16 DE ENERO DE 1933 NACE
SUSAN SONTAG
(Nueva York, 1933) Escritora y directora de cine considerada una de las intelectuales más influyentes en la cultura estadounidense de las últimas décadas. Su padre, Jack Rosenblatt, que había trabajado como comerciante de pieles en China, murió de tuberculosis pulmonar cuando Susan tenía apenas cinco años. La niña recibió el apellido del hombre con quien su madre se casaría siete años después: el capitán Nathan Sontag.
En esos días, la familia se instaló lejos de Nueva York, en lugares que parecen simbolizar la antítesis de esa ciudad: Tucson, Arizona, y Los Ángeles, California, fueron las primeras residencias de la niña. Sontag fue una estudiante precoz; a los quince años, ya había terminado sus primeros estudios e ingresado en la Universidad de California en Berkeley.
Su estancia no duró mucho, pues un año después, en 1949, pidió el traslado a la Universidad de Chicago, donde se licenció en letras en 1951. Para entonces, ya se había casado con Philip Rieff, profesor de sociología. La pareja se mudó a Boston poco después del matrimonio, para que Sontag continuara sus estudios en la Universidad de Harvard. Allí nació su hijo David (1952), también escritor.
Entre 1955 y 1957 Sontag cursó el doctorado en filosofía y, además, trabajó junto con su marido en el estudio Freud. La mente de un moralista, que de alguna manera puede considerarse su primera publicación; al mismo tiempo, sin embargo, su matrimonio comenzó a fallar. Sontag y Rieff se divorciaron a fines de los años cincuenta, y en 1957 ella viajó a París para continuar sus estudios en la Sorbona. Tenía veinticuatro años y había vivido en cinco ciudades.
Cuando regresó a Nueva York, Sontag comenzó una carrera académica que parecía acorde con su preparación, pero no tanto con sus intereses: tras iniciarse como conferenciante de filosofía en el City College y en el Sarah Lawrence College, pasó a la Universidad de Columbia, donde fue profesora en el Departamento de Religión durante cuatro años.
Fue una época definitiva: Sontag había comenzado a escribir con intenciones serias, y en 1963 apareció su primera novela, El benefactor. El libro le abrió las puertas de varias publicaciones neoyorquinas: durante los años sesenta, escribió con frecuencia para Harper’s y The New York Review of Books, entre otras, pero sobre todo fue una especie de colaboradora de planta de The Partisan Review.
El momento histórico no podía ser más propicio: la intelligentsia estadounidense ya había comprendido la importancia cultural de los años sesenta; los lectores buscaban afanosamente firmas capaces de interpretar lo que estaba ocurriendo. Sontag fue una de las voces más autorizadas, pues exploraba la distancia que hay entre la realidad humana, cultural, artística y nuestra interpretación de esa realidad. En 1968 apareció el libro que reunió esos ensayos, Contra la interpretación, que se convirtió inmediatamente en bandera (o, al menos, en una de las banderas) de su generación.
Ensayista de una generación
El eje del libro es una oposición radical a la búsqueda de significados en la obra de arte, y la defensa de la intuición como medio para acercarse a la experiencia del fenómeno artístico. Con él, Sontag adquirió una reputación de intelectual independiente y al mismo tiempo se reveló como una mujer capaz de reinterpretar la vida americana a la luz de las culturas clásicas europeas.
La mezcla no era, ni es aún, usual; y desde ella, desde su nuevo estatus como comentarista eximia de la cultura estadounidense contemporánea, Sontag renovó el ensayo sofisticado y cosmopolita y lo transformó en un instrumento capaz de indagar en las drogas y en la pornografía, en la política y en la literatura occidental. Estos temas forman parte de su segundo libro de ensayos, Estilos radicales, publicado en 1969.
En ese momento, muchos la veían como la intelectual reina de Estados Unidos. No era para menos: como artista y como pensadora, Sontag seguía extendiendo su campo de influencia. En uno de sus ensayos había escrito con admiración acerca de Ingmar Bergman, y el cambio de década la vio estrenándose como guionista y directora de cine. Sus películas Duelo de caníbales (1969) y Hermano Carl (1971) fueron realizadas en Suecia, país del que llegaría a ser algo así como una ciudadana adoptiva.
Después visitó Israel, donde rodó Tierras prometidas (1973), un documental sobre las tropas israelíes en losAltos del Golán. Ninguna de estas tres producciones recibió la atención prevista, aunque su realización dio lugar a uno de los ensayos-clave de la época: Sobre la fotografía (1977). El libro, una nueva reinterpretación sontaguiana del mundo, no venía ilustrado con fotografías; en él, la escritora reivindicaba la potencia y la autoridad de la palabra escrita.
Activismo y compromiso
Por esas fechas, la autora tenía otras preocupaciones perentorias, pues llevaba varios meses enfrentándose a un cáncer. Al tiempo que soportaba el arduo tratamiento contra la enfermedad, Sontag, como todo escritor genuino, ponía la experiencia por escrito. El resultado fue La enfermedad y sus metáforas. Diez años más tarde, el ensayo fue ampliado con El sida y sus metáforas. Ambos textos examinan la forma en que los mitos de ciertas enfermedades crean actitudes sociales que pueden resultar más dañinas para el paciente que las enfermedades mismas.
A fines de los años setenta Sontag fue nombrada miembro de la Academia Americana de las Letras. Su papel como activista de los derechos humanos empezaba a ganar en intensidad; a partir de entonces, su presencia pública se hizo más frecuente, y más frecuente fue también su implicación en organizaciones, tanto literarias como políticas.
Entre 1987 y 1989 presidió el Pen American Center. La labor que llevó a cabo desde allí, a favor, sobre todo, de escritores encarcelados, anticipó su papel de figura pública, que se hizo palpable durante la década siguiente, y quedó condensado, sobre todo, en su viaje a Sarajevo, una de las demostraciones más célebres y mediatizadas de compromiso de un escritor con el mundo.
Para cuando llegó a los escenarios de la guerra, además, Sontag ya había publicado El amante del volcán (1992), una novela que se convirtió en best-séller; de manera que la mujer que montó Esperando a Godot en un teatro bombardeado y a la luz de las velas en medio de Sarajevo, una ciudad sitiada por la guerra, era mucho más que una ensayista para minorías. Tras pasar allí varias temporadas, Sontag fue nombrada ciudadana honoraria de Sarajevo.
En 2000 Sontag publicó su cuarta novela, En América, la historia de una inmigrante polaca del siglo XIX. La novela recibió el National Book Award, y al año siguiente mereció el siempre polémico Premio Jerusalén. En 2003 la autora compartió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras con la marroquí Fátima Mernissi, y fue galardonada con el Premio de la Paz que otorgan los libreros alemanes. El año anterior había aparecido Ante el dolor de los demás, un breve ensayo que une dos de sus obsesiones: las imágenes y la guerra. El libro defiende el derecho de los hombres a cerrar los ojos ante las imágenes de violencia que los asedian todos los días. Todos saben, sin embargo, que Sontag ha dedicado su vida a practicar exactamente lo contrario.
La posición de Susan Sontag en la literatura estadounidense es un lugar de conflicto: en un país al que los escritores no suelen importarle demasiado, Sontag ha motivado debates de altura y diatribas descarnadas acerca de su obra, por supuesto, pero sobre todo acerca de su persona. En Estados Unidos, el hecho de que un novelista intervenga en política, interior o internacional, no es bien recibido.
Sontag ha ido mucho más allá: ha visitado países en guerra; ha fustigado a los gobiernos estadounidenses con tanta dedicación como ferocidad; ha asumido, en definitiva, el papel de portavoz del intelectual comprometido. Desde su posición de neoyorquina arquetípica, ha ido por el mundo representando una ética del intelectual contemporáneo que no es frecuente, y la ha acompañado con textos de calidad constante y de naturaleza siempre controvertida.
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