7 DE JUNIO DE 1936 MUERE:
LOLA MORA
Dolores Mora y Vega nació el 17 de noviembre de 1866 en La Candelaria, provincia de Tucumán. Aunque en aquellos años no era una actividad bien vista para una muchacha, desde muy joven se dedicó al estudio de la pintura. Para escándalo de muchos, cambió los pinceles por el buril y el cincel, y se dedicó a la escultura. Sus manos, que comenzaron a comulgar con la arcilla, la piedra y el mármol, no siguieron el rumbo que sus mayores hubiesen querido: el del tejido, el bordado o, al menos, el piano.
La vida de la escultora argentina está sembrada de misterios y lagunas que ningún biógrafo o historiador a sido capaz de desentrañar, y que muchos han intentado salvar especulaciones y conjeturas. Sus actividades cotidianas, fuera de la escultura, configuran un verdadero rompecabezas con demasiadas piezas , que hace imposible reconstruir con certeza los parajes íntimos de su paso por este mundo.
En realidad, respecto a su lugar de nacimiento hay dos versiones, una que nació en Buenos Aires y otra la mas posible, es que haya nacido en El Tala, en la provincia de Salta el 17 de noviembre de 1866.
Hija de Romualdo Mora, comerciante y hacendado de clase media de buena posición económica, que con el tiempo logró amasar una importante fortuna, pero que no fue suficiente para llegar a ocupar un cargo privilegiado en la cerrada sociedad tucumana, posiblemente debido a que su madre (Regina Vera), tenía un hijo natural de soltera.
Regina tuvo siete hijos con Romualdo, tres varones y cuatro mujeres. Siempre intentaron dar una buena formación educativa a todos sus hijos, y Lola se destacó desde su infancia, obteniendo siempre buenas calificaciones.
Romualdo fallece de modo inesperado, cuando tenía 48 años, un 14 de septiembre de 1885 a causa de una neumonía; dos días más tarde fallece Regina de un “hipertrófico de corazón”, tal como figura en su acta de defunción. Pero los hermanos no quedaron a la deriva. Paula Mora, que por entonces tenía 25 años, contrajo matrimonio dos semanas después de la muerte de sus padres con el ingeniero Guillermo Rücker, quien en un principio se hizo cargo de los huérfanos.
A los veinte años Lola pudo estudiar bellas artes en la provincia de Tucumán, de la mano del pintor italiano Santiago Falcucci (1856-1922), quien comenzó a brindarle clases particulares y mas tarde continúa sus estudios luego en Roma, Italia país en donde tiene como principal maestro a Giulio Monteverde. A partir de este momento comenzará su prolífica y excepcional carrera artística profesional, que la llevará al éxito, aunque su verdadero reconocimiento nacional seria posterior a su fallecimiento.
Por aquella época el mundo oficial de la cultura sólo llegó a admitirla como curiosidad pero nunca como lo que realmente era una artista genial. Es así como Lola Mora -ella nunca volvió a reconocerse a sí misma como Dolores Mora y Vega- sufrió la incomprensión de sus contemporáneos. El destino de su hermoso conjunto La fuente de las Nereidas es una prueba de ello. Tras realizarla en Europa y enviarla a la Argentina, en 1903 fue emplazada en Buenos Aires, en el Paseo de Julio -hoy avenida Leandro N. Alem-, pero a los pocos días ciertos círculos objetaron la moralidad de esa Venus que se atrevía a nacer desnuda en plena vía pública. Una custodia policial debió proteger la obra de los agresores, quienes, en nombre del buen nombre y honor, no titubeaban en escribir sobre el mármol todo tipo de groserías.
Imagen: La Libertad
Olvido y memoria: Lola Mora es sin duda un personaje relegado en la historia del arte nacional. Ensalzada primero y olvidada después, pocos análisis concienzudos reflejan su legado artístico.
Olvido y memoria: Lola Mora es sin duda un personaje relegado en la historia del arte nacional. Ensalzada primero y olvidada después, pocos análisis concienzudos reflejan su legado artístico.
Es cierto que no han faltado, tras su muerte, iniciativas reivindicatorias, sobre todo de su obra más popular: la Puente de las Nereidas.
Convertida en Monumento Nacional Histórico en 1997, protegida del vandalismo por un muro de vidrio desde el año 2000, y celebrada inéditamente por la Dirección de Museos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en el aniversario de 2003, este magnifico conjunto de mármol es prácticamente el único trabajo que los paisanos de Lola le reconocen.
Los pocos estudios que se han hecho sobre la obra de la tucumana, con frecuencia se han esforzado por escindir la obra de la artista de lo que fue su exclusivo círculo de amistades (gracias al cual logró tantos importantes encargos y también se opacó su capacidad creadora). Es el caso del estudio que José León Pagano incluyó en El arte de los argentinos de 1940, o el que Abelardo Arias publicó en 1962.
Clasicismo y precisión técnica
Ciertamente Lola Mora no rompió con ningún canon ni fue una adelantada. Se abstuvo de experimentar fuera de los preceptos que internalizó en Roma al lado de sus afamados maestros. Pero llegó a combinar el naturalismo con la iconografía clásica de una manera que resulta llamativa y conmovedora. Nadie podría negar la precisión técnica de sus homenajes a Alberdi y a Avellaneda, que sumada a esa afición suya por el detallismo —el bordado de una media o los infinitos pliegues de un vestido— demuestran la sensibilidad y delicadeza que era capaz de imprimir a sus figuras.
Una figura polémica: Los detalles de su vida son los que más se buscan, los que más se consultan, de lo que mas se habla cuando se habla de Lola Mora. Sin duda resultan interesantes. Y si en su arte no hubo revoluciones, sí fue una revolución que una mujer lograra lo que ella logró en su tiempo. Y si no fue feminista ni se interesó en congraciarse con sus congéneres, sí fue un ser desprejuiciado y libre, que jamás pudo haber pensado en la inferioridad de su sexo. Despreciada después de la primera década del siglo XX, la figura de Lola Mora fue ascendiendo en la imaginación de posteriores estudiosos y admiradores que incontables veces idealizaron su figura, atribuyéndole rasgos que nadie podría corroborar (que fumaba, que era bisexual…). Más interesante que seguir alimentando habladurías —las mismas que persiguieron a Lola en vida— sería otorgarle, a través del estudio serio y la difusión, un justo sitial en la fecunda historia del arte argentino.Las dimensiones de su creación Ella producía a lo grande, para la ciudad y su público. Casi no se le conocen obras transportables ni intereses fuera de los encargos oficiales. No obstante, lo que hizo en ese contexto sobra para merecer un lugar de relieve en la historia de la escultura nacional.
Imagen: La Justicia
Aparte de las obvias consideraciones acerca de su estatuto de mujer independiente, de la peculiar actividad que había elegido, de su capacidad para salir airosa en un mundo masculino, la obra de Lola Mora es capaz de hablar por sí misma.En ella se evidencia un profundo conocimiento de las técnicas del arte; se aprecia una privilegiada inteligencia detrás de la concepción del espacio, la seguridad en el planteo, la capacidad para reproducir complicadísimas posturas y otorgar una enorme vitalidad a los gestos. Nada de esto le fue regalado; ella trabajaba sin descanso, y su talento y perseverancia no tienen nada que ver con las amistades que quiso cultivar y la vida que le gustaba llevar.
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