viernes, 21 de noviembre de 2014

21 DE NOVIEMBRE DE 1694 NACE VOLTAIRE

21 DE NOVIEMBRE DE 1694 NACE

VOLTAIRE

(François-Marie Arouet; París, 1694- id., 1778) Escritor francés. Fue la figura intelectual dominante de su siglo. Ha dejado una obra literaria heterogénea y desigual, de la que resaltan sus relatos y libros de polémica ideológica. Como filósofo, Voltaire fue un genial divulgador, y su credo laico y anticlerical orientó a los teóricos de la Revolución Francesa. Voltaire estudió en los jesuitas del colegio Louis-le-Grand de París (1704-1711). Su padrino, el abate de Châteauneuf, le introdujo en la sociedad libertina del Temple. Estuvo en La Haya (1713) como secretario de embajada, pero un idilio con la hija de un refugiado hugonote le obligó a regresar a París. Inició la tragedia Edipo (1718), y escribió unos versos irrespetuosos, dirigidos contra el regente, que le valieron la reclusión en la Bastilla (1717). Una vez liberado, fue desterrado a Châtenay, donde adoptó el seudónimo de Voltaire, anagrama de Árouet le Jeune» o del lugar de origen de su padre, Air-vault.
Un altercado con el caballero de Rohan, en el que fue apaleado por los lacayos de éste (1726), condujo a Voltaire de nuevo a la Bastilla; al cabo de cinco meses, fue liberado y exiliado a Gran Bretaña (1726-1729). En la corte de Londres y en los medios literarios y comerciales británicos fue acogido calurosamente; la influencia británica empezó a orientar su pensamiento. Publicó Henriade (1728) y obtuvo un gran éxito teatral con Bruto (1730); en la Historia de Carlos XII (1731), Voltaire llevó a cabo una dura crítica de la guerra, y la sátira El templo del gusto (1733) le atrajo la animadversión de los ambientes literarios parisienses.
Pero su obra más escandalosa fue Cartas filosóficas o Cartas inglesas (1734), en las que Voltaire convierte un brillante reportaje sobre Gran Bretaña en una acerba crítica del régimen francés. Se le dictó orden de arresto, pero logró escapar, refugiándose en Cirey, en la Lorena, donde gracias a la marquesa de Châtelet pudo llevar una vida acorde con sus gustos de trabajo y de trato social (1734-1749).
El éxito de su tragedia Zaïre (1734) movió a Voltaire a intentar rejuvenecer el género; escribió Adélaïde du Guesclin (1734), La muerte de César (1735), Alzire o los americanos (1736), Mahoma o el fanatismo (1741). Menos afortunadas son sus comedias El hijo pródigo (1736) y Nanine o el prejuicio vencido (1749). En esta época divulgó los Elementos de la filosofía de Newton (1738).
Ciertas composiciones, como el Poema de Fontenoy (1745), le acabaron de introducir en la corte, para la que realizó misiones diplomáticas ante Federico II. Luis XV le nombró historiógrafo real, e ingresó en la Academia Francesa (1746). Pero no logró atraerse a Mme. de Pompadour, quien protegía a Crébillon; su rivalidad con este dramaturgo le llevó a intentar desacreditarle, tratando los mismos temas que él: Semíramis (1748), Orestes (1750), etc.
Su pérdida de prestigio en la corte y la muerte de Mme. du Châtelet (1749) movieron a Voltaire a aceptar la invitación de Federico II. Durante su estancia en Potsdam (1750-1753) escribió El siglo de Luis XIV (1751) y continuó, con Micromégas (1752), la serie de sus cuentos iniciada con Zadig (1748).
Después de una violenta ruptura con Federico II, Voltaire se instaló cerca de Ginebra, en la propiedad de «Les Délices» (1755). En Ginebra chocó con la rígida mentalidad calvinista: sus aficiones teatrales y el capítulo dedicado a Servet en su Ensayo sobre las costumbres (1756) escandalizaron a los ginebrinos, mientras se enajenaba la amistad de Rousseau. Su irrespetuoso poema sobre Juana de Arco, La doncella (1755), y su colaboración en la Enciclopedia chocaron con el partido «devoto» de los católicos. Frutos de su crisis de pesimismo fueron el Poema sobre el desastre de Lisboa (1756) y la novela corta Candide (1759), una de sus obras maestras. Se instaló en la propiedad de Ferney, donde Voltaire vivió durante dieciocho años, convertido en el patriarca europeo de las letras y del nuevo espíritu crítico; allí recibió a la elite de los principales países de Europa, representó sus tragedias (Tancrède, 1760), mantuvo una copiosa correspondencia y multiplicó los escritos polémicos y subversivos, con el objetivo de «aplastar al infame», es decir, el fanatismo clerical.
Sus obras mayores de este período son el Tratado de la tolerancia (1763) y el Diccionario filosófico (1764). Denunció con vehemencia los fallos y las injusticias de las sentencias judiciales (casos de Calas, Sirven, La Barre, etc.). Liberó de la gabela a sus vasallos, que, gracias a Voltaire, pudieron dedicarse a la agricultura y la relojería. Poco antes de morir (1778), se le hizo un recibimiento triunfal en París. En 1791, sus restos fueron trasladados al Panteón.

21 DE NOVIEMBRE DE 1908 NACE JASÉ BIANCO

  21 DE NOVIEMBRE DE 1908        NACE  
JOSÉ BIANCO


Narrador, periodista, traductor y crítico literario argentino, nacido en Buenos Aires en 1908 y fallecido en su ciudad natal en 1986. A pesar de la brevedad de su producción literaria, está considerado como uno de los grandes renovadores de la narrativa argentina contemporánea.
Volcado desde su temprana juventud al cultivo de la creación y la crítica literarias, se dio a conocer como escritor a través de las páginas de algunas publicaciones culturales como la revista Nosotros, donde dejó estampados sus primeros cuentos, al tiempo que ofrecía sus precoces análisis del panorama literario argentino en el rotativo La Nación. A mediados de la década de los años treinta, ya consagrado como una de las voces más prometedoras de la literatura austral del siglo XX, José Bianco entró en contacto con Victoria Ocampo y con otros escritores del momento que, congregados en torno a la revista Sur, tenían en común su interés por la reflexión acerca de las posibilidades de la ficción; entre estos primeros compañeros de aventura literaria de José Bianco figuraban algunos nombres tan relevantes como los de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo, Enrique Anderson Imbert, Manuel Peyrou y Santiago Davobe (1889-1952).
Las brillantes colaboraciones de José Bianco aparecidas en la revista Sur le auparon, en 1938, hasta el cargo de jefe de redacción, en el que se mantuvo hasta 1961. Aquel año, a raíz de un viaje del escritor bonaerense a Cuba y de las simpatías que mostró hacia el nuevo régimen castrista, se hicieron patentes las grandes divergencias políticas que existían entre la fundadora de la célebre publicación, Victoria Ocampo, y su jefe de redacción, divergencias que impulsaron a Bianco a renunciar a su cargo para seguir desempeñando sus labores de promoción cultural en el equipo editorial de EUDEBA. El fruto de tantos años de dedicación a estas tareas periodísticas y editoriales fue un volumen recopilatorio de sus artículos, publicado bajo el título de Ficción y realidad (1946-1976) (Buenos Aires: Ed. Sudamericana, 1972).
En su faceta de estudioso de la literatura, José Bianco destacó tanto por sus brillantes trabajos de traducción como por sus rigurosos y penetrantes ensayos críticos. Entre estos últimos, cabe recordar aquí sus agudas aproximaciones a las obras de algunos autores como el argentino Domingo Faustino Sarmiento o el español José Ortega y Gasset, así como su espléndido estudio dedicado al gran narrador francés Marcel Proust, publicado bajo el título de Homenaje a Marcel Proust; seguido de otros artículos (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1984). Como traductor, José Bianco rayó a gran altura con el traslado a la lengua de Cervantes de algunos títulos tan significativos en la historia de la literatura universal como Otra vuelta de tuerca, del estadounidense (nacionalizado británico) Henry James -autor que influyó notablemente en la prosa creativa de Bianco- y La Cartuja de Parma, del francés Stendhal. Además, vertió al castellano algunas de las obras señeras del irlandés Samuel Beckett y del francés Gustave Flaubert.
Autor de una exquisita prosa narrativa, José Bianco figura por méritos propios entre los grandes escritores argentinos que, como los citados Borges o Bioy Casares, renovaron profundamente la literatura nacional desde un enfoque meta-narrativo que orienta sus obras hacia la reflexión acerca de la naturaleza misma de la ficción literaria, con ricas divagaciones sobre fábula y realidad, sueño y certeza, autenticidad y representación, y, en suma, todas aquellas dicotomías que indagan en los dominios de la ambigüedad y la incertidumbre, sin excluir la voluntaria confusión entre el punto de vista del narrador y la naturaleza de los hechos narrados. Dentro de esta pauta común entre algunos de los autores vinculados durante una larga etapa de su producción literaria a la revista Sur, la principal originalidad de las narraciones de José Bianco radica en la creación de sugerentes espacios fantásticos dentro de unas coordenadas reales que se sitúan en el ámbito del universo familiar que rodea al autor, siempre concreto y cerrado y, paradójicamente -por mor de su maestría narrativa-, abierto a esas exploraciones imaginativas que caracterizan su escritura. Otra importante seña de identidad en la narrativa de Bianco es la profundización en la psicología de los personajes, característica que, unida a su tendencia a presentar un mismo suceso observado desde diferentes puntos de vista, acerca algunas de sus obras al modelo novelesco puesto de moda por el citado Henry James. Ello queda patente en su celebérrima novela corta titulada Sombras suele vestir (publicada por vez primera en el número 85 de la revista Sur, en 1941), donde la afición de José Bianco por los argumentos fantásticos alcanza cotas pocas veces superadas por otros narradores argentinos; asimismo, su segunda novela corta, publicada bajo el título de Las ratas (Buenos Aires: Sur, 1943), ofrece nuevas muestras de la predilección del autor bonaerense por la pluralidad de puntos de vista, esta vez enfocados en una trama policial enriquecida por sutiles introspecciones psicológicas. Antes de publicar estas dos nouvelles magistrales, José Bianco había dado a la imprenta otra narración breve titulada La pequeña Gyaros (Buenos Aires: Viau y Zona, 1932).
Tras largos años de silencio creativo, José Bianco volvió a los anaqueles de las librerías a comienzos de los años setenta con una espléndida novela extensa titulada La pérdida del reino (Buenos Aires: Ed. Sudamericana, 1972), obra en la que ofreció una amena y lúcida reconstrucción de la sociedad porteña de los años cuarenta. Inmerso más que nunca en ese proteico y variado universo personal en el que las representaciones y los desdoblamientos parecen impedir cualquier atisbo de certeza, Bianco defiende en esta novela la imposibilidad de seguir narrando historias lineales desde un único punto de vista, y la necesidad de enfrentarse a la dudosa realidad que nos envuelve por medio de la observación fugaz y fragmentaria de los diversos materiales que parecen conformarla. Así, en esta magnífica novela el narrador -que se presenta, con nítidos rasgos autobiográficos, como ese asesor editorial, traductor y crítico literario que era el propio autor- delega en el lector la responsabilidad de descifrar los enigmas de la trama mediante la recomposición de una realidad fragmentaria que va apareciendo ante sus ojos configurada por los papeles dispersos del protagonista, quien se los ha remitido, poco antes de morir, con la esperanza de que le brinden abundante material para un relato novelesco.

jueves, 20 de noviembre de 2014


ELISABETH BERRET BROWNING

Doy Gracias a Todos.

Doy las gracias a todos los que me han amado en sus corazones,
Con las gracias y el amor que hay en el mío. Profundas gracias a todos
Los que se han demorado en los muros de esta prisión
Para escuchar mi música en sus más intenso dolor,
Flotando siempre hacia adelante, llenando el espacio
Del pagano templo, más allá de las palabras.
Tu, quien te hundes y caes en mi voz
Cuando la pena te arrebata, el divino instrumento
Del arte se despliega ante tus pies
Para escuchar lo que he dicho entre lágrimas,
Enséñame cómo agradecerte. Enséñame como
Ver el sentido de mi vida en los años futuros,
Y a sentir que el amor perdura en la vida que se desvanece.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

GIOCONDA BELLI
Como gata boca arriba

Te quiero como gata boca arriba,
Panza arriba te quiero,
Maullando a través de tu mirada,
De este amor-jaula
Violento,
Lleno de zarpazos
Como una noche de luna
Y dos gatos enamorados
Discutiendo su amor en los tejados,
Amándose a gritos y llantos,
A maldiciones, lágrimas y sonrisas
(De esas que hacen temblar el cuerpo de alegría).

Te quiero como gata panza arriba
Y me defiendo de huir,
De dejar esta pelea
De callejones y noches sin hablarnos,
Este amor que me marea,
Que me llena de polen,
De fertilidad
Y me anda en el día por la espalda
Haciéndome cosquillas.

No me voy, no quiero irme, dejarte,
Te busco agazapada
Ronroneando,
Te busco saliendo detrás del sofá,
Brincando sobre tu cama,
Pasándote la cola por los ojos,
Te busco desperezándome en la alfombra,
Poniéndome los anteojos para leer
Libros de educación del hogar
Y no andar chiflada y saber manejar la casa,
Poner la comida,
Asear los cuartos,
Amarte sin polvo y sin desorden,
Amarte organizadamente,
Poniéndole orden a este alboroto
De revolución y trabajo y amor
A tiempo y destiempo,
De noche, de madrugada,
En el baño,
Riéndonos como gatos mansos,
Lamiéndonos la cara como gatos viejos y cansados
A los pies del sofá, de leer el periódico.

Te quiero como gata agradecida,
Gorda de estar mimada,
Te quiero como gata flaca
Perseguida y llorona,
Te quiero como gata, mi amor,
Como gata, Gioconda,
Como mujer,
Te quiero.
ANA EMILIA LAHITE
La Niña Extraña

Tenía un grillo entre las sienes
y sabía decir mariposa.
Lo demás lo ignoraba.
Un día descubrió que Dios no era una alondra.
Otro día
les dijo a las simientes
que sería más lindo brotar alas.
Al fin
se convenció de que en el mundo
hay demasiadas cosas sabias.
Y se fue despacito,
caminando,
caminando hasta el alba.
YABRA IBRAHIM YABRA (1926-1994)
LLENÉ UNA COPA CON MIS PALABRAS

(De cualquier poeta a cualquier lector)



Llené una copa con mis palabras,

las destilé, las hice fermentar, las dejé envejecer

y las escancié generosamente

en las bocas de quienes las deseaban para expresarse.

Y dijeron amor y la mejor broma,

y el deseo se tornó en palabras

que salían de gargantas de oro, de gargantas de plata,

en las que tarareaban las palabras

y hacían albórbolas en las bodas de nuestras aldeas...

Llené una copa con mis palabras,

las destilé, las hice fermentar, las dejé envejecer

y las escancié generosamente

en las bocas de quienes las deseaban para expresarse.

Y dijeron odio y la broma más amarga,

y la puñalada se tornó palabra

que salía de gargantas de cobre, de gargantas de plomo.

En ellas se carcajeaban las palabras, ladraban,

y ladraban las prostitutas en los arrabales de la ciudad.

Este es nuestro vino: nuestras palabras destiladas

para que peregrinen por nuestras entrañas,

para que las sintamos bullir en nuestra sangre,

para que nos aterren las visiones.

Escanciamos las palabras con cicatería

a quienes nos aman y a quienes nos odian

y les sueltan, como el vino,

el corazón y la lengua.

Os mantenemos ocupados,

al menos durante una noche,

con nuestras entrañas, nuestra sangre y nuestras visiones.
KO UN
Un día

Un relámpago en la colina de enfrente
Un trueno en la colina de atrás
entre las dos
una piedra muda
JACOBO FIJMAN
El hombre del mar

El hombre de los ojos
atormentados,
que ha mirado mil auroras del mar
desde las grandes proas,
tiene el secreto
de las neblinas, las compactas y húmedas neblinas;
tiene el secreto de las claridades,
de las muy anchas, de las ilimitadas claridades
que estallan como granizadas
sobre los barcos clavados y desclavados
en los planos soleados de los días.
¡Los barcos que alzan sus ojos en la noche
cual surcos conmovidos, ardientes y sedientos
de las semillas
de los cielos lejanos!
El hombre de los ojos
atormentados,
sabe todos estos secretos;
y al estrechar mi mano con la cordialidad
de las almas supremas,
me ha entregado el don de los horizontes;
me ha iniciado en las expansiones;
me ha libertado de los cuatro puntos cardinales,
y del bien y del mal;
de mi ciencia de biblioteca,
de mis pequeños sueños de orangután civilizado.
¡Él, el hombre salvaje,
me derramó su olor marino
sobre mi olfato torpe que vive en las alcobas!
¡Él, el hombre salvaje me ha traído la música
de las islas bienaventuradas,
en su silencio abismal
y en sus palabras pintorescas,
alegres, puras,
de una elevada, de una cósmica simpatía!
Él, el hombre salvaje,
que ha reído con las olas del mar;
que ha llorado con las olas del mar;
que ha sufrido el asombro y el espanto
frente a las tempestades
que hacen y deshacen los mundos
y destrozan ciudades y amplían las hogueras
con sus gritos tan rojos;
él, el hombre salvaje
me ha dejado oír los órganos profundos
de su alma golpeada por las visiones de la inmensidad;
y éste mi corazón se ha agitado en el sueño
del universo;
porque el alma y el corazón del hombre salvaje
traen el múltiple canto del mar y de los astros
y los abismos altos y los abismos bajos;
las expansiones y las desolaciones
prendidas a la rueda del universo.
Él, el hombre de los ojos
atormentados,
que ha mirado mil auroras del mar,
me ha desclavado de las calles grises
de mis hábitos viles de hombre civilizado
que nada tienen que hacer en mi destino
en mis pies, en mis manos
ni en mis ojos hambrientos
de una proa, de un astro y de una aurora.
IDEA VILARIÑO
YA EN DESNUDEZ TOTAL

Ya en desnudez total
extraña ausencia
de procesos y fórmulas y métodos
flor a flor,
ser a ser,
aún con ciencia
y un caer en silencio y sin objeto.

La angustia ha devenido
apenas un sabor,
el dolor ya no cabe,
la tristeza no alcanza.

Una forma durando sin sentido,
un color,
un estar por estar
y una espera insensata.

Ya en desnudez total
sabiduría
definitiva, única y helada.

Luz a luz
ser a ser,
casi en amiba,
forma, sed, duración,
luz rechazada
19 DE NOVIEMBRE MUERE
GUILLERMO ALFREDDO TERRERA
fundador de la Escuela Hermética Primordial de las Antípodas

es el influyente padre espiritual de varias sectas platillistas argentinas. Artífice intelectual de la negra mitología ocultista que nutre a los nuevos movimientos dedicados al "contacto ovni" (que visitan desde 1986 la localidad cordobesa de Capilla del Monte, donde suelen recibir sus primeros sacramentos espaciales), además es un prolífico creador de fantasiosas historietas que, presentadas como reales, han sido puntualmente expropiadas por los profetas que cada vez tienen más eco entre la gente
en busca de verdades trascendentes, sedantes espirituales y piropos extradimensionales. Mejor conocido por sus libritos editados por Kier, se le vio la cara el domingo31 de mayo de 1992 en Futura, durante el "II Encuentro de Ciencias Esotéricas".
Este anti-homenaje pretende retratar al personaje vivo, antes que sea demasiado tarde y las epopeyas que promete se vuelvan leyenda.

Es un señor calvo y grandote. Nervioso, muy nervioso. Y también cascarrabias, vea. Tiene más de setenta, pero la polenta de su semblante le quita varios años. La voz del anciano es estruendosa como un ronquido enfermizo y sinuoso. Grave y temeraria como un trueno a la medianoche. Da un poco de miedo, sí. Pero él está orgulloso de su voz. Tanto que odia los micrófonos. "Mis maestros me enseñaron que nunca se debe hablar en un lugar donde no puedan escucharlo a uno." El problema de los micrófonos es que hacen que la energía de la voz se transforme, se diluya en el aire y llegue estéril, impotente; incapaz de alcanzar su objetivo. Aquella vez, el auditorio de Futura estaba de bote a bote. Altivo, con el ceño eternamente fruncido, como lo fruncen los que saben que por ahí se escurre la sabiduría, el orador tomó la primera medida de la noche: expulsar a los fumadores. Pasmado por su poderosa presencia, el público advirtió que de poco serviría conocer las credenciales académicas de aquel hombre, con esa personalidad arrolladora, avasallante, intimidatoria. Antes que nada, sin embargo, Terrera avisa que él es un abogado que obtuvo su doctorado con una tesis en sociología de la educación. Paradojas de la vida: de la punta de su lengua las palabrotas caen en cascada. Hace afirmaciones que, por rigurosas razones de estilo, no conviene reproducir. La siguiente advertencia, empero, está entre las que no afectarán el pudor del lector: "Me importa un pito que no me crean, pero todos tenemos un ángel guardián". No faltaron señoras que, con disimulo, trataron de mirarse el... (fin de la espalda).

Terrera parece lúcido. Una y otra vez nombra a la mítica Erks, metrópoli impalpable para la inteligencia pero visible para el ojo interno de los mortales de corazón abierto. "Sólo los videntes podemos verla", aclara. El viejo discípulo del legendario Orfelio Ulises alza el vozarrón y explica: "En 1985 vino a verme Saruma, un maestro solar que cantó en mi casa los mantras más hermosos de la Tierra. Venía con un traje sport impecable. Era capaz de levantar hasta veintidós Energías Cósmicas en sus manos. ¡Aquello era una fiesta metafísica!" --se entusiasma y prosigue:"Las retaba y ellas salían una atrás de la otra, serpenteando por el monte. Saruma es un ser cósmico a quien no hemos vuelto a ver hasta hoy, 31 de mayo de 1992". Nadie osa importunarlo con preguntas odiosas. El silencio helado de los inocentes es elocuente. Estamos ante un anciano irascible. Entre tanto, las vibraciones psíquicas recalientan el ambiente. "Albert Einstein, Florentino Ameghino, Hipólito Irigoyen, Juan Domingo Perón, todos, todos ellos recibían mensajes de maestros cósmicos... A mí me dictan poemas. Una noche, sin saber a dónde mierda iba, escribí ‘Argentinum’".

Terrera se exaspera, gesticula un discurso floreado, acusa con ademanes firmes y dispara sentencias a repetición. "...Y mientras todo esto sucede los argentinos ponen cuarta, quinta y van a Disneyworld a ver un ratón que baila". Risas. Complicidad. Sugestión. Segurísimo de que se debe a un público que comparte su momento de gloria, desborda lo más campante el tiempo permitido. Pero, de pronto, el coordinador de la mesa le pide un redondeo. Terrera, con la gente en bandeja de platino, vomita otra munición de frases de grueso calibre esotérico. Cercado por las manecillas del reloj, no tiene otro remedio que ensayar una despedida. Dice: "¡Y no tengan miedo de levantar la mano! Este es el saludo del solsticio para recibir la energía." Cuatro, ocho, diez acólitos extienden su brazo."¡No tengan miedo --insiste-- levanten su mano!" Los brazos extendidos que copian el saludo de Terrera que copia el saludo de Hitler ya son cincuenta, la mitad de la concurrencia. "No tengan miedo, este es el saludo de los hombres dignos y libres del planeta Tierra". El fantasma del Holocausto se pasea por la sala. Hay caras estúpidas que sonríen con perplejidad. Hay otras que esperan el consenso del resto. Por las dudas, algunos pegan apresuradamente el brazo al cuerpo. Unos pocos se van. El que escribe opta por la última alternativa. Pero recuerda su papel de cronista y decide resistir hasta el final.

Monumento vivo y audible del fanatismo esotérico, consejera por antonomasia de las muchedumbres perdidas en los laberintos del pensamiento irracional, la "transgresora" palabra de Terrera enseña que filosofías neopaganas como la nazi no sólo fueron, y son, el sostén ideológico del fascismo. Se trata también de la herramienta acaso más utilizada por el oscurantismo, enquistado en los poderes públicos, en las batallas que libra diariamente contra las libertades, la solidaridad humana, el pensamiento crítico independiente y, en suma, la supervivencia de la especie. Mitos como el de la pureza racial --amén de tratarse de un dogma pseudo-científico-- fueron el detonante de decisiones políticas devastadoras.
Está bien, está bien. No exageremos. Pero una friolenta noche de octubre (la elección de ese mes no es un capricho), Don Guillermo tomará algunas copitas Bols de más, sujetará el Bastón de Mando por la empuñadura y, evocando sus inspirados cánticos a Wolfram Eschenbach, meditará sobre las causas de su anonimato. A lo mejor, algún amigo le aconsejará candidatearse para un puesto de Asesor Presidencial. Y en medio de sus cavilaciones, repetirá para sí: "Todo está cumplido; sólo falta el chispazo para iniciar la gran acción" (*). Los horóscopos de Karl Krafft, el astrólogo de cabecera del Führer, serán un recuerdo antiguo. Pero la estampita de "lopecito" brillará, con una sonrisa gardeliana, en su portadocumentos de metal pulido. Entonces, el rumbo será fijo y rotundo; el horizonte, certero y definitivo; el futuro, predeterminado e inapelable. So pena de muerte.Algunas invenciones de la mente, y sus efectos, pueden resultar buenas aspirinas para contrarrestar algunos males de este mundo.

Acabamos de presentarle al doctor Guillermo Terrera, todo un superhéroe de la causa aria que se ha emborrachado a orillas de las siniestras aguas del fundamentalismo mágico nazi para acceder a la Mayúscula Verdad de los Elegidos. Después, cuando sea tarde, que nos vengan a decir que los cazadores de brujas somos los racionalistas. Los que, pobrecitos de nosotros, preferimos escribir verdad con "v" minúscula.
(*) "Antropología Metafísica", pág. 141.
Caballero de la eternidad

Desde hace unas cuantas décadas, Terrera está en contacto con las Energías Cósmicas que hacen nido, seguramente buscando calorcito, en los repliegues del cerro Uritorco, pirámide natural de Capilla del Monte y notorio vórtice energético. Como los lectores de esta revista saben --y si no, viene siendo hora que lo sepan-- dentro del cerro sagrado del Valle de Punilla está Erks, el gran aguantadero extraterrestre argentino. Ciertamente, Terrera escribe sobre todo esto varios años antes que el tema se pusiera de moda, allá por enero de 1986. Ya ascienden a miles las páginas que incluyen sus revelaciones, tan parecidas entre sí como perlas de un collar de fantasía. En una de ellas cuenta cómo encontró el Bastón de Mando o Toquí Lítico, una ramplona barra labrada en basalto que vaya uno a saber quién enterró en la Toma, umbral del Uritorco. Antes de revelar que, en verdad, el arcano fósil de la sabiduría obraba en su poder desde 1948 1, cerraba su libro "Antropología Metafísica" con una frase lapidaria:"El poseedor del Bastón de Mando es un elegido de la leyenda y de los milenios, como lo fue Jesús, José de Arimatea o Parsifal, el iluminado caballero de la eternidad"2. Nadie diría algo mejor de sí mismo.
19 DE NOVIEMBRE NACE
ANNA SEGHERS
(Netty Reiling; Maguncia, 1900 - Berlín, 1983) Escritora alemana.

Nacida en una familia judía acomodada (su padre era anticuario), estudió Historia, Historia del Arte y sinología en Colonia y Heidelberg, licenciándose en 1924 con la tesis Juden und Judentum im Werke Rembrandts. En 1925 se casó con el escritor húngaro Laszlo Radvànyi, refugiado político, quien le dio dos hijos.

En esos años publicó en la Frankfurter Zeitung sus primeros cuentos, entre ellos La revuelta de los pescadores de Santa Bárbara (Der Aufstand der Fischer von St. Barbara, 1928), que, considerado unánimemente por la crítica de la época una obra maestra de arte narrativo postexpresionista, recibió de Hans Henny Jahn el Premio Kleist. En este cuento hallan la primera formulación poética el tema de la rebelión contra la miseria y la opresión, y el de la solidaridad humana, que más tarde se convertirán en los motivos dominantes de la obra de Anna Seghers.

En el mismo año, la escritora se afilió al Partido Comunista. Obligada a refugiarse en París en 1933, fue redactora de la revista Neue Deutsche Blätter, publicada en Praga, y participó en varias iniciativas de grupos intelectuales emigrados. Trasladada a Austria al año siguiente, reunió una amplia documentación sobre la insurrección de febrero de 1934, que más tarde utilizó en la novela Der Weg durch den Februar (1935).

La ocupación de París por parte de los alemanes (1940) la obligó a refugiarse en Marsella, donde logró embarcarse con rumbo a México. En los cafés de París y en los de Marsella trabajó febrilmente en dos novelas, sin duda sus mejores obras, escritas gracias al impulso de tener que decir todavía a tantos millares de personas, afectadas como ella por el nazismo, una palabra que invitase a la esperanza, al valor y a la solidaridad: La séptima cruz (Das siebte Kreuz, 1942) y Transit (1943). La primera, conocida también gracias a una afortunada versión cinematográfica, narra la historia de siete evadidos de un campo de concentración nazi. Sólo uno se salvará, gracias a la ayuda valiente que le ofrecen algunas personas.

Transit describe, con un estilo de una precisión y de una concisión dignas de Kafka, la odisea de todos aquellos que, por un motivo u otro, eran perseguidos y se veían obligados a dejar Europa a causa del avance de los nazis, a través de las aventuras de algunos prófugos que se reúnen en Marsella, con la esperanza de poder salir de Francia. Nadie ha logrado reconstruir los avatares de aquellos años con tanta fidelidad al dramatismo de la situación y a su absurdidad trágica, transfigurando, incluso, la materia del cuento hasta convertirla en un símbolo de la tragedia de un continente arruinado por el odio y la guerra.

En México, Anna Seghers colaboró en la revista Freies Deutschland, junto con otros escritores refugiados en el país, entre ellos Ludwig Renn, y fue presidenta del Heine Club. Al terminar la guerra se estableció, en 1947, en Berlín Este, donde se convirtió en una de las principales y más activas exponentes de la cultura de la República Democrática Alemana, donde ocupó varios cargos. En 1951 le fue otorgado el Premio Lenin de la Paz.

Su socialismo, que se expresaba en los primeros cuentos y novelas según modelos a menudo más humanitarios que claramente marxistas, en las novelas de la posguerra dio lugar a reconstrucciones históricas y épicas de los acontecimientos de la época en clave muy ortodoxa. Die Toten bleiben jung (1949) muestra hasta qué punto prevalece el compromiso ideológico y político. A pesar de las preocupaciones literarias y estéticas, predomina el procedimiento "educativo" de la representación de los problemas de la sociedad socialista, en la que, por otro lado, la escritora halla su razón de ser en tanto que partícipe de su construcción. Y ello de acuerdo con un canon literario, que Seghers adoptó y expresó como sigue: "Nosotros no escribimos sólo para describir, sino para cambiar describiendo".

A partir de 1971 la escritora volvió a introducir en su obra la temática individual, publicando Überfahrt, una novela fundamentalmente basada en una historia de amor. Siguió Steinzeit/Wiederbegegnung (1977), que consta de dos cuentos. El primero narra, en clave intimista, la historia de un expiloto de aviación que había volado durante la guerra de Vietnam y que se convierte en un pirata del aire, mientras que el segundo vuelve a estar dedicado a una historia de amor. Seghers llevó a cabo además una intensa actividad como ensayista, publicando textos sobre arte, literatura, el proceso creativo y, más en general y de modo coherente con su compromiso político, sobre temas de actualidad.

sábado, 15 de noviembre de 2014

MAHMUD DARWISH

MOSCAS VERDES

El espectáculo es eso. Espada y vena.
Un soñador incapaz de ver más allá del horizonte.
Hoy es mejor que mañana pero los muertos son los que
Se renovarán y nacerán cada día
Y cuando intenten dormir, los conducirá la matanza
De su letargo hacia un sueño sin sueños. No importa
El número. Nadie pide ayuda a nadie. Las voces buscan
Palabras en el desierto y responde el eco
Claro, herido: No hay nadie. Pero alguien dice:
“El asesino tiene derecho a defender la intuición
del muerto”. Los muertos exclaman:
“La víctima tiene derecho a defender su derecho
a gritar”. Se eleva la llamada a la oración
desde el tiempo de la oración a los
féretros uniformes: ataúdes levantados deprisa,
enterrados deprisa... no hay tiempo para
completar los ritos: otros muertos llegan
apresuradamente de otros ataques, solos
o en grupos... una familia no deja atrás
huérfanos ni hijos muertos. El cielo es gris
plomizo y el mar es azul grisáceo, pero
el color de la sangre lo ha eclipsado
de la cámara un enjambre de moscas verdes.








ANNA AJMÁTOVA
Estamos tan intoxicados uno del otro…

Estamos tan intoxicados uno del otro
que de improviso podríamos naufragar,
este paraíso incomparable
podría convertirse en terrible afección.
Todo se ha aproximado al crimen
dios nos ha de perdonar
a pesar de la paciencia infinita
los caminos prohibidos se han cruzado.
Llevamos el paraíso como una cadena bendita
miramos en él, como en un aljibe insondable,
más profundo que los libros admirables
que surgen de pronto y lo contienen todo.

martes, 11 de noviembre de 2014

JOHN DONNE (1572-1631)
Alquimia del Amor.

Algunos que han excavado más profundo que yo
En las sórdidas cavernas del amor,
Dicen dónde se halla su céntrica felicidad.
He amado, he poseído, he contado,
Pero aunque amase, poseyese y contase hasta envejecer,
Aquel oculto misterio no hubiese encontrado.
¡Oh, todo es impostura!
Ningún alquimista ha conseguido el elixir,
Sin embargo con paciencia glorifica sus calderos,
Por si la casualidad
Le asalta con aromáticas medicinas,
Así sueñan los enamorados,
Con un deleite pleno y prolongado,
Para que esta triste y helada oscuridad
Se transforme en una noche de verano

¿Habremos de entregar nuestra paz, coraje, honor y vida
A esta burbuja de vanas sombras?
¿En esto termina el amor?
¿Puede ser alguien feliz representando la parodia del novio?
Aquel infeliz enamorado que jura
Que no es de ella la médula carnal lo que ama,
Sino su mente, donde angelicales formas encuentra,
También podría jurar con justicia que escucha
Durante el rumor del día el brillo de las estrellas.
No esperes encontrar compasión en la mujer,
Tal vez halles ingenio y ternura,
Sólo momias: cadáveres de la dulzura.

11 DE NOVIEMBRE DE 1928 NACE CARLOS FUENTES

11 DE NOVIEMBRE DE 1928 NACE
CARLOS FUENTES
(Ciudad de Panamá, 1928 - México, 2012) Narrador y ensayista mexicano, uno de los escritores más importantes de la historia literaria de su país.

Figura fundamental del llamado boom de la novela hispanoamericana de los años 60, el núcleo más importante de su narrativa se situó del lado más experimentalista de los autores del grupo y recogió los recursos vanguardistas inaugurados por James Joyce y William Faulkner (pluralidad de puntos de vista, fragmentación cronológica, elipsis, monólogo interior), apoyándose a la vez en un estilo audaz y novedoso que exhibe tanto su perfecto dominio de la más refinada prosa literaria como su profundo conocimiento de los variadísimos registros del habla común.

En lo temático, la narrativa de Carlos Fuentes es fundamentalmente una indagación sobre la historia y la identidad mexicana. Su examen del México reciente se centró en las ruinosas consecuencias sociales y morales de la traicionada Revolución de 1910, con especial énfasis en la crítica a la burguesía; su búsqueda de lo mexicano se sumergió en el inconsciente personal y colectivo y lo llevaría, retrocediendo aún más en la historia, al intrincado mundo del mestizaje cultural iniciado con la conquista española.

Biografía

Hijo de un diplomático de carrera, tuvo una infancia cosmopolita y estuvo inmerso en un ambiente de intensa actividad intelectual. Licenciado en leyes por la Universidad Nacional Autónoma de México, se doctoró en el Instituto de Estudios Internacionales de Ginebra, Suiza. Su vida estuvo marcada por constantes viajes y estancias en el extranjero, sin perder nunca la base y plataforma cultural mexicanas. En la década de los sesenta participó en diversas publicaciones literarias. Junto con Emmanuel Carballo fundó la Revista Mexicana de Literatura, foro abierto de expresión para los jóvenes creadores.

A lo largo de su vida ejerció la docencia como profesor de literatura en diversas universidades mexicanas y extranjeras, y se desempeñó también como diplomático. Impartió conferencias, colaboró en numerosas publicaciones y, junto a la narrativa, cultivó también el ensayo, el teatro y el guión cinematográfico. Algunos de sus ensayos de tema literario fueron recopilados en libros como La nueva novela hispanoamericana (1969) y Cervantes o la crítica de la lectura (1976).

A los veintiséis años se dio a conocer como escritor con el volumen de cuentos Los días enmascarados (1954), que fue bien recibido por la crítica y el público. Se advertía ya en ese texto el germen de sus preocupaciones: la exploración del pasado prehispánico y de los sutiles límites entre realidad y ficción, así como la descripción del ambiente ameno y relajado de una joven generación confrontada con un sistema de valores sociales y morales en decadencia.

Su éxito se inició con dos novelas temáticamente complementarias que trazaban el crítico balance de cincuenta años de "revolución" mexicana: La región más transparente (1958), cuyo emplazamiento urbano supuso un cambio de orientación dentro de una novela que, como la mexicana de los cincuenta, era eminentemente realista y rural; y La muerte de Artemio Cruz (1962), brillante prospección de la vida de un antiguo revolucionario y ahora poderoso prohombre en su agonía. Ambas obras manejan una panoplia de técnicas de corte experimental (simultaneísmo, fragmentación, monólogo interior) como vehículo para captar y reflejar una visión compleja del mundo.

La región más transparente (1958)

Las promesas de originalidad y vigor que ya se vislumbraban en Los días enmascarados se cumplieron plenamente con La región más transparente (1958), un dinámico fresco sobre el México de la época que integra en un flujo de voces los pensamientos, anhelos y vicios de diversas capas sociales. La primera novela de Fuentes supuso una ruptura con la narrativa mexicana, estancada en un discurso costumbrista y en la crónica revolucionaria testimonial desde una óptica oficialista. Con esta extensa obra acreditó el autor su vasta cultura, su sentido crítico y su pericia y audacia como prosista, rasgos que muy pronto lo convertirían en uno de los escritores latinoamericanos con más proyección internacional.

Al modo de John Dos Passos en Manhattan Transfer respecto a Nueva York, o de Alfred Döblin en Berlin Alexanderplatz con la capital alemana, La región más transparente es el gran mosaico de Ciudad de México, el retrato a la vez atomizado y gigantesco de todas sus clases sociales a través del aproximadamente centenar de personajes que constituyen su "protagonista colectivo", siendo el verdadero protagonista la propia ciudad; así lo delata su mismo título, que procede de una frase con la que Alexander von Humboldt describió el valle de México.

La disección y crítica de la masa social del país (en la medida en que la ciudad incluye al campo al absorber las migraciones de campesinos depauperados) es la propuesta programática de la obra, y abarca desde los desheredados hasta los nuevos burgueses "que no saben qué cosa hacer con su dinero", desprovistos de cualquier inquietud cultural y sin otra clase que se les oponga. El dominio que muestra Fuentes de los distintos registros lingüísticos de cada clase social proporciona verismo a su retrato y convierte la novela en una magistral obra polifónica.

Los continuos saltos temporales (dentro de un dilatado periodo que abarca desde los años previos a la Revolución mexicana hasta el presente) y la irregularidad con que aparecen los personajes, con frecuencia a través del monólogo interior, dan a la narración una apariencia desordenada y anárquica; externamente, la novela está dividida en tres partes desproporcionadas que engloban capítulos distribuidos sin simetría. Sin embargo, en ningún momento se pierde el hilo de la narración, lo que demuestra el especial cuidado que pone el autor en la estructura.

La primera secuencia es la presentación de sí mismo que hace Ixca Cienfuegos, e inicia la novela con estas palabras: "Mi nombre es Ixca Cienfuegos. Nací y vivo en México, D.F." Su voz, la primera en aparecer, se dirige a sus iguales y a la ciudad. El hálito poético de su palabra dignifica su amargura y su resignación ante el destino que los mexicanos como él están condenados a padecer. La insistencia de frases como "qué le vamos a hacer" refuerza el fatalismo que caracteriza a la mentalidad indígena y crea lazos discursivos entre otros personajes marginados dentro de la misma novela. Su parlamento finaliza con las siguientes frases: "Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire".

La estructura de la novela está presidida por la circularidad: se abre con estas palabras de Ixca Cienfuegos y se cierra con "La región más transparente del aire". Este concepto circular, tan ligado al de la repetición, se observa en varios niveles de la novela y es básico para la tarea de enhebrar los numerosos elementos de esta obra y para sostener su simbolismo. Así, sobresale el que aglutina la muerte de varios personajes (el final de sus ciclos vitales).

Otro factor siempre presente en la obra es que el sacrificio ritual, como la Revolución, cuyos ideales yacen ya enterrados en el olvido, sacrificó no a todos sino a los de siempre, para mantener o encumbrar en su sitio a los mismos. En ausencia de cualquier valor, los personajes son figurantes de un teatro vacío; los pobres, los macehuales, están fatalmente destinados a permanecer enclavados en la región más transparente del aire: dentro de la miseria, sin porvenir, fuera de la historia, sin nombre.

La muerte de Artemio Cruz (1962)

La denuncia del fracaso de la Revolución se halla en la base de diversas obras de Carlos Fuentes, y muy especialmente en La muerte de Artemio Cruz (1962), una de las mayores novelas de las letras mexicanas. Sus páginas detienen por un instante, con una prosa compleja de identidades fragmentadas, el flujo de conciencia de un viejo militar de la Revolución de 1910 que se encuentra a punto de morir, e indagan también en el sentido de la condición humana. El magisterio de James Joyce (autor le que impresionó profundamente) es patente en el uso del monólogo interior como técnica narrativa fundamental; en el manejo del monólogo, Fuentes superó en esta obra en complejidad (y acaso en riqueza) al mismo maestro.

Alegóricamente, la historia de Artemio Cruz es la del nacimiento, implantación y muerte de la Revolución mexicana; el antiguo revolucionario refleja el modo en que se prostituyeron sus valores, subrayando que tal traición fue libre decisión de su soberana voluntad y no de presiones históricas, aunque sí quizá de una inquietante atmósfera común o de una huidiza naturaleza humana: el egoísmo, la ambición, la sed de poder y riqueza lo movieron lo mismo que a tantas personas de su entorno, carentes de todo escrúpulo.

Pero el relato, en el que destacan un amor juvenil de Artemio que coincide con los días entusiastas de la revolución, su posterior matrimonio por interés y sin amor en tiempos de la institucionalización y un amor clandestino de la madurez con el que intenta rehabilitarse espiritualmente, perdería gran parte de su autoridad de no ser por la forma con que Fuentes ha sabido arroparlo.

Viejo, rico y poderoso en la hora de su muerte, Fuentes relata la larga agonía de Artemio Cruz y los episodios en ella evocados mediante el empleo riguroso y sistemático del "yo", del "tú" y el "él". A través del "yo" nos ofrece, en tiempo presente (la obra se sitúa en el año 1959), el monólogo interior del antiguo revolucionario agonizante, mientras que el "tú" corresponde a su subconsciente, que instruye al moribundo acerca del futuro de sus elucubraciones mentales, y con el "él" recuerda, por el contrario, la historia pasada de Artemio y de quienes le rodearon o bien se rodeó en los distintos momentos de su vida.

Estas narraciones o intervenciones en primera, segunda y tercera persona forman una especie de tríadas que se van repitiendo a lo largo de las páginas del libro hasta doce veces, tantas como las horas que dura la agonía de su protagonista. A lo largo de la misma se nos ofrecen otras tantas revisiones de su pasado, que no se producen cronológicamente, sino a la manera de William Faulkner, de acuerdo con los desordenados y caprichosos saltos mentales a los cuales se entrega el moribundo.

El último de todos ellos, que se remonta a 1889, cuando Artemio vino al mundo, no es fruto de su pensamiento ni forma parte de la película de su vida que presencia mientras agoniza, sino obra del autor. Una última tríada, a la cual correspondería el fatídico número trece, queda truncada de repente por la muerte de Artemio tras la sola intervención del "yo" y el "tú". Así termina sus días el viejo caudillo mexicano; su historia simboliza la historia colectiva de su país, en cuyo intento de transformación revolucionaria participó, al que luego (como hicieron muchos otros) inevitablemente traicionó, y al que también corresponde buena parte de responsabilidad en sus destinos.

Obra posterior

Las novelas reseñadas otorgaron a Carlos Fuentes un puesto central en el llamado boom de la literatura hispanoamericana. Dentro de aquel fenómeno editorial de los años 60 que, desde España, daría a conocer al mundo la inmensa talla de los nuevos (y a veces anteriores) narradores del continente, Carlos Fuentes fue reconocido como autor de la misma relevancia que el colombiano Gabriel García Márquez, el argentino Julio Cortázar o el peruano Mario Vargas Llosa.

Entre las dos novelas mencionadas, sin embargo, se sitúa una obra de andadura realista y tradicional: Las buenas conciencias (1959), que cuenta la historia de una familia burguesa de Guanajuato. Esas obras iniciales cimentaron un ciclo denominado por el autor "La edad del tiempo", obra en constante progreso a la que se fueron sumando diversos volúmenes. Espíritu versátil y brillante, Fuentes tendió a abordar en obras ambiciosas y extensas (a veces incluso monumentales) una temática de hondo calado histórico y cultural; la novela es concebida entonces con máxima amplitud, como un sistema permeable capaz de integrar elementos en apariencia dispersos pero dotados de poder evocativo o reconstructor.

Son de destacar, en este sentido, Cambio de piel (1967), con las abundantes divagaciones a que se abandonan cuatro personajes ante el espectáculo de una pirámide de Cholula. Zona sagrada (1967) retrata la difícil relación entre una diva del cine nacional y su hijo. Terra Nostra (1975), novela muy extensa que muchos consideraron inabordable, es probablemente su obra más ambiciosa y compleja; en ella llevó al límite la exploración de los orígenes del ser nacional y de la huella española (el ejercicio del poder absoluto por parte de Felipe II) en las colonias de América.

En Cristóbal Nonato (1987), inspirada en Tristram Shandy de Laurence Sterne, narró el Apocalipsis nacional empleando la voz de un niño que se está gestando; este sorprendente monólogo de un personaje no nacido se sitúa en 1992, año del quinto centenario del descubrimiento de América, una celebración paródica en un México corrupto y destrozado.

A esta selección se agrega la novela corta Aura (1962), historia mágica, fantasmal y extraña en la mejor tradición de la literatura fantástica. Diverso carácter posee La cabeza de la hidra (1978), que, bajo la modalidad de una novela de espionaje, trata sobre la corrupción de la vida política mexicana; la "hidra" del título es el petróleo mexicano, una riqueza natural que no genera prosperidad, sino dinero, corrupción y esclavitud. Al igual que Gringo viejo (1985), novela sobre la estancia y desaparición del periodista norteamericano Ambrose Bierce en el México revolucionario, fue llevada al cine.

Su experimentalismo narrativo fue menguando con el curso de los años, como se hizo perceptible en Diana o la cazadora solitaria (1994), breve novela que recontaba su tormentosa relación con la actriz Jean Seberg. A pesar de ello agregó a su obra títulos interesantes como Constancia y otras novelas para vírgenes (1990), El naranjo o los círculos del tiempo (1993) y La frontera de cristal (1995), conjunto de historias centradas en la línea divisoria que separa a México de Estados Unidos.

Posteriormente publicó Los años con Laura Díaz (1999), Instinto de Inez (2001), La silla del águila (2003), Todas las familias felices (2006), La voluntad y la fortuna (2008) y Adán en Edén (2009). Ensayista, editorialista de prestigiosos periódicos y crítico literario, escribió también obras de teatro, como El tuerto es rey (1970) y Orquídeas a la luz de la luna (1982). Una inteligencia atenta al presente y sus inquietudes, el profundo conocimiento de la psicología del mexicano y una cultura de alcance universal hacen de su obra un punto de referencia indispensable para el entendimiento de su país. En 1987 fue galardonado con el Premio Cervantes, en 1994 con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, y en 2008 recibió la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica.


11 DE NOVIEMBRE DE 1821 NACE FIÓDOR DOSTOIEVSKI

11 DE NOVIEMBRE DE 1821 NACE
FIÓDOR DOSTOIEVSKI
(Fiódor Mijailovich Dostoievski; Moscú, 1821 - San Petersburgo, 1881) Novelista ruso.
Educado por su padre, un médico de carácter despótico y brutal, encontró protección y cariño en su madre, que murió prematuramente. Al quedar viudo, el padre se entregó al alcohol, y envió finalmente a su hijo a la Escuela de Ingenieros de San Petersburgo, lo que no impidió que el joven Dostoievski se apasionara por la literatura y empezara a desarrollar sus cualidades de escritor.
A los dieciocho años, la noticia de la muerte de su padre, torturado y asesinado por un grupo de campesinos, estuvo cerca de hacerle perder la razón. Ese acontecimiento lo marcó como una revelación, ya que sintió ese crimen como suyo, por haber llegado a desearlo inconscientemente. Al terminar sus estudios, tenía veinte años; decidió entonces permanecer en San Petersburgo, donde ganó algún dinero realizando traducciones.
La publicación, en 1846, de su novela epistolar Pobres gentes, que estaba avalada por el poeta Nekrásov y por el crítico literario Belinski, le valió una fama ruidosa y efímera, ya que sus siguientes obras, escritas entre ese mismo año y 1849, no tuvieron ninguna repercusión, de modo que su autor cayó en un olvido total.
En 1849 fue condenado a muerte por su colaboración con determinados grupos liberales y revolucionarios. Indultado momentos antes de la hora fijada para su ejecución, estuvo cuatro años en un presidio de Siberia, experiencia que relataría más adelante en Recuerdos de la casa de los muertos. Ya en libertad, fue incorporado a un regimiento de tiradores siberianos y contrajo matrimonio con una viuda con pocos recursos, Maria Dmítrievna Isáieva.
Tras largo tiempo en Tver, recibió autorización para regresar a San Petersburgo, donde no encontró a ninguno de sus antiguos amigos, ni eco alguno de su fama. La publicación de Recuerdos de la casa de los muertos (1861) le devolvió la celebridad. Para la redacción de su siguiente obra, Memorias del subsuelo (1864), también se inspiró en su experiencia siberiana. Soportó la muerte de su mujer y de su hermano como una fatalidad ineludible. En 1866 publicó El jugador, y la primera obra de la serie de grandes novelas que lo consagraron definitivamente como uno de los mayores genios de su época, Crimen y castigo. La presión de sus acreedores lo llevó a abandonar Rusia y a viajar indefinidamente por Europa junto a su nueva y joven esposa, Ana Grigorievna. Durante uno de esos viajes su esposa dio a luz una niña que moriría pocos días después, lo cual sumió al escritor en un profundo dolor.
A partir de ese momento sucumbió a la tentación del juego y sufrió frecuentes ataques epilépticos. Tras nacer su segundo hijo, estableció un elevado ritmo de trabajo que le permitió publicar obras como El idiota (1868) o Los endemoniados (1870), que le proporcionaron una gran fama y la posibilidad de volver a su país, en el que fue recibido con entusiasmo. En ese contexto emprendió la redacción de Diario de un escritor, obra en la que se erige como guía espiritual de Rusia y reivindica un nacionalismo ruso articulado en torno a la fe ortodoxa y opuesto al decadentismo de Europa occidental, por cuya cultura no dejó, sin embargo, de sentir una profunda admiración.
En 1880 apareció la que el propio escritor consideró su obra maestra, Los hermanos Karamazov, que condensa los temas más característicos de su literatura: agudos análisis psicológicos, la relación del hombre con Dios, la angustia moral del hombre moderno y las aporías de la libertad humana. Máximo representante, según el tópico, de la «novela de ideas», en sus obras aparecen evidentes rasgos de modernidad, sobre todo en el tratamiento del detalle y de lo cotidiano, en el tono vívido y real de los diálogos y en el sentido irónico que apunta en ocasiones junto a la tragedia moral de sus personajes.

domingo, 9 de noviembre de 2014

9 DE NOVIEMBRE DE 1938

Se produce la feroz “Noche de los Cristales Rotos” o “Kristallnacht"


La Noche de los cristales rotos fue una serie de ataques ocurridos en la Alemania nazi y Austria durante la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, llevado a cabo por las tropas de asalto de las SA conjuntamente con la población civil, mientras las autoridades alemanas observaban sin intervenir. Presentado por los nazis como una reacción espontánea de la población tras el asesinato, el 7 de noviembre de 1938, de Ernst vom Rath, secretario de la embajada alemana en París por un joven judío polaco de origen alemán, Herschel Grynszpan, los pogroms fueron ordenados en realidad por el canciller del Reich, Adolf Hitler, organizados por Joseph Goebbels y cometidos por miembros de la Sturmabteilung (SA), la Schutzstaffel (SS) y las Juventudes Hitlerianas, apoyadas por el Sicherheitsdienst (SD), la Gestapo y otras fuerzas de la policía alemana. Los ataques virulentos fueron dirigidos contra ciudadanos judíos y sus propiedades, así como también la destrucción de las sinagogas. Los ataques dejaron las calles cubiertas de vidrios rotos pertenecientes a las vidrieras de los negocios y ventanas de los edificios de propiedad judía. Al menos 91 ciudadanos judíos fueron asesinados durante los ataques y otros 30 000 fueron detenidos y deportados a los campos de concentración de Sachsenhausen, Buchenwald y Dachau. Más de 1000 sinagogas fueron quemadas -95 solo en Viena-, y más de 7.000 negocios de propiedad de judíos fueron destruidos o seriamente dañados. La Kristallnacht el paso previo del inicio de la mal llamada `Solución Final` propuesta por el nazismo y del Holocausto.

9 DE NOVIEMBRE DE 1968 MUERE
ANTONIO PORCHIA

Antonio Porchia nació el 13 de noviembre de 1885 en el pueblo de Conflenti, perteneciente a la provincia de Catanzaro, en la Calabria italiana. En Avellino transcurrió la niñez y principio de la adolescencia de Antonio, el mayor de los siete hijos (tres mujeres y cuatro varones) de Francisco Porchia y Rosa Vescio.

El padre muere hacia 1900 y Antonio, de sólo 15 años de edad, asume la responsabilidad de cuidar de los suyos: abandona los estudios y comienza a trabajar duramente. Tiempo después la madre decide emigrar a la Argentina con seis de sus siete hijos; en Génova abordan el vapor “Bulgaria” de bandera alemana, que tras un prolongado transcurso los deposita en Buenos Aires el 30 de octubre de 1906. Eran épocas en que Argentina recibía de buena gana a los inmigrantes, puesto que necesitaba una repoblación y mano de obra para trabajar la tierra. Por otra parte, Italia estaba sumida en una gran crisis económica: apenas una década atrás había logrado reunificarse luego de la ocupación de Francia en parte del territorio.

A los 20 años, Porchia, asumiendo siempre la responsabilidad familiar, se dedica a diversos oficios manuales (carpintero, tejedor de cestas, apuntador en el puerto) en una época en que son comunes las jornadas de trabajo de catorce o más horas. Inicialmente, la familia habita en una casa del barrio de Barracas; más tarde, hacia 1918, consigue otra, de mayor tamaño, en San Telmo. Este mismo año, Antonio y su hermano Nicolás compran una pequeña imprenta en ese barrio, en la calle Bolívar; ahí Antonio es aprendiz de tipógrafo y trabaja en la guillotina cortando y perforando fichas. Esta imprenta tuvo un impulso alrededor de 1925 y fue trasladada y ampliada; Porchia laboraría en ella hasta 1935.

Al año siguiente, cuando ya sus hermanos se valen por sí mismos y han establecido respectivas familias, Porchia decide aislarse: deja la imprenta, compra una casa en la calle San Isidro del barrio de Saavedra y la llena de canteros de flores y árboles frutales. Durante un tiempo albergará ahí a sus sobrinas que han quedado huérfanos de madre; una de ellas, Nélida Orcinoli, recuerda: “Vivimos varios años juntos. Tío ya había comenzado a escribir sus Voces; cada voz le llevaba mucho tiempo, como si fueran el resultado de una elaboración muy cuidada y muy lenta”.

En ese tiempo Porchia muestra una conciencia social: milita en las filas de la FORA (Federación Obrera Regional Argentina) y llega a colaborar en una publicación de izquierda llamada La Fragua (1938-39), donde aparecen por vez primera los fragmentos o sentencias que caracterizan su conversación cotidiana y que él decide llamar voces. Una de ellas afirma: En todas partes mi lado es el izquierdo. Nací de ese lado.

Desde el comienzo de su vida en solitario, Porchia frecuenta un barrio bonaerense llamado La Boca, donde viven los inmigrantes italianos. Ahí hace amistad con un grupo de pintores y escultores anarquistas; en 1940 funda con ellos la “Asociación de Arte y Letras Impulso”. Varios de esos amigos lo instan a reunir en un libro esas reflexiones a través de las cuales se expresa y que a veces escribe en modestas hojas de papel. No sin reticencia inicial, Porchia termina por dejarse convencer. Para esta edición elige el título con que, en La Fragua, había ya bautizado a sus textos: Voces.

Es 1943, Porchia tiene 57 años y, puesto que no se asume como escritor, no sabe qué hacer con esa primera edición de autor. Termina donando todos los ejemplares a la “Sociedad Protectora de Bibliotecas Populares”, organización que coordina modestas bibliotecas diseminadas por toda la Argentina; a cada una de ellas son enviados ejemplares, hoy joyas bibliográficas. Muchos de los eventuales lectores copian a mano las voces y comienzan a hacerlas circular de este modo personal y callado. Porchia emprende una segunda edición de autor en 1948, también bajo el sello de Impulso y con el material que ha ido acumulando en esos cinco años. Un ejemplar de la primera edición llega a manos del poeta y crítico francés Roger Caillois, que durante la segunda guerra mundial se encuentra en la Argentina trabajando en la redacción de la prestigiosa revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo. Deslumbrado, Caillois busca a Porchia y cuando al fin lo encuentra tras una prolongada pesquisa, le dice: “Por esas líneas yo cambiaría todo lo que he escrito”.

Cuando Caillois regresa a Francia, traduce las voces e incluye algunas de ellas en un número anual de Dits (edición de Gallimard) y en la revista parisina Le Licorne. Luego las hace publicar en una plaqueta de la serie G.L.M. (Voix, París, 1949). La lectura de esta traducción despierta la admiración de Henry Miller (que incluye a Porchia entre los cien libros de una biblioteca ideal), y lleva a André Breton a exclamar: “El pensamiento más dúctil de expresión española es, para mí, el de Antonio Porchia, argentino” (Entretiens 1913-1952, N.R.F., París, 1952).

José Luis Lanuza, entonces miembro de “Impulso”, relata: “Porchia, místico independiente, vio su nombre en la vidriera de una librería céntrica. Allí no le habían admitido su libro en castellano, ni siquiera en consignación. Pero ahora el libro se llamaba Voix y estaba datado en París. Porchia entró y compró un ejemplar. Era mucho más caro que en castellano, pero el dependiente se lo recomendó con efusión. Otro que no fuera él, tal vez se hubiera indignado por el cambio de trato dado a su obra. Pero no. Pudo pensar, con su amplia sonrisa de comprensión, una de sus voces: Estoy tan poco en mí, que lo que hacen de mí, casi no me interesa” (“Las Voces de Antonio Porchia”, en Clarín, Buenos Aires, julio 8 de 1952).

En París el Club Francés del Libro considera a Porchia en 1949 para el premio internacional a autores extranjeros, pero no se lo otorga bajo el argumento de que “la elevación del texto atentará contra su difusión en los círculos más amplios”. A manera de desagravio, Porchia es invitado a visitar Francia y conversar con los surrealistas; mas el autor de Voces declinará humildemente la propuesta, respondiéndola con una de sus frases inefables: Las distancias no hicieron nada. Todo está aquí. Aquel viaje trasatlántico de sus veinte años sería el único en la vida de Porchia: jamás viajará más allá de las provincias argentinas. El renombre de la edición francesa dio pie a que las voces llegaran por fin a la prestigiosa revista Sur; Porchia, pese a que vivía del monto de una casi simbólica jubilación, pidió a la directora, Victoria Ocampo, que los honorarios se entregaran a algún poeta necesitado.

En Argentina, la editorial Sudamericana se percata de estas admiraciones y en 1956 le ofrece publicar Voces; para esta publicación masiva, Porchia hace una rigurosa selección de todas las voces publicadas en las dos ediciones de autor, y decide excluir casi la mitad; a la vez, agrega un conjunto de Voces nuevas. Esta será la edición “oficial”, marcada así por el propio Porchia a través de su dedicatoria a Roger Caillois. Se irá imprimiendo y agotando regularmente, lo mismo que las ediciones de Francisco A. Colombo en 1964 y Hachette en 1966.

A principio de los años cincuenta había sobrevenido una estrechez económica y Porchia vende su casa de San Isidro y ocupa otra, de menores dimensiones, en la calle Malaver del barrio de Olivos. Habitará en ella hasta su muerte, en 1968. A menudo era invitado los fines de semana a la quinta del matrimonio García Orozco; un aciago día, en este lugar resbaló de una escalera cuando estaba podando un árbol. Un fuerte golpe en la cabeza le produjo un coágulo que lo dejó en coma; fue operado y llegó a restablecerse: ya repuesto, viajó unos días a la ciudad de Mar del Plata, invitado por los García Orozco. Tristemente, vendría más tarde una recaída. Porchia fallece en una clínica de Vicente López el sábado 9 de noviembre de 1968, a cuatro días de cumplir 83 años. Una de sus voces lo había anticipado: Cuando yo muera, no me veré morir, por primera vez.

Sólo hasta que sobreviene la muerte del autor de Voces, la editorial Hachette se decide a lanzar ediciones masivas de este libro. En Estados Unidos el poeta W.S. Merwin vierte al inglés y prologa su propia selección de voces (1969). En Milán, Vincenzo Capitelli publica otra selección el año 1979.

Quienes a lo largo de las décadas se consideraron “descubridores” de Porchia desde el mundo cultural, se apresuraron a “contextualizar” las voces y encontrarles antecedentes ya sea en los presocráticos, o bien en nombres como los de Lao Tse, Kafka, Pascal, Nietzsche, Blake, La Rochefoucault o Lichtenberg. Luego de publicar sendos ensayos eruditos, los “descubridores” quedaron estupefactos al enterarse de que Porchia negaba conocer cualquiera de esas fuentes. Descubrir a un autor secreto que ilumina con una luz inaudita el mundo de la cultura, y que además no se preocupa demasiado por ese mundo en particular, representa un desafío a veces insostenible. Todo marco de referencia de la crítica se revela obsoleto, insustancial, precario. En las voces siempre hay algo más.

Jamás Antonio Porchia se asumió como escritor “profesional” y mucho menos buscó integrarse a la comunidad literaria. Prefería trabajar en su pequeño jardín y de vez en cuando escribir alguna voz menos para la posteridad que con objeto de regalarla a sus amigos en un supremo acto de creación de realidad, es decir, de verdadera poesía: Un amigo, una flor, una estrella no son nada, si no pones en ellos un amigo, una flor, una estrella. En su pequeña biblioteca había ejemplares de La divina comedia y La Jerusalén liberada. Hablaba con fluidez el italiano pese a que había pasado más de medio siglo en el mundo hispanoparlante.

En 1979 sobreviene la gran edición francesa promovida por Fayard en su colección Documents Spirituels, en traducción de Roger Munier, con prólogo de Jorge Luis Borges y postfacio de Roberto Juarroz. Desde el momento en que la primera edición de autor se diseminó por toda la Argentina, las Voces de Antonio Porchia se han extendido en una red secreta que hoy abarca al mundo entero. Esa red no sólo implica las numerosas traducciones (las más recientes, al ruso, japonés, griego, árabe y malayalam) o la amplia presencia de las Voces en Internet, sino, sobre todo, se debe al gesto individual de quien recibe las voces, independientemente del modo en que llegan a sus manos (ejemplar, fotocopia, transmisión oral): recibir una voz, leerla, oírla, acariciarla, implica la necesidad de comunicarla a quien pueda apreciarla, como la transmisión de esos regalos que se presentan una sola vez en la vida. Del mismo modo, quien intenta hacerlas pasar por el ojo de la crítica literaria, termina por entender (o de otro modo no entiende) que las voces son, más que un género en sí mismas, un espíritu.

Si el mundo literario se rigiera por leyes humanas y no mercantiles, las palabras “secreto”, “clandestino” o “subterráneo”, tan aplicadas a la obra de Antonio Porchia, se cambiarían por el único concepto que en verdad le corresponde: íntimo. Si fuera posible enumerar cada transmisión silenciosa de sus voces, cada vida que ellas han cambiado, cada destino que han expuesto, cada conciencia que han lanzado al infinito, el término secreto a voces resultaría óptimo.

Mientras llega el momento en que la biografía de Porchia se reconozca como la de todos (es decir, la de cada uno), queda una imagen imborrable aportada por Roberto Juarroz: “Sólo a él le he escuchado la singular frase con que siempre nos despedía: Traten de estar bien. Era casi un pedido, algo así como una apelación infinitamente tierna y delicada: un llamado a nuestra posibilidad de ser a pesar de todo. Era como si nos recomendase: Hagan también lo posible, aunque persigan lo imposible. Y a veces agregaba una exhortación conmovedora, que sintetizaba de algún modo su mejor deseo y una recóndita nostalgia: Acompáñense”.

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