martes, 11 de octubre de 2016

CARL SANDBURG
Tumbas
Soñé que un hombre plantaba cara a un millar,
un hombre condenado por bobo y obstinado.
Año tras año recorría las calles,
y mil encogimientos de hombros, mil abucheos
lo saludaban en las espaldas y las bocas al pasar.
Murió solo
y sólo el enterrador acudió a su funeral.
Crecen las flores sobre su tumba y se mecen al viento,
y sobre las tumbas de los otros mil
también crecen y se mecen las flores al viento.
Las flores y el viento,
las flores se mecen sobre las tumbas de los muertos,
pétalos rojos, hojas amarillas, manchas blancas,
masas violáceas y desmoronadas...
Te amo y amo tu gran manera de olvidar.
RYUNOSUKE AKUTAGAWA
Cuerpo de mujer
Una noche de verano un chino llamado Yang despertó de pronto a causa del insoportable calor. Tumbado boca abajo, la cabeza entre las manos, se había entregado a hilvanar fogosas fantasías cuando se percató de que había un pulga avanzando por el borde de la cama. En la penumbra de la habitación la vio arrastrar su diminuto lomo fulgurando como polvo de plata rumbo al hombro de su mujer que dormía a su lado. Desnuda, yacía profundamente dormida, y oyó que respiraba dulcemente, la cabeza y el cuerpo volteados hacia su lado.
Observando el avance indolente de la pulga, Yang reflexionó sobre la realidad de aquellas criaturas. "Una pulga necesita una hora para llegar a un sitio que está a dos o tres pasos nuestros, aparte de que todo su espacio se reduce a una cama. Muy tediosa sería mi vida de haber nacido pulga..."
Dominado por estos pensamientos, su conciencia se empezó a oscurecer lentamente y, sin darse cuenta, acabó hundiéndose en el profundo abismo de un extraño trance que no era ni sueño ni realidad. Imperceptiblemente, justo cuando se sintió despierto, vio, asombrado, que su alma había penetrado el cuerpo de la pulga que durante todo aquel tiempo avanzaba sin prisa por la cama, guiada por un acre olor a sudor. Aquello, en cambio, no era lo único que lo confundía, pese a ser una situación tan misteriosa que no conseguía salir de su asombro.
En el camino se alzaba una encumbrada montaña cuya forma más o menos redondeada aparecía suspendida de su cima como una estalactita, alzándose más allá de la vista y descendiendo hacia la cama donde se encontraba. La base medio redonda de la montaña, contigua a la cama, tenía el aspecto de una granada tan encendida que daba la impresión de contener fuego almacenado en su seno. Salvo esta base, el resto de la armoniosa montaña era blancuzco, compuesto de la masa nívea de una sustancia grasa, tierna y pulida. La vasta superficie de la montaña bañada en luz despedía un lustre ligeramente ambarino que se curvaba hacia el cielo como un arco de belleza exquisita, a la par que su ladera oscura refulgía como una nieve azulada bajo la luz de la luna.
Los ojos abiertos de par en par, Yang fijó la mirada atónita en aquella montaña de inusitada belleza. Pero cuál no sería su asombro al comprobar que la montaña era uno de los pechos de su mujer. Poniendo a un lado el amor, el odio y el deseo carnal, Yang contempló aquel pecho enorme que parecía una montaña de marfil. En el colmo de la admiración permaneció un largo rato petrificado y como aturdido ante aquella imagen irresistible, ajeno por completo al acre olor a sudor. No se había dado cuenta, hasta volverse una pulga, de la belleza aparente de su mujer. Tampoco se puede limitar un hombre de temperamento artístico a la belleza aparente de una mujer y contemplarla azorado como hizo la pulga.
ALMAFUERTE
¡Vera violetta!
En pos de su nivel se lanza el río
Por el gran desnivel de los breñales; 
El aire es vendaval, y hay vendavales
Por la ley del no-fin, del no-vacío;
La más hermosa espiga del estío
No sueña con el pan en los trigales;
El más noble panal de los panales
No declaró jamás: Yo no soy mío.
Y el sol, el padre sol, el raudo foco
Que fomenta la vida en la Natura,
Por fecundar los polos no se apura,
Ni se desvía un ápice tampoco...
¡Todo lo alcanzarás, solemne loco,
Siempre que lo permita tu estatura!
JAIME TORRES BODET
Agosto
Va a llover... Lo ha dicho al césped
El canto fresco del río;
El viento lo ha dicho al bosque
Y el bosque al viento y al río...
Va a llover... Crujen las ramas
Y huele a sombra en los pinos...
Naufraga en verde el paisaje...
Pasan pájaros perdidos...
¡Qué solo te quedas tú
Pobre corazón sin nido.

VICTOR HUGO
A una mujer
¡Niña!, si yo fuera rey daría mi reino,
mi trono, mi cetro y mi pueblo arrodillado,
mi corona de oro, mis piscinas de pórfido,
y mis flotas, para las que no bastaría el mar,
por una mirada tuya.
Si yo fuera Dios, la tierra y las olas,
los ángeles, los demonios sujetos a mi ley.
Y el profundo caos de profunda entraña,
la eternidad, el espacio, los cielos, los mundos
¡daría por un beso tuyo!
ADELA ZAMUDIO
NACER HOMBRE
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Cuánto trabajo ella pasa
Por corregir la torpeza
De su esposo, y en la casa,
( Permitidme que me asombre).
Tan inepto como fatuo,
Sigue él siendo la cabeza,
Porque es hombre!
Si algunos versos escribe,
De alguno esos versos son,
Que ella sólo los suscribe.
(Permitidme que me asombre).
Si ese alguno no es poeta,
Por qué tal suposición
Porque es hombre!
Una mujer superior
En elecciones no vota,
Y vota el pillo peor.
(Permitidme que me asombre).
Con tal que aprenda a firmar
Puede votar un idiota,
Porque es hombre!
El se abate y bebe o juega.
En un revés de la suerte:
Ella sufre, lucha y ruega.
(Permitidme que me asombre).
Que a ella se llame el "ser débil"
Y a él se le llame el "ser fuerte".
Porque es hombre!
Ella debe perdonar
Siéndole su esposo infiel;
Pero él se puede vengar.
(Permitidme que me asombre).
En un caso semejante
Hasta puede matar él,
Porque es hombre!
Oh, mortal privilegiado,
Que de perfecto y cabal
Gozas seguro renombre!
En todo caso, para esto,
Te ha bastado
Nacer hombre.


JACOBO FIJMAN
REQUIEM
Olores de amarillo.
Aliso de silencios
cual colgaduras tiesas
en la flor negra de mi estancia.
Sonrisa azul y blanca.
Gritos desesperados de los trenes
que doblan imprevistos horizontes
de lluvias y de fríos.
Otoño-
taburete desolado;
tabaquera de días rubios,
lánguidos y descalzos
y oscuras tardes de Rosario.
Un rebullir de sillas me despierta;
sabor de infancia; olores de amarillo.
11 DE OCTUBRE DE 1854 NACE
ADELA  ZAMUDIO
(La Paz, 1854 - Cochabamba, 1928) Poetisa y novelista boliviana. Su notable figura representó en su país la transición del romanticismo al modernismo.
Dirigió la primera escuela laica de Bolivia en La Paz. Además fundó también la primera escuela de pintura para mujeres (1911) y posteriormente para niños, en uno de los arrabales de la capital. En 1928 recibió la máxima condecoración literaria otorgada por el gobierno de la nación. Entre su dedicación a la enseñanza y su actividad literaria, Zamudio desarrolló una significativa labor sociocultural en pro de la emancipación intelectual y social de la mujer.
Sus inicios creativos fueron la publicación de algunos poemas bajo el seudónimo de Soledad, con una lírica fluida en la que aparecían la naturaleza y los sentimientos como temas principales, elementos que después terminaron por ser fundamentales en su obra, donde supo expresarse sirviéndose de todos los géneros y formas retóricas.
Autora de varias piezas de teatro, de ensayos pedagógicos y políticos, cuentista y poeta de extrema preocupación social y angustia filosófica, en sus textos reveló una singular conjunción entre rebeldía y misticismo. Entre sus principales obras sobresalen Ensayos políticos (Buenos Aires, 1887), Íntimas, Peregrinando y Ráfagas (París, 1914).
El lugar más destacado entre la producción poética de Zamudio lo ocupa la obra Ensayos poéticos, publicada en Buenos Aires en 1928, con un prólogo de Juan José García Velloso. En dicha obra aparecen reflejados todos los temas recurrentes de la escritora -la vida, la naturaleza, la preocupación filosófica, los sentimientos y la mujer-, consolidándose el estilo armonioso y sencillo que caracterizaron una escritura entre tierna y pesimista.
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lunes, 10 de octubre de 2016



Resultado de imagen para ROBERTO ARLT "Aguafuertes porteñas" La tragedia del hombre honradoROBERTO ARLT
"Aguafuertes porteñas"
La tragedia del hombre honrado
Todos los días asisto a la tragedia de un hombre honrado. Este hom­bre honrado tiene un café que bien puede estar valuado en treinta mil pesos o algo más. Bueno: este hombre honrado tiene una esposa honrada.
A esta esposa honrada la ha colocado a cuidar la victrola. Dicho procedi­miento le ahorra los ochenta pesos mensuales que tendría que pagarle a una victrolista. Mediante este sistema, mi hombre honrado economiza, al fin del año, la respetable suma de novecientos sesenta pesos sin contar los intereses capitalizados. Al cabo de diez años tendrá ahorrados…
Pero mi hombre honrado es celoso. ¡Vaya si he comprendido que es celoso! Levantando la guardia tras la caja, vigila, no sólo la consumición que hacen sus parroquianos, sino también las miradas de éstos para su mujer. Y sufre. Sufre honradamente. A veces se pone pálido, a veces le fulguran los ojos. ¿Por qué? Porque alguno se embota más de lo debido con las regordetas pantorrillas de su cónyuge. En estas circunstancias, el hombre honrado mira para arriba, para cerciorarse si su mujer correspon­de a las inflamadas ojeadas del cliente, o si se entretiene en leer una revis­ta. Sufre. Yo veo que sufre, que sufre honradamente; que sufre olvidando en ese instante que su mujer le aporta una economía diaria de dos pesos sesenta y cinco centavos; que su legitima esposa aporta a la caja de aho­rros novecientos sesenta pesos anuales. Sí, sufre. Su honrado corazón de hombre prudente en lo que atañe al dinero, se conturba y olvida de los intereses cuando algún carnicero, o cuidador de ómnibus, estudia la anato­mía topográfica de su también honrada cónyuge. Pero más sufre aún cuan­do, el que se deleita contemplando los encantos de su esposa, es algún mozalbete robusto, con bigotitos insolentes y espaldas lo suficientemente poderosas como para poder soportar cualquier trabajo extraordinario. En­tonces mi hombre honrado mira desesperadamente para arriba. Los celos que los divinos griegos inmortalizaron, le desencuadernan la economía, le tiran abajo la quietud, le socavan la alegría de ahorrarse dos pesos se­senta y cinco centavos por día; y desesperado hace rechinar los dientes y mira a su cliente como si quisiera darle tremendos mordiscones en los ri­ñones.
Yo comprendo, sin haber hablado una sola palabra con este hombre, el problema que está encarando su alma honrada. Lo comprendo, lo interpreto, lo “manyo”. Este hombre se encuentra ante un dilema hamletia­no, ante el problema de la burra Balaam, ante… ¡ante el horrible proble­ma de ahorrarse ochenta mangos mensuales! Son ochenta pesos. ¿Saben ustedes los bultos, las canastas, las jornadas de dieciocho horas que éste trabajó para ganar ochenta pesos mensuales? No; nadie se lo imagina.
De allí que lo comprendo. Al mismo tiempo quiere a su mujer. ¡Cómo no la va a querer! Pero no puede menos de hacerla trabajar, como el famoso tacaño de Anatole France no pudo menos de cortarle unas rebabas a las mo­nedas de oro que le ofrecía a la Virgen: seguía fiel a su costumbre.
Y ochenta pesos son ocho billetes de a diez pesos, dieciséis de a cinco y… dieciséis billetes de a cinco pesos, son plata… son plata…
Y la prueba de que nuestro hombre es honrado, es que sufre en cuanto empiezan a mirarle a la cónyuge. Sufre visiblemente. ¿Qué hacer? ¿Renun­ciar a los ochenta pesos, o resignarse a una posible desilusión conyugal?
Si este hombre no fuera honrado, no le importaría que le cortejaran a su propia esposa. Más aún, se dedicaría como el célebre señor Bergeret, a soportar estoicamente su desgracia.
No; mi cafetero no tiene pasta de marido extremadamente compla­ciente. En él todavía late el Cid, don Juan, Calderón de la Barca y toda la honra de la raza, mezclada a la terribilísima avaricia de la gente del terruño.
Son ochenta pesos mensuales. ¡Ochenta! Nadie renuncia a ochenta pesos mensuales porque sí. El ama a su mujer; pero su amor no es incom­patible con los ochenta pesos.
También ama su frente limpia de todo adorno, y también ama su comercio, la economía bien organizada, la boleta de depósito en el ban­co, la libreta de cheques. ¡Cómo ama el dinero este hombre honradisimo, malditamente honrado!
A veces voy a su café y me quedo una hora, dos, tres. El cree que cuando le miro a la mujer estoy pensando en ella, y está equivocado. En quien pienso es en Lenin… en Stalin… en Trotsky… Pienso con una ale­gría profunda y endemoniada en la cara que este hombre pondría si ma­ñana un régimen revolucionario le dijera:
-Todo su dinero es papel mojado.


GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA
Las contradicciones
No encuentro paz, ni me permiten guerra;
De fuego devorado, sufro el frío;
Abrazo un mundo, y quédome vacío;
Me lanzo al cielo, y préndeme la tierra.
Ni libre soy, ni la prisión me encierra;
Veo sin luz, sin voz hablar ansío;
Temo sin esperar, sin placer río;
Nada me da valor, nada me aterra.
Busco el peligro cuando auxilio imploro;
Al sentirme morir me encuentro fuerte;
Valiente pienso ser, y débil lloro.
Cúmplese así mi extraordinaria suerte;
Siempre a los pies de la beldad que adoro,
Y no quiere mi vida ni mi muerte.

ROBERTO ARLT AGUAFUERTES PORTEÑAS YO NO TENGO LA CULPA

     ROBERTO ARLT        AGUAFUERTES PORTEÑAS     YO NO TENGO LA CULPA   Yo siempre que me ocupo de cartas de lectores, suelo admitir que se...