GRISELDA GAMBARO
“EL NOMBRE”
PERSONAJES:
María
Un banco largo.
Entra María, se sienta. Levanta la cabeza, mirando.
MARÍA: ¡Qué lindo sol! (Tiende la mano como si recibiera lluvia) Moja....y calienta.
La primera señora fue muy buena. Yo tenía 16 años. (Se le pierde la mirada en un
punto del suelo. Se levanta) Me parecía que había... No, me equivoqué. (Vuelve a
sentarse) Tenía una pieza para mí, sin ventana. Linda sí, con una frazada marrón
para el invierno y la almohada... blanca. Me dio un poco de asco al principio porque
estaba manchada de ... no sé, pero le hice una funda y apoyé la cabeza sin acordarme
de que abajo había...manchas. Era como una princesa, ahí, en mi pieza, después del
trabajo. Estaba sola, nadie me molestaba, salvo Tito que a veces se despertaba con
pesadillas y me llamaba: "¡Ernestina! ¡Ernestina!". No es un lindo nombre.
La señora me dijo: "¿Cómo te llamás?"
Es lo primero que preguntan porque necesitan saber cómo se llama una. Tiran el
nombre y una corre detrás: "¿Señora?"
"María", le dije. Le gustó el nombre , pero me lo cambió ¿Y por qué no?¿Qué
importancia tiene un nombre? Cualquiera sirve.
Las muchachas no paraban en la casa y Tito podía ser feroz (Mira un punto) Me parece
que ahí hay... (Se sujeta al banco. Lucha por no levantarse) Miro. (Se levanta y
observa) No, no hay nada.
(Vuelve a su asiento) Una vez me puso un sapo en la cama, qué susto. Empecé a
gritar y la señora se enojó mucho conmigo. Creo que a Tito le dio lástima, quizás
porque a él también le gritaban. Tito no era muy inteligente, tenían miedo de que
fuera.... (Un gesto). Por eso, para no embrollarlo con tanto cambios, todas las
muchachas se llamaban igual: Ernestinas. BIBLIOTECA
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Yo también me llamé Ernestina. No sé de donde habían sacado el nombre, de una
abuela o ...(no recuerda). Me encariñé mucho con Tito, y él también conmigo, sobre
todo después de lo del sapo. No se me despegaba en todo el día. La señora salía
mucho y aprovechábamos. Se venía a mi cama, tenía seis años, y dormíamos juntos,
con las manos apretadas, como dos perdidos. (Sonríe) Me enseñó a jugar a las damas,
pero ya lo olvidé. Yo también soy un poco....
Pero después creció. Y para qué, entonces, iba a necesitar a alguien como yo que lo
cuidara. Yo no podía cuidarlo en lo importante, en sus penas de muchacho que crece y
se hace hombre.
Así que la señora un día me llamó y me dijo: "Ernestina". (Extiende la mano) Me estoy
mojando. Me dijo: "Ernestina, buscate otro trabajo".
Tito lloró, creo que .... fueron sus lágrimas de chico. Yo....yo también lloré, menos,
¿no?, porque yo era la sirvienta, no tenía por qué encariñarme. Saqué la funda de la
almohada, que era mía, (seca) la funda era mía, y me fui. No quise cuidar a otro chico,
una se encariña y es tonto, porque los chicos no son de una. (Se toca el vientre).
Quizás, yo también....¿no? Me cayó una vieja..... No sé si los viejos me gustan. Con
ésta no me encariñé. Estaba enferma, le tenía pena, pero no cariño. ¡Ni pena le tenía!
No me dejaba dormir, "Lucrecia, Lucrecia", de día y de noche. Creo que.... era mala.
Enferma y mala. Y bien mirado, ¿por qué no iba a ser mala? La trataban como a un
mueble. Apenas balbuceaba "quiero....", le decía, "Callate, mamá. Tenés todo".
¿Cómo podían estar seguros? ¿Qué saben lo que a una puede faltarle? (Levanta con
cuidado el pie y lo baja, como si sujetara algo) Hay algo acá, bajo mi pe. (levanta el pie,
mira) No, nada (Retoma sin transición) La pobre vieja no tenía nada, nada propio, ni el
sol, el calorcito en invierno que da el sol, tampoco eso.
"Hace frío, sáquela del patio, Lucrecia", me decían, ¿qué sabían ellos cuándo del patio
los huesos necesitan sol? Y ni siquiera en verano. La ponían al fresco y la vieja quería
sol. No tenía nada. Sólo a mí. Entonces no me dejaba tranquila, porque si a uno le
sacan todo, se pone malo y se la desquita con alguien. Me tenía a mí, a quien
pagaban para eso, como quien paga la ausencia de un remordimiento.
A mí sí me decía "quiero". "Lucrecia, quiero", "Lucrecia, dame". Porque me llamaba
Lucrecia. Lucrecia era una hija que se le había muerto sin que se diera cuenta.
(Furiosa)
¡Y esto no es una ganga! No se dio cuenta y no se lo dijeron. Yo le hubiera abierto la
cabeza de arriba abajo para meterle adentro que se le había ¡muerto la hija. Porque
una debe tener sus muertos apretados así, ¡en el puño! (Abre la mano, mira) Nada. Y
fui Lucrecia. ¿Qué me costaba? Un nombre vale lo que otro. (Sonríe) Además, nunca
había sido hija de una señora rica. No la llamaba mamá, pero le celebré el
cumpleaños. Los hijos habían venido a felicitarla, ¡pero de comer....! A la vieja se le
iban los ojos. "Te hace mal, mamá," decía la señora, y le apartaba la mano. BIBLIOTECA
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Los otros comían y la vieja tragaba en seco, miraba ansiosa, como un chico. ¿Qué
podía pasarle? Una apoplejía. (Ríe) Eso fue un sábado y el domingo quedamos solas
en la casa. Yo tenía la mirada de la vieja acá. (Se señala la frente). Le hice una fiesta.
Casi se cae de espaldas. (Ríe) En lugar de llevarle la sopa aguada a su pieza, la traje
al comedor. Compré todo con mi plata, hasta una torta de cumpleaños. ¡Cómo comió!
Primero me miraba como pidiéndome permiso, pero después, ¡directamente al buche!
Yo le servía y en una de ésas me dice: "¿Qué hacés ahí, parada como una momia?
Sentate". Y me senté a la mesa, con mantel. No sé si en ese momento se dio cuenta
de que yo no era la hija, que hubiera tenido como sesenta años, porque estaba
achispada y me dijo: "¿No tenés novio?"
A mí me preguntó, que me pasaba los lunes en el cine, sola, viendo cómo los otros
vivían juntos, les pasaban cosas juntos. A mí no me pasaba nada, (ríe) sólo la vieja.
"No, señora", le dije.
"¿Qué señora! Trago lo que me da una sirvienta. ¡Qué señora!" Y estaba furiosa. Pero
la furia se le pasó enseguida. Se puso triste.
"No llegués a vieja", me dijo.
"¿Por qué no, señora?
"No llegués a vieja. No es lindo."
"¿Qué no va a ser lindo!". Y le encendí la velita de la torta.
"Piense un deseo", le dije.
"¿Y se cumple?"
"Sí."
Entonces la vieja me miró fijo y cerró los ojos. ¡Qué cara tenía con los ojos cerrados!
Se le borraba la maldad. Parecía buena, desconsolada..... (Ríe) ¡Tardó tanto en
desear algo!
"¡Vamos, termínela!", le dije. Pero no abrió los ojos. Me dio miedo. Vaya a saberse lo
que lo estaba deseando. Lloraba (Sonríe) ¡Borrachera de vieja! Y me incliné y le besé
la mejilla, sobre las lágrimas, para que no deseara lo que estaba pensando......
Fue la única vez... y no me rechazó. Raro. Porque era mala.
Me hacía perrerías. La llevaba al baño, la limpiaba y a los dos minutos.... Me tenía loca.
"Lucrecia, hija mía, no me vas a heredar", me decía la bruja, "atendé bien a tu mamá".
Le hubiera dado cianuro.
Acabó por morirse y no se llevó ni a los vivos ni a los muertos con ella. Una mentira,
eso se llevó, aunque pensándolo bien, se moría y me apretaba la mano, y yo quería
decirle: "Abuelita, no tenga miedo", pero no podía decirle abuelita, no era nada de ella,
y no sé si al final la vieja no se dio cuenta porque me soltó la mano, me largó una mala
palabra y se fue sola y bien a la muerte. Sí, una mala palabra. Hija de puta, me dijo.
Suerte que se murió ahí mismo y yo dormí tres días seguidos para desquitarme, y
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Por esto o por la mala palabra, la señora me llamó y me dijo, llorando: "Mamá murió.
Lucrecia, no te necesitamos más. ¡Te agradezco, Lucrecia !"
Y yo también lloré un poco porque me había encariñado con la vieja, (rectifica dura) no
cariño, pena, aunque me largó esa palabra, era su hija, ¿no?, y me encontré en la
calle.
Busqué otro trabajo y pensé si podía tener un tiempo mío. ¿Pero cómo tenerlo? ¿Y qué
haría con él? La transparencia del tiempo que sólo muestra lo que está vivo.... (Tiende
la mano) Paró el sol. ¿O era lluvia? Y entonces, estuve en varias casas porque no
sabía trabajar bien, me echaban. Me quedaba dormida sobre los platos sucios, iba a
comprar y me perdía....buscaba... (Mirá) No sé. En una casa me llamé Florencia
porque la señora era de Florencia y quería recordar su ciudad y yo me sentí contenta
por una tiempo porque parece que es una ciudad que.... (se olvida) ¿Cómo? Me
enfermé y en el hospital me llamaban La Muda porque hablaba poco. No sabía qué
decir. Y después se me dio por hablar. Hablaba con si tuviera a Tito y fuera Ernestina,
o cuidara a la vieja y fuera Lucrecia, o tuviera los nombres que me pusieron las
señoras, y cuando me acordaba que había sido una ciudad, entonces murmuraba
como río que pasa por la ciudad, y todos se reían de mí y a mí no me gustaba.
(Canturrea con la boca cerrada, meciéndose) Yo les daba este nombre y no entendían.
El sol tiene lindo nombre. Corto y luminoso, (cierra los ojos) me enceguece.
Un médico del hospital me llevó a su casa. Necesitaba una muchacha. Y la señora me
dice, sin maldad, "¿Cómo te llamás?" Yo vacilé un poco, canturreé como el río, y la
señora se asustó. No entendía. Quería un nombre de persona, de gente. Entonces
pensé, para darle gusto, y elegí el nombre más hermoso: Eleonora. Y la señora, qué
casualidad, se llamaba como yo, Eleonora. Y me dijo: "No, te pido un favor, ¿puedo
llamarte María?
Es tu nombre. María". Y casi sonaba bien como lo decía ella. María. Pero no quise.
"De quien es ese nombre, señora? No mío. Cámbiese usted el nombre. Usted se
llama señora, ¡señora !"
(Mira, se inclina, ríe) Acá encontré..... Acá encontré, por fin....... (Se endereza, como si
trajera algo en la mano. Mira)
Nada.
Ni siquiera quise ese nombre, Eleonora. Se lo dejé a ella.
Este no me lo quita nadie.
(Se balancea canturreando, pero pronto abre la boca y el canto se transforma en un
largo, interminable grito).
sábado, 20 de diciembre de 2014
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