban malditos! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no pedían más belleza e inteligencia como en el primogénito; ¡pero un hijo, un hijo como todos!
Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.
Mas por encima de su inmensa amargura quedaba a Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo, abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse sólo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada más.
Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora descendencia. Pero pasados tres años desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.
No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba en razón de su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese momento cada cual había tomado sobre sí la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias que habían nacido de ellos echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.
Iniciáronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a más del insulto había la insidia, la atmósfera se cargaba.
—Me parece —díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos—que podrías tener más limpios a los muchachos.
Berta continuó leyendo como si no hubiera oído.
—Es la primera vez —repuso al rato— que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.
Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:
—De nuestros hijos, ¿me parece?
—Bueno, de nuestros hijos. ¿Te gusta así? —alzó ella los ojos.
Esta vez Mazzini se expresó claramente:
—¿Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?
—¡Ah, no! —se sonrió Berta, muy pálida— ¡pero yo tampoco, supongo!... ¡No faltaba más!... —murmuró.
—¿Qué no faltaba más?
—¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería decir.
Su marido la miró un momento, con brutal deseo de insultarla.
—¡Dejemos! —articuló, secándose por fin las manos.
—Como quieras; pero si quieres decir...
—¡Berta!
—¡Como quieras!
Éste fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las inevitables reconciliaciones, sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.
Nació así una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando siempre otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieron en ella toda su complaciencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mimo y la mala crianza.
Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que la hubieran obligado a cometer. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo mismo. No por eso la paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de su descendencia podrida. Habían acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no quedara distendido, y al menor contacto el veneno se vertía afuera. Desde el primer disgusto emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona. Antes se contenían por la mutua falta de éxito; ahora que éste había llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro engendros que el otro habíale forzado a crear.
Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca. Pasaban todo el día sentados frente al cerco, abandonados de toda remota caricia. De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura tuvo algún escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota, tornó a reabrir la eterna llaga.
Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue, como casi siempre, los fuertes pasos de Mazzini.
—¡Mi Dios! ¿No puedes caminar más despacio? ¿Cuántas veces...?
—Bueno, es que me olvido; ¡se acabó! No lo hago a propósito.
Ella se sonrió, desdeñosa: —¡No, no te creo tanto!
—Ni yo jamás te hubiera creído tanto a ti... ¡tisiquilla!
—¡Qué! ¿Qué dijiste?...
—¡Nada!
—¡Sí, te oí algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a tener un padre como el que has tenido tú!
Mazzini se puso pálido.
—¡Al fin! —murmuró con los dientes apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías!
—¡Sí, víbora, sí! Pero yo he tenido padres sanos, ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Esos son hijos tuyos, los cuatro tuyos!
Mazzini explotó a su vez.
—¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón picado, víbora!
Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita selló instantáneamente sus bocas. A la una de la mañana la ligera indigestión había desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto infames fueran los agravios.
Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba escupió sangre. Las emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra.
A las diez decidieron salir, después de almorzar. Como apenas tenían tiempo, ordenaron a la sirvienta que matara una gallina.
El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia (Berta había aprendido de su madre este buen modo de conservar la frescura de la carne), creyó sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación... Rojo... rojo...
—¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina.
Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni aun en esas horas de pleno perdón, olvido y felicidad reconquistada, podía evitarse esa horrible visión! Porque, naturalmente, cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritado era su humor con los monstruos.
—¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!
Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco.
Después de almorzar salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires y el matrimonio a pasear por las quintas. Al bajar el sol volvieron; pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija escapóse enseguida a casa.
Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca.
De pronto algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, quería observar por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa la cresta. Quería trepar, eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla desfondada, pero aun no alcanzaba. Recurrió entonces a un cajón de kerosene, y su instinto topográfico hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.
Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio, y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse más.
Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana mientras creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.
—¡Soltáme! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.
—¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del borde, pero sintióse arrancada y cayó.
—Mamá, ¡ay! Ma. . . —No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo.
Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz de su hija.
—Me parece que te llama—le dijo a Berta.
Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron más. Con todo, un momento después se despidieron, y mientras Berta iba dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.
—¡Bertita!
Nadie respondió.
—¡Bertita! —alzó más la voz, ya alterada.
Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló de horrible presentimiento.
—¡Mi hija, mi hija! —corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta entornada, y lanzó un grito de horror.
Berta, que ya se había lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre, oyó el grito y respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como la muerte, se interpuso, conteniéndola:
—¡No entres! ¡No entres!
Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre. Sólo pudo echar sus brazos sobre la cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.
Cuentos de amor de locura y de muerte, 1917
LA GALLINA DEGOLLADA
Todo el día, sentados en el patio, en un banco estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos, y volvían la cabeza con la boca abierta.
El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.
Otra veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.
El mayor tenía doce años y el menor, ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.
Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo. ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?
Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció bella y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesional que está visiblemente buscando las causas del mal en las enfermedades de los padres.
Después de algunos días los miembros paralizados recobraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se habían ido del todo; había quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.
—¡Hijo, mi hijo querido! —sollozaba ésta, sobre aquella espantosa ruina de su primogénito.
El padre, desolado, acompañó al médico afuera.
—A usted se le puede decir: creo que es un caso perdido. Podrá mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.
—¡Sí!... ¡Sí! —asentía Mazzini—. Pero dígame: ¿Usted cree que es herencia, que...?
—En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar detenidamente.
Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.
Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació éste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente el segundo hijo amanecía idiota.
Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. ¡Luego su sangre, su amor estaban malditos! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no pedían más belleza e inteligencia como en el primogénito; ¡pero un hijo, un hijo como todos!
Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.
Mas por encima de su inmensa amargura quedaba a Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo, abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse sólo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada más.
Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora descendencia. Pero pasados tres años desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.
No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba en razón de su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese momento cada cual había tomado sobre sí la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias que habían nacido de ellos echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.
Iniciáronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a más del insulto había la insidia, la atmósfera se cargaba.
—Me parece —díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos—que podrías tener más limpios a los muchachos.
Berta continuó leyendo como si no hubiera oído.
—Es la primera vez —repuso al rato— que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.
Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:
—De nuestros hijos, ¿me parece?
—Bueno, de nuestros hijos. ¿Te gusta así? —alzó ella los ojos.
Esta vez Mazzini se expresó claramente:
—¿Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?
—¡Ah, no! —se sonrió Berta, muy pálida— ¡pero yo tampoco, supongo!... ¡No faltaba más!... —murmuró.
—¿Qué no faltaba más?
—¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería decir.
Su marido la miró un momento, con brutal deseo de insultarla.
—¡Dejemos! —articuló, secándose por fin las manos.
—Como quieras; pero si quieres decir...
—¡Berta!
—¡Como quieras!
Éste fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las inevitables reconciliaciones, sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.
Nació así una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando siempre otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieron en ella toda su complaciencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mimo y la mala crianza.
Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que la hubieran obligado a cometer. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo mismo. No por eso la paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de su descendencia podrida. Habían acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no quedara distendido, y al menor contacto el veneno se vertía afuera. Desde el primer disgusto emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona. Antes se contenían por la mutua falta de éxito; ahora que éste había llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro engendros que el otro habíale forzado a crear.
Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca. Pasaban todo el día sentados frente al cerco, abandonados de toda remota caricia. De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura tuvo algún escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota, tornó a reabrir la eterna llaga.
Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue, como casi siempre, los fuertes pasos de Mazzini.
—¡Mi Dios! ¿No puedes caminar más despacio? ¿Cuántas veces...?
—Bueno, es que me olvido; ¡se acabó! No lo hago a propósito.
Ella se sonrió, desdeñosa: —¡No, no te creo tanto!
—Ni yo jamás te hubiera creído tanto a ti... ¡tisiquilla!
—¡Qué! ¿Qué dijiste?...
—¡Nada!
—¡Sí, te oí algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a tener un padre como el que has tenido tú!
Mazzini se puso pálido.
—¡Al fin! —murmuró con los dientes apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías!
—¡Sí, víbora, sí! Pero yo he tenido padres sanos, ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Esos son hijos tuyos, los cuatro tuyos!
Mazzini explotó a su vez.
—¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón picado, víbora!
Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita selló instantáneamente sus bocas. A la una de la mañana la ligera indigestión había desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto infames fueran los agravios.
Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba escupió sangre. Las emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra.
A las diez decidieron salir, después de almorzar. Como apenas tenían tiempo, ordenaron a la sirvienta que matara una gallina.
El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia (Berta había aprendido de su madre este buen modo de conservar la frescura de la carne), creyó sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación... Rojo... rojo...
—¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina.
Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni aun en esas horas de pleno perdón, olvido y felicidad reconquistada, podía evitarse esa horrible visión! Porque, naturalmente, cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritado era su humor con los monstruos.
—¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!
Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco.
Después de almorzar salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires y el matrimonio a pasear por las quintas. Al bajar el sol volvieron; pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija escapóse enseguida a casa.
Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca.
De pronto algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, quería observar por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa la cresta. Quería trepar, eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla desfondada, pero aun no alcanzaba. Recurrió entonces a un cajón de kerosene, y su instinto topográfico hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.
Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio, y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse más.
Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana mientras creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.
—¡Soltáme! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.
—¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del borde, pero sintióse arrancada y cayó.
—Mamá, ¡ay! Ma. . . —No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo.
Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz de su hija.
—Me parece que te llama—le dijo a Berta.
Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron más. Con todo, un momento después se despidieron, y mientras Berta iba dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.
—¡Bertita!
Nadie respondió.
—¡Bertita! —alzó más la voz, ya alterada.
Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló de horrible presentimiento.
—¡Mi hija, mi hija! —corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta entornada, y lanzó un grito de horror.
Berta, que ya se había lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre, oyó el grito y respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como la muerte, se interpuso, conteniéndola:
—¡No entres! ¡No entres!
Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre. Sólo pudo echar sus brazos sobre la cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.
Cuentos de amor de locura y de muerte, 1917
Anónimo chino
El asno de Kuichú
Nunca se había visto un asno en Kuichú, hasta el día en que un excéntrico, ávido de novedades, se hizo llevar uno por barco. Pero como no supo en qué utilizarlo, lo soltó en las montañas.
Un tigre, al ver a tan extraña criatura, lo tomó por una divinidad. Lo observó escondido en el bosque, hasta que se aventuró a abandonar la selva, manteniendo siempre una prudente distancia.
Un día el asno rebuznó largamente y el tigre echó a correr con miedo. Pero se volvió y pensó que, pese a todo, esa divinidad no debía de ser tan terrible. Ya acostumbrado al rebuzno del asno, se le fue acercando, pero sin arriesgarse más de la cuenta.
Cuando ya le tomó confianza, comenzó a tomarse algunas libertades, rozándolo, dándole algún empujón, molestándolo a cada momento, hasta que el asno, furioso, le propinó una patada. "Así que es esto lo que sabe hacer", se dijo el tigre. Y saltando sobre el asno lo destrozó y devoró.
¡Pobre asno! Parecía poderoso por su tamaño, y temible por sus rebuznos. Si no hubiese mostrado todo su talento con la coz, el tigre feroz nunca se hubiera atrevido a atacarlo. Pero con su patada el asno firmó su sentencia de muerte.
FIN
lunes, 12 de enero de 2015
12 DE ENERO DE 1876 NACE JACK LONDON
12 DE ENERO DE 1876 NACE
JACK LONDON
(John Griffith Chaney; San Francisco, 1876 - Glen Ellen, 1916) Novelista y cuentista estadounidense de obra muy popular en la que figuran clásicos como La llamada de la selva (1903), que llevó a su culminación la aventura romántica y la narración realista de historias en las que el ser humano se enfrenta dramáticamente a su supervivencia. Algunos de sus títulos han alcanzado difusión universal.
En 1897 London se embarcó hacia Alaska en busca de oro, pero tras múltiples aventuras regresó enfermo y fracasado, de modo que durante la convalecencia decidió dedicarse a la literatura. Un voluntarioso período de formación intelectual incluyó heterodoxas lecturas (Kipling, Spencer, Darwin, Stevenson, Malthus, Marx, Poe, y, sobre todo, la filosofía de Nietzsche) que le convertirían en una mezcla de socialista y fascista ingenuo, discípulo del evolucionismo y al servicio de un espíritu esencialmente aventurero.
En el centro de su cosmovisión estaba el principio de la lucha por la vida y de la supervivencia de los más fuertes, unido a las doctrinas del superhombre. Esa confusa amalgama, en alguien como él que no era precisamente un intelectual, le llevó incluso a defender la preeminencia de la "raza anglosajona" sobre todas las demás.
Su obra fundamental se desarrolla en la frontera de Alaska, donde aún era posible vivir heroicamente bajo las férreas leyes de la naturaleza y del propio hombre librado a sus instintos casi salvajes. En uno de sus mejores relatos, El silencio blanco, dice el narrador: "El espantoso juego de la selección natural se desarrolló con toda la crueldad del ambiente primitivo". Otra parte de su literatura tiene, sin embargo, como escenario las cálidas islas de los Mares del Sur.
En 1900 publicó una colección de relatos titulada El hijo del lobo, que le proporcionó un gran éxito popular, y a partir de la publicación de La llamada de la selva (1903) y El lobo de mar (1904), se convirtió en uno de los autores más vendidos y famosos de Estados Unidos. Entre sus principales obras, además de las mencionadas, se encuentran Colmillo blanco (1906), un relato sobre la hegemonía de los más fuertes; El talón de hierro (1908), una lúcida fábula futurista, premonitoria de los fascismos que vendrían después, donde se describe el engranaje y los mecanismos de un estado totalitario moderno; Martin Eden (1909), su ficción más autobiográfica, y El vagabundo de las estrellas (1915), una serie de historias conectadas entre sí alrededor del tema de la reencarnación y las posibilidades fantásticas de la imaginación.
En otros libros como El pueblo del abismo (1903), Guerra de clases (1905) y Revolución y otros ensayos (1910), dejó testimonio de sus preocupaciones por los problemas sociales. Sus cuentos breves son obras maestras, que impusieron un estilo en una época en la que el género prácticamente nacía. Textos de gran plasticidad, estructura dramática y emoción contenida, en los que sus personajes siempre están al borde de las posibilidades límites, vencidos por el frío, los animales o por otros hombres. Su obra decayó en los últimos años de su vida, a causa del alcohol y de múltiples problemas de salud. Se suicidó poco después de cumplir los cuarenta años.
12 DE ENERO DE 1628 NACE
CHARLES PERRAULT
Político, historiador, académico y escritor francés, nacido en París el 12 de enero de 1628 y muerto en la misma ciudad en 1703. Nacido en el seno de una familia de la alta burguesía estrechamente relacionada con los círculos jansenistas (véase jansenismo) y muy interesada por todo tipo de cuestiones artísticas e intelectuales, Perrault se sintió muy inclinado desde su juventud por los estudios de ciencias (la arquitectura, las matemáticas) y de humanidades. Sin embargo, sus estudios de Derecho Civil y su dedicación a la literatura ocuparon pronto toda su actividad intelectual, que se desarrolló en paralelo a una intensa carrera de alto funcionario y político de la corte de París.
Charles Perrault trabajó, en efecto, durante muchos años en diversos ministerios, especialmente en los relacionados con el área económica. En particular, estuvo muy vinculado y fue uno de los mayores soportes intelectuales e ideológicos del primer ministro Colbert, auténtico arquitecto del esplendor de la corte de Luis XIV. En 1672, Perrault fue nombrado académico, porque desde años antes había comenzado a escribir y publicar algunas obras literarias. Por ejemplo, en 1653 sacó a la luz un poema burlesco escrito en colaboración con sus hermanos (entre ellos el célebre arquitecto Claude) que se titulaba Les Murs de Troie (Las murallas de Troya). Desde la Academia realizó una intensa labor de propaganda política y de apología de los logros políticos, económicos, sociales y culturales de Luis XIV, e impulsó todo tipo de tareas que no se limitaron sólo a las literarias, sino también a las arquitectónicas, artísticas, etc.
En el ejercicio de su cargo se ganó la enemistad de importantes intelectuales, como Racine, Boileau y Louvois, quienes lograron que en 1683, poco antes de la muerte de Colbert, cayese en desgracia. Para recuperar el favor de la corte, Perrault publicó algún tiempo después la epopeya cristiana Saint Paulin, en la que defendía un tipo de arte austero y moral frente a los excesos galantes de Racine. Poco después, en 1687, compuso un poema titulado Le Siècle de Louis Le Grand (El siglo de Luis el Grande), con el que terció en la polémica que por entonces enfrentaba a los llamados "Antiguos" frente a los "Modernos"; contrariamente a lo que opinaban los primeros, Perrault defendía en dicho poema los planteamientos de los "Modernos", quienes defendían que la antigüedad estaba relacionada con el paganismo, y el arte moderno con el cristianismo y la monarquía.
Entre 1688 y 1696 publicó cuatro volúmenes de Parallèle (Paralelo), ambicioso ensayo con el que pretendía cotejar las literaturas antiguas y modernas, y que está considerado como una de las obras precursoras de la literatura comparada. Por la misma época publicó otra obra cuya intención era ganar el favor de la corte: una recopilación de biografías titulada Les Hommes illustres qui ont paru en France pendant le XVIIe siècle (Los hombres ilustres que han aparecido en Francia durante el siglo XVII).
Charles Perrault redactó presumiblemente la colección de cuentos en prosa que le ha hecho famoso en todo el mundo durante la década de 1690. Sus primeros tanteos tuvieron lugar en 1691, cuando redactó Griselides, inspirado en Boccaccio. Poco después escribió Les Souhaits ridicules (Los deseos ridículos) y Peau-d'Âne (Piel de asno). En 1695, reunió cinco de los cuentos en un volumen lujosamente caligrafiado (sin nombre de autor) que regaló a una nieta de Luis XIV. El título que exhibía en portada era el de Histoires ou Contes du temps passé (Historias o cuentos del tiempo pasado) o Contes de ma mère l'Oye (Cuentos de mi madre la Oca). Los cinco cuentos incluidos en esta versión de su colección eran La belle au bois dormant (La bella durmiente del bosque), Le petit Chaperon Rouge (Caperucita Roja), La Barbe-Bleue (Barba Azul), Le Chat bottée (El gato con botas) y Les Fées (Las Hadas). Dos años después, en febrero de 1697, se realizó una impresión, de nuevo sin el nombre del autor, que presentaba como novedad la inclusión de tres nuevos cuentos: Cendrillon (Cenicienta), Riquet à la houppe (Riquete el del Copete) y Le Petit Poucet (Pulgarcito). El favor del público acompañó desde el principio a esta colección, y al menos tres reimpresiones se hicieron en vida de Perrault, quien nunca llegó a reconocer claramente la autoría de aquella obra. Según la mayoría de los especialistas, fue indudablemente él el autor, si bien algunos apuntan que trabajó sobre una recopilación de cuentos orales anotados por su hijo Pierre cuando éste tenía diecisiete años.
Los últimos años de la vida de Charles Perrault fueron desgraciados para él. Su hijo Pierre, el supuesto primer colector de los cuentos, se vio implicado en un oscuro crimen y poco después murió cuando tenía sólo veintiún años. El propio Perrault no volvió a gozar del prestigio social que tuvo en tiempos anteriores y se concentró en la redacción de obras literarias como las Fables de Faërne (Fábulas de Faerno), de 1696, adaptación de una colección de fábulas latinas del Renacimiento italiano; y, sobre todo, de las inconclusas y póstumas Mémoires de ma vie (Memorias de mi vida), en las que daba un retrato de sí mismo y de sus hermanos como máximos promotores del esplendor cultural de su época.
Pese a que su colección de cuentos en prosa fue la obra que seguramente él menos apreció, su fama universal se cimenta casi exclusivamente en ella. Sus reediciones y adaptaciones se cuentan por millares en todo el mundo, y su influencia ha sido tan enorme que incluso algunas de sus versiones interfirieron y volvieron a entrar en la tradición oral. Por ejemplo, los especialistas han demostrado que la gran mayoría de las versiones de Caperucita Roja que se pueden encontrar en la tradición oral europea dependen más o menos directamente del texto de Perrault. Incluso la versión publicada en 1812 y 1815 por los hermanos Jakob y Wilhelm Grimm en su colección Kinder und Hausmärchen (Cuentos de los niños y del hogar) deriva claramente de la versión de Perrault, como ha puesto de relieve el gran especialista francés Paul Delarue: "el cuento de Grimm desciende del de Perrault, como revela una comparación atenta y explican ciertos hechos: presenta los mismos detalles, las mismas añadiduras literarias más complacientemente desarrolladas, las mismas lagunas; los hermanos Grimm obtuvieron su versión de una informante de ascendencia francesa que mezclaba en su memoria las tradiciones francesa y alemana; y ella y su hermana les proporcionaron, para la primera edición, otros tres cuentos de Perrault y uno de Madame d'Aulnoy que fueron suprimidos en las ediciones posteriores. Si Caperucita Roja fue mantenida en las siguientes ediciones, ello se debió sin duda a su diferente desenlace, que pudo hacerles creer que era una versión independiente; pero el nuevo desenlace no es más que una contaminación de la forma alemana del cuento de La cabra y los cabritillos".
viernes, 9 de enero de 2015
EDGAR ALLAN POE (1809-1849)
El Gusano Vencedor.
Ved! En una noche de gala,
En los tardíos años desolados.
Una hueste de ángeles alados,
Envueltos en velos y ahogados en lágrimas,
Sentados en el teatro, para ver
Un drama de temores y esperanzas,
Mientras la orquesta balbucea
La música de las esferas.
Unos mimos, hechos a imagen del Dios Alto,
Murmuran y susurran en voz baja,
Revoloteando de un lado a otro:
Simples títeres que vienen y van
Al capricho de unas vastas masas informes
Que recorren el escenario proyectando
Con sus alas de cóndor el invisible Dolor.
El drama apretado (que no caerá
En el olvido, estad seguros)
Con su fantasma perseguido sin cesar
Por una turba que no lo puede apresar,
A través de un círculo que siempre gira
Sobre el mismo espacio,
Y tanta locura, y aun más Pecado
Y el Horror como alma de la intriga.
Pero, ved! en medio del gesticulante tumulto,
Una forma reptante se introduce:
Una cosa sanguinolenta que se debate
En la soledad del escenario.
¡Se retuerce! ¡Se retuerce! Con mortal angustia
Los mimos se convierten en su cena,
Y los serafines lloran al ver los colmillos
Embebidos en sangre humana.
¡Afuera, afuera las luces, afuera todo!
Y sobre cada sombra palpitante
Cae el telón, como una mortaja fúnebre,
Con el rugido de la tormenta,
Mientras los ángeles, pálidos y excitados,
Se ponen de pie y quitando sus velos declaran
Que la obra es la tragedia del Hombre
Y su héroe el Gusano Vencedor.
El Gusano Vencedor.
Ved! En una noche de gala,
En los tardíos años desolados.
Una hueste de ángeles alados,
Envueltos en velos y ahogados en lágrimas,
Sentados en el teatro, para ver
Un drama de temores y esperanzas,
Mientras la orquesta balbucea
La música de las esferas.
Unos mimos, hechos a imagen del Dios Alto,
Murmuran y susurran en voz baja,
Revoloteando de un lado a otro:
Simples títeres que vienen y van
Al capricho de unas vastas masas informes
Que recorren el escenario proyectando
Con sus alas de cóndor el invisible Dolor.
El drama apretado (que no caerá
En el olvido, estad seguros)
Con su fantasma perseguido sin cesar
Por una turba que no lo puede apresar,
A través de un círculo que siempre gira
Sobre el mismo espacio,
Y tanta locura, y aun más Pecado
Y el Horror como alma de la intriga.
Pero, ved! en medio del gesticulante tumulto,
Una forma reptante se introduce:
Una cosa sanguinolenta que se debate
En la soledad del escenario.
¡Se retuerce! ¡Se retuerce! Con mortal angustia
Los mimos se convierten en su cena,
Y los serafines lloran al ver los colmillos
Embebidos en sangre humana.
¡Afuera, afuera las luces, afuera todo!
Y sobre cada sombra palpitante
Cae el telón, como una mortaja fúnebre,
Con el rugido de la tormenta,
Mientras los ángeles, pálidos y excitados,
Se ponen de pie y quitando sus velos declaran
Que la obra es la tragedia del Hombre
Y su héroe el Gusano Vencedor.
JOHN DONNE (1572-1631)
Muerte no te enorgullezcas.
Muerte, no te enorgullezcas, aunque algunos te hayan llamado
poderosa y terrible, no lo eres;
porque aquellos a quienes crees poder derribar
no mueren, pobre Muerte; y tampoco puedes matarme a mí.
El reposo y el sueño, que podrían ser casi tu imagen,
brindan placer, y mayor placer debe provenir de ti,
y nuestros mejores hombres se van pronto contigo,
¡descanso de sus huesos y liberación de sus almas!
Eres esclava del destino, del azar, de los reyes y de los desesperados,
y moras con el veneno, la guerra y la enfermedad;
y la amapola o los hechizos pueden adormecernos tan bien
como tu golpe y mejor aún. ¿Por qué te muestras tan engreída, entonces?
Después de un breve sueño, despertaremos eternamente
y la Muerte ya no existirá. ¡Muerte, tú morirás!
Muerte no te enorgullezcas.
Muerte, no te enorgullezcas, aunque algunos te hayan llamado
poderosa y terrible, no lo eres;
porque aquellos a quienes crees poder derribar
no mueren, pobre Muerte; y tampoco puedes matarme a mí.
El reposo y el sueño, que podrían ser casi tu imagen,
brindan placer, y mayor placer debe provenir de ti,
y nuestros mejores hombres se van pronto contigo,
¡descanso de sus huesos y liberación de sus almas!
Eres esclava del destino, del azar, de los reyes y de los desesperados,
y moras con el veneno, la guerra y la enfermedad;
y la amapola o los hechizos pueden adormecernos tan bien
como tu golpe y mejor aún. ¿Por qué te muestras tan engreída, entonces?
Después de un breve sueño, despertaremos eternamente
y la Muerte ya no existirá. ¡Muerte, tú morirás!
JAIME SABINES
Amor mío, mi amor, amor hallado...
Amor mío, mi amor, amor hallado
de pronto en la ostra de la muerte.
Quiero comer contigo, estar, amar contigo,
quiero tocarte, verte.
Me lo digo, lo dicen en mi cuerpo
los hilos de mi sangre acostumbrada,
lo dice este dolor y mis zapatos
y mi boca y mi almohada.
Te quiero, amor, amor absurdamente,
tontamente, perdido, iluminado,
soñando rosas e inventando estrellas
y diciéndote adiós yendo a tu lado.
Te quiero desde el poste de la esquina,
desde la alfombra de ese cuarto a solas,
en las sábanas tibias de tu cuerpo
donde se duerme un agua de amapolas.
Cabellera del aire desvelado,
río de noche, platanar oscuro,
colmena ciega, amor desenterrado,
voy a seguir tus pasos hacia arriba,
de tus pies a tu muslo y tu costado.
9 DE ENERO DE 1977 MUERE EL POETA JULIO CAMILLONI
9 DE ENERO DE 1977 MUERE
EL POETA
JULIO CAMILLONI
Admirador de los poetas de la Escuela de Boedo, frecuentó la peña Pachacamac animada por José González Castillo.
Fue autor del poemario "Camillioni con y sin música", y de numerosas canciones, tangos y milongas que gozaron de renombre y popularidad, entre las que puede mencionarse "Amanecía", "Amigo Sol", "Tu angustia y mi dolor", "A mis manos", "La última", "Hasta el último tren", tango ganador en 1969 del primer premio del Festival del Tango y la Canción organizado por la Municipalidad de Buenos Aires, "Tengo un amigo", "Tenía que suceder", "Cuando muere una esperanza" "Las cuentas de mi madre" y "Mujeres son mujeres", "Estás en mi corazón", "Predestinada", "Mi vieja mesa", "Canción de piano y balcón", "Pichuco está tocando", "Mi hermana y yo" "Aquella deuda", "Vamos tropilla", etc.
Había nacido en Italia el 11 de mayo de 1911, pero vivió en Buenos Aires desde los tres meses de edad.
9 DE ENERO DE 1927 NACE RODOLFO WALSH
9 DE ENERO DE 1927 NACE
RODOLFO WALSH
(Choele-Choel, 1927 - Buenos Aires, 1977) Narrador y periodista argentino que destacó como singular cultivador del género policiaco. El caso de Walsh es uno de los más dramáticos de la Argentina de los últimos años: después de editar varias novelas con mucho éxito y algunos escritos con no menor impacto (entre ellos el cuento "Esa mujer"), comenzó a sentir la presión del peso de las responsabilidades, en el orden personal, que le llevaron a adquirir un compromiso con la realidad social de su país y con la devastación de los criterios de convivencia y de solidaridad más elementales.
Rodolfo Walsh
Criado en un colegio de sacerdotes irlandeses para niños pobres, la infancia de Walsh dejó huellas en su escritura. Ya en Buenos Aires, y luego de trabajar como corrector de pruebas y traductor, publicó Diez cuentos policiales argentinos, Variaciones en rojo (ambas de 1953, la última Premio Municipal de Literatura) y preparó las antologías Diez cuentos policiales argentinos (1953), la primera recopilación de autores nacionales del género, y Antología del cuento extraño (1954).
Escribió además celebradas obras de investigación periodística: Operación Masacre (1957), Quién mató a Rosendo (1969) y El caso Satanowsky (1973). Fue uno de los fundadores de la agencia cubana de noticias Prensa Latina. A su regreso escribió los cuentos de Los oficios terrestres (1965) y Un kilo de oro (1967) y las obras de teatro La granada y La batalla (ambas de 1965). Vinculado al sindicalismo de izquierda, tras el golpe de estado de 1976 hizo pública la "Carta abierta a la Junta Militar". En 1977 fue secuestrado y presumiblemente asesinado, aunque nunca se encontró su cadáver. En 1981 se publicó en México su Obra literaria completa.
La narrativa de Walsh
La obra de Rodolfo Walsh se inició con la publicación de Variaciones en rojo (1953), compuesta por tres relatos de clásico corte policial al estilo anglosajón: enigmas que un detective, en este caso un corrector editorial de pruebas, logra dilucidar a través de inferencias inteligentes, y de datos y detalles desapercibidos para el lector pero reveladores para el detective. En esa línea, ese mismo año compila la antología Diez cuentos policiales argentinos, donde incluye su propio "Cuento para tahúres".
Los acontecimientos que tuvieron lugar entre la caída de Perón y la consolidación del nuevo gobierno modificaron la inicial indiferencia política de Walsh. En efecto, para denunciar el fusilamiento sumario, en 1956, de un grupo de opositores al nuevo régimen en la localidad bonaerense de José León Suárez, escribió en un periódico lo que más tarde, bajo la forma de libro, se publicó con el título de Operación Masacre (1957). Aquí el detective deviene periodista, y el periodista pasa de la investigación del delito individual, del caso policial, a la investigación del crimen social y político. De este modo, y tal vez sin ser del todo consciente de su aporte, Walsh sienta en Argentina un precedente de lo que más tarde se conocerá en Estados Unidos como "novela de no ficción".
En El caso Satanowsky (1958), Walsh dirige su denuncia contra los más altos responsables de la llamada Revolución Libertadora: si antes se centró en los fusilamientos de Suárez, ahora trata de los casos de corrupción, extorsión y asesinato vinculados a la lucha por el poder y la propiedad del diario La Razón de Buenos Aires. Como en un buen relato policial, hay un cadáver, encubridores, cómplices, pistas falsas y la consiguiente investigación. Pero, a diferencia de la ficción del género policial, todo lo que se relata en el libro de Walsh está documentado, es verídico. El arte del autor consiste en volverlo verosímil, a través de los procedimientos propios de la literatura.
La confusa muerte de un líder sindical es reconstruida con los mismos artificios en ¿Quién mató a Rosendo? (1969). Por otra parte, en los volúmenes de relatos Los oficios terrestres (1966) y Un kilo de oro (1967) Walsh demostró un talento singular para la construcción de cuentos de alta perfección formal. "Esa mujer", un cuento cuyo personaje principal es Eva Perón y que pertenece al primero de los volúmenes citados, es uno de los relatos más conocidos y representativos del autor.
En 1974 se rodó la película La Patagonia Rebelde, basada en la novela de un compañero de generación, Osvaldo Bayer; el filme causó un enorme malestar entre los miembros de las fuerzas armadas argentinas de aquellos años. Así las cosas, Walsh resolvió no exiliarse y permanecer en la Argentina hasta que, apenas comenzada la escalada terrorista del golpe militar, fue sacado a la fuerza de su casa y llevado hacia una muerte casi segura. Rodolfo Walsh fue uno de los más de treinta mil desaparecidos durante la dictadura militar de los años 1976-1983. La desaparición de Rodolfo Walsh en 1977, después de haber escrito una "Carta abierta a la Junta Militar", influyó durante años la lectura de su obra. Pero cuando sus textos volvieron a estar libres de prohibiciones y censuras se comprobó que, junto a la figura del militante político, se erigía la de uno de los narradores más sólidos y dotados de la segunda mitad del siglo XX en Argentina.
miércoles, 7 de enero de 2015
7 DE ENERO DE 1919 COMIENZA
LA SEMANA TRÁGICA
Por Osvaldo Bayer
La íntima alegría: no hay olvido para aquellos hechos donde se trató de apagar el Derecho a balazo limpio en vez de aplicar los argumentos de la razón. La Semana Trágica de enero del ’19. Otro aniversario más, sí, cuántos años. Cuántos muertos por lo justo. No vamos a discutir ahora si fueron mil o seiscientos los obreros muertos. Lo triste, lo trágico es que se tergiversó todo, se hizo valer como siempre o, como casi siempre, la historia oficial. No eran ni "perturbadores extranjeros" ni "rusos" ni "terroristas" como los medios oficiales y del poder trataron de disfrazar el crimen. Eran obreros que querían tener los derechos de la dignidad y de la vida: las sagradas ocho horas de trabajo. Los panaderos y los yeseros ya habían conseguido –por su lucha– las ocho horas en 1898, los metalúrgicos, en 1919, todavía trabajaban nueve horas por día. Por eso la huelga y por el lugar de trabajo para los despedidos. Dignidad y Justicia. La respuesta del poder fue bala y más bala. Con los uniformados de siempre. Esta vez ya con la ayuda de los muchachos del barrio Norte, las guardias blancas, la llamada después "Liga Patriótica Argentina". Salieron a matar "anarquistas, rusos, judíos y enemigos de la Patria". Las calles de Buenos Aires quedaron teñidas de sangre obrera.
Pero el mismo gobierno represor tuvo que reconocer la injusticia y días después se les dio a los obreros lo que pedían. ¿Por qué entonces tanta violencia desde el poder? ¿Por qué además de los muertos, los 1500 obreros presos? La firma del ministro del Interior en las cláusulas de la solución del conflicto deja en claro que la razón estaba del lado obrero. Eso sí, esa razón se había pagado con sangre de los explotados. Pero luego de la matanza pasó a ser un tema del cual no se habla. Cuando muchos años después tratamos de que los terrenos donde había comenzado el drama –los de los establecimientos Vasena, que habían sido demolidos– pasaran a llamarse "Parque Mártires de la Semana Trágica", justamente el dirigente Augusto Vandor se opuso y propuso llamarla "Plaza Martín Fierro". Nombre que hoy lleva. Claro, del pasado no se habla porque estaban involucrados Yrigoyen, los radicales, el ejército y personajes de la "guardia blanca" que luego pasaron a ser próceres: Manuel Carlés, el Perito Moreno, el cura Miguel D’Andrea e, infaltable, el estanciero Martínez de Hoz, hijo de aquel presidente de la Sociedad Rural que recibió de Roca 2.500.000 hectáreas de la tierra donde vivían antes los pampas y los ranqueles, bisabuelo del murciélago que luego fue ministro de Economía de la dictadura de la desaparición de personas. Toda una estirpe familiar heredera del autollamado "liberalismo positivista" del roquismo.
lunes, 5 de enero de 2015
5 DE ENERO DE 1931 NACE
JUAN GOYTISOLO
(Barcelona, 1931) Novelista español. Vinculado en una primera etapa al realismo social, exploró en su obra posterior un experimentalismo trasgresor en la formas y heterodoxo y disidente en los enfoques y los temas. Hermano del poeta José Agustín Goytisolo y del también novelista Luis Goytisolo, cursó la carrera de derecho, y en 1956 abandonó España para establecerse en París, ciudad en la que ejerció de asesor literario en la editorial francesa Gallimard. Posteriormente fijó su residencia en Marruecos.Juan Goytisolo
Sus primeras novelas, inscritas en las tendencias del realismo social de los cincuenta, fueron Juegos de manos (1954) y Duelo en el paraíso (1955), situada esta última en los días finales de la guerra civil y centrada en la vida de unos muchachos cuya crueldad reproduce la de los mayores. Sus objetivos críticos y políticos, a través de una técnica objetivista influida por la narrativa norteamericana, se exponen en el ensayo Problemas de la novela (1959), auténtico manifiesto por una literatura inspirada en los principios del realismo socialista, y se plasman en la trilogía El pasado efímero, compuesta por las novelas (argumentalmente independientes) El circo (1957), Fiestas (1958), crónica del fariseísmo burgués en el marco del Congreso Eucarístico de Barcelona, y La resaca (1958), de carácter obrerista y suburbial.
Complemento de estas obras testimoniales son los reportajes Campos de Níjar (1960), relato de un viaje que el autor realizó por las áridas tierras de Almería, en el que describe las trágicas condiciones de vida de sus habitantes, y La Chanca (1962), así como otras dos novelas de crítica antiburguesa: La isla (1961), sobre un grupo de veraneantes en la Costa del Sol, y los cuatro relatos de Fin de fiesta (1962).
Un fecundo silencio, durante el cual Juan Goytisolo se cuestionó con rigor las bases de su narrativa, separa el último título mencionado y el que a la larga (pues no pudo ser publicado en España en su momento) le proporcionaría mayor celebridad, Señas de identidad (1966). Sin abandonar su visión comprometida con la realidad, Goytisolo renunció al estrecho marco expresivo impuesto por la literatura política en una segunda etapa que se abrió con esta novela, una obra experimental relacionada con el surgimiento de la nueva narrativa sudamericana, el nouveau roman francés y la obra de Luis Martín Santos.
Señas de identidad entraña el abandono de las modestas propuestas realistas del período anterior y la asimilación de técnicas de la novela moderna (cambios de punto de vista, saltos en el tiempo, relato en segunda persona, monólogo interior, prosa poemática, pasajes en verso y mezcla de diversos géneros), requeridas por la visión más compleja que representa esta nueva fase de su producción. El protagonista, Álvaro Mendiola, es un español exiliado en Francia (y sin duda "alter ego" del escritor) que realiza un breve viaje profesional a la Península, durante el cual intenta recuperar su pasado, para concluir en una situación que enfatiza el más profundo y dramático desarraigo. Este mismo personaje, encarnación de la frustración y el desarraigo de la generación de posguerra, reaparece en las dos novelas siguientes. En Reivindicación del Conde don Julián (1970), desde Tánger y ante la costa española, reclama una nueva destrucción peninsular; con Juan sin tierra (1975), que termina con un texto en árabe, culmina el proceso de desenraizamiento emprendido con Señas de identidad.
Su identificación con el mundo árabe (que entraña, entre otras cosas, una liberación del tema sexual en su escritura) y el radicalismo ideológico y vanguardista se manifiestan en sus ensayos El furgón de cola (1967), Disidencias (1977), El problema del Sahara (1979), Crónicas sarracinas (1981) y Estambul otomano (1989), y se acentúan en sus últimas novelas: Makbara (1980), cuyo texto deliberadamente fragmentario cuestiona el progreso de las sociedades occidentales enfrentándolas a la pureza de lo primigenio, Paisajes después de la batalla (1982) y Las virtudes del pájaro solitario (1988), que versa sobre el misticismo sufí y la poesía de San Juan de la Cruz. Goytisolo publicó asimismo una magnífica autobiografía en dos partes: Coto cerrado (1985), en la que ofrece testimonio de sus relaciones con los escritores de la escuela de Barcelona, y En los reinos de Taifa (1986).
Autor prolífico, durante los años noventa escribió La cuarentena (1991), Cuaderno de Sarajevo (1993), la novela La saga de los Marx (1993), el libro de crónicas Argelia en el vendaval (1994), El bosque de las letras (1995) y El sitio de los sitios (1995), crónica sobre la situación en Sarajevo tras su visita a Bosnia. En 1997 apareció Las semanas del jardín, historia de un homosexual internado en un manicomio militar a principios de la Guerra Civil. Ese mismo año le fue otorgado el Premio Proartes de narrativa iberoamericana de la ciudad colombiana de Cali, y publicó además Paisajes de guerra con Chechenia al fondo y De la ceca a la Meca, una crónica de viajes por los países musulmanes.
Le siguieron Cogitus interruptus (1999) y Obra inglesa de Blanco White (1999). En 2002 obtuvo el premio de Poesía y Ensayo Octavio Paz y en 2004 el premio Juan Rulfo. De su obra más reciente destacan Carajicomedia (2000), Telón de boca (2003), Contra las sagradas formas (2007) y El exiliado de aquí y de allá (2008), entre otros títulos. El conjunto de la producción literaria de Juan Goytisolo fue reconocido en 2008 con el Premio Nacional de las Letras Españolas.
5 DE ENERO DE 1932 NACE UMBERTO ECO
5 DE ENERO DE 1932 NACE
UMBERTO ECO
(Alessandria, Piamonte, 1932) Semiólogo y escritor italiano. Se doctoró en Filosofía en la Universidad de Turín, con L. Pareyson. Su tesis versó sobre El problema estético en Santo Tomás (1956), y su interés por la filosofía tomista y la cultura medieval se hace más o menos presente en toda su obra, hasta emerger de manera explícita en su novela El nombre de la rosa (1980). Desde 1971 ejerce su labor docente en la Universidad de Bolonia, donde ostenta la cátedra de Semiótica.
Se pueden definir dos presupuestos clave en la amplia producción del autor: en primer lugar, el convencimiento de que todo concepto filosófico, toda expresión artística y toda manifestación cultural, de cualquier tipo que sean, deben situarse en su ámbito histórico; y en segundo lugar, la necesidad de un método de análisis único, basado en la teoría semiótica, que permita interpretar cualquier fenómeno cultural como un acto de comunicación regido por códigos y, por lo tanto, al margen de cualquier interpretación idealista o metafísica.
Teniendo en cuenta este planteamiento, se puede comprender el porqué de la variedad de los aspectos analizados por Umberto Eco, que abarcan desde la producción artística de vanguardia, como en Obra abierta (1962), hasta la cultura de masas, como en Apocalípticos e integrados (1964) o en El superhombre de masas (1976).
A la sistematización de la teoría semiótica dedicó, sobre todo, el Tratado de semiótica general (1975), publicado casi al mismo tiempo en Estados Unidos con el título de A Theory of Semiotics, obra en la que el autor elabora una teoría de los códigos y una tipología de los modos de producción sígnica.
Durante los años del auge del estructuralismo, Eco escribió, enfrentándose a una concepción ontológica de la estructura de los fenómenos naturales y culturales, La estructura ausente (1968), que alcanza su óptima continuación en Lector in fabula (1979). En esta última obra, efectivamente, se afirma que la comprensión y el análisis de un texto dependen de la cooperación interpretativa entre el autor y el lector, y no de la preparación y de la determinación de unas estructuras subyacentes, fijadas de una vez por todas.
Algunos conceptos básicos del Tratado, en cambio, fueron estudiados nuevamente, discutidos y, en ocasiones, modificados por el propio autor en una serie de artículos escritos para la Enciclopedia Einaudi y recogidos después en Semiótica y filosofía del lenguaje (1984). El concepto de signo, especialmente, abandonando el modelo propio "de diccionario" por un modelo "de enciclopedia", ya no aparece como el resultado de una equivalencia fija, establecida por el código, entre expresión y contenido, sino fruto de la inferencia, es decir, de la dinámica de las semiosis.
A estas obras teóricas se añaden los volúmenes en los que Umberto Eco ha reunido escritos de circunstancia y artículos de actualidad, tales como Diario mínimo (1963), que contiene los conocidos Elogio di Franti y Fenomenologia di Mike Bongiorno; Il costume di casa (1973); Dalla periferia dell'impero (1976) y Sette anni di desiderio (1983).
En 1980 dio a conocer la novela El nombre de la rosa, antes citada, de ambientación medieval e inspirada en el subgénero policiaco, en cuyas páginas se combinan a la perfección todos los temas teóricos de la obra de Eco, con una adecuada reconstrucción histórica como escenario de una imaginativa trama y de un sólido arte narrativo.
Se trata de un denso relato que transcurre en una abadía medieval italiana y donde, con una estructura similar a la de las novelas policiacas, el protagonista, un fraile inglés llamado Guillermo de Baskerville, indaga en una serie de asesinatos y llega a descubrir al autor y a los inductores de todos ellos.
Sean Connery protagonizó El nombre de la rosa,
basada en la novela homónima de Umberto Eco
Este largo relato, escrito bajo la advocación de J. L. Borges (convertido en el bibliotecario ciego de la narración), es un genial pastiche de diversas formas literarias: la novela negra, el género histórico, la imitación de estilos medievales o humorísticos de la historieta contemporánea. Gran parte del éxito de la obra, que se convirtió en un best-seller europeo, reside en la perfección de la escritura, que mezcla con habilidad las citas con los materiales originales, dando forma a un paradójico catálogo de la posmodernidad, en la que cualquier creación nace del sentimiento, según Eco, de que "todo ya ha sido dicho y escrito".
El péndulo de Foucault (1988), el segundo relato del autor, intentó recrear la tradición hermética, ocultista y masónica como metáfora de la irracionalidad superviviente en los contemporáneos movimientos terroristas y en las mafias económicas. Aunque también traducido y vendido en todo el mundo, no gozó del favor de los críticos y los lectores. Como tampoco despertó juicios favorables La isla del día antes (1994), su última novela publicada. En mayo de 2000 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias.
sábado, 3 de enero de 2015
JEAN ARP
Colmena de sueños
las flores se visten con relámpagos
en el plumaje de la estrella duerme el sueño de carne
guarnecido de senos
el sueño tiene en la boca una estrella como el gato tiene en la
boca un ratón
las flores de carne tienen lengua de sueño
estrella de bruma
la estrella de carne bajo la bóveda del tiempo
el tiempo ronronea como un sueño
alrededor de los senos alrededor de las colmenas de sueños
duermen las estrellas
bruma de flor
plumaje de estrella
las flores ronronean
las estrellas ronronean frente a la colmena de los relámpagos
ratón de bruma
ratón de estrella
ratón de flor
el sueño es un gato su lengua es una flor
la carne ronronea en el plumaje del tiempo
los ratones y los gatos duermen sobre la lengua del tiempo
el relámpago duerme bajo la bóveda de bruma
las estrellas se visten con senos
la lengua de bruma en la boca de flor
la boca de bruma bajo la bóveda de carne
Colmena de sueños
las flores se visten con relámpagos
en el plumaje de la estrella duerme el sueño de carne
guarnecido de senos
el sueño tiene en la boca una estrella como el gato tiene en la
boca un ratón
las flores de carne tienen lengua de sueño
estrella de bruma
la estrella de carne bajo la bóveda del tiempo
el tiempo ronronea como un sueño
alrededor de los senos alrededor de las colmenas de sueños
duermen las estrellas
bruma de flor
plumaje de estrella
las flores ronronean
las estrellas ronronean frente a la colmena de los relámpagos
ratón de bruma
ratón de estrella
ratón de flor
el sueño es un gato su lengua es una flor
la carne ronronea en el plumaje del tiempo
los ratones y los gatos duermen sobre la lengua del tiempo
el relámpago duerme bajo la bóveda de bruma
las estrellas se visten con senos
la lengua de bruma en la boca de flor
la boca de bruma bajo la bóveda de carne
ALDOUS HUXLEY
Carpe noctem
No hay futuro, no hay más pasado,
ni raíces ni frutos, flores pasajeras solo.
Túmbate tranquila, túmbate tranquila y la noche perdurará,
silenciosa y oscura, no por un espacio de horas,
sino eternamente. Déjame olvidar
todo menos tu perfume, todas las noches menos esta,
la pena, el infructuoso llanto, el pesar.
Solo túmbate tranquila: este lánguido y suave embeleso
florecerá al borde del sueño y se esparcirá,
hasta que no haya nada más que tú y yo
abrazados en un silencio intemporal. Mas como
el que, condenado a morir, por la mañana estará muerto,
yo sé, aunque la noche parezca eterna, que el cielo
ha de iluminarse pronto antes del sol del mañana.
Carpe noctem
No hay futuro, no hay más pasado,
ni raíces ni frutos, flores pasajeras solo.
Túmbate tranquila, túmbate tranquila y la noche perdurará,
silenciosa y oscura, no por un espacio de horas,
sino eternamente. Déjame olvidar
todo menos tu perfume, todas las noches menos esta,
la pena, el infructuoso llanto, el pesar.
Solo túmbate tranquila: este lánguido y suave embeleso
florecerá al borde del sueño y se esparcirá,
hasta que no haya nada más que tú y yo
abrazados en un silencio intemporal. Mas como
el que, condenado a morir, por la mañana estará muerto,
yo sé, aunque la noche parezca eterna, que el cielo
ha de iluminarse pronto antes del sol del mañana.
3 DE ENERO DE 1875 MUERE
PIERRE LAROUSSE
(Toucy, 1817-París, 1875) Gramático y lexicógrafo francés. Autor de numerosos libros escolares, contribuyó a reformar los métodos pedagógicos. Entre sus obras destacan: Proyectos de unos elementos de metafísica (1793); Las paradojas de Condillac (1805); y Lecciones de filosofía (1818). Su obra capital es el Gran diccionario universal del s. XIX (1866-1876). En 1852 fundó, con Augustin Boyer, la Librairie Larousse.
3 DE ENERO DE 1892 NACE
JOHN RONALD REUEL TOLKIEN
(Bloemfontein, Sudáfrica, 1892 - Bournemouth, Reino Unido, 1973) Escritor británico de origen sudafricano mundialmente conocido como autor de El señor de los anillos (1954-1955), un verdadero clásico de la literatura fantástica. Aunque el autor ya era sobradamente conocido, en fechas recientes su obra ha alcanzado una difusión todavía mayor gracias a las adaptaciones cinematográficas de Peter Jackson.
J. R. R. Tolkien
Hijo de padres ingleses, vivió en Sudáfrica hasta la muerte de su padre en 1896, año en que se trasladó con su familia a Inglaterra. La conversión de la madre al catolicismo lo marcó profundamente. Estudió en Oxford, y mostró muy pronto un vivo interés por la filología y las antiguas sagas y leyendas nórdicas. Tras participar en la Primera Guerra Mundial, enseñó primero lengua inglesa en la Universidad de Leeds. Profesor de lengua y literatura anglosajona en la Universidad de Oxford, se especializó en la época medieval.
Tras publicar algunos ensayos (Sir Gawain y el caballero verde, 1925; Beowulf, 1936), inició la creación de una personal mitología inspirada en la saga artúrica y en la épica medieval anglosajona, plagada de elementos fantásticos y de seres y mundos imaginarios. Así, la novela El hobbit (1937) narra las vicisitudes de un pueblo apacible y sensato que vive en un mundo llamado Tierra media, junto con elfos, duendes y magos.
El hobbit fue el punto de partida de un ambicioso ciclo épico que se concretó en la trilogía de El señor de los anillos (1954-1955), dividida en tres volúmenes: La comunidad del anillo (1954), Las dos torres (1954) y El retorno del rey (1955). Dirigida a un público adulto, la obra de Tolkien encontró a mediados de la década de 1960 una gran acogida, hasta el extremo de convertirse en libro de culto y dar lugar a un género en alza, la «alta fantasía».
La actividad de J. R. R. Tolkien como novelista es inseparable de la del filólogo. Su goce intelectual por las lenguas antiguas (conocía el griego, el anglosajón, el medio inglés, el galés, el gótico, el finlandés, el islandés antiguo, el noruego antiguo, el alto alemán antiguo) lo llevaba a crear sonidos y a inventar lenguajes, siguiendo un método rigurosamente filológico.
Tras El señor de los anillos, Tolkien trabajó en la obra que había de ser el poema épico general de su fantástico mundo mitológico: The Silmarillion, aparecido póstumamente (1977). En el ensayo On Fairy Stories, A Critical Study (1946), Tolkien discute la relación de la literatura fantástica con el romance. Entre sus colecciones poéticas cabe mencionar The Homecoming of Beorhtnoth Beorthelm´s Son (1953) y los poemas narrativos The Lay of Aotrou and Itroun (1945) e Imran (1955).
El señor de los anillos
En El señor de los anillos, Tolkien inventa un reino de fantasía cuyos habitantes, los hobbits (seres antropomorfos y más pequeños que los enanos), poseen una lengua propia, con una gramática perfectamente desarrollada. El eje de la narración lo constituye la oposición entre el bien y el mal, que trasciende de lo puramente local de este reino fantástico a la interpretación del mundo actual. Un anillo de poder, arrancado por un hobbit al enemigo de todos los hombres (Gollum), se convierte en el objeto central de la novela. Las propiedades del anillo (objeto que contiene el máximo poder) lo convierten en una amenaza, por lo que se hace necesaria su destrucción
El narrador sostiene que la historia se apoya en el "libro rojo de Westmach", en el que Bilbo Baggins, el más famoso de los hobbits, recogió la historia de su pueblo. Después de años de peregrinaje, los hobbits se han establecido en un lugar llamado Shire. Bilbo ha conseguido arrancarle un anillo al monstruo Gollum y se lo confía a su pariente Frodo. Pero el mago y consejero Gandalf el Gris descubre que, de todos los anillos, éste es el que más poder confiere, y convoca a un consejo que decide destruir el peligroso anillo. Su destrucción debe efectuarse en Mordor, país habitado por los enemigos de los hobbits: los orcs.
Cartel de Las dos torres (2002), de Peter Jackson,
que adaptó con gran éxito la trilogía de Tolkien
De inmediato se funda una cofradía para librar al mundo del anillo, compuesta por hombres y por criaturas fantásticas como los elfos, los enanos y los hobbits. Boromir, uno de los cofrades, sediento de poder, trata de adueñarse del anillo y se rompe la cofradía. En la segunda parte del libro se cuentan las aventuras que viven los miembros de la hermandad, disgregados y debilitados por la traición. Frodo se enfrenta al monstruo de Gollum iluminado por el sabio sentido común propio de los hobbits y logra vencerle. Herido de muerte, entrega el anillo a su servidor y le ordena llevar a término la misión. El anillo de Gollum es destruido y con él el país de Mordor. Frodo, completamente curado, se marcha con Bilbo hacia tierras lejanas. Un amplio apéndice completa este mundo mítico. En él se incluyen sinopsis históricas y genealógicas, tablas cronológicas, un calendario y los signos alfabéticos de los hobbits.
Inspirado en las leyendas nórdicas y artúricas, el libro puede leerse como una alegoría sobre la búsqueda espiritual, tarea especialmente difícil en una época de crisis de valores. Las leyendas de la cultura anglosajona, y en especial la leyenda de Beowulf, constituyeron la fuente de inspiración para crear sus personajes fantásticos, muchos de ellos con una intencionalidad claramente simbólica.
Crónica histórica, alegoría o utopía, la importancia de El señor de los anillos reside, sobre todo, en su valor literario. Tolkien emplea un lenguaje comprensible, con reminiscencias del estilo bíblico y de las antiguas formas literarias inglesas; junto a esas formas tradicionales, convive en la novela un lenguaje desenvuelto, cotidiano y actual del que se sirven casi todos sus personajes fantásticos. Aunque de trama compleja, en la trilogía se consigue la fusión entre motivos aparentemente dispares, que sirven para interpretar las inquietudes y sueños de nuestra época.
martes, 30 de diciembre de 2014
ABU-L-QASIM BEN AL-SAQQAT
FIESTA EN UN JARDÍN
A la sombra de aquel día giraban los deseos sobre nosotros como esferas
astronómicas de felicidad.
Lo pasamos en un jardín al que una nube, armada con el acerado sable del
relámpago, escanció la bebida de la madrugada.
El rojo vino nos dio como almohadas los macizos de murta, y parecíamos
reyes sobre el trono de los verdes boscajes.
La mano del amor nos ensartó para la alegría: nosotros éramos las perlas,
y los amores, los hilos.
Nos atacaban como lanzas los pechos de las doncellas, moviéndonos guerra,
y para defendernos no vestíamos otra cota que nuestras pieles de fanak.
Ante nosotros se destapaban caras deliciosas, que parecían lunas entre la
noche de las trenzas.
GEORGE ORWELL "UNA BUENA TAZA DE TÉ
GEORGE ORWELL
UNA BUENA TAZA DE TÉ
George Orwell, seudónimo de Eric Arthur Blair (India, Raj Británico 1903 - Londres, Inglaterra 1950), fue un escritor y ensayista británico conocido por sus obras "Rebelión en la granja" y "1984" en el cual acuñó el concepto del Gran Hermano, escribió este ensayo sobre el té en el período inmediatamente posterior a la II Guerra Mundial.
Vale la pena señalar que las indicaciones de preparación descritas por Orwell en este ensayo son aplicables sólo a la preparación del té negro, variedad de consumo casi exclusivo en Gran Bretaña en la época en que lo escribió.
Si usted busca "té" en el primer libro de cocina que tenga a la mano, probablemente encontrará que no se le menciona, o a lo más, encontrará unas pocas líneas de instrucciones incompletas que no dan ninguna indicación sobre varios de los puntos más importantes respecto de él.
Esto es curioso, no sólo porque el té es uno de los principales productos de consumo en este país, así como lo es en Irlanda, Australia y Nueva Zelanda, sino porque las disputas acerca de la mejor manera de prepararlo es un tema que a veces se vuelve hasta violento.
Cuando me fijo en mi propia receta para preparar la taza de té perfecta, advierto que no hay menos de once puntos en los cuales se debe poner atención. En dos de ellos hay bastante acuerdo en general, pero por lo menos hay otros cuatro que son objeto de mucha controversia. Aquí están mis propias once reglas, cada una de las cuales me parece de oro:
En primer lugar, se debe usar té de la India o Ceilán. El té de China tiene virtudes que no deben ser despreciadas en la actualidad - es económico, y se puede tomar sin leche - pero no es particularmente estimulante. Uno no se siente más sabio, más valiente o más optimista después de beber té chino. Cualquiera que haya usado la frase "una buena taza de té" sabe que se refiere invariablemente al té de la India.
En segundo lugar, el té debe prepararse en pequeñas cantidades - es decir, en una tetera. El té que no es preparado en un recipiente cerrado siempre queda de mal gusto, tal como el que prepara el ejército en grandes ollas y que sabe a grasa y detergente. La tetera debe ser de porcelana o loza. El té preparado en teteras de plata o porcelana británica resulta de inferior calidad, aunque curiosamente en teteras de estaño (una rareza en la actualidad) no resulta tan mal.
En tercer lugar, la tetera debe ser calentada de antemano. Esto resulta mejor al colocarla en una placa caliente que por el método habitual de calentarla con agua caliente. En cuarto lugar, el té debe ser fuerte. Para una tetera de un cuarto de galón (1,1 litros aproximadamente), si se va a llenar casi hasta el borde, seis cucharadas colmadas de té deberían ser suficientes. En épocas de racionamiento como la actual, ésta no es una idea que se pueda se realizar todos los días de la semana, pero yo sostengo que una taza de té fuerte es mejor que veinte tazas débiles. A todos los amantes del té les gusta el té fuerte, y un poco más fuerte a cada año que pasa - un hecho que es reconocido en el racionamiento extra que reciben los jubilados.
En quinto lugar, el té se debe poner directamente en la tetera. No hay que usar filtros, bolsas de muselina u otros dispositivos para encarcelar al té. En algunos países, las teteras están equipados con filtros para retener las hojas que caen junto con la infusión, bajo el supuesto que son perjudiciales. En realidad se puede tragar hojas de té en grandes cantidades sin efectos negativos, y el té no queda bien si no se infusiona correctamente.
En sexto lugar, uno debe llevar la tetera de preparación a la caldera de agua hirviendo y no al revés. El agua debe estar hirviendo en el momento del impacto, lo que significa que uno debe mantenerla en el fuego mientras se vierte. Algunas personas señalan que sólo se debe utilizar el agua que recién ha comenzado a ebullir, pero nunca he advertido que haya alguna diferencia.
En séptimo lugar, después de hacer el té, hay que removerlo, o mejor aún, dar una buena sacudida a la tetera, permitiendo que las hojas se depositen en el fondo.
En octavo lugar, uno debe beber de una buena taza de desayuno - es decir, el tipo de taza cilíndrico, no el tipo de plano y poco profundo. En la taza de desayuno cabe más té, y con el tipo bajo y plano el té se enfría antes de llegar a los labios.
En noveno lugar, se debe extraer la crema de la leche antes de usarla para el té. La leche que muy cremosa siempre cambia el sabor del té.
En décimo lugar, se debe verter primero el té en la taza antes que la leche. Este es uno de los puntos más polémicos de todos, y de hecho en todas las familias británicas probablemente hay dos escuelas de pensamiento sobre el tema. La escuela de "la leche primero" puede presentar algunos argumentos bastante fuertes, pero sigo sosteniendo que mi argumento es irrefutable. Esto es que, al poner el té primero y revolverlo a medida que se vierte la leche, se puede regular exactamente la cantidad de leche, mientras que es posible poner demasiada leche si uno lo hace al revés.
Por último, el té - a menos que uno lo esté tomando al estilo ruso - se debe beber sin azúcar. Sé muy bien que estoy en minoría aquí. Pero aún así, ¿cómo puede usted llamarse un verdadero amante del té si destruye su sabor poniéndole azúcar? También se le podría poner pimienta o sal. Se supone que el té debe ser amargo, al igual que la cerveza está destinada a serlo. Si endulza el té ya no sentiría su sabor; y podría obtener una bebida muy similar al disolver azúcar en agua caliente pura.
Algunas personas responden que no les gusta el té en sí mismo, que sólo lo beben con el fin de ser calentados y estimulados, y que necesitan el azúcar para cambiarle el gusto al té. A estas personas equivocadas, yo les diría: Trate de tomar el té sin azúcar, por ejemplo, un par de semanas y es muy poco probable que usted nunca más vaya a querer arruinar su té nuevamente por la edulcoración. Estos no son los únicos puntos controvertidos que surjen en relación con el consumo de té, pero son suficientes para mostrar lo sofisticado que se ha convertido todo el asunto. También está la misteriosa etiqueta social que rodea a la taza de té (¿por qué se considera vulgar beber té en el platillo, por ejemplo?) Y mucho se podría escribir acerca del uso secundario de las hojas de té, como adivinar el futuro, la predicción de la llegada de visitantes, como alimento para los conejos, usos en curaciones y quemaduras y limpieza de alfombras. Vale la pena prestar atención a detalles tales como el calentamiento de la tetera y el uso de agua hirviendo, con el fin de asegurarse de obtener de su ración las veinte buenas y fuertes tazas que sus dos onzas (56 gramos), bien manejadas, deberían representar.
FIN
Ensayo Publicado en el Evening Standard, 12 enero 1946.
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