lunes, 19 de enero de 2015

19 DE ENERO MUERE
ESTEBAN ECHEVERRÍA

(José Esteban Echeverría; Buenos Aires, 1805 - Montevideo, 1851) Escritor argentino, una de las figuras fundamentales del romanticismo argentino e hispanoamericano. Hijo de español y criolla, quedó huérfano de padre a temprana edad. Confesó luego haber llevado una vida disipada entre los quince y los dieciocho años, pero fue buen alumno en el estricto Colegio de Ciencias Morales hasta 1823, cuando lo abandonó para dedicarse al comercio.

Esteban Echeverría

Entre los años 1826 y 1830, el joven Echeverría, becado por el gobierno de Rivadavia para formarse profesionalmente en París, tuvo la oportunidad de observar de cerca el auge del movimiento romántico francés, llegado de Alemania a principios del siglo XIX de la mano del vizconde de Chateaubriand y de Madame de Staël. No era ajeno a esta nueva tendencia artística y literaria un sesgo utópico, de carácter socialista y liberal, que se enriquecía con el aporte de pensadores como Saint-Simon y Gaston Leroux.
Las notas salientes del romanticismo, como la exaltación del color local, el estudio de la historia nacional o la búsqueda de un lenguaje propio como elemento diferenciador de una cultura, no dejaron de llamar la atención de Echeverría, quien las vio como un catálogo de principios susceptibles de ser trasladados a la nueva realidad americana. En efecto, tales principios estéticos y filosóficos parecían adecuarse a la perfección a los ideales de la Revolución de 1810.
Ya en Buenos Aires y con Rosas en el gobierno, Echeverría publicó de manera anónima, en 1832, Elvira o la novia del Plata. Considerada como la primera obra romántica de la América de habla castellana y una de las primeras de la lengua, en ella se perciben algunas marcas del nuevo ideario estético.
La importancia de esta obra, así como la de sus siguientes libros (Los consuelos, 1834, y Rimas, 1837, que contiene el célebre poema La cautiva), reside más en sus temas y en la oportunidad de su tratamiento que en la calidad literaria de sus versos. La cautiva es un extenso poema de 2.142 versos divididos en nueve partes y un epílogo; cuenta la historia del trágico destino de Brian, un soldado prisionero de los indios, y de María, su mujer, cautiva en la misma toldería. Pero no son las alternativas de su fuga penosa y fracasada lo que importa del poema, sino la incorporación del paisaje nacional (en este caso, el desierto argentino), el desarrollo de una temática local (las tolderías, los malones, los cautivos) y la utilización de algunas acepciones particulares del castellano hablado en la Argentina de la época.
Algunos de los cantos de La cautiva fueron leídos, en el mismo año de su publicación, en el Salón Literario que dirigía Marcos Sastre (1809-1887). En efecto, en la Librería Argentina, propiedad de Sastre (quien después destacaría como pedagogo y autor de una singular novela, El temple argentino, publicada en 1848), se desarrolló en 1837 una serie de reuniones, convocadas por Echeverría, para exponer y discutir temas de índole política y literaria. Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Sastre y Echeverría fueron los más destacados y entusiastas miembros del Salón.
El progresivo cariz político de la actividad del Salón provocó su clausura por parte del gobierno de Juan Manuel de Rosas. Pero algunos de los contertulios siguieron reuniéndose en la clandestinidad, y en ese marco, en junio de 1838, fue fundada la Asociación de Mayo, para la que Echeverría redactó las Palabras simbólicas, también conocidas como Credo o Creencia de la Joven Argentina. Se trata en realidad de un listado de quince enunciados que resumen el espíritu de la nueva generación; fueron aprobadas en agosto de ese mismo año, cuando la policía del gobierno de Rosas ya había descubierto la actividad clandestina de la Asociación de Mayo.
El primero de enero de 1839, ya exiliado en Montevideo, Juan Bautista Alberdi publicó el Credo de Echeverría en el periódico El Iniciador, bajo el título de Código o declaración de los principios que constituyen la creencia social de la República Argentina. Ese mismo año se recrudeció la represión del gobierno de Rosas para con sus opositores políticos, lo cual obligó a casi todos los miembros de la Asociación a emprender el camino del destierro: Gutiérrez y Alberdi se marcharon a Montevideo, y Echeverría a Colonia primero y a Montevideo después, donde moriría años más tarde.
En 1846, Echeverría publicó en esa ciudad el Dogma socialista, desarrollo doctrinario de las quince palabras del Credo. Su contenido se vincula al ideario demócrata liberal, por lo que la palabra "socialista" del título debe entenderse en el sentido de "social". Los románticos rioplatenses (Echeverría, pero también Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento, José Mármol) iniciaron así la búsqueda de un sistema que permitiera cerrar y superar la antinomia entre unitarios y federales, al tiempo que luchaban contra el carácter autoritario del régimen rosista. En esas coordenadas se incluyen tanto el Dogma socialista como las Bases (1852) de Alberdi, el Facundo (1845) de Sarmiento y Amalia (1851) de Mármol.
También el célebre relato El matadero, de Echeverría (escrito entre 1838 y 1840, pero inédito hasta 1871, cuando Gutiérrez lo publicó en La Revista del Río de la Plata), debe ser visto en esta perspectiva, ya que a pesar de su consistente realismo es una alegoría sobre la violencia larvada en todos los niveles de la sociedad bonaerense de entonces: tras un planteamiento de apariencia costumbrista, se cuenta la historia de un joven unitario torturado por los rosistas. Obra sin duda singular, con ella se anticipó a modos de concepción, de realización y hasta de forma que luego serían empleados por el realismo y el naturalismo europeos. La obra de Esteban Echeverría puede resultar más relevante desde el punto de vista político que desde el literario; sin embargo, su valor es insoslayable en la constitución de la literatura argentina.

sábado, 17 de enero de 2015

17 ENERO DE 1989 MUERE
ALFREDO ZITARROSA
Intérprete y compositor uruguayo, nacido en Montevideo el 10 de marzo de 1936; su madre natural era Blanca Iribarne, pero Alfredo vivió desde muy temprana edad con el matrimonio Durán-Carbajal, Carlos y Doraisella, que fueron considerados por Alfredo como sus verdaderos padres. Sus primeros años transcurrieron en el pueblo de Santiago Vázquez, muy cerca del río Santa Lucía. Pasaba las vacaciones estivales en el departamento de Flores, donde José Carbajal (hermano de Doraisella) trabajaba al servicio de los Irazábal. Ese entorno le dio a Alfredo un gran conocimiento del hombre de campo, que fue la fuente de inspiración de buena parte de su obra. Más de una vez dijo: "No soy folclorista; soy cantor popular uruguayo, y mi canto es fundamentalmente de raíz campesina; todo es milonga, milonga madre, madre incluso del tango y del candombe...".
A los 8 años de edad se enfrentó por primera vez con un micrófono en CX 44 Radio Monumental: las madres pagaban 10 pesos y los niños cantaban los miércoles en el programa El precoz tenor, programa dirigido por Fernando Orejón. Allí conoció a Jorge Riverón y Manolo Guardia. Con fuerte formación cristiana, Alfredo tomó la primera comunión en 1943 y llegó a monaguillo durante la escuela primaria. A esa edad, cuentan sus ex-compañeros que era corriente ver a Alfredo divertirse más con un microscopio que con una pelota de fútbol (en el exilio, sin embargo, fue una pelota y no un microscopio una de las pocas cosas que puso en su maleta al partir de Carrasco). Sin lugar a dudas, una persona fundamental en su vida futura fue su maestra, Esmeralda Iralde, que forjó buena parte de la personalidad cultural de Zitarrosa: "Ella me enseñó a gustar de Fidias, de Beethoven, me enseñó a usar el microscopio..."
Cuando Alfredo todavía estaba realizando sus estudios, Blanca Iribarne se casó con un hombre de apellido Zitarrosa, por lo que Alfredo decidió adoptar el apellido. Casualmente el marido de su madre también se llamaba Alfredo. Del matrimonio Zitarrosa-Iribarne nació la única hermana de Alfredo: Cristina Zitarrosa. Sus años de estudios transcurrieron por el Liceo D.A. Larrañaga, el nocturno del Liceo Zorrilla y la Facultad de Humanidades.
A los 18 años fue a vivir con su madre natural, puesto que sus padres adoptivos habían fallecido. En esa época le propusieron hacer una prueba en CX 10 Radio Ariel. Superó la prueba y comenzó a trabajar de locutor; a partir de entonces y durante diez años ininterrumpidos su voz se escuchaba en varias emisoras: CX 32, 36, 14, 18, 20, 8 y cabina de Canal 4 Montecarlo.
Zitarrosa, un hombre muy polifacético, un excepcional autodidacto y un lector empedernido, poseía una cultura fuera de lo corriente entre sus colegas; su primer premio de poesía lo obtuvo en 1958; se trataba del premio municipal de poesía. El tribunal estaba integrado por Juan Carlos Onetti, Laura Cortinas y Vicente Basso Maglio, poeta simbolista, anarquista, que escribía los editoriales de CX 14 que Alfredo leía. En 1961, falleció Vicente Basso Maglio, por lo que los responsables de su programa decidieron cesar las emisiones. Alfredo publicó una carta en los semanarios Sol, Marcha y Lucha Libertaria, donde decía: "El programa no ha cesado por la muerte de su autor, sino que el autor ha muerto por cese de su opinión". Debido entre otras razones a esta carta, Alfredo fue "cesado con renuncia" en CX 14. Paradójicamente, y debido al contenido de esa misma carta, fue contratado años después por Carlos Quijano como periodista de Marcha.
Con lo que cobró por la indemnización de despido, Alfredo proyectó un viaje a la Cuba post-Batista; sin embargo solamente llegó hasta Perú, donde trabajó como periodista en los periódicos 7 días y Oiga, de Lima. Un amigo suyo, César Durán, le consiguió trabajo como cantor en el show de Tulio Loza en el canal 13 Panamericano de Lima; cantó dos canciones: Guitarrero y Milonga para una niña. Pero su primera canción la compuso en 1960: Recordándote, una zamba compuesta como si la cantaran Los Chalchaleros y dedicada a un compañero de CX 14. De regreso a Uruguay, trabajó como locutor de cabina y luego como locutor de cámaras en Montecarlo TV Canal 4. Empezó a escribir cuentos en Acción y fue periodista, como se ha señalado más arriba, en Marcha, donde por encargo de Hugo Alfaro entrevistó a Silvie Vartan, George Maharis, Atahualpa Yupanqui, Onetti, Gabito, etc.
Durante esos años se editó su primer disco, un disco doble, en el que se incluyen los temas Milonga para una niña, El Camba, Mire amigo y Recordándote. A partir de ese momento, infinidad de sus canciones y decenas de discos se editaron en Uruguay, Argentina, España, Venezuela, México y Chile. Países tan diferentes culturalmente como Australia, Canadá, Italia, EEUU, Francia, Brasil, Alemania, y todos los países de habla hispana tuvieron la oportunidad de escuchar y deleitarse con el artista.
Zitarrosa contrajo matrimonio con Nancy Marino el 29 de febrero de 1968; una de sus mayores alegrías fue el nacimiento de su primera hija, Carla Moriana, el 27 de enero de 1970. Casi cuatro años, el 12 de diciembre de 1973, nació la pequeña María Serena. Sus dos hijas fueron inspiradoras de dos bellísimas canciones: Para Carla Moriana y María Serena mía.
El 20 de julio de 1970 Zitarrosa debutó en Buenos Aires en el Teatro ABC de Esmeralda 506 y Lavalle y repitió su actuación una semana después. La crítica de la prensa y de algunas voces importantes fue definitiva: Atahualpa Yupanqui afirmó que "Milonga del solitario la canta mejor que yo"; y Joan Manuel Serrat dijo "Lo considero el poeta más importante de América Latina".
En febrero de 1971 hizo pública su adhesión al Frente Amplio, y en agosto de 1971 se afilió al MPU de FIDEL. Después de casi cuatro años sin poder trabajar en su país, el 9 de febrero de 1976 se exilió voluntariamente. Comenzó ahí la etapa más desgarradora, más injusta, de todas las que le tocó vivir. Durante 8 años, 1 mes, 3 semanas y 1 día fue un exiliado en tierras de Argentina, España y México. Afirmó: "Mi corazón y mi mente están en Uruguay. Yo vivo aún en Montevideo. Trabajo de cantor popular exiliado. Soy cantor popular exiliado".
Pese a estar desterrado, durante esa época tan difícil Zitarrosa obtuvo el completo reconocimiento de gobiernos, aplausos de pueblos de todas las latitudes, respeto y admiración de maestros musicales, guitarristas, periodistas, etc. .
Finalmente, el 31 de marzo de 1984 regresó al Uruguay. Decenas de miles de ciudadanos salieron ese día a la rambla de Montevideo para demostrarle al mundo que más de 8 años no habían sido suficientes para olvidar al artista. Ese mismo pueblo, casi 5 años después, el 17 de enero de 1989, volvió a salir a la calle para auparlo para siempre a la inmortalidad.
A lo largo de su vida recibió numerosos galardones. En 1959 obtuvo el Primer Premio a la Producción Poética Inédita del Municipio de Montevideo, en 1965 el Premio Artigas, en 1966 la Medalla de Plata en el II Festival Latinoamericano, en 1965, 1966, 1967 y 1968 la Medalla de oro en Montevideo y en 1972 el Gran Premio en Lima, entre otros galardones. Murió en Montevideo, víctima de una peritonitis a la edad de 53 años.

viernes, 16 de enero de 2015

16 DE ENERO DE 1933 NACE SUSAN SONTAG

16 DE ENERO DE 1933 NACE
SUSAN SONTAG
(Nueva York, 1933) Escritora y directora de cine considerada una de las intelectuales más influyentes en la cultura estadounidense de las últimas décadas. Su padre, Jack Rosenblatt, que había trabajado como comerciante de pieles en China, murió de tuberculosis pulmonar cuando Susan tenía apenas cinco años. La niña recibió el apellido del hombre con quien su madre se casaría siete años después: el capitán Nathan Sontag.
En esos días, la familia se instaló lejos de Nueva York, en lugares que parecen simbolizar la antítesis de esa ciudad: Tucson, Arizona, y Los Ángeles, California, fueron las primeras residencias de la niña. Sontag fue una estudiante precoz; a los quince años, ya había terminado sus primeros estudios e ingresado en la Universidad de California en Berkeley.
Su estancia no duró mucho, pues un año después, en 1949, pidió el traslado a la Universidad de Chicago, donde se licenció en letras en 1951. Para entonces, ya se había casado con Philip Rieff, profesor de sociología. La pareja se mudó a Boston poco después del matrimonio, para que Sontag continuara sus estudios en la Universidad de Harvard. Allí nació su hijo David (1952), también escritor.
Entre 1955 y 1957 Sontag cursó el doctorado en filosofía y, además, trabajó junto con su marido en el estudio Freud. La mente de un moralista, que de alguna manera puede considerarse su primera publicación; al mismo tiempo, sin embargo, su matrimonio comenzó a fallar. Sontag y Rieff se divorciaron a fines de los años cincuenta, y en 1957 ella viajó a París para continuar sus estudios en la Sorbona. Tenía veinticuatro años y había vivido en cinco ciudades.
Cuando regresó a Nueva York, Sontag comenzó una carrera académica que parecía acorde con su preparación, pero no tanto con sus intereses: tras iniciarse como conferenciante de filosofía en el City College y en el Sarah Lawrence College, pasó a la Universidad de Columbia, donde fue profesora en el Departamento de Religión durante cuatro años.
Fue una época definitiva: Sontag había comenzado a escribir con intenciones serias, y en 1963 apareció su primera novela, El benefactor. El libro le abrió las puertas de varias publicaciones neoyorquinas: durante los años sesenta, escribió con frecuencia para Harper’s y The New York Review of Books, entre otras, pero sobre todo fue una especie de colaboradora de planta de The Partisan Review.
El momento histórico no podía ser más propicio: la intelligentsia estadounidense ya había comprendido la importancia cultural de los años sesenta; los lectores buscaban afanosamente firmas capaces de interpretar lo que estaba ocurriendo. Sontag fue una de las voces más autorizadas, pues exploraba la distancia que hay entre la realidad humana, cultural, artística y nuestra interpretación de esa realidad. En 1968 apareció el libro que reunió esos ensayos, Contra la interpretación, que se convirtió inmediatamente en bandera (o, al menos, en una de las banderas) de su generación.
Ensayista de una generación
El eje del libro es una oposición radical a la búsqueda de significados en la obra de arte, y la defensa de la intuición como medio para acercarse a la experiencia del fenómeno artístico. Con él, Sontag adquirió una reputación de intelectual independiente y al mismo tiempo se reveló como una mujer capaz de reinterpretar la vida americana a la luz de las culturas clásicas europeas.
La mezcla no era, ni es aún, usual; y desde ella, desde su nuevo estatus como comentarista eximia de la cultura estadounidense contemporánea, Sontag renovó el ensayo sofisticado y cosmopolita y lo transformó en un instrumento capaz de indagar en las drogas y en la pornografía, en la política y en la literatura occidental. Estos temas forman parte de su segundo libro de ensayos, Estilos radicales, publicado en 1969.
En ese momento, muchos la veían como la intelectual reina de Estados Unidos. No era para menos: como artista y como pensadora, Sontag seguía extendiendo su campo de influencia. En uno de sus ensayos había escrito con admiración acerca de Ingmar Bergman, y el cambio de década la vio estrenándose como guionista y directora de cine. Sus películas Duelo de caníbales (1969) y Hermano Carl (1971) fueron realizadas en Suecia, país del que llegaría a ser algo así como una ciudadana adoptiva.
Después visitó Israel, donde rodó Tierras prometidas (1973), un documental sobre las tropas israelíes en losAltos del Golán. Ninguna de estas tres producciones recibió la atención prevista, aunque su realización dio lugar a uno de los ensayos-clave de la época: Sobre la fotografía (1977). El libro, una nueva reinterpretación sontaguiana del mundo, no venía ilustrado con fotografías; en él, la escritora reivindicaba la potencia y la autoridad de la palabra escrita.
Activismo y compromiso
Por esas fechas, la autora tenía otras preocupaciones perentorias, pues llevaba varios meses enfrentándose a un cáncer. Al tiempo que soportaba el arduo tratamiento contra la enfermedad, Sontag, como todo escritor genuino, ponía la experiencia por escrito. El resultado fue La enfermedad y sus metáforas. Diez años más tarde, el ensayo fue ampliado con El sida y sus metáforas. Ambos textos examinan la forma en que los mitos de ciertas enfermedades crean actitudes sociales que pueden resultar más dañinas para el paciente que las enfermedades mismas.
A fines de los años setenta Sontag fue nombrada miembro de la Academia Americana de las Letras. Su papel como activista de los derechos humanos empezaba a ganar en intensidad; a partir de entonces, su presencia pública se hizo más frecuente, y más frecuente fue también su implicación en organizaciones, tanto literarias como políticas.
Entre 1987 y 1989 presidió el Pen American Center. La labor que llevó a cabo desde allí, a favor, sobre todo, de escritores encarcelados, anticipó su papel de figura pública, que se hizo palpable durante la década siguiente, y quedó condensado, sobre todo, en su viaje a Sarajevo, una de las demostraciones más célebres y mediatizadas de compromiso de un escritor con el mundo.
Para cuando llegó a los escenarios de la guerra, además, Sontag ya había publicado El amante del volcán (1992), una novela que se convirtió en best-séller; de manera que la mujer que montó Esperando a Godot en un teatro bombardeado y a la luz de las velas en medio de Sarajevo, una ciudad sitiada por la guerra, era mucho más que una ensayista para minorías. Tras pasar allí varias temporadas, Sontag fue nombrada ciudadana honoraria de Sarajevo.
En 2000 Sontag publicó su cuarta novela, En América, la historia de una inmigrante polaca del siglo XIX. La novela recibió el National Book Award, y al año siguiente mereció el siempre polémico Premio Jerusalén. En 2003 la autora compartió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras con la marroquí Fátima Mernissi, y fue galardonada con el Premio de la Paz que otorgan los libreros alemanes. El año anterior había aparecido Ante el dolor de los demás, un breve ensayo que une dos de sus obsesiones: las imágenes y la guerra. El libro defiende el derecho de los hombres a cerrar los ojos ante las imágenes de violencia que los asedian todos los días. Todos saben, sin embargo, que Sontag ha dedicado su vida a practicar exactamente lo contrario.
La posición de Susan Sontag en la literatura estadounidense es un lugar de conflicto: en un país al que los escritores no suelen importarle demasiado, Sontag ha motivado debates de altura y diatribas descarnadas acerca de su obra, por supuesto, pero sobre todo acerca de su persona. En Estados Unidos, el hecho de que un novelista intervenga en política, interior o internacional, no es bien recibido.
Sontag ha ido mucho más allá: ha visitado países en guerra; ha fustigado a los gobiernos estadounidenses con tanta dedicación como ferocidad; ha asumido, en definitiva, el papel de portavoz del intelectual comprometido. Desde su posición de neoyorquina arquetípica, ha ido por el mundo representando una ética del intelectual contemporáneo que no es frecuente, y la ha acompañado con textos de calidad constante y de naturaleza siempre controvertida.

jueves, 15 de enero de 2015

LEWIS CARROLL
LA CAZA DEL SNARK
AGONÍA EN OCHO CANTOS
Canto primero
EL DESEMBARCO

“¡Excelente lugar para el snark!”, exclamó el capitán,
a la vez que desembarcaba con sumo cuidado a su tripulación:
ensortijando los cabellos de cada marinero en su dedo,
les ponía fuera del alcance de la olas.

“¡Excelente lugar para el snark!”, repitió,
como si esta sola frase debiera estimular a la tripulación.
“¡Excelente lugar para el snark!, y lo digo por tercera vez.
Recordad, todo lo que os diga tres veces es siempre verdad.”

La tripulación estaba completa. Contaba con un limpiabotas,
un sombrerero que también hacía capuchas;
un abogado, a quien trajeron para que pusiera orden en sus
disputas; y un tasador, para que valorase sus pertenencias.

Un empleado de los billares, hombre de inmensa habilidad,
y que quizás se habría hecho con algo más de lo que
le correspondía de no haber sido por un banquero, contratado
con un enorme gasto, y que era quien administraba el dinero.

Un castor también había, que marcaba el paso sobre la
cubierta y que, a veces, se sentaba en la proa a hacer encaje.
A menudo les había salvado del naufragio, según explicó el
capitán, aunque ninguno de los marineros supo cómo.

Había un tipo famoso por la cantidad de cosas
que olvidó en tierra al embarcar
su paraguas, su reloj, todas sus alhajas y anillos
y la ropa que había comprado para la expedición.

Tenía cuarenta y dos baúles, todos cuidadosamente
embalados y con su nombre claramente rotulado en ellos;
pero, como omitió decir que los tenía,
todos se quedaron en la playa.

En realidad, apenas le importó la pérdida de sus ropas,
pues cuando embarcó traía puestos siete abrigos
y tres pares de botas. Lo peor de todo fue
que… ¡había olvidado completamente su nombre!

Respondía al grito de “¡eh!” o a cualquier grito fuerte,
como “¡fríame!” o “¡fría mi peluca!”
También, al de “¡como se llame!” o “¿cuál era su nombre?”,
pero especialmente a “¡como diantre se llame!”

Mientras que, para aquellos que preferían palabras más
concluyentes, tenía varios nombres; por ejemplo,
sus amigos más íntimos le llamaban “velilla”
y sus enemigos “queso tostado”.

“Su aspecto es desgalichado y su intelecto corto”,
solía hacer notar a menudo el capitán,
“pero su valor es perfecto y, después de todo,
esto es lo que se necesita con un snark.”

Solía bromear con las hienas y les sostenía la mirada,
con un impúdico movimiento de cabeza.
Y cuentan que una vez fue a pasear, zarpa con zarpa, con un
oso, “para mantener el ánimo”, según explicó.

Vino de panadero, y confesó cuando era demasiado tarde
—con lo que volvió medio loco al pobre capitán—
que sólo sabía hacer tarta nupcial, para lo cual debo decir
que ni había ni iba a haber ingredientes.

El último miembro de la tripulación necesita descripción
especial, aunque tenía un increíble aspecto de zopenco.
No tenía más que una idea, que era la del snark;
por ello el buen capitán le contrató al momento.

Vino de carnicero, pero declaró con gran seriedad,
cuando hacía una semana que el barco había zarpado,
que sólo sabía matar castores. El capitán se asustó:
vamos, que estaba demasiado aterrado para hablar.

Pero finalmente explicó, en tono trémulo
que sólo había un castor a bordo,
que era de su propiedad y tenía domesticado,
y cuya muerte deploraría profundamente.

El castor, que casualmente oyó esta observación,
protestó con lágrimas en los ojos
y dijo que ni siquiera el éxtasis de cazar el snark
podría compensar la funesta sorpresa.

Exigió enérgicamente que se transportase
al carnicero en un barco aparte.
Pero el capitán se negó a tomar tal precaución
porque no convenía al plan de la expedición.

“¡La navegación es siempre un difícil arte,
incluso con un sólo barco y una sóla campana!”, exclamo
el capitán, por lo que lamentaba tener que declinar
el hacerse cargo de otro más.

Lo mejor que podía hacer el castor, sin duda alguna,
era procurarse un abrigo de segunda mano a prueba de
cuchillos. Este fue el consejo del panadero. Y luego, que se
hiciera un seguro de vida en alguna compañía de renombre.

Esto sugirió el banquero y le ofreció en alquiler,
a precio módico, o en venta
dos excelentes pólizas: una contra incendios
y otra contra daños por el granizo.

Aún ahora, desde aquel triste día,
siempre que el carnicero aparecía por allí,
el castor miraba hacia el lado contrario
y se mostraba indeciblemente tímido.

15 DE ENERO DE 1919 ES ASESINADA ROSA LUXEMBURGO

15 DE ENERO DE 1919 ES ASESINADA
ROSA LUXEMBURGO
Política y pensadora socialista, nacida en Zamosc (Polonia rusa) el 5 de marzo de 1871, y muerta en Berlín (Alemania) el 15 de enero de 1919. Figura clave del movimiento obrero europeo, su obra teórica, dedicada al estudio de la génesis del sistema capitalista y a los problemas estratégicos de la lucha proletaria, constituye uno de los principales pilares del pensamiento socialista de raíz marxista.
Rosa Luxemburgo era la hija menor de una familia judía de clase media. Desde su primera juventud participó en actividades políticas vinculadas al movimiento estudiantil (que luchaba en aquella época contra el sistema represivo imperante en los colegios polacos), y al movimiento obrero socialista radical. Su militancia en el partido revolucionario Proletarialt (fundado en 1882) la obligó a abandonar su país natal en 1889 para evitar la cárcel. Se estableció primero en Suiza, donde se casó con Gustav Lübeck con el fin de poder adoptar la nacionalidad alemana. En la Universidad de Zürich estudió Derecho y Economía Política, doctorándose con una tesis dedicada al desarrollo industrial de Polonia. Pese a su exilio, siguió muy vinculada al movimiento obrero polaco y hacia 1891 era ya conocida en Europa occidental como la principal teórica del Partido Socialista Revolucionario de Polonia, al cual representó en el Congreso Socialista Internacional de Zürich de 1893, cuando apenas contaba veintidós años. Al año siguiente, sin embargo, comenzó a alejarse del Partido Socialista polaco por oponerse al nacionalismo que dominaba su programa en aquel momento. La corriente crítica que Luxemburgo lideró junto a Leo Jogiches daría lugar a una escisión formal y a la fundación del Partido Socialdemócrata del Reino Unido de Polonia, que posteriormente se convertiría en el Partido Comunista de Polonia.
En 1898 fijó su residencia en Berlín y se integró en las filas del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD). En esta época, el movimiento socialista alemán se hallaba dividido en dos tendencias dominantes: la reformista o revisionista, encabezada por el teórico Eduard Bernstein, y la revolucionaria, fiel a la teoría marxista de la lucha de clases. Luxemburgo participó activamente en el debate suscitado entre ambas tendencias con la publicación de numerosos artículos en los órganos informativos socialistas, entre los cuales destacaba Neue Zeit, influyente periódico marxista del que fue redactora. Sus escritos atacando el revisionismo fueron recogidos en 1889 en su libro ¿Reforma social o Revolución?. Frente a las teorías de Bernstein, que defendía un socialismo reformista orientado a la transformación gradual de la sociedad capitalista y a la mejora de las condiciones de vida y los derechos de los trabajadores, Luxemburgo afirmaba que el movimiento obrero debía luchar por conseguir las reformas sociales necesarias y urgentes, pero que dichas reformas en ningún caso abolirían las relaciones capitalistas de producción y que, por lo tanto, el socialismo no podía renunciar a la conquista del poder mediante la revolución.
En 1903-1904 fue acusada de insultar al emperador Guillermo II en sus escritos y condenada a nueve meses de cárcel. Sería esta la primera de sus numerosas condenas a prisión, acusada de actividades subversivas. Durante estos primeros años del siglo XX, participó en otra polémica de gran trascendencia para el desenvolvimiento del movimiento socialista europeo: el debate sobre la organización estratégica. Su principal interlocutor en esta polémica fue Lenin, cuyas ideas acerca de la organización del Partido Socialdemócrata de los Trabajadores Rusos criticó Luxemburgo con dureza en su célebre ensayo Un paso adelante, dos pasos atrás. Su debate con Lenin continuó con la publicación de un nuevo ensayo titulado La cuestión de la organización de la socialdemocracia rusa (1904), en donde afirmaba que "el centralismo a ultranza defendido por Lenin" no se hallaba "impregnado por un espíritu positivo y creador".
La revolución rusa de 1905 hizo concebir a los intelectuales socialistas la esperanza de que los países del este de Europa fueran la chispa que encendiera una revolución obrera mundial. En diciembre de ese año, pese a su mala salud, Rosa Luxemburgo viajó clandestinamente a Varsovia, hasta donde se había extendido la agitación revolucionaria. Para entonces, el gobierno zarista había aplastado casi en su totalidad la revolución y había prohibido los mítines y cerrado los diarios socialistas. En marzo de 1906 Luxemburgo fue detenida y encarcelada por tomar parte en la agitación revolucionaria. Fue liberada bajo fianza y expulsada del país cuatro meses después, en marzo de 1906, debido en parte a su mala salud y, en parte, a su nacionalidad alemana. Regresó entonces a Berlín, donde publicó su libro Huelga general, partido y sindicatos (1906), en el que analizaba la estrategia revolucionaria conforme a sus experiencias en Polonia, subrayando la importancia del movimiento espontáneo de las masas y de la iniciativa del proletariado, pese a conceder al partido un papel rector. Esta obra se convirtió pronto en uno de los principales pilares teóricos acerca del movimiento obrero y del papel de los partidos socialistas en la lucha revolucionaria, y serviría de punto de partida para las discusiones del Congreso del SPD de ese año, celebrado en Mannheim. En ella, Rosa Luxemburgo afirmaba: "La revolución rusa nos enseña esto: que la huelga de masas no se fabrica artificialmente, ni se decide o difunde en el éter inmaterial y abstracto, sino que es un fenómeno histórico resultante, en un momento dado, de una situación social y una necesidad histórica (...). La revolución y la huelga general son conceptos que no representan más que la forma exterior de la lucha de clases y sólo adquieren sentido y contenido cuando se refieren a situaciones políticas determinadas". Así pues, ya en esta época, anterior al estallido revolucionario de 1917, la preocupación esencial de Luxemburgo radicaba en desarrollar una estrategia que, sin apartarse del objetivo revolucionario, aligerara la inercia burocrática del partido, procurando vincular la huelga a las exigencias transformadoras de la sociedad en cada momento y dar respuesta a las necesidades concretas de la lucha de clases. Para ella, las masas obreras no constituían el objeto de la acción revolucionaria acaparada por el partido, sino su sujeto y su motor. En 1907 volvió a defender estas ideas en el Congreso Socialista Internacional de Stuttgart, donde intervino en representación de los partidos socialdemócratas ruso y polaco.
Durante los años siguientes, pese a su activa militancia social, continuó con sus estudios teóricos. En 1912 publicó La acumulación del capital, obra que para algunos pensadores socialistas constituye su principal aportación al pensamiento socialista. En ella exponía sus ideas acerca de los orígenes y la evolución histórica del sistema capitalista, centrándose particularmente en el fenómeno de la reproducción del capital y la lógica del imperialismo; atacaba nuevamente las teorías de los pensadores reformistas que, en su opinión, empujaban a la clase obrera en brazos de la burguesía, y analizaba las contradicciones del capitalismo en su fase colonialista, a las que atribuía la angustia y la inestabilidad social y política que reinaba en los años inmediatamente anteriores a la Primera Guerra Mundial.
El estallido del conflicto situó a los socialistas alemanes en una encrucijada: oponerse a la guerra y defender el ideal internacionalista, o solidarizarse con el gobierno del Segundo Reich y apoyar sus medidas de defensa nacional. Enfrentada a este dilema, Rosa Luxemburgo optó sin dudarlo por el internacionalismo y el pacifismo, poniéndose al frente de quienes defendían dentro del SPD la no participación de la clase obrera y del movimiento socialista en una guerra que consideraban imperialista. El 20 de febrero de 1914 fue arrestada por incitar a los soldados a la rebelión y sentenciada a un año de cárcel. Su postura no fue, sin embargo, la mayoritaria dentro del partido: el 4 de agosto de 1914, el grupo parlamentario socialdemócrata votó a favor de la concesión de los créditos de guerra que pedía el gobierno del Kaiser. A partir de ese momento, el grupo de oposición a la guerra liderado por Luxemburgo (desde la cárcel) y Karl Liebknecht desplegó una actividad infatigable, difundiendo cientos de miles de panfletos y octavillas que provocaron una considerable agitación popular. El 12 de octubre de 1914, en una carta dirigida al socialista suizo K. Mohr, Luxemburgo afirmaba que, en su opinión, dentro del SPD se habían definido dos bloques: por un lado, los "que, hablando con propiedad, forman parte del campo de la burguesía y constituyen como máximo un partido obrero reformista con fuerte influencia nacionalista", y, por otro, "aquellos que no quieren renunciar a la lucha de clases y al internacionalismo". Su oposición pública a la guerra le valdría nuevas condenas a prisión en 1915 y 1916. Durante el tiempo que pasó en la cárcel escribió una de sus obras más célebres: La crisis de la socialdemocracia, conocida también como Panfleto Junius. En ella explicaba que el conflicto bélico no poseía un carácter defensivo frente al zarismo ruso, sino que constituía una guerra imperialista surgida de las contradicciones y necesidades del desarrollo del capitalismo; y afirmaba: "La demencia no tendrá fin, la masacre no se detendrá hasta que los obreros de Alemania, Francia, Rusia e Inglaterra despierten de su embriaguez, se estrechen fraternalmente las manos y ahoguen el coro brutal de los agitadores belicistas y el grito de las hienas capitalistas bajo el poderoso grito del trabajador: ¡Proletarios del mundo, uníos!".
Sus críticas a la actuación del grupo parlamentario socialdemócrata provocaron una profunda crisis en el seno del SPD, dentro del cual se fue creando a lo largo de 1914 y 1915 un grupo de oposición que daría lugar a la llamada Liga Espartaquista, encabezada por la propia Luxemburgo, Karl Liebknecht y Clara Zetkin. Este grupo permaneció largo tiempo dentro del partido, pero dejó de acatar su disciplina de voto y comenzó a actuar conforme a su propio programa, publicado por Luxemburgo en enero de 1916 y conocido como Principios rectores o Directivas. En marzo de ese año se produjo la ruptura formal dentro de la fracción parlamentaria del SPD, y en enero de 1917 los espartaquistas, junto con un grupo más amplio de oposición interna, fueron expulsados del partido. Este grupo daría lugar al Partido Socialdemócrata Independiente (USPD), fundado el 6 de abril de 1917. La Liga Espartaquista se integró en él, sin perder por ello su organización, ni renunciar a su programa, y lo abandonó cuando la dirección del USPD decidió entrar a formar parte del gobierno de guerra.
En noviembre de 1918 se produjo en Alemania un auténtico estallido revolucionario, cuyo detonante fueron la insostenible situación bélica y el marasmo del gobierno del Reich. Este se mostraba incapaz de controlar las huelgas, los motines de la marina de guerra y las insurrecciones obreras que se multiplicaban por el país, dando lugar a la formación de consejos de obreros y soldados. Ante esta situación, el SPD se colocó de parte del orden establecido y exigió la convocatoria urgente de una Asamblea Constituyente que atajara la crisis. El 8 de noviembre, la presión social y la agitación que se vivía en las calles de Berlín obligaron al gobierno a poner en libertad a Rosa Luxemburgo, que de inmediato se puso al frente del movimiento revolucionario, junto con su compañero Karl Liebknecht. En un congreso celebrado entre el 29 de diciembre de 1918 y el 1 de enero de 1919, la Liga Espartaquista se convirtió en el Partido Comunista de Alemania (KPD), cuyo programa redactó Rosa Luxemburgo.
Pese a considerar la insurrección prematura y oponerse a las tácticas bolcheviques, Luxemburgo apoyó la sublevación armada y la acción de los consejos de obreros y soldados, a los que, conforme a sus teorías espontaneístas, atribuía un papel político esencial en la construcción del poder revolucionario de los trabajadores. Pero la revuelta de fines de 1918 y principios de 1919 (conocida como “Semana de Espartaco” pese a que en ella también participaron otros numerosos grupos de la izquierda radical) no fructificó, en parte debido a la desunión de sus líderes. Por un momento pareció existir la posibilidad de que Alemania se hiciese comunista, de que los Espartaquistas lograsen imponer la revolución proletaria. Pero la Junta de Gobierno Provisional socialdemócrata aplastó el levantamiento, recurriendo para ello a los oficiales del ejército desmovilizados y a los voluntarios reclutados entre los licenciados del ejército que formaban los grupos paramilitares llamados Freikorps. El 5 de enero de 1919 los Freikorps tomaron las calles de Berlín, asesinando a mil doscientas personas. Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, que se encontraban ocultos, fueron detenidos y brutalmente asesinados el 15 de enero, cuando eran trasladados a la prisión de Moabit por orden del jefe de la Junta de Gobierno, el socialdemócrata Friedrich Ebert. El cadáver de Rosa Luxemburgo fue hallado en un canal de Berlín el 31 de mayo de ese año. Cuatro días después de su asesinato se celebraron las elecciones a la Asamblea Nacional. El SPD obtuvo el 38% de los votos. Los espartaquistas tuvieron que huir o esconderse. La alianza del presidente Ebert con unos militares que despreciaban la democracia liberal y el socialismo allanaría el camino a los nazis de Hitler.
La muerte de Rosa Luxemburgo no sólo dio el golpe de gracia a la insurrección alemana de 1919, sino que además privó al socialismo internacional de uno de sus teóricos de mayor peso. Su doctrina teórica gira en torno a la cuestión de la espontaneidad en el origen de la revolución. Según ella, esta debía surgir y evolucionar como un auténtico movimiento de masas y no canalizarse a través del estrecho conducto burocrático que representaban el partido y los sindicatos. Así, frente a las ideas de Lenin, Rosa Luxemburgo afirmaba que el problema de la organización revolucionaria no debía ser asunto privativo del partido, sino resultado de la evolución interna de las masas obreras. Frente a la dictadura del proletariado postulada por Lenin, defendía un menor dirigismo y una mayor integración de las bases en el funcionamiento del partido. En su obra La Revolución Rusa (aparecida póstumamente, en 1922, y escrita en el verano de 1918, cuando su autora se hallaba en la cárcel) analizaba sus puntos de encuentro y sus divergencias con las posiciones de Lenin y el bolchevismo ruso. Por un lado, enaltecía la iniciativa revolucionaria de los bolcheviques y destacaba la importancia de la Revolución de 1917 para el movimiento obrero en todo el mundo, pero, por otra, mantenía con firmeza sus críticas a la violencia revolucionaria y a la falta de cauces democráticos del movimiento revolucionario soviético.
Por otra parte, Rosa Luxemburgo creía en un socialismo internacional alejado de particularismos y nacionalismos, en el que el proletariado tomara solidariamente el poder y acabara con el sistema capitalista mediante la revolución social. Estas posiciones teóricas, que representaron el radicalismo en el marco de la Segunda Internacional, contribuyeron, pese a la falta de sistematización de la que a menudo se acusa a su autora, a desarrollar el pensamiento marxista para adaptarlo a la situación histórica creada por la evolución del capitalismo a principios del siglo XX. Sus críticas a Karl Marx se basaron en las predicciones de éste respecto a las crisis cíclicas del capitalismo. Marx pensaba que el capitalismo, como sistema económico y político basado en el crecimiento y la búsqueda constante del beneficio, se colapsaría en algún momento por saturación. Sin embargo, a principios del siglo XX, era evidente que las crisis periódicas del capitalismo se aplazaban o solventaban sin producir convulsiones ni resquebrajaduras en el sistema. Rosa Luxemburgo encontró la explicación a este hecho en el imperialismo, pues consideraba que el crecimiento de las potencias capitalistas encontraba una vía de expansión en la creación de colonias que, al tiempo que procuraban materias primas a muy bajo coste, servían de mercado para colocar los productos manufacturados de la industria occidental. Luxemburgo fue así la primera pensadora socialista en teorizar sobre el imperialismo capitalista y sus tesis servirían posteriormente a Lenin para sistematizar la teoría comunista sobre este punto.

miércoles, 14 de enero de 2015

LEWIS CARROLL
LA CAZA DEL SNARK
Agonía en ocho cantos
DEDICATORIA

Ataviada con traje de varón, adecuado a sus varoniles
ocupaciones, esgrime con entusiasmo el azadón.
Pero le encantaría recostarse en la amistosa rodilla
y escuchar el cuento que a él le gusta contar.

Rudos espíritus abocados a vanas quimeras
e indiferentes a su impoluta vivacidad,
decidme si consideráis que he desperdiciado
horas de mi vida vacías de todo placer.

Sigue hablando, dulce niña, y rescata del tedio corazones
que sabias conversaciones no rescatan.
Feliz aquél que posee la más tierna dicha:
¡el amor de una niña!

Alejaos, apasionados pensamientos, ¡no turbéis más mi alma!
El trabajo reclama mis desveladas noches, mis afanosos días.
Mas los radiantes recuerdos de esa soleada playa
aún hechizan mi soñadora mirada.
14 DE ENERO MUERE
LEWIS CARROLL
(Charles Lutwidge Dogson; Daresbury, Reino Unido, 1832-Guildford, id., 1898) Lógico, matemático, fotógrafo y novelista británico. Tras licenciarse en el Christ Church (1854), empezó a trabajar como docente y a colaborar en revistas cómicas y literarias, adoptando el seudónimo por el que sería universalmente conocido. En 1857 obtuvo una plaza como profesor de matemáticas, y cuatro años después fue ordenado diácono.

Lewis Carroll

En 1862, en el curso de uno de sus paseos habituales con la pequeña Alice Liddell y sus dos hermanas, hijas del deán del Christ Church, les relató una historia fantástica, «Las aventuras subterráneas de Alicia». El libro se publicó en 1865, con el título de Alicia en el país de las maravillas; él mismo costeó la edición, que fue un éxito de ventas y recibió los elogios unánimes de la crítica, factores que impulsaron a Carroll a escribir una continuación, titulada A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (1871).

La peculiar combinación de fantasía, disparate y absurdo, junto a incisivas paradojas lógicas y matemáticas, permitieron que las obras se convirtieran a la vez en clásicos de la literatura infantil y en inteligentes sátiras morales, llenas de apuntes filosóficos y lógicos, aunque naturalmente para un público adulto y atento.

Por otra parte, han sido objeto de diversas especulaciones las tendencias sexuales de Carroll, sobre todo en lo referente a sus numerosas amistades con niñas, a las que gustaba de fotografiar en las poses más variadas, ataviadas con multitud de vestimentas, e incluso desnudas.


Escribió también poesía, campo en el que destaca en su producción el poema narrativo La caza del snark, plagado también de elementos fantásticos. Además de diversos textos matemáticos, fue autor de trabajos dedicados a la lógica simbólica, con el propósito explícito de popularizarla, en los cuales apunta su inclinación por explorar los límites y las contradicciones de los principios aceptados.
14 DE ENERO NACE
YUKIO MISHIMA

(Hiraoka Kimitake; Tokio, 1925 - 1970) Prolífico escritor japonés, autor de más de veinte novelas, decenas de piezas teatrales y numerosos cuentos, poemas, artículos y ensayos. Su temática audaz y descarnada, atenta a los aspectos más oscuros de las pasiones humanas, contrasta con la delicadeza y contención de su estilo. Probablemente el escritor nipón más conocido en el extranjero, trazó con doloroso detalle el desarrollo de la personalidad y el efecto devastador de las crueles paradojas de deseo y rechazo, de belleza y violencia, que la van conformando. De él dijo el galardonado Y. Kawabata: "No comprendo cómo me han dado el premio Nobel a mí existiendo Mishima. Un genio literario como el suyo lo produce la humanidad sólo cada dos o tres siglos. Tiene un don casi milagroso para las palabras".

Yukio Mishima

Nacido en una familia de burguesía media, Mishima se vanagloriaba sin embargo de pertenecer por sus antepasados a la clase de los samuráis. Criado por su abuela, realizó los estudios en Gakushüim, la escuela por tradición reservada a la nobleza. Escribió su primer cuento a los trece años y a los dieciséis su primer libro de relatos, que coincidió con su ingreso en la Facultad de Derecho. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó en una fábrica aeronáutica, tras ser desestimado como piloto suicida. Sobrevivir a una guerra en la que habían muerto tantos compatriotas se convirtió para él en un trauma lacerante e imborrable.

Mishima recibió el influjo del Nihon romanha, o romanticismo japonés, que poniendo énfasis en la unidad del Japón y de sus valores culturales, servía de base de apoyo a la ideología nacionalista y dominaba el mundo literario de los años de la guerra. Sin embargo, también la literatura occidental moderna fue para Mishima objeto de destacado interés y de atenta lectura. Su primer trabajo extenso, El bosque en flor, fue publicado en 1941. Una característica de esta obra, como de El cigarrillo (1946), Ladrones (1946-48) y de otras que escribió en el período de la Segunda Guerra Mundial y en los años inmediatamente subsiguientes, es el total alejamiento de la trágica realidad de la guerra y de la derrota.

Tras obtener el doctorado en Derecho en 1947, fue encargado del Ministerio de Finanzas, pero tras un breve tiempo abandonó el empleo para dedicarse por entero a la actividad literaria. En junio de 1949 publicó Confesiones de una máscara, obra que cosechó un inmediato éxito y que supuso su definitiva consagración en el mundo literario. Aunque en general se acogió la novela con un juicio favorable, algunos críticos mostraron perplejidad y reservas frente a la particularidad del tema (la confesión por parte del protagonista de su homosexualidad) que ciertamente representaba una novedad en la literatura japonesa. Confesiones de una máscara es la historia del itinerario interior del protagonista a través de los recuerdos de la primera infancia hasta las fantasías de la adolescencia, y del lento y aceptado proceso de toma de conciencia de su diferencia y de la incapacidad, experimentada hasta el límite, de amar al sexo opuesto.


Mishima buscó a menudo en la literatura clásica japonesa una fuente de inspiración: prueba de ello es la recreación en clave moderna de algunos dramas No en su Colección de cinco No modernos (1956), pero se sintió también atraído por los valores estéticos del clasicismo occidental. El pabellón de oro (1956) fue su obra de mayor éxito en los años cincuenta. Se trata del retrato de un joven monje fascinado y al mismo tiempo oprimido por la belleza de un famoso templo budista. En 1958, a su vuelta de un viaje a los Estados Unidos, Mishima se casó con la hija de un conocido pintor. La publicación en 1959 de la larga novela La casa de Kyoko no recibió los favores de la crítica.

En los años sesenta la figura de Mishima es vista siguiendo las dos distintas pero inseparables facetas de su personalidad. El Mishima hombre de acción encontró su soporte teórico en la idea de que la verdad puede ser alcanzada sólo a través de un proceso intuitivo en el que pensamiento y acción no son dos modalidades distintas. Encontró la ejemplificación de ello y la summa de los más auténticos valores nipones en la ética de los samuráis. Fascinado por la ideología transmitida de los guerreros escribió El camino del samurai. En defensa de la cultura (1968). Mishima se hace portavoz de la necesidad de restaurar los valores de la cultura prebélica y militarista.

La obsesión por la decadencia física y una concepción esteticista y masoquista del heroísmo le impulsaron a practicar halterofilia y artes marciales, y a llevar una vida turbulenta, signada por las actitudes retóricas y las posturas extremas. Era un maestro de la representación: actor de teatro, espadachín ritual, modelo de fotografías de simbología inquietante, adalid de una misoginia espartana. Desde 1955 Mishima había emprendido un intenso programa de actividad física que comprendía, además del body building, la práctica de las artes marciales. El paso siguiente fue el inicio del adiestramiento militar en la base de Sietai, junto con un grupo de estudiantes universitarios.

Fotograma del filme biográfico Mishima (1984),
de Paul Schader

Sin embargo, jamás descuidó su ingente producción literaria. Tras la posguerra publicaría un gran número de novelas, entre las que destacan, junto a las ya citadas, El color prohibido (1951), La muerte de la mitad del verano (1953), La voz de la onda (1954), El sabor de la gloria (1963) y Sed de amor (1964). Después del banquete (1960) fue una de sus novelas de más éxito. Poco tiempo después escribió Patriotismo (1961) y Muerte en la tarde y otros cuentos (1971), recopilación de relatos breves muy representativos de su romántica nostalgia por una época en la que todavía se podía morir en nombre de nobles ideales. Entre su producción teatral de estos años cabe destacar Madame de Sade (1965) y Mi amigo Hitler (1968).

Su obra cumbre es, no obstante, la tetralogía El mar de la fertilidad, compuesta por las novelas Nieve de primavera (1966), Caballos desbocados (1968), El templo de la aurora (1970) y La corrupción de un ángel, completada esta última el mismo día de su muerte. Cada una corresponde a una reencarnación distinta del mismo ser: primero es un joven aristócrata, luego un fanático político de los años treinta, una princesa thai antes y después de la guerra y por fin un perverso huérfano de la década del sesenta.

El tema central en esta singular obra es la crítica a la sociedad nipona por la pérdida de los valores tradicionales; en resumen: una historia épica del "país del sol naciente" moderno. A Yukio Mishima le preocupaba la creciente occidentalización de su país y analizaba la transformación del Japón desde una perspectiva pesimista y crítica; para él esta metamorfosis resultaría estéril en el futuro de un país dueño de tantas y tan sabias tradiciones. Sus héroes son jóvenes rebeldes aspirantes a una pureza utópica. El autor recrea los rituales de la vida y de la muerte, de la transmigración y la purificación del alma, tan presentes en años de tradición japonesa.

La última novela de esta novedosa tetralogía, La corrupción de un ángel, terminada prácticamente el día del suicidio de su autor, se centra en la transformación hacia el individualismo de Toru, un joven imperturbable, prototipo de belleza masculina. Una evolución-involución, que a Toru le lleva a lograr una sublimación tal que es capaz de destruir su propia personalidad. Esta obra personal de notable belleza literaria, sin precedentes en la literatura moderna japonesa, contiene e invoca el sentido que para Mishima guardaba el honor y el respeto a las tradiciones. Su compromiso con la literatura y la cultura lo llevaba a rebelarse contra una sociedad sumida en el vacío espiritual y la decadencia moral.

En 1968 fundó con un grupo de amigos la Sociedad de los Escudos, una organización paramilitar de jóvenes que, desencantados con la debilidad de las instituciones imperiales y la obsecuencia constitucional del ejército, propiciaban un resurgimiento del Bushido, el tradicional código de honor samurai. Dos años más tarde, ocupó con su grupo, aunque sin uso de armas, la sede del estado mayor nipón en un intento de forzar la recuperación de los ideales heroicos de preguerra. El 25 de noviembre de 1970, ante el fracaso de su acción, se suicidó mediante el rito del seppuku al grito de "Larga vida al emperador".

martes, 13 de enero de 2015

ROBERTO JUARROZ
POESÍA VERTICAL
[1958]
1
Una red de mirada
mantiene unido al mundo
no lo deja caerse.
Y aunque yo no sepa qué pasa con los ciegos,
mis ojos van a apoyarse en una espalda
que puede ser de dios.
Sin embargo,
ellos buscan otra red, otro hilo
que anda cerrando ojos con un traje prestado
y descuelga una lluvia ya sin suelo ni cielo.
Mis ojos buscan eso
que nos hace sacarnos los zapatos
para ver si hay algo más sosteniéndonos debajo
o inventar un pájaro
para averiguar si existe el aire
o crear un mundo
para saber si hay dios
o ponernos el sombrero
para comprobar que existimos.
,
HORACIO QUIROGA
LA GALLINA DEGOLLADA

Todo el día, sentados en el patio, en un banco estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos, y volvían la cabeza con la boca abierta.

El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.

Otra veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.

El mayor tenía doce años y el menor, ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.

Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo. ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?

Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció bella y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesional que está visiblemente buscando las causas del mal en las enfermedades de los padres.

Después de algunos días los miembros paralizados recobraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se habían ido del todo; había quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.

—¡Hijo, mi hijo querido! —sollozaba ésta, sobre aquella espantosa ruina de su primogénito.

El padre, desolado, acompañó al médico afuera.

—A usted se le puede decir: creo que es un caso perdido. Podrá mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.

—¡Sí!... ¡Sí! —asentía Mazzini—. Pero dígame: ¿Usted cree que es herencia, que...?

—En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar detenidamente.

Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.

Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació éste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente el segundo hijo amanecía idiota.

Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. ¡Luego su sangre, su amor estaban malditos! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no pedían más belleza e inteligencia como en el primogénito; ¡pero un hijo, un hijo como todos!

Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.

Mas por encima de su inmensa amargura quedaba a Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo, abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse sólo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada más.

Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora descendencia. Pero pasados tres años desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.

No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba en razón de su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese momento cada cual había tomado sobre sí la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias que habían nacido de ellos echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.

Iniciáronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a más del insulto había la insidia, la atmósfera se cargaba.

—Me parece —díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos—que podrías tener más limpios a los muchachos.

Berta continuó leyendo como si no hubiera oído.

—Es la primera vez —repuso al rato— que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.

Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:

—De nuestros hijos, ¿me parece?

—Bueno, de nuestros hijos. ¿Te gusta así? —alzó ella los ojos.

Esta vez Mazzini se expresó claramente:

—¿Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?

—¡Ah, no! —se sonrió Berta, muy pálida— ¡pero yo tampoco, supongo!... ¡No faltaba más!... —murmuró.

—¿Qué no faltaba más?

—¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería decir.

Su marido la miró un momento, con brutal deseo de insultarla.

—¡Dejemos! —articuló, secándose por fin las manos.

—Como quieras; pero si quieres decir...

—¡Berta!

—¡Como quieras!

Éste fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las inevitables reconciliaciones, sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.

Nació así una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando siempre otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieron en ella toda su complaciencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mimo y la mala crianza.

Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que la hubieran obligado a cometer. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo mismo. No por eso la paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de su descendencia podrida. Habían acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no quedara distendido, y al menor contacto el veneno se vertía afuera. Desde el primer disgusto emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona. Antes se contenían por la mutua falta de éxito; ahora que éste había llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro engendros que el otro habíale forzado a crear.

Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca. Pasaban todo el día sentados frente al cerco, abandonados de toda remota caricia. De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura tuvo algún escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota, tornó a reabrir la eterna llaga.

Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue, como casi siempre, los fuertes pasos de Mazzini.

—¡Mi Dios! ¿No puedes caminar más despacio? ¿Cuántas veces...?

—Bueno, es que me olvido; ¡se acabó! No lo hago a propósito.

Ella se sonrió, desdeñosa: —¡No, no te creo tanto!

—Ni yo jamás te hubiera creído tanto a ti... ¡tisiquilla!

—¡Qué! ¿Qué dijiste?...

—¡Nada!

—¡Sí, te oí algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a tener un padre como el que has tenido tú!

Mazzini se puso pálido.

—¡Al fin! —murmuró con los dientes apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías!

—¡Sí, víbora, sí! Pero yo he tenido padres sanos, ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Esos son hijos tuyos, los cuatro tuyos!

Mazzini explotó a su vez.

—¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón picado, víbora!

Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita selló instantáneamente sus bocas. A la una de la mañana la ligera indigestión había desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto infames fueran los agravios.

Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba escupió sangre. Las emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra.

A las diez decidieron salir, después de almorzar. Como apenas tenían tiempo, ordenaron a la sirvienta que matara una gallina.

El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia (Berta había aprendido de su madre este buen modo de conservar la frescura de la carne), creyó sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación... Rojo... rojo...

—¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina.

Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni aun en esas horas de pleno perdón, olvido y felicidad reconquistada, podía evitarse esa horrible visión! Porque, naturalmente, cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritado era su humor con los monstruos.

—¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!

Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco.

Después de almorzar salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires y el matrimonio a pasear por las quintas. Al bajar el sol volvieron; pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija escapóse enseguida a casa.

Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca.

De pronto algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, quería observar por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa la cresta. Quería trepar, eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla desfondada, pero aun no alcanzaba. Recurrió entonces a un cajón de kerosene, y su instinto topográfico hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.

Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio, y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse más.

Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana mientras creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.

—¡Soltáme! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.

—¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del borde, pero sintióse arrancada y cayó.

—Mamá, ¡ay! Ma. . . —No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo.

Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz de su hija.

—Me parece que te llama—le dijo a Berta.

Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron más. Con todo, un momento después se despidieron, y mientras Berta iba dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.

—¡Bertita!

Nadie respondió.

—¡Bertita! —alzó más la voz, ya alterada.

Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló de horrible presentimiento.

—¡Mi hija, mi hija! —corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta entornada, y lanzó un grito de horror.

Berta, que ya se había lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre, oyó el grito y respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como la muerte, se interpuso, conteniéndola:

—¡No entres! ¡No entres!

Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre. Sólo pudo echar sus brazos sobre la cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.


Cuentos de amor de locura y de muerte, 1917
Anónimo chino
El asno de Kuichú

Nunca se había visto un asno en Kuichú, hasta el día en que un excéntrico, ávido de novedades, se hizo llevar uno por barco. Pero como no supo en qué utilizarlo, lo soltó en las montañas.
Un tigre, al ver a tan extraña criatura, lo tomó por una divinidad. Lo observó escondido en el bosque, hasta que se aventuró a abandonar la selva, manteniendo siempre una prudente distancia.
Un día el asno rebuznó largamente y el tigre echó a correr con miedo. Pero se volvió y pensó que, pese a todo, esa divinidad no debía de ser tan terrible. Ya acostumbrado al rebuzno del asno, se le fue acercando, pero sin arriesgarse más de la cuenta.
Cuando ya le tomó confianza, comenzó a tomarse algunas libertades, rozándolo, dándole algún empujón, molestándolo a cada momento, hasta que el asno, furioso, le propinó una patada. "Así que es esto lo que sabe hacer", se dijo el tigre. Y saltando sobre el asno lo destrozó y devoró.
¡Pobre asno! Parecía poderoso por su tamaño, y temible por sus rebuznos. Si no hubiese mostrado todo su talento con la coz, el tigre feroz nunca se hubiera atrevido a atacarlo. Pero con su patada el asno firmó su sentencia de muerte.
FIN

ROBERTO ARLT AGUAFUERTES PORTEÑAS YO NO TENGO LA CULPA

     ROBERTO ARLT        AGUAFUERTES PORTEÑAS     YO NO TENGO LA CULPA   Yo siempre que me ocupo de cartas de lectores, suelo admitir que se...