lunes, 14 de septiembre de 2020

14 DE SEPTIEMBRE DE 1321 MUERE: DANTE ALIGHIERI

14 DE SEPTIEMBRE DE 1321 MUERE:

DANTE ALIGHIERI

Biografía de Dante Alighieri

Dante Alighieri nació en Florencia a finales del mes de mayo de 1265. Eran tiempos de guerra. La muerte del emperador Federico II de Sicilia (1250) no sólo causó el desmembramiento de una floreciente escuela poética sino que produjo -sobre todo- un recrudecimiento en las posturas de los partidarios del poder imperial (gibelinos) y los defensores del dominio del papado (güelfos). Por causas diversas, estallaron sangrientos choques en 1248. El motivo remoto fue -al parecer- la muerte de un Buondelmonti, marido infiel de una Amidei. El 4 de septiembre de 1260 los gibelinos de Florencia y Siena, capitaneados por los Uberti y ayudados por Manfredo -hijo ilegítimo de Federico II- impusieron su poder en Monteaperti a los güelfos de Toscana. Los güelfos huyeron despavoridos de Florencia: la muerte y el saqueo fueron sistemáticos e implacables en la ciudad del Arno.
La familia de Dante permaneció en la ciudad a pesar de los peligros que acechaban a los güelfos. Y en Florencia nació el poeta, cinco años después del desastre de Monteaperti. Pero Fortuna, que siempre fue voluble, quiso que los gibelinos fueran derrotados apenas un año más tarde en Benevento: el rey Manfredo fue vencido y halló la muerte durante la batalla. Carlos de Anjou, paladín de las ambiciones papales, consiguió imponerse con un ejército de provenzales, languedocianos y franceses. Esta vez fue el río Calore el testigo del combate, el 26 de febrero de 1266. El cuerpo de Manfredo apareció dos días después y quedó sepultado bajo un alto montón de piedras que depositaron los angevinos al lado del puente de Benevento. El papa, considerando tal enterramiento como un gran honor, ordenó que lo desenterraran y lo llevaran más allá de los límites del reino con los cirios apagados, como reo de excomunión.
La persecución que llevaron a cabo los güelfos fue tan implacable como la de los gibelinos algunos años antes. Cundieron las órdenes de destierro y de privación de bienes dictadas contra los partidarios del poder imperial.
Toda esperanza de cambio quedó aniquilada dos años más tarde, cuando el ejército gibelino, mandado por los herederos de los Hohenstaufen, fue exterminado en Tagliacozzo (1268): sus jefes fueron públicamente decapitados en Nápoles, a excepción del Infante D. Enrique de Castilla, hermano y enemigo de Alfonso X, que no recuperó la libertad hasta 1294.
Las continuas humillaciones infligidas por los partidarios de las distintas tendencias a las banderías contrarias alejaban de Florencia cada vez más la paz. Dante tenía trece años y su madre ya había muerto, dejándole un recuerdo que reaparece continuamente en la Commedia, donde la imagen materna protege, cuida y alimenta al hijo.
Según Boccaccio, la infancia de nuestro poeta transcurrió con abundantes signos de la futura gloria de su ingenio: a partir de los ocho años, se dedicó al aprendizaje de las letras y de las artes liberales, destacando de forma admirable. Sin embargo, hay que advertir que la actividad cultural de Florencia no era comparable en modo alguno a la de Bolonia, Arezzo y Siena, que contaban con sendas universidades: la escasez de maestros de gramática en la ciudad de Dante parece indudable y la preparación del niño quedó lejos de ser buena, pues con dificultad conseguía leer a Boecio y Cicerón a los veinticinco años, acostumbrado como estaba al latín eclesiástico, bíblico. Por lo demás, sus estudios debieron ser los habituales de la Escuela medieval y los autores leídos fueron, sin duda, los del programa del Trivium, acompañados por los versos de los poetas vulgares más famosos: algunos trovadores provenzales y franceses, sicilianos y sículo-toscanos.
En el mes de mayo de 1274 vio por primera vez a Beatriz, hija de Folco Portinari: la niña tenía ocho años y Dante nueve. En la Vita Nuova ocupa un lugar destacado este primer encuentro y a través de este libro se puede reconstruir la actividad que desarrolló Dante entre el primer encuentro y nueve años más tarde, 1283, en que volvió a ver a Beatriz. Sin duda, continuó sus estudios en la Escuela y, posiblemente, empezó a ejercitarse en el arte de la poesía y a frecuentar la compañía de los poetas florentinos más en boga, famosi trovatori in quello tempo. También la familia preparó su matrimonio con Gemma Donati (el 9 de enero de 1277), con la que se casaría en 1285.
La Vita Nuova fue escrita quizás en 1294 o muy poco tiempo antes. Beatriz había muerto la noche del 8 de junio de 1290. Los sentimientos del poeta quedan de manifiesto en este librito, que se cierra con un enigmático episodio: un año después de la muerte de su amada, mientras estaba entregado al recuerdo, vio a una mujer joven y hermosa que parecía capaz de toda compasión. El rostro de la dama tiene el color de las perlas, como el de Beatriz, y su actitud afectuosa hace que el recuerdo de la amada se nuble ligeramente. Pero el poeta no busca una nueva pasión, sino el consuelo; poco a poco va olvidando los sufrimientos pasados, hasta el día en que la figura de Beatriz reaparece con toda su fuerza y con el mismo aspecto que tenía la primera vez que la vio: Dante se arrepiente y vuelve al triste recuerdo. Es entonces cuando el poeta, dispuesto a contemplar a la amada en la gloria, es reconfortado con una visión admirable, tan extraordinaria que el escritor decide abandonar su obra hasta el momento en que se considere capaz de hablar de Beatriz diciendo de ella cosas que no han sido dichas de ninguna mujer.
Ese sería el origen de la Commedia, aunque Dante tardaría unos quince años en cumplir su promesa. Son años intensos en la vida de Dante: el poeta tiene apenas treinta años y, literariamente, ya ha superado los movimientos más relevantes de su entorno: ha dejado atrás las imitaciones de los sicilianos, los experimentos de los sículo-toscanos (especialmente de Guittone d'Arezzo) y se ha distanciado de los stilnovisti, aunque sigue manteniendo relaciones con Guido Cavalcanti y con Cino da Pistoia.
Ciertamente, nuestro autor está descontento y contempla estos años posteriores a la muerte de Beatriz como los que más le alejaron del recto camino. Son los años de los yerros de su vida, a juzgar por los reproches que le dirige Beatriz (en Purgatorio XXX y XXXI), aunque resulta difícil saber si los errores eran morales, intelectuales o de algún otro tipo. Es un período de diez años, entre la muerte de la amada (1290) y el inicio de su visita al Infierno, situado posiblemente el 25 de marzo del año 1300.
La guerra y los enfrentamientos civiles continúan mientras tanto en Florencia. El mismo Dante debió tomar parte en el asedio de Poggio Santa Cecilia (1286-1287) y en las batallas de Campaldino y Caprona (1289). Más tarde, aparecerá inscrito como miembro del gremio de doctores y representante de su ciudad en embajadas y otras misiones diplomáticas (1295-1301).
En Pistoia se habían dividido los güelfos en dos bandos, blancos y negros, división que no tardó en llegar a Florencia. Dante, comprometido con ambos bandos, no llega a tomar partido abiertamente por ninguno de ellos. Los tiempos eran difíciles y se complicaban cada vez más con las arbitrariedades de Bonifacio VIII y con la política papal de apoyo a los grandes señores florentinos, en especial al turbulento Corso Donati, cabecilla de los güelfos negros y pariente lejano de la mujer de Dante. No tardó en estallar la guerra entre las dos banderías y Dante -ya decididamente comprometido con la política de los blancos- acude como embajador a San Gimignano en busca de apoyo. Poco después es elegido como uno de los seis priores que debían gobernar Florencia durante dos meses, breve período de tiempo que marcaría inevitablemente los veinte años de vida que le quedaban, según indica el mismo Dante en una carta desaparecida: "Todos los males y los inconvenientes míos en los infaustos comicios de mi priorato tuvieron su causa y principio". Efectivamente, fueron sólo dos meses, pero llenos de tumultos y dificultades: una reyerta callejera enfrentó a un grupo de nobles con algunos miembros del pueblo. El resultado fue el destierro de quince cabecillas de la nobleza -güelfos blancos y negros- con sus familias; entre ellos se encontraba Guido Cavalcanti, que moriría poco después (1300). Cuando los seis priores siguientes tomaron posesión de su cargo, lo primero que hicieron fue suspender la orden de destierro (quizás para permitir las exequias de Cavalcanti), lo que no significó, en absoluto, la pacificación de los ánimos en Florencia.
En todo caso, Dante continuó desempeñando papeles políticos de cierto relieve, cada vez más comprometidos con los güelfos blancos frente a las pretensiones de Bonifacio VIII, del que se convertirá en el máximo detractor, como bien se ve en la Commedia. Es posible que el antagonismo se debiera a razones ideológicas o que tuviera su inicio en la intransigencia del propio Dante, o -según es fama desde antiguo-, que fuera originado por la retención de que fue objeto Dante al ir como embajador a Roma en otoño de 1301, mientras que el resto de los miembros de la embajada quedaban en libertad para regresar a Florencia, en la que había entrado Carlos de Valois en representación del Papa para hacer las paces entre los bandos litigantes: los güelfos negros que estaban desterrados -con Corso Donati al frente- se dieron al robo, a la destrucción, al asesinato y al pillaje durante cinco días, al cabo de los cuales desterraron a los blancos supervivientes. Dante fue uno de ellos: la orden de exilio de dos años fue dada el 27 de enero de 1302, acusado de malversación de los caudales públicos, a la vez que fue condenado a pagar una multa de cinco mil florines. Al no presentarse en Florencia para cumplir el castigo, se revisó su sentencia dos meses más tarde: fue condenado a morir en la hoguera y sus bienes fueron confiscados (10 de marzo de 1302). Dante no regresó ya a su ciudad.
La situación política hizo que los güelfos blancos, desterrados de Florencia en 1302, se aliaran con sus antiguos enemigos los gibelinos, también desterrados, para poder neutralizar -al menos en parte- las pretensiones papales sobre la ciudad. Poco pudieron las armas y Dante, amargado y vencido, empezó a distanciarse de sus compañeros políticos para reiniciar en el destierro la actividad literaria que había tenido casi abandonada durante varios años. Corría el mes de julio de 1304. En Arezzo nacía Francesco Petrarca, hijo de un güelfo blanco amigo de Dante, que también había sido desterrado en 1302.
Poco se sabe de los años siguientes. Boccaccio alude a una incesante actividad viajera:
"Él, más allá de lo que esperaba, varios años, de regreso de Verona (adonde había ido en su primera fuga, en busca de micer Alberto della Scala, del que fue recibido con benevolencia), estuvo con honra y de forma bastante adecuada, según el tiempo y sus posibilidades, ora con el conde Salvático en Casentino, ora con el marqués Morruello Malespina en Lunigiana, ora con los de la Faggiuola en los montes vecinos a Urbino. Luego se marcho a Bolonia de donde al poco tiempo fue a Padua y de allí regresó a Verona. [75] Pero después de que vio que se le cerraba el camino de regreso por todas partes y que día a día era más vana su esperanza, no sólo abandonó Toscana, sino toda Italia, y pasados los montes que la separan de la provincia de Galia, como pudo, se marchó a París; y allí se entregó por completo al estudio de la filosofía y de la teología, recuperando para sí lo que quizás se le había marchado de las demás ciencias debido a los impedimentos que había tenido".
[Boccaccio, Vida de Dante , cap. V, 74-75. Trad. C. Alvar, Madrid, Alianza, 1995].
Son muchos datos difíciles de aceptar, pues algunos de sus protectores eran güelfos negros y otros, gibelinos; tampoco el viaje a Francia es incontrovertible... En definitiva, nada hay seguro acerca de la actividad del poeta en los años siguientes al exilio. Lo que en todo caso parece cierto es que en esos años empezó a escribir el De vulgari eloquentia y el Convivio, su dos tratados principales anteriores a la Commedia, ambos inconclusos.
Verona fue el lugar donde Dante tuvo su residencia durante más tiempo, en los años de la esperanza y en los de la desilusión. Cuando en 1308 Enrique VII fue elegido emperador, renacieron las esperanzas de los gibelinos y de los güelfos blancos, que vieron en él al posible pacificador, o más aún, el apoyo que necesitaban frente al creciente poder papal. Así parecía prometerlo su carrera: apenas unos meses después de su elección, fue coronado rey de Alemania en Aquisgrán (6 de enero de 1309), e inmediatamente se dispuso a entrar en Italia, tanto para visitar las ciudades imperiales como para recibir la solemne investidura. Sin embargo, sus pretensiones se vieron aplazadas sistemáticamente por las más variadas intrigas y tardó dos años en ser coronado Rey de Romanos (Milán, 6 de enero de 1311) y otros dos años más en ser ungido emperador en Roma (27 de junio de 1313). Fueron muchas las ciudades que le negaron su reconocimiento, entre otras, las que eran baluarte de los güelfos negros o que dependían más directamente del papado: Brescia, Cremona, Padua, Roma, Nápoles, las principales ciudades toscanas, y sobre todo, Florencia. Llegaban nuevos aires de guerra y la esperanza de que el Emperador consiguiera imponer su autoridad al Papa (o lo que era igual, reducir el influjo francés en la política italiana, que culminaría con el traslado de la sede papal a Aviñón en 1309). Pero la repentina muerte de Enrique VII cerca de Siena, el 24 de agosto de 1313, hundió las esperanzas de los gibelinos y de gran parte de los güelfos blancos.
Dante estaba en plena madurez según Boccaccio lo describe -y coincide con la iconografía existente-.
"Éste nuestro poeta fue de mediana estatura, y, cuando llegó a la edad madura, iba algo encorvado y su caminar era grave y tranquilo, iba vestido siempre de honestísimos paños, con la ropa que convenía a su madurez. Su rostro era largo, nariz aguileña, los ojos más grandes que pequeños, las mandíbulas grandes, y el labio de abajo montado en el de arriba; de tez morena, con cabellos y barba abundantes, negros y crespos, siempre con el rostro melancólico y pensativo.
En sus costumbres caseras y públicas fue admirablemente ordenado y sobrio, y en todo, más cortés y educado que nadie. En la comida y en la bebida fue muy frugal, tanto porque lo hacía en las horas adecuadas, como porque no traspasaba el límite de la necesidad al tomarlo; y no tuvo más interés en eso que en cualquier otra cosa: alababa las cosas delicadas y generalmente se alimentaba con comidas normales, censurando a aquellos que pasaban parte de su aplicación en tener cosas selectas y en hacer que se las prepararan con suma diligencia, y afirmaba que estos tales no comían para vivir, sino que más bien vivían para comer. Nadie fue más vigilante que él en los estudios y en cualquier otra preocupación que le punzase; tanto que varias veces la mujer y su familia se dolieron por ello, hasta que, acostumbradas a sus costumbres, esto dejara de importarles.
En pocas ocasiones hablaba, si no era para preguntar, y en éstas, con firmeza y voz adecuada a la materia de la que hablaba; no obstante, allí donde se le pedía, era elocuentísimo y de fácil palabra, y con óptima y pronta pronunciación.
Se deleitó mucho con música y cantos en su juventud y fue amigo de todos aquellos que eran buenos cantantes y músicos en aquel tiempo, y los frecuentaba; atraído por este deleite compuso muchas cosas que, con agradable y magistral anotación, hacía revestir a todos ellos.
De modo semejante le agradaba estar solo y lejos de la gente, para que sus razonamientos no le fueran interrumpidos; y si alguna vez le llegaba alguno que le agradara mucho, cuando se encontraba entre la gente, si se le preguntaba por alguna cosa, no contestaba al que le había preguntado hasta llegar a un resultado positivo o negativo: así le ocurrió muchas veces cuando le preguntaban estando a la mesa, en el camino con compañeros o en cualquier otra parte.
Se dedicaba con ahínco a sus estudios, en las ocasiones en que se disponía a hacerlos, de tal modo que ninguna noticia que oyera podía hacer que los abandonara.
Tuvo este poeta además capacidades dignas de admiración, memoria muy firme e intelecto perspicaz... Fue de gran ingenio y de sutil imaginación, tal como a los conocedores ponen bastante más de manifiesto sus obras que mis letras. Fue muy deseoso de honores y pompas, quizás más de lo que le sería pedido a su ínclita virtud. ¿Pero qué? ¿Qué vida es tan humilde que no sea alcanzada por la dulzura de la gloria?"
[Boccaccio, Vida de Dante, cap. VIII; trad. C. Alvar, loc. cit.]
Verona era uno de los lugares que habían recibido con alegría la llegada del emperador. Era señor de la ciudad Cangrande della Scala, que fue nombrado vicario imperial (1311) y excomulgado por el papa en 1318. A partir de ese mismo año, se convirtió en capitán general de la Liga Gibelina, consiguiendo someter gran parte del norte de Italia. En Verona debió pasar Dante varios años, desde 1312 hasta 1318, justamente los años en los que escribió la mayor parte de la Commedia , cuyo Paradiso dedica a Cangrande en una conocida e importante epístola (la XIII) en la que elogia a su protector y le explica los distintos niveles de interpretación del poema (además de aludir al mismo señor de la ciudad en Par . XVII, 76 y ss.). La fama de Dante estaba ya consolidada desde que se difundió el Inferno (1314) y el Purgatorio (1315-1316).
Es posible que esa fama le abriera las puertas de la corte de Guido Novello da Polenta (o Guido el Joven), poeta y protector de artistas en Rávena, donde pasaría los últimos años de su vida, honrado y estimado por su anfitrión y por los demás miembros de su séquito, posiblemente ocupando la cátedra de Retórica y Poesía. Allí, por fin, acudirían al lado del poeta sus hijos Jacopo y Pietro, y quizás también su hija Antonia (que profesaría como monja con el nombre de Beatriz). Dante había pasado los cincuenta años, era poeta prestigioso y diplomático experimentado: no extraña que Guido de Polenta lo utilizara como embajador en ocasiones delicadas, para aliviar tensiones o reducir hostilidades; tal era el caso con Venecia, donde fue enviado en representación de Rávena y donde debió contraer unas fiebres (quizás paludismo) que acabarían con su vida el 13 o 14 de septiembre de 1321, apenas concluida la Commedia, tanto que muchos llegaron a pensar que había quedado inacabada, según atestigua Boccaccio, aunque es bien conocida su tendencia a la fabulación y a la construcción de situaciones nuevas:
"Había sido costumbre suya que cuando tenía acabados seis u ocho o más cantos, o menos, se los enviaba antes de que ningún otro los viera, estuviese donde estuviese, a micer Cane della Scala, al que reverenciaba más que a cualquier otro hombre; y, después de haber sido vistos por éste, hacía copias para quienes las querían. Habiéndole enviado de esta manera todos los cantos salvo los trece últimos, y habiéndolos hecho, aunque aún no se los había mandado, sin dar noticias a nadie de que los dejaba, se murió. Tras buscar los que quedaron, hijos y díscipulos, en varias ocasiones y durante meses, entre todos sus escritos, si a su obra le había dado fin, y no encontrándose en modo alguno los cantos que faltaban, sus amigos ya se lamentaban porque Dios no lo había prestado al mundo lo suficiente como para dar fin a lo poco que restaba de su obra y no encontrándolos, dejaron de buscar desesperados.
Iacopo y Pietro, hijos de Dante, ambos poetas, persuadidos por algunos de sus amigos, se pusieron a suplir la obra paterna en la medida de sus posibiidades, para que no quedara inacabada; entonces, se apareció a Iacopo, que era mucho más aplicado en esto que su hermano, una admirable visión, que no sólo lo apartó de la estulta presunción, sino que además le mostró dónde estaban los trece cantos que faltaban a la divina Comedia, y que no habían sabido encontrar".
[Boccaccio, Vida de Dante , cap. XIV, 183-189; trad. C. Alvar, loc. cit.]
Obras
Dante escribió en verso y en prosa, en italiano y en latín. Entre sus obras juveniles se encuentran la colección de composiciones poéticas (Rime) en las que destaca fundamentalmente la búsqueda de nuevos caminos expresivos, que le llevan desde los modelos sículo-toscanos al Dolce Stil Novo y a la rápida superación de esta escuela: la variedad de registros y la riqueza de temas de su poesía se han considerado como el paso previo, necesario, para llegar a la Divina Comedia. La Vita Nuova se sitúa entre 1294 y 1295, y es, sin duda, el texto que mejor representa los ideales del Dante joven: por una parte, apegado a las pautas del Stil Novo , por otra, es reflejo de las preocupaciones estéticas y lingüísticas del autor, que comenta sus propias poesías. Por último, es el preludio de la Comedia, reflejo del proceso de maduración y del nivel alcanzado en muy poco tiempo.
Las preocupaciones lingüísticas y estéticas se manifiestas en dos tratados: el Convivio, escrito en latín y el De vulgari eloquentia, en italiano. Son posiblemente contemporáneos (h. 1304-1307) y fueron redactados en los años posteriores al fracaso político; quedaron inacabados con el comienzo de la Comedia . En ambos textos se refleja el deseo de Dante de adquirir fama de sabio, de filósofo entre sus contemporáneos y, de ese modo, recuperar la posición política y social perdida. Para llevar a cabo su propósito reflexiona sobre su propia obra y sobre la lengua, lo que no le impide hacer una amplia digresión sobre el Imperio, primer testimonio del pensamiento político del autor, minuciosamente expresado más tarde en la Monarchia (de difícil datación, relacionada con Enrique VII) y en la misma Comedia . A este conjunto habría que añadir las Epístolas y un par de textos escritos en la vejez, que se vinculan con su experiencia didáctica: se trata de la Quaestio de aqua et terra y de las dos Eclogae latinas, en correspondencia con Giovanni del Virgilio.

14 DE SEPTIEMBRE DE 1927 MUERE HUGO BALL

14 DE SEPTIEMBRE DE 1927 MUERE
HUGO BALL

5 poemas de Hugo Ball - Zenda
Escritor alemán, nacido en Pirmasens en 1886 y muerto en Sant' Abbondio en 1927. De familia católica, Hugo Ball estudió Literatura Alemana, Historia y Filosofía en Múnich y Heidelberg. Entre 1909 y 1910 escribió su tesis doctoral Nietzsche in Basel. Eine Streitschrift (Nietzsche en Basilea. Un escrito polémico), pero no llegó a presentarla. Durante los años siguientes trabajó como director escénico en Dresde y Múnich. El estrecho contacto que mantuvo con el arte, y sobre todo con el teatro vanguardista, hizo que en 1913 se trasladara a Berlín, centro por entonces del Expresionismo literario. En 1915 emigró a Suiza con la que más tarde sería su esposa, la actriz Emmy Hennings.
En Zúrich fue cofundador del círculo de artistas Cabaret Voltaire, y se convirtió junto a Hans Arp y Tristan Tzara en uno de los principales representantes del Dadaísmo. Desde 1917 hasta su clausura en 1920 fue redactor del periódico bernés Die Freie Zeitung. A partir de entonces vivió, no sin dificultades económicas, en el Tesino y en Italia.
En el verano de 1920 se reconoció públicamente como católico. Su radical crítica a la tradición protestante en las letras alemanas fue la causa de que sufriera fuertes ataques y que tras su muerte no se le concediera ninguna importancia a su obra. Su variada producción, que contiene poemas, novelas (Flametti oder vom Dandysmus der Armen, Flametti o acerca del dandismo de los pobres, 1918; Tenderenda oder der Phantast, Tenderenda o el soñador, publicada póstumamente en 1967), una biografía (Hermann Hesse, 1927), ensayo (Zur Kritik der deutschen Intelligenz, Crítica de la inteligencia alemana, 1919) y notas autobiográficas (Die Flucht aus der Zeit, La huida del tiempo, 1927), además de los ensayos titulados Byzantinisches Christentum (Cristianismo bizantino, 1923) y escritos tras su regreso a la doctrina católica, muestran a un autor complejo que osciló continuamente entre el reconocimiento y la crítica a su propia tradición cultural.

domingo, 13 de septiembre de 2020

CLARICE LISPECTOR LA FELICIDAD CLANDESTINA

CLARICE LISPECTOR

LA FELICIDAD CLANDESTINA  

PIEL DE LECHUZA: LA FELICIDAD CLANDESTINA, de Clarice Lispector  

Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio pelirrojo. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía éramos planas. Como si no fuera suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historias le habría gustado tener: un papá dueño de una librería.

No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos; incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del papá. Para colmo, siempre era algún paisaje de Recife, la ciudad en donde vivíamos, con sus puentes más que vistos. Detrás escribía con letra elaboradísimas palabras como “fecha natalicia” y “recuerdos”.

Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía de odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, delgadas, altas, de cabello libre. Conmigo ejercitó su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.

Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como por casualidad, me informó de que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.

Era un libro grueso, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.

Hasta el día siguiente, de la alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, nadaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.

Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, anduve brincando por las calles y no me caí una sola vez.

Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviera al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el transcurso de la vida, el drama del “día siguiente” iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.

Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? No lo sé. Ella sabía que, mientras la hiel no se escurriese por completo de su cuerpo gordo, sería un tiempo indefinido. Yo había empezado a adivinar, es algo que adivino a veces, que me había elegido para que sufriera. Pero incluso sospechándolo, a veces lo acepto, como si el que me quiere hacer sufrir necesitara desesperadamente que yo sufra.

¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: “Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña”. Y yo, que no era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.

Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la mamá. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortada de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, esa mamá buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: “¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera quisiste leerlo!”.

Y lo peor para esa mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos observaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: “Vas a prestar ahora mismo ese libro”. Y a mí: “Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras”. ¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubieran regalado el libro: “el tiempo que quieras” es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.

¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Tomé el libro. No, no partí brincando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.

Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber en dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad habría de ser clandestina. Era como si ya lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire… Había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.

A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo.

Ya no era una niña más con un libro: era una mujer con su amante.


sábado, 12 de septiembre de 2020

ABELARDO CASTILLO LA MADRE DE ERNESTO

 ABELARDO CASTILLO 

LA MADRE DE ERNESTO

Quién pintó Salón de la Rue des Moulins – Sooluciona

Si Ernesto se enteró de que ella había vuelto (cómo había vuelto), nunca lo supe, pero el caso es que poco después se fue a vivir a El Tala, y, en todo aquel verano, sólo volvimos a verlo una o dos veces. Costaba trabajo mirarlo de frente. Era como si la idea que Julio nos había metido en la cabeza –porque la idea fue de él, de Julio, y era una idea extraña, turbadora: sucia– nos hiciera sentir culpables. No es que uno fuera puritano, no. A esa edad, y en un sitio como aquél, nadie es puritano. Pero justamente por eso, porque no lo éramos, porque no teníamos nada de puros o piadosos y al fin de cuentas nos parecíamos bastante a casi todo el mundo, es que la idea tenía algo que turbaba. Cierta cosa inconfesable, cruel. Atractiva. Sobre todo, atractiva.

Fue hace mucho. Todavía estaba el Alabama, aquella estación de servicio que habían construido a la salida de la ciudad, sobre la ruta. El Alabama era una especie de restorán inofensivo, inofensivo de día, al menos, pero que alrededor de medianoche se transformaba en algo así como un rudimentario club nocturno. Dejó de ser rudimentario cuando al turco se le ocurrió agregar unos cuartos en el primer piso y traer mujeres. Una mujer trajo.

–¡No!

–Sí. Una mujer.

–¿De dónde la trajo?

Julio asumió esa actitud misteriosa, que tan bien conocíamos –porque él tenía un particular virtuosismo de gestos, palabras, inflexiones que lo hacían raramente notorio, y envidiable, como a un módico Brummel de provincias–, y luego, en voz baja, preguntó:

–¿Por dónde anda Ernesto?

En el campo, dije yo. En los veranos Ernesto iba a pasar unas semanas a El Tala, y esto venía sucediendo desde que el padre, a causa de aquello que pasó con la mujer, ya no quiso regresar al pueblo. Yo dije en el campo, y después pregunté:

–¿Qué tiene que ver Ernesto? Julio sacó un cigarrillo. Sonreía.

–¿Saben quién es la mujer que trajo el turco?

Aníbal y yo nos miramos. Yo me acordaba ahora de la madre de Ernesto. Nadie habló. Se había ido hacía cuatro años, con una de esas compañías teatrales que recorren los pueblos: descocada, dijo esa vez mi abuela. Era una mujer linda. Morena y amplia: yo me acordaba. Y no debía de ser muy mayor, quién sabe si tendría cuarenta años.

–Atorranta, ¿no?

Hubo un silencio y fue entonces cuando Julio nos clavó aquella idea entre los ojos. O, a lo mejor, ya la teníamos.

–Si no fuera la madre… No dijo más que eso.

Quién sabe. Tal vez Ernesto se enteró, pues durante aquel verano sólo lo vimos una o dos veces (más tarde, según dicen, el padre vendió todo y nadie volvió a hablar de ellos), y, las pocas veces que lo vimos, costaba trabajo mirarlo de frente.

–Culpables de qué, che. Al fin de cuentas es una mujer de la vida, y hace tres meses que está en el Alabama. Y si esperamos que el turco traiga otra, nos vamos a morir de viejos.

Después, él, Julio, agregaba que sólo era necesario conseguir un auto, ir, pagar y después me cuentan, y que si no nos animábamos a acompañarlo se buscaba alguno que no fuera tan braguetón, y Aníbal y yo no íbamos a dejar que nos dijera eso.

–Pero es la madre.

–La madre. ¿A qué llamas madre vos?: una chancha también pare chanchitos.

–Y se los come.

–Claro que se los come. ¿Y entonces?

–Y eso qué tiene que ver. Ernesto se crió con nosotros.

Yo dije algo acerca de las veces que habíamos jugado juntos; después me quedé pensando, y alguien, en voz alta, formuló exactamente lo que yo estaba pensando. Tal vez fui yo:

–Se acuerdan cómo era.

Claro que nos acordábamos, hacía tres meses que nos veníamos acordando. Era morena y amplia; no tenía nada de maternal.

–Y además ya fue medio pueblo. Los únicos somos nosotros.

Nosotros: los únicos. El argumento tenía la fuerza de una provocación, y también era una provocación que ella hubiese vuelto. Y entonces, puercamente, todo parecía más fácil. Hoy creo –quién sabe– que, de haberse tratado de una mujer cualquiera, acaso ni habríamos pensado seriamente en ir. Quién sabe. Daba un poco de miedo decirlo, pero, en secreto, ayudábamos a Julio para que nos convenciera; porque lo equívoco, lo inconfesable, lo monstruosamente atractivo de todo eso, era, tal vez, que se trataba de la madre de uno de nosotros.

–No digas porquerías, querés –me dijo Aníbal.

Una semana más tarde, Julio aseguró que esa misma noche conseguiría el automóvil. Aníbal y yo lo esperábamos en el bulevar.

–No se lo deben de haber prestado.

–A lo mejor se echó atrás.

Lo dije como con desprecio, me acuerdo perfectamente. Sin embargo fue una especie de plegaria: a lo mejor se echó atrás. Aníbal tenía la voz extraña, voz de indiferencia:

–No lo voy a esperar toda la noche; si dentro de diez minutos no viene, yo me voy.

–¿Cómo será ahora?

–Quién… ¿la tipa?

Estuvo a punto de decir: la madre. Se lo noté en la cara. Dijo la tipa. Diez minutos son largos, y entonces cuesta trabajo olvidarse de cuando íbamos a jugar con Ernesto, y ella, la mujer morena y amplia, nos preguntaba si queríamos quedarnos a tomar la leche. La mujer morena. Amplia.

–Esto es una asquerosidad, che.

–Tenes miedo –dije yo.

–Miedo no; otra cosa. Me encogí de hombros:

–Por lo general, todas éstas tienen hijos. Madre de alguno iba a ser.

–No es lo mismo. A Ernesto lo conocemos.

Dije que eso no era lo peor. Diez minutos. Lo peor era que ella nos conocía a nosotros, y que nos iba a mirar. Sí. No sé por qué, pero yo estaba convencido de una cosa: cuando ella nos mirase iba a pasar algo.
Aníbal tenía cara de asustado ahora, y diez minutos son largos. Preguntó:

–¿Y si nos echa?

Iba a contestarle cuando se me hizo un nudo en el estómago: por la calle principal venía el estruendo de un coche con el escape libre.

–Es Julio –dijimos a dúo.

El auto tomó una curva prepotente. Todo en él era prepotente: el buscahuellas, el escape. Infundía ánimos. La botella que trajo también infundía ánimos.

–Se la robé a mi viejo.

Le brillaban los ojos. A Aníbal y a mí, después de los primeros tragos, también nos brillaban los ojos. Tomamos por la Calle de los Paraísos, en dirección al paso a nivel. A ella también le brillaban los ojos cuando éramos chicos, o, quizá, ahora me parecía que se los había visto brillar. Y se pintaba, se pintaba mucho. La boca, sobre todo.

–Fumaba, ¿te acordás?

Todos estábamos pensando lo mismo, pues esto último no lo había dicho yo, sino Aníbal; lo que yo dije fue que sí, que me acordaba, y agregué que por algo se empieza.

–¿Cuánto falta?

–Diez minutos.

Y los diez minutos volvieron a ser largos; pero ahora eran largos exactamente al revés. No sé. Acaso era porque yo me acordaba, todos nos acordábamos, de aquella tarde cuando ella estaba limpiando el piso, y era verano, y el escote al agacharse se le separó del cuerpo, y nosotros nos habíamos codeado.

Julio apretó el acelerador.

–Al fin de cuentas, es un castigo –tu voz, Aníbal, no era convincente–: una venganza en nombre de Ernesto, para que no sea atorranta.

–¡Qué castigo ni castigo!

Alguien, creo que fui yo, dijo una obscenidad bestial. Claro que fui yo. Los tres nos reímos a carcajadas y Julio aceleró más.

–¿Y si nos hace echar?

–¡Estás mal de la cabeza vos! ¡En cuanto se haga la estrecha lo hablo al turco, o armo un escándalo que les cierran el boliche por desconsideración con la clientela!

A esa hora no había mucha gente en el bar: algún viajante y dos o tres camioneros. Del pueblo, nadie. Y, vaya a saber por qué, esto último me hizo sentir audaz. Impune. Le guiñé el ojo a la rubiecita que estaba detrás del mostrador; Julio, mientras tanto, hablaba con el turco. El turco nos miró como si nos estudiara, y por la cara desafiante que puso Aníbal me di cuenta de que él también se sentía audaz. El turco le dijo a la rubiecita:

–Llévalos arriba.

La rubiecita subiendo los escalones: me acuerdo de sus piernas. Y de cómo movía las caderas al subir. También me acuerdo de que le dije una indecencia, y que la chica me contestó con otra, cosa que (tal vez por el coñac que tomamos en el coche, o por la ginebra del mostrador) nos causó mucha gracia. Después estábamos en una sala pulcra, impersonal, casi recogida, en la que había una mesa pequeña: la salita de espera de un dentista. Pensé a ver si nos sacan una muela. Se lo dije a los otros:

–A ver si nos sacan una muela.

Era imposible aguantar la risa, pero tratábamos de no hacer ruido. Las cosas se decían en voz muy baja.

–Como en misa –dijo Julio, y a todos volvió a parecernos notablemente divertido; sin embargo, nada fue tan gracioso como cuando Aníbal, tapándose la boca y con una especie de resoplido, agregó:

–¡Mira si en una de ésas sale el cura de adentro!

Me dolía el estómago y tenía la garganta seca. De la risa, creo. Pero de pronto nos quedamos serios. El que estaba adentro salió. Era un hombre bajo, rechoncho; tenía aspecto de cerdito. Un cerdito satisfecho. Señalando con la cabeza hacia la habitación, hizo un gesto: se mordió el labio y puso los ojos en blanco.
Después, mientras se oían los pasos del hombre que bajaba, Julio preguntó:

–¿Quién pasa?

Nos miramos. Hasta ese momento no se me había ocurrido, o no había dejado que se me ocurriese, que íbamos a estar solos, separados –eso: separados– delante de ella. Me encogí de hombros.

–Qué sé yo. Cualquiera.

Por la puerta a medio abrir se oía el ruido del agua saliendo de una canilla. Lavatorio. Después, un silencio y una luz que nos dio en la cara; la puerta acababa de abrirse del todo. Ahí estaba ella. Nos quedamos mirándola, fascinados. El deshabillé entreabierto y la tarde de aquel verano, antes, cuando todavía era la madre de Ernesto y el vestido se le separó del cuerpo y nos decía si queríamos quedarnos a tomar la leche. Sólo que la mujer era rubia ahora. Rubia y amplia. Sonreía con una sonrisa profesional; una sonrisa vagamente infame.

–¿Bueno?

Su voz, inesperada, me sobresaltó: era la misma. Algo, sin embargo, había cambiado en ella, en la voz. La mujer volvió a sonreír y repitió “bueno”, y era como una orden; una orden pegajosa y caliente. Tal vez fue por eso que, los tres juntos, nos pusimos de pie. Su deshabillé, me acuerdo, era oscuro, casi traslúcido.

–Voy yo –murmuró Julio, y se adelantó, resuelto.

Alcanzó a dar dos pasos: nada más que dos. Porque ella entonces nos miró de lleno, y él, de golpe, se detuvo. Se detuvo quién sabe por qué: de miedo, o de vergüenza tal vez, o de asco. Y ahí se terminó todo. Porque ella nos miraba y yo sabía que, cuando nos mirase, iba a pasar algo. Los tres nos habíamos quedado inmóviles, clavados en el piso; y al vernos así, titubeantes, vaya a saber con qué caras, el rostro de ella se fue transfigurando lenta, gradualmente, hasta adquirir una expresión extraña y terrible. Sí. Porque al principio, durante unos segundos, fue perplejidad o incomprensión. Después no. Después pareció haber entendido oscuramente algo, y nos miró con miedo, desgarrada, interrogante. Entonces lo dijo. Dijo si le había pasado algo a él, a Ernesto.

Cerrándose el deshabillé lo dijo.

 

jueves, 10 de septiembre de 2020

10 DE SEPTIEMBRE DE 1897 NACE GEORGES BATAILLE

10 DE SEPTIEMBRE DE 1897 NACE

GEORGES BATAILLE

(Billom, 1897 - París, 1962) Novelista, poeta y ensayista francés, autor de una obra extensa y provocativa. Estudió en l'École des Chartes (1918 a 1922) y luego ingresó en la Escuela Superior de Estudios Hispánicos de Madrid (1923 a 1924). Fue bibliotecario y medievalista en la Biblioteca Nacional de París (1924 a 1942), bibliotecario en Carpentras (1949 a 1951) y director de la Biblioteca Municipal de Orleans (1951 a 1962). Participó en actividades de los grupos surrealistas hasta su ruptura con André Breton en 1929, y dirigió las revistas Documents (1929-1930), Acéphale (1936-1937) y Critique (1946-1962). 


Influido por su amigo Alfred Métraux, se interesó por la etnología, disciplina que lo inició en sus estudios sobre la religión y lo sagrado, bajo la inspiración antropológica de Marcel Mauss y la filosófica de Alexandre Kojève. En 1937 fundó con Michel Leiris y Roger Caillois el Collège de Sociologie, con el objeto de analizar las manifestaciones de lo sagrado en la sociedad moderna. 

Autor de textos polémicos, fue considerado desde "un nuevo místico" (Jean-Paul Sartre) o "un obseso" (André Breton) hasta "uno de los más grandes escritores del siglo" (Michel Foucault). A través de la literatura y el ensayo, formuló una aguda crítica a la racionalidad de la palabra escrita y al concepto clásico de sujeto. Buscó despojar a sus textos de toda retórica para aproximarse a lo que él llamaba "la desnudez del ser", ya que entendía que el hombre debía dejar de "enunciar" para poder "consumar", y para ello no le quedaba otro camino que el de la "transgresión". 

Georges Bataille desconfiaba del concepto occidental de conocimiento y saber, y pensaba que el individuo, para romper su realidad dividida, condicionada y limitada por los grandes sistemas racionales de la ética y la estética, debía recurrir al éxtasis para lograr una experiencia interior liberadora. Entre la filosofía trágica de Nietzsche y la dialéctica de Hegel, elaboró un misticismo materialista donde Dios es una ausencia que no excluye lo sagrado, y donde el exceso es un camino de revelación en el cual el erotismo y la muerte se vinculan íntimamente. 

Bataille estudió con talante crítico la filosofía de Hegel, que empezó a conocer gracias a los cursos de Alexandre Kojève sobre la Fenomenología del espíritu en L'École Pratique des Hautes Études. En la obra del filósofo alemán, Bataille vio la culminación de una tradición filosófica en la que la noción de "negativo" se evita gracias a su inclusión en la dialéctica del sistema y a su subordinación a una positividad histórica. 

Aislando dicha noción de su uso "servil" en el progreso del saber absoluto hegeliano, basado en la lógica del trabajo, Bataille hizo de tal noción la base de una filosofía de la "soberanía" en la que los términos "exceso", "sacrificio", "muerte" y "entrega" indican situaciones en las que sale a la luz la existencia independiente de un negativo absoluto, sin utilización. De ahí que, frente a la "economía restringida" hegeliana, Bataille hable de una "economía general", en la que tiene cabida la noción de "depénse", ese margen de energía producida no utilizable en el producto mismo, que queda como "part maudite" en el trasfondo de todas nuestras experiencias existenciales. 

Y sin embargo, existen ciertas experiencias transgresoras -el arte, la risa, el erotismo- que rompen los límites de la lógica del proyecto y que provocan la eclosión y la expulsión al exterior de esta parte absolutamente negativa de una vida excedente, perdida. La risa es, según Bataille, una rotura radical de la certeza y la estabilidad del conocimiento, no tiene cabida en el campo del saber y, no pudiéndose conocer ni captar en absoluto, se distingue con respecto al saber como un salto a lo imposible. El arte, a su vez, está estrechamente ligado a lo negativo, y esto es evidente sobre todo en el caso de la poesía, entendida como la materialización de un "sacrificio" y de una "perversión" de las palabras, en clara contraposición con el uso positivo que de ellas hace el lenguaje discursivo y conceptual. 

Estas tensiones hacia lo imposible, auténticas experiencias de desbordamiento del saber, nos permiten acercarnos a una zona de "no-saber" que es completamente ajena al campo de lo posible, del conocimiento, del concepto y de la racionalidad, y que tiene su origen precisamente en todo lo contrario, en una experiencia fundamental de ausencia de la verdad. 

Georges Bataille escribió las novelas eróticas Historia del ojo (1928, con el seudónimo de Lord Auch), El azul del cielo (1935, publicado en 1957), Madame Edwarda (1937, con el seudónimo de Pierre Angélique), El cura C (1950) y Mi madre (1966); conjunto que supone una referencia esencial en los estudios sobre literatura y erotismo. Completa su obra literaria el conjunto de poesías reunidas en L´Archangelique (1944). 

Su obra ensayística comprende estudios sobre el marqués de Sade, Charles Baudelaire, Marcel Proust, Franz Kafka y Jean Genet; textos políticos escritos durante la ocupación alemana; la Suma ateológica, trilogía compuesta por la La experiencia interior (1943), El culpable (1944), y Sobre Nietzsche (1945); La parte maldita (1947), Teoría de la religión (1948), Lascaux o el nacimiento del arte (1955), Manet (1955), La literatura y el mal (1957), El erotismo (1957) y Las lágrimas de Eros (1959).

sábado, 29 de agosto de 2020

ROBERTO ARLT ARISTOCRACIA DE BARRIO

ROBERTO ARLT

ARISTOCRACIA DE BARRIO


La otra mañana he asistido a una escena altamente edificante para la moral de todos los que la contemplaban. Un caballero, en mangas de camiseta y una carga de sueño en los ojos, atraillando a tres párvulos, discutía a grito pelado con una pantalonera, mujercita de pelo erizado y ligera de manos como Mercurio lo era de pies, y digo ligera de manos, porque la pantalonera no hacía sino agitar sus puños en torno de las narices del caballero en camiseta. Para amenizar este espectáculo y darle la importancia lírico-sinfónica que necesitaba, acompañaban los interlocutores su discusión de esas palabras que, con mesura, llamamos gruesas, y que forman par-te del lenguaje de los cocheros y los motormans irritados. Por fin, el caballero de los ojos somnolientos, agotado su repertorio enérgico, recurrió a este último extremo, que no pudo menos de llamarme la atención. Dijo:–Usted a mí no me falte el respeto, porque yo soy jubilado.Es indiscutible que el nuestro es un país de vagos e inútiles, de aspirantes a covachuelistas, y de individuos que se pasarían la existencia en una hamaca paraguaya, pues este fenómeno se observa claramente en los comentarios que todas las personas hacen, cuan-do hablan de un joven que está empleado:–Ah, tiene un buen puesto. Se jubilará.Duración 7’58’’36A nadie le preocupa si el zángano de marras hará o no fortuna. Lo que le preocupa es esto: que se jubile. De allí el prestigio que tienen en las familias los llamados emplea-dos públicos. Días pasados oía este comentario de boca de una señora:–Cuando una chica tiene un novio que es empleado de banco, es mejor que si tuviera un cheque de cien mil pesos.Y es que todo el mundo piensa en la jubilación, y eso es lo que hace que el empleado de banco, o todo empleado con jubilación segura, sea el artículo más codiciado por las familias que tienen menores matrimoniables. Y tanto se ha exagerado esto, que la jubilación ha llegado a constituir casi un título de nobleza leguleya. No hay chupatintas ni ensucia papeles que no se crea un genio, porque después de haberse pasado veinticinco años haciendo rayas en un librote lo jubilarán. Y las primeras en exagerar los méritos del futuro jubilado son las familias, las chicas que quieren casarse y los padres que se las quieren sacar de encima cuanto antes.En mi concepto, la mejor patente de inutilidad que puede presentar un individuo, es la de ser burócrata; luego viene, fatalmente, la de jubilarse. Hablando en plata, es un tío que no sirve para nada. Si sirviera para algo no se pasaría veinticinco años esperando un sueldo de mala muerte, sino que hubiera hecho fortuna por su cuenta e independientemente de los poderes oficiales. Esto desde el punto de vista más simple y sencillo. Luego viene el otro... el otro que se nos presenta con su medianía absoluta es un individuo que, como un molusco, se ha aferrado a la primera roca que encontró al paso y se quedó medrando mediocremente, sin una aspiración, sin una rebeldía, siempre manso, siempre gris, siempre insignificante. Veinticinco o treinta años de esperar un sueldo sin hacer nada durante los treinta días del mes. Siete mil quinientos días que se ha pasado un fulano haciéndole la guardia a un escritorio, mascullando las mismas frasecitas de encargue; temblando a cada cambio de política; soportándole la bilis a un jefe animal; aburriéndose de escribir siempre las mismas pavadas en el mismo papel de oficio y en el mismo tono pedestre y altisonante. Se necesita paciencia, hambre e inutilidad para llegar a tales extremos. 37Pero bien lo dice el Eclesiastés: “Todo hombre hace de sus vicios una virtud”. La jubilación que debía ser la muestra más categórica de la in-utilidad de un individuo, se ha convertido, en nuestra época, en la patente de una aristocracia: la aristocracia de los jubilados. Díganmelo a mí... ¡Cuántas veces al entrar a una sala y recibirme una de esas viudas grotescas con moñito de terciopelo al cogote, lo primero que oí, fue decirme al enseñarme el retrato patilludo y bigotudo de un sujeto, que colgaba de un muro:–¡Mi difunto esposo, que murió jubilado!Y lo de jubilado he visto que lo añaden como si fuera un título no-biliario y quisieran decir:–Mi difunto esposo que murió siendo miembro de la Legión de Honor.Eso mismo, la jubilación para cierta gente de nuestra ciudad viene a ser como la Legión de Honor, el desiderátum, la culminación de toda una vida de perfecta inutilidad, el broche de oro, como diría el poeta Visillac, de ese vacuo soneto de que se compone la vida del empleado nacional, cuyo único sueño es eso. Sí, ese es el único sueño. Además, el timbre de honor de las familias, el orgullo de las hijas de papá. Y lo curioso es que casi todos los jubilados pertenecen a la Liga Patriótica; casi todos los jubilados sienten horror a la revolución rusa; casi todos los jubilados se enojan cuando oyen decir la frase de Proudhon: “La propiedad es un robo”. Constituyen un gremio de Fulanos color de pimienta, gastan bastones con puño de oro, tienen aspecto de suficiencia y cuando hablan del doctor Yrigoyen, dicen:–En hablando de don Hipólito... –y se descubren con una ceremoniosa genuflexión.En definitiva: la aristocracia de las parroquias está compuesta de la siguiente forma: por empleados jubilados; tenientes coroneles retirados; farmacéuticos y almaceneros que sienten veleidades de políticos y de salvadores del orden social. Por eso el lagañoso caballero de la camiseta, que era un ex escribiente del Registro Civil, con treinta años de ser vicio, le decía a la pantalonera:–Usted a mí no me falte el respeto, porque soy jubilado


viernes, 28 de agosto de 2020

JOHANN WOLFGANG GOETHE LA DANZA DE LA MUERTE

JOHANN WOLFGANG GOETHE
LA DANZA DE LA MUERTE

El guardián miró hacia abajo en la medio de la noche:
Sobre las tumbas que yacen dispersas allí,
Con su luz plateada la luna llenaba el espacio,
Y la iglesia como el día parecía brillar,
Entonces vio, primero una tumba, y luego otra que se abría,
Y hombres y mujeres fueron vistos al avanzar,
Envueltos en pálidas y níveas mortajas.
Apurados por correr pronto doblaron los tobillos,
Girando en rondas y danzas tan alegres,
El joven y el viejo, el rico y los pobres.
Pero las mortajas les molestaban,
Y como la modestia no puede perturbarlos,
Se sacudieron, y pronto aparecieron los sudarios
Dispersos y confusos sobre las tumbas.
Entonces agitaron las piernas, estremecieron los muslos,
Mientras la tropa con extraños gestos avanzaba,
Los gritos y clamores se elevaron alto,
Hasta que el tiempo y la danza marcaron el mismo ritmo.
La vista del guardián parecía abrumada de maravillas
Cuando el villano Tentador le habló así al oído:
Aprovecha una de las mortajas que allí yacen.
Rápido como el pensamiento la tomó y huyó
Detrás del portal de la capilla a toda velocidad;
La luna seguía derramando su blanquecina luz
Sobre la danza que temerariamente se desarrollaba.
Pero los bailarines se fueron retirando uno a uno,
Y sus mortajas, mientras se desvanecían, reposaron,
Y bajo el césped todo estuvo tranquilo.
Pero uno de ellos tropieza y queda tendido allí,
E intenta alcanzar el sepulcro con desesperación;
Sin embargo, sus camaradas lo ignoraban,
Y él percibió el aroma del sudario en el aire.
Así que agitó la puerta, pues el guardián se protegía,
Para repeler al enemigo, bajo el bendito peso
De las cruces de metal.
El sudario debe conseguir, pues sin él no hay descanso,
Permaneció unos instantes reflexionando
Sobre los ornamentos góticos que el espectro ansiaba.
¡Pobre guardián! ¡Su destino está sellado!
Como una larga y espantosa araña, en súbito andar,
Así avanzaba el pérfido y espantoso gusano.
El guardián tembló, y la palidez lo sobrecogió;
Mientras el fantasma buscaba su sombría mortaja,
Cuando al final (ahora nada puede salvarlo)
En un diente de hierro fue capturado,
Cuando el luctuoso brillo de la luna se apagaba,
Cuando sonoro estalló el trueno de la campana,
Desvaneciendo el esqueleto, deshecho en átomos
Resultado de imagen para . La Danza de la Muerte

lunes, 24 de agosto de 2020

24 DE AGOSTO DE 1899 NACE: JORGE LUIS BORGES

24 DE AGOSTO DE 1899 NACE:

JORGE LUIS BORGES

(Buenos Aires, 1899 - Ginebra, Suiza, 1986) Escritor argentino considerado una de las grandes figuras de la literatura en lengua española del siglo XX. Cultivador de variados géneros, que a menudo fusionó deliberadamente, Jorge Luis Borges ocupa un puesto excepcional en la historia de la literatura por sus relatos breves. Aunque las ficciones de Borges recorren el conocimiento humano, en ellas está casi ausente la condición humana de carne y hueso; su mundo narrativo proviene de su biblioteca personal, de su lectura de los libros, y a ese mundo libresco e intelectual lo equilibran los argumentos bellamente construidos, simétricos y especulares, así como una prosa de aparente desnudez, pero cargada de sentido y de enorme capacidad de sugerencia.
Jorge Luis Borges
Recurriendo a inversiones y tergiversaciones, Borges llevó la ficción al rango de fantasía filosófica y degradó la metafísica y la teología a mera ficción. Los temas y motivos de sus textos son recurrentes y obsesivos: el tiempo (circular, ilusorio o inconcebible), los espejos, los libros imaginarios, los laberintos o la búsqueda del nombre de los nombres. Lo fantástico en sus ficciones siempre se vincula con una alegoría mental, mediante una imaginación razonada muy cercana a lo metafísico.Ficciones (1944), El Aleph (1949) y El Hacedor (1960) constituyen sus tres colecciones de relatos de mayor proyección. A pesar de que su obra va dirigida a un público comprometido con la aventura literaria, su fama es universal y es definido como el maestro de la ficción contemporánea. Sólo su ideario político pudo impedir que le fuera concedido el Nobel de Literatura.
Biografía
Jorge Luis Borges procedía de una familia de próceres que contribuyeron a la independencia del país. Un antepasado suyo, el coronel Isidro Suárez, había guiado a sus tropas a la victoria en la mítica batalla de Junín; su abuelo Francisco Borges también había alcanzado el rango de coronel. Pero fue su padre, Jorge Borges Haslam, quien rompiendo con la tradición familiar se empleó como profesor de psicología e inglés. Estaba casado con la delicada Leonor Acevedo Suárez, y con ella y el resto de su familia abandonó la casa de los abuelos donde había nacido Jorge Luis y se trasladó al barrio de Palermo, a la calle Serrano 2135, donde creció el aprendiz de escritor teniendo como compañera de juegos a su hermana Norah.
En aquella casa ajardinada aprendió Borges a leer inglés con su abuela Fanny Haslam y, como se refleja en tantos versos, los recuerdos de aquella dorada infancia lo acompañarían durante toda su vida. Con apenas seis años confesó a sus padres su vocación de escritor, e inspirándose en un pasaje del Quijote redactó su primera fábula cuando corría el año 1907: la tituló La visera fatal. A los diez años comenzó ya a publicar, pero esta vez no una composición propia, sino una brillante traducción al castellano de El príncipe feliz de Oscar Wilde.
En el mismo año en que se inició la Primera Guerra Mundial, la familia Borges recorrió los inminentes escenarios bélicos europeos, guiados esta vez no por un admirable coronel, sino por un ex profesor de psicología e inglés, ciego y pobre, que se había visto obligado a renunciar a su trabajo y que arrastró a los suyos a París, a Milán y a Venecia hasta radicarse definitivamente en la neutral Ginebra cuando estalló el conflicto.
Borges era entonces un adolescente que devoraba incansablemente la obra de los escritores franceses, desde los clásicos como Voltaire o Víctor Hugo hasta los simbolistas, y que descubría maravillado el expresionismo alemán, por lo que se decidió a aprender el idioma descifrando por su cuenta la inquietante novela de Gustav Meyrink El golem.
Borges a los 21 años
Hacia 1918 lee asimismo a autores en lengua española como José Hernández, Leopoldo Lugones y Evaristo Carriego y al año siguiente la familia pasa a residir en España, primero en Barcelona y luego en Mallorca, donde al parecer compuso unos versos, nunca publicados, en los que se exaltaba la revolución soviética y que titulóSalmos rojos.
En Madrid trabará amistad con un notable políglota y traductor español, Rafael Cansinos Assens, a quien extrañamente, a pesar de la enorme diferencia de estilos, proclamó como su maestro. Conoció también a Valle-Inclán, a Juan Ramón Jiménez, a Ortega y Gasset, a Ramón Gómez de la Serna, a Gerardo Diego... Por su influencia, y gracias a sus traducciones, fueron descubiertos en España los poetas expresionistas alemanes, aunque había llegado ya el momento de regresar a la patria convertido, irreversiblemente, en un escritor.
La juventud ultraísta
De regreso en Buenos Aires, en 1921 fundó con otros jóvenes la revista Prismas y, más tarde, la revista Proa; firmó el primer manifiesto ultraísta argentino, y, tras un segundo viaje a Europa, entregó a la imprenta su primer libro de versos: Fervor de Buenos Aires (1923). Seguirán entonces numerosas publicaciones, algunos felices libros de poemas, como Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929), y otros de ensayos, como Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos, que desde entonces se negaría a reeditar.
Durante los años treinta su fama creció en Argentina y su actividad intelectual se vinculó a Victoria Ocampo y Silvina Ocampo; las hermanas Ocampo le presentaron a su vez a Adolfo Bioy Casares, pero su consagración internacional no llegaría hasta muchos años después. De momento ejerce asiduamente la crítica literaria, traduce con minuciosidad a Virginia Woolf, a Henri Michaux y a William Faulkner y publica antologías con sus amigos; frecuenta a su maestro Macedonio Fernández y colabora con Victoria Ocampo en la fundación de la emblemática revista Sur (1931), en torno a la cual se moverá lo mejor de las letras argentinas de entonces (Oliverio Girondo,Enrique Anderson Imbert y el mismo Bioy Casares, entre otros).
En 1938 fallece su padre y comienza a trabajar como bibliotecario en las afueras de Buenos Aires; durante las navidades de ese mismo año sufre un grave accidente, provocado por su progresiva falta de visión, que a punto está de costarle la vida. Al agudizarse su ceguera, Borges deberá resignarse a dictar sus cuentos fantásticos y desde entonces requerirá permanentemente de la solicitud de su madre y de su amigos para poder escribir, colaboración que resultará muy fructífera. Así, en 1940, el mismo año en que asiste como testigo a la boda de Silvina Ocampo y Bioy Casares, publica con ellos una espléndida Antología de la literatura fantástica, y al año siguiente una Antología poética argentina.
En 1942, Borges y Bioy se esconden bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq y entregan a la imprenta unos graciosos cuentos policiales que titulan Seis problemas para don Isidro Parodi. Sin embargo, su creación narrativa no obtiene por el momento el éxito deseado, e incluso fracasa al presentarse al Premio Nacional de Literatura con sus cuentos recogidos en el volumen El jardín de senderos que se bifurcan (1941), los cuales se incorporarán luego a uno de sus más célebres libros,Ficciones (1944), obra con que se inicia su madurez literaria y el pleno reconocimiento en su país.
Del peronismo a Videla
En 1945 se instaura el peronismo en Argentina, y su madre Leonor y su hermana Norah son detenidas por hacer declaraciones contra el nuevo régimen: habrán de acarrear, como escribió muchos años después Borges, una "prisión valerosa, cuando tantos hombres callábamos", pero lo cierto es que, a causa de haber firmado manifiestos antiperonistas, el gobierno lo apartó al año siguiente de su puesto de bibliotecario y lo nombró inspector de aves y conejos en los mercados, cruel humorada e indeseable honor al que el poeta ciego hubo de renunciar, para pasar, desde entonces, a ganarse la vida como conferenciante.
La policía se mostró asimismo suspicaz cuando la Sociedad Argentina de Escritores lo nombró en 1950 su presidente, habida cuenta de que este organismo se había hecho notorio por su oposición al nuevo régimen. Ello no obsta para que sea precisamente en esta época de tribulaciones cuando publique su libro más difundido y original, El Aleph (1949), ni para que siga trabajando incansablemente en nuevas antologías de cuentos y nuevos volúmenes de ensayos antes de la caída del peronismo en 1955.
En esta diversa tesitura política, el recién constituido gobierno lo designará, a tenor del gran prestigio literario que ha venido alcanzando, director de la Biblioteca Nacional, e ingresará asimismo en la Academia Argentina de las Letras. Enseguida los reconocimientos públicos se suceden: Doctor honoris causa por la Universidad de Cuyo, Premio Nacional de Literatura, Premio Internacional de Literatura Formentor, que comparte con Samuel Beckett, Comendador de las Artes y de las Letras en Francia, Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina, Premio Interamericano Ciudad de Sèo Paulo...
Inesperadamente, en 1967 contrae matrimonio con una antigua amiga de su juventud, Elsa Astete Millán, boda de todos modos menos tardía y sorprendente que la que formalizaría pocos años antes de su muerte, ya octogenario, con María Kodama, su secretaria, compañera y lazarillo: una mujer mucho más joven que él, de origen japonés, a la que nombraría su heredera universal. Pero la relación con Elsa fue no sólo breve, sino desdichada, y en 1970 se separaron para que Borges volviera de nuevo a quedar bajo la abnegada protección de su madre.
Jorge Luis Borges y María Kodama
Los últimos reveses políticos le sobrevinieron con el renovado triunfo electoral del peronismo en Argentina en 1974, dado que sus inveterados enemigos no tuvieron empacho en desposeerlo de su cargo en la Biblioteca Nacional ni en excluirlo de la vida cultural porteña.
Dos años después, ya fuera como consecuencia de su resentimiento o por culpa de una honesta alucinación, Borges, cuya autorizada voz resonaba internacionalmente, saludó con alegría el derrocamiento del partido de Perón por la Junta Militar Argentina, aunque muy probablemente se arrepintió enseguida cuando la implacable represión de Videla comenzó a cobrarse numerosas víctimas y empezaron a proliferar los "desaparecidos" entre los escritores. El propio Borges, en compañía deErnesto Sábato y otros literatos, se entrevistó ese mismo año de 1976 con el dictador para interesarse por el paradero de sus colegas "desaparecidos".
De todos modos, el mal ya estaba hecho, porque su actitud inicial le había granjeado las más firmes enemistades en Europa, hasta el punto de que un académico sueco, Artur Ludkvist, manifestó públicamente que jamás recaería el Premio Nobel de Literatura sobre Borges por razones políticas. Ahora bien, pese a que los académicos se mantuvieron recalcitrantemente tercos durante la última década de vida del escritor, se alzaron voces, cada vez más numerosas, denunciando que esa actitud desvirtuaba el espíritu del más preciado premio literario.
Para todos estaba claro que nadie con más justicia que Borges lo merecía y que era la Academia Sueca quien se desacreditaba con su postura. La concesión del Premio Cervantes en 1979 compensó en parte este agravio. En cualquier caso, durante sus últimos días Borges recorrió el mundo siendo aclamado por fin como lo que siempre fue: algo tan sencillo e insólito como un "maestro".
La obra de Jorge Luis Borges
Borges es sin duda el escritor argentino con mayor proyección universal. Se hace prácticamente imposible pensar la literatura del siglo XX sin su presencia, y así lo han reconocido no sólo la crítica especializada, sino también las sucesivas generaciones de escritores, que vuelven con insistencia sobre sus páginas como si éstas fueran canteras inextinguibles del arte de escribir.
Borges fue el creador de una cosmovisión muy singular, sostenida sobre un original modo de entender conceptos como los de tiempo, espacio, destino o realidad. Sus narraciones y ensayos se nutren de complejas simbologías y de una poderosa erudición, producto de su frecuentación de las diversas literaturas europeas, en especial la anglosajona (William Shakespeare, Thomas De Quincey, Rudyard Kiplingo Joseph Conrad son referencias permanentes en su obra), además de su conocimiento de la Biblia, la Cábala judía, las primigenias literaturas europeas, la literatura clásica y la filosofía. Su riguroso formalismo, que se constata en la ordenada y precisa construcción de sus ficciones, le permitió combinar esa gran variedad de elementos sin que ninguno de ellos desentonara.
Los inicios poéticos
Borges había conocido en Madrid a los jóvenes escritores del grupo ultraísta, que se nucleaban en torno al poeta andaluz Rafael Cansinos Assens. A su retorno a la Argentina, a comienzos de la década de 1920, difundió entre sus pares esa nueva concepción de la poesía y las imágenes poéticas, principalmente dentro del grupo de los escritores vanguardistas. El primer libro de poemas de Borges fue Fervor de Buenos Aires (1923), en el que ensayó una visión personal de su ciudad, de evidente cuño vanguardista.
En 1925 dio a conocer Luna de enfrente y, tres años más tarde, Cuaderno San Martín, poemarios en los que aparece con insistencia su mirada sobre las "orillas" urbanas, esos bordes geográficos de Buenos Aires en los que años más tarde ubicará la acción de muchos de sus relatos. Puede decirse que en estos primeros libros Borges funda con su escritura una Buenos Aires mítica, dándole espesor literario a calles y barrios, portales y patios. El poeta parece rondar la ciudad como un cazador en busca de imágenes prototípicas, que luego volcará con maestría en sus versos y prosas.
En 1930 publicó Evaristo Carriego, un título esencial en la producción borgeana. En este ensayo, al tiempo que traza una biografía del poeta popular que da título al libro, se detiene en la invención y narración de diferentes mitologías porteñas, como en la poética descripción del barrio de Palermo. Evaristo Carriego no responde a la estructura tradicional de las presentaciones biográficas, sino que se sirve de la figura del poeta elegido para presentar nuevas e inéditas visiones de lo urbano, como se manifiesta en capítulos tales como "Las inscripciones de los carros" o "Historia del tango".
Hacia 1932 da a conocer Discusión, libro que reúne una serie de ensayos en los que se pone de manifiesto no sólo la agudeza crítica de Borges, sino también su capacidad en el arte de conmover los conceptos tradicionales de la filosofía y la literatura. Además de las páginas dedicadas al análisis de la poesía gauchesca, este volumen integra capítulos que han servido como venero de asuntos de reflexión para los escritores argentinos, tales como "El escritor argentino y la tradición", "El arte narrativo y la magia" o "La supersticiosa ética del lector".
En 1935 aparece Historia universal de la infamia, con textos que el propio autor califica como ejercicios de prosa narrativa y en los que es evidente la influencia deRobert Louis Stevenson y G. K. Chesterton. Este volumen incluye uno de sus cuentos más famosos, "El hombre de la esquina rosada"; le siguieron los ensayos deHistoria de la eternidad (1936).
La madurez de un narrador
El accidente casi mortal que sufrió a fines de 1938 marcó el antes y el después de su destino: de él saldría con la secuela del avance irreversible de su ceguera y con la decisión de enfrentarse a la creación de ficciones, cuyo primer fruto será el memorable relato El sur, y el libro que iniciará la ininterrumpida sucesión de sus obras maestras: El jardín de senderos que se bifurcan (1941). A partir de ese momento, la vida y la obra de Borges entran en una madurez y en una creciente divulgación en círculos concéntricos, que sólo se interrumpirán con su muerte, casi medio siglo más tarde.
Con ser todo ello significativo para la vida del autor, lo más destacable del proceso es el reconocimiento que Borges hace de sí mismo y de su obra a partir del comienzo de los años cuarenta, y que le impulsa a la creación de ese género a mitad de camino entre la narrativa, el ensayo, la glosa, la sinopsis de libros que nunca serán escritos y la investigación erudita, que definirá mejor que nada su título acaso más representativo, Ficciones, que en 1944 marca el ecuador de la obra de Borges, no sólo por el nivel insuperable que alcanza, sino por la condensación genérica que la caracterizará de allí en adelante.
Jorge Luis Borges
Ciertamente, Ficciones (1944) acabó de consolidar a Borges como uno de los escritores más singulares del momento en lengua castellana. En la primera de sus partes, titulada El jardín de senderos que se bifurcan, reeditó la colección de ocho cuentos que había publicado en 1941; en la segunda parte, Artificios, incluyó seis nuevos relatos, número ampliado a nueve en la edición de 1956.
En las páginas de este libro se despliega toda su maestría imaginativa, plasmada en cuentos como "La biblioteca de Babel", "El jardín de los senderos que se bifurcan" o "La lotería de Babilonia". También pertenece a este volumen "Pierre Menard, autor del Quijote", relato o ensayo (en Borges esos géneros suelen confundirse deliberadamente) en el que reformula con genial audacia el concepto tradicional de influencia literaria, así como su célebre cuento "La muerte y la brújula", en el que la trama policial se conjuga con sutiles apreciaciones derivadas del saber cabalístico, al que Borges dedicó devota atención.
El Aleph (1949), volumen de diecisiete cuentos, vuelve a demostrar su maestría estilística y su ajustada imaginación, que combina elementos de la tradición filosófica y de la literatura fantástica. Además del cuento que da título al libro, se incluyen otros como "Emma Zunz", "Deutsches Requiem", "El Zahir" y "La escritura del Dios". El Hacedor (1960) incluía algunas piezas escritas treinta años antes y sin embargo guardaba una sólida unidad entre todas sus partes, no sólo formal sino también en cuanto a contenidos, siempre alineados en la idea borgeana de que tanto los grandes sistemas de la metafísica como las parábolas y las elucidaciones de la teología son elementos que forman parte del gran mundo de la literatura fantástica.
La consagración internacional
Con la obtención del Premio Internacional de Literatura Formentor, que comparte con Samuel Beckett en 1961, la crítica descubre a Borges a nivel planetario, y las invitaciones, los doctorados honoris causa, los ciclos de conferencias, los premios y las traducciones a las más diversas lenguas se sucedieron en un vértigo incesante, que lo convirtieron en uno de los escritores vivos de mayor prestigio y reconocimiento universal.
El impactante y masivo reconocimiento público de la figura y la obra de Borges debe ser situado como un efecto derivado del llamado Boom de la literatura hispanoamericana. La demanda por parte del público de obras de autores latinoamericanos no se agotó con aquellos que originalmente pertenecían a la generación del Boom (Julio Cortázar, Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa), sino que se extendió a un grupo de escritores que, por edad y por preferencias estéticas, no formaban parte de esa órbita.
A pesar de la nutridísima bibliografía de Borges, de pocos escritores como de él se puede afirmar que es, en lo esencial, autor de un solo libro, desdoblado en distintas versiones o aproximaciones, que sus Obras Completas ejemplifican como otros tantos frutos de un mismo árbol, ya que (como él mismo afirmara de Quevedo) más que un escritor, Borges es en verdad "una vasta literatura".
Así, sus obras en prosa posteriores a las mencionadas (Manual de zoología fantástica, 1957; El libro de los seres imaginarios, 1967; El informe de Brodie, 1970; El congreso, 1971; El libro de arena, 1975) incluyen con frecuencia poemas. Durante treinta años no había publicado un solo verso, como para marcar una distancia definitiva con la etapa que denominó "la gran equivocación ultraísta"; y sus entregas poéticas de la madurez, como El otro, el mismo (1964), Para las seis cuerdas (1965), Elogio de la sombra (1969), El oro de los tigres (1972), La rosa profunda (1975) o La moneda de hierro (1976), admiten poemas narrativos, y otros que son auténticas ficciones, como "El Golem", que simplemente han sido redactadas en verso.
La obra de Borges se reparte también en un buen número de volúmenes escritos en colaboración, tanto dedicados a la ficción como al ensayo. Engrosan el caudal de sus escritos una gran cantidad de notas de crítica bibliográfica y comentarios de literatura, aparecidos en diferentes publicaciones periódicas argentinas y extranjeras, además de conferencias y entrevistas en las que desplegó con inteligencia y mordacidad sus puntos de vista. Se trata de una parte de su obra que, casi a la misma altura que sus libros considerados mayores, ha sido objeto recurrente de comentario y estudio por parte de la crítica y de numerosas recopilaciones.

domingo, 23 de agosto de 2020

23 DE AGOSTO DE 1962 SECUESTRAN A FELIPE VALLESE

23 DE AGOSTO DE 1962
SECUESTRAN A FELIPE VALLESE 
En el barrio porteño de Flores la Brigada de San Martín secuestra al dirigente de la Juventud Peronista y delegado metalúrgico Felipe Vallese, de 22 años de edad. Llevado a la comisaría 1 de San Martín, fue torturado hasta la muerte. "Un hombre es torturado; sucumbe, o lo rematan, o se suicida; se escamotea su cadáver: no hay cadáver, por consiguiente no hay crimen. A veces un padre, una esposa, pregunta; se le responde: desaparecido, y el silencio vuelve a cerrarse". frase de la escritora francesa Simone de Beauvoir y acápite del libro "Felipe Vallese - Proceso al sistema", de los abogados Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde da una idea de la angustia, el estupor y la impotencia que rodearon la búsqueda de Vallese y el reclamo por su aparición. El principal sospechoso de la muerte de Vallese es el oficial sub-inspector Juan Fiorillo, jefe de la Brigada de Servicios Externos de la Unidad Regional San Martín, que dirigió el secuestro y las sesiones de tortura. Mientras la familia y los amigos buscaban afanosamente a Vallese, el Ministerio del Interior informó a los medios de comunicación que "el sumario administrativo arribó a la conclusión de que Vallese no estuvo nunca detenido en San Martín ni en ninguna otra dependencia subordinada a la jefatura de La Plata". El subsecretario del Interior era un abogado católico de 30 años, que mucho tiempo después publicará varios libros, entre ellos "Los pensadores de la libertad" y "Bajo el imperio de las ideas morales". Su nombre: Mariano Grondona.

ROBERTO ARLT AGUAFUERTES PORTEÑAS YO NO TENGO LA CULPA

     ROBERTO ARLT        AGUAFUERTES PORTEÑAS     YO NO TENGO LA CULPA   Yo siempre que me ocupo de cartas de lectores, suelo admitir que se...