miércoles, 19 de noviembre de 2014

19 DE NOVIEMBRE NACE
ANNA SEGHERS
(Netty Reiling; Maguncia, 1900 - Berlín, 1983) Escritora alemana.

Nacida en una familia judía acomodada (su padre era anticuario), estudió Historia, Historia del Arte y sinología en Colonia y Heidelberg, licenciándose en 1924 con la tesis Juden und Judentum im Werke Rembrandts. En 1925 se casó con el escritor húngaro Laszlo Radvànyi, refugiado político, quien le dio dos hijos.

En esos años publicó en la Frankfurter Zeitung sus primeros cuentos, entre ellos La revuelta de los pescadores de Santa Bárbara (Der Aufstand der Fischer von St. Barbara, 1928), que, considerado unánimemente por la crítica de la época una obra maestra de arte narrativo postexpresionista, recibió de Hans Henny Jahn el Premio Kleist. En este cuento hallan la primera formulación poética el tema de la rebelión contra la miseria y la opresión, y el de la solidaridad humana, que más tarde se convertirán en los motivos dominantes de la obra de Anna Seghers.

En el mismo año, la escritora se afilió al Partido Comunista. Obligada a refugiarse en París en 1933, fue redactora de la revista Neue Deutsche Blätter, publicada en Praga, y participó en varias iniciativas de grupos intelectuales emigrados. Trasladada a Austria al año siguiente, reunió una amplia documentación sobre la insurrección de febrero de 1934, que más tarde utilizó en la novela Der Weg durch den Februar (1935).

La ocupación de París por parte de los alemanes (1940) la obligó a refugiarse en Marsella, donde logró embarcarse con rumbo a México. En los cafés de París y en los de Marsella trabajó febrilmente en dos novelas, sin duda sus mejores obras, escritas gracias al impulso de tener que decir todavía a tantos millares de personas, afectadas como ella por el nazismo, una palabra que invitase a la esperanza, al valor y a la solidaridad: La séptima cruz (Das siebte Kreuz, 1942) y Transit (1943). La primera, conocida también gracias a una afortunada versión cinematográfica, narra la historia de siete evadidos de un campo de concentración nazi. Sólo uno se salvará, gracias a la ayuda valiente que le ofrecen algunas personas.

Transit describe, con un estilo de una precisión y de una concisión dignas de Kafka, la odisea de todos aquellos que, por un motivo u otro, eran perseguidos y se veían obligados a dejar Europa a causa del avance de los nazis, a través de las aventuras de algunos prófugos que se reúnen en Marsella, con la esperanza de poder salir de Francia. Nadie ha logrado reconstruir los avatares de aquellos años con tanta fidelidad al dramatismo de la situación y a su absurdidad trágica, transfigurando, incluso, la materia del cuento hasta convertirla en un símbolo de la tragedia de un continente arruinado por el odio y la guerra.

En México, Anna Seghers colaboró en la revista Freies Deutschland, junto con otros escritores refugiados en el país, entre ellos Ludwig Renn, y fue presidenta del Heine Club. Al terminar la guerra se estableció, en 1947, en Berlín Este, donde se convirtió en una de las principales y más activas exponentes de la cultura de la República Democrática Alemana, donde ocupó varios cargos. En 1951 le fue otorgado el Premio Lenin de la Paz.

Su socialismo, que se expresaba en los primeros cuentos y novelas según modelos a menudo más humanitarios que claramente marxistas, en las novelas de la posguerra dio lugar a reconstrucciones históricas y épicas de los acontecimientos de la época en clave muy ortodoxa. Die Toten bleiben jung (1949) muestra hasta qué punto prevalece el compromiso ideológico y político. A pesar de las preocupaciones literarias y estéticas, predomina el procedimiento "educativo" de la representación de los problemas de la sociedad socialista, en la que, por otro lado, la escritora halla su razón de ser en tanto que partícipe de su construcción. Y ello de acuerdo con un canon literario, que Seghers adoptó y expresó como sigue: "Nosotros no escribimos sólo para describir, sino para cambiar describiendo".

A partir de 1971 la escritora volvió a introducir en su obra la temática individual, publicando Überfahrt, una novela fundamentalmente basada en una historia de amor. Siguió Steinzeit/Wiederbegegnung (1977), que consta de dos cuentos. El primero narra, en clave intimista, la historia de un expiloto de aviación que había volado durante la guerra de Vietnam y que se convierte en un pirata del aire, mientras que el segundo vuelve a estar dedicado a una historia de amor. Seghers llevó a cabo además una intensa actividad como ensayista, publicando textos sobre arte, literatura, el proceso creativo y, más en general y de modo coherente con su compromiso político, sobre temas de actualidad.

sábado, 15 de noviembre de 2014

MAHMUD DARWISH

MOSCAS VERDES

El espectáculo es eso. Espada y vena.
Un soñador incapaz de ver más allá del horizonte.
Hoy es mejor que mañana pero los muertos son los que
Se renovarán y nacerán cada día
Y cuando intenten dormir, los conducirá la matanza
De su letargo hacia un sueño sin sueños. No importa
El número. Nadie pide ayuda a nadie. Las voces buscan
Palabras en el desierto y responde el eco
Claro, herido: No hay nadie. Pero alguien dice:
“El asesino tiene derecho a defender la intuición
del muerto”. Los muertos exclaman:
“La víctima tiene derecho a defender su derecho
a gritar”. Se eleva la llamada a la oración
desde el tiempo de la oración a los
féretros uniformes: ataúdes levantados deprisa,
enterrados deprisa... no hay tiempo para
completar los ritos: otros muertos llegan
apresuradamente de otros ataques, solos
o en grupos... una familia no deja atrás
huérfanos ni hijos muertos. El cielo es gris
plomizo y el mar es azul grisáceo, pero
el color de la sangre lo ha eclipsado
de la cámara un enjambre de moscas verdes.








ANNA AJMÁTOVA
Estamos tan intoxicados uno del otro…

Estamos tan intoxicados uno del otro
que de improviso podríamos naufragar,
este paraíso incomparable
podría convertirse en terrible afección.
Todo se ha aproximado al crimen
dios nos ha de perdonar
a pesar de la paciencia infinita
los caminos prohibidos se han cruzado.
Llevamos el paraíso como una cadena bendita
miramos en él, como en un aljibe insondable,
más profundo que los libros admirables
que surgen de pronto y lo contienen todo.

martes, 11 de noviembre de 2014

JOHN DONNE (1572-1631)
Alquimia del Amor.

Algunos que han excavado más profundo que yo
En las sórdidas cavernas del amor,
Dicen dónde se halla su céntrica felicidad.
He amado, he poseído, he contado,
Pero aunque amase, poseyese y contase hasta envejecer,
Aquel oculto misterio no hubiese encontrado.
¡Oh, todo es impostura!
Ningún alquimista ha conseguido el elixir,
Sin embargo con paciencia glorifica sus calderos,
Por si la casualidad
Le asalta con aromáticas medicinas,
Así sueñan los enamorados,
Con un deleite pleno y prolongado,
Para que esta triste y helada oscuridad
Se transforme en una noche de verano

¿Habremos de entregar nuestra paz, coraje, honor y vida
A esta burbuja de vanas sombras?
¿En esto termina el amor?
¿Puede ser alguien feliz representando la parodia del novio?
Aquel infeliz enamorado que jura
Que no es de ella la médula carnal lo que ama,
Sino su mente, donde angelicales formas encuentra,
También podría jurar con justicia que escucha
Durante el rumor del día el brillo de las estrellas.
No esperes encontrar compasión en la mujer,
Tal vez halles ingenio y ternura,
Sólo momias: cadáveres de la dulzura.

11 DE NOVIEMBRE DE 1928 NACE CARLOS FUENTES

11 DE NOVIEMBRE DE 1928 NACE
CARLOS FUENTES
(Ciudad de Panamá, 1928 - México, 2012) Narrador y ensayista mexicano, uno de los escritores más importantes de la historia literaria de su país.

Figura fundamental del llamado boom de la novela hispanoamericana de los años 60, el núcleo más importante de su narrativa se situó del lado más experimentalista de los autores del grupo y recogió los recursos vanguardistas inaugurados por James Joyce y William Faulkner (pluralidad de puntos de vista, fragmentación cronológica, elipsis, monólogo interior), apoyándose a la vez en un estilo audaz y novedoso que exhibe tanto su perfecto dominio de la más refinada prosa literaria como su profundo conocimiento de los variadísimos registros del habla común.

En lo temático, la narrativa de Carlos Fuentes es fundamentalmente una indagación sobre la historia y la identidad mexicana. Su examen del México reciente se centró en las ruinosas consecuencias sociales y morales de la traicionada Revolución de 1910, con especial énfasis en la crítica a la burguesía; su búsqueda de lo mexicano se sumergió en el inconsciente personal y colectivo y lo llevaría, retrocediendo aún más en la historia, al intrincado mundo del mestizaje cultural iniciado con la conquista española.

Biografía

Hijo de un diplomático de carrera, tuvo una infancia cosmopolita y estuvo inmerso en un ambiente de intensa actividad intelectual. Licenciado en leyes por la Universidad Nacional Autónoma de México, se doctoró en el Instituto de Estudios Internacionales de Ginebra, Suiza. Su vida estuvo marcada por constantes viajes y estancias en el extranjero, sin perder nunca la base y plataforma cultural mexicanas. En la década de los sesenta participó en diversas publicaciones literarias. Junto con Emmanuel Carballo fundó la Revista Mexicana de Literatura, foro abierto de expresión para los jóvenes creadores.

A lo largo de su vida ejerció la docencia como profesor de literatura en diversas universidades mexicanas y extranjeras, y se desempeñó también como diplomático. Impartió conferencias, colaboró en numerosas publicaciones y, junto a la narrativa, cultivó también el ensayo, el teatro y el guión cinematográfico. Algunos de sus ensayos de tema literario fueron recopilados en libros como La nueva novela hispanoamericana (1969) y Cervantes o la crítica de la lectura (1976).

A los veintiséis años se dio a conocer como escritor con el volumen de cuentos Los días enmascarados (1954), que fue bien recibido por la crítica y el público. Se advertía ya en ese texto el germen de sus preocupaciones: la exploración del pasado prehispánico y de los sutiles límites entre realidad y ficción, así como la descripción del ambiente ameno y relajado de una joven generación confrontada con un sistema de valores sociales y morales en decadencia.

Su éxito se inició con dos novelas temáticamente complementarias que trazaban el crítico balance de cincuenta años de "revolución" mexicana: La región más transparente (1958), cuyo emplazamiento urbano supuso un cambio de orientación dentro de una novela que, como la mexicana de los cincuenta, era eminentemente realista y rural; y La muerte de Artemio Cruz (1962), brillante prospección de la vida de un antiguo revolucionario y ahora poderoso prohombre en su agonía. Ambas obras manejan una panoplia de técnicas de corte experimental (simultaneísmo, fragmentación, monólogo interior) como vehículo para captar y reflejar una visión compleja del mundo.

La región más transparente (1958)

Las promesas de originalidad y vigor que ya se vislumbraban en Los días enmascarados se cumplieron plenamente con La región más transparente (1958), un dinámico fresco sobre el México de la época que integra en un flujo de voces los pensamientos, anhelos y vicios de diversas capas sociales. La primera novela de Fuentes supuso una ruptura con la narrativa mexicana, estancada en un discurso costumbrista y en la crónica revolucionaria testimonial desde una óptica oficialista. Con esta extensa obra acreditó el autor su vasta cultura, su sentido crítico y su pericia y audacia como prosista, rasgos que muy pronto lo convertirían en uno de los escritores latinoamericanos con más proyección internacional.

Al modo de John Dos Passos en Manhattan Transfer respecto a Nueva York, o de Alfred Döblin en Berlin Alexanderplatz con la capital alemana, La región más transparente es el gran mosaico de Ciudad de México, el retrato a la vez atomizado y gigantesco de todas sus clases sociales a través del aproximadamente centenar de personajes que constituyen su "protagonista colectivo", siendo el verdadero protagonista la propia ciudad; así lo delata su mismo título, que procede de una frase con la que Alexander von Humboldt describió el valle de México.

La disección y crítica de la masa social del país (en la medida en que la ciudad incluye al campo al absorber las migraciones de campesinos depauperados) es la propuesta programática de la obra, y abarca desde los desheredados hasta los nuevos burgueses "que no saben qué cosa hacer con su dinero", desprovistos de cualquier inquietud cultural y sin otra clase que se les oponga. El dominio que muestra Fuentes de los distintos registros lingüísticos de cada clase social proporciona verismo a su retrato y convierte la novela en una magistral obra polifónica.

Los continuos saltos temporales (dentro de un dilatado periodo que abarca desde los años previos a la Revolución mexicana hasta el presente) y la irregularidad con que aparecen los personajes, con frecuencia a través del monólogo interior, dan a la narración una apariencia desordenada y anárquica; externamente, la novela está dividida en tres partes desproporcionadas que engloban capítulos distribuidos sin simetría. Sin embargo, en ningún momento se pierde el hilo de la narración, lo que demuestra el especial cuidado que pone el autor en la estructura.

La primera secuencia es la presentación de sí mismo que hace Ixca Cienfuegos, e inicia la novela con estas palabras: "Mi nombre es Ixca Cienfuegos. Nací y vivo en México, D.F." Su voz, la primera en aparecer, se dirige a sus iguales y a la ciudad. El hálito poético de su palabra dignifica su amargura y su resignación ante el destino que los mexicanos como él están condenados a padecer. La insistencia de frases como "qué le vamos a hacer" refuerza el fatalismo que caracteriza a la mentalidad indígena y crea lazos discursivos entre otros personajes marginados dentro de la misma novela. Su parlamento finaliza con las siguientes frases: "Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire".

La estructura de la novela está presidida por la circularidad: se abre con estas palabras de Ixca Cienfuegos y se cierra con "La región más transparente del aire". Este concepto circular, tan ligado al de la repetición, se observa en varios niveles de la novela y es básico para la tarea de enhebrar los numerosos elementos de esta obra y para sostener su simbolismo. Así, sobresale el que aglutina la muerte de varios personajes (el final de sus ciclos vitales).

Otro factor siempre presente en la obra es que el sacrificio ritual, como la Revolución, cuyos ideales yacen ya enterrados en el olvido, sacrificó no a todos sino a los de siempre, para mantener o encumbrar en su sitio a los mismos. En ausencia de cualquier valor, los personajes son figurantes de un teatro vacío; los pobres, los macehuales, están fatalmente destinados a permanecer enclavados en la región más transparente del aire: dentro de la miseria, sin porvenir, fuera de la historia, sin nombre.

La muerte de Artemio Cruz (1962)

La denuncia del fracaso de la Revolución se halla en la base de diversas obras de Carlos Fuentes, y muy especialmente en La muerte de Artemio Cruz (1962), una de las mayores novelas de las letras mexicanas. Sus páginas detienen por un instante, con una prosa compleja de identidades fragmentadas, el flujo de conciencia de un viejo militar de la Revolución de 1910 que se encuentra a punto de morir, e indagan también en el sentido de la condición humana. El magisterio de James Joyce (autor le que impresionó profundamente) es patente en el uso del monólogo interior como técnica narrativa fundamental; en el manejo del monólogo, Fuentes superó en esta obra en complejidad (y acaso en riqueza) al mismo maestro.

Alegóricamente, la historia de Artemio Cruz es la del nacimiento, implantación y muerte de la Revolución mexicana; el antiguo revolucionario refleja el modo en que se prostituyeron sus valores, subrayando que tal traición fue libre decisión de su soberana voluntad y no de presiones históricas, aunque sí quizá de una inquietante atmósfera común o de una huidiza naturaleza humana: el egoísmo, la ambición, la sed de poder y riqueza lo movieron lo mismo que a tantas personas de su entorno, carentes de todo escrúpulo.

Pero el relato, en el que destacan un amor juvenil de Artemio que coincide con los días entusiastas de la revolución, su posterior matrimonio por interés y sin amor en tiempos de la institucionalización y un amor clandestino de la madurez con el que intenta rehabilitarse espiritualmente, perdería gran parte de su autoridad de no ser por la forma con que Fuentes ha sabido arroparlo.

Viejo, rico y poderoso en la hora de su muerte, Fuentes relata la larga agonía de Artemio Cruz y los episodios en ella evocados mediante el empleo riguroso y sistemático del "yo", del "tú" y el "él". A través del "yo" nos ofrece, en tiempo presente (la obra se sitúa en el año 1959), el monólogo interior del antiguo revolucionario agonizante, mientras que el "tú" corresponde a su subconsciente, que instruye al moribundo acerca del futuro de sus elucubraciones mentales, y con el "él" recuerda, por el contrario, la historia pasada de Artemio y de quienes le rodearon o bien se rodeó en los distintos momentos de su vida.

Estas narraciones o intervenciones en primera, segunda y tercera persona forman una especie de tríadas que se van repitiendo a lo largo de las páginas del libro hasta doce veces, tantas como las horas que dura la agonía de su protagonista. A lo largo de la misma se nos ofrecen otras tantas revisiones de su pasado, que no se producen cronológicamente, sino a la manera de William Faulkner, de acuerdo con los desordenados y caprichosos saltos mentales a los cuales se entrega el moribundo.

El último de todos ellos, que se remonta a 1889, cuando Artemio vino al mundo, no es fruto de su pensamiento ni forma parte de la película de su vida que presencia mientras agoniza, sino obra del autor. Una última tríada, a la cual correspondería el fatídico número trece, queda truncada de repente por la muerte de Artemio tras la sola intervención del "yo" y el "tú". Así termina sus días el viejo caudillo mexicano; su historia simboliza la historia colectiva de su país, en cuyo intento de transformación revolucionaria participó, al que luego (como hicieron muchos otros) inevitablemente traicionó, y al que también corresponde buena parte de responsabilidad en sus destinos.

Obra posterior

Las novelas reseñadas otorgaron a Carlos Fuentes un puesto central en el llamado boom de la literatura hispanoamericana. Dentro de aquel fenómeno editorial de los años 60 que, desde España, daría a conocer al mundo la inmensa talla de los nuevos (y a veces anteriores) narradores del continente, Carlos Fuentes fue reconocido como autor de la misma relevancia que el colombiano Gabriel García Márquez, el argentino Julio Cortázar o el peruano Mario Vargas Llosa.

Entre las dos novelas mencionadas, sin embargo, se sitúa una obra de andadura realista y tradicional: Las buenas conciencias (1959), que cuenta la historia de una familia burguesa de Guanajuato. Esas obras iniciales cimentaron un ciclo denominado por el autor "La edad del tiempo", obra en constante progreso a la que se fueron sumando diversos volúmenes. Espíritu versátil y brillante, Fuentes tendió a abordar en obras ambiciosas y extensas (a veces incluso monumentales) una temática de hondo calado histórico y cultural; la novela es concebida entonces con máxima amplitud, como un sistema permeable capaz de integrar elementos en apariencia dispersos pero dotados de poder evocativo o reconstructor.

Son de destacar, en este sentido, Cambio de piel (1967), con las abundantes divagaciones a que se abandonan cuatro personajes ante el espectáculo de una pirámide de Cholula. Zona sagrada (1967) retrata la difícil relación entre una diva del cine nacional y su hijo. Terra Nostra (1975), novela muy extensa que muchos consideraron inabordable, es probablemente su obra más ambiciosa y compleja; en ella llevó al límite la exploración de los orígenes del ser nacional y de la huella española (el ejercicio del poder absoluto por parte de Felipe II) en las colonias de América.

En Cristóbal Nonato (1987), inspirada en Tristram Shandy de Laurence Sterne, narró el Apocalipsis nacional empleando la voz de un niño que se está gestando; este sorprendente monólogo de un personaje no nacido se sitúa en 1992, año del quinto centenario del descubrimiento de América, una celebración paródica en un México corrupto y destrozado.

A esta selección se agrega la novela corta Aura (1962), historia mágica, fantasmal y extraña en la mejor tradición de la literatura fantástica. Diverso carácter posee La cabeza de la hidra (1978), que, bajo la modalidad de una novela de espionaje, trata sobre la corrupción de la vida política mexicana; la "hidra" del título es el petróleo mexicano, una riqueza natural que no genera prosperidad, sino dinero, corrupción y esclavitud. Al igual que Gringo viejo (1985), novela sobre la estancia y desaparición del periodista norteamericano Ambrose Bierce en el México revolucionario, fue llevada al cine.

Su experimentalismo narrativo fue menguando con el curso de los años, como se hizo perceptible en Diana o la cazadora solitaria (1994), breve novela que recontaba su tormentosa relación con la actriz Jean Seberg. A pesar de ello agregó a su obra títulos interesantes como Constancia y otras novelas para vírgenes (1990), El naranjo o los círculos del tiempo (1993) y La frontera de cristal (1995), conjunto de historias centradas en la línea divisoria que separa a México de Estados Unidos.

Posteriormente publicó Los años con Laura Díaz (1999), Instinto de Inez (2001), La silla del águila (2003), Todas las familias felices (2006), La voluntad y la fortuna (2008) y Adán en Edén (2009). Ensayista, editorialista de prestigiosos periódicos y crítico literario, escribió también obras de teatro, como El tuerto es rey (1970) y Orquídeas a la luz de la luna (1982). Una inteligencia atenta al presente y sus inquietudes, el profundo conocimiento de la psicología del mexicano y una cultura de alcance universal hacen de su obra un punto de referencia indispensable para el entendimiento de su país. En 1987 fue galardonado con el Premio Cervantes, en 1994 con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, y en 2008 recibió la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica.


11 DE NOVIEMBRE DE 1821 NACE FIÓDOR DOSTOIEVSKI

11 DE NOVIEMBRE DE 1821 NACE
FIÓDOR DOSTOIEVSKI
(Fiódor Mijailovich Dostoievski; Moscú, 1821 - San Petersburgo, 1881) Novelista ruso.
Educado por su padre, un médico de carácter despótico y brutal, encontró protección y cariño en su madre, que murió prematuramente. Al quedar viudo, el padre se entregó al alcohol, y envió finalmente a su hijo a la Escuela de Ingenieros de San Petersburgo, lo que no impidió que el joven Dostoievski se apasionara por la literatura y empezara a desarrollar sus cualidades de escritor.
A los dieciocho años, la noticia de la muerte de su padre, torturado y asesinado por un grupo de campesinos, estuvo cerca de hacerle perder la razón. Ese acontecimiento lo marcó como una revelación, ya que sintió ese crimen como suyo, por haber llegado a desearlo inconscientemente. Al terminar sus estudios, tenía veinte años; decidió entonces permanecer en San Petersburgo, donde ganó algún dinero realizando traducciones.
La publicación, en 1846, de su novela epistolar Pobres gentes, que estaba avalada por el poeta Nekrásov y por el crítico literario Belinski, le valió una fama ruidosa y efímera, ya que sus siguientes obras, escritas entre ese mismo año y 1849, no tuvieron ninguna repercusión, de modo que su autor cayó en un olvido total.
En 1849 fue condenado a muerte por su colaboración con determinados grupos liberales y revolucionarios. Indultado momentos antes de la hora fijada para su ejecución, estuvo cuatro años en un presidio de Siberia, experiencia que relataría más adelante en Recuerdos de la casa de los muertos. Ya en libertad, fue incorporado a un regimiento de tiradores siberianos y contrajo matrimonio con una viuda con pocos recursos, Maria Dmítrievna Isáieva.
Tras largo tiempo en Tver, recibió autorización para regresar a San Petersburgo, donde no encontró a ninguno de sus antiguos amigos, ni eco alguno de su fama. La publicación de Recuerdos de la casa de los muertos (1861) le devolvió la celebridad. Para la redacción de su siguiente obra, Memorias del subsuelo (1864), también se inspiró en su experiencia siberiana. Soportó la muerte de su mujer y de su hermano como una fatalidad ineludible. En 1866 publicó El jugador, y la primera obra de la serie de grandes novelas que lo consagraron definitivamente como uno de los mayores genios de su época, Crimen y castigo. La presión de sus acreedores lo llevó a abandonar Rusia y a viajar indefinidamente por Europa junto a su nueva y joven esposa, Ana Grigorievna. Durante uno de esos viajes su esposa dio a luz una niña que moriría pocos días después, lo cual sumió al escritor en un profundo dolor.
A partir de ese momento sucumbió a la tentación del juego y sufrió frecuentes ataques epilépticos. Tras nacer su segundo hijo, estableció un elevado ritmo de trabajo que le permitió publicar obras como El idiota (1868) o Los endemoniados (1870), que le proporcionaron una gran fama y la posibilidad de volver a su país, en el que fue recibido con entusiasmo. En ese contexto emprendió la redacción de Diario de un escritor, obra en la que se erige como guía espiritual de Rusia y reivindica un nacionalismo ruso articulado en torno a la fe ortodoxa y opuesto al decadentismo de Europa occidental, por cuya cultura no dejó, sin embargo, de sentir una profunda admiración.
En 1880 apareció la que el propio escritor consideró su obra maestra, Los hermanos Karamazov, que condensa los temas más característicos de su literatura: agudos análisis psicológicos, la relación del hombre con Dios, la angustia moral del hombre moderno y las aporías de la libertad humana. Máximo representante, según el tópico, de la «novela de ideas», en sus obras aparecen evidentes rasgos de modernidad, sobre todo en el tratamiento del detalle y de lo cotidiano, en el tono vívido y real de los diálogos y en el sentido irónico que apunta en ocasiones junto a la tragedia moral de sus personajes.

domingo, 9 de noviembre de 2014

9 DE NOVIEMBRE DE 1938

Se produce la feroz “Noche de los Cristales Rotos” o “Kristallnacht"


La Noche de los cristales rotos fue una serie de ataques ocurridos en la Alemania nazi y Austria durante la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, llevado a cabo por las tropas de asalto de las SA conjuntamente con la población civil, mientras las autoridades alemanas observaban sin intervenir. Presentado por los nazis como una reacción espontánea de la población tras el asesinato, el 7 de noviembre de 1938, de Ernst vom Rath, secretario de la embajada alemana en París por un joven judío polaco de origen alemán, Herschel Grynszpan, los pogroms fueron ordenados en realidad por el canciller del Reich, Adolf Hitler, organizados por Joseph Goebbels y cometidos por miembros de la Sturmabteilung (SA), la Schutzstaffel (SS) y las Juventudes Hitlerianas, apoyadas por el Sicherheitsdienst (SD), la Gestapo y otras fuerzas de la policía alemana. Los ataques virulentos fueron dirigidos contra ciudadanos judíos y sus propiedades, así como también la destrucción de las sinagogas. Los ataques dejaron las calles cubiertas de vidrios rotos pertenecientes a las vidrieras de los negocios y ventanas de los edificios de propiedad judía. Al menos 91 ciudadanos judíos fueron asesinados durante los ataques y otros 30 000 fueron detenidos y deportados a los campos de concentración de Sachsenhausen, Buchenwald y Dachau. Más de 1000 sinagogas fueron quemadas -95 solo en Viena-, y más de 7.000 negocios de propiedad de judíos fueron destruidos o seriamente dañados. La Kristallnacht el paso previo del inicio de la mal llamada `Solución Final` propuesta por el nazismo y del Holocausto.

9 DE NOVIEMBRE DE 1968 MUERE
ANTONIO PORCHIA

Antonio Porchia nació el 13 de noviembre de 1885 en el pueblo de Conflenti, perteneciente a la provincia de Catanzaro, en la Calabria italiana. En Avellino transcurrió la niñez y principio de la adolescencia de Antonio, el mayor de los siete hijos (tres mujeres y cuatro varones) de Francisco Porchia y Rosa Vescio.

El padre muere hacia 1900 y Antonio, de sólo 15 años de edad, asume la responsabilidad de cuidar de los suyos: abandona los estudios y comienza a trabajar duramente. Tiempo después la madre decide emigrar a la Argentina con seis de sus siete hijos; en Génova abordan el vapor “Bulgaria” de bandera alemana, que tras un prolongado transcurso los deposita en Buenos Aires el 30 de octubre de 1906. Eran épocas en que Argentina recibía de buena gana a los inmigrantes, puesto que necesitaba una repoblación y mano de obra para trabajar la tierra. Por otra parte, Italia estaba sumida en una gran crisis económica: apenas una década atrás había logrado reunificarse luego de la ocupación de Francia en parte del territorio.

A los 20 años, Porchia, asumiendo siempre la responsabilidad familiar, se dedica a diversos oficios manuales (carpintero, tejedor de cestas, apuntador en el puerto) en una época en que son comunes las jornadas de trabajo de catorce o más horas. Inicialmente, la familia habita en una casa del barrio de Barracas; más tarde, hacia 1918, consigue otra, de mayor tamaño, en San Telmo. Este mismo año, Antonio y su hermano Nicolás compran una pequeña imprenta en ese barrio, en la calle Bolívar; ahí Antonio es aprendiz de tipógrafo y trabaja en la guillotina cortando y perforando fichas. Esta imprenta tuvo un impulso alrededor de 1925 y fue trasladada y ampliada; Porchia laboraría en ella hasta 1935.

Al año siguiente, cuando ya sus hermanos se valen por sí mismos y han establecido respectivas familias, Porchia decide aislarse: deja la imprenta, compra una casa en la calle San Isidro del barrio de Saavedra y la llena de canteros de flores y árboles frutales. Durante un tiempo albergará ahí a sus sobrinas que han quedado huérfanos de madre; una de ellas, Nélida Orcinoli, recuerda: “Vivimos varios años juntos. Tío ya había comenzado a escribir sus Voces; cada voz le llevaba mucho tiempo, como si fueran el resultado de una elaboración muy cuidada y muy lenta”.

En ese tiempo Porchia muestra una conciencia social: milita en las filas de la FORA (Federación Obrera Regional Argentina) y llega a colaborar en una publicación de izquierda llamada La Fragua (1938-39), donde aparecen por vez primera los fragmentos o sentencias que caracterizan su conversación cotidiana y que él decide llamar voces. Una de ellas afirma: En todas partes mi lado es el izquierdo. Nací de ese lado.

Desde el comienzo de su vida en solitario, Porchia frecuenta un barrio bonaerense llamado La Boca, donde viven los inmigrantes italianos. Ahí hace amistad con un grupo de pintores y escultores anarquistas; en 1940 funda con ellos la “Asociación de Arte y Letras Impulso”. Varios de esos amigos lo instan a reunir en un libro esas reflexiones a través de las cuales se expresa y que a veces escribe en modestas hojas de papel. No sin reticencia inicial, Porchia termina por dejarse convencer. Para esta edición elige el título con que, en La Fragua, había ya bautizado a sus textos: Voces.

Es 1943, Porchia tiene 57 años y, puesto que no se asume como escritor, no sabe qué hacer con esa primera edición de autor. Termina donando todos los ejemplares a la “Sociedad Protectora de Bibliotecas Populares”, organización que coordina modestas bibliotecas diseminadas por toda la Argentina; a cada una de ellas son enviados ejemplares, hoy joyas bibliográficas. Muchos de los eventuales lectores copian a mano las voces y comienzan a hacerlas circular de este modo personal y callado. Porchia emprende una segunda edición de autor en 1948, también bajo el sello de Impulso y con el material que ha ido acumulando en esos cinco años. Un ejemplar de la primera edición llega a manos del poeta y crítico francés Roger Caillois, que durante la segunda guerra mundial se encuentra en la Argentina trabajando en la redacción de la prestigiosa revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo. Deslumbrado, Caillois busca a Porchia y cuando al fin lo encuentra tras una prolongada pesquisa, le dice: “Por esas líneas yo cambiaría todo lo que he escrito”.

Cuando Caillois regresa a Francia, traduce las voces e incluye algunas de ellas en un número anual de Dits (edición de Gallimard) y en la revista parisina Le Licorne. Luego las hace publicar en una plaqueta de la serie G.L.M. (Voix, París, 1949). La lectura de esta traducción despierta la admiración de Henry Miller (que incluye a Porchia entre los cien libros de una biblioteca ideal), y lleva a André Breton a exclamar: “El pensamiento más dúctil de expresión española es, para mí, el de Antonio Porchia, argentino” (Entretiens 1913-1952, N.R.F., París, 1952).

José Luis Lanuza, entonces miembro de “Impulso”, relata: “Porchia, místico independiente, vio su nombre en la vidriera de una librería céntrica. Allí no le habían admitido su libro en castellano, ni siquiera en consignación. Pero ahora el libro se llamaba Voix y estaba datado en París. Porchia entró y compró un ejemplar. Era mucho más caro que en castellano, pero el dependiente se lo recomendó con efusión. Otro que no fuera él, tal vez se hubiera indignado por el cambio de trato dado a su obra. Pero no. Pudo pensar, con su amplia sonrisa de comprensión, una de sus voces: Estoy tan poco en mí, que lo que hacen de mí, casi no me interesa” (“Las Voces de Antonio Porchia”, en Clarín, Buenos Aires, julio 8 de 1952).

En París el Club Francés del Libro considera a Porchia en 1949 para el premio internacional a autores extranjeros, pero no se lo otorga bajo el argumento de que “la elevación del texto atentará contra su difusión en los círculos más amplios”. A manera de desagravio, Porchia es invitado a visitar Francia y conversar con los surrealistas; mas el autor de Voces declinará humildemente la propuesta, respondiéndola con una de sus frases inefables: Las distancias no hicieron nada. Todo está aquí. Aquel viaje trasatlántico de sus veinte años sería el único en la vida de Porchia: jamás viajará más allá de las provincias argentinas. El renombre de la edición francesa dio pie a que las voces llegaran por fin a la prestigiosa revista Sur; Porchia, pese a que vivía del monto de una casi simbólica jubilación, pidió a la directora, Victoria Ocampo, que los honorarios se entregaran a algún poeta necesitado.

En Argentina, la editorial Sudamericana se percata de estas admiraciones y en 1956 le ofrece publicar Voces; para esta publicación masiva, Porchia hace una rigurosa selección de todas las voces publicadas en las dos ediciones de autor, y decide excluir casi la mitad; a la vez, agrega un conjunto de Voces nuevas. Esta será la edición “oficial”, marcada así por el propio Porchia a través de su dedicatoria a Roger Caillois. Se irá imprimiendo y agotando regularmente, lo mismo que las ediciones de Francisco A. Colombo en 1964 y Hachette en 1966.

A principio de los años cincuenta había sobrevenido una estrechez económica y Porchia vende su casa de San Isidro y ocupa otra, de menores dimensiones, en la calle Malaver del barrio de Olivos. Habitará en ella hasta su muerte, en 1968. A menudo era invitado los fines de semana a la quinta del matrimonio García Orozco; un aciago día, en este lugar resbaló de una escalera cuando estaba podando un árbol. Un fuerte golpe en la cabeza le produjo un coágulo que lo dejó en coma; fue operado y llegó a restablecerse: ya repuesto, viajó unos días a la ciudad de Mar del Plata, invitado por los García Orozco. Tristemente, vendría más tarde una recaída. Porchia fallece en una clínica de Vicente López el sábado 9 de noviembre de 1968, a cuatro días de cumplir 83 años. Una de sus voces lo había anticipado: Cuando yo muera, no me veré morir, por primera vez.

Sólo hasta que sobreviene la muerte del autor de Voces, la editorial Hachette se decide a lanzar ediciones masivas de este libro. En Estados Unidos el poeta W.S. Merwin vierte al inglés y prologa su propia selección de voces (1969). En Milán, Vincenzo Capitelli publica otra selección el año 1979.

Quienes a lo largo de las décadas se consideraron “descubridores” de Porchia desde el mundo cultural, se apresuraron a “contextualizar” las voces y encontrarles antecedentes ya sea en los presocráticos, o bien en nombres como los de Lao Tse, Kafka, Pascal, Nietzsche, Blake, La Rochefoucault o Lichtenberg. Luego de publicar sendos ensayos eruditos, los “descubridores” quedaron estupefactos al enterarse de que Porchia negaba conocer cualquiera de esas fuentes. Descubrir a un autor secreto que ilumina con una luz inaudita el mundo de la cultura, y que además no se preocupa demasiado por ese mundo en particular, representa un desafío a veces insostenible. Todo marco de referencia de la crítica se revela obsoleto, insustancial, precario. En las voces siempre hay algo más.

Jamás Antonio Porchia se asumió como escritor “profesional” y mucho menos buscó integrarse a la comunidad literaria. Prefería trabajar en su pequeño jardín y de vez en cuando escribir alguna voz menos para la posteridad que con objeto de regalarla a sus amigos en un supremo acto de creación de realidad, es decir, de verdadera poesía: Un amigo, una flor, una estrella no son nada, si no pones en ellos un amigo, una flor, una estrella. En su pequeña biblioteca había ejemplares de La divina comedia y La Jerusalén liberada. Hablaba con fluidez el italiano pese a que había pasado más de medio siglo en el mundo hispanoparlante.

En 1979 sobreviene la gran edición francesa promovida por Fayard en su colección Documents Spirituels, en traducción de Roger Munier, con prólogo de Jorge Luis Borges y postfacio de Roberto Juarroz. Desde el momento en que la primera edición de autor se diseminó por toda la Argentina, las Voces de Antonio Porchia se han extendido en una red secreta que hoy abarca al mundo entero. Esa red no sólo implica las numerosas traducciones (las más recientes, al ruso, japonés, griego, árabe y malayalam) o la amplia presencia de las Voces en Internet, sino, sobre todo, se debe al gesto individual de quien recibe las voces, independientemente del modo en que llegan a sus manos (ejemplar, fotocopia, transmisión oral): recibir una voz, leerla, oírla, acariciarla, implica la necesidad de comunicarla a quien pueda apreciarla, como la transmisión de esos regalos que se presentan una sola vez en la vida. Del mismo modo, quien intenta hacerlas pasar por el ojo de la crítica literaria, termina por entender (o de otro modo no entiende) que las voces son, más que un género en sí mismas, un espíritu.

Si el mundo literario se rigiera por leyes humanas y no mercantiles, las palabras “secreto”, “clandestino” o “subterráneo”, tan aplicadas a la obra de Antonio Porchia, se cambiarían por el único concepto que en verdad le corresponde: íntimo. Si fuera posible enumerar cada transmisión silenciosa de sus voces, cada vida que ellas han cambiado, cada destino que han expuesto, cada conciencia que han lanzado al infinito, el término secreto a voces resultaría óptimo.

Mientras llega el momento en que la biografía de Porchia se reconozca como la de todos (es decir, la de cada uno), queda una imagen imborrable aportada por Roberto Juarroz: “Sólo a él le he escuchado la singular frase con que siempre nos despedía: Traten de estar bien. Era casi un pedido, algo así como una apelación infinitamente tierna y delicada: un llamado a nuestra posibilidad de ser a pesar de todo. Era como si nos recomendase: Hagan también lo posible, aunque persigan lo imposible. Y a veces agregaba una exhortación conmovedora, que sintetizaba de algún modo su mejor deseo y una recóndita nostalgia: Acompáñense”.

martes, 28 de octubre de 2014

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GERLILIBROS: 28 DE OCTUBRE DE 1999 MUERE RAFAEL ALBERTI (Puerto...: 28 DE OCTUBRE DE 1999 MUERE RAFAEL ALBERTI (Puerto de Santa María, 1902 - 1999) Poeta español, miembro de la Generación del 27. Sus padres...

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GERLILIBROS: RAFAEL ALBERTI A galopar Las tierras, las tierras,...: RAFAEL ALBERTI A galopar Las tierras, las tierras, las tierras de España, las grandes, las solas, desiertas llanuras. Galopa, caballo cu...
RAFAEL ALBERTI

A galopar

Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan,
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo
caballo de espuma
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo
que la tierra es tuya.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!


28 DE OCTUBRE DE 1999 MUERE RAFAEL ALBERTI

28 DE OCTUBRE DE 1999 MUERE
RAFAEL ALBERTI


(Puerto de Santa María, 1902 - 1999) Poeta español, miembro de la Generación del 27. Sus padres pertenecían a familias de origen italiano asentadas en la región y dedicadas al negocio vinícola. Las frecuentes ausencias del padre por razones de trabajo le permitieron crecer libre de toda tutela, correteando por las dunas y las salinas a orillas del mar en compañía de su fiel perra Centella. Una infancia despreocupada, abierta al sol y a la luz, que se ensombrecerá cuando tenga que ingresar en el colegio San Luis Gonzaga de El Puerto, dirigido por los jesuitas de una forma estrictamente tradicional.
Alberti se asfixiaba en las aulas de aquel establecimiento donde la enseñanza no era algo vivo y estimulante sino un conjunto de rígidas y monótonas normas a las que había que someterse. Se interesaba por la historia y el dibujo, pero parecía totalmente negado para las demás materias y era incapaz de soportar la disciplina del centro. A las faltas de asistencia siguieron las reprimendas por parte de los profesores y de su propia familia. Quien muchos años después recibiría el Premio Cervantes de Literatura no acabó el cuarto año de bachillerato y en 1916 fue expulsado por mala conducta.
En 1917 la familia Alberti se trasladó a Madrid, donde el padre veía la posibilidad de acrecentar sus negocios. Rafael había decidido seguir su vocación de pintor, y el descubrimiento del Museo del Prado fue para él decisivo. Los dibujos que hace en esta época el adolescente Alberti demuestran ya su talento para captar la estética del vanguardismo más avanzado, hasta el punto de que no tardará en conseguir que algunas de sus obras sean expuestas, primero en el Salón de Otoño y luego en el Ateneo de Madrid.
No obstante, cuando la carrera del nuevo artista empieza a despuntar, un acontecimiento triste le abrirá las puertas de otra forma de creación. Una noche de 1920, ante el cadáver de su padre, Alberti escribió sus primeros versos. El poeta había despertado y ya nada detendría el torrente de su voz. Una afección pulmonar le llevó a guardar obligado reposo en un pequeño hotel de la sierra de Guadarrama. Allí, entre los pinos y los límpidos montes, comenzará a trabajar en lo que luego será su primer libro, Marinero en tierra, muy influido por los cancioneros musicales españoles de los siglos XV y XVI. Comprende entonces que los versos le llenan más que la pintura, y en adelante ya nunca volverá a dudar sobre su auténtica vocación.
Al descubrimiento de la poesía sigue el encuentro con los poetas. De regreso a Madrid se rodeará de sus nuevos amigos de la Residencia de Estudiantes. Conoce a Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego y otros jóvenes autores que van a constituir el más brillante grupo poético del siglo. Cuando en 1925 su Marinero en tierra reciba el Premio Nacional de Literatura, el que algunos conocidos llamaban "delgado pintorcillo medio tuberculoso que distrae sus horas haciendo versos" se convierte en una figura descollante de la lírica.
De aquel grupo de poetas hechizados por el surrealismo, que escribían entre risas juveniles versos intencionadamente disparatados o sublimes, surgió en 1927 la idea de rendir homenaje, con ocasión del tricentenario de su muerte, al maestro del barroco español Luis de Góngora, olvidado por la cultura oficial. Con el entusiasmo que les caracterizaba organizaron un sinfín de actos que culminaron en el Ateneo de Sevilla, donde Salinas, Lorca y el propio Alberti, entre otros, recitaron sus poemas en honor del insigne cordobés. Aquella hermosa iniciativa reforzó sus lazos de amistad y supuso la definitiva consolidación de la llamada Generación del 27, protagonista de la segunda edad de oro de la poesía española.
En los años siguientes Rafael Alberti atraviesa una profunda crisis existencial. A su precaria salud se unirá la falta de recursos económicos y la pérdida de la fe. La evolución de este conflicto interior puede rastrearse en sus libros, desde los versos futuristas e innovadores de Cal y canto hasta las insondables tinieblas de Sobre los ángeles. El poeta muestra de pronto su rostro más pesimista y asegura encontrarse "sin luz para siempre". Su alegría desbordante y su ilusionada visión del mundo quedan atrás, dejando paso a un espíritu torturado y doliente que se interroga sobre su misión y su lugar en el mundo. Se trata de una prueba de fuego de la que renacerá con más fuerza, provisto de nuevas convicciones y nuevos ideales.
En adelante, la pluma de Alberti se propondrá sacudir la conciencia dormida de un país que está a punto de vivir uno de los episodios más sangrientos de su historia: la Guerra Civil. Ha llegado el momento del compromiso político, que el poeta asume sin reservas, con toda la vehemencia de que es capaz. Participa activamente en las revueltas estudiantiles, apoya el advenimiento de la República y se afilia al Partido Comunista, lo que le acarreará graves enemistades. Para Alberti, la poesía se ha convertido en una forma de cambiar el mundo, en un arma necesaria para el combate.
En 1930 conocerá a María Teresa León, la mujer que más honda huella dejó en él y con la que compartió los momentos más importantes de su vida. Dotada de claridad política y talento literario, esta infatigable luchadora por la igualdad femenina dispersó con su fuerza y su valentía todas las dudas del poeta. Con ella fundó la revista revolucionaria Octubre y viajó por primera vez a la Unión Soviética para asistir a una reunión de escritores antifascistas.
El dramático estallido de la Guerra Civil en 1936 reforzó si cabe su compromiso con el pueblo. Enfundado en el mono azul de los milicianos, colaboró en salvar de los bombardeos los cuadros del Museo del Prado, acogió a intelectuales de todo el mundo que se unían a la lucha en favor de la República y llamó a la resistencia en el Madrid asediado, recitando versos urgentes que desde la capital del país llegaron a los campos de batalla más lejanos.
Al terminar la contienda, como tantos españoles que se veían abocados a un incierto destino, Rafael Alberti y María Teresa León abandonaron su patria y se trasladaron a París. Allí residieron hasta que el gobierno de Pétain, que les consideraba peligrosos militantes comunistas, les retiró el permiso de trabajo. Ante la amenaza de las tropas alemanas, en 1940 decidieron cruzar el Atlántico rumbo a Chile, acompañados por su amigo Pablo Neruda.
El exilio de Rafael Alberti fue largo. No regresó a España hasta 1977, después de haber vivido en Buenos Aires y Roma. Esperó a que el general Franco estuviese muerto para reencontrarse con algunos viejos amigos y descubrir que en su tierra no sólo le recordaban, sino que las nuevas generaciones leían ávidamente su poesía. Su corazón no albergaba rencor: "Me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta". El mismo año de su llegada el Congreso de los Diputados le abrió sus puertas, tras haber sido elegido por las listas del Partido Comunista, pero no tardó en renunciar al escaño porque ante todo quería estar en contacto con el pueblo al que había cantado tantas veces.
Perplejo y regocijado, asistió a recitales, conferencias y homenajes multitudinarios en los que se ensalzaba su figura de poeta comprometido con la causa de la libertad. Fue distinguido con todos los premios literarios que un escritor vivo puede recibir en España, pero renunció al Príncipe de Asturias por sus convicciones republicanas. En la madrugada del 28 de octubre de 1999 murió plácidamente en su casa de El Puerto de Santa María, junto a las playas de su infancia, y en aquel mar que le pertenecía fueron esparcidas sus cenizas de marinero que hubo de vivir anclado en la tierra.
La poesía de Rafael Alberti
Sus primeras poesías quedaron recogidas bajo el título de Marinero en tierra, libro que obtuvo el Premio Nacional de Literatura (1924-25), otorgado por un jurado que integraban Antonio Machado, Menéndez Pidal y Gabriel Miró. A Marinero en tierra siguieron La Amante (1925) y El alba de alhelí (1925-26). En estos sus primeros libros, Rafael Alberti se revela como un virtuoso de la forma con influjos de Gil Vicente, los anónimos del Cancionero y Romancero españoles, Garcilaso, Góngora, Lope, Bécquer, Baudelaire, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. La suya es una poesía "popular" -como explicó Juan Ramón Jiménez-, "pero sin acarreo fácil; personalísima; de tradición española, pero sin retorno innecesario; nueva; fresca y acabada a la vez; rendida, ágil, graciosa, parpadeante: andalucísima".
La etapa neogongorista y humorista de Cal y canto (1926-1927) marca la transición de este autor a la fase surrealista de Sobre los ángeles (1927-1928). Ésta última supone en su obra la irrupción violenta del verso libre y de un lenguaje simbólico y onírico, rotas ya las ataduras con la tradición anterior. Los ángeles aparecen como representaciones de las fuerzas del espíritu, íntimamente relacionadas con los ángeles del Antiguo Testamento.
A partir de entonces su obra deriva al tono político al afiliarse nuestro poeta al partido comunista. Esta actitud le lleva a considerar su obra anterior como un cielo cerrado y una contribución irremediable a la poesía burguesa. "Antes -escribió Alberti- mi poesía estaba al servicio de mí mismo y unos pocos. Hoy no. Lo que me impulsa a ello es la misma razón que mueve a los obreros y a los campesinos: o sea una razón revolucionaria."
La poesía de Alberti cobra así cada vez más un tono irónico y desgarrado con frecuentes caídas en el prosaísmo y el mal gusto. Así los poemas burlescos Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos (1929), Sermones y moradas (1929-1930) y la elegía cívica Con los zapatos puestos tengo que morir (1930). A partir de 1931 abordó el teatro, estrenando El hombre deshabitado y El adefesio. Recorrió luego con su esposa María Teresa León varios países de Europa, pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios, para estudiar las nuevas tendencias del teatro. En 1933 escribió Consignas y Un fantasma recorre Europa, y en 1935, 13 bandas y 48 estrellas.
Tras la guerra civil, ya en el exilio, publicó en Buenos Aires A la pintura: Poema del color y la línea (1945) y un volumen que abarca la casi totalidad de su obra lírica, Poesía. La última voz de Alberti de esa época (reincidente en el primer tono neopopular) se nos aparece henchida de nostalgia por la patria, como se aprecia especialmente en Retornos de lo vivo lejano (1952). Otros títulos de esta etapa son Baladas y canciones del Paraná (1953), Abierto a todas horas (1964), Roma, peligro para caminantes (1968), Los ocho nombres de Picasso (1970) y Canciones del alto valle del Aniene (1972).
Después de su regreso a España en 1977, su producción poética continuó con la misma intensidad, prolongándose sin fisuras hasta muy avanzada edad. De entre los muy numerosos libros publicados cabe mencionar Fustigada luz (1980), Lo que canté y dije de Picasso (1981), Versos sueltos de cada día (1982), Golfo de sombras (1986), Accidente. Poemas del hospital (1987) y Canciones de Altair (1988). En los años ochenta publicó una continuación a su autobiografía, iniciada en 1942, La arboleda perdida. Memorias.
28 DE OCTUBRE DE 1999 MUERE
RAFAEL ALBERTI
(Puerto de Santa María, 1902 - 1999) Poeta español, miembro de la Generación del 27. Sus padres pertenecían a familias de origen italiano asentadas en la región y dedicadas al negocio vinícola. Las frecuentes ausencias del padre por razones de trabajo le permitieron crecer libre de toda tutela, correteando por las dunas y las salinas a orillas del mar en compañía de su fiel perra Centella. Una infancia despreocupada, abierta al sol y a la luz, que se ensombrecerá cuando tenga que ingresar en el colegio San Luis Gonzaga de El Puerto, dirigido por los jesuitas de una forma estrictamente tradicional.
Alberti se asfixiaba en las aulas de aquel establecimiento donde la enseñanza no era algo vivo y estimulante sino un conjunto de rígidas y monótonas normas a las que había que someterse. Se interesaba por la historia y el dibujo, pero parecía totalmente negado para las demás materias y era incapaz de soportar la disciplina del centro. A las faltas de asistencia siguieron las reprimendas por parte de los profesores y de su propia familia. Quien muchos años después recibiría el Premio Cervantes de Literatura no acabó el cuarto año de bachillerato y en 1916 fue expulsado por mala conducta.
En 1917 la familia Alberti se trasladó a Madrid, donde el padre veía la posibilidad de acrecentar sus negocios. Rafael había decidido seguir su vocación de pintor, y el descubrimiento del Museo del Prado fue para él decisivo. Los dibujos que hace en esta época el adolescente Alberti demuestran ya su talento para captar la estética del vanguardismo más avanzado, hasta el punto de que no tardará en conseguir que algunas de sus obras sean expuestas, primero en el Salón de Otoño y luego en el Ateneo de Madrid.
No obstante, cuando la carrera del nuevo artista empieza a despuntar, un acontecimiento triste le abrirá las puertas de otra forma de creación. Una noche de 1920, ante el cadáver de su padre, Alberti escribió sus primeros versos. El poeta había despertado y ya nada detendría el torrente de su voz. Una afección pulmonar le llevó a guardar obligado reposo en un pequeño hotel de la sierra de Guadarrama. Allí, entre los pinos y los límpidos montes, comenzará a trabajar en lo que luego será su primer libro, Marinero en tierra, muy influido por los cancioneros musicales españoles de los siglos XV y XVI. Comprende entonces que los versos le llenan más que la pintura, y en adelante ya nunca volverá a dudar sobre su auténtica vocación.
Al descubrimiento de la poesía sigue el encuentro con los poetas. De regreso a Madrid se rodeará de sus nuevos amigos de la Residencia de Estudiantes. Conoce a Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego y otros jóvenes autores que van a constituir el más brillante grupo poético del siglo. Cuando en 1925 su Marinero en tierra reciba el Premio Nacional de Literatura, el que algunos conocidos llamaban "delgado pintorcillo medio tuberculoso que distrae sus horas haciendo versos" se convierte en una figura descollante de la lírica.
De aquel grupo de poetas hechizados por el surrealismo, que escribían entre risas juveniles versos intencionadamente disparatados o sublimes, surgió en 1927 la idea de rendir homenaje, con ocasión del tricentenario de su muerte, al maestro del barroco español Luis de Góngora, olvidado por la cultura oficial. Con el entusiasmo que les caracterizaba organizaron un sinfín de actos que culminaron en el Ateneo de Sevilla, donde Salinas, Lorca y el propio Alberti, entre otros, recitaron sus poemas en honor del insigne cordobés. Aquella hermosa iniciativa reforzó sus lazos de amistad y supuso la definitiva consolidación de la llamada Generación del 27, protagonista de la segunda edad de oro de la poesía española.
En los años siguientes Rafael Alberti atraviesa una profunda crisis existencial. A su precaria salud se unirá la falta de recursos económicos y la pérdida de la fe. La evolución de este conflicto interior puede rastrearse en sus libros, desde los versos futuristas e innovadores de Cal y canto hasta las insondables tinieblas de Sobre los ángeles. El poeta muestra de pronto su rostro más pesimista y asegura encontrarse "sin luz para siempre". Su alegría desbordante y su ilusionada visión del mundo quedan atrás, dejando paso a un espíritu torturado y doliente que se interroga sobre su misión y su lugar en el mundo. Se trata de una prueba de fuego de la que renacerá con más fuerza, provisto de nuevas convicciones y nuevos ideales.
En adelante, la pluma de Alberti se propondrá sacudir la conciencia dormida de un país que está a punto de vivir uno de los episodios más sangrientos de su historia: la Guerra Civil. Ha llegado el momento del compromiso político, que el poeta asume sin reservas, con toda la vehemencia de que es capaz. Participa activamente en las revueltas estudiantiles, apoya el advenimiento de la República y se afilia al Partido Comunista, lo que le acarreará graves enemistades. Para Alberti, la poesía se ha convertido en una forma de cambiar el mundo, en un arma necesaria para el combate.
En 1930 conocerá a María Teresa León, la mujer que más honda huella dejó en él y con la que compartió los momentos más importantes de su vida. Dotada de claridad política y talento literario, esta infatigable luchadora por la igualdad femenina dispersó con su fuerza y su valentía todas las dudas del poeta. Con ella fundó la revista revolucionaria Octubre y viajó por primera vez a la Unión Soviética para asistir a una reunión de escritores antifascistas.
El dramático estallido de la Guerra Civil en 1936 reforzó si cabe su compromiso con el pueblo. Enfundado en el mono azul de los milicianos, colaboró en salvar de los bombardeos los cuadros del Museo del Prado, acogió a intelectuales de todo el mundo que se unían a la lucha en favor de la República y llamó a la resistencia en el Madrid asediado, recitando versos urgentes que desde la capital del país llegaron a los campos de batalla más lejanos.
Al terminar la contienda, como tantos españoles que se veían abocados a un incierto destino, Rafael Alberti y María Teresa León abandonaron su patria y se trasladaron a París. Allí residieron hasta que el gobierno de Pétain, que les consideraba peligrosos militantes comunistas, les retiró el permiso de trabajo. Ante la amenaza de las tropas alemanas, en 1940 decidieron cruzar el Atlántico rumbo a Chile, acompañados por su amigo Pablo Neruda.
El exilio de Rafael Alberti fue largo. No regresó a España hasta 1977, después de haber vivido en Buenos Aires y Roma. Esperó a que el general Franco estuviese muerto para reencontrarse con algunos viejos amigos y descubrir que en su tierra no sólo le recordaban, sino que las nuevas generaciones leían ávidamente su poesía. Su corazón no albergaba rencor: "Me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta". El mismo año de su llegada el Congreso de los Diputados le abrió sus puertas, tras haber sido elegido por las listas del Partido Comunista, pero no tardó en renunciar al escaño porque ante todo quería estar en contacto con el pueblo al que había cantado tantas veces.
Perplejo y regocijado, asistió a recitales, conferencias y homenajes multitudinarios en los que se ensalzaba su figura de poeta comprometido con la causa de la libertad. Fue distinguido con todos los premios literarios que un escritor vivo puede recibir en España, pero renunció al Príncipe de Asturias por sus convicciones republicanas. En la madrugada del 28 de octubre de 1999 murió plácidamente en su casa de El Puerto de Santa María, junto a las playas de su infancia, y en aquel mar que le pertenecía fueron esparcidas sus cenizas de marinero que hubo de vivir anclado en la tierra.

La poesía de Rafael Alberti

Sus primeras poesías quedaron recogidas bajo el título de Marinero en tierra, libro que obtuvo el Premio Nacional de Literatura (1924-25), otorgado por un jurado que integraban Antonio Machado, Menéndez Pidal y Gabriel Miró. A Marinero en tierra siguieron La Amante (1925) y El alba de alhelí (1925-26). En estos sus primeros libros, Rafael Alberti se revela como un virtuoso de la forma con influjos de Gil Vicente, los anónimos del Cancionero y Romancero españoles, Garcilaso, Góngora, Lope, Bécquer, Baudelaire, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. La suya es una poesía "popular" -como explicó Juan Ramón Jiménez-, "pero sin acarreo fácil; personalísima; de tradición española, pero sin retorno innecesario; nueva; fresca y acabada a la vez; rendida, ágil, graciosa, parpadeante: andalucísima".
La etapa neogongorista y humorista de Cal y canto (1926-1927) marca la transición de este autor a la fase surrealista de Sobre los ángeles (1927-1928). Ésta última supone en su obra la irrupción violenta del verso libre y de un lenguaje simbólico y onírico, rotas ya las ataduras con la tradición anterior. Los ángeles aparecen como representaciones de las fuerzas del espíritu, íntimamente relacionadas con los ángeles del Antiguo Testamento.
A partir de entonces su obra deriva al tono político al afiliarse nuestro poeta al partido comunista. Esta actitud le lleva a considerar su obra anterior como un cielo cerrado y una contribución irremediable a la poesía burguesa. "Antes -escribió Alberti- mi poesía estaba al servicio de mí mismo y unos pocos. Hoy no. Lo que me impulsa a ello es la misma razón que mueve a los obreros y a los campesinos: o sea una razón revolucionaria." 
La poesía de Alberti cobra así cada vez más un tono irónico y desgarrado con frecuentes caídas en el prosaísmo y el mal gusto. Así los poemas burlescos Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos (1929), Sermones y moradas (1929-1930) y la elegía cívica Con los zapatos puestos tengo que morir (1930). A partir de 1931 abordó el teatro, estrenando El hombre deshabitado y El adefesio. Recorrió luego con su esposa María Teresa León varios países de Europa, pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios, para estudiar las nuevas tendencias del teatro. En 1933 escribió Consignas y Un fantasma recorre Europa, y en 1935, 13 bandas y 48 estrellas.
Tras la guerra civil, ya en el exilio, publicó en Buenos Aires A la pintura: Poema del color y la línea (1945) y un volumen que abarca la casi totalidad de su obra lírica, Poesía. La última voz de Alberti de esa época (reincidente en el primer tono neopopular) se nos aparece henchida de nostalgia por la patria, como se aprecia especialmente en Retornos de lo vivo lejano (1952). Otros títulos de esta etapa son Baladas y canciones del Paraná (1953), Abierto a todas horas (1964), Roma, peligro para caminantes (1968), Los ocho nombres de Picasso (1970) y Canciones del alto valle del Aniene (1972).
Después de su regreso a España en 1977, su producción poética continuó con la misma intensidad, prolongándose sin fisuras hasta muy avanzada edad. De entre los muy numerosos libros publicados cabe mencionar Fustigada luz (1980), Lo que canté y dije de Picasso (1981), Versos sueltos de cada día (1982), Golfo de sombras (1986), Accidente. Poemas del hospital (1987) y Canciones de Altair (1988). En los años ochenta publicó una continuación a su autobiografía, iniciada en 1942, La arboleda perdida. Memorias.

ROBERTO ARLT AGUAFUERTES PORTEÑAS YO NO TENGO LA CULPA

     ROBERTO ARLT        AGUAFUERTES PORTEÑAS     YO NO TENGO LA CULPA   Yo siempre que me ocupo de cartas de lectores, suelo admitir que se...