jueves, 2 de abril de 2015

2 DE ABRIL DE 1840 NACE: ÉMILE ZOLA

2 DE ABRIL DE 1840 NACE:
ÉMILE ZOLA

(París, 1840 - 1902) Novelista francés, principal figura del naturalismo literario. Hijo de Francesco Zola, ingeniero emigrante italiano, y de Émilie Aubert, proveniente de la pequeña burguesía francesa, pasó su infancia en Aix-en-Provence y estudió en el colegio Bourbon. Fue compañero de Paul Cézanne, con quien mantuvo una sólida amistad, y tomó contacto con la literatura romántica, especialmente con la narrativa de Victor Hugo y la poesía de A. De Musset, su favorito.
Al morir su padre en 1847, se trasladó a París junto a su madre y continuó sus estudios en el instituto Saint-Louis. Tras fracasar en su examen de graduación, en 1859 consiguió un empleo administrativo en una oficina de Aduanas y en 1862 empezó a trabajar para el departamento de publicidad de la editorial Hachette. Se interesó por la poesía y el teatro, y colaboró para periódicos como Le Figaro, Le Petit Journal y Le Salut Public.
Sus primeros libros publicados fueron un conjunto de relatos titulados Cuentos a Ninon (1864), y una novela autobiográfica con influencia del romanticismo, La confesión de Claude (1865). Escribió dos obras de teatro que no fueron representadas, La fea (1865) y Magdalena (1865), y en 1866 fue despedido de Hachette. Comenzó a trabajar como cronista literario y artístico en el periódico L'Événement, y publicó los trabajos de crítica pictórica Mis odios (1866) y Mi salón (1866), donde hizo una enérgica defensa de Manet, cuestionado en esa época por los sectores académicos.
A partir de ese momento se dedicó por completo a escribir, se alejó paulatinamente del romanticismo y sintió afinidad con el movimiento realista y el positivismo. Aplicó su experiencia periodística en Los misterios de Marsella (1867), una novela folletinesca, y publicó su primera obra importante, Teresa Raquin (1867), con la que ganó cierto prestigio en el ambiente literario.
Con la novela Madeleine Férat (1868) fue consolidando su estilo, y la lectura de Introducción a la medicina experimental, de Claude Bernard, lo inspiró para concebir un conjunto de novelas escritas "con rigor científico", donde quería relatar la historia natural de varias generaciones de una familia bajo el Segundo Imperio.
Así nació la monumental serie Los Rougon-Macquart, integrada por La fortuna de los Rougon (1871), La ralea (1871), El vientre de París (1873), La conquista de Plassans (1874), La caída del Abate Mouret (1875), Su excelencia Eugène Rougon (1876), La taberna (1877), Una página de amor (1878), Naná (1879), Lo que se gasta (1882), El paraíso de las damas (1883), La alegría de vivir (1884), Germinal (1885), La obra (1886), La tierra (1887), El sueño (1888), La bestia humana (1890), El dinero (1891), La derrota (1892), y El Doctor Pascal (1893).
En los treinta y un volúmenes que comprenden las veinte novelas trazó la genealogía de más de doscientos personajes y sus textos fueron tan elogiados como criticados. Recibió duros cuestionamientos por parte de escritores católicos como M. Barrès, L. Bloy y B. d'Aurevilly que veían en el carácter positivista de su obra signos de decadencia, dogmatismo y una "absoluta carencia de espiritualidad".
Su obra ensayística comprende volúmenes teóricos sobre el naturalismo, como La novela experimental (1880), El naturalismo en el teatro (1881), Nuestros autores dramáticos (1881), Los novelistas naturalistas (1881), Documentos literarios (1881), y Una campaña (1882); así como textos de crítica y polémica, entre los que destacan Viaje de vuelta (1892), Nueva campaña (1897), y fundamentalmente ¡Yo acuso! (1898), un extenso artículo dirigido al Jefe de Estado francés y publicado originalmente en el periódico L'Aurore, donde defendió la inocencia del capitán de origen judío A. Dreyfus, acusado de alta traición a la patria por los militares antisemitas.
El efecto causado por su participación en el Caso Dreyfus lo posicionó como líder de las fuerzas progresistas (republicanos y socialistas) que reclamaron al gobierno derechista la defensa de los derechos humanos en la República. El gobierno, apoyado por los partidos conservadores, el ejército nacionalista y la Iglesia Católica, lo acusó por injurias y lo persiguió, por lo que se exilió en Inglaterra hasta que se demostró la inocencia definitiva de Dreyfus y el complot militar.
En 1899 volvió a París y pudo ver indultado a Dreyfus, y el 29 de septiembre de 1902 murió asfixiado por la defectuosa combustión de una chimenea, hecho que suscitó muchas sospechas dadas las reiteradas amenazas de muerte que había recibido.
Su influencia sobre las generaciones posteriores de escritores no fue sólo literaria, ya que su actitud de involucrarse tanto en la literatura como en la realidad social se transformó en un paradigma del escritor comprometido y dominó la escena cultural de occidente hasta la década de los 70. También es autor de las series Las tres ciudades, compuesta por Lourdes (1894), Roma (1896) y París (1898), y Los cuatro evangelios, integrada por Fecundidad (1899), Trabajo (1901), Verdad (póstuma, 1903) y Justicia (inacabada).
HANS CHRISTIAN ANDERSEN

El soldadito de plomo

Había una vez veinticinco soldaditos de plomo, hermanos todos, ya que los habían
fundido en la misma vieja cuchara. Fusil al hombro y la mirada al frente, así era como
estaban, con sus espléndidas guerreras rojas y sus pantalones azules. Lo primero que
oyeron en su vida, cuando se levantó la tapa de la caja en que venían, fue: "¡Soldaditos
de plomo!" Había sido un niño pequeño quien gritó esto, batiendo palmas, pues eran su
regalo de cumpleaños. Enseguida los puso en fila sobre la mesa.
Cada soldadito era la viva imagen de los otros, con excepción de uno que mostraba una
pequeña diferencia. Tenía una sola pierna, pues al fundirlos, había sido el último y el
plomo no alcanzó para terminarlo. Así y todo, allí estaba él, tan firme sobre su única
pierna como los otros sobre las dos. Y es de este soldadito de quien vamos a contar la
historia.
En la mesa donde el niño los acababa de alinear había otros muchos juguetes, pero el
que más interés despertaba era un espléndido castillo de papel. Por sus diminutas
ventanas podían verse los salones que tenía en su interior. Al frente había unos arbolitos
que rodeaban un pequeño espejo. Este espejo hacía las veces de lago, en el que se
reflejaban, nadando, unos blancos cisnes de cera. El conjunto resultaba muy hermoso,
pero lo más bonito de todo era una damisela que estaba de pie a la puerta del castillo.
Ella también estaba hecha de papel, vestida con un vestido de clara y vaporosa
muselina, con una estrecha cinta azul anudada sobre el hombro, a manera de banda, en
la que lucía una brillante lentejuela tan grande como su cara. La damisela tenía los dos
brazos en alto, pues han de saber ustedes que era bailarina, y había alzado tanto una de
sus piernas que el soldadito de plomo no podía ver dónde estaba, y creyó que, como él,
sólo tenía una.
“Ésta es la mujer que me conviene para esposa”, se dijo. “¡Pero qué fina es; si hasta
vive en un castillo! Yo, en cambio, sólo tengo una caja de cartón en la que ya habitamos
veinticinco: no es un lugar propio para ella. De todos modos, pase lo que pase trataré de
conocerla.”
Y se acostó cuan largo era detrás de una caja de tabaco que estaba sobre la mesa. Desde
allí podía mirar a la elegante damisela, que seguía parada sobre una sola pierna sin
perder el equilibrio.
Ya avanzada la noche, a los otros soldaditos de plomo los recogieron en su caja y toda
la gente de la casa se fue a dormir. A esa hora, los juguetes comenzaron sus juegos,
recibiendo visitas, peleándose y bailando. Los soldaditos de plomo, que también querían
participar de aquel alboroto, se esforzaron ruidosamente dentro de su caja, pero no
consiguieron levantar la tapa. Los cascanueces daban saltos mortales, y la tiza se
divertía escribiendo bromas en la pizarra. Tanto ruido hicieron los juguetes, que el
canario se despertó y contribuyó al escándalo con unos trinos en verso. Los únicos que
ni pestañearon siquiera fueron el soldadito de plomo y la bailarina. Ella permanecía
erguida sobre la punta del pie, con los dos brazos al aire; él no estaba menos firme sobre
su única pierna, y sin apartar un solo instante de ella sus ojos.
De pronto el reloj dio las doce campanadas de la medianoche y -¡crac!- se abrió la tapa
de la caja de rapé... Mas, ¿creen ustedes que contenía tabaco? No, lo que allí había era
un duende negro, algo así como un muñeco de resorte.
-¡Soldadito de plomo! -gritó el duende-. ¿Quieres hacerme el favor de no mirar más a la
bailarina?
Pero el soldadito se hizo el sordo.
-Está bien, espera a mañana y verás -dijo el duende negro.
Al otro día, cuando los niños se levantaron, alguien puso al soldadito de plomo en la
ventana; y ya fuese obra del duende o de la corriente de aire, la ventana se abrió de
repente y el soldadito se precipitó de cabeza desde el tercer piso. Fue una caída terrible.
Quedó con su única pierna en alto, descansando sobre el casco y con la bayoneta
clavada entre dos adoquines de la calle.
La sirvienta y el niño bajaron apresuradamente a buscarlo; pero aun cuando faltó poco
para que lo aplastasen, no pudieron encontrarlo. Si el soldadito hubiera gritado: "¡Aquí
estoy!", lo habrían visto. Pero él creyó que no estaba bien dar gritos, porque vestía
uniforme militar.
Luego empezó a llover, cada vez más y más fuerte, hasta que la lluvia se convirtió en un
aguacero torrencial. Cuando escampó, pasaron dos muchachos por la calle.
-¡Qué suerte! -exclamó uno-. ¡Aquí hay un soldadito de plomo! Vamos a hacerlo
navegar.
Y construyendo un barco con un periódico, colocaron al soldadito en el centro, y allá se
fue por el agua de la cuneta abajo, mientras los dos muchachos corrían a su lado dando
palmadas. ¡Santo cielo, cómo se arremolinaban las olas en la cuneta y qué corriente tan
fuerte había! Bueno, después de todo ya le había caído un buen remojón. El barquito de
papel saltaba arriba y abajo y, a veces, giraba con tanta rapidez que el soldadito sentía
vértigos. Pero continuaba firme y sin mover un músculo, mirando hacia adelante,
siempre con el fusil al hombro.
De buenas a primeras el barquichuelo se adentró por una ancha alcantarilla, tan oscura
como su propia caja de cartón.
"Me gustaría saber adónde iré a parar”, pensó. “Apostaría a que el duende tiene la culpa.
Si al menos la pequeña bailarina estuviera aquí en el bote conmigo, no me importaría
que esto fuese dos veces más oscuro."
Precisamente en ese momento apareció una enorme rata que vivía en el túnel de la
alcantarilla.
-¿Dónde está tu pasaporte? -preguntó la rata-. ¡A ver, enséñame tu pasaporte!
Pero el soldadito de plomo no respondió una palabra, sino que apretó su fusil con más
fuerza que nunca. El barco se precipitó adelante, perseguido de cerca por la rata. ¡Ah!
Había que ver cómo rechinaba los dientes y cómo les gritaba a las estaquitas y pajas que
pasaban por allí.
-¡Deténgalo! ¡Deténgalo! ¡No ha pagado el peaje! ¡No ha enseñado el pasaporte!
La corriente se hacía más fuerte y más fuerte y el soldadito de plomo podía ya percibir
la luz del día allá, en el sitio donde acababa el túnel. Pero a la vez escuchó un sonido
atronador, capaz de desanimar al más valiente de los hombres. ¡Imagínense ustedes!
Justamente donde terminaba la alcantarilla, el agua se precipitaba en un inmenso canal.
Aquello era tan peligroso para el soldadito de plomo como para nosotros el arriesgarnos
en un bote por una gigantesca catarata.
Por entonces estaba ya tan cerca, que no logró detenerse, y el barco se abalanzó al canal.
El pobre soldadito de plomo se mantuvo tan derecho como pudo; nadie diría nunca de él
que había pestañeado siquiera. El barco dio dos o tres vueltas y se llenó de agua hasta
los bordes; se hallaba a punto de zozobrar. El soldadito tenía ya el agua al cuello; el
barquito se hundía más y más; el papel, de tan empapado, comenzaba a deshacerse. El
agua se iba cerrando sobre la cabeza del soldadito de plomo… Y éste pensó en la linda
bailarina, a la que no vería más, y una antigua canción resonó en sus oídos:
¡Adelante, guerrero valiente!
¡Adelante, te aguarda la muerte!
En ese momento el papel acabó de deshacerse en pedazos y el soldadito se hundió, sólo
para que al instante un gran pez se lo tragara. ¡Oh, y qué oscuridad había allí dentro! Era
peor aún que el túnel, y terriblemente incómodo por lo estrecho. Pero el soldadito de
plomo se mantuvo firme, siempre con su fusil al hombro, aunque estaba tendido cuan
largo era.
Súbitamente el pez se agitó, haciendo las más extrañas contorsiones y dando unas
vueltas terribles. Por fin quedó inmóvil. Al poco rato, un haz de luz que parecía un
relámpago lo atravesó todo; brilló de nuevo la luz del día y se oyó que alguien gritaba:
-¡Un soldadito de plomo!
El pez había sido pescado, llevado al mercado y vendido, y se encontraba ahora en la
cocina, donde la sirvienta lo había abierto con un cuchillo. Cogió con dos dedos al
soldadito por la cintura y lo condujo a la sala, donde todo el mundo quería ver a aquel
hombre extraordinario que se dedicaba a viajar dentro de un pez. Pero el soldadito no le
daba la menor importancia a todo aquello.
Lo colocaron sobre la mesa y allí… en fin, ¡cuántas cosas maravillosas pueden ocurrir
en esta vida! El soldadito de plomo se encontró en el mismo salón donde había estado
antes. Allí estaban todos: los mismos niños, los mismos juguetes sobre la mesa y el
mismo hermoso castillo con la linda y pequeña bailarina, que permanecía aún sobre una
sola pierna y mantenía la otra extendida, muy alto, en los aires, pues ella había sido tan
firme como él. Esto conmovió tanto al soldadito, que estuvo a punto de llorar lágrimas
de plomo, pero no lo hizo porque no habría estado bien que un soldado llorase. La
contempló y ella le devolvió la mirada; pero ninguno dijo una palabra.
De pronto, uno de los niños agarró al soldadito de plomo y lo arrojó de cabeza a la
chimenea. No tuvo motivo alguno para hacerlo; era, por supuesto, aquel muñeco de
resorte el que lo había movido a ello.
El soldadito se halló en medio de intensos resplandores. Sintió un calor terrible, aunque
no supo si era a causa del fuego o del amor. Había perdido todos sus brillantes colores,
sin que nadie pudiese afirmar si a consecuencia del viaje o de sus sufrimientos. Miró a
la bailarina, lo miró ella, y el soldadito sintió que se derretía, pero continuó impávido
con su fusil al hombro. Se abrió una puerta y la corriente de aire se apoderó de la
bailarina, que voló como una sílfide hasta la chimenea y fue a caer junto al soldadito de
plomo, donde ardió en una repentina llamarada y desapareció. Poco después el soldadito
se acabó de derretir. Cuando a la mañana siguiente la sirvienta removió las cenizas lo
encontró en forma de un pequeño corazón de plomo; pero de la bailarina no había
quedado sino su lentejuela, y ésta era ahora negra como el carbón.

2 DE ABRIL DE 1805 NACE: HANS CHRISTIAN ANDERSEN

2 DE ABRIL DE 1805 NACE:

HANS CHRISTIAN ANDERSEN

(Odense, Dinamarca, 1805 - Copenhague, 1875) Poeta y escritor danés. El más célebre de los escritores románticos daneses fue hombre de origen humilde y formación esencialmente autodidacta, en quien influyeron poderosamente las lecturas de Goethe, Schiller y E.T.A. Hoffmann.
Hijo de un zapatero de Odense, su padre murió cuando él contaba sólo once años, por lo que no pudo completar sus estudios. En 1819, a los catorce años, Hans Christian Andersen viajó a Copenhague en pos del sueño de triunfar como dramaturgo. La crisis que vivía el reino a raíz de las duras condiciones del tratado de paz de Kiel y su escasa formación intelectual obstaculizaron seriamente su propósito.
Sin embargo, con la ayuda de personas adineradas, logró estudiar, y en 1828 obtuvo el título de bachiller. Un año antes se había dado a conocer con su poema El niño moribundo, que reflejaba el tono romántico de los grandes poetas de la época, en especial los alemanes. En esta misma línea se desarrollaron su producción poética y sus epigramas, en los que prevalecía la exaltación sentimental y patriótica.
El escaso éxito de sus obras teatrales y su insaciable curiosidad lo impulsaron a viajar por diversos países, entre ellos Alemania, Francia, Italia, Grecia, Turquía, Suecia, España y el Reino Unido, y a anotar sus impresiones en interesantes cuadernos y libros de viaje (En SueciaEn España).
En 1835, ya de regreso en su país, alcanzó cierta fama con la publicación de su novela El improvisador, a la que siguieron en los años siguientes O.T. y Tan sólo un violinista, entre otras, piezas teatrales como El mulato y una autobiografía, La verdadera historia de mi vida.
Durante su estancia en el Reino Unido, Andersen entabló amistad con Charles Dickens, cuyo poderoso realismo, al parecer, fue uno de los factores que le ayudaron a encontrar el equilibrio entre realidad y fantasía, en un estilo que tuvo su más lograda expresión en una larga serie de cuentos. Inspirándose en tradiciones populares y narraciones mitológicas extraídas de fuentes alemanas y griegas, así como de experiencias particulares, entre 1835 y 1872 escribió 168 cuentos protagonizados por personajes de la vida diaria, héroes míticos, animales y objetos animados.
Dirigidas en principio al público infantil, aunque admiten sin duda la lectura a otros niveles, los cuentos de Andersen se desarrollan en un escenario donde la fantasía forma parte natural de la realidad y las peripecias del mundo se reflejan en historias que, no exentas de un peculiar sentido del humor, tratan de los sentimientos y el espíritu humanos.
En la línea de autores como Charles Perrault y los hermanos Grimm, el escritor danés identificó sus personajes con valores, vicios y virtudes para, valiéndose de elementos fabulosos, reales y autobiográficos, como en el cuento El patito feo, describir la eterna lucha entre el bien y el mal y dar fe del imperio de la justicia, de la supremacía del amor sobre el odio y de la persuasión sobre la fuerza; en sus relatos, los personajes más desvalidos se someten pacientemente a su destino hasta que el cielo, en forma de héroe, hada madrina u otro ser fabuloso, acude en su ayuda y la virtud es premiada.
La maestría y la sencillez expositiva logradas por Andersen en sus cuentos no sólo contribuyeron a la rápida popularización de éstos, sino que consagraron a su autor como uno de los grandes genios de la literatura universal.

miércoles, 1 de abril de 2015

1 DE ABRIL DE 1929 NACE :
MILAN KUNDERA

(Brno, actual República Checa, 1929) Escritor checo nacionalizado francés de amplísima proyección y fama internacional. Tras la invasión rusa de 1968 perdió su puesto de profesor en el Instituto Cinematográfico de Praga, sus libros fueron retirados de la circulación y tuvo que exiliarse en Francia. Después de su primera novela, El libro de los amores ridículos (1968), publicó La broma (1968), La insoportable levedad del ser (1984) y La inmortalidad (1990), entre otras. Ha escrito también una obra de teatro, Jacques y su amo (1971), y algunos ensayos. Sus novelas se sitúan a medio camino entre la ficción y el ensayo, y hacen uso frecuente de la ironía, la presencia de diversas voces narrativas, la confusión entre elementos reales y ficticios y la digresión. En ellas el autor se enfrenta a sus propios fantasmas personales, el totalitarismo y el exilio, al tiempo que ahonda en los grandes temas de la libertad y la eticidad desde un profundo desengaño, a veces difícil de percibir tras su estilo aparentemente ligero y amable.
Hijo del pianista Ludvik Kundera, las vicisitudes políticas marcaron su juventud, obligándole a interrumpir sus estudios o su labor docente. Tras perder su trabajo en el Instituto Cinematográfico de Praga, fue desde 1975 profesor visitante en la Universidad de Rennes; en 1979 fue privado de la ciudadanía checa y se estableció en Francia. Adoptó la nacionalidad francesa en 1981 y, entre 1985 y 1987, revisó personalmente una traducción integral de su obra novelística al francés; a excepción de las iniciales, la mayor parte de sus obras aparecieron primero en francés y luego en checo. Después de unos inicios poéticos caracterizados por la adhesión, en algunos casos polémica, a los sueños de la nueva generación comunista de después del 48 (El hombre, amplio jardín, 1953, y El último mayo, 1955, reelaboración de un episodio de Reportaje al pie de la horca de J. Fucik), se orientó definitivamente hacia la narrativa.
Toda su producción ulterior no fue sino una sistemática desmitificación de los mitos de su generación y de la izquierda checa y europea en general, operada valiéndose de las más refinadas técnicas que la evolución de la novela ponía a su disposición (polifonía, alternancia de narradores, cruce de crónica y disertación filosófica), insertadas en un discurso musical con variaciones sobre el tema, recurrencia de un mismo motivo, contrapuntos de motivos distintos, en un continuo fluctuar entre la realidad física de los hechos y la realidad ficticia de los personajes, entre historia y novela.
El primero en ser atacado por Kundera fue el mito del amor, que zahiere en su libro de relatos El libro de los amores ridículos, aparecido en tres entregas (1963, 1965 y 1968). Luego fue el sueño comunista de 1948 (La broma, 1967) y el fracaso del programa revolucionario de las vanguardias históricas (La vida está en otra parte, 1979). La broma anticipó ya algunos rasgos característicos de su obra, como la integración de largos pasajes ensayísticos, y su peculiar concepto de lo grotesco. Después de La despedida (1979), cuya aparente ligereza proviene de la rigurosa construcción teatral y de la precisión del microdrama de una muerte "por equivocación", las novelas siguientes serán todas concebidas y escritas en el extranjero.
Tras volver nuevamente, con las siete variaciones de El libro de la risa y el olvido (1981), al tema de la ironía y de la desesperación de la memoria (histórica), abordando directamente y con agudo sarcasmo la realidad checa, Milan Kundera añadió con La insoportable levedad del ser (1984) un nuevo fragmento a su coherente obra de desmitificación que, ironizando esta vez sobre los esfuerzos revolucionarios de la izquierda occidental y volviendo al sueño de la Gran Marcha que había estado en la base de su poesía, constituye en la evolución de Kundera la novela de las ilusiones totalmente perdidas.
La insoportable levedad del ser es un intento de novela total, que repasa, a través de la vida de dos parejas, toda la historia reciente de Checoslovaquia y plantea sus permanentes interrogantes existenciales. El cirujano Tomas, muy mujeriego y que disfruta de una prestigiosa carrera en el extranjero, conoce un día a su compatriota Tereza, una frágil muchacha que acaba transformando su vida. Tomas la sigue a su país de origen, Checoslovaquia, regido por la dictadura comunista; el cirujano es objeto de depuración política y acaba en una granja estatal. Allí muere en accidente en compañía de Tereza. La narración pasa revista a otros personajes, como la pintora Sabina, abrumada por las rígidas directrices del arte oficial, el realismo socialista, lo que la lleva a una existencia vacua, sin raíces, desleal para con todos; o Franz, amante de la anterior, inestable, en una perpetua búsqueda de una vida que valga la pena ser vivida.
Entre sus novelas posteriores hay que destacar La lentitud (1994), La identidad (1998) y La ignorancia (2000). Ha publicado también los ensayos literarios El arte de la novela (1986), que reúne textos escritos en distintas circunstancias y donde expone su concepción personal de la novela europea, y Los testamentos traicionados (1993). Como dramaturgo, obtuvo reconocimiento con Los propietarios de las llaves (1962), aunque el autor personalmente prefiera Jacques y su amo (1975).
1 DE ABRIL DE 1868 NACE :
EDMOND ROSTAND

(Marsella, 1868 - París, 1918) Autor dramático francés, recordado especialmente como autor de Cyrano de Bergerac. Escribió habitualmente para la actriz Sarah Bernhardt y se le dio el sobrenombre de "rey de la Belle Époque". Siguió estudios de derecho y al mismo tiempo escribió una obra, Le Gant rouge (1888), así como un cierto número de poesías, sin ningún éxito.


No ejerció nunca la abogacía y se consagró por completo a los trabajos literarios. En 1890 publicó un volumen de poemas: Les Musardises. Otra obra de 1891, Les Deux Pierrots, tuvo tan poca aceptación como la anterior. Pero su comedia en verso Los noveleros, representada en 1894 en la Comédie Française, fue muy aplaudida. A continuación escribió dos piezas para Sarah Bernhardt: La princesa lejana, representada en 1895, y La Samaritana, en 1897.
En diciembre de ese mismo año se representó otra creación suya, Cyrano de Bergerac, inspirada en el precursor de la ciencia-ficción, al que convirtió en un espadachín generoso, dotado de una monstruosa nariz, que fue un triunfo de una repercusión raramente igualada en los anales del teatro. Este drama en verso, ambientado en la Francia del siglo XVII, presenta al poeta y espadachín que da título a la obra secretamente enamorado de su bella prima Roxana. Cyrano no se atreve a declararle su pasión por temor a ser rechazado a causa de su fealdad, y se conforma, en cambio, con esconderse bajo el balcón de Roxana y dictar desde allí a Christian de Neuvillette las frases de amor que éste (un joven y rudo cadete procedente de Gascuña) no acierta a dirigir a la muchacha.
La obra siguiente, El Aguilucho, creada en marzo de 1900, conoció un reconocimiento parecido. Este doble éxito de público, a pesar de que la crítica fue severa con ambas obras, influyó en su ingreso a la Academia Francesa (1901). Coronado por la fama a los veintinueve años y miembro de la Academia a los treinta y tres, vivió alternativamente en Cambo, en el País Vasco y en París, envuelto por la admiración y asistido por su esposa entusiasta e incitadora, Rosemonde Gérard, en tanto crecían las leyendas acerca de su presunción y el fasto de su vida. Poseía, en realidad, un carácter reservado, tendente a la tristeza y a la timidez, extremadamente nervioso, intolerante con las pequeñas dificultades y fácilmente dominado por el ambiente.
Enfermo de pulmonía, Rostand se retiró finalmente al país vasco-francés. Sólo en 1910 el público parisino pudo asistir a la representación de su nueva obra, Chantecler, que desconcertó al auditorio y a los críticos por sus audacias formales. La última noche de don Juan, para muchos su mejor pieza, y los poemas que le inspiró la Primera Guerra Mundial (El vuelo de la Marsellesa), fueron publicados póstumamente en 1921.

martes, 31 de marzo de 2015

Charlotte Brontë

En retrospectiva

Tejemos un red en la infancia,
Una red de soleado aire,
Creamos una primavera pequeña
De agua pura y fresca.

En la juventud sembramos la semilla,
Cortamos la vara del almendro,
Hemos crecido como el árbol añejo,
¿Nos hemos marchitado en el barro?

¿Están desvanecidas, arruinadas, rotas?
¿Se han evaporado en la arcilla?
La vida es una sombra oscura;
Y sus alegrías flotan rápido en la distancia.

¡Desvanecidas! La red sigue siendo de aire,
Y así como sus pliegues se estremecen
En extraños tonos de claro carmesí,
Profundo es el resplandor de su penumbra;
Como la luz de un cielo italiano,
Donde las nubes del ocaso duermen ociosas,
Perdiendo lentamente el brillo del rubí.

La primavera yace debajo del musgo y la piedra,
Su lujo tal vez no vuelva a brotar.
¡Escucha! Tus dudas deben ser abandonadas
¿Es aquello un débil rugido cerrándose sobre tí?
La marea de las olas, donde las flotas armadas
Cabalgan sobre la espuma, llora y sonríe
Sobre un océano con miles de islas
Al vislumbrar la ansiada costa.

La semilla en un tierra distante
Se curva como un poderoso árbol,
La vara seca del almendro
Ha tocado la eternidad.
Y vendrá un segundo milagro,
Como el quebrado cetro de Aaron,
La humedad crecerá como la vida cálida,
Tallo, flor y fruto, en trenzada corona
Serán arrugados y lanzados lejos,
Como pétalos que descansan en la tumba.

Sueña lo que el tiempo nos ha arrebatado
Cuando la vida se encontraba arriba,
Sueña con aquel súbito ladrón sobre nosotros,
Como las salvajes estrellas que declinan
La revelación llegará ese mismo día,
Subiendo con el brillante y fiero Sirio:
Oh, así como tu creces, y como las escenas
Cubren este mundo frío con oscuras formas,
Mi espíritu se fortalece con cada cambio
Antes de alzarme ante el Señor de las criaturas.

Cuando me senté bajo una extraña bóveda de árboles,
Con la Nada como compañía, sin amor ni amigos,
Mi corazón se volvió de pronto hacia ti,
Y sentí tu amistad, un lazo suave sobre mis manos.

Octavio Paz
Bajo tu clara sombra

Un cuerpo, un cuerpo solo, un sólo cuerpo
un cuerpo como día derramado
y noche devorada;
la luz de unos cabellos
que no apaciguan nunca
la sombra de mi tacto;
una garganta, un vientre que amanece
como el mar que se enciende
cuando toca la frente de la aurora;
unos tobillos, puentes del verano;
unos muslos nocturnos que se hunden
en la música verde de la tarde;
un pecho que se alza
y arrasa las espumas;
un cuello, sólo un cuello,
unas manos tan sólo,
unas palabras lentas que descienden
como arena caída en otra arena....

Esto que se me escapa,
agua y delicia obscura,
mar naciendo o muriendo;
estos labios y dientes,
estos ojos hambrientos,
me desnudan de mí

y su furiosa gracia me levanta
hasta los quietos cielos
donde vibra el instante;
la cima de los besos,
la plenitud del mundo y de sus formas.

31 DE MARZO DE 1855 MUERE :

CHARLOTTE BRONTE

Nació un 21 de abril de 1816 en Thornton, Inglaterra. Perteneció a una familia inglesa, de seis hermanos, radicada en Yorkshire, y es de quien se conservan más datos biográficos pues fue la única que mantuvo un contacto regular con el mundo exterior. Hizo dos amigas con quienes mantendría correspondencia durante toda su vida: Ellen Nussey y Mary Taylor.
Al morir la madre, las hijas fueron enviadas a un internado de pésimas características, por lo que enfermaron de tuberculosis.
En enero de 1831, Charlotte fue a la escuela Roe Head (Yorkshire) como alumna, dejando atrás a su hermano y hermanas en su "mundo interior" de imaginación. Estuvo allí dos años y sus compañeras la consideraban una chica con vestidos pasados de moda, muy miope, tímida, nerviosa, con gran acento irlandés. Cuando tomaba un libro lo acercaba tanto a la nariz que era imposible verla y no sonreír. En julio de 1832, vuelve a casa y les da clases a sus hermanas. Fue en esta época que el señor Brontë consiguió un profesor de dibujo para sus hijos. Para Charlotte, en este período de su vida, dibujar y pasear con sus hermanas eran sus dos grandes placeres. Las tres chicas caminaban y siempre en soledad, pues preferían no encontrarse con caras, aunque fuesen conocidas.
En julio de 1835, Charlotte con poco mas de 19 años fue como profesora a Roe Head, acompañada de Emily que iba como alumna. Tuvo una estancia feliz hasta que comenzaron los problemas de salud.
Fueron allí con el propósito de quedarse seis meses pero no hicieron las maletas de vuelta hasta que su tía enfermó de muerte. Cuando llegaron el funeral ya se había celebrado. Tras el impacto por la muerte de su tía, las hermanas estaban de nuevo juntas. Pasaron juntas las Navidades, pero Charlotte volvió a Bruselas como profesora de inglés, aunque continuó sus estudios. Estaba sola y en su interior suchaba por no desear marcharse. Enamorada del profesor Heger, a quien bautiza como el "cisne negro" y en quien se basó para el personaje de Paul Emmanuel en Villette, pues no es de extrañar, la mayor parte de sus personajes son tomados de la vida real. A fines de 1843 decide volver a casa, alegando la ceguera de su padre.
Las hermanas planean formar una escuela, pero no hay alumnas posibles, por lo que abandonan la idea.
En 1846, su padre empeora de cataratas, por lo que Charlotte va a Manchester a buscar un oculista. Es en esta época cuando las hermanas quieren lanzar su carrera literaria. Las hermanas se comentaban las historias que se les ocurrían y describían la trama de sus obras. Se leían lo que escribían y escuchaban lo que tenían que decirse, aunque tal y como Charlotte dijo, las críticas de sus hermanas rara vez la habían inducido a alterar su trabajo.
Emily escribía hermosos poemas, que luego de ser descubiertos por su hermana Charlotte, fueron publicados.
Tres de las hermanas Brönte, Charlotte, Anne y Emily, se enfrascaron en la tarea de escribir cada una, una novela, de neto corte victoriano.
Emily publicó "Cumbres Borrascosas"; Charlotte, "Jane Eyre" y Anne, "Agnes Grey", en el año 1847.
El 19 de diciembre de 1848, Emily Brönte falleció de tuberculosis. Su hermana Anne, que en 1848 publicó su segunda novela "La dama de Wildfell Hall." falleció al año siguiente.
Charlotte, después de la muerte de sus hermanas, quedó viviendo sola con su padre, y dedicándose a la literatura.
Estaba inquieta. Su fama empieza a empujarla al "mundo exterior" como autora respetada. Efectúa visistas a Londres, se cartea con la escritora Elizabeth Gaskell, quien publicará una biografía. Pero el recuerdo le resulta insoportable. Los editores le propusieron una nueva publicación de las obras de las Brontë y se puso a trabajar en ello, pero no permitió la reimpresión de Wildfell Hall, porque el carácter del personaje Arthur Huntingdon era un retrato de Branwell demasiado exacto.
Finalmente, en 1852, publica Villete, la historia de Lucy Snowe.
Se enamora del coadjutor de su padre, el reverendo Arthur Bell Nichols y el 29 de junio de 1854 se casa con él en Haworth. Empieza su cuarta novela Emma (su "niño idiota" El Profesor no se había publicado aún y no lo sería hasta dos años después de su muerte), pero su papel de esposa apenas dura 9 meses.
Charlotte Brontë muere el 31 de marzo de 1855, a los 38 años de edad.

31 DE MARZO NACE:

RENÉ DESCARTES

(La Haye, Francia, 1596 - Estocolmo, Suecia, 1650) Filósofo y matemático francés. Después del esplendor de la antigua filosofía griega y del apogeo y crisis de la escolástica en la Europa medieval, los nuevos aires del Renacimiento y la revolución científica que lo acompañó darían lugar, en el siglo XVII, al nacimiento de la filosofía moderna.
El primero de los ismos filosóficos de la modernidad fue el racionalismo; Descartes, su iniciador, se propuso hacer tabla rasa de la tradición y construir un nuevo edificio sobre la base de la razón y con la eficaz metodología de las matemáticas. Su «duda metódica» no cuestionó a Dios, sino todo lo contrario; sin embargo, al igual que Galileo, hubo de sufrir la persecución a causa de sus ideas.
Biografía
René Descartes se educó en el colegio jesuita de La Flèche (1604-1612), por entonces uno de los más prestigiosos de Europa, donde gozó de un cierto trato de favor en atención a su delicada salud. Los estudios que en tal centro llevó a cabo tuvieron una importancia decisiva en su formación intelectual; conocida la turbulenta juventud de Descartes, sin duda en La Flèche debió cimentarse la base de su cultura. Las huellas de tal educación se manifiestan objetiva y acusadamente en toda la ideología filosófica del sabio.
El programa de estudios propio de aquel colegio (según diversos testimonios, entre los que figura el del mismo Descartes) era muy variado: giraba esencialmente en torno a la tradicional enseñanza de las artes liberales, a la cual se añadían nociones de teología y ejercicios prácticos útiles para la vida de los futuros gentilhombres. Aun cuando el programa propiamente dicho debía de resultar más bien ligero y orientado en sentido esencialmente práctico (no se pretendía formar sabios, sino hombres preparados para las elevadas misiones políticas a que su rango les permitía aspirar), los alumnos más activos o curiosos podían completarlos por su cuenta mediante lecturas personales.
Años después, Descartes criticaría amargamente la educación recibida. Es perfectamente posible, sin embargo, que su descontento al respecto proceda no tanto de consideraciones filosóficas como de la natural reacción de un adolescente que durante tantos años estuvo sometido a una disciplina, y de la sensación de inutilidad de todo lo aprendido en relación con sus posibles ocupaciones futuras (burocracia o milicia). Tras su etapa en La Flèche, Descartes obtuvo el título de bachiller y de licenciado en derecho por la facultad de Poitiers (1616), y a los veintidós años partió hacia los Países Bajos, donde sirvió como soldado en el ejército de Mauricio de Nassau. En 1619 se enroló en las filas del duque de Baviera.
Según relataría el propio Descartes en el Discurso del Método, durante el crudo invierno de ese año se halló bloqueado en una localidad del Alto Danubio, posiblemente cerca de Ulm; allí permaneció encerrado al lado de una estufa y lejos de cualquier relación social, sin más compañía que la de sus pensamientos. En tal lugar, y tras una fuerte crisis de escepticismo, se le revelaron las bases sobre las cuales edificaría su sistema filosófico: el método matemático y el principio delcogito, ergo sum. Víctima de una febril excitación, durante la noche del 10 de noviembre de 1619 tuvo tres sueños, en cuyo transcurso intuyó su método y conoció su profunda vocación de consagrar su vida a la ciencia.
Tras renunciar a la vida militar, Descartes viajó por Alemania y los Países Bajos y regresó a Francia en 1622, para vender sus posesiones y asegurarse así una vida independiente; pasó una temporada en Italia (1623-1625) y se afincó luego en París, donde se relacionó con la mayoría de científicos de la época.
En 1628 decidió instalarse en Holanda, país en el que las investigaciones científicas gozaban de gran consideración y, además, se veían favorecidas por una relativa libertad de pensamiento. Descartes consideró que era el lugar más favorable para cumplir los objetivos filosóficos y científicos que se había fijado, y residió allí hasta 1649.
Los cinco primeros años los dedicó principalmente a elaborar su propio sistema del mundo y su concepción del hombre y del cuerpo humano. En 1633 debía de tener ya muy avanzada la redacción de un amplio texto de metafísica y física tituladoTratado sobre la luz; sin embargo, la noticia de la condena de Galileo le asustó, puesto que también Descartes sostenía en aquella obra el movimiento de la Tierra, opinión que no creía censurable desde el punto de vista teológico. Como temía que tal texto pudiera contener teorías condenables, renunció a su publicación, que tendría lugar póstumamente.
En 1637 apareció su famoso Discurso del método, presentado como prólogo a tres ensayos científicos. Por la audacia y novedad de los conceptos, la genialidad de los descubrimientos y el ímpetu de las ideas, el libro bastó para dar a su autor una inmediata y merecida fama, pero también por ello mismo provocó un diluvio de polémicas, que en adelante harían fatigosa y aun peligrosa su vida.
Descartes proponía en el Discurso una duda metódica, que sometiese a juicio todos los conocimientos de la época, aunque, a diferencia de los escépticos, la suya era una duda orientada a la búsqueda de principios últimos sobre los cuales cimentar sólidamente el saber. Este principio lo halló en la existencia de la propia conciencia que duda, en su famosa formulación «pienso, luego existo». Sobre la base de esta primera evidencia pudo desandar en parte el camino de su escepticismo, hallando en Dios el garante último de la verdad de las evidencias de la razón, que se manifiestan como ideas «claras y distintas».
El método cartesiano, que Descartes propuso para todas las ciencias y disciplinas, consiste en descomponer los problemas complejos en partes progresivamente más sencillas hasta hallar sus elementos básicos, las ideas simples, que se presentan a la razón de un modo evidente, y proceder a partir de ellas, por síntesis, a reconstruir todo el complejo, exigiendo a cada nueva relación establecida entre ideas simples la misma evidencia de éstas. Los ensayos científicos que seguían al Discurso ofrecían un compendio de sus teorías físicas, entre las que destaca su formulación de la ley de inercia y una especificación de su método para las matemáticas.
Los fundamentos de su física mecanicista, que hacía de la extensión la principal propiedad de los cuerpos materiales, fueron expuestos por Descartes en lasMeditaciones metafísicas (1641), donde desarrolló su demostración de la existencia y la perfección de Dios y de la inmortalidad del alma, ya apuntada en la cuarta parte del Discurso del método. El mecanicismo radical de las teorías físicas de Descartes, sin embargo, determinó que fuesen superadas más adelante.
Conforme crecía su fama y la divulgación de su filosofía, arreciaron las críticas y las amenazas de persecución religiosa por parte de algunas autoridades académicas y eclesiásticas, tanto en los Países Bajos como en Francia. Nacidas en medio de discusiones, las Meditaciones metafísicas habían de valerle diversas acusaciones promovidas por los teólogos; algo por el estilo aconteció durante la redacción y al publicar otras obras suyas, como Los principios de la filosofía (1644) y Las pasiones del alma (1649).
Cansado de estas luchas, en 1649 Descartes aceptó la invitación de la reina Cristina de Suecia, que le exhortaba a trasladarse a Estocolmo como preceptor suyo de filosofía. Previamente habían mantenido una intensa correspondencia, y, a pesar de las satisfacciones intelectuales que le proporcionaba Cristina, Descartes no fue feliz en "el país de los osos, donde los pensamientos de los hombres parecen, como el agua, metamorfosearse en hielo". Estaba acostumbrado a las comodidades y no le era fácil levantarse cada día a las cuatro de la mañana, en plena oscuridad y con el frío invernal royéndole los huesos, para adoctrinar a una reina que no disponía de más tiempo libre debido a sus obligaciones. Los espartanos madrugones y el frío pudieron más que el filósofo, que murió de una pulmonía a principios de 1650, cinco meses después de su llegada.
La filosofía de Descartes
Descartes es considerado como el iniciador de la filosofía racionalista moderna por su planteamiento y resolución del problema de hallar un fundamento del conocimiento que garantice su certeza, y como el filósofo que supone el punto de ruptura definitivo con la escolástica. En el Discurso del método (1637), Descartes manifestó que su proyecto de elaborar una doctrina basada en principios totalmente nuevos procedía del desencanto ante las enseñanzas filosóficas que había recibido.
Convencido de que la realidad entera respondía a un orden racional, su propósito era crear un método que hiciera posible alcanzar en todo el ámbito del conocimiento la misma certidumbre que proporcionan en su campo la aritmética y la geometría. Su método, expuesto en el Discurso, se compone de cuatro preceptos o procedimientos: no aceptar como verdadero nada de lo que no se tenga absoluta certeza de que lo es; descomponer cada problema en sus partes mínimas; ir de lo más comprensible a lo más complejo; y, por último, revisar por completo el proceso para tener la seguridad de que no hay ninguna omisión.
El sistema utilizado por Descartes para cumplir el primer precepto y alcanzar la certeza es «la duda metódica». Siguiendo este sistema, Descartes pone en tela de juicio todos sus conocimientos adquiridos o heredados, el testimonio de los sentidos e incluso su propia existencia y la del mundo. Ahora bien, en toda duda hay algo de lo que no podemos dudar: de la misma duda. Dicho de otro modo, no podemos dudar de que estamos dudando. Llegamos así a una primera certeza absoluta y evidente que podemos aceptar como verdadera: dudamos.
Pienso, luego existo
La duda, razona entonces Descartes, es un pensamiento: dudar es pensar. Ahora bien, no es posible pensar sin existir. La suspensión de cualquier verdad concreta, la misma duda, es un acto de pensamiento que implica inmediatamente la existencia del "yo" pensante. De ahí su célebre formulación: pienso, luego existo (cogito, ergo sum). Por lo tanto, podemos estar firmemente seguros de nuestro pensamiento y de nuestra existencia. Existimos y somos una sustancia pensante, espiritual.
A partir de ello elabora Descartes toda su filosofía. Dado que no puede confiar en las cosas, cuya existencia aún no ha podido demostrar, Descartes intenta partir del pensamiento, cuya existencia ya ha sido demostrada. Aunque pueda referirse al exterior, el pensamiento no se compone de cosas, sino de ideas sobre las cosas. La cuestión que se plantea es la de si hay en nuestro pensamiento alguna idea o representación que podamos percibir con la misma «claridad» y «distinción» (los dos criterios cartesianos de certeza) con la que nos percibimos como sujetos pensantes.
Clases de ideas
Descartes pasa entonces a revisar todos los conocimientos que previamente había descartado al comienzo de su búsqueda. Y al reconsiderarlos observa que las representaciones de nuestro pensamiento son de tres clases: ideas «innatas», como las de belleza o justicia; ideas «adventicias», que proceden de las cosas exteriores, como las de estrella o caballo; e ideas « ficticias», que son meras creaciones de nuestra fantasía, como por ejemplo los monstruos de la mitología.
Las ideas «ficticias», mera suma o combinación de otras ideas, no pueden obviamente servir de asidero. Y respecto a las ideas «adventicias», originadas por nuestra experiencia de las cosas exteriores, es preciso obrar con cautela, ya que no estamos seguros de que las cosas exteriores existan. Podría ocurrir, dice Descartes, que los conocimientos «adventicios», que consideramos correspondientes a impresiones de cosas que realmente existen fuera de nosotros, hubieran sido provocados por un «genio maligno» que quisiera engañarnos. O que lo que nos parece la realidad no sea más que una ilusión, un sueño del que no hemos despertado.
Del Yo a Dios
Pero al examinar las ideas «innatas», sin correlato exterior sensible, encontramos en nosotros una idea muy singular, porque está completamente alejada de lo que somos: la idea de Dios, de un ser supremo infinito, eterno, inmutable, perfecto. Los seres humanos, finitos e imperfectos, pueden formar ideas como la de "triángulo" o "justicia". Pero la idea de un Dios infinito y perfecto no puede nacer de un individuo finito e imperfecto: necesariamente ha sido colocada en la mente de los hombres por la misma Providencia. Por consiguiente, Dios existe; y siendo como es un ser perfectísimo, no puede engañarse ni engañarnos, ni permitir la existencia de un «genio maligno» que nos engañe, haciéndonos creer que es real un mundo que no existe. El mundo, por lo tanto, también existe. La existencia de Dios garantiza así la posibilidad de un conocimiento verdadero.
Esta demostración de la existencia de Dios constituye una variante del argumento ontológico empleado ya en el siglo XII por San Anselmo de Canterbury, y fue duramente atacada por los adversarios de Descartes, que lo acusaron de caer en un círculo vicioso: para demostrar la existencia de Dios y así garantizar el conocimiento del mundo exterior se utilizan los criterios de claridad y distinción, pero la fiabilidad de tales criterios se justifica a su vez por la existencia de Dios. Tal crítica apunta no sólo a la validez o invalidez del argumento, sino también al hecho de que Descartes no parece aplicar en este punto su propia metodología.
Res cogitans y res extensa
Admitida la existencia del mundo exterior, Descartes pasa a examinar cuál es la esencia de los seres. Introduce aquí su concepto de sustancia, que define como aquello que «existe de tal modo que sólo necesita de sí mismo para existir». Las sustancias se manifiestan a través de sus modos y atributos. Los atributos son propiedades o cualidades esenciales que revelan la determinación de la sustancia, es decir, son aquellas propiedades sin las cuales una sustancia dejaría de ser tal sustancia. Los modos, en cambio, no son propiedades o cualidades esenciales, sino meramente accidentales.
El atributo de los cuerpos es la extensión (un cuerpo no puede carecer de extensión; si carece de ella no es un cuerpo), y todas las demás determinaciones (color, forma, posición, movimiento) son solamente modos. Y el atributo del espíritu es el pensamiento, pues el espíritu «piensa siempre». Existe, por lo tanto, una sustancia pensante (res cogitans), carente de extensión y cuyo atributo es el pensamiento, y una sustancia que compone los cuerpos físicos (res extensa), cuyo atributo es la extensión, o, si se prefiere, la tridimensionalidad, cuantitativamente mesurable en un espacio de tres dimensiones. Ambas son irreductibles entre sí y totalmente separadas. Es lo que se denomina el «dualismo» cartesiano.
En la medida en que la sustancia de la materia y de los cuerpos es la extensión, y en que ésta es observable y mesurable, ha de ser posible explicar sus movimientos y cambios mediante leyes matemáticas. Ello conduce a la visión mecanicista de la naturaleza: el universo es como una enorme máquina cuyo funcionamiento podremos llegar a conocer mediante el estudio y descubrimiento de las leyes matemáticas que lo rigen.
La comunicación de las sustancias
La separación radical entre materia y espíritu es aplicada rigurosamente, en principio, a todos los seres. Así, los animales no son más que máquinas muy complejas. Sin embargo, Descartes hace una excepción cuando se trata del hombre. Dado que está compuesto de cuerpo y alma, y siendo el cuerpo material y extenso (res extensa), y el alma espiritual y pensante (res cogitans), debería haber entre ellos una absoluta incomunicación.
No obstante, en el sistema cartesiano esto no ocurre, sino que el alma y el cuerpo se comunican entre sí, no al modo clásico, sino de una manera singular. El alma está asentada en la glándula pineal, situada en el encéfalo, y desde allí rige al cuerpo como «el nauta rige la nave», por medio de los espíritus animales, sustancias intermedias entre espíritu y cuerpo a manera de finísimas partículas de sangre, que transmiten al cuerpo las órdenes del alma. La solución de Descartes no resultó satisfactoria, y el llamado problema de la comunicación de las sustanciassería largamente discutido por los filósofos posteriores.
Su influencia
Tanto por no haber definido satisfactoriamente la noción de sustancia como por el franco dualismo establecido entre las dos sustancias, Descartes planteó los problemas fundamentales de la filosofía especulativa europea del siglo XVII. Entendido como sistema estricto y cerrado, el cartesianismo no tuvo excesivos seguidores y perdió su vigencia en pocas décadas. Sin embargo, la filosofía cartesiana se convirtió en punto de referencia para gran número de pensadores, unas veces para intentar resolver las contradicciones que encerraba, como hicieron los pensadores racionalistas, y otras para rebatirla frontalmente, como los empiristas.
Así, el filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz y el holandés Baruch Spinozaestablecieron formas de paralelismo psicofísico para explicar la comunicación entre cuerpo y alma. Spinoza, de hecho, fue aún más lejos, y afirmó que existía una sola sustancia, que englobaba en sí el orden de las cosas y el de las ideas, y de la que lares cogitans y la res extensa no eran sino atributos, con lo que se llegaba al panteísmo.
Desde un punto de vista completamente opuesto, los empiristas británicos Thomas Hobbes y John Locke negaron que la idea de una sustancia espiritual fuera demostrable; afirmaron que no existían ideas innatas y que la filosofía debía reducirse al terreno de lo conocido por la experiencia. La concepción cartesiana de un universo mecanicista, en fin, influyó decisivamente en la génesis de la física clásica, fundada por Newton.
No resulta exagerado afirmar, en suma, que si bien Descartes no llegó a resolver muchos de los problemas que planteó, tales problemas se convirtieron en cuestiones centrales de la filosofía occidental. En este sentido, la filosofía moderna (racionalismo, empirismo, idealismo, materialismo, fenomenología) puede considerarse como un desarrollo o una reacción al cartesianismo.

31 DE MARZO DE 1914 NACE  :

OCTAVIO PAZ

(Ciudad de México, 1914 - id., 1998) Escritor mexicano. Junto con Pablo Neruda y César Vallejo, Octavio Paz conforma la tríada de grandes poetas que, tras el declive del modernismo, lideraron la renovación de la lírica hispanoamericana del siglo XX. El premio Nobel de Literatura de 1990, el primero concedido a un autor mexicano, supuso asimismo el reconocimiento de su inmensa e influyente talla intelectual, que quedó reflejada en una brillante producción ensayística.
Biografía
Nieto del también escritor Ireneo Paz, los intereses literarios de Octavio Paz se manifestaron de manera muy precoz, y publicó sus primeros trabajos en diversas revistas literarias. Estudió en las facultades de Leyes y de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional. Sus preocupaciones sociales también se dejaron sentir prontamente, y en 1937 realizó un viaje a Yucatán con la intención de crear una escuela para hijos de trabajadores. En junio de ese mismo año contrajo matrimonio con la escritora Elena Garro (que le daría una hija y de la que se separaría años después) y abandonó sus estudios académicos para realizar, junto a su esposa, un viaje a Europa que sería fundamental en toda su trayectoria vital e intelectual.
En París tomó contacto, entre otros, con César Vallejo y Pablo Neruda, y fue invitado al Congreso de Escritores Antifascistas de Valencia. Hasta finales de septiembre de 1937 permaneció en España, donde conoció personalmente a Vicente Huidobro,Antonio MachadoMiguel Hernández y otros destacados poetas de la generación del 27. Además de visitar el frente, durante la Guerra Civil española (1936-1939) escribió numerosos artículos en apoyo de la causa republicana.
Tras volver de nuevo a París y visitar Nueva York, en 1938 regresó a México y allí colaboró intensamente con los refugiados republicanos españoles, especialmente con los poetas del grupo Hora de España. Mientras, trabajaba en un banco y escribía diariamente una columna de política internacional en El Popular, periódico sindical que abandonó por discrepancias ideológicas. En 1942 fundó las revistas Tierra Nueva y El Hijo Pródigo.
Desde finales de 1943 (año en que recibió una beca Guggenheim para visitar los Estados Unidos) hasta 1953, Octavio Paz residió fuera de su país natal: primero en diversas ciudades norteamericanas y, concluida la Segunda Guerra Mundial, en París, después de ingresar en el Servicio Exterior mexicano. En la capital francesa comenzó su alejamiento del marxismo y el existencialismo para acercarse a un socialismo utópico y sobre todo al surrealismo, entendido como actitud vital y en cuyos círculos se introdujo gracias a Benjamin Péret y principalmente a su gran amigo André Breton.
De nuevo en México, fundó en 1955 el grupo poético y teatral Poesía en Voz Alta, y posteriormente inició sus colaboraciones en la Revista Mexicana de Literatura y enEl Corno Emplumado. En las publicaciones de esta época defendió las posiciones experimentales del arte contemporáneo. En la década de los 60 volvió al Servicio Exterior, siendo destinado como funcionario de la embajada mexicana en París (1960-1961) y más tarde en la de la India (1962-1968); en este último país conoció a Marie-José Tramini, con la que se casó en 1964. Cerró su actividad diplomática en 1968, cuando renunció como protesta contra la política represiva del gobierno mexicano frente el movimiento democrático estudiantil, que culminó con la matanza en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.
Ejerció desde entonces la docencia en universidades americanas y europeas, a la vez que proseguía su infatigable labor cultural impartiendo conferencias y fundando nuevas revistas, como Plural (1971-1976) o Vuelta (1976). En 1990 se le concedió el Nobel de Literatura, coronación a una ejemplar trayectoria ya previamente reconocida con el máximo galardón de las letras hispanoamericanas, el Premio Cervantes (1981), y que se vería de nuevo premiada con el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (1993).
La poesía de Octavio Paz
El grueso de la vasta producción de Octavio Paz se encuadra en dos géneros: la lírica y el ensayo. Su poesía se adentró en los terrenos del erotismo, la experimentación formal y la reflexión sobre el destino del hombre. A grandes rasgos cabe distinguir tres grandes fases en su obra poética: en la primera, el autor pretendía penetrar, a través de la palabra, en un ámbito de energías esenciales que lo llevó a cierta impersonalidad; en la segunda entroncó con la tradición surrealista, antes de encontrar un nuevo impulso en el contacto con lo oriental; en la última etapa de su trayectoria lírica, el poeta dio prioridad a la alianza entre erotismo y conocimiento.
En Libertad bajo palabra (1949), Octavio Paz agrupó diversos libros escritos entre 1935 y 1947. Las primeras composiciones respondían a una estética neorromántica y a fuertes preocupaciones sociales; pero pronto se añadió una temática existencial, que giraba en torno al sentimiento de soledad, los problemas de su tiempo, la comunicación, la posibilidad del amor... Siguiendo ese camino, su poesía devino un instrumento de conocimiento de sí mismo y del mundo; en suma, una poesía de signo metafísico.

Pero pronto el descubrimiento del surrealismo le enseñaría el poder liberador de la palabra y, con la valoración de lo irracional, la posibilidad de devolverle al lenguaje unas dimensiones míticas. Se produjo así, paralelamente y como dijo el propio Octavio Paz, un regreso a la vanguardia y un retorno a la palabra mágica. Ambas direcciones se materializaron en los poemas que van desde ¿Águila o sol? (1949-50) a una extensa y magistral composición titulada Piedra de sol (1957), construida a partir de los mitos aztecas del tiempo circular.
Señalada a menudo como una de sus obras maestras, Piedra de sol se sitúa en una encrucijada de su trayectoria lírica: el poema condensa por un lado sus preocupaciones históricas y existenciales, y anticipa por otro su obra posterior. Se compone de 584 endecasílabos (la misma cifra que los años del calendario azteca) de gran densidad y poderosas imágenes, tras los cuales el poema vuelve al principio. Esta estructura circular no impide el avance de las indagaciones del poeta, referidas al amor, al individuo y al sentido de la historia y del mundo.
En Salamandra (1962), que recoge poemas escritos entre 1958 y 1961, Octavio Paz incrementó lo irracional y lo esotérico. Se trata de una poesía que intenta "mostrarnos el otro lado de las cosas", a partir de una exploración sobre nuevos poderes de la palabra. El resultado, salvo en ocasiones, es un hermetismo lleno de sugestiones. Ladera este (1962-1968) es fruto, por una parte, de su interés por la cultura oriental, de la que surgen nuevas dimensiones esotéricas. Por otra parte responde al contacto de Octavio Paz con el estructuralismo lingüístico, que le lleva a fundamentar la creación poética en la misma escritura. Estamos ante la liberación máxima del lenguaje, ante una expresión poética en que las palabras alcanzan una máxima autonomía, desgajadas a veces de todo sustrato lógico.
El poeta experimenta además con nuevos recursos de presentación y de tipografía; buen ejemplo de ello sería el largo poema Blanco (1967), dispuesto en tres columnas que pueden leerse de distintas formas. Por esa vía experimental, Octavio Paz publicó en 1969 dos libros de poesía "espacial" (o visual): Topoemas y Discos visuales. Son intentos de crear una nueva percepción del mensaje cuyos precedentes se remontan a Apollinaire y a las vanguardias de entreguerras.
Muy distinto es Pasado en claro (1975), libro constituido por un único, largo y bellísimo poema, de lenguaje más sobrio (pero de inusitada densidad), destinado a bucear en su conciencia, en su vida y en su palabra. Compendio de sus inquietudes y vivencias creadoras, esta segunda obra maestra condensa en su parte final su visión del lenguaje como "fundador de realidad", como instrumento con el que el hombre crea y se crea: tras su largo periplo a través de las palabras en busca de realidades supremas y de su propia realidad, el poeta se define, en el último verso, como "la sombra que arrojan mis palabras".
De sus libros posteriores cabe destacar Vuelta (1976) y Árbol adentro (1987). Formado por poemas escritos entre 1969 y 1975, el título del primero alude al regreso del poeta a México tras una larga permanencia en Europa y Oriente. Árbol adentro reúne los poemas compuestos por el autor después de la publicación deVuelta y se divide en cinco partes, algunas de las cuales insisten en sus constantes temáticas: la meditación sobre la muerte (en la tercera) o el amor (en la quinta, que da título al libro).
Obra ensayística
Poeta, narrador, ensayista, traductor, editor y gran impulsor de las letras mexicanas, Paz se mantuvo siempre en el centro de la discusión artística, política y social del país. Tanto la curiosidad insaciable como la variedad de sus intereses y su aguda inteligencia analítica se hicieron patentes en sus numerosos ensayos, que cubrieron una amplia gama de temas, desde el arte y la literatura hasta la sociología y la lingüística, pasando por la historia y la política. La enjundia, la profundidad y la sutileza caracterizan estos textos.
De tema literario son El arco y la lira (1959), profunda reflexión sobre la creación poética, y Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982), completo estudio sobre la obra y la compleja personalidad de esta poetisa mexicana del siglo XVII. La identidad mexicana es en cambio el tema de El laberinto de la soledad (1950) yPosdata (1970).
El mono gramático (1974), que participa a un mismo tiempo de la reflexión y el poema en prosa, indaga en la esencia del lenguaje y constituye un testimonio de su atracción hacia Oriente; el título alude al jefe de los monos Hanuman, uno de los principales personajes del Ramayana. Tiempo nublado (1983) se ocupa de la situación política y social contemporánea. En Los privilegios de la vista (1987) se encuentran sus apreciaciones sobre las artes plásticas.
De sus últimos ensayos cabe destacar La llama doble (1993). La obra recorre la literatura universal en busca de la génesis de la idea poética del amor, el amor cortés provenzal, del que halla precedentes en las milenarias religiones indias y chinas y en el helenismo (con su fusión de Oriente y Occidente). Después de los poetas provenzales, el cristianismo desarboló el amor cortés; la pasión carnal, consumación del amor, fue relegada por la divinización del objeto amado (Dante, Petrarca y el neoplatonismo).
Según el autor, hubo que esperar a la Revolución Francesa para que el amor recobrase su humanidad en manos de poetas y prosistas. Pero en el mundo moderno, la revolución sexual de 1968 condujo al fin del alma a manos del materialismo científico; dicho de otro modo, el amor ha sido víctima de la crisis de la idea de persona: un pesimismo extremo cierra esta obra. Otros títulos de su abundante producción ensayística son Cuadrivio (1965), Claude Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo (1967), Conjunciones y disyunciones (1969), Los hijos del limo (1974), El ogro filantrópico (1979) y Hombres de su siglo (1984).

ROBERTO ARLT AGUAFUERTES PORTEÑAS YO NO TENGO LA CULPA

     ROBERTO ARLT        AGUAFUERTES PORTEÑAS     YO NO TENGO LA CULPA   Yo siempre que me ocupo de cartas de lectores, suelo admitir que se...