1 DE AGOSTO DE 1894 NACE:
JUAN FILLOY
JUAN FILLOY
Narrador
argentino, nacido en la ciudad austral de Córdoba el 1 de agosto de
1894 y fallecido en su ciudad natal el 15 de julio de 2000. Autor de una
exquisita y singularísima producción literaria, está considerado como
uno de los grandes escritores enigmáticos de las Letras
hispanoamericanas del siglo XX, debido en parte a la rareza intrínseca
de su obra, y en parte a su permanente voluntad de mantenerse alejado de
los círculos y cenáculos culturales frecuentados por el resto de sus
colegas. Aunque el misterio y la confusión con que ha rodeado su propia
figura y su obra de creación han contribuido a desorientar a la crítica
especializada, según sus propias confesiones cabe atribuir a su pluma la
redacción de más de cincuenta libros originales, de los cuales sólo
publicó en un principio siete (tres narraciones extensas calificadas por
el propio autor como novelas, y cuatro recopilaciones de prosas
poéticas), editados todos ellos en la década de los años treinta. Tal
vez también obedezca a una intención premeditada la publicación de esta
cabalística cantidad de obras, pues todo el universo literario de Juan
Filloy se organiza en torno al número siete, como queda patente en los
títulos de esas obras suyas que han pasado por los tórculos, siempre
compuestos por siete letras: Periplo(Buenos Aires: Imprenta Ferrari
Hnos. [Cuadernos de Juan Filloy], 1931), ¡Estafen!(Id. Id., 1932),
Balumba (Id. Id., 1933), Op Oloop (Id. Id., 1934), Aquende (Id. Id.,
1936), Caterva (Id. Id., 1937) y Finesse (Id. Id., 1939).
¡Estafen! (donde se exalta la supremacía estética de la delincuencia), Op Oloop (en la que se relata la incursión en la locura de un pobre estadígrafo que pierde la razón después de haberse enamorado) y Caterva son las tres novelas publicadas por Juan Filloy, quien -como se desprende de las referencias bibliográficas recién citadas en el parágrafo anterior- se negó a integrarse en los círculos editoriales más poderosos de su tiempo, a pesar de que sus obras merecieron los elogios unánimes de los pocos afortunados que pudieron conseguir algún ejemplar de las reducidas tiradas que lanzó a la calle dentro de una modesta colección creada exclusivamente para difundir de forma selectiva su producción literaria. Ajeno -a pesar de ese reconocimiento que le tributaron dichos lectores, escritores y críticos privilegiados- al bullicio, los fastos y las intrigas del mundillo literario y editorial argentino del segundo tercio del siglo XX, Juan Filloy continuó durante muchos años ejerciendo su cargo de juez en la alejada localidad provinciana de Río Cuarto, y cultivando una curiosa afición intelectual que, en las escasas entrevistas que concedió a los medios de comunicación, antepuso siempre a la importancia que pudiera conceder a su obra de creación literaria: la construcción de palíndromos (o frases que pueden ser leídas de izquierda a derecha o de derecha a izquierda, sin mudar por ello de significado). En una de esas contadas ocasiones en que el escritor de Córdoba franqueó de buen grado los muros de su retiro provinciano para ofrecer unas declaraciones a la prensa cultural, se definió a sí mismo como "recordman de palindromía, mil veces por encima de la performance de León VI, emperador de Bizancio".
Sin duda alguna, esta acusada inclinación hacia la vertiente lúdica -pero infinitamente compleja- de la creación literaria (plasmada, además, en su constante apelación a los recursos gráficos que le ofrecía la imprenta de la época) contribuyó poderosamente a estrechar aún más el selecto círculo de lectores capaces de degustar con provecho las exquisitas obras de Filloy, a quien buena parte de la crítica de su tiempo tildó también de preciosista, decadente y aristocratizante, comparándole con la figura de cualquier dandy caduco y provinciano que, absorbido por la búsqueda de la elegancia absoluta, se queda recluido en su pequeño ámbito local, satisfecho con la consecución de esos logros estéticos que dan cumplida satisfacción a sus rarezas y obsesiones. Nada hizo, en efecto, Juan Filloy por desmentir esta imagen de creador ensimismado en su pequeña torre de marfil, aunque a finales de la década de los años sesenta permitió que una editorial de Buenos Aires publicase sendas reediciones de sus novelas ¡Estafen! y Op Oloop, lo que dio pie a su vez a que las principales publicaciones culturales argentinas se interesasen por la vida y la obra de este enigmático autor. A pesar de este interés tardío suscitado entre la crítica literaria, la elaborada complejidad de la narrativa de Juan Filloy -no exenta de una constante sutileza irónica que la dota de gran amenidad- siguió manteniendo alejado al lector común, circunstancia que en buena medida vino a demostrar el acierto del escritor de Córdoba a la hora de elegir para su producción impresa el selecto cauce de las ediciones restringidas.
Con todo, a partir de este reconocimiento tardío se empezaron a difundir algunos datos acerca del autor de estas extrañas, provocativas y deslumbrantes novelas, datos que contribuyeron aún más a consolidar la imagen de "raro" que había cultivado el escritor de Córdoba, como su confesada afición a los ambientes prostibularios y su odio manifiesto a la ciudad de Buenos Aires y a cuantas cosas y personas ostentasen con orgullo el calificativo de porteñas. Declaró también el escritor de Córdoba en algunas de esas entrevistas que concedió en su vejez que su nombre "se pronuncia Fiyoy y no Filoy, porque es gallego y no irlandés", y que su infancia y juventud fueron felices en su entorno provinciano, donde creció alejado de cualquier moda o influencia literaria. Entre sus aficiones, destacó el dibujo (de joven fue caricaturista) y, sobre todo, los deportes, que le impulsaron a tomar parte activa en la fundación del famoso club de fútbol Talleres de Córdoba y, ya en su destino como magistrado, del Golf Club de Río Cuarto. En esta ciudad fundó también el Museo de Bellas Artes.
Al término de sus estudios de Leyes, llegó a la citada población de Río Cuarto hacia 1920, sólo con la intención de ejercer durante un par de meses la abogacía, aunque a la postre pasó allí más de la mitad de su longeva existencia (en concreto, sesenta y cuatro años de los cientos seis que duró su enigmática vida). Alejado, pues, por voluntad propia de todos los foros culturales y editoriales de Buenos Aires, y consagrado a su oficio de magistrado, Juan Filloy fue alimentando una leyenda de escritor solitario que empezó a raíz de su extraña relación con la imprenta: después de haber publicado sus siete primeras obras entre 1931 y 1939 (las citadas en parágrafos superiores), permaneció durante casi tres decenios sin publicar una sola página, aunque durante todo ese tiempo no dejó de escribir ni un sólo día (al parecer, la desenvuelta impudicia de casi todos sus escritos y su afición por las opiniones polémicas se avenían mal con su severo cargo judicial, por lo que tuvo que optar entre conservar su trabajo o difundir sus obras literarias). A mediados de los años sesenta, cuando la obligada jubilación le había eximido ya de mantener la gravedad exigida a un juez, se avino a entregar a la editorial bonaerense Paidós las novelas ¡Estafen!, Op Oloop y Caterva, que vieron la luz entre 1967 y 1973 y dieron lugar a la creación y asimilación, por parte de los sorprendidos lectores argentinos, del "mito Filloy", un curioso fenómeno literario que se sustenta, básicamente, en la asombrosa calidad de los textos del misterioso escritor de Córdoba, pero también en otros factores no menos llamativos dentro del mundillo editorial contemporáneo (como la compleja personalidad del autor; la enorme cantidad de títulos que mantenía inéditos -más de cuarenta-; la costumbre de utilizar siempre siete letras en cada uno de sus títulos; la utilización de todas y cada una de las letras del abecedario para encabezar al menos uno de sus libros; y, en suma, ese cúmulo de manías personales -como la fobia antiporteña- y aficiones intelectuales -v. gr., a la palindromía- que contribuyeron a dibujar ese perfil de rareza que envuelve tanto su obra como su propia persona).
Tal vez convenga, antes de pasar adelante, ilustrar con algunos ejemplos esa originalidad que se ha convertido en la marca distintiva de la obra del enigmático autor de Córdoba. A continuación se ofrece una relación lo más exhaustiva posible de los títulos que configuran la peculiarísima bibliografía de Juan Filloy, no sin dejar de advertir que muchos de ellos permanecen todavía inéditos (se señalan con un asterisco los que han pasado por los tórculos): Ambular; Aquende*; Balumba*;Caterva*; Chagui; Churque; Decio 8a*; Don Juan*; Elegías*; Eran así; ¡Estafen!*;Esto Fui*; Finesse*; Gaudium; Gentuza*; Homo sum; Ignitus*; Ironike; Item más;Jjasond*; Karcino*; L'ambigú*; La Potra*; La Purga*; Los Ochoa*; Llovizna;Metopas*; Mujeres*; Nepente; Nefilim; Ñampilm*; Op Oloop*; Periplo*; Quolibet;Recital; Revenar; Sagesse*; Sexamor*; Sicigia; Tal cual*; Tanatos; Todavía;Urumpta*; Usaland*; Vil & Vil*; Yo, yo y yo*; Xinglar; y Zodíaco. Como muestra de su maestría en la composición de palíndromos, he aquí uno de los que más celebridad le dieron: "Allí tápase Menem esa patilla".
Con este bagaje de ingenio y originalidad a sus espaldas, cabe reconocer que, a pesar de su tardío reconocimiento, Juan Filloy sigue ocupando en las historias de la literatura argentina un puesto mucho menos elevado del que realmente le corresponde. Bien es cierto que ha dejado de ser un ilustre desconocido, pero su obra sigue siendo inaccesible para muchos lectores y -lo que es más penoso e injusto- incomprendida por buena parte de la crítica oficial, que no reconoce en él a uno de los genuinos introductores de la parodia en la literatura hispanoamericana del siglo XX. Frente a este desconocimiento -intencionado o no- de la crítica, cabe señalar que las jóvenes generaciones de escritores argentinos han convertido a Filloy en uno de sus maestros indiscutibles, si bien es cierto también que muchas de sus influencias -bien patentes para los buenos conocedores de sus obras- no llegan a ser expresamente reconocidas por los autores que son deudores de su talento. Como ha señalado la parte más independiente de la crítica austral, "la influencia de Filloy sobre sus contemporáneos es mucho más evidente que admitida. De hecho, algunas de las obras más importantes de la narrativa argentina de las últimas décadas tienen deudas con la producción filloyana, aunque en ningún caso esa influencia ha sido estudiada y mucho menos admitida".
Gracias a las ediciones que cedió a Paidós a finales de los años sesenta (a partir de 1973 volvió a sus queridas ediciones de autor), Juan Filloy venció en parte estos recelos de la crítica y llegó a ser reconocido no sólo por los lectores, sino por algunas de las instancias más representativas de las Letras argentinas e Hispanoamericanas. Entre los galardones y las distinciones más significativas que recayeron en su persona y en su obra, cabe recordar aquí el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), que le fue otorgado en 1971; el premio Pluma de Plata, concedido por el Pen Club en 1978; el Premio Esteban Echeverría, Gente de Letras, que recayó en él en 1991; y el premio Trayectoria, otorgado por el Fondo Nacional de las Artes en 1993. Además, Juan Filloy fue elegido miembro de la Academia Argentina de Letras (1980), investido como Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de Río Cuarto (1989); y condecorado por las altas instancias culturales de dos países que se sintieron halagados por su apasionada defensa de la cultura europea: Italia (que le concedió en 1986 la Orden al Mérito de la República) y Francia (que le nombró Chevalier de l'Ordre des Arts et des Lettres en 1990).
Después de haber permanecido durante sesenta y cuatro años en la ciudad de Río Cuarto, ya a muy avanzada edad regresó a su Córdoba natal, donde la muerte le sorprendió, mientras dormía la siesta, en la tarde del 15 de julio del año 2000, cuando estaba a punto de cumplir los ciento seis años.
¡Estafen! (donde se exalta la supremacía estética de la delincuencia), Op Oloop (en la que se relata la incursión en la locura de un pobre estadígrafo que pierde la razón después de haberse enamorado) y Caterva son las tres novelas publicadas por Juan Filloy, quien -como se desprende de las referencias bibliográficas recién citadas en el parágrafo anterior- se negó a integrarse en los círculos editoriales más poderosos de su tiempo, a pesar de que sus obras merecieron los elogios unánimes de los pocos afortunados que pudieron conseguir algún ejemplar de las reducidas tiradas que lanzó a la calle dentro de una modesta colección creada exclusivamente para difundir de forma selectiva su producción literaria. Ajeno -a pesar de ese reconocimiento que le tributaron dichos lectores, escritores y críticos privilegiados- al bullicio, los fastos y las intrigas del mundillo literario y editorial argentino del segundo tercio del siglo XX, Juan Filloy continuó durante muchos años ejerciendo su cargo de juez en la alejada localidad provinciana de Río Cuarto, y cultivando una curiosa afición intelectual que, en las escasas entrevistas que concedió a los medios de comunicación, antepuso siempre a la importancia que pudiera conceder a su obra de creación literaria: la construcción de palíndromos (o frases que pueden ser leídas de izquierda a derecha o de derecha a izquierda, sin mudar por ello de significado). En una de esas contadas ocasiones en que el escritor de Córdoba franqueó de buen grado los muros de su retiro provinciano para ofrecer unas declaraciones a la prensa cultural, se definió a sí mismo como "recordman de palindromía, mil veces por encima de la performance de León VI, emperador de Bizancio".
Sin duda alguna, esta acusada inclinación hacia la vertiente lúdica -pero infinitamente compleja- de la creación literaria (plasmada, además, en su constante apelación a los recursos gráficos que le ofrecía la imprenta de la época) contribuyó poderosamente a estrechar aún más el selecto círculo de lectores capaces de degustar con provecho las exquisitas obras de Filloy, a quien buena parte de la crítica de su tiempo tildó también de preciosista, decadente y aristocratizante, comparándole con la figura de cualquier dandy caduco y provinciano que, absorbido por la búsqueda de la elegancia absoluta, se queda recluido en su pequeño ámbito local, satisfecho con la consecución de esos logros estéticos que dan cumplida satisfacción a sus rarezas y obsesiones. Nada hizo, en efecto, Juan Filloy por desmentir esta imagen de creador ensimismado en su pequeña torre de marfil, aunque a finales de la década de los años sesenta permitió que una editorial de Buenos Aires publicase sendas reediciones de sus novelas ¡Estafen! y Op Oloop, lo que dio pie a su vez a que las principales publicaciones culturales argentinas se interesasen por la vida y la obra de este enigmático autor. A pesar de este interés tardío suscitado entre la crítica literaria, la elaborada complejidad de la narrativa de Juan Filloy -no exenta de una constante sutileza irónica que la dota de gran amenidad- siguió manteniendo alejado al lector común, circunstancia que en buena medida vino a demostrar el acierto del escritor de Córdoba a la hora de elegir para su producción impresa el selecto cauce de las ediciones restringidas.
Con todo, a partir de este reconocimiento tardío se empezaron a difundir algunos datos acerca del autor de estas extrañas, provocativas y deslumbrantes novelas, datos que contribuyeron aún más a consolidar la imagen de "raro" que había cultivado el escritor de Córdoba, como su confesada afición a los ambientes prostibularios y su odio manifiesto a la ciudad de Buenos Aires y a cuantas cosas y personas ostentasen con orgullo el calificativo de porteñas. Declaró también el escritor de Córdoba en algunas de esas entrevistas que concedió en su vejez que su nombre "se pronuncia Fiyoy y no Filoy, porque es gallego y no irlandés", y que su infancia y juventud fueron felices en su entorno provinciano, donde creció alejado de cualquier moda o influencia literaria. Entre sus aficiones, destacó el dibujo (de joven fue caricaturista) y, sobre todo, los deportes, que le impulsaron a tomar parte activa en la fundación del famoso club de fútbol Talleres de Córdoba y, ya en su destino como magistrado, del Golf Club de Río Cuarto. En esta ciudad fundó también el Museo de Bellas Artes.
Al término de sus estudios de Leyes, llegó a la citada población de Río Cuarto hacia 1920, sólo con la intención de ejercer durante un par de meses la abogacía, aunque a la postre pasó allí más de la mitad de su longeva existencia (en concreto, sesenta y cuatro años de los cientos seis que duró su enigmática vida). Alejado, pues, por voluntad propia de todos los foros culturales y editoriales de Buenos Aires, y consagrado a su oficio de magistrado, Juan Filloy fue alimentando una leyenda de escritor solitario que empezó a raíz de su extraña relación con la imprenta: después de haber publicado sus siete primeras obras entre 1931 y 1939 (las citadas en parágrafos superiores), permaneció durante casi tres decenios sin publicar una sola página, aunque durante todo ese tiempo no dejó de escribir ni un sólo día (al parecer, la desenvuelta impudicia de casi todos sus escritos y su afición por las opiniones polémicas se avenían mal con su severo cargo judicial, por lo que tuvo que optar entre conservar su trabajo o difundir sus obras literarias). A mediados de los años sesenta, cuando la obligada jubilación le había eximido ya de mantener la gravedad exigida a un juez, se avino a entregar a la editorial bonaerense Paidós las novelas ¡Estafen!, Op Oloop y Caterva, que vieron la luz entre 1967 y 1973 y dieron lugar a la creación y asimilación, por parte de los sorprendidos lectores argentinos, del "mito Filloy", un curioso fenómeno literario que se sustenta, básicamente, en la asombrosa calidad de los textos del misterioso escritor de Córdoba, pero también en otros factores no menos llamativos dentro del mundillo editorial contemporáneo (como la compleja personalidad del autor; la enorme cantidad de títulos que mantenía inéditos -más de cuarenta-; la costumbre de utilizar siempre siete letras en cada uno de sus títulos; la utilización de todas y cada una de las letras del abecedario para encabezar al menos uno de sus libros; y, en suma, ese cúmulo de manías personales -como la fobia antiporteña- y aficiones intelectuales -v. gr., a la palindromía- que contribuyeron a dibujar ese perfil de rareza que envuelve tanto su obra como su propia persona).
Tal vez convenga, antes de pasar adelante, ilustrar con algunos ejemplos esa originalidad que se ha convertido en la marca distintiva de la obra del enigmático autor de Córdoba. A continuación se ofrece una relación lo más exhaustiva posible de los títulos que configuran la peculiarísima bibliografía de Juan Filloy, no sin dejar de advertir que muchos de ellos permanecen todavía inéditos (se señalan con un asterisco los que han pasado por los tórculos): Ambular; Aquende*; Balumba*;Caterva*; Chagui; Churque; Decio 8a*; Don Juan*; Elegías*; Eran así; ¡Estafen!*;Esto Fui*; Finesse*; Gaudium; Gentuza*; Homo sum; Ignitus*; Ironike; Item más;Jjasond*; Karcino*; L'ambigú*; La Potra*; La Purga*; Los Ochoa*; Llovizna;Metopas*; Mujeres*; Nepente; Nefilim; Ñampilm*; Op Oloop*; Periplo*; Quolibet;Recital; Revenar; Sagesse*; Sexamor*; Sicigia; Tal cual*; Tanatos; Todavía;Urumpta*; Usaland*; Vil & Vil*; Yo, yo y yo*; Xinglar; y Zodíaco. Como muestra de su maestría en la composición de palíndromos, he aquí uno de los que más celebridad le dieron: "Allí tápase Menem esa patilla".
Con este bagaje de ingenio y originalidad a sus espaldas, cabe reconocer que, a pesar de su tardío reconocimiento, Juan Filloy sigue ocupando en las historias de la literatura argentina un puesto mucho menos elevado del que realmente le corresponde. Bien es cierto que ha dejado de ser un ilustre desconocido, pero su obra sigue siendo inaccesible para muchos lectores y -lo que es más penoso e injusto- incomprendida por buena parte de la crítica oficial, que no reconoce en él a uno de los genuinos introductores de la parodia en la literatura hispanoamericana del siglo XX. Frente a este desconocimiento -intencionado o no- de la crítica, cabe señalar que las jóvenes generaciones de escritores argentinos han convertido a Filloy en uno de sus maestros indiscutibles, si bien es cierto también que muchas de sus influencias -bien patentes para los buenos conocedores de sus obras- no llegan a ser expresamente reconocidas por los autores que son deudores de su talento. Como ha señalado la parte más independiente de la crítica austral, "la influencia de Filloy sobre sus contemporáneos es mucho más evidente que admitida. De hecho, algunas de las obras más importantes de la narrativa argentina de las últimas décadas tienen deudas con la producción filloyana, aunque en ningún caso esa influencia ha sido estudiada y mucho menos admitida".
Gracias a las ediciones que cedió a Paidós a finales de los años sesenta (a partir de 1973 volvió a sus queridas ediciones de autor), Juan Filloy venció en parte estos recelos de la crítica y llegó a ser reconocido no sólo por los lectores, sino por algunas de las instancias más representativas de las Letras argentinas e Hispanoamericanas. Entre los galardones y las distinciones más significativas que recayeron en su persona y en su obra, cabe recordar aquí el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), que le fue otorgado en 1971; el premio Pluma de Plata, concedido por el Pen Club en 1978; el Premio Esteban Echeverría, Gente de Letras, que recayó en él en 1991; y el premio Trayectoria, otorgado por el Fondo Nacional de las Artes en 1993. Además, Juan Filloy fue elegido miembro de la Academia Argentina de Letras (1980), investido como Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de Río Cuarto (1989); y condecorado por las altas instancias culturales de dos países que se sintieron halagados por su apasionada defensa de la cultura europea: Italia (que le concedió en 1986 la Orden al Mérito de la República) y Francia (que le nombró Chevalier de l'Ordre des Arts et des Lettres en 1990).
Después de haber permanecido durante sesenta y cuatro años en la ciudad de Río Cuarto, ya a muy avanzada edad regresó a su Córdoba natal, donde la muerte le sorprendió, mientras dormía la siesta, en la tarde del 15 de julio del año 2000, cuando estaba a punto de cumplir los ciento seis años.
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