(Amos Klausner; Jerusalén, 1939 - Tel Aviv, 2018)
Escritor israelí en lenguas hebrea e inglesa considerado el mejor
prosista en lengua hebrea moderna. Tras cursar estudios en la
Universidad de Jerusalén y en Oxford (Inglaterra), sirvió como oficial
en el ejército israelí y participó en la guerra de los Seis Días (1967) y
en la del Yom Kipur (1973); posteriormente se convertiría en destacado
militante del movimiento Paz Ahora, que aboga por el entendimiento
pacífico entre israelíes y palestinos. Desde 1954 hasta 1986 residió en
el kibutz Hulda, y a partir de 1987 ejerció la docencia como profesor de
literatura hebrea en la Universidad Ben Gurión, en Beersheva.
Junto con Shmuel Yosef Agnon,
Amos Oz figura entre los novelistas esenciales y más representativos de
las moderna literatura israelí. En su obra narrativa, Oz se ocupó de
las inquietudes y la diversidad ideológica de los israelíes de las
diferentes tendencias políticas y espirituales que coexisten en su país,
así como de la tensión y el delicado equilibrio de la sociedad en la
que viven, apresada entre el horror del inmediato pasado anterior a la
creación del Estado y el presente e interminable conflicto bélico con
sus vecinos.
Su estilo es intensamente apasionado, de
atmósfera casi febril en ocasiones y, por momentos, profundamente
poético. Siempre comprometido con la realidad y sus personajes, subyace
en su voz un desencanto que se advierte también en sus artículos
periodísticos, en los que se aprecian, a partes iguales, retratos
objetivos de la realidad del Medio Oriente y un permanente pesimismo
sobre el futuro de la región.
Entre sus novelas más conocidas figuran En otro lugar (1966), sobre la vida del kibbutz; Mi Michael
(1968), una de las más famosas, en que se analiza el amor como
dominación, contraponiendo la tolerancia, el optimismo y la visión
positiva de la vida del protagonista con la negativa y pesimista de su
esposa, que se siente siempre amenazada; Tocar el agua. Tocar el viento (1973), sobre el destino del pueblo judío y la diáspora a Israel; La caja negra
(1987), en forma de cartas, telegramas y notas mediante las que se pasa
revista a la vida de los protagonistas y sus relaciones; Las mujeres de Yoel (1990), novela de suspense sobre un antiguo agente del Mossad que se plantea el sentido de la vida; y La paz perfecta (1982), sobre las motivaciones para vivir en un kibbutz.
En uno de sus más recientes ensayos sobre literatura, In the beginning
(1999), Amos Oz esboza una interesante teoría acerca del "contrato" que
compromete a un autor con sus lectores, cuyas condiciones se establecen
al comienzo de una obra y deberán cumplirse en su desarrollo.
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(Giuseppe
Tomasi, duque de Palma y príncipe de Lampedusa; Palermo, 1896 - Roma,
1957) Escritor italiano autor de la novela El Gatopardo (1958), en la
que retrató la decadencia de la nobleza rural siciliana durante la época
de la unificación nacional. La magistral adaptación cinematográfica de
Luchino Visconti, estrenada en 1963, contribuyó a la difusión de una
obra que tuvo ya una excelente acogida en el momento de su publicación.
Giuseppe Tomasi de Lampedusa
Descendiente
de una de las más aristocráticas familias sicilianas, Giuseppe Tomasi
de Lampedusa pasó su infancia entre los muros del palacio paterno en la
capital de la isla y las diversas casas de campo. Desde niño aprendió
las principales lenguas extranjeras. A los veinte años, al estallar la
Primera Guerra Mundial, fue obligado a abandonar sus estudios para
participar en la contienda; hecho prisionero, fue internado en el campo
de concentración de Szombathely (Hungría), de donde, tras un primer
infructuoso intento, logró escapar, y, realizada una durísima marcha a
pie a través de Europa, llegó a Italia.
Durante el
período fascista permaneció apartado, coherente con sus inclinaciones de
conservador liberal. Realizó diversos viajes al extranjero; durante uno
de ellos se casó con Alessandra Woll-Stomersee, una de las pioneras del
psicoanálisis en Italia. Con el grado de capitán tomó parte en la
Segunda Guerra Mundial; tras la destrucción de su morada en el curso de
un bombardeo, Tomasi de Lampedusa encontró refugio en el hogar de su
primo, el poeta L. Piccolo, en cuya casa tuvo sus primeros y
fundamentales encuentros literarios (Montale, Bassani).
Entre
1955-56 escribió de un tirón la obra que había de darle una gran fama
póstuma, El Gatopardo (Il Gattopardo), libro escrito, como se ha dicho,
rápidamente, pero gestado durante larguísimos años. Después de algunos
meses se manifestaron los primeros síntomas de la enfermedad que le
llevaría a la muerte, durante su hospitalización en una clínica romana.
El manuscrito de la novela fue publicado en 1958 al cuidado de Giorgio
Bassani.
Fotograma de El Gatopardo (1963), de Luchino Visconti
Ambientada
en el mundo de la aristocracia siciliana de los años comprendidos entre
la campaña garibaldina y finales de siglo, El Gatopardo narra la
historia del príncipe don Fabrizio Salina, astrónomo. Alejado siempre de
toda participación en la vida pública, con la llegada de los
garibaldinos, y bajo la influencia de su amado sobrino Tancredi,
aceptará estoicamente el nuevo curso de las cosas, aunque una inicial
desconfianza no podrá apartarse nunca de su ánimo.
Centrando
el argumento en la historia de don Fabrizio, Tomasi de Lampedusa
consigue presentarnos una amplia panorámica de la vida de las familias
aristocráticas sicilianas de la época, a las que se oponían cada vez
más, al menos en la consecución del poder, los nuevos ricos, es decir,
aquellos que habían sabido sacar provecho de la caída de la dinastía
borbónica. Sin embargo, la amarga conclusión de Tomasi de Lampedusa
será, en las páginas que describen el baile final, que las cosas han
cambiado bien poco y que también la nueva situación muy pronto
cristalizará en la atávica inercia de la vida siciliana.
La
poética de Tomasi de Lampedusa está constituida por el examen tanto del
hombre como de las cosas, por una continua sensación de finísima
moralidad que define el particular tono de la novela. Aunque algunas de
sus páginas, sobre todo hacia el final, pueden parecer un tanto
apresuradas, El Gatopardo, aparecido en pleno auge del neorrealismo,
constituyó (en palabras de un crítico) "una excepción felicísima... una
invitación a enriquecer la narrativa de auténticas motivaciones
críticas, pero sobre todo a reconsiderar, en sus valores más actuales,
la tradición decimonónica". El libro obtuvo un gran éxito, no sólo en
Italia, sino en otros muchos países. En 1961 apareció póstumo un volumen
de Cuentos donde, conforme a la inspiración de su obra mayor, el autor
se confirma como un fino intérprete de la propia memoria.
domingo, 22 de diciembre de 2019
JUAN RULFO
PEDRO PÁRAMO
(Fragmento)
El
calor me hizo despertar al filo de la medianoche. Y el sudor. El cuerpo
de aquella mujer hecho de tierra, envuelto en costras de tierra, se
desbarataba como si estuviera derritiéndose en un charco de lodo. Yo me
sentía nadar entre el sudor que chorreaba de ella y me faltó el aire que
se necesita para respirar. Entonces me levanté. La mujer dormía. De su
boca borbotaba un ruido de burbujas muy parecido al del estertor.
Salí a la calle para buscar el aire; pero el calor que me perseguía no se despegaba de mí.
Y es que no había aire; sólo la noche entorpecida y quieta, acalorada por la canícula de agosto.
No
había aire. Tuve que sorber el mismo aire que salía de mi boca,
deteniéndolo con las manos antes de que se fuera. Lo sentía ir y venir,
cada vez menos; hasta que se hizo tan delgado que se filtró entre mis
dedos para siempre.
Digo para siempre.
Tengo
memoria de haber visto algo así como nubes espumosas haciendo remolino
sobre mi cabeza y luego enjuagarme con aquella espuma y perderme en su
nublazón. Fue lo último que vi.
-¿Quieres
hacerme creer que te mató el ahogo, Juan Preciado? Yo te encontré en la
plaza, muy lejos de la casa de Donis, y junto a mí también estaba él,
diciendo que te estabas haciendo el muerto. Entre los dos te arrastramos
a la sombra del portal, ya bien tirante, acalambrado como mueren los
que mueren muertos de miedo. De no haber habido aire para respirar esa
noche de que hablas, nos hubieran faltado las fuerzas para llevarte y
contimás para enterrarte. Y ya ves, te enterramos.
-Tienes razón,.Doroteo. ¿Dices que te llamas Doroteo?
-Da lo mismo. Aunque mi nombre sea Dorotea. Pero da lo mismo.
-Es cierto, Dorotea. Me mataron los murmullos.
«Allá hallarás mi querencia. El lugar que yo quise. Donde los sueños me enflaquecieron.
Mi pueblo, levantado sobre la llanura. Lleno de árboles y de hojas como una alcancía donde
hemos guardado nuestros recuerdos. Sentirás que allí uno quisiera vivir para la eternidad.
El amanecer; la mañana; el mediodía y la noche, siempre los mismos; pero con la diferencia
del aire. Allí, donde el aire cambia el color de las cosas; donde se ventila la vida como si
fiera un murmullo; como si fuera un puro murmullo de la vida... »
-Sí,
Dorotea. Me mataron los murmullos. Aunque ya traía retrasado el miedo.
Se me había venido juntando, hasta que ya no pude soportarlo. Y cuando
me encontré con los murmullos se me reventaron las cuerdas.
-Llegué
a la plaza, tienes tú razón. Me llevó hasta allí el bullicio de la
gente y creí que de verdad la había. Yo ya no estaba muy en mis cabales;
recuerdo que me vine apoyando en las paredes como si caminara con las
manos. Y de las paredes parecían destilar los murmullos como si se
filtraran de entre las grietas y las descarapeladuras. Yo los oía. Eran
voces de gente; pero no voces claras, sino secretas, como si me
murmuraran algo al pasar, o como si zumbaran contra mis oídos. Me aparté
de las paredes y seguí por mitad de la calle; pero las oía igual, igual
que si vinieran conmigo, delante o detrás de mí. No sentía calor, como
te dije antes; antes por el contrario, sentía frío. Desde que salí de la
casa de aquella mujer que me prestó su cama y que, como te decía, la vi
deshacerse en el agua de su sudor, desde entonces me entró frío. Y
conforme yo andaba, el frío aumentaba más y más, hasta que se me enchinó
el pellejo. Quise retroceder porque pensé que regresando podría
encontrar el calor que acababa de dejar; pero me di cuenta a poco de
andar que el frío salía de mí, de mi propia sangre. Entonces reconocí
que estaba asustado. Oí el alboroto mayor en la plaza y creí que allí
entre la gente se me bajaría el miedo. Por eso es que ustedes me
encontraron en la plaza. ¿De modo que siempre volvió Donis? La mujer
estaba segura de que jamás lo volvería a ver.
-Fue ya de mañana cuando te encontramos. Él venía de no sé dónde. No se lo pregunté.
-Bueno,
pues llegué a la plaza. Me recargué en un pilar de los portales. Vi que
no había nadie, aunque seguía oyendo el murmullo como de mucha gente en
día de mercado. Un rumor parejo, sin ton ni son, parecido al que hace
el viento contra las ramas de un árbol en la noche, cuando no se ven ni
el árbol ni las ramas, pero se oye el murmurar. Así. Ya no di un paso
más. Comencé a sentir que se me acercaba y daba vueltas a mi alrededor
aquel bisbiseo apretado como un enjambre, hasta que alcancé a distinguir
unas palabras vacías de ruido: «Ruega a Dios por nosotros». Eso oí que
me decían. Entonces se me heló el alma. Por eso es que ustedes me
encontraron muerto.
-Mejor no hubieras salido de tu tierra. ¿Qué viniste a hacer aquí?
-Ya te lo dije en un principio. Vine a buscar a Pedro Páramo, que según parece fue mi
padre. Me trajo la ilusión.
-¿La
ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido. Pagué
con eso la deuda de encontrar a mi hijo, que no fue, por decirlo así,
una ilusión más; porque nunca tuve ningún hijo. Ahora que estoy muerta
me he dado tiempo para pensar y enterarme de todo. Ni siquiera el nido
para guardarlo me dio Dios. Sólo esa larga vida arrastrada que tuve,
llevando de aquí para allá mis ojos tristes que siempre miraron de
reojo, como buscando detrás de la gente, sospechando que alguien me
hubiera escondido a mi niño. Y todo fue culpa de un maldito sueño. He
tenido dos: a uno de ellos lo llamo el «bendito» y a otro el «maldito».
El primero fue el que me hizo soñar que había tenido un hijo. Y mientras
viví, nunca dejé de creer que fuera cierto; porque lo sentí entre mis
brazos, tiernito, lleno de boca y de ojos y de manos; durante mucho
tiempo conservé en mis dedos la impresión de sus ojos dormidos y el
palpitar de su corazón. ¿Cómo no iba a pensar que aquello fuera verdad?
Lo llevaba conmigo a dondequiera que iba, envuelto en mi rebozo, y de
pronto lo perdí. En el cielo me dijeron que se habían equivocado
conmigo. Que me habían dado un corazón de madre, pero un seno de una
cualquiera. Ése fue el otro sueño que tuve. Llegué al cielo y me asomé a
ver si entre los ángeles reconocía la cara de mi hijo. Y nada. Todas
las caras eran iguales, hechas con el mismo molde. Entonces pregunté.
Uno de aquellos santos se me acercó y, sin decirme nada, hundió una de
sus manos en mi estómago como si la hubiera hundido en un montón de
cera. Al sacarla me enseñó algo así como una cáscara de nuez: «Esto
prueba lo que te demuestra».
»Tú
sabes cómo hablan raro allá arriba; pero se les entiende. Les quise
decir que aquello era sólo mi estómago engarruñado por las hambres y por
el poco comer; pero otro de aquellos santos me empujó por los hombros y
me enseñó la puerta de salida: «Ve a descansar un poco más a la tierra,
hija, y procura ser buena para que tu purgatorio sea menos largo.»
ȃse
fue el sueño «maldito» que tuve y del cual saqué la aclaración de que
nunca había tenido ningún hijo. Lo supe ya muy tarde, cuando el cuerpo
se me había achaparrado, cuando el espinazo se me saltó por encima de la
cabeza, cuando ya no podía caminar. Y de remate, el pueblo se fue
quedando solo; todos largaron camino para otros rumbos y con ellos se
fue también la caridad de la que yo vivía. Me senté a esperar la muerte.
Después que te encontramos a ti, se resolvieron mis huesos a quedarse
tiesos. «Nadie me hará caso», pensé. Soy algo que no le estorba a nadie.
Ya ves, ni siquiera le robé el espacio a la tierra. Me enterraron en tu
misma sepultura y cupe muy bien en el hueco de tus brazos. Aquí en este
rincón donde me tienes ahora. Sólo se me ocurre que debería ser yo la
que te tuviera abrazado a ti. ¿Oyes? Allá fuera está lloviendo. ¿No
sientes el golpear de la lluvia?
-Siento como si alguien caminara sobre nosotros.
-Ya déjate de miedos. Nadie te puede dar ya miedo.
(De "Pedro Páramo", 1955.)
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(Londres,
1608 - id., 1674) Poeta inglés. Su padre, un notario apasionado por la
música, le animó a estudiar las lenguas clásicas, el hebreo y el
italiano. Tras una estancia en Cambridge, abandonó la carrera
eclesiástica y se retiró en casa de sus padres.En
1638 emprendió un largo viaje por Francia e Italia, donde conoció a
Galileo, pero los acontecimientos políticos de su país, donde se había
declarado la guerra civil, le hicieron regresar al cabo de un año. En su
patria se vio envuelto en cuestiones teológico-políticas, a las que
respondió con polémicos opúsculos en los que defendía un puritanismo a
ultranza.En
1642 se casó con Mary Powell, una joven de diecisiete años que lo
abandonó al poco tiempo debido a la férrea austeridad del régimen
doméstico. Milton reaccionó con una serie de escritos en los que se
manifestaba partidario del divorcio y que le ocasionaron problemas con
la censura parlamentaria, hecho que motivó que en 1644 publicara la
Areopagítica, en defensa de la libertad de expresión.Antimonárquico
y adscrito al sector radical, por un tiempo abandonó la poesía y ocupó
el cargo de secretario del Comité de Asuntos Exteriores del gobierno de
Cromwell. Luego, con la restauración monárquica, se vieron frustrados
todos sus ideales políticos y, por otra parte, su ceguera era ya total.
Se retiró de la vida pública y dedicó los últimos años de su vida a la
poesía.Finalmente
escribió la epopeya que siempre había soñado, El Paraíso perdido
(1667), la más lograda poesía cristiana heroica y una de las obras
cumbres de la poesía inglesa de todos los tiempos. En 1671 publicó El
Paraíso recobrado, de inferior valor literario, y la tragedia Sansón
agonista, con la que se cumplió su deseo renacentista de restaurar la
tragedia griega. Milton fue un humanista cristiano que consiguió
armonizar en sus obras la experiencia vital con la meditación y la
disciplina moral y artística.
9 DE DICIEMBRE DE 1977 MUERE
CLARICE LISPECTOR
Novelista
y cuentista brasileña de origen ruso, nacida en Tchetchelnick (Ucrania)
el 10 de diciembre de 1920 y fallecida en Río de Janeiro en 1977. La
crítica brasileña sitúa su obra en el centro de la narrativa de
vanguardia.Sus
padres emigraron a Brasil y se establecieron en Recife cuando Clarice
tenía tan sólo dos meses; con el fin de facilitar la adaptación al nuevo
continente, cambiaron el nombre de la niña, que al nacer había recibido
el nombre de Hala. Ella y sus dos hermanas mayores recibieron una
educación judía y en el colegio estudiaron yiddish y hebreo. Su madre,
que se había quedado paralítica, murió en 1930.Cuatro
años después, la familia, que atravesaba una severa crisis financiera,
se trasladó a Río de Janeiro. Allí Clarice estudió el curso de
secundaria y los preparatorios. Con tan sólo diez años escribió una obra
teatral y con un año más envió sus primeros cuentos a Diário de
Pernambuco, aunque no se llegaron a publicar. Sí pudo ver publicado su
cuento "Triunfo" en el semanario Pan en 1940. En 1943, siendo aún
estudiante de derecho, escribió su primera novela titulada Perto do
coraçao selvagem (Cerca del corazón salvaje), por la que recibió el
premio Graça Aranha en 1944. En este año fue a Nápoles, donde trabajó en
un hospital de la Fuerza Expedicionaria Brasileña. Entre 1944 y 1960
vivió en Nápoles, Suiza y Estados Unidos, hasta que fijó su residencia
definitiva en Río de Janeiro, tras divorciarse del diplomático Maury
Gurgel Valente, con quien tuvo dos hijosEl
uso constante de la metáfora insólita, la presencia de construcciones
sintácticas anómalas, la entrega al ejercicio introspectivo y la ruptura
con la trama, son características de la técnica narrativa de Clarice
Lispector que, en su manifiesta heterodoxia, recuerda el modelo
bautizado por Umberto Eco como opera aperta.Entre
sus obras, cabe destacar O lustre (1946), A cidade sitiada (1949),
Alguns contos (1952), Loços de familia (Lazos de familia, 1960,
cuentos), A maça no escuro (La manzana en la oscuridad, 1961), A Legiao
Estrangeira (1964, cuentos y crónicas), A Paixao Segundo G.H. (La pasión
según G.H., 1964), Uma aprendizagem ou O livro dos prazeres (Un
aprendizaje o el libro de los placeres, 1969), Felicidades clandestinas
(1971), Água viva (1972), Onde estiveste de noite? (1974) y A hora da
estrêla (La hora de la estrella, 1977). Su obra póstuma Um sopro de vida
(Un soplo de vida, 1978) es su trabajo más complejo e intenso.Además,
publicó cuentos infantiles, realizó traducciones del inglés y del
francés y mantuvo a lo largo de toda su vida el contacto con el
periodismo a través de colaboraciones en distintos periódicos y revistas
de su país.
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